EL DRAKKAR DE LOS SUEÑOS

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El Drakkar de los Sueños

Texto: Emilia García Ilustraciones: Miguel Segura


LA AFICIÓN DE LUCAS

Lucas tiene ocho años y yo voy a cumplir los doce. Aunque soy un poco mayor somos grandes amigos. A mí me gusta contar historias y a Lucas le gusta oírlas. Así nos pasamos las horas juntos; jugando y contando historias. Esta de ahora tiene mucho que ver con la afición de Lucas. A Lucas le entusiasman los zapatos. Los tiene por docenas, de todas clases y colores. Zapatos brillantes para los días de sol. Zapatos deportivos para las mañanas de domingo. Zapatos arco iris para los días de lluvia y hasta zapatos con cascabeles para cuando está triste. Seguro que alguno de vosotros colecciona algo; no sé...cromos, sellos, monedas... pues bien, mi amigo Lucas colecciona zapatos. ¿Os

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parece raro? Al principio también a sus padres les llamó la atención ya que Lucas jamás pedía juguetes ni golosinas. El mejor regalo que podían hacerle era un par de zapatos nuevos. Y es que Lucas piensa que los pies y la cabeza no andan demasiado lejos y que con unos pies cómodos los pensamientos son más ligeros. Pensando de este modo no os resultará raro el que a Lucas se le ocurriera hacerse unos zapatos para dormir. Pensó que si se hacía unos zapatos con el material adecuado y se los calzaba para dormir, sus sueños serían especiales y maravillosos. De modo que estaba decidido a fabricárselos.

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LA SORPRESA Esta historia comenzó hace unos meses. Fue el sábado que celebramos el cumpleaños de Lucas y yo había convencido a mis padres para que me dejaran dormir en su casa. Esa noche, ya en su habitación, Lucas se me acercó con una sonrisa de oreja a oreja y una caja en la mano. Me pidió que cerrara los ojos, que tenía una sorpresa para mí. Lucas abrió la caja como quien abre un tesoro. Cuando me pidió que abriera los ojos no podía creerlo. Lo que vi, era más de lo que podía imaginar: perfectamente reproducidos para ser calzados, entre algodón azul, descansaban unos zapatitos que eran auténticos drakkars vikingos.

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Era el mejor regalo que había recibido, Su abuelo había tardado meses en hacerlos. Además, le había advertido que los zapatitos tenían virtudes mágicas. –Toma –me dijo–, dice mi abuelo que sólo hay que ponérselos y esta noche tendremos el más fantástico de los sueños. Haremos un viaje impresionante. ¡Puede que exploremos mundos remotos! No sé si entonces le creí o simulé creerle para seguirle en su fantasía. Lo que sí sé es que jamás le quitaría la ilusión a mi amigo, así que con los drakares en nuestros pies, nos metimos en la cama. Nos quedamos dormidos al poco rato.

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EL VIAJE

Era noche cerrada y nuestra embarcación, sacudida por el violento oleaje, parecía a punto de partirse en dos. Por todas partes iban y venían marineros. Durante unos momentos, que a mí me parecieron interminables, ni uno solo de aquellos hombres nos dirigió la palabra, aunque eso sí, nos miraban con absoluta simpatía. Por fin, ante la insistencia de Lucas, me dirigí a quien parecía ser el capitán para preguntar hacia donde nos dirigíamos, y, cosa extraña, aunque utilizaban una lengua que no conocía, le entendí perfectamente. El capitán, que entonces supe se llamaba Quinthur, me hablaba de una isla perteneciente a una lejana constelación a la que

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arribaríamos tan pronto saliésemos futuras”.

del “Mar de las estrellas

Debió de leerme el pensamiento o quizás fue la cara de asombro que puse. No dijo más. Rompió en una sonora carcajada y señaló hacia el horizonte. Un inmenso túnel de luz se abría y cerraba a lo lejos. De él surgían haces luminosos que rompían en una gigantesca cascada de estrellas. Las aguas fueron serenándose poco a poco. Creí que navegábamos sobre un mar de diamantes. En la nave se hizo el silencio. Llegábamos a la isla. Una vez desembarcamos y con Quinthur siempre a nuestro lado, echamos a andar monte a través. Fue entonces cuando me di cuenta de que nuestro acompañante llevaba unos zapatos iguales a los que le

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había hecho el abuelo de Lucas. Quinthur se percató de nuestra extrañeza y entonces nos explicó que en aquel país sólo era posible entrar y vivir si se calzaba de aquella manera. La Isla de los Sueños es maravillosa – dijo Quinthur - pero también encierra grandes peligros. La única forma de vencerlos, y por lo tanto dejarlos atrás, es siendo más rápido que ellos. Y creedme muchachos, nada hay más rápido y ligero que un drakkar. Esto, lejos de aclararnos las cosas, nos las hacía aún más difíciles y oscuras. Caminábamos en silencio, oyendo a Quinthur que trataba de hacernos más llevadero el camino contándonos historias de los lugares por donde pasábamos. Así anduvimos durante horas cuando oímos una musiquilla lejana y dulce.

