Cancionero de prisión

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CANCIONERO DE PRISIÓN

Moment Angular, 93



ALBERTO TUGUES

CANCIONERO DE PRISIÓN Epílogo

Jorge de los Santos Dibujos

Laura Pérez Vernetti

emboscall


Textos: © Alberto Tugues Epilogo: © Jorge de los Santos Ilustración de la portada: © Jorge de los Santos Dibujos: © Laura P. Vernetti Primera edición impresa: March Editor, 2010 Primera edición digital: Emboscall Editorial, marzo de 2014


ÍNDICE LOS CANTOS DE LA NADA AMOROSA

CANCIÓN DE LOS ZAPATOS NUEVOS, ZAPATOS NEGROS HILO DE SANGRE EN LOS LAVABOS PÚBLICOS CUALQUIER COSA VOLVER DOS CLASES DE FLORES EN LO QUE QUEDA DE JARDÍN CANCIÓN DEL DESPERTAR DE LAS PALABRAS

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CANCIONES ESCRITAS EN EL CENTRO PENITENCIARIO, DESPUÉS DEL JUICIO, DONDE PROSIGUE LA CONFUSIÓN DE NOVIOS Y NOVIAS 25 CANCIÓN POR UNA PALABRA DE MENOS 27 LA CANCIÓN DE UN LUNES 29 EL CANTO DE LA NADA AMOROSA 32 CANCIÓN PARA UN CASO PERDIDO 34 PARADO EN LA ACERA 36 GERANIOS BLANCOS EN EL MURO 38 VIEJO SMOKING ABANDONADO EN LA PLAZA DE LAS PALMERAS 38

OTROS TEXTOS DEL NOVIO PRESIDIARIO, DESCUBIERTOS POR SUS COMPAÑEROS DE CELDA 43 AMOR DEVUELTO EN EL URINARIO BURLA DE AMOR CANCIÓN CALLEJERA CANCIÓN DE BODA CON LA PUNTA DE LA LENGUA REQUIEBROS DE MUERTE

I CON UNA FLOR EN EL CUERPO II BALADA, OTRA FORMA DE DECIRLO

UN CUENTO DE BARRIO EL CORAZÓN PIDE SEPULTURA LA PIEL SUAVE BODAS DE MUERTE DICEN QUE AQUEL AMOR LE OCUPÓ HASTA LA MUERTE ALGO VIDA FALSA DE ENAMORADO

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ÚLTIMOS TEXTOS QUE EL AUTOR ENTREGÓ A OTROS PRESOS QUE TRABAJABAN EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE LA CÁRCEL 63 PENSANDO EN TI SIN NOMBRE EL BÁLSAMO LO MEJOR

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NO SE HA PODIDO COMPROBAR QUE LOS TEXTOS SIGUIENTES FUERAN ESCRITOS POR EL AUTOR DEL CANCIONERO. SE SOSPECHA QUE PODRÍAN SER OBRA DE SU COMPAÑERO ITALIANO DE CELDA, EL MISMO QUE HACÍA CARICATURAS DE DANTE Y PETRARCA 69

PUTA ENAMORADA 71 FORMAS DE MUERTE 72 LA CONFESIÓN 74 COPIADO DE UN LIBRO PRESTADO, JUSTINE, DE UN AUTOR LLAMADO LAWRENCE DURRELL 76 NO SÉ LO QUE ME FALTA 77 UN DULCE SABOR A VENENO 78 UN QUERER SOLITARIO 79 UN QUERER QUE NO SE ACABA CON LA MUERTE 80 DICIENDO EL DESGARRO 81 EL PRESO ENAMORADO EMPEORA SU MAL, Y LO ESCRIBE EN LA CÁRCEL 82 DICEN QUE NO ERA UN SUEÑO 83 LA CALLE DONDE TE PERDÍ 85 PARA SER QUEMADO EN EL FULGOR DE LA NOCHE 87 HISTORIA DE UN AMOR, CONTADA POR UN COMPAÑERO DE CELDA EN EL PATIO DE LA CÁRCEL 89 DOS TEXTOS HALLADOS DENTRO DE UN SOBRE CON LA DIRECCIÓN DE UNA PERSONA DESCONOCIDA 90 I EL CRPTOGRAMA DE UNA FLOR II EXPERIMENTO DE LA FLOR

CANCIÓN FINAL INACABADA

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LEYENDAS DE LOS CORAZONES ROBADOS EN LA PLAZA DE LAS PALMERAS 93 EL CORAZÓN DEL BOSQUE PROHIBIDO CUENTO DE INVIERNO I II NOCHES BLANCAS III CARTA A LA NIÑA DE LA PLAZA REAL

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100 102 104

EL ASOMBROSO CASO DE LOS NIÑOS ENAMORADOS 107 LEYENDA DE BARRIO 109 EL CUENTO INACABADO 112 EL CUENTO ACABADO 114 LA NIÑA ENAMORADA QUE FUE ABANDONADA EN LA PLAZA DE LAS PALMERAS 116 TERCER MODO DE AMOR 120 UN BELLO GESTO 125 CON UNA FLOR EN EL CUERPO 127 LOS TRABAJOS DE LA PUREZA 128

EPÍLOGO

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DEDICATORIA

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TRAGEDIA (O COMEDIA) EN 97 LÍNEAS (MÁS O MENOS), CON TEORÍA, PLANCHADORA Y LUCIÉRNAGA, por Jorge de los Santos 133



CANCIONERO DE PRISIÓN (Letras de canciones escritas por el llamado “Novio de los urinarios”, declarado culpable del asesinato de dos amantes en los lavabos públicos del “Mercado de la Boquería”. Reproducimos en nuestra edición, anotada, el texto original impreso en los talleres tipográficos de un Centro Penitenciario, titulado Los cantos de la nada amorosa)



*Tengo leña de encina, y, bajo la ceniza, el fuego constante: por tu mano me dejaría quemar el alma y este único ojo, que es lo que más quiero. TEÓCRITO DE SIRACUSA, Idilio, XI

Por ello, mis señoras, aun queriéndolo, no sabría deciros quién soy yo, tanto se me hace amarga la vida. DANTE, Vita Nuova, cap. XXXI

* Un preso italiano, compañero de celda del Novio, dibujó al cíclope, Polifemo, junto a los retratos de Beatriz y Dante, y colgó el dibujo en la pared. Este dibujo ha desaparecido, pero hemos seleccionado unos fragmentos poéticos que lo substituyen. (Nota del Editor).



LOS CANTOS DE LA NADA AMOROSA (Canciones escritas durante la prisi贸n preventiva, antes de que el acusado fuera juzgado y condenado, y en las cuales se adivina su afici贸n a mezclar historias amorosas de vivos y muertos)



CANCIÓN DE LOS ZAPATOS NUEVOS, ZAPATOS NEGROS Con zapatos nuevos con zapatos negros abiertos vida nueva rozará la piel de tus pies aire fresco de caminante te llevará por mares y bosques zapatos nuevos que dejarán atrás hojas marchitas de palmera zapatos negros abiertos avanzarán por la luz de otros días otro mar otro bosque otras flores en el camino rozarán tus pasos tus zapatos nuevos negros abiertos andarán y andarán entre el mar y la tierra cubriéndose de pétalos blancos y amarillos dejando atrás un ramo dos ramos marchitos en el suelo pisoteados deshechos levantados por un golpe de viento del que se alejan unos zapatos negros unos zapatos nuevos que vuelven a andar por las calles donde predomina el fulgor el dominio de la luz zapatos nuevos lucientes que doblan una esquina como una estrella errante una estrella con luz propia que atraviesa deja atrás un muro de sombras agrietado por el frío por los sonidos de la noche por la falta de flor zapatos nuevos abiertos zapatos negros yendo al otro lado de la tristeza donde dicen que nunca se acaban las flores que rozan la piel de los pies que avanzan con sus zapatos abiertos nuevos con sus zapatos negros que se dirigen al lugar donde no falta la flor.

(Nota del editor. Respetamos la rara sintaxis y la falta de puntuación del autor).

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HILO DE SANGRE EN LOS LAVABOS PÚBLICOS Hoy esta tarde un hilo de sangre en un rincón un hilo cortado abandonado en los lavabos públicos del Mercado de la Boquería. Hoy esta tarde un hilo de sangre ¿de quièn? ¿de un hombre, de una mujer, de quién? de un niño no aún no, un hilo de sangre de amor no de amor, un hilo de sangre ¿del corazón? no ¿del sexo? no, un hilo de sangre de la vida sólo de la vida manchando pintando señalando el rincón del lavabo público mientras la muchacha dominicana limpia las manchas los despojos y me dice que esto ya no hay quien lo soporte en la mirada ya no quiere mirar más pero debe limpiar esconder los hilos de sangre que dejamos en los rincones del lavabo público en el suelo húmedo del rincón donde desaparecen todas las palabras y sólo queda un hilo de sangre bajo la mirada de la muchacha dominicana que no quiere ya mirar más mientras limpia con agua jabón y lejía la sangre de los otros que se va perdiendo por los rincones de los lavabos públicos. Hoy esta tarde esta noche vuelvo a casa con el recuerdo de este hilo de sangre que se me lía enmarañado en la parte más baja del corazón. Pero una noche fue la última vez, la última vez que te vi al lado de otro hombre en unos lavabos, en un urinario público, sí, fue entonces cuando me miraste por última vez mientras te desangrabas al lado de otro hombre, mientras os desangrabais los dos delante de mí, pero no fui yo quien derramó vuestra sangre, quien mató vuestro amor sobre las baldosas blancas, no fui yo.

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CUALQUIER COSA Consiento mi perdición, si callas tu crueldad. (Escrito en un muro del patio de la cárcel)

Cualquier cosa tuya me basta. Cualquier cosa que te sobre y me des, será suficiente. Dame lo que quieras, dame también lo que no quieras, la cosa más pequeña que venga de ti, lo que te sobre, lo que nadie quiera, lo que tú no quieras, nada, cualquier cosa, lo que sea, cualquier cosa que venga de ti me basta. Dame lo que te sobre, dame lo que nadie quiera, y para mí será suficiente, me bastará eso tuyo que nadie ni tú quieres. Con mi pañuelo recogeré lo que nadie quiere de ti, y luego me iré, otra vez solo, calle abajo, guardándote en mi alma, guardando lo que nadie quiere de ti. Y no te escupiré en los ojos ni en el corazón, como te hizo aquel novio, falso cantante de salones y burdeles.

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VOLVER Volver doblar la misma esquina desconchada húmeda entrar al bar donde la conociste es como volver a perderla aquel día aquella noche un perro aullando su abandono pasó por mi lado su aullido mientras ella salía del bar y te iba abandonando a cada paso a cada paso te abandonaba un poco más hasta desaparecer de tu vista hasta desaparecer del barrio más allá del perro y su aullido más allá de ti cada vez más lejos como ahora cuando regresas al bar donde ella un día dijo tu nombre y otro día se fue para no volver a esta esquina a este bar al que siempre vuelves para verla otra vez salir como aquel día como aquella noche en que la perdiste para siempre.

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DOS CLASES DE FLORES EN LO QUE QUEDA DE JARDÍN ¿Quién es ella? ¿Quién es él? se dijo mientras desaparecía calle abajo preguntándose otra vez ¿algún día podré llegar a saber quién es ella, quién es él? Ella cultiva un amor muerto lo cultiva en lo que le queda de corazón así lo revive lo siente vuelve a vivirlo cultivando lo muerto día a día viviéndolo de su muerte en lo que le queda de jardín como flores vivas de amor muerto. Él cultiva un amor vivo pero lo cultiva para dejar de sentirlo para matarlo lo cultiva lo vive para no vivirlo dejar de sentirlo en lo que le queda de corazón ir viviéndolo así mientras lo va matando para dejar de sentirlo y desembarazarse de su vivir y sepultarlo en lo que le queda de jardín como flores muertas de amor vivo. ¿Coincidirán algún día estas dos clases de flores en lo que queda de jardín? se volvía a preguntar mientras se alejaba calle abajo por donde no hay jardines y falta siempre la flor. Aquella misma noche lo habían trasladado de la enfermería de la cárcel al hospital, en donde dicen que murió a solas en la habitación, sin familia, musitando palabras de amor, esperando todavía a que se abriera la puerta y apareciera ella para amarlo, en el último y supremo instante. “Mal de ojo, delirios de otro colega maldito”, como dijo uno de la cuarta galería.

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Algunas letras de canciones van acompa単adas de cromos como los de esta imagen.

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CANCIÓN DEL DESPERTAR DE LAS PALABRAS Ausencia en todo siento: Ausencia. Ausencia. Ausencia. (Copiado del “Cancionero” de Miguel Hernández, comprado de segunda mano) Fue al despertar. Como un desprendimiento. Tenía las palabras contadas, pero al despertar sintió que le faltaban algunas. Le faltaban palabras. Se levantó de la cama, buscó, acechó por los rincones, y sí, comprobó que le faltaban palabras. Corazón muerto. Fue aquel día, al despertar. Como una ausencia fría en las manos. A lo largo del tiempo, había ido contando las palabras, una a una, como si las numerara en el corazón. Contaba su número, para luego contarlas mejor al oído de la noche. Las contaba, numerándolas, y las contaba, diciéndolas. Pero ahora, al despertar, tenía el corazón muerto y le faltaban algunas palabras. Es desde aquel despertar que le faltan palabras. Desde aquel día en que, al volver a casa, todas las puertas estaban cerradas. En el barrio todo el mundo había cerrado ya, excepto un bar desde cuya puerta abierta la pudo ver bebiendo en la barra. Entró, habló con ella y le dedicó palabras amorosas, las mismas que ahora encuentra a faltar cada mañana, cuando despierta aquí, en la celda. Otro día. Otra pesadilla, otra mala jugada en la sombra.

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Ins贸lita imagen insertada, referente a una visi贸n de Ramon Llull.

