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pampa pensamiento/acción política
Responsable Editor Claudio Lozano Consejo Editor Karina Arellano Lucía De Gennaro Sebastián Scigliano Emilio Sadier Fernando Bustamante Arte de tapa e ilustraciones Ana Celentano Participan en este número Paz Levinson Eduardo Grüner Juan González Fabián D’Aloisio Bruno Nápoli Adrián Celentano Gustavo Giuliano Diseño y armado Nahuel Croza Agradecimientos Héctor Maranessi Instituto de Estudios y Formación CTA Redacción editorialpampa@institutocta.org.ar
Distribuye Editorial Galerna www.galernalibros.com Administración Piedras 1067. (1070) Buenos Aires Teléfono: 4307-3637 ISSN 1851-5827
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sumario desierto Sebastián Scigliano / La memoria vence al tiempo
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Emilio Sadier / Hojas arrancadas del bloc otoño 08
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Lucía De Gennaro / Escombros de la mítica
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Karina Arellano / Fiel a la vieja escuela
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ENTREVISTA / Eduardo Grüner El sociometabolismo del Capital
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coyunturas Claudio Lozano / Aportes para la construcción política.Una visión sobre la coyuntura: ¿cambio de Gobierno o cambio de etapa?
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Juan González Paraguay, alumbra el camino histórico de Soberanía popular
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Fabián D'Aloisio y Bruno Nápoli / Entredichos
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fábrica Adrián Celentano / Desde el Mayo Francés: Badiou y Rancière sobre la fábricas
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Gustavo Giuliano / Tecnología y trabajo.¿Son inocentes las máquinas?
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Fernando Bustamante / Desarrollo y utopía. Crisis de la politicidad moderna en las organizaciones
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“El más difícil arte del demócrata es saber quedar solo, cosa en la que fue maestro Hipólito Yrigoyen. Solo al pie de la bandera abandonada, en la certidumbre de que un día, alrededor de ella, se reunirán las multitudes”. A RTURO JAURETCHE Carta a José Ábalos, 9 de Julio de 1942
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Reunidos en la mesa, la discusión iba y venía alrededor de la sangre. Las voces y los estilos variaban y se mezclaban con el ruido ambiente característico de esas ocasiones. Había quienes, brutales, invocaban órdenes perdidos alrededor de lo sanguíneo, jerarquías basadas en la densidad del linaje como respuesta a la evaporación y las liviandades. Salían casi siempre a su cruce los defensores de la igualdad de la sangre, aunque la mayoría en seguida matizaba lo dicho destacando la circunscripción terrenal de sus argumentos y convirtiendo en promesa lo que inicialmente era premisa. No faltaba quien se paraba y vociferaba airadas cuestiones acerca de negociados y sangre derramada, pero a la eventual exaltación le seguía siempre un silencio incómodo y la vuelta al asiento. Con una precisión notable, durante la discusión algunos fervientes cultistas insistían en la inminencia de un Apocalipsis sustentado en el carácter siempre licencioso de lo sanguinario, pero en general no concitaban entusiasmo entre los presentes y sus imprecaciones languidecían, perdiéndose en la música de fondo. Como retirados, un corrillo mascullaba sin disimular el disgusto, hasta que una mujer de entre ese grupo tomó la palabra y dio una vibrante arenga acerca de la relación entre el dolor y la sangre, en la que se destilaban llamativamente cercanos amor y rencor, soledad y confraternidad. Los aplausos fueron unánimes y en algunos casos hasta sentidos: al fin y al cabo, eran parte de la lista de invitados, y la etiqueta es clara acerca del respeto a la diversidad de opiniones. De ese y otros modos la discusión seguía, amable e interesada en el encuentro de puntos de consenso. Y en cierto momento empezó a llover. Nunca supimos exactamente cuándo, ni si comenzó como llovizna y al tiempo fue pampa | 7 |
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que arreció hasta convertirse en la tormenta que fue: lo importante es que recién ahí nos dimos cuenta de la magnitud del problema. Porque ahí fue evidente que no sentían que el agua los estaba mojando, así como no pestañeaban con los relámpagos que iluminaban cada vez más el cielo y eran ajenos al sonido de los truenos. Y no era que no les importara todo eso: realmente no lo percibían. Así como no percibían a ninguno de los nuestros que, como siempre, allí estaban: el que los recibía y los acomodaba en sus sillas; el que servía los manjares y levantaba cada uno de los platos con elegancia; el que llenaba periódicamente sus copas, sin preguntar; la que, en silencio, tomaba nota de cada una de las cosas que ellos iban diciendo. En rigor, posiblemente ni siquiera se percataban del suelo que habían estado pisando hasta ese momento y del cielo que se abría sobre sus cabezas. Es cierto, en realidad hasta el último momento no entendimos del todo el problema: por eso la decisión de ir y dar nuestro parecer, nuestro punto de vista acerca de la cuestión. Por eso y porque, finalmente, para nosotros era simple: la cantidad de sangre es la misma en todos los casos, cierto; pero basta una gota para ver a trasluz el caleidoscopio de diferencias que se establecen entre la vida y la sobrevivencia, entre ellos y nosotros. La sangre, nuestra sangre, cuenta la acumulación de pesares, el ritmo anémico del cansancio, el hambre hecha costumbre, la esperanza volcada hacia el pasado a falta de futuro. Sólo desde allí, pensábamos, vale la pena nombrar la sangre. Pero no pudimos ni empezar a hablar. Quizás fue el miedo de vernos llegar a todos, ya que habíamos tenido problemas a la hora de elegir una delegación; quizás fue que no nos vieron siquiera en ese instante, sino que escucharon el murmullo y nuestra respiración casi extenuada –se había hecho lenta y larga la marcha a través de la noche. Lo cierto es que toda la compostura y la civilidad que parecían desplegar sin esfuerzo la perdieron en un segundo; al punto que ellos fueron quienes destrozaron las fuentes, los platos, las copas, en fin, todo lo que | 8 | pampa
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estaba colocado sobre la mesa de ese salón ilusorio que tenía como piso la aridez para entonces transformada en barro y como techo el cielo de la noche del desierto. Lo siguiente fue tan inevitable como definitivo. Curiosamente es sólo en nuestra memoria, en el recuerdo de los para ellos invisibles, donde queda guardada su imagen, hoy ausencia. | pampa CONSEJO EDITOR
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LO QUE HEMOS llamado desierto, tanto tiempo, se ha vuelto nuestra casa. Habitarla o abandonarla, hacer de ella un jardín o un infierno, parece hoy tarea de todos los días. Escribimos sobre sus paredes, que se desvanecen cuando las tocamos, que se pierden en la ceguera relumbrante del paisaje baldío cuando, a lo lejos ya, volteamos para contemplar su silueta, sombría, en un último gesto de piedad y de recuerdo. Escribimos solos, con los nuestros a la vera, esperando que el desierto termine, finalmente. Hemos sido sus hijos, somos sus desertores. Escuchamos la sombra desplegarse, salimos a la intemperie y empezamos a caminar.
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La memor ia venc e al t iempo por SEBASTIÁN SCIGLIANO
Alemania año cero, de Roberto Rosellini, tiene una escena sobrecogedora: una señora mayor barre el piso de su casa que no tiene paredes. El “tema” de la película, seguramente, sea otro. De hecho se cuentan otras historias, una en especial, la del niño Edmund y sus esfuerzos por sobrevivir en la Berlín inmediatamente posterior a la caída nazi. Pero el telón de fondo sobre el que se recorta ese pequeño pasaje traumático de la niñez a la juventud lo forma ese rosario de rostros impávidos, sacudidos por el final de algo monstruoso, y atónitos ante un comienzo incierto y en penumbras. La escena no es importante, ni dura demasiado; es solamente una miscelánea, un comentario casi distraído, al pasar. Sin embargo, tiene una fuerza narrativa feroz: el poder de la devastación de la guerra de la que Alemania acaba de salir no deja tiempo ni siquiera para ajustar los gestos más mínimos, esos que relacionan las pulsiones vitales con el espacio y la sobrevivencia. La película toda es, claro, una reflexión sobre ese tópico, sobre ese “año cero” imposible pero, al mismo tiempo, impostergable, a partir del cual se pueda empezar a contar de nuevo, se pueda empezar a dotar de sentido esos pequeños instrumentos mínimos de la existencia. Y esa persistencia en el gesto de ese personaje anónimo, ese habitar una memoria de los procedimientos, ese repaso mecánico de un catálogo de las formas y las costumbres conocidas, incluso a pesar de la devastación, puede ser también, paradójicamente, una forma de olvido. Aunque a primera vista parezca una insistencia épica, una obstinación heroica, ese rudimento ineficaz pero familiar puede ser, contra lo que pretende, más una omisión que un recuerdo. Puede pensarse como un signo postraumático, tal vez. Ciertamente, la salida de eventos especialmente conmocionantes revela, cínicamente, cierta fatuidad
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desierto en las conductas, como un cierto desgano frente a la historia y su maldad liminar. Sin embargo, esa misma fatuidad, ese desvaído es la marca de la tragedia: su descolocación, su falta de eje es su impronta trágica. Estamos hablando, claro, de un olvido especial, raro, hacia adelante. Más de una fuga que de un olvido. O si lo es, es en realidad el olvido de que es necesario olvidar, despojarse de algunas cosas, distinguir la situación nueva, producir otra gestualidad, otro cuerpo atento a la nueva situación. Lo que se olvida –o se suspende, por caso– es la tracción gravitatoria que los acontecimientos ejercen sobre sus representaciones. Esa relación de peso, de corporeidad insustituible, de alguna forma se quiebra, se violenta y se expresa, entonces, a través de una forma especial del exceso, de la sobreimpresión: se expresa como una tragedia. Se trata, sin más, del olvido de la memoria como relato y su reemplazo por la reproducción mecánica de los episodios que se evocan, cuanto más mínimos, más patéticos y desoladores. Una forma del recuerdo sin memoria. Habitar la memoria puede ser, también, un camino a la desolación. Como sucede en El año del desierto, la novela de Pedro Mairal, lo que misteriosamente se llama “la intemperie” avanza sobre la vida cotidiana de los atribulados habitantes de una Buenos Aires crispada, con la misma intensidad y persistencia con la que esos mismos habitantes olvidan los acontecimientos de la vida colectiva. Y como si fueran un par perfectamente complementario, cuanto más avanzan intemperie y olvido la memoria colectiva de esos mismos habitantes de una ciudad que desaparece produce la ilusión de la conjura del tiempo, a favor de instalarse en un recuerdo empalagoso y turbiamente tranquilizador de lo que alguna vez fue. Conforme el relato avanza, la historia retrocede: desde un principio traumático, fundacional, con la ciudad sublevada por el ocultamiento del audaz fenómeno, hasta el bucolismo de la vida salvaje, precivilizatoria, en la que la protagonista de la novela termina acunando sus días, más por resignación que por convicción. A cada paso hacia atrás, todos parecen reconocer a la perfección un estadío anterior de la existencia colectiva, y se encargan de reproducir esos papeles con la pasión de los faná-
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ticos: urbanitas exasperados por el desmonte caótico de la ciudad, primero; vecinos multicolor y truhanes desalmados de una ciudad prostibularia e incipientemente mestiza, después (o antes, quién sabe); criollos empobrecidos y embrutecidos en tensa armonía con ranqueles malhablados y suburbanos, más tarde. Todo matizado por la presencia consternante de los vestigios de una vida urbana desguasada, que escupe sus restos en forma de escenografía extraña, intrusa e incompleta. Especialmente durante el largo pasaje que la novela le dedica a la vida campera, esos vestigios aparecen subrayando la anomalía de que esa calma exasperante y forzada del parnaso rural se imponga sobre la existencia melancólica y doliente de unos súbditos de la tierra que no lo son –o no lo fueron–, a fuerza de mitologías pomposas y violencias silenciosas y extremadamente crueles. Toda la novela, en realidad, parece querer decir una sola cosa: habitar el pasado es también, de alguna manera, habitar la intemperie. La única forma que parecen tener para sobrevivir todos los que conjuran ese nuevo territorio desvastado es rehabitar esas formas extintas de las costumbres. Como en la escena de la película de Rosellini, pero para atrás. En estos tiempos tempestuosos, en los que se sobreimprimen relatos afiebrados sobre el recreo de la acción, sobre aquello que hay que hacer en tiempos de vértigo y de confrontación, esa constricción por el mandato de la costumbre domina la escena nacional que, televisada en directo, ha conseguido sobre sí ese efecto iluminador que toda consagración, en definitiva, persigue. La restitución de un modelo de puja patria, que es lo que en buena medida se ha puesto en juego en estos días, apela insistentemente a la producción de una simbología abollada, sí, pero eficaz y tranquilizadora. Esa consagración de las posiciones e identificaciones sociales no solo es funcional a la escena mediática, que la consagra al mismo tiempo que la prefigura, sino que también lo es respecto de las visiones que los actores en puja tienen de sí mismos y de cómo esas visiones operan en tanto procesos de legitimación de esos mismos actores. Todos parecen hablarse más a sí mismos que a un otro, muchas veces de caricatura, como si el primer plano al
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desierto que la retórica audiovisual los condena los tuviera a ellos mismos como único público, como ese presidente que, al bajar de un avión y ante cámaras, saludaba cordial a una pista de aterrizaje vacía. No hay, no parece haber afuera de la escena, un afuera que garantice los mínimos elementos de disonancia, de desnivel simbólico que habiliten la comunicación. Hay incandescencia de la imagen y de las palabras, que se oscurecen no bien se apaga la cámara que las toma. Al igual que en la escena de Rosellini, seguir barriendo parece más sencillo, menos problemático que advertir que ya no hay paredes y que el polvo lo cubrirá todo, inexorablemente. Y si seguir barriendo, además, vuelve visible la escena y a su protagonista, más aún, aunque el efecto sea pornográficamente mordaz. En parte ese es también el éxito mediático de la escena: la sensación de que, en cualquier momento, el decorado puede venirse en picada para volver a poner en evidencia, no sin cierta comicidad, que la verdadera eficacia del desnudo es demostrar que debajo de tanta ropa en realidad no hay nada. De todas maneras, esa insistencia también es –y allí reside parte del problema– una forma de la calma momentánea, al menos, del reposo frente a la adversidad. No es poco. Tampoco parece que sea suficiente. Sin embargo, de ese sosiego parecen nutrirse las almas que hoy van a la batalla, crispadas y felices, como al encuentro de viejas canciones que el clamor colectivo alguna vez entonó, gallardamente. No importa, o no parece importar, que esas melodías ya no suenen tan bien, ni que hayan sido entonadas ya por otros, impíos, en nombre del enemigo. La sola posibilidad de abrazar su recuerdo alienta, al menos, a seguir caminando, cuando no a redoblar el paso con entusiasmo y emoción. En El año del desierto hay una aparición furtiva pero reveladora: cuando la protagonista cree haber encontrado a su viejo amor, líder de la revuelta que originó en parte el caos, y ya por entonces mítico llanero motorizado de la pampa bárbara, encuentra a su mejor amigo que se hace pasar por él. Alejandro “El Capitán” Pereyra, el verdadero y original, ya había muerto hace tiempo. De la tragedia a la farsa.
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Claro que si no fuera porque la protagonista de la novela conserva todo el tiempo la conciencia clara de lo que pampa | 15 |
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sucede, el efecto de incomodidad, de nudo en la garganta que produce la lectura de El año del desierto no tendría lugar. María sabe todo el tiempo lo que pasa, y ésa y no otra es la clave de su mal, de su desazón. La conciencia la vuelve vulnerable y, al mismo tiempo, es lo que la mantiene viva, aunque sea también causa de su desgarramiento. A pesar de ello, guarda todo el tiempo la mirada piadosa de quien lo comprende todo y, aún así, lo calla. Hay allí un gesto conservador, una reserva aristocrática que en el silencio resguarda su condición. Pero también es un gesto de amorosa piedad, de comprensión y de cautela frente a lo se comprende pero que, por alguna razón, no se puede decir. Allí hay parte de lo que hoy pareciera faltar en la escena nacional: cierto respeto por la voz baja, por el entendimiento cercano, por eso que, muchas veces, se manifiesta como pequeñas grageas de la política popular, esas que anudan el itinerario de miles de pequeños protagonistas anónimos, que construyeron su épica en episodios cotidianos y fugaces. Nos referimos a las experiencias más minimamente vitalistas de la política, a los avatares microscópicos del hacer político innominado, silencioso, matero, a ese universo penumbroso, heroico de una forma muy especial, muy susurrada, a esa biografía candorosa de pequeñas virtudes paritarias, en alguna escaramuza menor de fábrica, de taller, de barrio. Como para la protagonista de la novela, lo conservador debe ser esa reserva moral de la épica construida de a capítulos de una página, en pequeñas misceláneas microscópicas, que en ella son el cuidado febril de los otros, de su padre moribundo, de los enfermos del hospital, de sus compañeras de prostíbulo. En ese poder, en la memoria de esas memorias, reside la fuerza modesta de la gesta popular, la solidez de su proyecto, el éxito mediano. Por el contrario, la retórica de la ocupación, de la necesidad, de eso militar que tiene siempre la lucha por el poder –que hoy navega, difusa, por la tinta y la sangre de muchos– suele dejar en el camino las resonancias de esos relatos. La vanguardia, la avanzada, la agitación, la mayoría de las veces los despoja de intensidad, los vuelve inmateriales, innecesarios, los subordina al tono habitualmente altisonante de la proclama y de la aventura, de la rigidez en los gestos del peligro, del rigor fragoroso del | 16 | pampa
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desierto enfrentamiento. No parecen capaces de comprender la temporalidad de la paciencia que una política vivida en clave de letanía necesita y, aún más, obliga. Toda la fuerza, todo la subversión está en esas proezas módicas y en su respeto. La política y la organización popular de estos tiempos gritones y ardorosos se deben una estrategia de conservación de esos pesebres. | pampa
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Ho j as a r r a nc adas del bl o c ot o ñ o 0 8 por EMILIO SADIER Cosas que tenemos bien guardadas archivadas, atesoradas Mito memorizado al detalle entre pestañas “Debajo del álbum blanco” FLORENCIA LESTANI (FLOPA)
Ensayo de montaje. La primera reacción ante el peculiar presente en el que estamos inmersos es ubicar su supuesto eje constitutivo y desarrollarlo, desplegarlo. Centrar, dar centralidad (¿centrarse?). Visto de otro modo, abrir un paréntesis: dejar de lado un conjunto de otras cuestiones, restarles importancia, tomarlas como “el resto” que debe esperar (¿restarlas?). Esto suele llamarse, de manera algo pomposa, “enfrentar los desafíos”. Es claro, sin embargo, que no deja de ser una forma de montaje. Estos párrafos responden, por su parte, a otro modo de encarar el problema. En lugar de centrar y descartar, expandir y sumar; contra el anhelo de lo sistemático, la exposición visceral de borradores perfectibles. Quizás porque, en realidad, el problema sea otro: cómo evitar que la operación de vaciamiento de nuestras memorizaciones, nuestros archivos, nuestra experiencia –la que nos dice que, en última instancia, nada de eso es importante– tenga finalmente lugar.