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–Son “las campanillas” que han notado nuestra presencia. No debemos quedarnos aquí mucho tiempo– aconsejó Quinthur. La melodía fue creciendo en intensidad conforme acercábamos al único lugar frondoso y húmedo que se veía. La verdad es que nunca sospeché que existiese bonito. Estaba poblado de campanillas malvas que reían, cantaban... ¡Anda! –exclamó Lucas– pero si están campanillas, al oírlo, exclamaron a coro: –vivas, vivas, vas, vi...

nos

un lugar más cuchicheaban, vivas, y las vivas... vi vas,

–Tenemos que irnos, las campanillas están trabajando y no pueden ser molestadas– señaló Quinthur. – ¿Trabajando? Pero si están cantando – dijo Lucas.

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Y es que, como después nos explicó Quinthur, el trabajo de estas florecillas consistía en crear un ambiente alegre y feliz. Con su música y sus risas, eran las encargadas de hacer llegar a todo el universo sus vibraciones, para que en cualquier lugar las personas pudiesen sentir su alegría. Seguimos caminando cuando oímos un impresionante aleteo procedente de un valle desértico y escarpado hacia el Este. Entonces Quinthur, llevándose los meñiques a los labios, comenzó a emitir espectaculares silbidos, tan fuertes y agudos que mi amigo y yo tuvimos que taparnos los oídos. Unos segundos después, una nube multicolor se dirigía hacia nosotros. Rojo, amarillo, violeta, rosa, azul, verde, blanco, negro... los colores se estiraban y agrupaban, bajaban y subían formando figuras caprichosas, era como si una mano grande e

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invisible estuviese dando brochazos de colores allá arriba. Poco a poco pudimos distinguir con nitidez. ¡Eran mariposas! ¡Cientos de mariposas gigantes! Grandes, más grandes que la más grande de las águilas que hayáis visto jamás. Lucas y yo estábamos pasmados. No podíamos creerlo. Sin embargo Quinthur saltaba de alegría. Levantaba y bajaba los brazos como si fuesen aspas de molino, mientras gritaba algo que no entendíamos. – ¡Alegraos, muchachos! – dijo volviéndose hacia donde nos encontrábamos– estas pequeñas evitarán que hagamos el viaje a pie. – ¡Es estupendo, llegaremos antes de lo que imaginaba a XILUX! – ¡Vamos, vamos, de prisa, van a posarse en el llano! – ¡No perdamos tiempo! – y echó a correr hacia el lugar donde acababan de aterrizar tres de las más bellas mariposas que nadie, nadie, hubiera visto antes.

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En unos minutos, Quinthur organizó las monturas. Lucas viajaría sobre Atalanta. A mí me reservó Dórylas y él viajaría sobre Rhamni. Dórylas era de mi color favorito, azul turquesa, con los márgenes de las alas anchos y blancos. En las alas posteriores, sobresalían dos enormes lunares anaranjados, mientras que en las anteriores, éstos eran de color blanco; blanco brillante. Su cuerpo era verde oliva y toda ella brillaba como si estuviera revestida de algún material metálico. Dórylas inclinó sus patas y subí sobre ella, me abracé como pude a su cuerpo y esperé. Rhamni, guiada por Quinthur, se situó la primera. Realizó un breve movimiento con su trompa que pareció ser la orden de salida. Comenzamos el vuelo.

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–¡¡Hurra!! –grité con todas mis fuerzas– ¡Estoy volando! Miré hacia abajo. Todo se iba haciendo cada vez más pequeño. Empezaba a gustarme todo aquello. Llevábamos volando un buen rato cuando, a nuestra derecha, comencé a vislumbrar una especie de embudo que se abría en el cielo y hacia él nos dirigimos. Ya en su interior, pude ver en el fondo una especie de ciudad luminosa. Sus alrededores eran verde esmeralda. Ríos de agua cristalina, campos cargados de amapolas. Aves y animales de las más extrañas formas iban y venían tranquilamente. Lo que más llamó mi atención era que aquel lugar no parecía tener arriba ni abajo, de manera que se podía ver perfectamente el fondo de los ríos o las raíces de los árboles tanto como sus copas. ¿Cómo podía sostenerse todo? Esa era la pregunta que pensaba