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CANCIONES ESCRITAS EN EL CENTRO PENITENCIARIO, DESPUÉS DEL JUICIO, DONDE PROSIGUE LA CONFUSIÓN DE NOVIOS Y NOVIAS



CANCIÓN POR UNA PALABRA DE MENOS Esta otra historia ocurrió por una palabra de menos. Fue por una palabra de menos. De entre los dedos le caían gotas de sangre. Pero lo que realmente le mató, lo que le desangró de verdad, fue una palabra de menos, una palabra que no se dijo. Ahora bien, ¿se hubiera podido llegar a decir esa palabra? ¿Adivinarla? Y además, ¿esa palabra, de haberla adivinado alguien, tenía que ser dicha simplemente por cualquiera, o bien debía pronunciarla alguien determinado? ¿Quizá, pues, se trataría de una palabra de menos, de una palabra no dicha por quien hubiera debido decirla? Pero las cosas del amor y la muerte nunca se pueden resolver después, pasado el tiempo, y será mejor por tanto no darle más vueltas a lo sucedido. Y acostarse lo mejor posible en el lecho de esta oscura celda, donde las pulgas aún habitan y el olvido no es posible.

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LA CANCIÓN DE UN LUNES I No quería que nadie le viera volver. Solo, sin que nadie le esperase, podría matarse mejor en las raíces, en los bajos de aquel amor. Quería estar solo, pues, para matarse. Para matarse mejor en aquel amor, en aquel veneno, como si fuera una rata solitaria. II Se mataría un lunes. Un lunes de octubre. Lo había decidido. Después de un domingo, estaría bien matarse en lunes. Así ya no tendría que ver ni las luces ni la noche del martes. Matarse en lunes, un lunes, era el tiempo marcado, el tiempo necesario para salir de aquel dolor, de aquel amor. Alguien le había dicho que algunos se matan para más vida, para sentir más. Pero él no quería ni oírlo, ya no estaba dispuesto a escuchar esas frases. No quería ni oírlo. Derramaría su vida en la muerte. No quería vivir otro día, después del lunes. Él se mataría un lunes para vivir menos, para no sentir. Se mataría, pues, un lunes, ya lo había decidido, se mataría un lunes simplemente para dejar de vivir. (Pero aún está aquí, escribiendo letras de canciones, en prosa, nunca en verso, alterando los recuerdos, encerrado, preso entre cuatro paredes grises, recortando figuras de árboles y mujeres, disolviendo con pastillas el veneno que le han pasado.)

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驴Portada de un libro de la Biblioteca de la prisi贸n?

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EL CANTO DE LA NADA AMOROSA

(Imaginando él mismo la repercusión de su muerte) Ahora le daba por decir a sus amigos que quería ser una nada amorosa. Y luego, ante el pasmo general, ya lo explicaba mejor: como no era amado en vida, se había informado bien con algunos vecinos místicos y le habían sugerido que no había más solución que la nada amorosa. No siendo nada en esta vida, ni amante ni ser amado, le proponían ahora la ventaja de ser reconocido, mediante la muerte, como nada amorosa. Es decir, muriéndose y siendo recordado y reconocido como tal, como nada amorosa, también había muchas probabilidades de que luego fuera amado desde la vida por una de sus amigas. Un amor a larga distancia, es verdad, demasiado tardío e incorpóreo, pero mejor, añadían sus consejeros, ser una nada amorosa que un simple amigo muerto. Entonces, él se puso a calcular bien las distancias y el tiempo necesario, el tiempo más favorable para que su amiga se emocionara con la muerte, con su muerte, y se enamorara de su nada amorosa, de su corazón aunque muerto. Se mataría el día señalado, el día que, según sus cálculos, podía influir más en el ánimo de la amiga. Así pues, lo dedujo a conciencia, se mataría el segundo lunes del próximo mes de octubre. Todo le salió a la perfección y murió absolutamente solo, pero con la esperanza de ser acompañado poco después, cuando su pobre vida ya fuera una nada amorosa en el cementerio. Pero se había olvidado de calcular lo más importante: el corazón de su amiga ya estaba ocupado, pero no por otra nada amorosa, sino por un ser amado de largas y poderosas manos, y que no eran precisamente las de él, pobre muerto de amor.

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Descanse en paz nuestro amigo sentimental, iluso, pobre diablo, su nada amorosa, dirán después algunos vecinos mientras lean su “Epitafio”, copiado de un libro:

Señora mía, si de vos ausente en esta vida duro y no me muero, es porque como y duermo y nada espero, ni pleitante soy ni pretendiente . LOPE DE VEGA, Sentimientos de ausencia

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CANCIÓN PARA UN CASO PERDIDO ¿Era él, pues, un caso perdido desde que nació? ¿Un caso fatal de perdición? O, tal vez, ¿un caso malogrado y perdido por culpa de un asunto de amor?, le preguntaban algunos. Ni una cosa ni la otra, les respondía. Era sólo un caso perdido. No se trataba ahora de un nuevo fracaso amoroso, ni de uno de esos fracasos de siempre que le acompañaban desde la infancia. Ahora era otra cosa. Cierto que muchas veces se había visto en peores circunstancias, muchas veces, ya lo recordaban. Entonces sí que había sido un caso vulgar, un caso perdido de amor. Esto de ahora es otra cosa, les decía. Ahora es un caso perdido, solamente un caso perdido, sin más. Lo que se dice un caso perdido en estado puro. Y además encarcelado. Esto es, era un caso perdido, un puro caso perdido soñando que daba vueltas y vueltas por la calle, esperando en vano una revelación. Y ahora, encarcelado, embelleciendo recuerdos, la miseria en que le dejaron.

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PARADO EN LA ACERA Después sucedió después de andar extraviado mucho tiempo cruzando calles húmedas y oscuras fue así como la vio acercarse al lugar solitario al rincón de una plaza donde él estaba fue allí donde hablaron se quisieron y después se callaron cada uno calló de un modo distinto pero ya no volvieron a verse habían hablado se habían querido y habían callado, por eso ahora está ahí casi siempre sentado al borde del camino en la acera de una calle, sin levantar la cabeza ni mirar a los lados. Cabeza agachada inclinándose al vacío donde no hay luz donde no hay flor. Abatido por el ruido de las calles abatido en la humedad de la calles por la falta de luz por la falta de flor ahora está ahí sin mirar ni alzar la cabeza sentado al borde del camino en la acera de la calle húmeda y oscura. Abatido al faltarle la luz, abatido al faltarle la flor.

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GERANIOS BLANCOS EN EL MURO He aprendido a construir un castillo donde las paredes no son frías. AMANDA, Mi sueño Es aquí en este muro de la plaza de las palmeras donde te vuelven a querer escrito en este muro tienes lo que te ha faltado todo el amor que no te han querido en este muro míralo escrito no preguntes quién te quiere y déjate querer así en el silencio en el anonimato de un muro donde dicen que te quieren más de lo que no te han querido así está escrito entre las grietas del muro así está declarado con letras un poco borrosas pero cuya humedad puedes leer aún así está dicho caligrafiado en el yeso entre las grietas donde todo amor es posible incluso en la falta de flor en el dominio de la muerte que se vuelve latido porque está escrito en la pared en el muro de la plaza de las palmeras donde todo querer puede ser declarado entre las grietas trazando un simple signo en el yeso húmedo que abolirá cualquier designio de muerte cualquier ausencia después de la lluvia en las grietas del muro donde florecerán geranios blancos para la desconocida. (Nota del Editor. Amanda, diseñador de vestidos de muñeca, se trata de un personaje real que estuvo recluido en el Centro Penitenciario de Hombres, de Barcelona, “La Modelo”, y que murió de sida en el Hospital Clínico de la misma ciudad. Su poema, “Mi sueño”, fue publicado en el libro “Grafías”, una antología de textos y dibujos preparada por la monitora de encuadernación, y editada por los mismos presos en los Talleres Tipográficos de “La Modelo”. Juan Ramón Masoliver publicó una reseña de este libro en su sección “Letras sobre las letras”, del periódico “La Vanguardia” (15.12.1989), de la que reproducimos las siguientes frases: “Tiempo de cemento ciego, / sólo has pasado por los sueños. Así concluye el breve poema que firma Arturo, sin más, uno de los ocho poetas -en castellano o en catalán- que con ilustraciones de otros cuatro compañeros dan contenido a la muy airosa “plaquette”, y no venal, “Grafías” editada en el Centro Penitenciario de Hombres, de Barcelona, vulgo “La Modelo”, la no menos traída y llevada cárcel de la calle de Entenza, y sus talleres; y como sazonado fruto de un curso de encuadernación allá impartido por la monitora J. Xifré(...) Para este bello y entrañable trabajo de artesanía, los poemas e ilustraciones han contado con la eficaz y cálida colaboración de otra docena de artesanos de dichos talleres.”)

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Grabado del pintor M. Sรกnchez-Menรกn.

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VIEJO SMOKING ABANDONADO EN LA PLAZA DE LAS PALMERAS Como viejo smoking abandonado arrojado al suelo en la plaza de las palmeras así se sentía él cada noche al quererla cuando volvía a la plaza así se sentía desde que ella se fue aquella noche entonces dijo lo siguiente te quiero lo dijo entonces varias veces aunque no me quieras lo dijo así te quiero cuando estás cuando no estás pienso en ti y te veo aunque no estés palpo tu piel tu abandono tu mirada en el agua de la plaza de las palmeras veo tu figura en la pared en la calle en el vacío tus ojos cerrados tus ojos abiertos soy capaz de cualquier bajeza por ti para tocarte el corazón para olerte la sangre el pensamiento haré cualquier cosa menos dejar de quererte no olvidarte aunque no me quieras soy capaz de cualquier bajeza dolor de quererte dijo entonces te quiero haré a gusto cualquier cosa el día que me quieras pero hasta ese día cualquier muerte me va bien ya lo sabes dolor de olvidarte y volver a quererte así dispuesto a cualquier bajeza por amor voy gastándome entre una y otra habitación en otro bar imágenes desconocidas que me alejan de ti pero al volver a la calle a la plaza del agua a la plaza de las palmeras te veo entera en mi pensamiento capaz por amor de cualquier bajeza dijo entonces al final esta declaración lástima que no estés por mí lástima que estés todo el tiempo ocupada todo el tiempo con otro amor pero un día espero tener lo que sobre del agua lo que nadie quiera de ti los despojos un trozo reseco de corazón cualquier cosa ya te lo decía capaz de cualquier bajeza por amor en la plaza de las palmeras en la plaza del agua donde todo ocurrió donde todas las noches son tristes desde que te fuiste pisando una sombra los andrajos de un traje de etiqueta los andrajos.

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De una colección popular de poesía, de la Biblioteca de la prisión.

(Nota erudita del editor. Ignoramos si el pobre muchacho había leído este fragmento de “El oficio de vivir”, de Cesare Pavese: “No nos matamos por el amor de una mujer; nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada”.)

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OTROS TEXTOS DEL NOVIO PRESIDIARIO, DESCUBIERTOS POR SUS COMPAÑEROS DE CELDA


Un cartel colgado en su celda.


AMOR DEVUELTO EN EL URINARIO Desolado y asqueado, dice, en el lavabo en el urinario público donde recuerdo, dice, pétalos de clavel pisoteados mojados, ir de una calle a otra dos más una tres ir de un bar a otro buscando a alguien a una desconocida un espectro subir a una habitación donde ya no podré verte sombra esquiva desdeñosa pero que ya no repudiarás mis manos tú que ahora te manosean otras manos te arrancaré y morirás dentro de la piel de esta desconocida otro cuerpo desnudo que fingirá el amor que no me tienes, dice, dos más uno tres pero no nos besaremos una puta que hará de ti muertos en la cama helada con todo mi amor muerto con todo el amor muerto que me has devuelto cada vez más lejos en este urinario público donde recuerdo mal y devuelvo asqueado el amor muerto que siento dos más uno tres, dice, mientras vomita.

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BURLA DE AMOR Vull ser llençat com una escombraria del palau al carrer. JACINT VERDAGUER, Sum vermis (Copiado de una “Hoja dominical” de la capilla de la cárcel)

Aunque me mates al no quererme, en mi corazón muerto habrá siempre restos de ti. Y los gusanos y las hormigas, al celebrar su festín y devorarnos, nos unirán en una nueva y larga vida. Vida de insecto. Así nuestro amor será inmortal, pues viviremos de un insecto a otro, y en la muerte seremos felices, aunque no me quieras y me mates el corazón. Eres como un insecto que me devora el corazón herido. No me quieres, pero te gusta chuparme la sangre, la poca sangre de insecto que me queda, la sangre que derramo entre estas paredes y rejas. Eres una pulga que viene hasta aquí, arrastrándose por las aceras, a chupar la sangre de otra pulga. Así nos amaremos como dos insectos.

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CANCIÓN CALLEJERA Por un sentimiento de más, perdí la vida. Por un sentimiento de más, dije un nombre sin decirlo, y, en el silencio, perdí la vida, gané la muerte. Por un sentimiento de más, me quedé en la noche sin corazón, me quedé en el silencio de un nombre que no dije, y te perdí sin haberte tenido. Es por eso que perdí la vida, gané la muerte. Por un sentimiento de más, mientras te alejabas con otro cliente.

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Uno de sus discos preferidos, segĂşn dice su amigo, el cuentista.

