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ESQUIZOFRENIA, UN SEÑUELO MENTAL

Las puertas de las casas opacas que yacían en las calles por las que pasaba, escondían un secreto: felicidad. Caminaba paso a paso bajo una lluvia recia, amarga y fría. El sonido ahogado en risas traspasando las paredes me herían lentamente el alma, pues sabía que jamás haría parte de la dicha de estar al otro lado de la penumbra. Una gota de agua bajó por mi nariz y cayó a uno de mis zapatos, eran mis favoritos por ese entonces, me hizo llorar el ver que su característico blanco había desaparecido esa tarde cuando fueron manchados por el auténtico color de la soledad.

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Hace seis años, cuando recién cumplía 15 años de edad, una noche al llegar a casa encontré muchas personas atiborradas en la entrada, yo alcanzaba a escuchar el llanto de mis dos hermanos consternados por lo que ocurría en ese momento: Don José (mi padre) se había envenenado y en medio de su sufrimiento había escrito una nota que me traumó completamente la vida: “ahora ellos vendrán por ustedes, perdón” la habían descubierto en su mano empuñada. Pero ¿a qué se había referido?, ¿por qué pedía perdón?, ¿quiénes eran “ellos”?, ¿por qué nos había condenado de esa manera?, ¿acaso su muerte no era suficiente dolor como para sentenciarnos a la desdicha?, ¿por qué nos tenía que incluir en su decisión fatal?

Al pasar los días, asimilando la muerte de mi padre, su ausencia, sus recuerdos, su dolor, mis hermanos y yo nos refugiamos en el silencio de nuestros propios sufrimientos. Los tres ya no hablábamos porque no queríamos hacer notar la angustia y el miedo que sentíamos por haber vivido la tragedia de perder a alguien, aquel que se había ido por voluntad propia. Recuerdo los últimos meses con él, no habían sido muy agradables porque era muy recluido en su fase depresiva de la cual nunca salió. Yo extrañaba a ese pa

dre de carácter fuerte y humilde que se ganaba el respeto de los demás. Él era alto, corpulento, seguro de sí, las personas lo respetaban por su ilustre intelecto, por ser un eminente profesor de historia. Y cuando se tiene a alguien en la cima de lo inalcanzable y de un momento a otro pasa a ser la base de lo inestable todo pierde el sentido, todo se vuelve un triste e inexistente ideal. Por eso, ya no me agradaba su presencia rodeada de brumas caudalosas.

Mi padre había sido diagnosticado como bipolar desde su adolescencia; maniaco-depresivo desde que lo conocimos. Mi madre era incondicional a su lado, hasta que un día intentó atacarla en medio de uno de sus estados de euforia, y fue allí, cuando decidió irse de casa, dejándonos a todos a merced del abandono. Me sentía desprotegida después de la desunión familiar y ahora, tantos años después estaba caminando sin rumbo alguno entre las callejuelas de la ciudad que sufrió conmigo… cada día, cada noche, con sus vientos borrascosos o soles opacados por las nubes estancadas de lluvia congelada, tanto como mi vida.

Yo vivía en una finca, hace tiempo, hasta que intenté descifrar la noche. Cuando todos dormían yo me levantaba sigilosamente y me iba para el patio lleno de árboles y cafetales. Había escuchado pasos y susurros afuera, sabía que personas espiaban nuestro descansar. Salía durante la noche y después de varios intentos los descubrí: eran seres con forma de lagarto, con miradas deslumbrantes y se comunicaban en un idioma que jamás logré entender. Quería saber qué era lo que hacían tan cerca de mi familia ¿cuáles eras sus reales intenciones? ¿solo turbaban mis noches o alguien más podía escucharlos?

Una noche, logré presenciar su despertar acompañado de una búsqueda incansable por saciar su monstruoso estómago. Cada animal de la finca sufría, ninguno podía huir de tan feroces garras.