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hacerle a Quinthur en cuanto pudiese hablar con él. Pero eso sería más tarde, porque Dórylas descendía y se preparaba para posarse sobre el aeródromo de la ciudad, una gran pista que llevaba justo a la puerta de lo que debía ser la entrada principal a XILUX. Dórylas se posó suavemente sobre el piso y volvió su cabeza hacia mí. Por primera vez le veía los ojos. Me miró como si quisiera despedirse, así que me bajé y me situé delante de ella. Le acaricié la frente: ¡Adiós preciosa! – quise decirle – pero antes de que pudiera hablar Dórylas dobló sus patas; agitó fuertemente sus alas posteriores y dejó caer uno de sus lunares naranja. –Este es mi regalo, llévalo contigo, y cuando te encuentres en algún aprieto úsalo a modo de escudo, él sabrá defenderte. Después se irguió para emprender el vuelo.

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Rhamni y Atalanta ya la esperaban para volver con las suyas. RecogĂ­ el obsequio. Realmente parecĂ­a un escudo. Una pieza redonda que brillaba como el oro a la luz del sol. Dura como el acero, pero ligera en mis manos como una pluma. Me encantĂł.

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UNA CIUDAD FANTÁSTICA

Entramos en la ciudad. No debíamos hablar, ya nos lo había advertido Quinthur y, sin embargo, con qué ganas habría formulado miles de preguntas. Una gran avenida de almendros en flor constituía lo que a mí me pareció la travesía principal. El rosa y blanco de las flores contrastaba con el azul del aire y un cielo esmeralda se rompía cruzado por golondrinas multicolores. Las casas eran completamente blancas y de una sola planta. Los jardines, todos de árboles frutales, abundaban, y en la parte alta de la ciudad, pudimos ver una construcción sobre la que se reflejaban todos los colores: el verde del cielo, el azul del aire, las flores de los

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almendros, naranjos, ciruelos, granados... despidiendo brazos de arco iris se perdían en las alturas. Había señores que realizaban juegos malabares en las calles, rodeados de chiquillos y adultos que les miraban embobados. Maravillosas bailarinas realizaban sus danzas y en todas las ventanas descansaban, sobre jardineras de cristal, ramilletes de campanillas malva, como las que tuvimos ocasión de ver durante el camino. Por fin llegamos hasta los jardines de la fantástica construcción multicolor. Un olor dulce flotaba en el aire. Una gran fuente circular y giratoria comunicaba, mediante un canal, con un estanque, donde una pareja de cisnes nadaban plácidamente. En el centro del estanque y sostenida, al parecer, por flores de agua, se levantaba la casa. Quinthur emitió un musical silbido y dos cisnes se acercaron a nosotros. En silencio, a una señal de nuestro amigo, subimos sobre

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ellos, y lentamente nos acercaron hasta la entrada de la casa flotante. Quinthur desapareci贸 dej谩ndonos solos.

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EL SEÑOR DE LOS SUEÑOS

– ¡Eh, vosotros! ¡No pensaréis quedaros ahí todo el día! Bastante tiempo llevo esperando, venga, venga. ¿No veis que estoy bostezando? ¿Acaso queréis que me duerma? Mi amigo y yo nos tomamos de la mano. No era miedo, os lo aseguro, es que de pronto nos sentimos algo tímidos. Hasta ahora habíamos estado acompañados. Vernos allí solos, con aquel extraño del que nada sabíamos, nos resultaba un poco raro. Entramos en la sala. Para que os hagáis una idea, os diré que allí todo era de cristal.

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– ¡Dios mío! –exclamó Lucas–- yo no me muevo de aquí; si toco algo, seguro que lo rompo. No hay una vez que ayude a mi madre a limpiar la vajilla, que no se me escurra algo de entre las manos. Lo mejor que podemos hacer es esperar a ver si aparece ese viejo chiflado. – ¿Chiflado? ¿Quién dijo chiflado? –oímos de repente. Un anciano de ojillos vivarachos, con una gran barba de cristal y túnica malva, se arrellanaba en un sillón cerca de la ventana. Lucas y yo nos miramos ahora un tanto avergonzados. No creíamos que el comentario hubiese podido oírse y mucho menos queríamos ofender a nadie.