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CANCIÓN DE BODA (Epitalamio) Amor no conocido, ¿y por qué me dejas? ÁNGELA DE FOLIGNO, Memorial

Hoy, esta noche, escribo una canción de boda para ti, para el día que vuelvas a casarte. Dice así: En un sueño, dedos amorosos abren las ramas frondosas de su vida, la escarcha encendida de su cuerpo. Es un sueño, y los dedos son anónimos. Esos dedos, en el sueño, ¿alcanzarán la lágrima, el corazón, la piel más desnuda de las entrañas? Ella fue amada y abandonada. Desde entonces, su vida solitaria se ha rodeado de flores. Teme ser amada, teme volver a amar. Pero en su casa hay cada vez más flores, por rincones y ventanas, encima y debajo de los muebles, al lado de la cama, detrás de las puertas. Toda la casa perfumada. Un vacío lleno de flores. ¿Un día, volverá a amar? ¿Se abrirán todas las flores, una noche, al fluido suave y misterioso que viene de otra ventana, de un callejón? Pero ella no dice nada, calla. Es medianoche, ahora ella duerme, ahora ella sueña. Sueña que unos dedos anónimos le llegan hasta el corazón. El cáliz de una flor se inclina sobre la cama, se tiende al lado de ella, que sueña. El cáliz de la flor y ella, esperan, callan y se abren, ambas, en la soledad de la noche, entre las sábanas blancas perfumadas con piel de limón. Ella no dice nada, calla, pero su piel y el cáliz de la flor han respondido abriéndose al fluido suave que venía de otra ventana, de otra calle. Pero, al despertar, al regresar de su sueño, cuando ella se vista y deposite la flor derramada en el jarrón, ¿volverá a amar? (Espero que no seas feliz, me digo, mientras hojeo una revista del corazón, con manchas de aceite reseco pegando las páginas interiores).

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CON LA PUNTA DE LA LENGUA Con la punta de la lengua. Así lo hizo, con la punta de la lengua -esto me dijo aquel día, en un bar, antes de enmudecer y cambiar de barrio. Buscaba su nombre, el de ella, con la punta de la legua, pero no lo encontraba. En la calle, no estaba. En el sueño lo buscaba, con la punta de la lengua. Tampoco estaba. El nombre se le escapaba. Ni con la punta de la lengua podía hallarla. Toda ella, todo su nombre huía fugitivo y se le escapaba de la punta de la lengua. Toda ella. Todo su nombre, huidizo, se le escapaba. De la punta de la lengua. Y fue así, buscándola, como se quedó un día sin habla, muertas las palabras en la punta fría de la lengua.

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REQUIEBROS DE MUERTE Busco tu amor por las esquinas del barrio. Por las calles más oscuras, te busco para matarme. Te busco para que me mates. Tu ausencia no me ha matado bastante, y ahora te busco por calles perdidas para que tu desamor me mate hasta morir de muerte y no de amor. Me rozo por las paredes hasta pelarme el alma, ansioso por encontrarte en una esquina, con tu voz dispuesta a matarme. Te busco no para amarte, sino para que tu desamor me mate lo bastante para dejar de morir amándote. Y pueda morir al fin de muerte, amándote, en el lecho de esta celda donde me gustaría no volver a despertar, como un idiota cualquiera.

De una colección de tebeos de una prima hermana del recluso.

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I CON UNA FLOR EN EL CUERPO Érase una vez un niño que nació con una flor dentro del cuerpo, que le había crecido entre las dos costillas del lado derecho. La flor, del color de la carne, se marchitaba en otoño y volvía a florecer en primavera, la misma flor, el mismo tallo, pero con pétalos y aroma nuevos. Ningún médico, ningún curandero supo dar explicación al fenómeno de la flor. Y así el niño y la flor fueron creciendo juntos, con otros niños. Hasta que un día conoció a otra niña, jugó con ella por calles y plazas, él se enamoró de la niña, la niña se enamoró de otro niño, y la flor, aquel mismo otoño, se marchitó de otra manera, como si muriera de tristeza. Y ya no volvió a florecer entre las dos costillas del niño, ya no volvió aquel aroma al lado derecho de su cuerpo. II BALADA, OTRA FORMA DE DECIRLO Merodeando por las calles vacías. Regresas a casa. Ya es de noche. Tocas una pared, el frío en tu mano, derritiéndose. En el lecho, arrugas blancas, las alisas. La blancura del frío en las manos, derritiéndose.

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UN CUENTO DE BARRIO Érase una vez un basurero que recogía sólo, sólo, cartas abandonadas, sin abrir. Pero un día abrió uno de los sobres, y fue tanta la alegría, que se olvidó de recoger el resto de la basura, unas ciento veinte cartas más, abandonadas en la calle. Dicen que ésta fue la causa de que un vecino, al regresar a su casa, tropezara con el montón de cartas sin abrir y se le incrustara una en el corazón. Y explican que la herida mortal se la hizo con la punta de alambre fino que escondía el sobre, y que al intentar abrirlo más, toda la calle se inundó de sangre. Lo que no saben es qué contenía el primer sobre, el que provocó la alegría del basurero y su descuido.

Sin duda, felicitación irónica del recluso a la presunta novia.

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EL CORAZÓN PIDE SEPULTURA E de parlar no tendré lengua esquiva. AUSIAS MARCH, Cançoner, XLVII (Verso que leyó la monitora de encuadernación en una de sus clases a los presos) Por estar enamorado del amor que nunca me darás, tengo el corazón herido y tan hundido bajo ti, que ni siquiera las putas pueden enterrarlo. Mátame ya del todo con el filo de tu olvido, mátame ya con ese olvido que tan bien has clavado en mi corazón, pero sin matarme. Prueba otra vez y clávalo hasta matarme. Y deja que las putas de la noche vayan chupando restos de ese corazón muerto, y pueda enterrarlo en el suelo de las bodegas más frías, en los agujeros de las celdas más oscuras, y más pura brille la blancura de mi esqueleto.

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LA PIEL SUAVE ¿Me dejarás tocarte? ¿Me dejarás tocarte el corazón, el alma? Lo que a nadie le importa, ¿me dejarás tocártelo? ¿El corazón, el alma, cuando no tengas a nadie a tu lado, una noche, podré tocártelos? ¿Me dejarás que pueda tocarte lo que nadie quiere tocarte, el alma, el corazón? ¿Me dejarás tocarte? No estoy pidiendo que me dejes tocar tu vida, la vida que otros te han tocado, sino tu muerte, el alma, tu corazón arrancado. Te estoy pidiendo que me dejes tocar cualquier cosa, tu sangre, tu muerte. Todos pueden tocarte, menos yo, aquí, encarcelado. Todos pueden tocarte cualquier cosa.

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BODAS DE MUERTE Cuando estés muerta y nadie te quiera, ¿me dejarás enamorarme de tu cuerpo despojado, me dejarás amarte? El día que me quieras, el día que estés muerta y me quieras, celebraremos nuestra fiesta de bodas en la casa que construí para ti, hace tiempo, en la casa que iluminé para el día que estuvieras muerta y al fin me quisieras. Pero esta cárcel me matará antes a mí, y tú subirás a una habitación de alquiler con tu nuevo amante..., no te acordarás de mis canciones..., y mi nombre será mucho menos que nada. Y el tuyo también, si nadie lo canta.

Escrito seguramente después de escuchar este disco de rancheras.

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DICEN QUE AQUEL AMOR LE OCUPÓ HASTA LA MUERTE Andaba por las calles vestido con andrajos, andrajos de amor, decía él. Y al anochecer, en un rincón cualquiera, escupía sangre, sangre envuelta con el nombre de ella. “Vestido de ti”, decía. “Vestido de lo poco que tengo de ti, con andrajos, escupo el nombre, tu nombre envuelto en sangre.” “Quien lo escupe, no eres tú, aunque lo escupido venga de ti y lleve tu nombre. La sangre, es mía.”

De otra colección popular de poesía.

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ALGO “Recibe ahora también la bebida de mi sangre”. OVIDIO, Metamorfosis, IV (De un viejo libro que siempre leía el sacerdote de la prisión) Si ya no tienes corazón que te sobre; si ya nada de amor te sobra para darme..., una mañana, cuando despiertes, cuando te levantes, guárdame algo de ti, algo de lo que, encerrada en el lavabo, rechazas y desechas hacia abajo, para nosotros, los de abajo. Guárdamelo. Te prometo –palabra de novio despreciado– que no seré menos que una rata, y sabré valorar con amor aquello que de tu cuerpo has desechado. Guárdame algo, el ratón que hay en mí sabrá apreciar lo que le ofreces a cambio de nada, desprendida, indiferente. Guárdamelo, pues algo habrá de ti, de tu alma, un resto de amor arrojado.

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VIDA FALSA DE ENAMORADO Ya no sé qué decir de este amor, del amor que no me tienen. Ya no sé qué decir. ¿Qué más podría decir para demostrar mi amor a quien no me ama? Para que, la que no me ama, me dé lo que nadie quiere de ella, no sé qué más podría decir. No sé qué más. Sus lágrimas, los gargajos de su boca, ¿quién los pretende? Todo lo que su cuerpo repele, ¿podrá ser algún día objeto de amor, entrega correspondida a ese amor mediante los más dulces gargajos de su boca? Quien en mí no vea a un enamorado, sino a un corrompido amante, no sabe lo que es amar a quien nunca te corresponderá. Amar a quien ni siquiera deja amarse en los despojos. Vida falsa, sí, vida puerca de enamorado.

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ÚLTIMOS TEXTOS QUE EL AUTOR ENTREGÓ A OTROS PRESOS QUE TRABAJABAN EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE LA CÁRCEL Sin lengua ni ojos veo y voy gritando; auxilio pido, y en morir me empeño; me odio a mí mismo y alguien me enamora. PETRARCA, Cancionero



PENSANDO EN TI No quiero dejar de pensar en ti. Aunque esto me mate, no dejaré de pensar en ti, en lo mucho que no me has querido. Pues sólo así, pensando en ti, en lo mucho que no me has querido, en lo mucho que no me quieres, puedo continuar viviendo, amándote, muriéndome pensando en ti. Ya sé, no me lo digas, ya se que es otro quien te espera de noche, en el portal. Y ya sabes que es otra, una novia alquilada, quien me espera en una esquina. Una puta, tienes razón. Pero no todos podemos esperar a quien amamos.

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SIN NOMBRE Éste es un querer que aún no tiene nombre, un querer que se va haciendo. Al quererte, va formándolo, va dando nombre a ese querer, queriendo. No se sabe aún cómo llamarlo, pero está ahí, como queriendo sin querer. Está ahí, sin nombre aún. Así es como te quiero, con un amor que no es todo el querer. Es un querer que se irá haciendo al quererte. No es aún el verdadero amor con el que te querré, es un amor que se irá haciendo queriéndote. Te quiero, pues, no sólo con un querer. Queriéndote, pero sin nombre, te quiero con todo el querer que se va haciendo. Sin nombre. Y aunque no me quieras, el desamor no será tanto, ni mi querer sin nombre dejará de quererte. Pero no me dejes así, abandonado en medio de la calle, entre las novias alquiladas, novias que luego, en un bar cualquiera, harán ver que me quieren y me llevarán a celebrar una boda en la capilla de luces rojas que frecuentabas.

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EL BÁLSAMO Estaba herido, anduvo unos pasos más y se acercó a ella, una conocida que pasaba por la calle, y le pidió un poco de bálsamo. Le dijo que no podía: el que le quedaba lo tenía reseco, muy escondido y frío, encerrado en un cofre. Él siguió andando y se encontró con otra mujer, una desconocida, que le ofreció un poco de bálsamo. Pero este bálsamo, al penetrar en su herida, le hizo más daño, le infectó el cuerpo y el alma, y murió. El otro, el bálsamo de la conocida, aquel bálsamo reseco y frío, encerrado en un cofre, tan escondido que no pudo entrar en su herida, fue ofrecido al cabo de unos días a otro caminante, un mal sujeto, que no lo necesitaba ni estaba realmente herido. Dicen, quienes lo saben, que el bálsamo de la desconocida estaba en malas condiciones y había sido usado demasiadas veces con otros heridos, con resultado de muerte. Dicen, quienes lo saben, que el bálsamo de la conocida no estaba ni reseco ni frío; dicen, quienes lo saben, que el bálsamo tampoco estaba escondido ni encerrado en ningún cofre. Y que ahora la conocida es feliz en otro barrio, curando las heridas falsas de un mal sujeto. Por eso aconsejan en el barrio que, cuando vayas herido, no pidas bálsamo ni a los conocidos ni a los desconocidos que te encuentres por la calle. Espera. No perderás toda la sangre, y seguramente podrás vivir más tiempo (aunque sea entre rejas).

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LO MEJOR Lo mejor sería dejar de pensar en ti, que sería dejar de amar, de amarte, que sería dejar de vivir. Sin pensar en ti, cómo vivir, cómo amar y sufrir. No sería vivir. Pero sería mejor, ya lo sé, no pensar en ti, dejar de amarte. No vivir, no sufrir con el pensamiento puesto en ti. Hacerlo de otro modo, amar de otro modo, antes de morir pensando en ti. Que el diablo te lleve, pues, y déjame soñar, déjame vivir, aunque sea pensando en ti y amando a un novio cualquiera de la prisión, menos falso que tu querer.

(Nota del Editor. Canción mandada a su hermana, escrita detrás de una fotografía del boxeador Urtasun realizada en los “Estudios Foto Ramblas”, de Barcelona, y que no podemos reproducir.)

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NO SE HA PODIDO COMPROBAR QUE LOS TEXTOS SIGUIENTES FUERAN ESCRITOS POR EL AUTOR DEL CANCIONERO. SE SOSPECHAQUE PODRÍAN SER OBRA DE SU COMPAÑERO ITALIANO DE CELDA, EL MISMO QUE HACÍA CARICATURAS DE DANTE Y PETRARCA



PUTA ENAMORADA (Ligeramente censurado) Bien sé yo, aunque eres puta, tus virtudes. NICOLÁS F. DE MORATÍN, El Arte de las putas (De un libro que le dejó un compañero de celda) Me he enamorado de ti porque, aun siendo una puta enamorada de otro, eres la puta que no puedo dejar de querer y cada día me tienes más enamorado. Puta del alma, me has robado, me has arrancado la vida. Eres la puta que no puedo quitarme del recuerdo. Ya lo sé, toda la vida serás una puta enamorada de otro, pero siempre estarás en mi corazón, aunque seas la puta más ausente de mi vida.

