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LA MEMORIA BORRADA MI LUCHA CONTRA LA DEPRESIÓN

Juan Francisco Jaramillo

n 2014 tuve un episodio de depresión profunda des

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Eencadenada por algunas dificultades de orden económico y familiar. Tras una ardua y desgastante batalla contra mi entidad prestadora de salud logré acceder a un tratamiento psiquiátrico consistente en el uso de medicamentos antidepresivos como el Prozac y la Sertralina.

Al comienzo del proceso sentí una disminución progresiva de la apatía, cada dosis de los fármacos producía en mí una especie de sensación alucinógena en la que sentía que el cerebro se enfriaba y se derretía como un cubo de hielo, ante ese panorama de felicidad impostada pensé que todo era una ganancia inmediata, pero luego empezaron los problemas. Lo primero que me ocurrió fue perder la capacidad de concentración a largo plazo, eso hizo que por ejemplo me costara trabajo leer un libro, varias veces tenía que devolverme varias páginas para poder hilar con coherencia lo que el autor trataba de decir o sentarme a ver una película era perder el tiempo ya que no recordaba nada de la trama pasados treinta minutos. También experimenté una excesiva sudoración en las manos y una alteración en el apetito, algunas veces tenía un hambre desbordada y en otras me resultaba repugnante el olor de la comida.

Intenté dejar el tratamiento a medio camino creyendo que ya estaba curado y que la depresión era un asunto olvidado pero el psiquiatra me insistió en que no lo hiciera ya que ese es un error común en los tratamientos con medicamentos antidepresivos y es ahí donde viene el llamado “efecto rebote” que consiste en que al abandonar la medicación sin la supervisión médica, el cerebro experimenta una descompensación bioquímica brutal y la depresión se acentúa, lo que puede conllevar a las autolesiones o incluso al suicidio.

La depresión ha sido catalogada como uno de los grandes retos de la salud pública a nivel global y su tratamiento supone un gran problema para los estados y las entidades encargadas ya que sus causas, tratamientos y consecuencias son tan complejas como lo es ese laberinto casi infinito de los surcos cerebrales.

Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo somos alrededor de 300 millones de personas las que padecemos de depresión, para hacerse a una idea de la proporción de esa cifra se puede decir que es casi el 90% de la población total de Estados Unidos, dos veces la población de Rusia o seis veces la población de Colombia. Somos una legión.

Otro efecto que me dejó la medicación fue la alteración de la memoria, quienes me conocen saben que mi memoria es privilegiada, puedo mencionar sin temor a la equivocación fechas históricas, efemérides deportivas, discografías completas y un extenso número de datos. Pero el periodo que duré bajo el tratamiento mi memoria sufrió de una pérdida considerable, así que mis recuerdos del 2014 y parte del 2015 son difusos, borrosos e irrecuperables.

La lucha contra la depresión es una travesía larga, llena de pasajes complicados, con recaídas y pequeñas victorias y que puede durar toda la vida. Aunque mi tratamiento con medicación duró un poco más de un año, aún experimento leves episodios de recaída en los cuales el apoyo de mis familiares y amigos es un gran aliciente. Me he propuesto entenderme con ese monstruo que yace en mi cabeza paro no darle la posibilidad que me devore, así que por ejemplo cuando caigo en un bache depresivo he resuelto que me bañaré antes del mediodía así vaya a pasar el resto de la jornada tirado en la cama sin voluntad para nada más.

Me gusta creer que sanarse y calmar el caos de mi cabeza es difícil pero no imposible.

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