Los comían vivos, destrozándolos, viéndolos sufrir, algo que les causaba satisfacción pues era así que se calmaban y se volvían a reunir, aparentemente para planear algo. Lo extraño era que al día siguiente cuando desvelada les comentaba a mis abuelos lo que había sucedido ellos salían a revisar y nada presentaba alteraciones. Fue desde ese momento en que me comenzaron a mirar con duda, la duda de mi realidad, de mis desvelos, de mi actitud durante el día, de mis visiones durante la noche. Después de esto, me propuse conseguir evidencia para que me creyeran y se dieran cuenta que en realidad corríamos peligro. Por eso, dejé de dormir, y me quedaba en la oscuridad esperando la aparición de los seres que turbaban mi vida por esos días. Además, no podía correr el riesgo de cerrar mis ojos y ser devorada.

Una madrugada, salí a una hora diferente (percatándome de que todos se encontrarán durmiendo) pues no quería que mi familia sospechara que en realidad sí me angustiaba lo que estaba viviendo, ya que eso sería la evidencia de mi locura. Cuando me encontraba en el patio accidentalmente me tropecé con una rama que ocasionó un fuerte sonido que me delató, los hombres extraños me miraron por primera vez. Salí corriendo hasta llegar a la casa, entré, hice todo el ruido posible para que mi familia se despertara y saliéramos lo más rápido posible de ese infierno que ya pertenecía a los extraterrestres. Gritaba, lloraba, explicaba y nadie me entendía. Mi hermana se hizo delante de mí para intentar calmarme, pero en la ventana estaba la mirada de un monstruo y poco a poco vi cómo se transformaba tomando la figura de mi abuela. El miedo me carcomía las entrañas, estaba confundida, no sabía quién era realmente mi familia, o si simplemente vivía en una mentira y todos se habían puesto de acuerdo para matarme, descuartizarme y luego engullir mis partes sin piedad ni pudor alguno.

La noche en la que mi mente agonizó, me inyectaron tranquilizantes y al día siguiente desperté en el hospital del pueblo. Todo estaba tranquilo, pero yo estaba confundida por todo lo que aparentemente ocurrió las noches que pasaron. Me decían que había alucinado, que era causa de brotes mentales y que debía medicarme si quería manejar la situación. Pero yo pensaba en cada momento que había impactado mi vida y en mi supuesta psicosis, y no podía entender por qué estaba condenada a los señuelos de mi mente, no sabía distinguir lo real de lo irreal. Era cuestión de cordura (algo que yo no poseía) comprender la vida, pero yo nunca la pude palpar como los demás, realmente me encontraba en el limbo de lo absurdo y lo inexistente.

Desde esa época me fui a vivir a la ciudad tratando de alejarme del silencio para que así mi mente tuviera la poca tentación de despertar en medio de las sombras y comenzar a matarme lentamente en una locura que apenas intentaba comprender. Me invadían los deseos de olvidar el pasado que tanto dolor me causaba: el abandono de mi madre, el suicidio de mi padre, la ausencia de mi hermano y el desequilibrio sentimental de mi hermana; mis supuestas alucinaciones, mi vida fuera de lo normal. Me instalé en un pequeño apartamento, y mi hermana se quedó a vivir conmigo.

Meditando sobre la situación de mi vida, y de todo el recorrido y el destino que nunca lograba concretar, decidí buscar un trabajo e iniciar mis estudios en la facultad de arquitectura. Por eso, cada mañana buscaba en las páginas amarillas las mejores ofertas de trabajo, pero claro, muchas veces no resultaban por cuestiones como experiencia laboral, disponibilidad de tiempo, entre otros. Buscaba incansablemente, también porque necesitaba mantenerme ocupada para evitar pensar demasiado. Recuerdo que un día encontré un anuncio que se veía tentador: “se necesita auxiliar en edición

fotográfica: info: 747532…” me llamó la atención porque yo sabía fotografía, había realizado un curso después de graduarme de bachillerato. La conversación que tuve con la persona que atendió a mi llamada la recuerdo así: -Buenas tardes, llamo para indagar sobre el aviso que se encuentra en el periódico de la fecha…- en ese momento me di cuenta que la fecha del anuncio no correspondía con la actual, eran muchos meses de diferencia, me desanimé por lo inútil de mi llamada y, por ende, el fracaso de mi ilusión- disculpe acabo de notar mi error a la hora de leer el periódico. - ¡NO! Usted no se ha equivocadouna voz con una entonación muy grave y seria me respondió al otro lado de la línea telefónica- por favor deme todos sus datos y yo más tarde volveré a comunicarme con usted.