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FORMAS DE MUERTE (En la pared de una de las celdas, un preso catalán, traficante de cocaína, había colgado un cartel con estas palabras de Lezama Lima: Antes de sacarse los versos del alma, hay que sacarse el alma del culo. Palabras que sirvieron de motivo a nuestro autor para una de sus letras obscenas. Ligeramente censurado)

Mi alma entrará por su boca, llegará a su corazón, le besará las entrañas, y, de tanta vida, morirá. Morirá dentro de ella, de la amada. Pero no serás tú, de quien estuve mortalmente enamorado, no serás tú, no será tu cuerpo en cuyas entrañas moriré. El consuelo que me matará no será el tuyo, sino el de una puta. Una puta, que puede amar a quien no es amado. ¿El precio? ¿Y el tuyo, cuál es? Pero no importa nada. Recuérdame, si quieres, cuando el alma de otro amante te llegue al corazón. Recuérdame, cuando su alma, el alma de otro amante, te baje hasta el corazón y te salga por detrás.

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LA CONFESIÓN (Aquí el recluso cambia el lugar del crimen y escribe “hostal” por “urinarios públicos”)

Dicen que te maté aquella noche, mientras estabas abrazada con tu amante en aquel hostal, que también era el prostíbulo del barrio. Pero no fui yo quien te mató aquella noche. Aunque te vi..., yo había estado en otra habitación del hostal, con una novia alquilada, en el mismo pasillo de vuestra habitación..., encontré la puerta entreabierta, y tú estabas desnuda sobre tu amante, los dos con el vientre desgarrado por una navaja. No fui yo, aunque es cierto que al verte, al descubrirte allí desnuda y muerta, hundí mis dedos en tu sangre, amándote por última vez. Me condenaron por la sangre, por tu sangre, por mi amor. Un delito de amor que yo no cometí, pero me condenaron por amarte. Condenado a vivir aquí, en la prisión, condenado a recordarte viva y muerta, con esa palidez en el rostro, amada inmóvil, quieta en el recuerdo, y con el olor de tu sangre, que yo no derramé, impregnando mis manos.

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COPIADO DE UN LIBRO PRESTADO, JUSTINE , DE UN AUTOR LLAMADO LAWRENCE DURRELL

Esas cosas que los niños presencian y acumulan para fortalecer o desorientar sus vidas. Un camello exhausto se ha desplomado en mitad de la calle, frente a casa. Como pesa demasiado para transportarlo hasta el matadero, vienen dos hombres armados de hachas y lo despedazan vivo allí mismo. Los filos se hunden en la carne blanca, y la pobre bestia parece cada vez más triste, más aristocrática, más perpleja a medida que le cortan las patas. Por último sólo queda viva la cabeza, los ojos abiertos que miran en torno. Ni un grito de protesta, ni una convulsión. El animal se somete como una palmera. Pero durante muchos días el barro de la calle queda empapado en su sangre, y nuestros pies descalzos dejan sus huellas en esa humedad...

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NO SÉ LO QUE ME FALTA (Estribillo de canción inacabada) Me ha tocado el amor por todas partes, destruyéndome por arriba, por abajo, hiriéndome el cuerpo, chupándome el alma. ¿Qué es lo que me falta, además de haberte conocido? Vivir el amor, perderlo, no. Matarlo, tampoco (pero no fui yo quien te mató, quien mató lo que amaba, no fui yo, lo confieso otra vez). No sé, pues, lo que me falta, ahora que mi canción acaba. Pero sé que me falta algo, algo que no sé, mientras intento olvidarte. Olvidar lo mucho que te amaba, lo mucho que morí por amarte, conservando en la boca el sabor de tus palabras falsas, ahogándome con el veneno de tu voz. No sé lo que me falta ahora que mi canción se acaba. Como dice el de la cantina, aquí falta de todo. Risas.

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UN DULCE SABOR A VENENO Cuando me muera, cuando me mates, quiero conservar tus palabras en la boca, para tener algo de ti en la muerte. Con la boca cerrada, no moriré del todo porque tendré en la lengua fría un sabor a ti. En el paladar conservaré las palabras de tu boca, de tu garganta, de tu corazón, de tus entrañas. Conservaré el sabor de tus palabras, algo de ti en mi boca cerrada y fría, amando el veneno con que me matas. (Con esta letra mi compañero disfrutará.)

De un cartel colgado en su celda.

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UN QUERER SOLITARIO Cuentan que hubo una vez un pederasta al que llamaban “el delicado”, que ingresó en la cárcel con una mano tan helada, que no podía abrirla nunca, pero un día, cuando lo apalearon en las duchas de la cárcel, al forzarle y abrirle la mano helada, dicen que con la sangre de sus dedos cayó al suelo “el frío de una aguja”.

(Me han dicho que Cyrano de Bergerac tenía un formulario de cartas amorosas que vendía a los enamorados iletrados. Buena idea. Formulario de textos amorosos, a buen precio, para solitarios, para reclusos traicionados).

Cromo insertado.

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UN QUERER QUE NO SE ACABA CON LA MUERTE (Escrito después de leer un cuaderno de poesía de Quevedo) Queriéndote no se acaba este querer. Cuando no te pueda querer; cuando, en la muerte, mi querer no pueda quererte, continuaré queriéndote, sin decírtelo, pero queriéndote. Aunque no nos podamos querer; aunque no pueda quererte, ni tú puedas comenzar a quererme, te querré en el no querer de la muerte. Será una forma de quererte en la ausencia del querer, en la muerte. Pero que no será la muerte del querer si continúo queriéndote más allá de la muerte. (Dice mi compañero italiano que voy a peor, y que una noche cualquiera, al leerme, también él se morirá de risa).

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DICIENDO EL DESGARRO Haberme enamorado de ti, en aquella acera, me desgarra. Pero matarme por haberme enamorado de ti, no mataría el desgarro de quererte. Es tan profunda la herida, que también sangraría con el corazón muerto. Vuelvo a decírtelo. Haberme enamorado de ti me desgarra. Pero no pudiendo la vida ni la muerte matarme el corazón, continuaré amándote. Con este querer desgarrado, sin vivir, aun matándome, estaré enamorado de ti desde mi muerte. Puta. Querida puta, ¿me aconsejas romper estas letras de canción? ¿Después del corazón, también estas letras? Te recuerdo aquí, entre las paredes blancas recién pintadas de la cárcel. Hace frío. Pero alguien me contagia su risa, además del resfriado.

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EL PRESO ENAMORADO EMPEORA SU MAL, Y LO ESCRIBE EN LA CÁRCEL Soportaría mejor este desprecio, si huyeras de los otros. OVIDIO, Metamorfosis, XIII (Texto citado por la monitora de Encuadernación durante una de las clases de reinserción) Hay días en que empeora el alma, la vida. Hay días en que, al verte en sueños, al quererte aquí, soñando en la celda, todo empeora. Me duele cada día más todo el bien de quererte, cada día más se me empeora el alma, el corazón. Es aquí, ahora mismo, en este momento del querer, donde el amante, el preso enamorado, empeora su mal, el mal de quererte. Es en este instante del querer, cuando el preso enamorado se queda ya sin palabras amorosas que digan el bien de quererte, de amarte en medio de tanto daño, de tanto mal. La vida, el alma, todo ha empeorado por el deseo constante de quererte, mientras tú estás en otra habitación, ¿quizá sola?, no, alegre, despreocupada, dejándote amar por otros.

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DICEN QUE NO ERA UN SUEÑO a la Dulce Curandera del barrio, R. T. Dicen en aquel barrio que hubo una vez una mujer que había amado tanto en soledad, que su pasión amorosa había sido tanta, que un día cerró los labios, ocultó su tesoro de amor y ya no volvió a amar despierta, estando despierta. Inútil intentar abrirle los labios, buscar el tesoro que había ocultado tan dentro de sí. Pero desde aquel día, por las noches, entraba en su habitación una sombra, como la forma de una mano marchita, cortada, ensangrentada, que la desnudaba mientras dormía, le separaba los labios y abría el tesoro oculto: un puñado de amor ardido, quemado, con tres mariposas blancas disecadas, clavadas sobre la ceniza, pues sólo quedaba un puñado de ceniza de aquel amor. La mano misteriosa apartaba las tres mariposas blancas, revolvía la ceniza y, cuando ésta volvía a arder un instante, clavaba otra vez las tres mariposas blancas sobre la ceniza encendida. Luego, cerraba el tesoro, salía de los labios de ella, que se juntaban otra vez, y la mano marchita, cortada, abandonaba la habitación tan silenciosamente como había entrado. Y dicen que no era un sueño y que sólo un niño del barrio podía contemplar esta visión, la visión de un amor que se empeñaba en vivir así, dormido, con una mano marchita, cortada, ensangrentada, y que cada noche le hacía una visita.

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Fotograma: Vampyr (C. Th. Dreyer)

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LA CALLE DONDE TE PERDÍ He vuelto al barrio, a la calle donde te perdí. Aunque esta noche tampoco estés, aunque hoy como entonces estés ocupada en otro querer, vuelvo a la calle, al bar donde comencé a quererte. Cantaré los últimos instantes, la última luz de un amor que murió solo, sin decir su querer. Por eso esta noche he vuelto al barrio, a esta calle, donde en la barra de un bar, entre dos copas, late aún un corazón herido, el corazón con el que te amé. Corazón que muere entre mis manos, salpicando sangre en las dos copas que beberé pensando en ti. Así, esta noche, diré adiós a quien ya no puedo querer más, y ésta será la calle, el bar donde te volveré a perder. Así, diciéndote adiós otra vez, apuraré estas dos últimas copas con la sangre de este querer, y satisfecho me iré a dormir a pierna suelta al lado de mi amigo italiano.

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Dibujo a la pluma del compa単ero italiano del recluso.

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PARA SER QUEMADO EN EL FULGOR DE LA NOCHE No tengas nada en las manos, ni una memoria en el alma. FERNANDO PESSOA (Escrito en verso y en prosa sobre dos servilletas de papel, arrugadas, encontradas al registrar los bolsillos de las prendas del novio-preso) I Y entonces él dijo, quemando las palabras en el fulgor de la noche: Me hubiera gustado ser tu novio, y cubrirte las manos heridas con los ramos cortados de todas las novias. Me hubiera gustado ser tu novio y llevarte al bosque misterioso, donde dicen que, de noche, los novios muertos besan a las novias muertas, y abren los ojos y viven de nuevo y son novios hasta el amanecer, cuando mueren otra vez. Me hubiera gustado ser tu novio y decir tu nombre, proclamar tu nombre a lo largo de la piel de los días y las noches. Me hubiera gustado ser tu novio, y no tener que buscarte en la ausencia de ti, o en el rostro de otras novias. Y arrancarte las espinas una a una, las puntas frías que se ha clavado en tu corazón. Me hubiera gustado ser tu novio, y amarte así, como un novio quiere a una novia. Pero no seré tu novio, y me iré solo al bosque, y te amaré a solas cada noche como si fueras mi novia.

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Y entonces volveré a ser tu novio de lejos, aunque no lo sepas, y te amaré en las cenizas de estas palabras, que habrán ardido en el fulgor roto de la noche. Me hubiera gustado ser tu novio, ya te lo decía, y hacer florecer tu corazón gastado en un lecho de rosas, poder amarte..., y no estar muerto. Pero no seré tu novio, y partiré hacia el bosque donde, cada noche, fingen amor todos los novios difuntos, mientras las putas y sus clientes, al otro lado del río, escupen entre los árboles. II Y el novio, en la noche fingida, repite su canción: Aunque nunca, en este mundo, amanezca el día que me quieras, déjame quererte esta noche. Aunque sólo sea un sueño, déjame que te quiera y se me clave en la boca el frío de la muerte. Déjame soñar esta noche, aunque nunca amanezca el día que me quieras, y todo no sea más que el sueño de quererte, al otro lado del río y entre los árboles, al otro lado de la calle y entre las piernas de una desconocida (egipcia, me ha dicho), que es la muerte.

Desconocemos la relación de esta ilustración con el texto escrito por el recluso.

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HISTORIA DE UN AMOR, CONTADA POR UN COMPAÑERO DE CELDA EN EL PATIO DE LA CÁRCEL Me dijo que había ido muchos días a aquel bar (180 días, los había contado). Esperándola a ella, una mujer que decía haberse suicidado tantas veces, que ya nunca moriría. Pero siempre esperándola en vano. Hasta que un día se cansó de esperar y puso un corazón sobre la mesa de mármol del bar. Pero le temblaban tanto las manos, que derramó sin querer un vaso de cerveza sobre el corazón, ya marchito, reseco, y se oyó como un leve gemido. Alguien llamó a la policía y lo detuvieron. Pusieron el corazón mojado de cerveza en una bolsa verde de plástico. Y así fue como acabó esta historia, con un corazón marchito mojado de cerveza, una detención y la soledad de la prisión. No se pudo descubrir de quién era el corazón, pues no pertenecía a la mujer que el detenido había estado esperando, según comentaron las crónicas de sucesos.

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DOS TEXTOS HALLADOS DENTRO DE UN SOBRE CON LA DIRECCIÓN DE UNA PERSONA DESCONOCIDA

I EL CRIPTOGRAMA DE UNA FLOR ¿No lo has visto aún? Tienes un resto de flor en la mano derecha. En uno de los tres pétalos que aún le quedan, si te fijas bien, verás un criptograma de cinco letras. Cierto, los caracteres son tan diminutos, casi invisibles, que no se pueden leer. Pero los insectos voraces de la noche, también amorosos, me han revelado que si se cultiva este resto de flor en un rectángulo de tierra mágica, la flor renacerá, crecerán sus pétalos y, entonces, podrás leer las cinco letras del criptograma de la flor. De la flor cuyos restos ahora tienes aún en la mano, ¿no lo ves?, en la mano derecha, a la espera de volver a florecer y ser leída. He dicho una palabra de cinco letras. Una menos que mierda.