000. Si lo estable y permanente es algo inerte y no puedes precisar el estado de las cosas, la falta de certeza te oxida las venas, es el odio quien guía tus pasos. “El estado de las cosas” FERMÍN MUGURUZA (Kortatu)
El estado de las cosas. Lo que está en la superficie, nomás empezar a pensar la actual coyuntura, es un hecho: la instalación de | 18 | pampa
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desierto la polaridad como lógica de comprensión de la realidad política argentina. Primer correlato evidente: la acción política pareciera reducirse al simple y transparente hecho de “tomar posición”. Segundo correlato, no tan evidente: la “toma de posición” como forma de la acción política es subsidiaria (y por lo tanto dependiente) de una acción previa: la construcción de las posiciones. En otras palabras: si yo “tomo posición” ante una polaridad, me estoy situando en un lugar determinado; esto, por definición, ocurre indefectiblemente quince minutos más tarde de haberse constituido ese lugar (y su contrario) como tal. Tercer correlato: esta forma de la acción política deja muy poco margen –literalmente, ya que el margen, si hay que “tomar posición”, es visto como una (doble) traición– para entender la política como una práctica creadora, disruptiva y, por lo tanto, transformadora.
001. Sola, fané, descangayada... “Esta noche me emborracho” ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO
Descoyunte. ¿Cuál es el problema, podría preguntarse, de una realidad como la actual? ¿No es positivo tener “marcada la cancha”, donde “lo blanco es blanco y lo negro es negro”? ¿No es tranquilizador encontrar un lugar en el cual instalarse, sin “medias tintas” ni oscilaciones? ¿No es confortante encontrar, luego de tanta zozobra, las viejas y conocidas categorías de la Historia, y poder dejarnos acunar en sus brazos, “formar parte” de un linaje? ¿No estamos, por medio de la “toma de posición”, finalmente, resituando el antagonismo, reconstruyendo el sujeto, poniendo en marcha el motor de la historia? El problema es simple y tiene una base práctica: nosotros –el “nosotros” por fuera de esta coyuntura, el “nosotros” previo y construido a partir de otros momentos y otras luchas– corremos el riesgo de responder afirmativamente y con entusiasmo a todas estas preguntas, más allá de la posición que tomemos. En otras palabras, siguiendo la lógica de la coyuntura corremos el riesgo de encontrarnos compartiendo la necesidad de “tomar posición”, encontrarnos en el hecho pampa | 19 |
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mismo de posicionarnos, y encontrarnos caminando con un montón de afirmaciones y respuestas... de uno y de otro lado, separados, solos.
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Yo veo el futuro repetir el pasado, veo un museo de grandes novedades y el tiempo no para. “O tempo não para” CAZUZA
La vuelta. La vuelta de la política, la vuelta de las grandes antinomias, la vuelta del Estado, la vuelta de la puja salarial, la vuelta del PJ, la vuelta de la vuelta de los restos del General, la vuelta del Diego, de Soda Stereo, de los Fabulosos Cadillacs, del Cabezón... Con tanta vuelta dando vueltas, es necesario decirlo: en el drama nacional, las “vueltas” fueron generalmente operaciones político-culturales de clausura (la de Obligado sería forzado ponerla como ejemplo, ya que su nombre es por accidente geográfico –aunque tiene su interés, en tanto lo “cerrado” en ocasión de la famosa batalla fue el propio Río Paraná con cadenas de costa a costa para evitar la avanzada anglo-francesa). Esta propensión a las vueltas quizás tenga su origen en la eficacia de aquella inaugural llevada a cabo por José Hernández, cuando publica la segunda parte de su “Martín Fierro”: estrategia no sólo editorial –ciertamente el poema original había sido un formidable éxito de ventas– sino esencialmente política. “La vuelta del Martín Fierro” da, al mismo tiempo que una continuación de la historia, un giro fundamental: del gaucho matrero que, luego de poner en discusión y romper con la legalidad “civilizada”, se va con su compañero Cruz desierto adentro a vivir con los indios, al Fierro sentencioso, mesurado y paternal que vuelve a aconsejar acerca de las bondades del trabajo y la familia hay, ciertamente, una distancia. Quizás análoga a la distancia entre el exiliado Hernández de 1871, luego de haber sido parte del movimiento revolucionario de López Jordán y el Hernández que, en el mismo 1879 de publicación de “La vuelta”, era elegido diputado por el Partido Autonomista Nacional. | 20 | pampa
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desierto 014.
Y yo canto para usted: el que atrasa los relojes, el que ya jamás podrá cambiar y no se dio cuenta nunca que su casa se derrumba. “Para quién canto yo entonces” CHARLY GARCÍA
Política espistolar. De J.W. Cooke a J.D. Perón, 1962: “Mi querido Jefe: Reincido la relación epistolar –unilateral– que venía manteniendo con Ud. Como primera medida, quiero dejar constancia de las razones que me llevaron a suspender la correspondencia.” En este encabezado está condensada la potencia paradójica puesta en funcionamiento cuando se escribe una carta en clave política. Porque, al contrario de lo que se podría pensar, es la conformación del interlocutor lo que constituye la voz propia y define el lugar político de enunciación; pero –y acá está la paradoja– la interlocución, en última instancia, es un imposible. Rodolfo Walsh, una década y media después, desnudaría hasta el paroxismo este movimiento en su definitiva “Carta Abierta”.
039.
Estás llamando a un gato con silbidos. “Todo un palo” SOLARI - BEILINSON
Poder destituyente. La dinámica destituyente podría resumirse en lo siguiente: del concepto a la imagen, y de la imagen al gesto –fantasma de lo nuevo, espectáculo. Encontramos un ejemplo claro de esta dinámica, curiosamente, en la deriva público-mediática del propio término “destituyente”. De su aparición en la primera solicitada del campo intelectual (Carta Abierta/1, 13-5-08: “Un clima destituyente se ha instalado, que ha sido considerado con la categoría de golpismo”) a su introducción en el comunicado del Partido Justicialista (27-05-08: “El Partido Justicialista, ante el antidemocrático ataque que con ánimo destituyente y falta de respeto a la voluntad popular se ha hecho a la Presidenta y a los gobernadores...”), el término termina incorporado sin muchos problemas a la cotidianidad del espectáculo de los medios: así, no es sorprendente pampa | 21 |
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* A decir del hoy renombrado Ignacio Copani, en la misma nota en la cual el actor y aparentemente también compositor y filósofo Juan Acosta sentencia “los políticos no tienen idea de la realidad. La falta de conocimiento y la falta de amor por la patria los convoca al fracaso”.
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encontrar intervenciones del tipo “los políticos destituyentes aprovechan estas manifestaciones para sacar tajadas”* en el contexto de una nota titulada “Dos cantantes se suman a la polémica por el campo” (Infobae.com, 6-6-08). El espesor conceptual del término “destituyente” es destilado casi de inmediato –paradójicamente, en la medida en que pregna efectivamente en la “opinión pública”–, convirtiendo el término en un gesto de distinción banal (“destituyente” pasa a ser efectivamente sinónimo de “golpista”, pero con un guiño bien, de entendido). La crítica intelectual, el comunicado institucional, el comentario mediático: ¿tres formas de discursividad política distintas, inclusive contrapuestas? La discusión tiene en realidad otra base: bajo el dominio del espectáculo, todo es gesto. Ahí está el nudo de lo destituyente; y para modificar políticamente esto hay que hacer carne el problema: habitar lo menos reaccionariamente posible la intemperie que la destitución produce.
040. La tierra es al revés, La sangre es amarilla. “Déjate caer” ÁLVARO HENRÍQUEZ y ROBERTO LINDL (Los Tres)
Hábitat. Es imprescindible aclarar: lo destituyente no es un “clima”, ni un “ánimo”, menos un sujeto político determinado. Es un proceso político-social con bases materiales que, por otra parte, ya sucedió hace rato.
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Recurrente la ilusión que forma la historia... “Fantasmas de lo nuevo” ABRIL SOSA (Cuentos borgeanos)
La(s) memoria(s). ¿Por qué 1930, 1955, 1976? Invocar –volver(nos) hacia– una clausura, ¿conjura los peligros del presente? Hay un problema muy actual en pensar que la mirada hacia el pasado consiste en un gesto (de la cabeza, que se vuelve por sobre los hombros, sea por derecha o izquierda) que, realizado mientras se camina, reforzaría la firmeza del paso y con ello la capacidad de huida de lo que queda atrás. Es decir, eso de “mirar al pasado para | 22 | pampa
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desierto evitar tropezar con la misma piedra” –cosa que tiene su complicación en tanto las piedras suelen ponerse delante de los pies y si estamos mirando hacia atrás, más inesperada suele ser la caída. La cuestión es, en realidad, mucho más trágica y ya fue expuesta magistralmente por Walter Benjamin: el Angelus Novus efectivamente vuelve el rostro hacia el pasado, pero con la intención de detenerse y “recomponer lo destruido”. “Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. No hay salida progresista para los oprimidos, nos gritan de todas las formas posibles las “Tesis sobre la historia”. Y la sensación que da buena parte de la invocatoria actual a ciertos momentos de nuestra historia es que el rayo del pasado ha relumbrado, pero tan cerca que en lugar de iluminar nos deja sordos, ciegos y hasta fritos. No obstante, a la hora de ensayar relaciones históricas, sería mucho más sugestivo ponerse a pensar en ese período abierto alrededor del Centenario, allá por el 1906. Taquigráficamente: crecimiento económico sustentado en un modelo agro-exportador, conflictividad social creciente, disputas internas y desgranamiento del Partido Autonomista Nacional que gobernaba desde 1880, alza del ala “modernista” de la propia clase dominante (Figueroa Alcorta, Pellegrini, Roque Sánz Peña) que, no obstante intentar algunas medidas “progresistas”, no lograba encausar las demandas de los crecientes sectores medios y populares (referenciados fuertemente en la figura de Yrigoyen y en el sindicalismo anarquista y socialista, respectivamente). En otras palabras: un nudo histórico abierto, en el que no era absolutamente claro saber hacia dónde dispararía el futuro.
052. Me gusta lo desparejo y no voy por la vedera... “Milonga del ‘900” HOMERO MANZI
El hecho maldito. Se podría decir que si existe un hecho maldito en la Argentina de hoy, éste es el menemismo: si se lo nompampa | 23 |
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bra es casi unánimemente a modo de insulto (como “adjetivo descalificativo”) o de burla, como si Menem hubiera sido un mero personaje de brutalidad graciosa (la anécdota del cohete es de las más mentadas al respecto). Curiosamente, lo que comenzó como un chiste terminó teniendo un éxito social inusitado: pasada casi una década de su extenso pasaje por el gobierno nacional, el “innombrable” ya no es nombrado. Esto que es para muchos un triunfo es, posiblemente, uno de los problemas del presente: ya que el estatuto político de la experiencia menemista no reside en la personalidad de su mentor, ni en su cohorte de impresentables, ni en la magnitud –por cierto enorme– de las canalladas cometidas; ni siquiera tiene su fortaleza en la destrucción de las estructuras institucionales que por cierto llevo adelante. La medida política de la experiencia social de los ’90 está dada por la transformación efectiva de la composición subjetiva del conjunto de la sociedad argentina –de arriba abajo y de derecha a izquierda–, más allá de dónde hubiera estado cada uno ubicado en su momento. Sin comprender eso, no puede determinarse siquiera con mínima precisión los factores realmente activos en las conflictividades presentes –dicho de otro modo, mucho más que la experiencia peronista “histórica”, es el menemismo lo que tenemos en la memoria social del presente. Pero las líneas anteriores son, en realidad, sólo una provocación: siendo fieles al pensamiento político de Cooke y al espíritu de su frase, “el hecho maldito de este país burgués” tal como se conformó desde fines de los ’70 hasta la actualidad, a no dudarlo: todavía es una incógnita cargada de futuro.
069. Siente como el viento destroza tu misión. “Aire en movimiento” NORBERTO “PAPPO” NAPOLITANO (Aeroblus)
La circulación. Piquetes. Retenciones. Exportaciones. Marchas. Subte, trenes y aviones. Micros. Camiones. El punto sensible de la conflictividad contemporánea es, sin dudas, la circulación. Es decir: la disputa por el estatuto de lo circulable y las | 24 | pampa
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desierto condiciones generales de circulación. Esto no es un dato menor para nosotros, acostumbrados a pensar en términos de producción y de consumo.
059. No es posible reformar. O me quedo o me voy. “Condición” ROSARIO BLÉFARI
Tu querida ausencia (Cookeana). ¿Por qué John William Cooke nos ronda incansablemente en estos tiempos? Quizás porque, abierto el arcón de la historia, es de los que más cuesta retomar para justificar el presente. Quizás porque su peronismo es una invención, brillante invención que tensiona y recupera políticamente la capacidad disruptiva de la experiencia movimentista frente a las vertientes burocrático-partidarias –¡y todo sin sacar las patas de la fuente (“yo soy menos ultraperonista, menos recontraarchiperonista; soy peronista a secas”). Quizás Cooke nos ronda en este presente precisamente porque, entre tantos fantasmas, buenas son las ausencias.