Di mis datos, y después que colgué me di cuenta que no había hecho lo correcto, era poco confiable, el anuncio era muy ambiguo, por lo tanto, la oferta también. Aproximadamente una hora después timbró el teléfono:

-Señorita Lina María, la esperamos mañana a las nueve de la noche en la calle 22-13, por favor, le exigimos puntualidad.

A las 8:30 de la noche anunciada, me dispuse a viajar hasta el lugar de las indicaciones, y al llegar me encontré con algo muy inusual: Una calle sola, extensa, donde las únicas casas que la habitaban no ocupaban ni la mitad del espacio. Me adentré y después de caminar varios metros se me acercó un hombre (era joven y su mirada se notaba algo perdida tal vez por el efecto de alguna sustancia psicoactiva) que me pidió seguirlo. Llegamos a un estudio fotográfico, al adentrarme al lugar sentí escalofríos por una serie de modelos que posaban desnudas contra las paredes; cada rostro tenía una figura diferente, unas con más escarcha que otras, catrinas, sonrisas, otras simplemente con la cara cubierta por una manta negra. Todas estas mujeres eran insinuantes y sensuales. - ¡Linda, Lina! Al fin estás aquí- pronunció aquella vez una mujer más bella que las del pasillo, tal vez esta sí era real, las otras solo eran imágenes modificables y fugaces que deshechas provocaban miedo y cubiertas sed de deseo implacable. La mujer me llevó por todo el lugar que se dividía en cuatro partes: la primera era un salón repleto de accesorios, maquillaje, vestuario, todo de uso ideal para posar frente a una cámara. El segundo salón contenía discos, vinilos, afiches alusivos al tango, género perfecto para alardear finura y sensualidad. El tercero era un salón hecho de espejos, reflejos de lado a lado, allí nadie podía escapar de sus miedos, esos espejos hacían reflejar la miseria que ocultaba cada persona. El último salón era el de fotografía, donde se captaba la conformación de las figuras que pasaban por los lugares anteriores, allí se deshacían para volver a comenzar el ciclo día a día: disfraz, goce, reflejo, captura, nada.

Mi trabajo en ese sitio apetitoso fue el de editar cada fotografía, yo todas las noches me quedaba a contemplar la figura perfecta de cada protagonista del momento. Ocasionalmente fuera de los horarios de trabajo Ana María y yo nos encontrábamos, nuestras conversaciones se basaban en los detalles llamativos que siempre marcaban a una foto, y que en el momento de la captura no se tuvieron en cuenta ni se habían preparado. Una vez una imagen nos turbó la noche, pues en ella se veía un cuerpo femenino, pero sin sexo ni labios ¿qué podría significar esto? ¿la angustia que sentía esa persona expresada en el cierre de su procreador de vida y el de la ventana que le daba paso a su voz? Esa foto contenía un mensaje aterrador: el del silencio total.