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II EXPERIMENTO DE LA FLOR Hoy te hablo de otra flor ¿o acaso es la misma? de todos modos es un resto de flor si abres la mano dedo tras dedo verás un resto de flor el resto de una pequeña flor azulada cuyo polvillo si no vigilas se te escapará de entre los dedos pues tanta es la delicadeza de ese pequeño resto de flor que se ha depositado en la palma de tu mano derecha y que podrás contemplar si poco a poco vas abriendo la mano ahora un dedo ahora otro procurando que no se te escape al suelo lo que resta de ella antes de volver a cultivarla en el terreno mágico de otro jardín donde la flor azul crecerá con tres pétalos en blanco pese al azul y otro pétalo con una palabra escrita de cinco letras diminutas que algún día podremos leer bajo el cielo descubierto que será blanco para la nueva flor azul. ¿No adivinas aún la palabra de cinco letras? ¿No la adivinas? O quizá tenga seis letras, igual que mierda. Adivínala.

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CANCIÓN FINAL INACABADA Deseaba querer sin depender de otro querer. Pero, queriendo así, ¿hubiera podido querer aun no siendo querido? Un puro querer, ¿es posible vivirlo, como amando sin querer, sin pretensión de otro querer? Pero cuando pienso en ti, dejo de querer como me gustaría quererte, sin pretenderte en cuerpo y alma, y entonces sufro del otro querer, ese querer con que siempre te he querido y me duele en el alma. Y es entonces, al dolerme, cuando vuelvo al querer que no dependerá de otro querer. Cuando vuelvo a quererte, sin ser querido. Lo sabías. Te lo dije por carta, por teléfono, de muchas maneras te declaré mi amor. Escribí canciones, letras y letras de amor para enamorarte. Me inventé mil estrategias de amor, mil formas de quererte, nunca me dijiste que no, que ya no te quisiera más. Aunque estabas siempre ausente, me dejaste pensar en ti y quererte cada vez un poco más. Pero, aquel día, el silencio afilado de tu corazón (tenías el corazón robado por otro, me dijiste una vez), tu silencio me dolió tanto, que la sangre me cerró la boca y me perdí por una de las callejuelas del barrio y entré en los urinarios públicos... Desde entonces que estoy aquí, encerrado y..., a veces también sueño..., aunque..., pero ya no puedo escribir más, alguien me llama... (Nota del editor. Aquí finaliza el “Cancionero”, con una letra de canción inacabada. A continuación recopilamos también algunos cuentos que un amigo le enviaba al novio preso, encontrados al registrar su celda de la cuarta galería después de ser acuchillado por detrás en los urinarios. Sin que hubiera ni asombro ni estupor por lo sucedido, fue así como murió en la enfermería de la cárcel, una noche de verano, el llamado “Novio de los urinarios públicos”, antes de que pudiera salir en libertad y tener una novia formal, como dijo la monitora de Encuadernación en la ceremonia del tanatorio. El preso italiano, su compañero de celda, dibujante y rapsoda, continúa encarcelado.)

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LEYENDAS DE LOS CORAZONES ROBADOS EN LA PLAZA DE LAS PALMERAS (Cuentos hallados en su celda en un pliego cosido, que le iba enviando una vez al mes un amigo del barrio –algo más que amigo, decían–, el cual se hacía el cojo y el poeta desde aquella infancia en la Plaza Real) El cuento no ha finalizado y puede ocurrirte una desgracia. R.L. STEVENSON, Fábulas –Se escaparon volando –continuó Wendi-, al País de Nunca Jamás, donde están los niños perdidos. J.M. BARRIE, Peter Pan



EL CORAZÓN DEL BOSQUE PROHIBIDO Los duendes son los mejores vecinos. W.B. YEATS, El crepúsculo celta Érase una vez una niña huérfana, solitaria, que deseaba amar y conocer más flores y pájaros, y se adentró en el bosque maravilloso, que, desde tiempo inmemorial, los habitantes del lugar tenían prohibido atravesar. Ya nadie recuerda quién fue el autor de la prohibición, ni la causa que la provocó, pero todos los habitantes del lugar continuaban respetando la prohibición por temor. Y así fue que un día, al amanecer, la niña salió de casa y cruzó el camino prohibido del bosque, en busca de flores y pájaros desconocidos a los que amar. Días y noches duró su travesía por entre los árboles de tronco oscuro, pisando piedras musgosas, matorrales y hojas secas. Hasta que una tarde se encontró por el camino a una persona, que era un vecino del lugar, pero al que la niña apenas conocía. Estaba de espaldas cortando unas flores que, después, sepultaba bajo tierra. Ante la mirada sorprendida de la niña, este vecino, amable, le contó que siempre venía al bosque a cortar flores, cada dos o tres días, sin que nadie del lugar lo supiera, a escondidas incluso de su propia familia. ¿Por qué las sepultaba?, preguntó la niña. El vecino le confesó que él, de niño, había sido muy desgraciado, maltratado, y que por eso ahora estaba condenado a cortar flores nuevas y enterrarlas bajo tierra. La niña abrió los ojos, absorta, y aunque no comprendió la ceremonia fúnebre de las flores, quedó cautivada por las palabras del vecino. Éste, más solícito aún, viendo a la niña tan perdida por el camino del bosque, la invitó a reposar, le mostró riachuelos de agua azulada, cristalina, y mariposas de tres alas y libélulas de plata que nadie nunca había visto. Y le contó además tantas historias de amor, que dejó a la niña

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embaucada, con los ojos encantados durante varios días. Hasta que el vecino, una noche, valiéndose del embrujo que había introducido en el sueño de la niña, se acostó a su lado..., la desnudó..., abusó de su pureza..., le abrió el pecho con una navaja..., y después le arrancó el corazón de cuajo. Ésta, al despertase del embrujo, se retorció de dolor, gritando, palpó los alfileres que tenía clavados en el lugar del corazón, y sólo más tarde comprendió que ya no tenía corazón, que se lo habían arrancado mientras dormía hechizada. Sola, abandonada en medio del bosque, se levantó como pudo, apoyándose en una rama seca, se vistió con la ropa rasgada y ensangrentada, y días y días anduvo a tientas entre los árboles de tronco oscuro, pisando charcos y flores. Ahora, por donde ella pasaba, los riachuelos ya no eran de agua azulada, transparente, y las mariposas de dos alas caían muertas a su paso, disecadas, dejando como un rastro de luto en el bosque. De pronto, una noche, cuando ella intentaba descansar sobre el costado vacío, negro, del corazón, apareció un niño entre los árboles, susurrando una canción. Se le había acercado tan sigilosamente, que la niña se sobresaltó al escuchar la canción junto a su oído. Se levantó enseguida, asustada, y descubrió la presencia de aquel niño, iluminado bajo la luz de la luna, casi translúcido por su delgadez, pero que le sonreía con una delicadeza que de inmediato le hizo perder el temor. Se saludaron y se sentaron sobre la hierba fresca, recostados en una roca hendida por un rayo. La niña le explicó, entonces, que había salido de casa para ir a buscar nuevas flores y pájaros desconocidos, y que alguien, aprovechando la oscuridad y su amor a las flores, había abusado de su corazón (no podía explicarlo mejor, y tampoco le dijo quién era el vecino que le había arrancado el corazón, ya que el niño no era un habitante del lugar). El niño, que no hablaba sino cantando, le susurró otra canción -una canción de espejos y palabras

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mágicas que volaban sobre los árboles-, mientras con la mano sacaba de uno de sus bolsillos una cajita de cerillas, pero estaban todas húmedas de rocío, le dijo la niña. Entonces, el niño hizo una pequeña prueba rascando una cerilla contra la piedrecilla jaspeada que llevaba en el otro bolsillo, y le demostró que también hay cerillas húmedas que pueden encenderse. Así pues, se puso a encender una cerilla tras otra, ahuecando las manos, mientras que con la letra de otra canción le decía a la niña que debían seguir adelante, hacia el mar, avanzando por el mismo camino los dos, dejando atrás los árboles oscuros, los riachuelos de agua cenagosa y las pobres mariposas muertas. Hasta llegar a un claro del bosque que les llevaría al cielo abierto, cerca ya del mar. Durante días y días, mientras caminaban juntos de la mano, el niño continuaba encendiendo cerillas una tras otra para cicatrizar la herida profunda de la niña, para quemar el frío de su corazón arrancado. El niño seguía cantando, y la niña caminaba menos triste, más ligera. Hasta que, poco a poco, el niño también se fue consumiendo como las cerillas. Y una mañana de lluvia, la niña, al despertarse, lo vio tendido a su lado, con el cuerpo más translúcido aún, y con la última cerilla apagada entre los dedos abiertos, como si quisiera tocar la herida, el vacío del corazón de la niña. Los temerosos habitantes del lugar, aunque ya estaban acostumbrados a las desapariciones de la niña, alarmados esta vez por tan larga ausencia, decidieron al fin ir a buscarla y se adentraron en el bosque prohibido. Y caminaron noches y noches por entre los árboles de tronco oscuro, en busca de la niña desaparecida. Hasta que un atardecer, exhaustos ya de tanto buscarla en vano, llegaron a un claro del bosque,

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entre cuyos matorrales se dispusieron a pasar la noche. Uno de los vecinos, al ir a acostarse descubrió, debajo de unos matorrales mojados de escarcha, el corazón de la niña, blando, palpitante aún. El corazón estaba cubierto de flores nuevas, pájaros desconocidos, mariposas de tres alas y libélulas plateadas, que salieron volando de los matorrales. Y a su lado, una caja húmeda de cerillas, vacía.

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CUENTO DE INVIERNO Con la esperanza de veros, haciendo estoy gargarismos. SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ I Érase una niña alegre, extranjera, a la que llamaban “la niña triste”. No se sabe por qué los habitantes del barrio la llamaban así, ya que era una niña alegre que siempre andaba jugando con flores y pájaros. Quizá por su mirada, el fulgor melancólico de sus ojos. Hacía poco tiempo que había llegado a Barcelona con su familia y vivían realquilados en un piso de la plaza Real. A media tarde bajaba a la calle, su familia la dejaba que fuera a jugar a la plaza, donde conoció a otros niños. Al principio, no la aceptaron, la llamaban “negra, la niña del corazón negro”. Pero la niña, sin hablar, sólo con su mirada se fue ganando la simpatía, el afecto de los niños del barrio. Y comenzaron a intercambiar palabras, a jugar. Una tarde de invierno, uno de aquello niños, que llevaba la pierna derecha enyesada, les propuso jugar a tocarse el corazón. Este juego consistía en que un grupo determinado corriera detrás de otro, en perseguirse por entre las palmeras y las arcadas de la plaza, intentando con la mano tocarse el corazón unos a otros. Quien era tocado en el corazón, perseguidor o perseguido, era una víctima de la batalla y quedaba fuera del juego, de la persecución que al momento los restantes jugadores volvían a iniciar. Y así hasta el final, en que unos niños quedaban intocados en el corazón y eran los ganadores. Una de aquellas tardes de invierno, pues, jugando otra vez a tocarse el corazón, la niña alegre, a la que llamaban la niña triste, pilló al niño aquel, que ya no llevaba la pierna enyesada, y le tocó en el corazón con la palma de la mano. Le había dado de lleno en el centro del corazón,

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decía la niña. El niño lo confirmó, tenía el corazón tocado, dijo, y entonces dejó de correr, había perdido y se apartó del grupo. Y fue al día siguiente, al despertarse, cuando el niño descubrió que le había crecido una flor diminuta en el pecho, tatuada sobre el corazón, en el mismo lugar donde le había tocado la niña extranjera, a la que llamaban la niña triste. Era una flor de otro país, que sobresalía entre cinco pétalos rojos. Aún hoy, cuando se desabrocha la camisa, percibe el lejano perfume de aquella pequeña flor tatuada, de otro país.

Retrato cosido al dorso de este cuento.

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II NOCHES BLANCAS Greu dolor és tenir ferida d’amor, causa és de gran follia i de molt de terror. Cançoner de Ripoll Fue transcurriendo el tiempo, y aquellos dos niños, la niña alegre de los ojos tristes y el niño de la pierna enyesada, dejaron de verse por la calle, de jugar a tocarse el corazón en la plaza Real. Pero unos diez años después –era invierno, había nevado y las noches eran blancas–, el azar volvió a reunirlos en un bar de la plaza Real. Ambos asistían a la presentación de un libro sobre un tema de mar y pesca, del cual era autor un amigo común. Ella ya no tenía aquella alegría de flores y pájaros, y su mirada se había vuelto más esquiva. Sin embargo, se saludaron con mucha simpatía, disfrutaron de la presentación, bebieron unas copas de cava y hablaron un poco de más. Él le contó que en todo ese tiempo se había acordado mucho de ella, que pensaba a menudo en aquella niña alegre, pero de mirada triste, y creía que en realidad había estado muy enamorado de ella, cuando niños, de tanto tocarse el corazón en la plaza Real, seguramente. “¿Recuerdas?”, le preguntó. Ella le respondió que recordaba muy bien aquellos días, aquellos juegos, aquellas correrías por la plaza entre las palmeras, a media tarde, intentando tocar el corazón del otro. “Días felices aquellos”, dijo, y le explicó que mucha veces los había recordado y añorado. Y mucho más ahora. “¿Por qué los recordaba más ahora”, le preguntó él. “Un desengaño amoroso, había sufrido un desengaño amoroso”, dijo ella con medias palabras. Pero le suplicó que no le preguntara nada más. Todo aquello aún le dolía, y le pedía disculpas por aquella confidencia interrumpida. Ojalá hubieran proseguido siempre aquellos juegos –continuó ella diciendo después–. Persiguiéndose por la plaza, por las arcadas, y tocándose el corazón unos a otros, de una manera tan inocente... Ahora ella

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ya no podía jugar a tocarse el corazón, lo tenía manoseado, roto..., la vida le había cambiado, y nadie volvería a tocarlo. Más tarde, al despedirse, él le confesó que siempre la recordaría, que siempre pensaría en ella, en la niña alegre, extranjera, a la que llamaban, en el barrio, la niña de los ojos tristes porque tenía un fulgor melancólico en la mirada. Que siempre sentiría en el pecho aquella palmada de su mano tocándole el corazón y haciéndole perder en el juego. Ella le dio las gracias y le dijo que ahora la tristeza era de verdad, la tristeza de sus ojos, y quien había perdido era ella; además, medio en broma, sonriendo, le dijo que ya no tenía aquellas manos tan delicadas ni el corazón tierno. Al alejarse del bar, de la plaza, él se desabrochó un poco la camisa y vio que en el pecho, sobre su corazón, le había crecido otra flor, una pequeña flor exótica, de otro país, idéntica a la anterior. Ahora tenía dos flores diminutas en el pecho. Mientras se perdía en la blancura de la noche nevada, callejeando sin rumbo, añorando ya a su amiga, le dolieron los ojos al penetrarle el helor nocturno, al aspirar el aroma de las dos flores que llevaba tatuadas en el pecho, sobre el corazón.