100. (Colofón) Hoy todo está dormido, y aquí quedó una palabra. Después del aire que estalla, buscar se parece a nada. “El marcapiel” LUIS ALBERTO SPINETTA
Scalabriniana. Contra tanta electrificación microfónica y sus productos inmediatos –sobreamplificaciones de lo ya estridente–, bueno es volver a lo analógico y ensayar una cautela estetoscópica: auscultar con paciencia por debajo de las voces para reencontrarnos con las otras voces de un cuerpo –palpitares, gemidos, estertores; respiraciones, crujidos, suspiros, silencios– y desde ahí (si aún posible) proyectar una política común, una política de lo común. | pampa pampa | 25 |
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Es c o mb r o s de l a mí t i c a por LUCÍA DE GENNARO
“Sé este océano ligado a lo extremo, haz de un hombre, a la vez, una multitud, un desierto. Es una expresión que resume y precisa el sentido de la comunidad”. GEORGE BATAILLE
La relación entre comunidad y existencia es aquella que se entabla entre relato, mito estructurante y experiencia individual. La comunidad no es una realidad –exterior a cada sujeto–, sino el momento de la verdad más propia de cada uno. Aquel instante en que los unos sólo pueden comprenderse, constituirse en la consideración con los otros. Somos cuando habitamos la experiencia de los otros, cuando la separación se disuelve en el continuo de la comunidad. Por esto, la operación de lo común se sitúa sobre el límite que separa el plano de lo real del plano del deseo. La experiencia que atraviesa a los sujetos al vincularse con los otros en un mismo territorio, bajo una nación, dentro de un colectivo común, es la destitución de la propia subjetividad. En su arrojo al mundo, aquello que sucede no se hace presente en un encuentro entre sujeto y hechos que lo alcanzan, alteran o transforman. Lo que se consuma es la destrucción de este sujeto como individuo único, en una explosión de su individualidad para transformarse en otra cosa en un movimiento que es, al mismo tiempo, su única posibilidad de existencia. Ser comunidad. Si lo que existe detrás de la pregunta por lo común, entonces, es la inquietud de los hombres por la inapropiabilidad de su experiencia, el problema es el modo en que dan sentido a ese arrojarse sobre el mundo que los constituye. ¿Cómo aparecen los otros? ¿Cómo se construye ese vínculo? ¿Qué pasa con el estatuto del otro en la constitución de lo común? ¿Cuál
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desierto es la trama que se pone en juego al indagar los modos de la conflictividad? En esta relación de implicancia entre constitución subjetiva y orden común, las enunciaciones, los relatos, las figuraciones míticas son modulaciones de contención, intentos de construcción o de cancelación de los modos de decir el todos. Conforman la trama que deviene política actuante, acción colectiva. La condición política reposa, justamente, sobre los modos en que el exceso de cada sí mismo se estrecha en el horizonte más amplio. Cuando aparece allí un conflicto es constituido sobre una reminiscencia que requiere siempre lo comunitario para entrar en escena. Por eso, es sólo en ese plano donde se halla la posibilidad de darle contenido político a la violencia conflictiva. La presencia de lo utópico, de la historia, emerge en los marcos de confrontación sobre lo simbólico. La capacidad política es esa disputa por la nominación de cada forma de ser conflictividad, de cada momento de confrontación. La singularidad de lo político es su presencia como litigio, como apertura de nuevos sentidos y modos de la vida en común. Cuando el sujeto es atravesado por el tiempo común y deviene todos, es el momento en que todo discurso se desase y la relación con los otros se transforma en un contagio metonímico, sobre la unión común en el desgarro, en la herida de su integralidad que nunca podrá ser saturada. La tradición de la organización popular supo dar contenido a esa trama común, a esta relación de imbricación dramática, a este (des)orden provocado por el impulso del deseo y el inevitable sacrificio de destituirse (uno) para ser (todos). El mito popular forjó un espacio atemporal, estableció un nuevo origen de lo común, otras formas de decir la patria, una nueva narrativa religante sobre la historia, el presente y el futuro. Como un magma, un tejido, sobre el cual cada acción –política, cultural, intelectual– devenía inteligible sólo bajo ese recuerdo de una plaza de cuerpos agolpados. El mito forjó una escena donde situar el conflicto, los enemigos, la violencia, la justicia. ¿Sobre qué trama de relatos, historias, supuestos compartidos, reposan hoy los discursos sobre la conflictividad? Sombras de las discusiones de contraposición entre nosotros y
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ellos, peronismo y antiperonismo, pueblo y oligarquía, que intentaban reponer discusiones, visiones, ideas sobre lo nacional. Hay un plano mítico de la conformación de la comunidad del pueblo que opera en relación con esta forma de vínculo entre el deseo y la individualidad de la experiencia. En el relato mítico popular el conflicto es el momento anterior a la reparación, a la justicia, a la posibilidad de palabra para lo que no se nombra, para lo que no existe. Así, el mito popular construía una grieta desde donde sentenciar lo establecido de un lado y del otro del conflicto. En una misma operación dividía la historia en dos, con la promesa de reunir finalmente a la comunidad. Bajo esta impronta, ponía en juego la suerte de toda la sociedad –bajo el ideario de la esperanza o la desdicha de la represalia– y establecía el rol de lo popular, los muchos, los cuerpos obreros, negros, grasas, descamisados: eran aquellos que contenían el plus que escapaba a cualquier intento de representación institucionalmente tamizada. Cada conflicto, entonces, podía reponer, enunciar siempre sobre lo sin reparación, para actualizar el mito en su origen, poner en discusión su presente y definir su futuro, volver a establecer lo popular y lo antipopular, los idearios inclusivos y excluyentes. Hoy, los relatos que hablan, sentencian, dan sentido, reponen el conflicto parecen habitar una historia ya transcurrida, casi acabada. Si antes los enemigos se situaban en la escena del conflicto, para establecer lo común como horizonte, hoy la construcción del otro parece quedar bajo otra trama. Por fuera, lo común. Desde hace algún tiempo ya que la derecha ha alcanzado su operación más eficaz. Aquella que desplazó lo político del orden simbólico al orden de lo imaginario. Lejos de gobernar nuestro acceso al mundo, lo político deviene un ideario para ser vivido por quienes pueden aún tener capacidad de lectura sobre las acciones que quedan bajo su esfera. Entonces, los discursos políticos –o, mejor dicho, las adscripciones a ciertas discursividades políticas– devienen mera ideología, mero catálogo de consignas sobre el bien común, sobre los relatos de la historia a protagonizar, sobre las luchas de clase a ser asumidas por presuntos sujetos, mientras que son incapaces de dar contenido a la práctica de miles de subjetividades de nuestra época. | 28 | pampa
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desierto Por supuesto, siempre hay una operación en el orden imaginario de cualquier mitología política. Pero sin orden simbólico donde instituirse, esta imaginería queda sin posibilidades de alcanzar cualquier eficacia. Al mismo tiempo, si consideramos este aspecto de lo político que se constituye en el terreno simbólico como tal –es decir, el espacio en que la sociedad se representa a sí misma–, es sobre esta materialidad de la experiencia donde las modulaciones de carácter más fascistas operan como orden simbólico, por fuera de los relatos políticos más tradicionales. Como los nudos estructurantes de la experiencia, son los imaginarios sobre la sociedad sin conflicto en el orden material cotidiano de los sujetos –sin cortes, sin paros o con conflictos en clave espectacular– los que modulan la relación entre los individuos y el universo de lo común. Operación sobre el sentido de la violencia que coloca lo que se traducía como final de un conflicto con la posibilidad del no conflicto, por un lado, y ciertas formas de la violencia, por otro. Así, la violencia transita desde un elemento de la lucha política hacia ciertas claras configuraciones del odio hacia lo otro, lo diferente. El conflicto era el motor, el eje, un elemento para que la historia se desarrollara y la violencia el pujo final hacia la concreción del imaginario colectivo de lo justo, de la comunidad realizada. Hoy la violencia se transporta sobre otro plano de la acción. La trama política, justamente, habría tenido la capacidad de discutir qué violencia, cuál legitimidad para situar el conflicto, qué justicia y qué injusticia. Sin esa trama hoy operando como estructurante, lo que queda de fondo es un relato de otro carácter. Lo que ocurre, entonces, es una profunda y dramática diferencia entre la vida de una mitología y su capacidad de hacer vivir. Sin duda, la tradición política de la organización popular –sus mitologías, sus mártires, sus relatos más épicos– está aún viva. Pero el rasgo central es que ha dejado de hacer vivir. Hacer vivir en tanto estructura organizadora de una experiencia subjetiva, que sea algo más que una experiencia individual fragmentada. Por tanto, como nunca habrá sentido para uno solo, ya que el sentido es del orden de lo común, la mitología se ha trasmitido a otro estatuto. Lo que se manifiesta, entonces, es la pampa | 29 |
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incapacidad de que estas últimas voces puedan ser estructurantes de prácticas y anclajes de modulaciones. Las operaciones, los dispositivos para la acción, remiten, se entrelazan, se estructuran bajo otro entramado, aquel que refiere hoy al conflicto en clave televisiva, mediática, espectacular. En el juego de la auto-institución –momento donde lo político aparece ya no como orden, sino como modo de hacerse presente la sociedad como totalidad representada– operan hoy las claves relacionadas con las lógicas fascistas. Allí, no puede haber relato de lo justo, porque no hay amor. Los intentos para instalar otras historias de la consumación del bien comunitario son inaudibles, inasibles. Hay culpables y víctimas. Operaciones discursivas que necesitan del retiro del sujeto de la enunciación para hablarlo. Lógica bajo la que se formula tanto la trama del conflicto en Policías en acción como aquella que atraviesa a sujetos sociales colectivos. La trascendencia más importante del mito popular peronista fue, sin duda, su capacidad de construir un relato que establecía un piso común desde donde partía lo político. Funcionaba como memoria colectiva, como imaginario para la práctica. Imaginario que fijó una idea de comunidad en lo político y en lo filosófico. ¿Cuál es hoy ese piso para la acción colectiva? Lo más trágico de esta operación de derecha es que ha desarmado la trama que devenía política actuante, dejando por fuera del margen de comprensión hasta la más pequeña acción política, gremial, cultural, intelectual, crítico que debe volver a construirse su refugio bajo otro páramo. ¿Qué ocurre hoy con aquello que nos ha sido trasmitido como fondo de evidencias de sentidos para la política popular? Pareciera que el mito popular, sus relatos, sus historias se encuentran sobrepasado, como si él mismo y por sí mismo estuviera en estado de superación. Y es que pareciera sólo poder ser actual un peronismo que contemple la posibilidad presente de su negación. Como señalamos en el punto anterior, hay una diferencia entre la permanencia de un sentido y su capacidad como estructura organizadora de una experiencia subjetiva. ¿Dónde se sitúa hoy este desplegarse del sentido del mito? ¿Hacia dónde
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desierto se dispersa este sentido? Pareciera ser sólo el movimiento de su propia destitución. Un sentido cerrado sobre sí mismo, alcanzando su límite, su posibilidad de ser. Lo que se nos presenta, entonces, es el conflicto de la disolución de este sentido en un intento de adaptación a un mundo que, aunque provenga de él, se desprende para negarlo. La envergadura de este movimiento es que no se trata de un problema entre creencias, relatos opuestos, visiones del mundo partidas. Es el conflicto entre una totalidad y su propia desintegración. Aparece hoy el gesto por intentar que este presente no sea sólo bruma, sólo nostalgia, sino algo aún poblado de este sentido abarcador de lo común, donde volver a situar propios y ajenos, donde dar significaciones y poner en relatos un conflicto en términos precisos. Pero queda sólo en el límite del gesto. ¿Dónde opera este gesto que intenta recoger el carácter de horizonte si nos encontramos frente a la apertura indefinida del sentido? La consecuencia más nefasta de esta operación es la cristalización de los relatos sobre su vida, su época, sus dramas, sus figuraciones míticas, sus dogmas y los matices de sus narrativas, donde puede ser sólo a condición de morir como práctica estructurante de sujeto. Su desaparición como fin de ser promesa, perspectiva. Por ello, el error más grande tanto de aquellos que aspiran a intervenir en el conflicto con discusiones de otro momento histórico como de aquellos que saludan la presencia del conflicto como una suerte de repolitización de lo social es que creen en la eficacia de su intervención como contra-operación de la tragedia ya ocurrida. Mientras tanto, lo político popular vive un momento de esplendor, de intensa luz para apagarse al mismo tiempo en esa incandescencia. Es el sentido que no ordena y no actúa ya para nada; sólo para sí mismo. Aquel que vale sólo para sí, es decir, el mito construido para ser habitado sólo por él, indefinida y definitivamente. Sentido vacío de toda figura, vacío de todo contenido, en cuanto productor de imágenes, de relatos, de héroes, de mártires que operen eficazmente sobre la construcción de lo común.
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Lo que queda, entonces, es la pregunta por lo político como tradición y como posibilidad. ¿Dónde habitamos? pampa | 31 |
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Pareciéramos hablar no ya un mundo, sino la constatación de sus límites y el habitar de sus finales, donde se sostiene tanto la ausencia de fundamento como la imposibilidad de reaseguramiento de los sentidos perdidos. Pensar sobre el límite no nos deja frente a cultos y doctrinas, sólo nos deja el ejercicio del pensar. Eso es lo que habita en este tiempo de naufragios sin retornos. No saldremos del sentido sino a través de un movimiento que nos pueda volver a cobijar, pero que no es la reconducción debilitada del mito. Sólo tendrá sentido aquel gesto que comprenda que el naufragio, el desierto no es un accidente contingente, es la experiencia de nuestro acontecer en común, la forma de ser todos. La esfera de lo público puede volver a condición de construirse como ámbito de contención al temor. A diferencia de las urgencias con que se sentencia y se toma posición hoy, el gesto más apropiado está cercano a la paciencia inagotable del re-comienzo. El sentido infinito, el sentido incontenible, aquel momento donde existe la distancia irreductible entre todos los sentidos y los objetos a enunciar, sólo puede hoy actuar hidratando la tierra para retirarse y dejarla ser nuevamente potencia vital. Preguntarnos hoy por la cuestión del vínculo del uno con los otros, de la relación entre experiencia subjetiva y alteridad, es el gesto de penetrar en el horizonte de lo borrado, poner en discusión un lógica de la representación y de la violencia sobre lo otro, lo diferente, para volver a habitar lo común bajo un orden que no será el del poder, sino el del encuentro ético-político. El problema de los sentidos ya desvanecidos es que, en realidad, más allá de sus intenciones, vuelven a colocar al marginado en su invisibilidad, en su lugar de diferente. Donde el sujeto pasó de ser el articulador de una experiencia revolucionaria a convertirse en otro personaje televisivo mostrable como alguien desactivado de toda potencia, en tanto sólo ser carente. El peligro no está ya en su borramiento, en la desaparición del débil, en la anulación de sus relatos, en la no presencia de sus mitologías, sus historias, sino en su exposición massmediática, espectacular que lo vuelve a situar como ausente. Por el contrario, es la presencia del otro, el atravesarnos de su experiencia, la que nos vuelve humanos. Somos cuando nos | 32 | pampa
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desierto arrojamos de nosotros mismos para ser comunidad. Por eso, la unidad del número, la presencia bajo un mismo territorio, no nos cobija: para eso se necesitan otras operaciones, donde los viejos relatos ya no resultan efectivos. Operaciones que implican, como en la amistad, la reconstrucción de un fondo común donde ya no hablemos de los otros, sobre los otros, sino a los otros; el abrir una fisura en uno mismo para el encuentro en el devenir. Sólo allí se encuentra la gramática alrededor de la cual los hombres pueden habitar una época. Con los lazos rotos de la tradición, en el desierto ya no hay origen, ni presencia de padres, sino de hijos. Es a ellos a quienes debemos hablarles. Con el lenguaje de la hospitalidad como una experiencia del acontecer en común, como frontera que nos salva de nosotros mismos. | pampa
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Fi el a l a v i ej a e s c uel a por KARINA ARELLANO
Un mundo se ha hundido y otro nuevo no ha surgido aún. Por eso lo principal es estar atento a la llamada que viene de lejos, sin extraviarnos entre los restos de la vieja construcción derruida. Marqués de Valdeiclesias
Es extraño irse de aquí. Aunque si uno lo piensa un par de veces, es extraño salir de cualquier sitio sin transformar el andar en un nuevo camino hacia el centro. Y si uno lo piensa hasta tres veces, más allá de que efectivamente se salga o al menos se comience a caminar hacia fuera o simplemente se esté soñando en irse, no es seguro que se pueda escapar de una red que invade todo con las configuraciones del lugar que se abandona. Porque irse es también una acción que configura el espacio, lo que indica su lugar de paso, su condición de tránsito, la comprensión de un sitio como instancia necesaria de otra cosa. Sin embargo existe una modulación en el andar que no es la de la permanencia. Las calles no parecen las mismas de siempre cuando se camina hacia fuera. Los rostros tampoco. Eso puede conducir al temor, por lo tanto hay que tomarlo con calma, aguardar los acontecimientos sin detener la marcha, que es la mejor actividad para escapar de lo cristalizado. Muchas horas más tarde, cuando el andar cansa y nada ofrece orientación lineal o contornos, comienzan a moverse los trozos del pasado bajo la fuerza cíclica del retorno.