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–Lo siento señor –susurró Lucas– le ruego nos perdone... es que, ha debido ser de puro nervio. Todo este viaje ha sido muy extraño. No sabemos qué hacemos aquí ni para qué se nos ha traído. – ¡Pero cómo! –gritó de nuevo el anciano–- ¿qué es eso de que no sabéis dónde estáis? ¡Estoy comenzando a perder la paciencia! ¡Sí señor! ¡Creo que voy a enfadarme, así que lo mejor es que nos sentemos a la mesa! ¿Os apetece una manzana? –preguntó acercándonos a una fuente muy hermosa repleta de frutas de cristal. No hay duda –pensé– este viejo está realmente loco. Ni Lucas ni yo queríamos contrariarlo. Así que tomamos una pieza y nos la llevamos a la boca, haciendo como que la comíamos. – ¡Qué ricas! – dije – deben estar deliciosas. Y tomando lo que debía der una pera me la llevé a los labios. Fue un instante lo que duró,

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que la fruta los tocase y advertir que, lo que tenía entre mis manos, era la más sabrosa, olorosa y fresca de las peras. Le di un mordisco con todas mis ganas, y otro, y luego otro. Lucas me siguió entre maravillado y hambriento y, en un abrir y cerrar de ojos, dimos buena cuenta de aquel almuerzo. – ¡Caramba, sí que teníais hambre! ¡Ese grandullón de Quinthur se ha olvidado de vuestros estómagos! El anciano dejó la mesa y nos hizo una señal. Le seguimos. –Venid, quiero enseñaros algo. Seguro que os gustará. En cuanto a donde estáis, está claro. Vosotros quisisteis hacer el viaje. Yo sólo puse los medios, pero fue vuestra voluntad y no la mía la que os trajo hasta aquí. XILUX es mi reino ¡El País de los Sueños! Y todo cuanto aquí existe es producto de la fantasía. Digamos que XILUX no es

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nada sin que vosotros no queráis. Aquí todo es posible, todo puede ocurrir. Mientras caminábamos y le escuchábamos, crecía una suave melodía que ya nos sonaba familiar. Eran acordes salpicados de risitas. Pensé de pronto en nuestras amigas las campanillas. – Sí, son ellas –dijo el anciano– ¿verdad que son hermosas? Se volvió entonces hacia mí preguntándome si aún conservaba el regalo de Dórylas. – Sí señor –contesté– desabrochándome la camisa y haciéndole ver que lo llevaba bajo ella. –Bien, bien. Aún hay algo que debéis llevaros de mi reino.

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El pasillo por el que nos conducía se iba ensanchando cada vez más, hasta el punto de que creímos estar al aire libre. Nos invadió un fuerte olor a mar. Estábamos de nuevo en la playa. – Y ahora, tomad –dijo, alargando la mano–. Nos obsequió con una pequeña bolsa que llevaba colgada a su cuello. –Son semillas, haced que crezcan. Y mientras tomábamos la bolsa, observamos que el anciano cambiaba de aspecto. Junto a nosotros teníamos a Quinthur. –Bien muchachos. La mar está en calma y el drakkar os espera. Un segundo después nos encontrábamos a bordo de la nave. Nuestros párpados se cerraban. Estábamos realmente agotados.

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AL DESPERTAR

- ¡¡Lucas, Máximo!! Son casi las diez ¿es que no vais a levantaros? ¡El desayuno está en la cama! – Era la voz de Silvia, la madre de Lucas. Nos despertamos sobresaltados. Por la ventana entreabierta de la habitación asomaban los rayos del sol. – Máximo, ¿Has soñado lo mismo que yo? Se palpó el cuello, colgada tenía una pequeña bolsa. Y en el pecho, yo llevaba prendido un pequeño medallón dorado.

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-Vamos Lucas ¿Qué te parece si bajamos al parque y las sembramos? Allí podrán crecer de manera que cualquier persona pueda verlas y... quien sabe, lo mismo también ríen y cantan para ellos. Aquel domingo, sin haber podido desayunar por la emoción, nos fuimos al parque, y en un rincón húmedo, entre unos rosales, esparcimos el contenido de la bolsa de campanillas malvas y hasta puede que, si sabéis guardar silencio, las sintáis reír. Nos acercamos todas las tardes por si les hace falta agua y también para seguir contándonos las impresiones que aquel “sueño” nos produjo. Tengo que deciros que las semillas brotaron y crecieron con rapidez, por lo que es posible que en cualquiera de vuestros paseos

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por el parque os sorprenda algún día un ramillete de campanillas malvas y hasta puede que, si sabéis guardar silencio, las sintáis reír. Yo estoy ahora mismo observándolas, mientras llega Lucas con otros chicos del colegio. Vamos a planear una excursión para el sábado próximo. Mientras espero, me gusta acariciar este pequeño recuerdo dorado que ahora he colgado en mi cuello. Todos los chicos me preguntan que qué tipo de metal es. Yo les digo que es una mancha de mariposa y ellos se ríen. Pero mi madre está muy contenta. Dice que nunca antes había visto en el jardín tantas mariposas azul turquesa.

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Este libro se terminó de imprimir en septiembre de 2015. Se utilizó papel ultra blanco de 110 g. Encuadernació n artesanal con cubiertas de cartó n de 2 mm. forradas con papel multité cnica de 200 g. y cosido japoné s.


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