Una postal enviada al recluso por una vecina del barrio (Bosch Roger, dibujo de la Plaza Real).

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III CARTA A LA NIÑA DE LA PLAZA REAL (Al cumplir los veinticinco años, él envió esta carta a la niña de la Plaza Real (ella entonces debería tener unos diecinueve o veinte años). Pero la carta fue devuelta al remitente “por ausencia de la destinataria”, según había consignado el cartero al dorso del sobre) Querida amiga, querida niña de la Plaza Real: Sé que tienes aún ocupadas las moradas del corazón, o medio ocupadas, y que no deseas recibir a nadie, ni tampoco a mí. De todos modos, no me desviaré del camino que me conduce a ti, a tus moradas, y continuaré andando por los claros del bosque y por los parajes más sombríos, buscándote, preguntando por ti, como siempre, buscándote otra vez. Volveré a merodear por las bocacalles de la Plaza Real, pasaré por la Calle del Vidrio, cruzaré la Plaza, y me pararé delante del “Hotel Fornos”, en cuya entrada habíamos jugado tanto a ser novios, viajando por todo el mundo. Pero semejantes a aquel pajarito del cuento -un pajarito que no tenía patas y sólo podía volar y volar, hasta que una vez, agotado, descendió de más allá de las nubes, se posó en una rama y cayó a tierra para morir-, nosotros también vivimos nuestra infancia volando, corriendo alrededor de la fuente de esta Plaza, hasta que nos posamos en el suelo, nos hicimos mayores y, a trompicones, nos fuimos alejando de nuestro sueño, de nuestro amor. Tú ya no me darías más palmadas en el corazón, ya no me perseguirías y me tocarías el corazón con tu mano abierta. Ni tampoco entraríamos un momento y saldríamos del “Hotel Fornos”, corriendo siempre, imaginando un viaje de novios y una noche de bodas. Aquella noche de amor que nunca pudimos celebrar en el Hotel: éramos demasiado niños aún para alquilar una habitación, y más tarde ya teníamos demasiada vergüenza para vivir nuestros sueños. Pero como te he dicho, aunque tengas el corazón ocupado, o medio ocupado, yo no me desviaré del camino que me conduce a tu morada, de

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nuevo a ti. Continuaré andando por esas calles angostas y húmedas que me llevarán otra vez a la Plaza Real, como siempre, y una noche llegaré al “Hotel Fornos” y preguntaré por ti. Si me dicen que aún no has llegado, que aún estás ausente, le pediré al conserje una de las habitaciones, una de aquellas nuestras moradas, y celebraré a solas, pero esperándote, la noche de bodas que habíamos soñado tú y yo, mientras jugábamos con otros niños a perseguirnos y a tocarnos el corazón. Como siempre.

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EL ASOMBROSO CASO DE LOS NIÑOS ENAMORADOS Esta niña se enamoró un mal día, dijeron los vecinos. Se enamoró cuando no tenía más de once años. Lo entregó todo por ese amor, todo lo que tenía, y se quedó vacía por dentro, vacía de corazón. El resto de su vida fue un vivir así, indiferente, un mal vivir, sin poner el corazón en nadie más. ¿De quién se había enamorado? ¿Acaso de un amigo, un familiar o un vecino? Poco importa al relato de la historia de quién se enamoró, quién fue el amado. Poco importa, continuaban diciendo los vecinos. Mucho tiempo después, se presentó en el edificio una familia nueva, con un niño de doce años. Este niño y la vecina, esa mujer que había sido una niña enamorada, simpatizaron enseguida, ya con las primeras miradas y los primeros saludos en la escalera. Al poco de conocerse, el niño se enamoró de ella. Inquieto, desasosegado por este amor, un día que los dos estaban solos en el portal del edificio, hablando del frío de la calle, el niño aprovechó para confesarse a la mujer, le declaró su amor allí mismo. “Te quiero con toda el alma”, le dijo. La mujer le hizo una broma delicada, pero acabó aceptando ese amor, día a día lo alentó, dejó que el niño se enamorara cada vez más de ella, de la mujer que había sido también niña enamorada. Ya en el vecindario se venía diciendo que ese niño no era el de antes, que había cambiado mucho y ahora se entretenía demasiado hablando con las prostitutas del barrio, llegando incluso a rumorearse que había estado enamorado de una de ellas, de ojos bellísimos, conocida como “la novia del vampiro” por su delgadez y pálidas ojeras. Pero lo cierto es que este niño se había enamorado perdidamente de esa vecina mayor, a quien de niña habían arrancado el corazón.

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Fue pasando el tiempo, y el amor entre ambos se hizo cada vez más difícil, imposible. El niño se volvió muy exigente y solicitaba las caricias de la mujer a cada momento, siempre que se encontraban a solas en algún rincón solitario o en el mismo piso de ella, adonde él decía que iba a jugar con el jilguero de la vecina. Aquel enamoramiento, pues, se fue convirtiendo en un amor imposible. Y ahora sería ella la encargada de robar el corazón de aquel niño. Y dicen que se lo arrancó de verdad, para trocearlo y arrojar los pedazos en una bolsa de la basura, que luego enterraría bajo la arena de una playa de la ciudad. Ella confesó al final que sí, que lo había hecho por amor, para que el niño no sufriera lo mismo que ella había sufrido, de niña y de mujer, cuando le arrancaron el corazón y la dejaron con vida. Que ella había sido una niña enamorada, habían troceado su corazón y arrojado los pedazos a la calle, pero la dejaron con vida, para que sufriera más con el paso del tiempo, año tras año soportando aquel vacío dentro de su pecho, aquel hueco herido, en carne viva, sin el corazón. Por eso, había arrancado el corazón del niño y lo había cortado a pedazos, doce trozos de corazón que puso en una bolsa de la basura y la enterró por la noche en la arena de la playa, donde más tarde la encontraron unos bañistas. Lo hizo por amor. Aquel niño no habría podido soportar la vida amorosa, terrible, que le aguardaba en el futuro, tal como le había ocurrido a ella. No habría soportado vivir como ella, muerta en vida, sin corazón, por haberse enamorado de niña de una persona mayor -dijeron finalmente los vecinos al periodista, antes de cerrar la puerta del portal.

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LEYENDA DE BARRIO Alrededores de la casa, mi barrio, vecindades que contemplo y por donde camino, hace ya tantos años. KAVAFIS, En el mismo lugar

Era de noche, hacía bastante frío, y deambulaba solo por aquellas calles estrechas y húmedas, algo oscuras. Salió a una plaza con palmeras, vio que no había nadie sentado en los dos bancos de madera y se recostó en uno. Estuvo así unos minutos, imaginando a los niños jugando en la plaza, recordando sus propios juegos en otra plaza con palmeras del mismo barrio. De pronto, oyó un leve sonido, como un golpecito debajo del banco. Se agachó para mirar lo que sucedía y descubrió, junto a una de las patas del banco, un pequeño paquete envuelto en papel de periódico y atado con hilo blanco. Tenía unas cuantas manchas que traspasaban el papel, como aceitosas, pero eran de color rojizo. Miró a derecha e izquierda, vio que aún no había nadie alrededor, con una navaja cortó el lazo de hilo y abrió el paquete, procurando no ensuciarse las manos con aquellas manchas aceitosas. Se quedó atónito cuando vio el contenido, con un líquido rojizo derramándose entre las arrugas del papel, impregnándolo. Parecía..., era un corazón. Y aquellas manchas eran de sangre. El contenido del paquete era, pues, un corazón ensangrentado, que había sido envuelto en un paquete y abandonado en plena calle. Tenía un papelito clavado en medio con una horquilla azul del cabello, que decía: “Corazón de niña”. A aquellas horas de la noche y con unas cervezas de más, se atrevió a tocarlo. Pasó el dedo índice por encima del corazón, casi acariciándolo, y sintió un escalofrío al sentir la rugosidad de una herida. Pero aquel corazón aún latía. Así pues, aquel sonido leve que había oído antes, era el latido de un corazón. Un corazón

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abandonado debajo de un banco, al parecer de una niña, según el papelito que llevaba clavado: el corazón abandonado de una niña en plena calle, en una plaza, en la ciudad. Quiso envolverlo enseguida con el mismo papel de periódico, pero ahora el papel estaba más húmedo de sangre y se rasgaba por todas partes, el envoltorio se le iba deshaciendo entre las manos. Al final, extrajo varios pañuelos de papel y unos alfileres de corbata que siempre llevaba como amuleto y, juntando las puntas de los pañuelos por arriba, por abajo y uniéndolas por los lados, hizo otro envoltorio de papel, volviéndolo a atar con el mismo hilo blanco, al que hizo varios nudos, sin lazo. Quería dejarlo otra vez debajo del banco, medio escondido detrás de una de las patas, como lo había encontrado antes. No pudo hacerlo. El latido de aquel corazón y la sangre traspasaban más y más el papel, ahora percibía los latidos entre sus manos. Decidió entonces esconderlo en el bolsillo grande de su abrigo y llevárselo a su casa. Se fue de la plaza, merodeó por las calles del barrio, observando a los transeúntes bajo la luz de las farolas, mientras iba palpando el secreto que ocultaba en el bolsillo, un secreto que aún palpitaba, hasta que por fin llegó a su casa y descansó. Pasaron los días, y no quiso deshacerse del corazón. Lo depósito en una cajita que guardaba desde su infancia, forrada de terciopelo verde por dentro y con seis agujeritos de bordes plateados en la tapa, a modo de respiraderos. Esta cajita se la había regalado una curandera del barrio, una mujer viuda, de intensa vida espiritual, que curaba los celos amorosos de los niños, las dolencias amorosas de los niños. Dentro del interior aterciopelado de la cajita, el corazón continuó latiendo como antes, días, meses, años, latiendo. Pero a medida que pasaba el tiempo los latidos se iban extendiendo hacia afuera, se ramificaban a través de las seis flores que fueron naciendo del mismo corazón encerrado, como si éste se hubiera convertido en un pequeño jardín dentro de la caja. Nadie del vecindario supo nunca de dónde procedían aquellas seis flores, cuyos tallos asomaban frescos por los agujeritos plateados de la caja, cada vez más largos y esbeltos, floreciendo

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y perfumando toda la casa, la escalera, balcones y ventanas, toda la calle. Él tampoco quiso explicarlo y decía a los vecinos que las flores y los tallos salían tan frescos y exóticos de una planta de interior, una maceta que le había regalado un familiar de América. Así nadie conoció nunca el origen de aquellas flores, de aquella fragancia que se hizo famosa y perfumó a todos los vecinos del barrio. Fue así, pues, bajo el banco de madera de una plaza, como empezó esta leyenda amorosa entre un transeúnte solitario y noctámbulo, y un pobre corazón abandonado, ensangrentado. El corazón de una niña, que no sabemos quién se lo había arrancado y lo había envuelto en un papel de periódico, clavando en el paquete una nota con tres palabras: “Corazón de niña”. Fue así como empezó la famosa historia del corazón de las seis flores.

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EL CUENTO INACABADO (Primera versión) AMOR EN LA CIUDAD Mucho tiempo después de la primera vez, la niña un día vuelve a la plaza Real. Da un par de vueltas, y encuentra al niño bajo los soportales de la plaza, en una cervecería. Ambos han crecido. Se dan un beso, y la niña le pregunta: “Cómo estás?” El niño le responde que está bien, esperándola desde aquella primera vez. (Diremos siempre “niña” y “niño” para mantener el encantamiento del cuento). Dice la niña que el tiempo le ha provocado heridas profundas, cosas de la edad, de las personas mayores. El niño le responde que es verdad, las personas mayores siempre se hieren unas a otras, como si la edad consistiera en sangrar. La niña se ríe y le dice que siempre hace frases bonitas. No son sólo frases, contesta el niño, y añade que también él ha conocido la sangre de una herida, pero que viene a diario a la plaza a esperarla, desde hace años, con la ilusión de volver a verla un día, como hoy. La niña le entrega un paquete, pero no es un regalo, dice, y es mejor que lo abra cuando llegue a casa, porque ahora ella debe irse. Quedan para encontrarse otro día. El niño, ya en casa, abre el paquete. Envuelto en un pañuelo de seda, un corazón trémulo, con espinas negras. Aún palpita y no deja de sangrar. El niño lo acaricia, le pone encima un manto de hojas de hierba y unas flores que guarda en casa, de un rosal siempre fresco cultivado en el huerto de una vecina curandera. Luego, chupa la sangre que se ha pegado a las hojas, y una a una va extrayendo las espinas negras hasta que el corazón deja de sangrar, pero continúa palpitando. Esta ceremonia la repite durante dos semanas, por la mañana y al anochecer.

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Al cabo de quince días, cuando vuelven a encontrarse, el niño le devuelve el corazón a la niña. Ya no sangra y ha recuperado la belleza, observa la niña. El niño le muestra las espinas negras que se le han clavado en las manos, al acariciar el corazón. Pero ya no duelen, dice.

(Nota del autor. Aquí puede resolverse el cuento de varias maneras. Puede haber un desenlace frío, en que la niña se despide del niño lo antes posible, le agradece lo que ha hecho por ella, se casa con otro y ya no se vuelven a encontrar nunca más. O bien, la niña recibe el paquete, y al observar el amor con que el niño ha envuelto el corazón, le toma de la mano y van juntos al puerto de los enamorados. O también, en realidad la niña le ha ofrecido ese corazón sangrante porque ya tenía otro en su lugar. Y el niño, sin preguntar, se lo ha llevado a su casa para mantenerlo palpitante bajo un manto de hojas de hierba y flores, siempre frescas. Pero ya no lo devolverá y tendrá siempre junto a sí al corazón herido, que la niña ya no quiere. Un desenlace de cuento tradicional sería el segundo, en que ambos salen de la plaza Real, con el corazón ya curado entre las manos, y se dirigen al puerto donde se encuentran los enamorados).