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Las imágenes que tengo de la política empiezan en el recuerdo que guardo del triunfo de Alfonsín. Tuvieron que pasar al menos tres o cuatro días para que a mi viejo se le cambie la cara después de esa noche. “Viste? Yo te dije”, susurró a mi vieja con el tono de quien está molesto pero se apoya en las palabras para que se le de crédito al menos en el acto de la proclamación. Metió la cara para abajo mientras sonreía y se
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desierto levantaba de la mesa para irse a dormir mientras mamá lo seguía. La tensión se mascaba en el aire. Hasta ese momento, desde mi infantil comprensión no había motivos objetivos para que nadie esté nervioso o desmoralizado en casa; sin embargo, esa noche aprendí: la política era así, se dejaba presentir, se respiraba. Derivado de alguna tradición o lealtad mística el gesto estaba allí en todo su esplendor; errante, confuso, en fuga, desplegado exclusiva y no tan casualmente ante mí que quedé sentada sola frente al televisor y comprendí que éramos peronistas. Ya cuando tomaba “conciencia de las cosas”, relación con las ideas y asumía militancia concreta, debí habitar la propia crítica. Desbordado el peronismo, la determinación tercerista se había impuesto como camino por su carácter creacional desde donde la política iba a establecer un nuevo diálogo con las corrientes críticas y constructoras del poder popular. Recuerdo que en esa época asistimos a una producción discursiva muy prolífica sobre las nuevas formas de hacer política. Vivimos una suerte de administración de los discursos de la crisis donde escuchamos a los doctrinarios, los operativos, los terceristas, con sus consecuentes procesos activos: lo disgregado, lo cínicoescéptico, lo resistente. Fue el tiempo en que “la generación” se reubicaba y yo me separaba consecuentemente de la impronta familiar. Si “la generación” ejercía crítica en la academia para poder abandonar el dogma, yo leía Foucault para discutirle al viejo el sobre blanco del PJ que llegaba a casa en cada elección y que él cargaba hasta la urna casi sin abrirlo. Si “la generación” recuperaba la organización popular, yo no me afiliaba al partido sino a la Central Obrera para reafirmar el proceso autonomista de la clase. Si “la generación” se reubicaba en el progresismo que prontamente derivó en la oposición al menemismo –mutando tardíamente en oposición al duhaldismo–, yo debía aportar a esa construcción de poder popular porque éramos la renovación. A veces tiendo a pensar en ese momento como el inicio cíclico de una discursividad encargada de provocar desplazamientos y reorientaciones. Un período donde los enunciados políticos crujieron a tal punto que comenzaron a denunciar su propia acción corrosiva, su condición opaca, su cuota de hipocresía. Una época que sobrestimó tanto los significados que pampa | 35 |
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desembocó en una paradoja extendida por más de veinte años, donde las enunciaciones políticas al tiempo que deseaban ser poder se desesperaban por liberarse de la ley que lo hacía funcionar. Esa dilucidación ofrecía la comprensión con su consecuente carga trágica, por un lado, y la ley del mal menor ante la acción política particular de la gestión –además del componente cínico que plantea tal enunciación separada de sus dos proposiciones. Durante ese tiempo, cada vez que se asistió a un acto de la política hablando de su propio silencio se comprobaron resultados de inacción y estancamiento. Cada vez que se reclamó un nuevo lenguaje o se denunció el disloque de sentido en el terreno de lo conflictivo se aportó más a la hipótesis del rol administrador de la política que a la disputa por la representación del todo. Cada vez que el “relato” de la identidad necesitó venir a clarificar contornos de una serie de posiciones se instaló una nueva situación de desigualdad. Sin embargo, desde su prefacio es una época a la que debe reconocérsele la intención del último intento de articular un discurso de la emancipación en todos los planos del orden nacional. La renovación había retomado desde su impronta hilos enunciativos de la Argentina moderna para abordar el proceso democrático. A su manera los ’80 configuraron una nueva situación desértica resultado de la dictadura militar y reponían automáticamente el inicio de un proceso en el que Argentina necesitaba re-emprender el proyecto de construcción nacional. Mientras se revisaba la colosal crisis del peronismo el gobierno radical servía en el ejercicio práctico de demoler sus dogmas. Unidos, se aprendía a sospechar del republicanismo; se criticaba la plaza pública a la medida de los irresponsables. Unidos, se salía del espanto dictatorial para marcar paso a paso el proceso de descomposición del fervor democrático. En los ’90, mientras proliferaban los medios y se privatizaba la esfera pública, los significados de la renovación respondían a la cuestión de la organización social. El neoliberalismo tenía que tener su contracara al menos para ser transitado de la forma menos traumática. El poder se construía desde abajo. No había que buscar el estado mayor que gobierna su racionalidad, ni la casta que gobierna, ni los grupos que controlan los
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desierto aparatos del Estado. Si la racionalidad del poder era la de las tácticas en el nivel en que se inscriben encadenándose unas con otras, solicitándose mutuamente, se podían construir popular y fácilmente dispositivos de conjunto. Lo engañoso de esos planteos era creer que se agotaba el dispositivo de poder en denunciar su ley de prohibición. Lo ingenuo o paradójico, que por conocer su mecanismo se reconstituiría un gerenciamiento con fines emancipadores. Mientras esas configuraciones seguían de alguna forma paradas sobre la modernidad, ya se habían construido los artefactos para producir discursos sobre la política, muchos discursos, que funcionaban dentro de su propia administración y provocaban efectos exclusivamente a su interior. Tal técnica y sus procedimientos de gestión –totalmente ajenos al común– hubiesen quedado exclusivamente ligados a la vida interna de “palacio” si no hubiesen contado con el envión del poder que la reimpulsó al orden social. Cierto “interés público” de índole espectacular que revistió a la política de orden esencial sólo y exclusivamente para que los mecanismos de poder que especifican y analizan la realidad –que ofrecen racionalidad al “campo de lo político”– puedan nada menos que esquivar la pesada materialidad de lo social. No habrá pueblo que se parezca al mío. Ni hombres más funcionales a los relatos de héroes y villanos; valientes y cobardes. Argentina era el espejo de esa debilidad. Me queda la sensación de que en mi tierra los hombres daban sentido a la patria abriendo la realidad de tal manera que la desembocadura de todas sus discusiones derivaba en una división sospechosamente binaria. Esas dicotomías abstractas supusieron un gran error pero funcionaron a tal punto que no pudieron abandonarse. Es que existía un espíritu con tanta pretensión de ser Historia que se llevó puesto todo sin darse cuenta que se tragaba a sí mismo. “...Te dije, yo”; en el tiempo y el espacio del que vengo se debía mantener el sentido del escándalo sólo con pretensión de que la posición política tuviera significación. Ser republicano o demócrata, campo o ciudad, oligarquía o pueblo ya no significaba nada tangible en realidad; sin embargo, las posiciones tenían eficacia. ¿Por qué? Porque las palabras
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que se decían desde cada una de ellas estaban dedicadas a una meritoria causa política. Y cada una de esas causas debía reponer un resultado en la balanza simbólica: operar. Tanto las tintas vertidas como las enunciaciones eran en todo sentido cumplimiento de un mandato y su interpretación la obra política realizada. Una eficacia comunicacional, siempre y cuando el sujeto de la enunciación no fuera ajeno al palo. Después se nos impregnaron los sentidos a tal punto que se obturaron y el escándalo se convirtió en cotidiano. Ciertamente, naturalizamos el “estado de excepción”. ¿Por qué? Porque hicimos de la política un guión donde los autorizados a hablar eran el Estado o “los cuadros”, la gestión y administración del poder que rendía pruebas de conocimiento cívico y democrático; la “militancia” encargada de escenificar la organización y el valor del “poder popular” –un espacio que funcionaba bajo la lógica del “aguante” nacida durante los ’90. También estaban los que escribían que eran periodistas –y en casos extremos, intelectuales, llamados, claro, por la urgencia de la hora– y la víctima que era cualquiera que denunciaba en cámara el espectáculo de su injusticia. Esa escenificación nos ubicaba a todos en el centro civilizador donde la dicotomía, el enfrentamiento de verdades tenía eficacia no como dilema comunitario sino como entramado estructurante de la escena “realidad nacional”. Un centro donde todos eran presa de la mediatización por más que denunciaran a los medios. Es que sólo desde allí “se podía volver” a habitar una institucionalidad ya inexistente. Era la forma más estentórea, la que evitaba cualquier reflexión sobre la ambigua persistencia. Era donde se podía celebrar el conflicto porque sólo a partir de él se “volvía” a protagonizar la Historia. Yo acudí a la vieja escuela del pensamiento como viajera intermitente. Todavía recuerdo cómo se piensan las cosas “inútiles”, esas que nadie llamaría con urgencia a pensar. Desde ese espacio sostengo: la eficacia de nuestras abstracciones dicotómicas radicaba en su funcionalidad respecto a la tendencia de hacer desaparecer al “enemigo”. Nosotros tuvimos un genocidio que tiñó de irrealidad la liquidación: desapareció gente. Un genocidio que no hubiera sido posible sin el impulso de arrastrar todas las realidades hacia sí (que no es lo mismo que | 38 | pampa
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desierto la vocación de representarlas). Un impulso que encarnó en la democracia porque existió una decadencia, una cultura disminuida, donde se podía seguir habitando el odio, el castigo, las ansias de destruir lo exterior, lo que subvierte o amenaza. Es que en Argentina el grado de exasperación y enojo llegaron a tal punto que nadie advertía cómo algunas configuraciones de época engendraban catástrofes posteriores. El deseo y la política siguen caminando de la mano; por lo tanto, cualquier concepto imbricado en un deseo de desaparición será un tropo que funcionará más allá de los datos accesibles. Con lo que hoy se desvanece, desaparece el espacio de la cuestión, claro, de la crítica sin posicionamiento. “¿Viste? Yo te dije” –retorna la voz del viejo. Lo popular estaba signado en nuestra tierra por algo tan visceralmente conocido como sentirse estafado por los proyectos del progreso nacional. Y esa realidad fue la usina de muchos de los malentendidos que cobijaron nuestros debates... Ay, lo siento, la democracia nunca ha podido plantear la posibilidad de figuración mítica ante eso indiviso que llamaban “pueblo”. ¿Qué, entonces el pueblo argentino defendía formas caducas de vida? No, eso sería tildarlo de reaccionario. Lo que pienso ahora es que Argentina nació deseando ser moderna pero en el pulso común de la vida misma el proyecto político de la modernidad se le reveló cada vez más incapaz en el sentido de su capacidad conductora de una nueva articulación de lo conocido. “¿Viste?” Llegado el 2001, cuando no hubo idea, ni concepto, comprendí junto a unos pocos que el sentido de nuestra identidad tenía de telón de fondo imágenes que se estructuraban como mito nacional y tenían la capacidad de reclamar figuras concretas. Efectivamente, existía una fuerza que se auto-justificaba a sí misma para realizar una imagen mítica a las situaciones históricas y la misma no tenía nada que ver con la crítica ni el argumento racional. Por fortuna, nuestra tierra todavía se sustraía a cierta incomprensión, secreto, mutismo. La renovación y algunas de sus descendencias no pudieron reponerse de semejante esquema. Ahora el pulso común de la vida se plantaba para exigirle disciplinamiento de lo social, salvación para su propia sangre, castigo para el que no sepa for-
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jar su destino. Desde el partido reunió a los hombres alrededor del sentido democrático y con el afán de acuerdo comenzó a esgrimir un solapado derecho a la exclusión de los que están “fuera” de dicha convergencia. Y se asistió al enjuiciamiento como acción política por derecha y por izquierda. Se construyeron nuevos enemigos y los fantasmas se hicieron presentes en la maqueta que promueve la verdad. Un ciclo se cerró. Los renovadores en su amplia mayoría no quisieron perderse la última chance y monopolizaron la historia como nunca. En la nueva matriz técno-republicana, ellos –mejor dicho, todos– tuvieron la posibilidad de estar “dentro de la política”, ser parte. Porque cada uno pudo armar el significante político que deseaba vivir. Como ninguno, el último tiempo ha producido los mejores aparatos para revivir la política pero, ojo, vaciada, disminuida, por tanto postpolítica. Paradójicamente, algunos habitaremos el desierto mientras otros dormirán afuera. El tiempo y el espacio del que vengo configuraron un tránsito en el que haciéndose cargo de los retrocesos y los avances, el único pecado de quienes lo habitaron fue esperar compensación. A la larga, los que caminan alegremente hacia un conflicto clasemediero, sindicalero, superestructural y tácticamente intra-partidario, se perderán también en los pasillos del republicanismo sin darse cuenta de la mudanza, de la fuga identitaria. La historia como tropa, vaya y pase, la historia como supervivencia, se las dejo. Es extraño viajar con las palabras. Algo se ha dejado de decir en Argentina y ya no podrá ser dicho. Habrá diferentes maneras de callarlo y la restitución espectacular de significantes pre-dictadura no podrá realojarlo en una experiencia concreta, terrena, visceral. Dejo atrás un tiempo cerrado sobre sí mismo. Se trata de la desintegración de la palabra de la renovación peronista. Antes de partir acudí a una época donde los conceptos mataron a sus presas. Fue cuando las palabras sobre lo social se tornaron improductivas por su limitación a ordenar el presente, lo disponible. Cuando la carga de concepto que advenía en la palabra “popular” operaba ya sobre un cadáver. Recuerdo las lecciones donde hablábamos de la emancipación como el acto de cargar con todo aquello que ha sido
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desierto excluido de los conceptos mismos. Todo era una cuestión de tonos. Llegado a este punto, presiento, alguien que lea podrá pensar que ubico nuestra tarea política en un lugar puro desconectado de la acción. Es cierto, algunos no saben leer. Esa palabra que en el centro otorgaba un interior se convirtió para mi en intemperie. El movimiento de dejar ese sitio para siempre, viejos amigos, no me arrojó por fuera de aquellos conceptos de los que se hablaba –pueblo, democracia, golpe, política–; muy al contrario me ha sumergido al interior de ellos y mi experiencia está desde allí obligada a ser la enunciación de todo aquello que esas palabras no han alcanzado. ¿Y si uno renunciara a ser historia? Aprendí, no seré yo quien hablará a los que traigan momentos de virtud desde el futuro. Intento liberarlos de mi experiencia. Leo al poeta boliviano Jaime Saénz. Es primera noche de invierno y avanzo en dirección contraria a la ciudad de los miles de sujetos que piensan y escriben la Nación. Mirando la tierra que piso acostumbro mis ojos a la oscuridad. El silencio es grande y percibo mi presencia. Me puedo aterrorizar de tanta ausencia u oficiar la ceremonia ritual. Sé que en mi época el único gesto verdaderamente humano es no pretender desesperadamente monopolizar la historia. Hoy necesito más del desierto argentino que de su construcción nacional. Porque su intemperie es mi único refugio; aquí nada se altera más allá del cambio o desaparición de las formas. No hay nada que hacer para que todo suceda. Mientras tanto, vuelvo a casa. | pampa
Bibliografía RICARDO FORSTER, Itinerarios de la modernidad, Buenos Aires, Eudeba. 1999. MICHAEL FOULCAUT, El orden del discurso, Barcelona, Tusquets. 1973. MICHAEL FOUCAULT, Historia de la sexualidad, México, Siglo XXI, 1977.
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El nombre de las piedras
En la ciudad no hay trabajo para el viejo, en el campo algunas cosas quedan por hacer, cueros apilados, separados por capas de sal o fardos gordos de lana esperan en galpones. La ruta empieza cuando vamos dejando atrás casas, despensas, la estación de ferrocarril. La estación es el límite del pueblo y tiene un reloj que marca la hora en que se detuvo. No hay mucho movimiento, un tren escaso llega cada tanto, cruza el desierto con su velocidad máxima de 80 kilómetros por hora. A la noche, en el tren, se puede sentir el vacío del campo. Cuando atraviesa pueblos, muchas veces, no hay siquiera estación, la gente se agrupa en torno a la máquina, suben y bajan, en el punto de espera o simplemente se acercan a mirar el suceso de la semana. A unos kilómetros de la estación, está el valle de montañas rocosas: rugosas formas gigantes y un río profundo delineando el recorrido. Él nos lleva y cada vez que aparece el valle empiezan a desfilar el nombre de las piedras.
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por PAZ LEVINSON
Los pobladores de por ahí le enseñaron algunos pero otros se los inventa en el mismo momento, todo le creemos al viejo no nos interesa en qué momento deja de decir la verdad para despegar en su propia manera de nombrar las cosas: los osos, el dedo de Dios, el vigilante (¿qué poblador podía ver en una piedra un vigilante?) el tren que desaparece detrás de una roca, la familia de tigres, y así a medida que pasamos van y vienen las figuras algunas se repiten y otras cambian azarosamente, sin una explicación. Las piedras toman el nombre mientras la camioneta va cada vez más lento por la ruta y los camiones cargados atrás, a toda velocidad, tocan bocinas que resuenan.
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Ent revist a a Eduardo Gr üner
LA LECTURA del fragmento del libro de Eduardo Grüner* ”El (pen)Último Gran Relato” publicado en la revista Confines1 dio pie a la conversación que prosigue. La misma podrá ser leída en clave de comentario, aporte o traducción de un debate que ronda sobre la condición del ser de/la izquierda en el actual terreno político nacional y global. Un debate estructurante para el cual Pampa considera que el aporte de la producción de Eduardo Grüner es indispensable no sólo por su rigurosidad intelectual y su responsabilidad política, sino también por la disposición al diálogo sin reservas mentales.
* EDUARDO GRÜNER es Sociólogo, ensayista y profesor universitario. Publicó entre otros El fin de las pequeñas historias, El sitio de la mirada y Las Formas de la Espada.
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1. Revista Confines Número 20. Buenos Aires, junio de 2007.
