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EL DESFILE DE LOS VENCIDOS
Adolfo Hitler se proclamaba a sí mismo como el líder del anticomunismo en el mundo, frase que el dictador dominicano, Rafel Leónidas Trujillo hizo suya calificándose a sí mismo como “el campeón del anticomunismo en América”.
Por esa postura contra las teorías de igualdad de clases, Hitler era un líder apreciado en Estados Unidos y Europa. Algo que cambió cuando el líder alemán tocó los intereses de las corporaciones americanas y europeas.
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Hitler invadió al menos cinco ciudades importantes de la Unión Soviética entre 1941 y 1944, o de Rusia, como se conocía. Entre ellas, estaban Kiev, la actual capital de Ucrania, Leningrado (hoy conocida como San Petersburgo), Stalingrado (hoy conocida como Volgogrado), Minks (hoy capital de Bielorrusia) y Sebastopol, ciudad portuaria de Crimea.
Hitler bautizó su operación militar para destruir a
Rusia como “Operación Barbarroja”. Soñaba con realizar un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú para demostrarle al mundo occidental que él los había salvado del demonio del comunismo.
Los ataques a Leningrado y Stalingrado fueron los más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial. Dos episodios que la humanidad no debía vivir de nuevo, y que al parecer, a los actuales protagonistas de la guerra de Ucrania, no les preocupa repetir.
El ataque de Hitler a Leningrado dejó más de un millón de víctimas civiles, pero lo grave es que esas víctimas perdieron la vida en la peor forma de morir. La ciudad, que se había resistido a caer, fue rodeada por las tropas alemanas las cuales cortaron todos los suministros para matarlos de hambre. El ataque a Stalingrado por otro lado dejó millones de muertos, en su mayoría civiles.
Hitler estuvo a muy pocas millas de conquistar a Moscú. Entró por Ucrania, como lo hizo Napoleón Bonaparte y como al parecer planea hacerlo la OTAN, en un eventual caso de guerra al establecer bases militares secretas en ese país con armas de todo tipo, incluyendo armas químicas.
El alto mando de Hitler ya tenía sus uniformes de lujo planchados para desfilar sobre Moscú después de derrotar al ejército rojo. Tenía todo el desfile preparado, desde los vehículos que se conducirían por la Plaza Roja, hasta las banderas nazis que ondearían en lo que sería el pasado comunista de Rusia.
Pero todo resultó diferente. Rusia emprendió la operación Bragratión, de la que hablamos en dos ediciones pasadas, sacando a los alemanes de Bielorrusia. Repelió con éxito el ataque a Stalingrado y los civiles y pocos militares que estaban en Leningrado defendieron con sus vidas la ciudad impidiendo el paso del Wehrmacht, que era como se le llamaba al ejército nazi.
En esas batallas los rusos capturaron más de cien mil soldados alemanes, entre ellos decenas de generales, comandantes y oficiales.
El primer ministro ruso, Joseph Stalin, para derribar la moral de Hitler y su ejército y como una burla a las aspiraciones del líder alemán, ordenó un desfile militar en la Plaza, pero no con soldados rusos, sino con los prisioneros alemanes. Así el 17 de julio de 1944, 97 mil prisioneros alemanes encabezados por 11 generales y cientos de oficiales marcharon por la Plaza Roja de Moscú ante los ojos de los moscovitas y el mundo.