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EL CUENTO ACABADO (Segunda versión) AMOR EN EL BOSQUE Dicen que se había enamorado de ella hacía ya tiempo, al verla pasear por el bosque, tan sola. Entonces ella, que estaba recogiendo flores marchitas, no le dijo nada, no pronunció ninguna palabra cuando él salió de entre los árboles para saludarla. Pero de pronto dejó el ramo marchito sobre una piedra grande, se desabrochó los cuatro o cinco primeros botones de la blusa, se puso la mano en el corazón y le mostró las ocho espinas negras que tenía clavadas. Él, al ver las ocho espinas, dijo que volvería otro día para desclavárselas con unas pinzas de oro. Y así lo hizo. Días después volvieron a encontrarse en un claro del bosque, y él se acercó a ella lentamente, apretando una mano contra la otra, como si aliviara un dolor. Ella le preguntó por las pinzas de oro mientras se desabrochaba los botones de la blusa. Pero esta vez, al mostrarle el corazón, vio que habían desaparecido las ocho espinas negras. Él le contestó que ahora las pinzas de oro estaban en un estuche, en otro lugar, y que las espinas ya no le dolerían más. Esto fue lo que le dijo, mientras escondía las manos en los bolsillos, con las ocho espinas negras clavadas entre sus dedos, que sangraban.

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Imagen cosida entre las páginas de este cuento por la madre del amigo del recluso, modista, la cual añadió al margen unas palabras de su libro preferido, “La Lozana andaluza”: Más sabe quien mucho anda que quien mucho vive, porque quien mucho vive cada día oye cosas nuevas, y quien mucho anda, ve lo que ha de oír.

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LA NIÑA ENAMORADA QUE FUE ABANDONADA EN LA PLAZA DE LAS PALMERAS I En el fulgor de la noche, tuvo otra de sus visiones. Esta vez la iluminación le anunciaba, le avisaba que, por una serie de elementos negativos que procedían del exterior, debía suspender por un tiempo la celebración de rituales melancólicos bajo los soportales de la plaza de las palmeras. Nada de recuerdos por un tiempo, parecía decirle aquella voz que venía de otro mundo, como nacida de la noche. Rituales, como por ejemplo susurrar nombres mientras se paseaba, o sentir nostalgia al tomar una cerveza, o bien añorar a un amigo demasiado íntimo, o escribir a una tercera novia, eran cosas delicadas que deberían ser aplazadas por el momento. Podía, sin embargo, eso sí, recordar a la niña abandonada que tuvo el placer de conocer tiempo atrás, una niña enamorada que, por azar, había coincidido con él una noche, mientras ambos paseaban bajo los soportales. Por azar y por amor a otro, ella apareció allí un día, abandonada, y volvió a la plaza una y otra vez, buscando un resto de aquel primer amor. Pero alguien le había dado a beber un veneno, un filtro adulterado compuesto en una trastienda del barrio, y los malos espíritus se apoderaban de ella cuando bajaba a la plaza de las palmeras a buscar restos, despojos de amor, como ella decía, repudiada y otra vez abandonada cada noche. De tal modo, que llegó un día en que todas las escaleras y balcones de la plaza se cerraron y las flores se volvieron marchitas en una sola noche. Era tal el desgarro, que cuando ahora él paseaba solo bajo las arcadas, al anochecer, se oía una voz aterrorizada que salía de uno de los balcones herméticamente cerrados, como si un gran dolor hubiera estallado

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en el interior, atravesando la piedra, agrietándola. Como un grito de amor y terror. La habían amado, habían pronunciado su nombre con amor y la habían deseado -gritaba la voz y retumbaban los cristales-. Y ahora ya no la querían más y la abandonaban con sus cosas, arrojándola al frío de la calle, de la plaza, enferma, abandonada y sedienta como un perro vagabundo. II Como anunció después la hechicera buena del barrio (una señora de cabellos plateados que curaba los celos de amor de los niños), la plaza de las palmeras ya no era la misma desde que una serie de intromisiones de mal agüero, que llegaban del entorno de la plaza, había alterado la composición mágica que procedía de la infancia. Ahora, ni él ni la niña podrían pasear como antes, bajo los arcos, con la mirada encantada y sin sufrir el acoso, los desmanes que venían de afuera, de los otros barrios. Y sólo con el paso del tiempo, una vez abolido el desamor proseguía vaticinando la hechicera-, le sería posible a él restaurar y recuperar la primera naturaleza, la naturaleza mágica de la plaza, y volver a pasear con la niña enamorada y abandonada. El buen oficio de los espíritus que siempre le habían protegido y acompañado, sus filtros y fórmulas alquímicas, no bastaron para prever y anticipar que, en el futuro, aparecerían elementos ajenos, extraños al barrio. Elementos oscuros, espíritus malignos que atentarían contra su vida, y que se mezclarían entre sí para entrar disimuladamente en el corazón de la plaza, alterando la armonía de la tierra y los árboles, de la tierra y las palmeras. No estaba previsto, pues, que en la plaza de su infancia penetraran esos malos conjuros, contra los cuales –ni ellos, los buenos espíritus, ni ella, la hechicera del barrio-, no habían podido aún descubrir el rito oral y mágico necesario, imprescindible para transformar los hechos malignos, para exorcizarlos.

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Ahora, por esa falta de previsión, debería esperar un poco más, y le aconsejaban que no volviera a la plaza antes de seis meses y cuarenta y ocho días, tiempo que ellos habían calculado para dar con el conjuro oral y el filtro alquímico, los cuales acabarían para siempre con la maldición que se había apoderado de la plaza de las palmeras. Sólo así, mediante ese conjuro y ese filtro, podrían ser conciliados de nuevo los espíritus benignos que daban armonía a la plaza, a los balcones y ventanas, a todas las flores del barrio. Y entonces sería cuando, al anochecer, la niña y él podrían volver a la plaza de las palmeras y pasear juntos de la mano, bajo los soportales, con la mirada encantada de nuevo como antes, cuando eran felices.

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TERCER MODO DE AMOR “Según Beatriz de Nazaret, en Los siete modos de amor, hay uno, el segundo, que es un amor gratuito, que se da sin un porqué. Pero yo creo -me dijo mi amigo, el solitario de la Plaza de las Palmeras-, que estoy en el tercer modo, en el cual “es necesario permanecer en tormento del corazón y habitar en la pesadumbre. Y así le parece que muere viviendo y muriendo sufre el infierno. Toda su vida es infernal, y no es sino desgracia y aflicción por el horror de los espantosos deseos que no puede satisfacer, ni aplacar o apaciguar”, como dice Beatriz de Nazaret, una religiosa visionaria cuyas palabras iniciaron a mi tía abuela en la cura de los celos amorosos de los niños, siendo famosos en el barrio los casos de amor resueltos por su mediación”, me comentó al final. Después de este apunte místico, que me explicó al poco de encontrarnos, dimos otra vuelta más, la tercera, bajo las arcadas de la plaza. Por fin, nos acercamos a una de las mesas de la cervecería “Canarias” (mientras yo le mencionaba la “Vivancos”, la otra cervecería que ya no existe). Después de tomarnos un par de cervezas, nos sentimos amorosos y comenzamos a añorar a las novias de antes y a las de ahora, las travesuras de amor en los portales a imitación de los hermanos mayores, las pequeñas novias seducidas y abandonadas, los pequeños novios solitarios y tristes, los regalos humildes rotos y arrojados al suelo o entre las flores de los parterres... Ella era Natalie Wood y él James Dean, y yo el amigo que llevaba un calcetín de cada color, muriendo entre ellos dos… Por una de esas novias, me confesó, es por lo que estaba en el tercer modo de amor, afligido, atormentado. Además, me dijo, acababa de saber que ella ya había tenido otro novio y que éste la había rechazado, pero del que aún estaba enamorada. Tenían aquí cerca un estudio tiempo atrás, un apartamento, me indicó con la mano derecha, aquí al lado mismo, dando la vuelta a la esquina. A veces, me confesó, cuando ve

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que no hay nadie en la portería, cae en la tentación de subir y bajar por la escalera, imitando los pasos de ella y los de él al subir al estudio, donde se citaban y se querían. Llega hasta arriba de la escalera y espía entonces, desde el rellano, cómo se aman detrás de la puerta cerrada hace poco, cómo se abrazan detrás de las paredes, en la habitación oscura que no da a la plaza, él jurando amor falso, ella queriéndolo sin un porqué, por el placer de amar… Un martirio éste, el de la escalera, al que mi amigo se somete para calmar el deseo, me dijo riendo. Incluso hay días en que esa operación de la escalera le da un buen resultado, pues al abandonar la casa se siente tan desasosegado, agotado y tan extrañamente satisfecho, que ya no puede desear sino morir, y esto le alivia un poco, sobre todo si lo acompaña enseguida de otra cerveza, sentenció alzando el vaso. Al levantarnos de la mesa, cuando ya nos disponíamos a despedirnos hasta el próximo viernes, me preguntó si me gustaría visitar un momento el estudio del que me había hablado, que acababa de alquilar hacía unos días. Lo había alquilado, me dijo entre bromas, para investigar los restos de aquel amor, hasta el más mínimo detalle de la casa, cualquier mota de polvo, la más diminuta huella que pudiera haber en el interior del estudio, en las habitaciones, en el lavabo. Cualquier indicio de amor que pudiera encontrar por los rincones, una prenda olvidada, cualquier resto de ella o de él que aún se ocultara disimulado en el polvo, debajo de una silla, de una mesa, junto a un portavasos, o detrás del espejo del lavabo, que todo lo sabe, me advirtió sonriendo. Aunque la idea me pareció un tanto extravagante, acepté acompañarlo a su nuevo estudio. Tampoco esta vez había nadie en la portería, me dijo guiñando un ojo. No había ascensor, y la escalera era de mármol. Cuando ya habíamos subido los peldaños de la primera planta, mi amigo se acercó a mí, inclinó su cabeza en mi hombro y se puso a llorar. Me dijo que había oído un

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crujido en la escalera, en la parte de arriba, y era como si ella y su novio subieran a amarse, pero esta vez, me decía amargado, en su propio estudio, en el estudio que mi amigo ahora había alquilado para su uso. Y los estaba viendo amarse, junto a la mesa del despacho, me decía desesperado. Intenté consolarlo, nos abrazamos y subimos a la tercera planta. Al abrir la puerta..., mi amigo me retuvo con las dos manos, nos quedamos quietos... Al principio, me asusté al ver aquello, pero mi amigo no dijo nada y me miró, interrogante. No cabía duda, eran ellos. Allí estaban los dos en el suelo, la novia y su amante, ambos desnudos y fumando. No sabíamos cómo habían podido entrar en el apartamento, pero mi amigo me hizo señal de permanecer callados, sin preguntar. Por su parte, los dos intrusos también preferían ignorar nuestra muda presencia. De modo que el amante prosiguió hablando con la novia, repudiándola, mofándose del cuerpo de ella, de su olor, de sus pechos, de su vientre, de su sexo. Ella, la novia, seguía humillándose, llorando su desamparo, arrastrándose por el suelo alrededor del amante, suplicando, rogando que la perdonara, diciéndole que aquello no volvería a pasar, ni en la cama ni en el suelo, no, no volvería a pasar, lloraba, le suplicaba. Habían hecho el amor en el suelo, encima de una alfombra rojiza que tenía unas manchas negras, extendida entre dos sillas blancas y un sofá de cuero. Algo había sucedido allí que mi amigo y yo no llegamos a entender, en medio de tantos gritos de desprecio por parte del amante, y entre tantas súplicas y lágrimas de la novia. Pero nos pareció que era algo relacionado con las manchas negras, húmedas aún, de la alfombra rojiza. De pronto, sin entrar ni apenas mirarles, mi amigo volvió a cerrar la puerta, me hizo bajar las escaleras casi corriendo y salimos de la casa, nos alejamos de la plaza de las arcadas y nos fuimos a un hostal del Barriochino. Alquilamos una habitación, subimos por una escalera de mármol blanco, abrimos y cerramos la puerta número tres de nuestra habitación, él me atrajo hacia

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sí y nos besamos. Abrazados sin un porqué, amándonos en el desconsuelo, en la soledad de una habitación de alquiler, iluminada por la luz de la calle. Fue así como nos quedamos solos, mi amigo y yo, en una habitación luminosa del Barriochino, olvidando a las novias de antes y a las de ahora…, olvidando a las novias de la Plaza de las Palmeras, que siempre tienen amantes falsos.

Ilustración del cuento “Los favoritos del sultán”, (Ediciones S. Calleja), que figura pegada al final de este cuento.