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El s o c i o met a b o li smo del Ca pi t a l
Tu ensayo parte de considerar las condiciones de posibilidad de una izquierda capaz de liderar una transformación radical de lo real y, desde allí, planteás ciertos límites o agotamiento del desarrollo del capitalismo, que configura un momento histórico radicalmente distinto a todos los conocidos hasta ahora. ¿Podrías profundizar a qué te referís? -Me refiero a algunas características constitutivas de la naturaleza de esto que yo, y otros antes que yo, ciertamente, llamamos sociometabolismo del Capital. Lo que digo es que estamos en una fase de este proceso de acumulación de los bienes de producción radicalmente distinta a las anteriores en la historia del Capital. La reproducción del Capital ha alcanzado un límite radical, que es la posibilidad incluso de la destrucción ecológica, social y hasta económica de ese desarrollo y, por lo tanto de la sociedad como tal. Esto, en tanto no aparezca –que no se vislumbra– una alternativa, un modelo, un paradigma alternativo, que plantee no ya algo que se pueda desear y concebir, si no algo que se pueda hacer para transformar de manera realmente sustantiva este modelo de desarrollo. En ese sentido, el estado de bienestar es un modelo al cual, dentro de los límites del capitalismo, se prefiere frente a la catástrofe, frente al desastre, pero no mucho más que eso. No estoy tan seguro de que sea posible el retorno a ese modelo, que tuvo que ver con un momento histórico muy particular, en el que todavía el mundo no había pasado por todas las transformaciones tecnológicas violentísimas que se han producido. Ni había pasado por la reacción neoconservadora o neoliberal –como se la quiera denominar– de las décadas de los ´80 y los ´90, que en buena medida persiste. Si bien, como está sucediendo en América Latina ahora se pueden paliar ciertos efectos, cosa que no es para minimizar porque también da cuenta pampa | 45 |
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de un agotamiento del modelo neoliberal, se trata de un agotamiento que ha producido efectos muy persistentes y muy solventes en la sociedad. Este escenario se produce en el marco de esto que se ha llamado globalización, cosa que no nos vamos a poner a discutir acá, aunque sí puedo señalar que sigo sosteniendo la idea de Samir Amín según la cuál no ha ocurrido tal globalización, o por lo menos ha ocurrido una globalización trunca: el mercado de trabajo no se puede globalizar y esa imposibilidad es parte de la imposibilidad misma de la globalización. La consecuencia directa de que el Capital está ya casi absolutamente globalizado es que hay una parte de ese desarrollo del sociometabolismo del Capital que no puedo globalizarse, y es la fuerza de trabajo. Podemos discutir mucho sobre las transformaciones que ha sufrido el capitalismo; este que estamos viviendo no es desde ya el capitalismo que vivió Marx, no es ni siquiera el del estado de bienestar de la década del ’30, ni de la posguerra, pero estamos en el capitalismo. Hasta que nadie demuestre lo contrario, el sistema dominante sigue siendo el capitalismo, la extracción de plusvalía. Y la extracción de plusvalía sigue necesitando niveles diferenciales. Podemos discutir las coincidencias que geopolíticamente o geoeconómicamente los territorios de donde se extraen los niveles más altos de plusvalía, es decir, lo que más permiten paliar la famosa tendencia decreciente de la tasa de ganancia, tienen con los que en la historia corresponden con la colonización: el tercer mundo, la periferia, los países dependientes, como se los quiera llamar. Lo que sí es cierto es que eso no es modificable en las actuales condiciones del capitalismo. Curiosamente, uno podría decir que habiendo alcanzado esos límites, la globalización se parece más al colonialismo clásico que al imperialismo, en el sentido leniniano del término, menos territorial, digamos. Hay un tema en relación con esto, en ciertos países de América Latina y en algunos otros también, que es el del desarrollo relativo del Estado a partir del cual se supone posible revertir esa situación de disparidad en cuanto a los niveles de extracción de plusvalía entre los países centrales y los perifé| 46 | pampa
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entrevista ricos. Se habla de “la vuelta del Estado”, incluso. ¿Qué opinás sobre eso? -Planteado con ese nivel de confianza, parece un poco ilusa esa hipótesis. El Estado ha perdido esa capacidad de regulación; y esto, por lo que decíamos hace un momento de lo feroz de las políticas neoliberales, sobre las cuales, además, habría que hacer una aclaración: el tema no es, principalmente, que el Estado haya perdido esa capacidad de regulación, sino que ha adquirido otra capacidad de regulación, perversa. Contra las afirmaciones de la vulgata neoliberal, incluso, se necesita mucho Estado para desregular los servicios públicos, para desnacionalizar y para privatizar. Esas fueron decisiones estatales, que en lo casos de los países del Cono Sur incluyó dictaduras con terrorismo de estado incluido, y también lo fueron los condicionamientos y las transformaciones del estado que se dieron a la salida de esas dictaduras, uno de cuyos objetivos era, precisamente, el debilitamiento del rol al menos atribuido tradicionalmente al estado, durante el estado de bienestar o durante la época del desarrollismo, entre los ’40 y los ’70. Me parece que habría que pensar la cuestión del estado desde esa perspectiva. No es que yo esté en contra de ese rol regulador del estado, de que conserve una autonomía mayor para regular, al menos, desde una equidad jurídica –no se podría pedir mucho más que eso– las relaciones entre las clases. Lo que digo es que hay que pensar el presumible rol del estado desde la dialéctica de estas transformaciones que se han producido. Es decir, no pensarlo como una abstracción ni, aun si quisiéramos darle una mayor concretud, ese estado que estábamos acostumbrados a pensar como un defensor de las políticas bienestaristas o para tomarlo como objeto que había que ocupar revolucionariamente para transformarlo. Todo eso me parece que necesita una forma nueva de ser pensado. ¿Cómo dialoga esto con las tesis que sostiene las ideas de populismo en América Latina, como la de Ernesto Laclau? -Pero en general algo así como el 80 o el 90 por ciento de las cosas que se dicen sobre el nuevo populismo que parece estar campeando en América Latina, viene de la derecha. Es decir: es la derecha a nivel mundial, conciente o más o menos pampa | 47 |
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inconsciente, en la que también aparece mucho de cierto pensamiento político más o menos clásico institucionalizado que incluye a mucho de lo que se llama izquierda, al que le resulta difícil encuadrar –al que siempre le resultó difícil encuadrar, por cierto– estos fenómenos. Entonces aparecen quienes retoman esta idea del populismo reactivamente, entre los que están el propio Laclau o Nicolás Casullo, para defender aquello que la derecha ataca. Pero también ahí habría que pensar qué quiere decir el populismo. La idea de Laclau me parece tan extensa del populismo que se termina identificando con la política misma, y pierde especificidad. ¿Cuál sería la diferencia entre Chávez y Rodríguez Zapatero, por ejemplo? A mí no me terminan sirviendo como categorías de análisis que me permitan construir esas diferencias que deben ser construidas, porque existen. No es lo mismo hacer política en Italia o en Suecia que en Senegal o en Argentina. Esta idea tuya de que el populismo, visto así, se confunde con la política misma, se asocia con lo que vos decís respecto de que hoy no hay afuera del capitalismo, con lo que, en este sentido, el populismo se convertiría en una “técnica” más del propio sociometabolismo del Capital. -Lo que pasa es que en determinadas circunstancias históricas pudo aparecer como lo suficientemente disruptivo como para que le molestara, como le sigue molestando, a un pensamiento tan políticamente elemental como el del señor Bush, que realmente puede creer que Kirchner es de izquierda. Y no creo que porque sea estúpido: me parece que justamente porque estamos en esos límites extremos del Capital, cualquier cosa que no sea la más estricta política que se intentó imponer desde finales de los ’70, principios de los ’80, aparece como parte del eje del mal. Vos planteás que no existe un “afuera” del sociometabolismo del Capital, lo que genera la incomodidad de tener que pensar la reconstrucción del lazo social, del que vos también hablás, desde adentro de ese mismo proceso. -Pero eso es una tensión, en circunstancias como las actuales, casi clásica. Y uno debe tener el modesto coraje de instalarse en esa tensión. Creo que es desde esa incomodidad | 48 | pampa
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entrevista desde la que se pude producir la mejor política. Hoy más que nunca me parece que puede ser productivo instalarse ahí, desde donde se pueda recrear cierta creatividad para regenerar esos lazos sociales que están, no destruidos, sino pervertidos. En los ’80 en los ’90 se decía que el neoliberalismo venía a destruir los lazos sociales. Pero es más complicado: el neoliberalismo produjo lazos sociales perversos y violentos como considerar al otro un competidor estructural, como instalar la guerra de todos contra todos, la competencia salvaje; lazos sociales de los peores que uno se puede imaginar. Como decía Foucalt, el poder no se limita a reprimir o a liquidar, sino que todo el tiempo produce relaciones sociales, y esto es lo que ha sucedido. Dentro de nuestra esfera de intervención, que es una central sindical, nosotros venimos trabajando la del retorno a lo elemental de la acción sindical como la construcción en sí misma de una lazo social que puede llegar a ser disruptivo, o al menos a poner en evidencia esta contradicción o esta incomodidad de la que hablábamos recién, que se expresa de manera desnuda en el momento en que se interviene sindicalmente. Cuando se organiza un conjunto de trabajadores, cuando se suspende la producción de valor del Capital, ese mismo momento de construcción de ese lazo particular, que implica además una serie de peligros evidentes, que se observan en el mismo cuerpo de los compañeros de trabajo, es al menos una forma posible de disrupción. Más allá incluso de los resultados concretos que en términos de satisfacción de un reclamo específico esa acción genere. ¿Qué opinás sobre eso? -Me parece muy interesante la idea de que una acción sindical puede ser una cosa realmente estratégica. Y eso tiene que ver también con que hoy, los límites para una acción sindical, y esto va de la mano de lo que venimos diciendo, son mucho más estrechos y duros que los que fueron en otra época. Pero también, haciendo de la necesidad virtud, tiene que ver con la transformación de un pensamiento esquemático, que estuvo mucho tiempo justificado, que veía a la acción sindical como puramente reformista o en muchos casos hasta beneficiosa del sistema, porque le permitía ajustar algunas cosas, versus la pampa | 49 |
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acción política, de toma del poder, que era lo verdaderamente revolucionario. Esto que ustedes dicen permite pensar una dimensión más estratégica, para volver a subrayarlo, que sin duda tiene que estar conectada con la acción política más clásica, pero que es interesante como producción de una subjetividad colectiva de los trabajadores que les permita asumirse como protagonistas de un acto que no es, simplemente, una rutina más que viene con el acto de trabajar, como en el estado de bienestar, uno de cuyos problemas más grandes fue justamente ese, rutinizar la lucha de clases, convertirla en una variable más del sistema. La burguesía contaba con eso, incluso para controlar, por ejemplo, la capacidad de demanda de los trabajadores; como una variable macroeconómica, digamos. Hoy ya no se puede contar con eso, no es una rutina más. La prueba está en la cantidad de nuevos conflictos sindicales que aparecen, muchos de ellos inéditos, respecto de los actores que terminan manifestándose, como el de los delegados del subte que pasan por arriba de la dirigencia, o el conflicto reciente de los cartoneros con el gobierno de la ciudad. Para nosotros también es interesante, como organización, poder separar esa acción misma, el hecho mismo de la organización, de sus resultados más inmediatos. A veces, una medida de fuerza o una acción cualquiera se toma en condiciones en la que el éxito de sus reclamos es muy lejano. Sin embargo, creemos que debería ser posible identificar un saldo positivo en el hecho mismo de la construcción de esos lazos. -Hay lo que antes se llamaba, con un lenguaje que ahora no se utiliza más, gimnasia revolucionaria: es decir, los trabajadores autoeducándose en la lucha. Es un ejercicio de democracia interesante. En el contexto de producción de esos lazos sociales perversos de los que hablábamos, una acción sindical, la realización de una asamblea, tiene la capacidad, al menos, de mostrar que hay otra forma posible de vincularse con los otros, desde la solidaridad, desde comprender que la libertad individual solo puede ser satisfecha en la relación con lo que pase con los demás. Aparece acá la idea de la contención, es decir la intención con romper el divorcio de lo político con esa dimensión inicial de | 50 | pampa
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entrevista la organización. ¿Cuáles crees vos que son las condiciones de posibilidad para recomponer esa relación entra la acción y la producción de ideas en relación con lo que se cree o se dice que esa acción significa? Vos en algún momento hablás de la necesidad de un “pensamiento intempestivo” en relación con esto. Queríamos que nos comentaras algo sobre eso. -Un pensamiento intempestivo no es necesariamente un pensamiento desde nada, no es que se empiece desde cero. Walter Benjamin tiene esa idea tan linda que es la de “peinar la historia a contrapelo”. La historia no es algo que, como se dice ahora, ya fue. Es algo que sigue ocurriendo de distintas maneras, que retorna permanentemente. Hay un pensamiento que se supone ha sido superado, que se supone de otra época, que puesto de repente en el contexto actual, ilumina algo que uno no había tomado en cuanta con los parámetros más habituales con los que se viene pensando. De la misma manera, uno podría decir que lo que se dice habitualmente sobre la relación entre la praxis política y el pensamiento, esto de que habría un divorcio entre ambas cosas, esa es una idea que forma parte del pensamiento dominante. Es algo difícil de explicar, pero que en verdad es al revés: no hay tal separación. Lo que pasa es que al pensamiento dominante, a la derecha, le conviene que haya tal separación. Yo siempre doy el ejemplo de que si un griego, un ateniense del siglo V antes de Cristo se despertara hoy, se volvería a morir al ver que hay lo que se llama políticos profesionales, gente que trabaja de eso como quien puede trabajar de taxista, de cafetero o de profesor en la universidad. Para ese griego, ser político era inseparable de su condición humana. El hombre por definición, si no es político, si no está comprometido con los asuntos públicos, de la polis, es subhumano, digamos. Es solamente la modernidad, el capitalismo, la sociedad burguesa la que ha dispuesto eso que Max Weber llamaba la “autonomía de las esferas de la experiencia”: algunos son políticos, otros manejan taxis, la religión, el arte, son todas cosas que van separadas de la economía y de la praxis política, y así. Como esto en la realidad nunca se confirma, porque cada acción cotidiana que tiene que ver, en su microscópica dimensión, con decisiones políticas, me parece que una manera de intentar revertir esa idea de la separación es sostener exactapampa | 51 |
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mente lo contrario: no hay tal separación. Porque todo el tiempo los políticos están pensando sobre su propia práctica, como todo el mundo. Como decía Pascal –miren a quién cito, a un profundo católico del siglo XVII–: “no hay que tratar de convencer a un agnóstico de que sea creyente, sino simplemente pedirle que vaya todos los días a la iglesia y rece, porque ya va a creer”. Efectivamente, las creencias se montan sobre prácticas concretas, que viene a justificarlas, racionalizarlas o discutirlas, pero que están inseparablemente ligadas a esas creencias. La ideología funciona así: nos podemos aprender El Capital, de Marx, de atrás para adelante y de memoria, pero después vamos al quisco de en frente a comprar cigarrillos y ponemos en funcionamiento todo el sistema que acabamos de censurar en el aula. Obviamente, conviene saberlo que no saberlo, pero no es que saberlo va a transformar algo. Entonces, lo que hay que estar denunciando todo el tiempo es que no hay tal separación. El mejor ejemplo y el más elocuente me lo dieron hace mucho tiempo en México. Me dijeron: “para hacer carrera en la universidad mexicana es casi obligatorio ser marxista. Ahora, si vas a repartir volantes a la esquina, aparecés muerto en un zanja”. Esa es la expresión más brutal de esta mentira de la separación entre el pensamiento y la práctica. Vos trabajas la idea de la formación de un nuevo tipo de pensamiento ético religioso, como la consagración de la diferencia y de los derechos que esa diferencia implica, ocultando la situación de desigualdad inicial sobre la que esa diferencia se funda. Encontramos en eso algunas similitudes con el proyecto político que hoy gobierna la ciudad de Buenos Aires, que podría ser algo así como un progresismo de mercado, como si hubiera la posibilidad de que la política le asigne un valor a cada sujeto y tenga una política para él, como funciona la segmentación de públicos en el mercado, digamos. -Sí, entonces a la gente de la universidad le doy la cultura, por ejemplo. Como síntoma de eso que ustedes dicen, está el pequeño debate que se armó a cerca de la designación de Sergio Wolf al frente del festival de cine independiente, más allá de su posición personal. La pregunta sería: si hay alguien que es “progre”, que es “piola”, que hace las cosas bien, ¿no es mejor | 52 | pampa
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entrevista que alguien que las haga mal?”. La respuesta no es contundente. Justamente, tiene que ver con esto de lo que hablábamos recién, la separación de las esferas de acción. La cultura, por ejemplo. En este caso, si es posible pasar películas de izquierda en un gobierno de derecha, ¿no estará bien eso? Bueno, ahí hay que tomar una decisión. Si uno se pone del lado de la lógica total que el gobierno de Macri implica, incluso del prestigio que esa gestión le pueda dar, o si uno privilegia recortar la esfera de la cultura como una cosa independiente. La respuesta no es evidente: otra vez aparece la tensión, el conflicto, entre estos dos campos que no son tan fácilmente articulables. El problema es que el pensamiento dominante juega todo el tiempo a que no se pueda resolver este conflicto y opera en ese intersticio. En parte esa idea del nuevo pensamiento ético religioso, que es una idea muy compleja, tiene que ver con esto, porque construye una nueva configuración progresista en la cual el arrepentimiento por haber cometido ciertos errores, pecados o incluso barbaridades en el pasado, se levanta para ahora decir cualquier cosa, para embarcar a todos en una especia de culpabilización abstracta y generalizada, donde desaparecen los criterios par leer la verdadera responsabilidad que nos cabrá a todos, pero no en la misma medida. Eso es liquidación de la política, porque la postulación en esta bastedad del pensamiento ético religioso al que me refería yo, es la postulación de una universalidad que parecería no tener límites, no tener barreras. Y eso es necesariamente la liquidación de lo político que, por definición, es del orden de lo particular. Aunque se tenga aspiraciones a tener una política más justa para el conjunto, la acción política es del orden de lo particular. Una cosa que les digo siempre a mis alumnos es “militen donde quiera, afíliense a donde quiera, voten a quien quieran, pero no le crean nunca a un político que dice que va a gobernar para todos los argentinos”. Eso es un disparate, es no es hacer política. Hacer política es elegir a quién vas a joder y a quién vas a beneficiar. Esto le pone siempre un límite a estos postulados universales abstractos. Como, de todas maneras, cierto grado de universalismo no puede desaparecer, porque todo particular se recorta sobre un universal, también va haber una tensión permanente sobre la que hay que actuar en cada caso. | pampa pampa | 53 |
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por PAZ LEVINSON
Sentada en casa la ventana se abre sola entra algo que veo crecer hacia los objetos desordenados: ropa, libros, papeles cosas que se van cerrando como novelas televisivas por temporadas. Los perros cruzan el puente colgante, la corriente es fuerte, clara y helada. Sentada en casa, tocan el timbre por equivocación.