Había dejado de tomar los medicamentos que me había recetado el psiquiatra, yo creía que podía superar todo sola, sin ayuda de químicos que si no me ponían eufórica me aferraban a la cama por la pesadez que causaban en mi organismo. Pero los brotes psicóticos se volvieron a manifestar en medio de las alteraciones de sueño, ocasionando un destiempo total. Hubo momentos en los que perdía la noción del tiempo, sentía que me perseguían entre el bullicio y la multitud, dejé de bañarme, casi no comía, a veces me costaba respirar normal y mi salud se fue deteriorando poco a poco… hasta que un día mi mente y mi cuerpo no dieron más y tuve que abandonar la rutina de mi trabajo. Pero antes de eso, había dejado listas una serie de exposiciones con mis mejores logros para el mes siguiente asistir a la exposición fotográfica y con ello ganar reconocimiento y mejores experiencias, yo sólo necesitaba recuperarme. Hace varios días que mi hija Lina no sale de su habitación, llegó el seis de octubre a las 12 de la noche, resfriada, con el cabello goteando, con las prendas escurridas en agua; llegó descalza y con los pies sangrando de tanto andar la ciudad. Me llamaron a comunicar que se había escapado muy ágilmente por las salidas de emergencia que daban al patio y que descaradamente había trepado los muros hasta quedar libre. Tenerla en una clínica psiquiátrica no es lo que una madre desea para sus hijos, y menos a esa edad: 21 años. Ella nunca tuvo la oportunidad de culminar etapas como debían ser. A los 15 años fue su peor recaída, la posibilidad de crear mundos alternos aumentó desde las supuestas sospechas de que alguien la vigilaba en o fuera de la casa. Eran tan extremas las recaídas que para bañarse usaba ropa para evitar ser vigilada completamente en el baño. Salir con ella era una lucha, soltarla de la mano implicaba correr el riesgo de perderla en un accidente, pues se iba persiguiendo al conejo que sólo habitaba en su mente, cruzaba las calles sin percatarse de los autos que podían terminar su existir. Lina María quedó expuesta a la totalidad de su locura cuando su padre la dejó sola en el camino, él era su apoyo emocional, el problema era que él no tenía uno. Yo vivía en medio de la locura ajena. Amarla significó aprender a convivir también con todos sus fantasmas, con sus amigos, con sus hermanos, con su abandono y llanto aflorado en el dolor de la irrealidad. Ella no sabía en dónde ni con quién vivía, porque su mente nunca recreó lo que yo quería: cordura, verdad, felicidad, esperanza. Pero ¿cómo interpretar esto cuando no se sabe ni quién se es? Y ella no lo sabía, o cuando no hay un soporte concreto como un “yo” o por lo menos un “presente” consiente. la mente es tan poderosa, que cuando está invadida de terror, ataca, rebela, desata la furia, desafía a los sentidos.

De la clínica se fugó hace un mes, la había reportado como desaparecida, en grado de vulnerabilidad alto por su condición tanto psiquiátrica como física (por la dependencia hacia los medicamentos). Pero me intrigaba el misterio de lo que había sucedido en ella durante tanto tiempo. Cuando llegó a la casa tenía aires de tranquilidad, además, en repetidas ocasiones la escuché decir: “debo volver” “debo volver” y luego, se quedaba dormida por un poco tiempo y yo procedía a sedarla para que lograra descansar, aunque obligadamente. Pasaron dos meses vacíos para ella, pues su inercia sólo le permitía comer algo para no desvanecer tan fugazmente, hasta que al fin tomó la iniciativa de levantarse de aquella cama que apestaba a depresión, pero sólo lo hizo para dirigirse hacia el teléfono.

Estaba sumergida en un sueño profundo cuando escuché que el teléfono sonaba, rápidamente corrí a contestar y escuché lo que tanto esperé: la voz de Ana.

Hola Lina, te he estado esperando una serie de noches, me ha causado mucha tristeza tu ausencia, pediste un tiempo para descansar, pero ya va más de lo estipulado. Te llamo para recordarte que hoy a las 9:00 pm es la exposición fotográfica que tanto has esperado, te espero mi bella Lina. Me dispuse a arreglarme, me puse un vestido blanco, labial rojo, tacones negros, me sentía de maravilla, al fin demostraría mi capacidad de lograr algo por mis propios medios. A las 8:30p.m salí de la casa, abordé un taxi y llegué a mi destino. Caminé hasta la puerta que estaba cerrada con llave y al instante una persona la abrió (no la pude reconocer pues todo estaba muy oscuro) y me hizo seguir. El ambiente había cambiado, ahora todo era euforia, ardor. Las mujeres de la entrada celebraban mi llegar y por primera vez vi un gran número de hombres atrapados en su frenesí arrebatado en candor.