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UN BELLO GESTO Ella ya se lo había dicho en varias ocasiones. Pero él insistía, quería tensar un poco más la cuerda plateada de aquella amistad, convertir la cuerda en un alambre y caminar por encima, haciendo ejercicios peligrosos sobre el filo cortante. Pero si lo hacían, le decía ella, corrían el riesgo de herirse los pies, perder el equilibrio y darse de bruces contra el suelo de abajo, sucio, lleno de barro. Y luego, con barro en las manos y en la boca, con los pies heridos, probablemente acabaría todo de mala manera, aquella amistad tendría un mal final, decía ella. Era, por lo tanto, mucho mejor hacer ahora un bello gesto y no tensar más la cuerda plateada. ¿Un bello gesto?, preguntó él. Sí, respondió ella, el bello gesto de querer sin quererse, sin enamorarse, como queriéndose y huyendo a la vez de cualquier relación amorosa. En suma, un bello gesto, una bella amistad, un quererse sin querer, un quererse en la pureza. Y el bello gesto se cumplió. No se separaron nunca. Ambos no se fueron por calles distintas, como suelen hacer los amantes que se repudian entre sí, y de esta manera siempre volvían a encontrarse en la misma calle, en la misma esquina, en el mismo bar, pero siempre puramente, en un bello gesto. La verdad es que él no lo comprendió en seguida, pero aceptó dejar de tensar la cuerda plateada. Al principio, le dolía el corazón por el esfuerzo que tenía que hacer para amar de aquel modo, sin amarse, con el bello gesto de querer sin quererse. Pero al cabo de un tiempo comenzó a gozar del beneficio de aquella amistad pura. Sin cuerda tensada, sin alambre, ahora ya comenzaba a entender la trascendencia de aquel bello gesto de amor sin amor, y lo que sentía no carecía de valor amoroso, se dijo al fin, resignado pero también contento. La delicadeza de las palabras con que le había tratado

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su amiga, desengañándolo amorosamente, le hizo ver una luz al final, en un extremo de la vieja cuerda plateada, aquella cuerda que no debía ser tensada. Porque ahora él podía seguir gozando de las palabras de ella, de su compañía, de las historias interminables de sus flores; en tanto que los otros, que un día la habían abandonado, no conocerían nunca toda la belleza que se acumulaba dentro y alrededor de ella, toda la belleza que ella congregaba a cada paso que daba por la vida. Sí, sólo serían amigos, pero él disfrutaría de los misterios de la belleza que ella, la amiga, hacía crecer a su paso por calles y plazas, y lo revelaría a todo el mundo. Ella volvería a ser amada por todos mediante la belleza que el amigo divulgaría por los rincones de la ciudad. Quienes la habían abandonado, volverían a amarla a través de la belleza que él llevaría por todos los caminos del mundo. Fue así cómo este bello gesto, sin tensar la cuerda plateada, sin caminar por el filo de un alambre, hizo que él proclamara todo su amor por calles y plazas, por caminos y bosques, durante años y años. Todo el amor del mundo que él sentía. Hasta que una noche él no pudo ya andar más, tuvo una mala caída y acabó desangrándose en una de las calles, de vuelta a casa. Cuentan los del lugar que desde entonces, en otoño y en invierno, crecían flores rojas, como de sangre, en las aceras de la calle, y también en las puertas y ventanas de las casas de aquel lugar, excepto en una que hacía esquina. Luego vino el desencanto y cundió la decepción entre el vecindario al rumorearse que ella, la amiga, se casaría pronto con el notario del barrio, en cuya casa, que hacía esquina, no crecían nunca las flores; y de quien, según murmuraban, ella ya se había enamorado mucho antes, en aquellos días del bello gesto con el amigo muerto. Pero las flores ya lo sabían.

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CON UNA FLOR EN EL CUERPO Érase una vez un niño que nació con una flor dentro del cuerpo, que le había crecido entre las dos costillas del costado derecho. La flor, del color de la carne, se marchitaba en otoño y volvía a florecer en primavera, la misma flor, el mismo tallo, pero con pétalos y aroma nuevos. Ningún médico, ningún curandero supo dar explicación al fenómeno de la flor. Y así el niño y la flor fueron creciendo juntos, con otros niños. Hasta que un día conoció a otra niña, jugó con ella por calles y plazas, él se enamoró de la niña, la niña se enamoró de otro niño, y la flor, aquel mismo otoño, se marchitó de otra manera, como si muriera de tristeza. Y ya no volvió a florecer entre las dos costillas del niño, ya no volvió aquel aroma al costado derecho de su cuerpo. Y el niño también murió.

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LOS TRABAJOS DE LA PUREZA Era más que un buen amigo: el amigo entrañable de la infancia, y fue aquella noche, al encontrarnos después de tanto tiempo, cuando me habló del amor que había descubierto en una mujer, la cual era seducida y abandonada por su amante cada vez que tenía con ella un hijo. Hasta que un día el amante ya no volvió. Pero ella fue una mujer que, sin embargo, al quedarse sola con sus dos hijos, no se arrepintió de haber amado, ni dejó de amar –me contaba mi amigo. Amó tanto, que se recluyó en su casa, cerró su corazón, olvidó su sexo, y volvió a ser virgen. Le dije a mi amigo que no comprendía muy bien sus palabras, y entonces él me lo explicó de este modo: “Ella había amado tanto, que no pudo dejar de amar pese al abandono, al repudio de que había sido objeto. Se hizo reclusa de sí misma, de su amor, y volvió a ser como una novia virgen. Como una novia que, ahora, después de ser rechazada, recuperara aquella pureza anterior al amor que había conocido; como si ahora mudara de piel y le creciera por dentro una nueva virginidad, distinta de aquella que había sido herida y maltratada en noches de deseo. Amaba tanto, otra vez, que volvió a ser virgen, como una novia que restablecía su pureza a la espera de otro amor.” De todos modos, fue una lástima –concluyó mi amigo- que él no pudiera amarla como ella deseaba, aquella noche, cuando no se atrevió a desvirgar a la mujer, a la novia que, por amor, había sido virgen dos veces. Por culpa de este fracaso, de esta falta de valor amoroso, él, mi amigo, intentó suicidarse días después, y ella se casó precipitadamente con otro y volvió a ser la novia repudiada y maltratada. Ésta era, pues, su historia, la verdadera historia de su vida, que hoy,

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esta noche, ha contado por vez primera a un amigo -me confesó emocionado. Perplejo, cuando nos despedimos, sólo pude decirle que el amor, a veces, juega con nosotros y, mediante la excusa del ideal y la pureza, es él, el amor, quien nos hiere y nos maltrata a lo largo de todas las noches, destruyendo nuestra memoria y nuestros deseos más íntimos. Creo que mi amigo me miró con desdén antes de separarnos, como si por un momento hubiera advertido que yo también fui como esa novia dos veces virgen, una novia doblemente ignorada. Pero nada le conté de mi amor. Mi amigo se fue y nunca sabría nada de mi amor. Nunca sabría quién había vivido enamorado desde el primer día, desde el día en que él y yo nos conocimos por la calle, ambos con la pierna escayolada, ya jugando a inválidos desde niños y queriéndonos así desde el principio, ambiguamente.

(Nota del Editor. Último texto enviado al recluso por su amigo, el autor de cuentos. Advirtamos que, más que cuento, dicho texto parece confidencia sentimental, sin duda un tanto inverosímil y torpe, que el amigo cuentista hace al amigo recluso. Respetamos la ambigüedad y el mal gusto del texto original. Como diría Juan Ramón Jiménez: Allí el papel tirado, inútil crítica, cuento estéril, poesía absurda.)

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EPÍLOGO



TRAGEDIA (O COMEDIA) EN 97 LÍNEAS (MÁS O MENOS), CON TEORÍA, PLANCHADORA Y LUCIÉRNAGA

Un hombre de pie. Labios maquillados y cara empolvada. —Sí, señora, la teoría poético científica sobre el amor que me hubiera dado fama mundial, sí, como lo oye— Guarda silencio. Saca del bolsillo trasero del pantalón una imagen. La desdobla y la observa. —Naturalmente que tiene usted una hija guapísima, pero déjeme decirle, con hondo pesar, que las fotos también se mueren— Da tres pasos hacia la derecha y murmura para sus adentros. —Hasta aquí. Más allá no hay nada— Eleva los ojos hacia arriba intentando recordar. —Se basaba en fundamentos metalógicos/lingüísticos tendentes a la demostración i-n-a-p-e-l-a-b-l-e de la ironía como contraposición trágica entre lo mundano y lo trascendental— Vuelve a guardar silencio para retomar la palabra con más énfasis. —Sí, sí, fama mundial, créame si le digo que no le exagero— Continúa, enfatizando el gesto. —Naturalmente, se preguntará qué tiene que ver la ironía con el amor… Pues mucho, señora mía, muchísimo me atrevería a decir, aunque lejos de mí está el resultarle hiperbólico— Se rasca la sien derecha. —Ahora soy cantante— Aclara ligeramente la garganta, endurece el gesto y comienza torpemente a marcar el ritmo, levantando la pierna

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derecha y golpeando con el pie plano en el suelo. Continúa hablando sin dejar de marcar el ritmo. —Ese descubrimiento mío se consideró por el altísimo tribunal de la Academia de las Artes Francesas, ¿ha visto usted alguna vez una luciérnaga?, y por el mismísimo Rey Dagoberto, el que lleva los calzones al revés, como un asesinato. Sí, sí, me oye usted bien, como un asesinato. La sentencia fue firme: fui confinado de por vida a la lucidez— Enfatiza esto último. Mira con aire melancólico alrededor suyo y detiene el movimiento de su pierna. —Fama mundial, no le exagero…, pero ya ve usted, los franceses me detestan— Extiende su mano derecha y simula dar la mano. —Yo la llamaría suegra, si me permitiera la confianza, y hasta la besaría…, lo entiendo… Naturalmente que para mí ha sido también un placer— Se sienta en el suelo, saca un pañuelo del bolsillo derecho de su pantalón y se frota los labios hasta quitarse el maquillaje. Suspira. Vuelve a ponerse torpemente en pie y da tres pasos hacia la derecha. Se detiene y musita. —Hasta aquí. Aquí se acaba todo— Vuelve sobre sus pasos hasta el punto de partida y retoma el movimiento de su pierna para marcar el ritmo. Intenta entonar con gesto grave. —Y lloro, sin que tú sepas que el llanto mío tiene lágrimas negras cooooomo mi viiiia— Se detiene creyendo oír algo. Saca de su bolsillo izquierdo el pintalabios y se retoca rápidamente los labios. —No tengo ningún inconveniente en despejarle la duda, caballero— Da tres pasos hacia el frente como siguiendo a alguien. Levanta el brazo en señal de parada. —Si no le importa, mejor nos detenemos…, más allá, créame, todo se acaba— Se inclina ligeramente hacia delante.

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—Bien, se preguntaba usted por qué la ironía finiquita ese estado trascendente que llamamos amor— Dibuja con el dedo, en el aire, una letra. —Téngase… (las formulaciones, créame que algo de esto sé, siempre empiezan mejor por un “téngase”). Téngase un punto, que podríamos llamar A, en el que alojaríamos lo trascendente… (sí, lo sé, es difícil alojar algo en una letra, pero, si bien lo mira, verá que el amor siempre lo alojamos en cuatro), y en otro punto equidistante... (equidistante de qué me pregunto…, no sé…, pero creo recordar que utilizaba el término “equidistante”…, bien, digamos de A y de Usted), que daríamos en llamar B... (llamarlo M complicaría inútilmente las cosas), en el que alojamos una ventosidad... (un aire intestinal, una flatulencia, un pedo…, aquí viene el tremendo ingenio de la versatilidad lingüística en mi teoría), hasta formar una línea perfecta que iría de A hasta B… Pero, por favor, caballero, no se vaya, si ahora viene lo mejor. Sube el tono de voz como si estuviera hablando en la distancia. —Imagínese, y eso es algo que siempre sucede, que la vida, las circunstancias, el orden o como lo quiera usted llamar (dúctil el método semántico, ¿no?) dobla esa línea que hemos formado hasta hacer converger los dos puntos, A y B, en un mismo punto, que daríamos en llamar C. ¿Qué contendría este punto C? ¿Flatulencias o trascendencias?... Ja…Nada de eso amigo, nada de eso. Sube más la voz y se ayuda de la palma de su mano, colocada abierta junto a la boca para proyectar la voz. —¡Contendría ironía! ¿Lo ve?…, por Dios, dígame que lo ve. Así pues, usted, caballero enamorado, hace que su amor busque la trascendencia en A y cuando mira ve el punto C y se encuentra la ironía. La ironía que no deja alojarse al amor. ¿Lo entiende?…, por Dios, dígame que lo entiende… No hay sitio para el amor, en C, cuando ya está ocupado por la ironía… ¿Irónico, no?

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Baja la voz, inclina apesadumbrado la cabeza y murmura para sus adentros. —La teoría poético científica sobre el amor que me hubiera dado fama mundial… No me extraña que usted mente a mi madre, que era planchadora en la caserna de artillería de Punta Umbría, hasta que le pudo la artritis..., le entiendo; yo, de usted, hubiera hecho lo mismo si alguien me revelara ese hondo secreto. —Sigue musitando. —Una teoría poético científica extraordinaria, de la que le seguiría hablando con mucho gusto durante horas…, si la recordara, pero no me acuerdo bien. No me acuerdo. Vuelve a sacar el pañuelo de su bolsillo y se quita el lápiz de labios. Retoma el golpeteo con el pie plano en el suelo intentando marcar el ritmo. —… negras cooomo mi viiiia. —Detiene el cante. Se rasca la sien. —Mi teoría… La dejé escrita en tres tomos. Eran tres tomos preciosos…, si los girondinos, que siempre me observan, no los borraron deberían estar… hacia allí. Señala atrás. Da tres pasos decididos y se detiene. Hace un gesto de resignación. Murmura. —Hasta aquí. Más allá no hay nada. —Se palpa los bolsillos. Murmura. —Ahora soy cantante. Vuelve a sacar del bolsillo de atrás de su pantalón la imagen. La desdobla y la observa. —Las francesas son así…, llevan Chanel número 5, que dicen que es un perfume…, pero en realidad es un insecticida que mata las luciérnagas… Bichos irónicos por excelencia — Jorge de los Santos En Valérie a 2 de Junio de 2010

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DEDICATORIA A J., el novio de la novia muerta, el novio que visitaba los fines de semana a la novia muerta, y cada vez le llevaba una botella de champán y unos cigarrillos de tabaco negro, y los dos juntos brindaban por lo que habían vivido y lo que no habían vivido, ante el espanto y la indignación de los otros visitantes del cementerio, que veían profanación y orgía donde sólo había amor póstumo. También a N., otro novio, y a los niños novios tristes y a las niñas novias abandonadas de la Plaza Real, novios y novias que se hicieron mayores y algunos vivieron y murieron de mala manera.

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Esta edici贸n de Cancionero de prisi贸n, obra original de Alberto Tugues, se ha hecho en Barcelona, en marzo de 2014.


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