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coyunturas PENSAR el tiempo actual en la Argentina y, por extensión y necesidad, en otros países de la región –Paraguay, en este caso– implica partir de constelaciones culturales en desuso, tramas desechas, institucionalidades que parecen enjambre de legados y prácticas inaprensibles hoy para los sujetos populares. Los trabajos que siguen intentan indagar el enigma de lo actual, bajo la comprensión del presente como confusión; donde las coyunturas se construyen como abismos, como configuraciones que entrelazan lógicas, tradiciones, culturas anteriores con nuevos modos aún por venir. Por eso, atravesadas por las huellas del pasado, parten desde el interior de sus deslizamientos, de sus opacidades e iluminaciones para una aproximación a las dificultades de instalar nuevas narrativas para las construcciones políticas populares. El camino que recorren los textos no refiere al análisis de lo programático de las constelaciones ideológicas, sino que se instalan sobre lo cultural-histórico, aquello más ligado a sus formas, a sus modulaciones, para revisar tanto su agotamiento en la cristalización discursiva, institucional como sus posibilidades de recreación. Sobre esta clave, los artículos plantean tesis, visiones, puntos de partida, con plena conciencia de primeros esbozos, de incipientes instancias cuyo carácter central es la idea de proceso, más cercano a la incertidumbre que provoca la intención de significar lo nuevo que a la certeza de las verdades enmarcadas en viejos paradigmas. Entonces, la puesta en tensión de un tiempo pasado –como identidad que impregna aún todas las cosas– con los hechos actuales sirve, en ambos textos, para preguntarse por las posibilidades de una nueva imaginería política que nos pueda volver a decir como pueblo. | 56 | pampa
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A por tes para la c onst r uc ción polít ic a Una visión sobre la coyuntura: ¿cambio de Gobierno o cambio de etapa? por CLAUDIO LOZANO
Entendemos que es indispensable empezar nuestro desarrollo marcando al año 2007 como punto de inflexión en la coyuntura política del país. Hecho que se expresa en tres dimensiones. En primer lugar, una puesta en cuestión –en algunos casos, agotamiento– de las condiciones económicas que hicieron posible la fase de crecimiento 2002-2007. En segundo término, una modificación en la percepción subjetiva, tanto sobre la materialidad de su experiencia como sobre las condiciones para el desarrollo de sus demandas. Finalmente, la consolidación en el político institucional de expresiones signadas por su carácter de orden más conservador. Analizaremos, entonces, en primer término, algunas variables y hechos que nos permiten hablar sobre las modificaciones de la fase de crecimiento. En el plano económico puede decirse que todas las condiciones que hicieron posible la fase de recuperación del período 2002-07 están puestas en cuestión. La primera diferencia se expresa en las características que exhibe la coyuntura internacional. Más allá del mantenimiento de precios elevados para los productos que la Argentina coloca en el mundo, la evidencia del proceso recesivo en los Estados Unidos pone sobre el escenario interrogantes importantes. No sólo aquellos relativos a la suba de los costos para el financiamiento de nuestra economía en un contexto donde se elevan los vencimientos por deuda pública, sino también aquellos que remiten a la duración que tendrá la recesión, a la extensión que ésta pueda tener sobre los países de Europa, a los efectos que producirá sobre el crecimiento económico de quienes le venden al Norte y nos compran a nosotros –como China o Brasil– y al carácter coyuntural o estructural de pampa | 57 |
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una crisis global, donde puede estar discutiéndose, incluso, un cambio de predominios en la economía global. En suma, son demasiados elementos para pensar que con las reservas, el tipo de cambio flexible y el superávit fiscal pueda alcanzar. En coyunturas como las actuales, la densidad y diversidad productiva, el desarrollo tecnológico y la capacidad de decisión soberana sobre el proceso de inversión son aspectos que adquieren especial importancia; aspectos que no han estado en la agenda de los últimos años y que nos encuentran hoy bajo una matriz productiva que, si bien ha crecido, no se ha diversificado y con una cúpula empresaria donde el predominio trasnacional es absoluto. Es más, podría decirse que la aceptación pasiva de los precios que hasta hoy nos brinda la economía mundial (altos precios para los alimentos y las commodities así como bajos precios para la adquisición de maquinarias y equipos) tiende a consolidar la matriz primaria, extractiva y de baja densidad productiva que hoy caracteriza a nuestro país. La segunda diferencia se expresa en la distribución del ingreso. Muchas veces no se percibe que una de las claves para el desarrollo de esta fase de crecimiento se relaciona con la ampliación de la desigualdad. El impacto de la devaluación reduciendo en más de un 30% los costos laborales en un contexto de amplia disponibilidad de mano de obra (más de 20% de desempleo) fue clave junto a la licuación de deudas y la coyuntura de precios internacionales para recomponer los márgenes de beneficios de las principales empresas del país –centralmente aquellas orientadas a la exportación y a la sustitución de importaciones y al abastecimiento de un mercado interno que, fundado en la desigualdad de origen, reconoce un papel dominante en el consumo de los sectores más acomodados. Está claro que el mayor dinamismo que el negocio inmobiliario, la construcción y las automotrices exhiben no responde a la evolución de la masa salarial, sino a la expansión del consumo de los sectores de mayores ingresos. Así, la fase 2002-2007 es una experiencia de crecimiento económico donde la masa de beneficios creció más que la masa de salarios. No obstante la magnitud del crecimiento, la reducción de la desocupación a casi un 10%, la instrumentación de políticas | 58 | pampa
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coyunturas de salario mínimo y convenio colectivo, así como la mayor capacidad de discusión de los asalariados en estos contextos, permitieron que entre los años 2004 y 2006 se produjera una recomposición de los ingresos, centrada sobre todo en los trabajadores formales y en aquellos situados en las empresas de mayor productividad. Esta recuperación ha puesto en cuestión las ganancias extraordinarias originales de las empresas y fundamenta las presiones inflacionarias del año 2007. En este sentido, la inflación actúa como mecanismo corrector y preservador de las ganancias del empresariado más concentrado. A la vez, en tanto amplía la desigualdad, reduce los efectos positivos que en materia de ingresos produce el crecimiento económico. Así el año 2007, si bien exhibe crecimiento, muestra una caída del salario real, mantenimiento de la pobreza, aumento de la indigencia (hambre) por alza en el precio de los alimentos e interrupción en la mejora relativa que la distribución del ingreso venía observando desde el 2004. La tercera diferencia en el plano económico remite a la situación de la estructura productiva. Se observan aquí limitaciones que son el resultado de décadas de desindustrialización y de un comportamiento de la inversión privada que, pese a la envergadura que exhiben las tasas de ganancia y la masa de beneficios apropiados por el sector empresarial –claramente ubicados en sus máximos históricos–, se ubica en términos relativos por debajo de experiencias recientes –los años ’90. A este comportamiento hay que agregarle que la calidad de la inversión también revela limitaciones importantes. La proporción que ocupa la construcción y el material de transporte transforma a la inversión en capital reproductivo en absolutamente exigua frente a la necesidad de sostener el crecimiento y diversificar la matriz productiva. Por cierto, lo expuesto adquiere relevancia ya que a diferencia del momento de arranque de esta fase de crecimiento (2002), donde había una amplia capacidad ociosa resultante de la situación recesiva alcanzada, hoy dicha capacidad disponible no existe y los cuellos de botella en materia productiva están a la orden del día. En consecuencia, en el marco de la Argentina desigual el consumo de los que más tienen se expande más rápido que la pampa | 59 |
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oferta, provocando una mayor suba de las importaciones y presiones sobre los precios. Para ser precisos: la inflación es el resultado de que los ricos consumen mucho (mayor demanda) e invierten poco y mal (restricción de oferta). Es más, la inflación es, ni más ni menos, que el obvio emergente del cambio de etapa en materia económica. La cuarta diferencia remite a la infraestructura. En el 2002, la disponibilidad era la característica central en materia de transporte, de energía y de comunicaciones. Hoy, la recuperación de la economía ha puesto en evidencia los niveles de obsolescencia de la infraestructura y los límites en materia de inversión. Estos, que son resultado de la experiencia privatista de los ’90, no se han resuelto a través de un modelo oficial que en lo sustantivo descarga los costos de inversión en el Sector Público o en la propia comunidad –cargos específicos–, al tiempo que mantiene, de manera dominante, el control privado sobre la gestión de la infraestructura. En suma, mucho se ha modificado. En este nuevo contexto, el empresariado más concentrado cierra filas en demanda de recuperar las ganancias extraordinarias que dieron origen a la presente etapa. Es más, pretenden –frente a presiones de costos ligadas a falta de insumos, límites en la capacidad productiva o infraestructura– estabilizar la situación salarial afirmando casi que lo que este esquema puede dar en materia distributiva ha llegado, prácticamente, a su límite. Así las cosas, es esperable que la tasa de crecimiento se desacelere y que los rendimientos sociales que el período 2002-2006 exhibiera sean a partir de ahora mucho menores. Lo expuesto abre a la consideración del segundo plano en el que se expresa el cambio de etapa: una modificación en la percepción subjetiva. Es obvio que la situación ya no es la que existía a la salida de la crisis. En aquel momento la obtención de un empleo –aún pésimo o de bajos ingresos– era un logro importantísimo para quienes venían del desempleo. Siendo más enfáticos, puede decirse que, al finalizar la fase de caída permanente de la actividad económica que llega hasta el primer semestre del 2002 y comenzar el sendero de recuperación | 60 | pampa
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coyunturas de la actividad, el crecimiento y la generación de empleo actúan como bálsamo de contención para la crisis social. Hoy, cuando la economía está en crecimiento hace cinco años y revela un PBI que está 36% arriba del 2001 y 25% por encima del año 1998, mientras el ingreso promedio de los ocupados apenas se encuentra en los niveles del 2001 y es un 12% inferior al de 1998, sumado a la existencia objetiva de casi 13 millones de pobres, se gestan condiciones que potencian la demanda social. Condiciones que no sólo remiten a la situación de crecimiento desigual, sino también a la prevalencia de núcleos discursivos que le han otorgado legalidad y legitimidad a la demanda social. En tanto la gobernabilidad vigente se reconstruyó legitimando la demanda popular, esto permite el desarrollo de una exigencia cada vez mayor. Tanto porque la percepción del “horror” de la crisis quedó atrás como por el hecho de que el discurso dominante –e incluso oficial– no es el de los ’90. En el orden institucional de lo político también se observan cambios importantes, cuya característica central remite al tono más conservador de las experiencias que han llegado al gobierno durante el año 2008. Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires, Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires, el delasotismo en Córdoba, José Luis Gioja en San Juan son demostraciones de una cerrazón institucional que se expresa –aunque de otra forma y bajo otros matices– en la reorganización del justicialismo. Al tiempo que esto repercute sobre los modos de relación con las organizaciones del campo social y se evidencia en la decisión de mantener en la ilegalidad a la CTA o en los cada vez más evidentes casos de represión sobre el intento de los trabajadores de organizarse –desde IBM, hasta el Casino, la Línea 60 o el INDEC. Desde donde emerge, entonces, un discurso que, desde su institucionalidad política, busca enfrentar ciertos conflictos con la comunidad. Al mismo tiempo, muchas de las experiencias que presentan alguna posibilidad de cambio u oxigenamiento institucional –desde Hermes Binner en Santa Fé hasta Fabiana Ríos en Tierra del Fuego o Martín Sabatella en Morón– quedan bajo una lógica política que, en lugar de aprovecharlas para su recreapampa | 61 |
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ción, tiende a anularlas con el mantenimiento de prácticas políticas más tradicionales. Incluso, ya no sólo los casos que podrían leerse como dialéctica electoral de oficialismo versus oposición, sino aquellos que al interior del propio oficialismo muestran posturas ligadas al cambio institucional en el conurbano bonaerense chocan con el sostenimiento de los modos políticos más tradicionales. Así, se evidenciaron límites claros a quienes pretendían plantar una alternativa de renovación en La Matanza y a los triunfos de Francisco “Barba” Gutiérrez en Quilmes o Darío Díaz Pérez en Lanús. Cabe consignar, por último, que esta situación es acompañada por un cuadro en el cual las fuerzas políticas emergentes de la elección nacional del 2007 revelan niveles evidentes de fragilidad. Si hablamos del justicialismo, sería importante precisar, primero, que hace ya tiempo que las fidelidades y lealtades del movimiento no se festejan ni defienden en la calle. Por tanto, es esperable que la reorganización del PJ camine sin problemas en tanto se mantenga la legitimidad del gobierno y sus diversos mecanismos para atender las necesidades provinciales. Tanto una cosa como la otra son las que se ponen en juego en el cambio de etapa que en las líneas anteriores hemos descripto. Es indudable que buena parte de la legitimación del gobierno y de las condiciones de gobernabilidad construidas descansan en la comparación de los cinco años de crecimiento (2002-2007) versus los cuatro de caída económica vertiginosa (1998-2002). La construcción del consenso kirchnerista está sostenida en la recuperación de la economía rodeada de un discurso que por un lado abjura y cuestiona el neoliberalismo noventista y por otro ostenta avances inconclusos en materia de derechos humanos. No está de más preguntarse qué suerte podría tener este consenso frente al rallentamiento de la economía y al amesetamiento o deterioro de la situación social. En este sentido, cualquier quiebre del consenso o dificultad en materia de recursos sacará a la luz pública lo que efectivamente es hoy el Partido Justicialista: un espacio conformado por una diversidad de pertenencias políticas y experiencias organizativas, donde primará exclusivamente su propia reproducción por sobre la adscripción a proyecto alguno. | 62 | pampa
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coyunturas El análisis de la Unión Civica Radical conlleva identificar niveles de fragilidad aún mayores. Está claro que el oficialismo radical no logró sobrevivir como esperaba con la candidatura de Roberto Lavagna y la situación de debilidad en la que quedó luego de octubre se agravó con la incorporación del propio ex ministro en la reorganización del PJ. Por cierto, no fue mucho mejor la performance de los radicales K, que fueron derrotados en sus distritos –Mendoza, Mar del Plata– pero que aún no parecen haber encontrado demasiado espacio en el armado oficialista. En la práctica, podría decirse que la única experiencia radical exitosa se dio por fuera del partido con el caso de Margarita Stolbizer. Sin embargo, la situación de ésta aparece atravesada por los interrogantes que presenta una Coalición Cívica como resultado del viraje expreso de Elisa Carrió desde la centroizquierda a la derecha del firmamento electoral –viraje que ha implicado desvinculaciones de distinto tenor y que mantiene incluso una conflictiva relación con el socialismo de Hermes Binner como fuerza que, si bien la ha acompañado electoralmente, no ha decidido su integración a la Coalición. En suma, la gobernabilidad de carácter más conservador se asienta en un cuadro que combina una potencial conflictividad con una evidente fragilidad de las fuerzas surgidas de la contienda electoral, marco que es absolutamente proclive a la “votilidad del consenso” y a los realineamientos políticos. Realineamientos que tendrán un sentido u otro según qué actor o actores exhiban mayor capacidad para intervenir en el conflicto social y qué capacidad exista para vertebrar una experiencia política de nuevo tipo. Desaceleración de la economía, menor derrame, mayor demanda y conflictividad social en el contexto de una gobernabilidad conservadora: todos estos elementos reafirman la necesidad de construir una nueva experiencia política capaz de romper la trampa en la que nos encontramos, aquella que parece encerrarnos en el hecho de que todo cuestionamiento favorece a la derecha. Derecha que, al observar con mayor detenimiento, encontramos fuertemente consolidada en la asociación de ciertas prácticas políticas con los intereses económicos dominantes. Dicho de otro modo: ¿cómo se relaciona el embate de la derepampa | 63 |
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cha frente a los 13 millones de pobres, la desigualdad vigente, de los regímenes minero y petrolero de la Argentina actual, la legislación antiterrorista, la reorganización del PJ o las limitaciones expresas al accionar organizado de los trabajadores? Si hablamos de que todo puede ser peor, lo cual siempre es cierto, parece fácil entender que estamos en presencia de un conformismo inaceptable frente al deterioro que exhibe la Argentina. Si queremos decir que el rumbo es el correcto, resulta cada vez más difícil sostenerlo en el marco de una gobernabilidad que exhibe un carácter más conservador y que asienta su propuesta económica en los elevados niveles de desigualdad vigente y una matriz productiva en la que se consuma el saqueo de nuestros recursos naturales. Una situación, para ser más claros, en la que los argentinos consumimos hoy nuestro propio futuro expresado en el cuadro de infantilización de la pobreza que mantenemos y en la dilapidación de las rentas formidables que en materia de recursos naturales caracterizan a nuestro país.