Sonaba de fondo un dubstep y sentía que mi sangre se alteraba. Aquella noche celebrábamos el triunfo de aquel lugar oscuro que resaltaba en las luces brillantes, en las caras pintadas de felicidad. Logré llegar al último cuarto donde permanecían los rollos y revelaciones fotográficas colgadas, algunas aún en negativo, las otras perfectas para contemplar bajo la luz tenue y confusa. Noté que sobre la mesa se encontraba una imagen aun sin positivar, así que procedí a revelarla. Mientras lo hacía me dejé consumir por los tragos, a mi alrededor todos se encontraban bailando de manera exótica (lo misterioso era que casi nunca dejaban de observarme, era como si estuvieran esperando algo en especial) y provocadora. Pasaron más o menos cuarenta minutos, cuando por fin logré colgar la última imagen que le faltaba a esta exposición de fatalismo espiritual y ruinas físicas. Lina cambió su actitud completamente: Se arregló la cara, usó un vestido blanco. Salió de la casa esa noche despejada y llena de estrellas. Tomé la decisión de seguir sus pasos, pues no podía correr el riesgo de perderla otra vez. Abordé un taxi seguido al suyo que me llevó a una calle muy apartada y sola. Después de abandonar el taxi tomé una distancia prudente para que ella no notara mi persecución. Fue allí cuando me di cuenta que entró a una casa, ella forcejeó la puerta, pero después cuando yo iba a ingresar, me di cuenta que la chapa estaba completamente destrozada, se podía ingresar fácilmente a ese basurero al que insólitamente Lina visitaba de una manera elegante y vivaz. Al ingresar al lugar me encontré con una vista y un olor aterrador, los pasillos estaban casi que saturados por cadáveres de mujeres con sus caras pintadas al azar. Por eso, no logré definir a qué hacían alusión sus rostros. Asustada e invadida de terror, tomé el valor de seguir la travesía por aquella casa en busca de mi hija. A medida que iba caminando noté una división extraña de la casa: en la primera parte, se podían contemplar vestuarios descocidos y sucios. En la segunda, había dos o tres discos dañados que además no tenían portada para identificar su origen musical. En la tercera, no había nada, absolutamente nada. Fue una inmersión tenebrosa y detestable, sentía muchos deseos de llorar, gritar, salir corriendo y pedir ayuda, avisar que ese sitio en realidad era un matadero, la vivienda de un psicópata. Pero cuando llegué a la cuarta división que, hacía también las veces de baño; se derrumbó mi vida al encontrar a mi hija colgada de una cuerda seguida de papeles fotográficos en blanco.

Al encontrar a Lina muerta en aquel rincón, descubrí los enlaces estremecedores que su padre y ella habían compartido: su mano empuñada guardaba la verdad. La bajé, la lloré, me partió el corazón saber que nunca logré proteger a mi única hija de las garras feroces de sus monstruos mentales. En parte la culpa de su desgracia era mía porque yo la había condenado a la vida. Por eso me rechazaba y tal vez creaba una imagen materna en uno de sus personajes ilusorios: hermanos, amigos, amanes, mascotas, en diferentes facetas; Justificando sus vacíos y sufrimientos reprimidos en años de oscuridad. La nota que apretó en sus manos hasta el último momento decía: “me alcanzó tu condena, me ganó la locura, papá.”

HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS

Nombre: Lina María, C.C 10949549…

Antecedentes familiares: bipolaridad.

Diagnosticada con: depresión clínica y esquizofrenia.

Hermanos: NO.

Madre: Ana María Ospina.

Padre fallecido.

Medicamentos: Paroxetina (antidepresivo) Quetiapina (antipsicótico) Olanzapina Ácido valproico (estabilizador estado de ánimo)

Internada en repetidas ocasiones a causa de sus trastornos mentales, en la unidad de psiquiatría.

Causa de muerte: suicidio.

Observaciones: Es notable que, en los genes de la paciente, se desarrolló el de la locura, el estado mental desordenado es una condena y una cadena que siempre se repetirá.

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