Tesis sobre las nuevas posibilidades de lo político popular Hemos intentado en el punto anterior señalar los elementos que definen el cambio de etapa en que nos encontramos. Sostuvimos la idea de que se atraviesa un punto de inflexión signado por el agotamiento de las condiciones que hicieron posible la fase de crecimiento económico del periodo 2002-2007, acompañado por un cambio en la percepción de la subjetividad frente a las posibilidades de establecer sus demandas y la consolidación de una gobernabilidad de impronta más conservadora. En este contexto señalamos también la evidencia de un cuadro de fragilidad en las fuerzas político-electorales surgidas de las elecciones de octubre de 2007. Identificamos también modificaciones importantes en los elementos que hicieron posible el consenso kirchnerista, resultado del modo en que el crecimiento económico pudo darse estrategias de contención al conflicto social en el marco de una percepción subjetiva donde lo central era salir de la crisis –situación que además fue acompañada por gestos, practicas y discursos que desafiaban, en base a apelaciones a la cultura peronista, a la militancia revo| 64 | pampa
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coyunturas lucionaria de los ’70 y al movimiento de derechos humanos, el pasado noventista y la impunidad del genocidio, convocando a un proceso de renovación política. Hoy el cuadro es otro. Nos situamos en un contexto donde el amesetamiento e incluso el deterioro de la situación social convive con una subjetividad que requiere de nuevos modos para plasmar los conflictos y con la evidencia de un dispositivo desde lo político-institucional que consolida las prácticas políticas más tradicionales. Es en este contexto donde percibimos condiciones para la erosión de un modo de hacer política y donde entendemos que, probablemente, los realineamientos en el terreno político y social comiencen a tener mayor significación. Cabe consignar que nuestra mirada no es ingenua ni deja de considerar el rol que juegan en este nuevo contexto aquellos factores de poder tradicional que tienen un importante papel en el enrarecimiento del clima político actual. La crisis de hegemonía del 2001 combinaba, tal cual lo sostuviéramos en su momento, la irrupción y vigencia de un fuerte cuestionamiento popular al orden dominante, con la fractura en el bloque de poder vinculada con la situación objetiva de que el dispositivo de la Convertibilidad no era capaz de garantizar, de manera simultánea, la tasa de ganancia del capital más concentrado y a su vez el pago de la deuda pública. Agotada por circunstancias internas y externas la capacidad de seguir pagando deuda vieja con deuda nueva, es el pulgar hacia abajo del propio FMI el que determina el colapso final de la Convertibilidad. La etapa Duhalde resultó eficaz en la inducción del proceso de ajuste y devaluación que, sobre la base de una fuerte caída de los ingresos populares y del gasto publico, abrió la puerta a una fase de crecimiento de la actividad económica que reconstruía la capacidad de pagar deuda pública en el marco de un reordenamiento de las tasas de ganancia y del esquema de negocios del bloque dominante. El gobierno de Duhalde expresó también un intento de contención represiva del conflicto social, de coptación y reordenamiento del sistema institucional –Plan Jefes, postergación y consolidación de un cronograma electoral que descartaba la nacionalización de la elección y garantizaba los comicios provincia por provincia –que, sin embargo, debió retroceder frente al cuestiopampa | 65 |
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namiento popular. Es en ese marco donde emerge el gobierno de Kirchner asociando la reconstrucción de la autoridad presidencial a una estrategia que, reconociendo los límites que planteaba la experiencia popular al orden dominante, hace de la confrontación discursiva con los poderes de los ’90 y de la puesta en marcha de políticas de reparación de la impunidad el eje de su legitimación. Estrategia ésta que a la vez se asentó en la convalidación del ajuste duhaldista, el reconocimiento de un nuevo esquema de negocios y en el mantenimiento de una negociación de la deuda que preservaba del default a los organismos financieros internacionales. Es importante destacar que esta situación no complicó la construcción del consenso kirchnerista, dado que la economía ya se encontraba creciendo a tasas importantes y por lo tanto aportaba vía generación de empleo y mayores márgenes fiscales condiciones para sostenerlo y profundizarlo. Las definiciones tomadas afectaron poderes constituidos y con anclaje en distintos ámbitos de la vida social: militares, medios de comunicación, instituciones estatales y privadas de seguridad, segmentos de la dirigencia política, sindical, eclesial, e incluso facciones del poder económico. Todos estos actores –y el poder económico en particular– aceptaron a regañadientes lo que ocurría en nombre de recuperar la ansiada y perdida gobernabilidad para sus negocios. Es indispensable comprender que fue el rol central de una experiencia popular que desbordó los cauces institucionales dominantes lo que posibilitó los avances. A la vez, fue una imposibilidad política de sostener esta situación –en términos de potenciación y creación de nueva institucionalidad popular–, lo que no logró capitalizar este impulso para profundizar los cambios. Por esta razón, la política de creación de institucionalidad popular fue sustituida por una estrategia dirigida a dirimir la conducción del PJ en una clara confrontación con Duhalde y a buscar un espacio de articulación directo con el poder económico –en el gesto del desplazamiento de Lavagna–, en el marco de una vocación de coparticipar en los negocios. En este marco, en un contexto de pérdida de consenso, y habiendo abandonado el gobierno por propia decisión lo que hizo posible su autonomía en el momento inaugural de su gestión –la amenaza popular a la gobernabilidad de los negocios–, | 66 | pampa
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coyunturas los factores de poder afectados le otorgan mayor legalidad y difusión a los problemas y a los conflictos. En concreto, un problema o conflicto puntual puede transformarse en una crisis mayúscula. Corresponde precisar en este sentido que, dadas las particulares características de la gestión gubernamental, son múltiples los actores con poder concreto los que en un contexto de mayor dificultad y donde el aporte oficial a la gobernabilidad es menor porque es menor su consenso, apuestan gustosos a su deterioro y buscan rápidamente consolidar nuevas referencias capaces de legitimarse en el volátil consenso de esta época. Es en este marco donde proponemos situar nuestra lectura en términos de construcción política. Para ello, nos parece necesario abrir la discusión a partir del desarrollo de cinco tesis que intentan indagar, comenzar a pronunciar, imaginar las posibilidades para el desarrollo de nuevas condiciones para la política popular. Una primera tesis a sostener es aquella que diferencia entre proceso político y gestión gubernamental. Somos de los que entienden que en la década de los ’90 y en confrontación con el neoliberalismo fueron creciendo en América Latina experiencias importantes de cuestionamiento popular. Experiencias que fueron capaces, desde el 2000 en adelante, de abrir un nuevo tiempo de oportunidad en la región. Es más, el reciente triunfo del obispo Lugo en el Paraguay es una demostración de que dicho proceso sigue en vigencia. Sobre éste se han inscripto gestiones gubernamentales de distinto signo sometidas al desafío de estar a la altura de las circunstancias y cuyo derrotero está marcado por las diferencias que en cada caso nacional específico exhibe la construcción popular. Para nuestro país, hemos sostenido que los años 2001-2002 indican un cambio de tiempo en el proceso de construcción popular posterior al genocidio. Planteamos incluso que, más allá de la recuperación institucional de 1983, el 2001 fue el verdadero final de la dictadura. Hablamos de un momento donde la participación popular reveló toda su potencia a la hora de deslegitimar el orden político dominante; momento en el que a su vez, la pampa | 67 |
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potencia del cuestionamiento nos puso frente a una limitación central: las herramientas que habíamos construido para resistir y combatir la experiencia neoliberal no eran aptas para intervenir con eficacia ante la crisis. Esta doble característica abrió paso a una gestión contradictoria donde, por un lado, la experiencia popular fue capaz de fijar límites en el proceso de reconstrucción de la gobernabilidad, pero subsistieron dificultades para plasmar una auténtica experiencia de democratización y transformación. En este sentido, si bien pudieron darse logros en el plano institucional que reconocían históricas demandas populares, estos se inscribieron en un marco de restricciones y resignificaciones que terminaron modelando un esquema de gestión que, lejos de fortalecer el proceso popular que le diera origen, ha terminado obturando la dinámica de participación y organización popular. Así, los logros expresados en la anulación de la obediencia debida y el punto final, la renovación de la Corte, el cambio en las relaciones exteriores con América Latina e incluso el cuestionamiento de los núcleos de sentido propios del neoliberalismo se dan en el marco de la sanción de la Ley Antiterrorista sugerida por EE.UU., con el mantenimiento de pautas de desigualdad y niveles de pobreza absolutamente inaceptables para un país con la capacidad económica de la Argentina, con la perpetuación del saqueo de nuestros hidrocarburos y minerales, con la consolidación del modelo sojero, la profundización del proceso de extranjerización y concentración, la reorganización de las estructuraciones políticas en base a los de siempre del Partido Justicialista y la definida articulación con la CGT. Así como con intervenciones desde el poder gubernamental sobre las organizaciones populares que al ser promovidas desde la lógica de la coptación y la especulación electoral obturan y limitan el desarrollo de esas mismas experiencias. Para sintetizar, en nuestro país no hay una gestión que inicia un proceso popular: tenemos un proceso popular que fue capaz de abrir un nuevo tiempo político, frente al cual la gestión gubernamental, si bien ha instalado plafones para diálogo y articulación, las dificultades que presenta hoy la reconstrucción de lo político popular ha hecho casi imposible el proceso de renovación política y recuperación social. Por esta razón somos parte y | 68 | pampa
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coyunturas compartimos este proceso popular pero no compartimos el rumbo de la gestión gubernamental. Una segunda tesis a sostener se funda en la convicción de que, en el marco del mundo global, la crisis de la práctica política entendida como practica de transformación se vincula con el agotamiento de la clásica idea en la que se asentó la política de la modernidad y que supone que su único objetivo es el de ocupar el Estado. Poco importa en este sentido si el acto de ocuparlo se da por la vía de los comicios o del asalto armado: la cuestión radica en que en ambos casos el objetivo es el mismo y las organizaciones políticas que se constituyen –ya sean partidos o movimientos– lo hacen en función de esta definición. Nuestra visión en este sentido pasa por tratar de construir otro tipo de relación entre el estado y la sociedad. La cuestión no pasa sólo por decir sí o no a una determinada gestión sino por construir mecanismos e instancias que le permitan a la sociedad intervenir y decidir sobre su propia vida. Se trata de gestar otro vínculo de la política con la sociedad y por lo tanto construir otro estado de cosas. Esta tesis se puede ilustrar con la construcción misma de la CTA: si nosotros hubiéramos pensado la construcción política en el campo sindical bajo la lógica dominante, nos hubiéramos transformado en una corriente interna de la CGT y nuestro objetivo hubiese sido disputar su conducción. Sin embargo, privilegiamos una mirada más amplia e integral que nos permitió definir que en las nuevas condiciones que exhibía el mundo laboral argentino la cuestión no pasaba por la orientación que las formas sindicales pudieran tener, sino que era necesario transitar otra experiencia de construcción. Así, desde la sola consideración del asalariado formal como sujeto a organizar a la decisión de la afiliación directa, lo que media es una diferencia esencial: no se trataba de gestionar de otra manera el aparato sindical existente, se trataba de gestar otra herramienta, de la que los trabajadores pudieran apropiarse para poder decidir. Como puede observarse en el ejemplo planteado, esta definición no supone excluir la forma de organización sindical anterior ni impugnar sus estrategias de lucha y organización, supone inscribirlas en una estrategia más amplia que no mira sólo el estado de cosas existente y que pampa | 69 |
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busca gestar nuevas herramientas que hagan posible otro Estado. Simplemente como nota adicional podríamos agregar que es esta característica constitutiva de la CTA –la de constituirse no para gestionar lo existente sino como instancia capaz de hacer emerger la nueva situación de los trabajadores– la que define que cualquier conducción de esta Central que se restrinja a gestionar lo que ocurre sin abrir las instancias y el desarrollo de la organización a las novedades que se le plantean a los trabajadores, termina diluyendo a la propia CTA. Es más, si bien no lo tengo claro porque no he hecho un seguimiento exhaustivo, tengo la impresión que en el presente contexto de recuperación económica la actitud de la CTA de estar más preocupada por gestionar respetando el contexto existente que en canalizar lo que acontece ha dado como resultado que los casos de violación a la libertad sindical de este tiempo se han dado más por fuera de la CTA que canalizados por ella. Obsérvese que es lo contrario de lo que ocurrió en los ’90 donde el diseño y la apertura de la Central la transformaron en epicentro de la expresión del conflicto en el territorio. Frente al desborde de la institucionalidad dominante, la expresión abierta de una nueva organización que en realidad no era tal –en realidad era una política abierta a canalizar las nuevas problemáticas de la clase trabajadora– la transformó en centro de la movilización popular. Una tercera tesis compatible con la anterior es la de reconocer, por lo tanto, que la cuestión no pasa por ver como Uno –persona, organización, o fuerza política– llega al Estado –institucionalidad existente– y con sus ideas gobierna, sino cómo diseña herramientas nuevas –que pueden ser complementarias de las existentes– que le permitan a la sociedad autogobernarse y definir su propia existencia. En este sentido, la idea de “sacralizar” un programa sin someterlo a la dinámica permanente de la participación de la sociedad puede dar lugar al mayor de los autoritarismos. O, dicho de otro modo, el único y principal programa que sostiene nuestra propuesta es el de democratizar la decisión. Por cierto, aún sabiendo que no hay garantías, la apuesta política que hacemos es que sólo habrá justicia y podrán cuestionarse las distintas formas de domina| 70 | pampa
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coyunturas ción en un marco de creciente democratización. Por ende, no se resuelve la crisis de la construcción política con la elaboración de un programa. Una cuarta tesis supone asumir que no existe capacidad para gobernar si no se puede intervenir abriendo posibilidades para que la sociedad se involucre en aquellas cuestiones que hacen a la reproducción de su vida cotidiana. Si la política no tiene que ver con la reproducción de la vida, la política es un espectáculo que se puede observar pero del que nadie se siente parte. La quinta tesis que se liga a las anteriores es que, por definición, solo hay capacidad de intervención política en tanto exista acción colectiva. Si la política no es sólo el acto de ocupar el Estado, si no pasa por imponer nuestro programa y si además para gobernar hay que tener capacidad de intervenir en la vida cotidiana, entonces la fuerza política en la que estamos pensando es aquella que es capaz de crear las condiciones de discurso y organización para que ocurra lo que hoy no ocurre: que la sociedad decida. Por lo tanto no tiene una sola forma, tiene múltiples. No debe cristalizarse, debe abrirse permanentemente a nuevas formas y demandas. En realidad, supone pensar la política como un acto de creación permanente. En concreto, y como ejemplo, la CTA ha sido una creación. A las tesis de carácter teórico hasta aquí planteadas corresponde agregar algunas precisiones de carácter histórico que en tanto son conocidas no merecen mayor desarrollo. En primer término, desde nuestro punto de vista las distintas concepciones y experiencias políticas que atravesaron la historia del pueblo argentino –peronismo, radicalismo, distintas variantes de la izquierda– no logran dar cuenta del momento actual. Por lo tanto, recuperando lo mejor de todas estas experiencias, de lo que se trata es de gestar una nueva. En segundo término, por historia, en la Argentina adquiere prioridad la construcción política en el campo de los trabajadores. Es la capacidad para disputar la experiencia política de los trabajadores lo que otorga perspectiva a cualquier construcción en nuestro país. pampa | 71 |
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En tercer término, el tiempo político abierto a partir del 2001 sólo podrá profundizarse si se constituye una dirección política que le otorgue sentido a las construcciones ya existentes. Este punto es claro en relación a que lo construido ya no pudo dar respuesta a los desafíos del 2001 –entre otras cosas, la CTA no pudo. ¿Qué es lo que no pudo? No pudo dar la disputa por la experiencia política de los trabajadores. Recordemos que la CTA logró, en el marco de las movilizaciones de 2001 y 2002, transformarse en canal central del conflicto social y que incluso la CGT –aún en la versión Moyano– había quedado desbordada por la conflictividad social. A pesar de existir ese contexto, la CTA no pudo dar la disputa por la experiencia política. Esto no quiere decir ni que en ese contexto ni en el actual la Central haya concluido su desarrollo –en realidad, éste no concluye nunca. Lo que quiere decir es que la disputa por la experiencia política de los trabajadores y el pueblo supone otro ámbito de discusión e intervención política. Con las apreciaciones hasta aquí vertidas es que llegamos al debate respecto a lo que significa la construcción de un nuevo ámbito de contención para la acción política popular. Lo primero a decir es que no es posible saber de qué hablamos, entre otras cosas, porque será algo nuevo. En segundo término, está claro que debe fundarse en el mismo criterio que la sociedad que pretendemos construir: democratizando la decisión. Desde este punto de vista lo que está agotado es la idea de promover a un conjunto de dirigentes que, instituidos en el lugar del saber, convoquen al resto de la sociedad a que los acompañe. Esto no quita que continúa manteniendo eficacia que la mayor cantidad de dirigentes posibles vayan juntos a la sociedad a promover formas diferentes de participación y decisión. Pero no hace falta una foto de un conjunto de dirigentes convocando a seguir un camino que ellos conocen, sino la misma actitud de dirigentes a ir juntos a discutir con la sociedad el camino a seguir. En este sentido, nuestra propuesta de la Constituyente es la decisión de poner en marcha un recorrido capaz de fundar una autoconvocatoria que se anime a poner en discusión la idea de gobernar la Argentina, para concluir en la decisión que la tarea política esencial es crear las formas y los mecanismos | 72 | pampa
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coyunturas que permitan que los argentinos gobiernen. En dirección a este objetivo, la Constituyente tiene tres debates principales. En primer lugar, la discusión sobre las prioridades que hoy tiene que resolver nuestro pueblo para poder gobernarse. Estas prioridades deben definirse en el plano local, provincial y nacional. En una aproximación muy elemental deberíamos saber que los argentinos no podremos gobernarnos si no resolvemos hoy el hambre y la pobreza de nuestros pibes. Tampoco podríamos hacerlo si no podemos definir de qué manera se utilizan nuestros recursos naturales. Por último, nada podremos decidir sin herramientas –nuevas institucionalidades– que garanticen nuestra decisión. En segundo término, el debate sobre las acciones comunes que podemos encarar en función de esas prioridades. Finalmente, cuál es la relación entre las experiencias que inauguren nuevas lógicas de lo político y las instituciones existentes. En este sentido, las instituciones actuales deben recrearse bajo el objetivo de la democratización de la decisión y de la resolución de las prioridades. El desarrollo de un proceso de esta magnitud implica, como incipiente primer paso, la necesidad de un ámbito que permita potenciar la dirección de los esfuerzos que hoy existen. Ese ámbito no es una estrategia electoral; es aquel que le da sentido a la estrategia electoral. Queda claro que los criterios que animan nuestra tarea descreen de la puesta en práctica de una organización piramidal cuyo objeto se reduzca a instalar a algunos referentes en las instituciones existentes. Por las características de estas construcciones –delegación absoluta de la decisión y el poder sólo sobre los referentes–, las mismas siempre terminan con grandes traiciones o con posturas simbólicas o testimoniales. Tampoco es nuestro planteo el de gestar una suerte de red de organizaciones sociales que se articulan en torno a determinadas reivindicaciones para terminar delegando la ejecución de las políticas publicas. Nuestra propuesta apunta a nuclear en un mismo ámbito de decisión y construcción en el plano nacional y en cada territorio a aquellos compañeros que con construcción en distintas problemáticas y sectores adoptan la decisión de intervenir de manera colectiva frente a las circunstancias actuales y en el marco de una visión común. pampa | 73 |
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En suma, no necesitamos una organización política. Necesitamos una política que le de sentido y dirección a las organizaciones existentes, y que en ese proceso vaya gestando las tramas, articulaciones, herramientas o instituciones que permitan que nuestro pueblo se sienta parte de un proyecto que supone la defensa de su presente y la creación de su futuro. Más que una organización política, lo que precisamos es una política que permita reunir tanto en lo nacional como en cada provincia a aquellos cuadros que, si bien aportan con su práctica política cotidiana en diferentes planos, están convencidos de que su construcción no alcanza, creen que la solución no pasa por ellos sino por la posibilidad de que la sociedad intervenga; que entienden que la mirada que debe dominar es la del crecimiento del protagonismo popular y no la defensa de una gestión coyuntural. Que asumen que el sentido de toda intervención institucional –legislativa o ejecutiva– toma sentido en tanto potencie dicho protagonismo y accione a favor de situaciones de mayor justicia. La conformación en cada territorio de los ámbitos que permitan la confluencia de estos cuadros para pensar y actuar en común debiera ser, en mi opinión, el resultado de la Constituyente que se haga en cada lugar y de la experiencia nacional que desarrollemos. | pampa
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Paraguay, alumbra el camino histórico de Soberanía popular por JUAN GONZÁLEZ
La conquista europea y la cultura de nuestros pueblos Todos reconocemos en el continente que estamos ante un tiempo nuevo latinoamericano y, sin haberse analizado profundamente su dimensión política, el reciente resultado electoral en la República del Paraguay ha reforzado la idea de que presenciamos una oportunidad histórica. Considero imprescindible hacer este análisis, pues el Paraguay es la mejor expresión de la disputa política histórica en nuestra región y me atrevería a decir en el continente. Disputa que está sintetizada en la tristemente célebre definición de Sarmiento: Civilización y Barbarie. La conquista del imperio español en el continente con su invasión de territorios fue en búsqueda de las riquezas del oro y la plata. En uno de los caminos de esta búsqueda se fundó Asunción, que ante la ausencia de aquellos preciados recursos se convirtió en la primera ciudad-colonia de la región. Los antes conquistadores –ahora colonos– iniciaron la colonización con el dominio sobre los pueblos originarios del lugar –los guaraníes– con una característica: no lo hicieron por la fuerza de las armas –aunque enfrentamientos hubo– sino por asimilación del sistema de parentesco de estos pueblos. Sin profundizar en esta caracterización, sólo a efectos del presente trabajo podemos sintetizar diciendo que los conquistadores se casaban con las indígenas –según costumbre guaraní–, lo que dio como resultado una gran colonia mestiza. Para entender la importancia de este desarrollo cultural es fundamental conocer la cosmovisión de los pueblos guaraníes, quienes aún hoy dan una fuerte identidad cultural en la región. En este sentido, desde Asunción se proyectó la construcción de los treinta pueblos misioneros guaraníes-jesuitas, que se conpampa | 75 |
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virtió en una experiencia política, social y económica absolutamente diferente y extraordinaria que duró más de 150 años. Sería más que interesante mencionar los aspectos fundamentales que definen la identidad cultural guaraní en contraste con la cultura “civilizatoria” española o de los invasores imperios europeos. Pero aquí nos plantearemos un aspecto esencial para el análisis. La gran cuestión a resaltar refiere a la propiedad. Es incomprensible para los guaraníes el concepto de propiedad privada. Su concepción basada en la hermandad, es decir todos hermanos de una misma madre, resulta difícil de entender, tanto en la actual lógica liberal capitalista como en la de aquellos “civilizadores” en nombre del señorío feudal de la Aristocracia europea. Bueno sería estudiar esta concepción de los guaraníes, pues nos resultaría muy comprensible, entonces, la propuesta revolucionaria impulsada por los jacobinos en la Revolución francesa. Fue Robespierre, el más fiel representante de estos, el que supo expresar sus objetivos en su famosa frase: libertad, igualdad y fraternidad, la que terminó siendo el lema y la consigna histórica de la Revolución. Si tomamos las intervenciones que éste hiciera en la Convención Nacional, su planteo es muy concreto respecto a que estos tres valores son inseparables, expresando con vehemencia que los objetivos de libertad e igualdad deben ser encarnados con la fraternidad. Es decir, que con la hermandad –todos hermanos– se universaliza la igualdad y la libertad. Los jacobinos fueron derrotados en aquel proceso revolucionario, pero sus ideas continúan como banderas de los pueblos que aún luchan por la libertad y la igualdad. Aquella etapa de las revoluciones –inglesa, norteamericana, francesa, latinoamericana– dio inicio, con la aparición de una nueva clase política –la burguesía– a la transformación del absolutismo, del feudalismo aristocrático de las monarquías en un nuevo modelo “civilizatorio”, el liberalismo capitalista. Esta clase, vencedora en los procesos revolucionarios antes mencionados, consagró como su principio fundamental: la propiedad privada. En alianza política y económica con las aristocracias, crearon las monarquías constitucionales y se convirtieron en motor del desarrollismo capitalista, de la revolución industrial, de la propiedad de los | 76 | pampa
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coyunturas medios productivos, creadora de nuevas formas de explotación y desigualdades sociales. Es importante recordar, también, que la caída de los jacobinos se produce cuando Robespierre intentaba extender la abolición de la esclavitud a las colonias francesas. Para los guaraníes aquella triada robespierrana constituye los principios básicos de su cultura. Lo que para los jacobinos era una disputa política que debía constituirse en un derecho universal, para los guaraníes constituye un derecho natural, porque su naturaleza humana es la fraternidad. Ejemplo de ello fueron los treinta pueblos misioneros jesuitas, donde no existía la propiedad privada; el territorio era de los pueblos guaraníes, como así también su producción. No funcionaban allí la Encomienda ni la Mita, mucho menos la Esclavitud. Sostenemos, sin temor a equivocarnos que la Comunidad de Bienes constituida se debía a los guaraníes, no a los jesuitas. Expulsados los jesuitas por orden de la corona española en 1767, los pueblos fueron intervenidos por las autoridades virreinales y se aplicó el sistema colonial, no sin resistencia de los pueblos. Mientras muchos murieron en el enfrentamiento, otros prefirieron volver a la selva. En cambio, los jesuitas fueron exiliados en Florencia-Italia. En los inventarios realizados de los bienes de la Compañía de Jesús en América, figuran no sólo grandes propiedades –las Estancias Jesuitas en la Provincia de Córdoba, donde se producía las mulas que se vendían para la explotación de las minas de Potosí–, sino también gran cantidad de esclavos que no sólo le servían en sus establecimientos religiosos, académicos y domésticos sino que eran explotados en el trabajo de la producción de sus estancias. En los pueblos guaraníes de las misiones no figura propiedad jesuita, salvo los templos que fueron repartidos entre tres órdenes religiosas: dominicos, mercedinos y franciscanos. En la realidad colonial a lo largo del continente, los “civilizadores” invadían, ocupaban tierras, se apropiaban de los bienes naturales, asesinaban generando un genocidio en los pueblos sometidos, esclavizaban, saqueaban las riquezas, violentaban las culturas de los pueblos generaron rasismo, corrupción y mercantilización de la vida, creando desigualdad social donde no la había, con sus consecuencias de pobreza y hampampa | 77 |
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bruna de los pueblos. Pero la acción más destructiva, por ser la base “civilizatoria” imperialista, fue la imposición de la concepción de la Propiedad, de la propiedad de la tierra, de todo lo que en ella está plantado y de todo lo que por ella camina. Esta consideración se basa en que esta concepción del nuevo sistema, ordena la organización política y socioeconómica de los pueblos, estableciendo una concepción de “jerarquías”, de autoridad autoritaria, en el Estado (política), en los patrones-la burguesía propietaria de los medios de producción– (sociedad civil) y en algo que poco se trata pero que está en la esencia cultural de los pueblos, el patriarcado en la familia. No obstante la acción civilizatoria del imperialismo europeo, desde Asunción se expandió un desarrollo distinto, tal vez por la falta de las riquezas buscadas –minerales preciosos–. Así, la instalación de ciudades se proyectó, por necesidad, en la producción agraria con característica de subsistencia, en tanto lo allí producido no eran productos exportables a Europa. Por esta razón, el desarrollo productivo estaba orientado al consumo interno de los pueblos, a lo sumo a la comercialización de las provincias del Río de la Plata, generando una organización socioeconómica arraigada, que se potenció con el mestizaje y la experiencia misionera con los guaraníes. Se convirtió, entonces, Asunción en la ciudad de “interior” claramente diferenciada de la ciudad portuaria para el “exterior”, cuyo objeto era ser el portón de salida del modelo extractivo de riquezas y lo seguirá siendo, luego del proceso independentista, en el ahora sufrido modelo primario exportador (minero y agroganadero). El gran portón de salida es el Río de la Plata, generándose la disputa por su control portuario. Por un lado crecía, con esta identidad, la ciudad de Buenos Aires en manos de España y por otro la ciudad portuaria de Colonia de Sacramento, fundada enfrente de aquella por los portugueses, asociados y/o manejados por los ingleses. También producto de esta disputa nació la ciudad de Montevideo, en la necesidad de España de controlar el territorio al oriente del río Uruguay, lugar desde donde, a partir de la instalación del puerto de Colonia, Portugal establecía una clara ofensiva de ocupación, principalmente para la comercialización de cueros extraídos del propio ganado cimarrón de esos territorios. | 78 | pampa
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coyunturas España, a partir del fuerte de Montevideo, recuperó Colonia y lo hizo con 2000 guaraníes del ejército de naturales de los pueblos misioneros. La historia de esta disputa registra tres enfrentamientos armados para recuperar Colonia por parte de los Españoles. En todas ellas participaron las fuerzas guaraníes. Pero, en 1750 ambos imperios firman un Tratado de límites por el cual España entrega a Portugal los siete pueblos misioneros guaraníes-jesuitas que se establecieron al oriente del Río Uruguay (actualmente Estado de Río Grande do sul-Brasil) a cambio de que abandonen definitivamente Colonia de Sacramento. Es decir, España entregaba a Portugal siete pueblos guaraníes a cambio del puerto-ciudad que fue instalado por ellos en territorio de la colonia española. Esto desencadenó lo que se llamó las Guerras guaraníticas que duraron cinco años, puesto que los guaraníes se negaron a entregar sus pueblos y enfrentaron a los dos imperios. Tuvieron que unir ambos ejércitos imperiales para derrotar a los guaraníes comandados por el valiente cacique Sempé Tiarayú. Una característica histórica de los pueblos, tanto de las comunidades mestizas como las guaraníes, fue la lucha permanente contra las invasiones del imperio portugués, no sólo en sus acciones expansionistas territoriales sino contra los esclavistas “bandeirantes”. Es importante recordarlo pues esta lucha forjará una identidad guerrera, defensora de su tierra, de “pueblos en armas”, que tendrá su traducción histórica en la conformación de nacionalidad antiimperialista. En la región, la guerra entre los imperios y sus consecuentes enfrentamientos en sus dominios, marcaron la conformación de la cultura de sus pueblos, sus modos de vida, sus estructuras políticas y socioeconómicas. El “desarrollo de explotación colonial” en el marco de esta disputa imperialista fue definiendo el escenario regional conformando las identidades de los sujetos sociales, que se ve claramente reflejado en el inicio de la etapa de las revoluciones independentistas en América Latina.
Las diferentes luchas de la etapa independentista En la Revolución de Mayo de 1810, desde su inicio se manifestaron las dos tendencias expresadas en la revolución franpampa | 79 |
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cesa. Por un lado, la representada por la burguesía comerciante portuaria, ahora criolla o acriollada, asociada a una oligarquía agroganadera de claro sesgo exportador. Por el otro, la expresión “jacobina” que reproducía la idea de libertad e igualdad, poniendo énfasis en la reivindicación de los pueblos originarios como necesarios sujetos activos de la revolución. Los más representativos de estos objetivos fueron Moreno, Castelli y Belgrano. Moreno, considerado el más robespierrano, fue asesinado en ultramar antes del año. Castelli fue encarcelado, juzgado y falleció producto de un cáncer que le hizo perder su lengua, sufriendo la paradoja de terminar sus días ejerciendo su autodefensa en el juicio, mudo, habiendo sido considerado el “orador de la revolución”. Belgrano, advenido a militar de campaña para defender la revolución contra las fuerzas realistas, ante la pérdida de sus más fuertes ideólogos, intentó mantener en su derrotero político los principios de la triada jacobina. También murió en soledad y en la pobreza. En este proceso independentista, los dos proyectos enfrentados en la región tuvieron expresión clara. En Buenos Aires, donde se consolidaba el poder de la burguesía portuaria comercial, comulgando con las ideas liberales del, más que incipiente, desarrollo capitalista, comercial y financiero inglés. Identidad política inglesa que se reprodujo, como la ameba, en el continente con la independencia de sus trece colonias de América del Norte, creándose la Unión de estos Estados con una inmediata proyección expansionista. Imperialismo que hoy sostiene la continuidad de la disputa de la dominación en nuestro continente y en el mundo, y que moviliza la lucha de los pueblos en América Latina, ahora sintetizado en la consigna: Liberación o dependencia. En Asunción, en cambio, comienza a gestarse lo que serían los proyectos nacionales y populares. La provincia del Paraguay se planta ante el centralismo porteño estableciendo, desde su primer Congreso revolucionario en 1811, su Autonomía y luego declarando su Independencia. Al principio sostuvieron los objetivos de unidad de las provincias en un sistema Federal, aunque pronto dieron cuenta de la imposibilidad de su realización con el poder central instalado en la ciudad portuaria de Buenos Aires. | 80 | pampa
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coyunturas Por Asamblea general, donde participaron mil delegados electos por sus comunidades, mayoritariamente campesina, en 1814 resolvieron la necesidad de un poder fuerte para defender su proyecto autónomo e independiente, nombrando al Dr. Gaspar Rodríguez de Francia Dictador del Paraguay. Muchos son los que sostenían que sólo con la constitución de un gobierno fuerte era posible enfrentar a los enemigos de la revolución de adentro y de afuera. Lo que nos interesa aquí es ver cómo el Paraguay se convierte, a partir de este proceso, en un país realmente soberano, en un verdadero proyecto de desarrollo nacional basado en su independencia económica. El gobierno de Gaspar Francia realiza una profunda Reforma Agraria, sin ley ni reglamento, confisca a los grandes terratenientes terminando con el latifundismo, crea las “Estancias de la patria”, pertenecientes al estado, dando para su explotación a campesinos e indígenas, además de dotarlos de útiles de labranzas y de ganado. Las rentas se obtienen “trabajando todos en comunidad, cultivando las posesiones municipales destinadas al bien público y reduciendo nuestras necesidades”, según expresión del propio Dictador (1823). El comercio exterior es monopolizado por el Estado y en 1815 nacionaliza la iglesia paraguaya terminando así con toda dependencia de autoridad foránea. Finalmente, en 1824 se promulga la libertad de creencias. En 1833 por instrucción de Francia, “todo esclavo por el sólo hecho de pisar tierra paraguaya deviene hombre libre” y producto de su “campaña de instrucción pública” en 1824, según lo escribe el sabio francés Gransir, “casi todos los habitantes saben leer y escribir”. En 1826 se planifica la diversificación de cultivos y en pocos años el Paraguay cosecha arroz, maíz y distintas especies de legumbres. Se estimula la producción artesanal promoviendo el inicio de la industrialización, se prohíbe la extracción de cueros en pelo. Algo para destacar del Dictador es su vida austera, evidenciada en el hecho de que al morir carece de propiedad de bienes. Los sucesores de Francia, tanto Carlos Antonio López como su hijo Francisco Solano López, no sólo sostuvieron este proyecto nacional sino que lo profundizaron. Así, Carlos López primero hizo crecer el modelo agroalimentario y aumentó las Estancias de la Patria. Mientras que Solano López avanzó en la pampa | 81 |
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modernización con la construcción de ferrocarriles, barcos, telégrafos, logrando la industrialización del Paraguay. Realmente un mal ejemplo para los países imperialistas, tanto inglés o portugués como ahora brasileño, que insistían con la apertura “libre comercial” del Paraguay. Estos imperios tenían más que como aliados como súbditos de sus políticas a la oligarquía gobernante en Buenos Aires. Allí estaba Mitre, muy bien secundado ideológica y políticamente por Sarmiento, para repetir la historia de intrigas, conspiraciones y traiciones que el gobierno “libre comercial” portuario de Buenos Aires había desarrollado ya en 1817 con el imperio portugués para destruir el proyecto federal y popular de los Pueblos Libres de Artigas. Proyecto que tenía la misma base cultural del pueblo paraguayo. En aquellos tiempos, el mayor peligro para la oligarquía centralista porteña era la Confederación, constituida en el Congreso realizado el 29 de junio de 1815 en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay), un año antes de que en el Congreso de Tucumán, seis provincias del Río de la Plata (Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y la Banda Oriental) declararan su Independencia de todo poder extranjero. Allí, resolvieron –como sistema de gobierno– la “Soberanía particular de los Pueblos” unidos en Confederación y, al igual que el Paraguay, garantizar la soberanía política con la independencia económica. Se aprobó, entonces, promulgándose el 10 de septiembre de ese año, el Reglamento de Tierras, que es la primera Reforma Agraria de América Latina. Es importante reconocer la relación histórica de este proceso con la región, ya que el sistema propuesto en el Reglamento está basado en la cultura guaraní y en la extraordinaria experiencia de la Comunidad de Bienes de los pueblos misioneros. Además, este proyecto no fue producto de una elaboración teórica sino que había surgido de la experiencia del propio Artigas, con la participación activa revolucionaria de los pueblos indígenas y las campesinas mestizas y gauchas. La diferencia entre el proyecto llevado adelante por Gaspar Francia en el Paraguay con el de Artigas, radica en que éste creía firmemente en la unidad federal de los pueblos y en el hecho de que la soberanía debía ser una construcción democrática popular republicana. Con estas ideas, Artigas se negó | 82 | pampa
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coyunturas a constituir un gobierno central de la Confederación y a asumir como dictador o presidente para no institucionalizar un Estado nacional. Se proclamó Protector de los Pueblos Libres, luchando contra los enemigos de la revolución de afuera –imperialismo portugués y centralismo porteño. Este proyecto fue destruido por los acuerdo hechos por el gobierno de Buenos Aires, con el mayor enemigo externo, el imperio portugués, y con la traición de los caudillos del litoral que se convirtieron, sobre todo Pancho Ramírez, en sus peores enemigos desde dentro. Artigas terminó exiliado en el Paraguay de Gaspar Francia hasta su muerte. La historia vuelve a repetirse. Mitre gobernante central en Buenos Aires acuerda con el imperio brasileño primero dar un Golpe de Estado al Uruguay, y luego con este gobierno crean la Triple Alianza para destruir a la soberana nación paraguaya. Detrás de esta infame alianza está Inglaterra, que, además, financia la guerra endeudando a los tres países. Esta guerra fue un verdadero genocidio al pueblo paraguayo, leída por Sarmiento como un acto necesario de avance de la deseada civilización, destruyendo la barbarie del pueblo paraguayo. Por supuesto que el resultado final fue la destrucción del sistema económico nacional, mediante la privatización de las tierras, la transformación dell territorio ocupado en negocio inmobiliario, la reinstalación del latifundismo. Allí, los mayores nuevos propietarios fueron empresarios brasileños y argentinos, que, como contraprestación obligada, aumentaron considerablemente los negocios comerciales y financieros de Inglaterra en la región. Mientras, el desvastado pueblo paraguayo era sumido en una pobreza y miseria que no conocían.
Una nueva etapa en la lucha de los pueblos latinoamericanos Esta es en realidad la historia de lucha de los pueblos de América Latina, que se nos presenta hoy en una nueva etapa. Todos somos contestes que el reverdecer de la identidad cultural latindoafroamericana nos pone ante una oportunidad histórica de construcción política, de soberanía popular, entendiendo que el proyecto nacional es la integración de Latinoamérica. Pero este pampa | 83 |
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reverdecer solo, no alcanza. El imperialismo invasor, explotador, saqueador de riquezas, genocida sigue en ofensiva. El pueblo paraguayo dio un grito de rebeldía contra el sistema perverso de explotación, derrotando a la clase gobernante en las elecciones del pasado mes de abril de un año 2008 convulsionado por la confrontación política histórica en la región. Resultó electo Presidente, Fernando Lugo, un obispo de reconocido activismo con el campesinado, que tuvo que renunciar a su obispado enfrentando a la iglesia para sostener su decisión política de asumir este tiempo latinoamericano de recuperación histórica del pueblo paraguayo. Y se lanzó proponiendo realizar una Reforma Agraria integral y renegociar el contrato energético de la represa de Itaipú con Brasil, para obtener los recursos necesarios desde donde reconstruir nuevamente su independencia económica. La realidad concreta del Paraguay que deberá enfrentar Lugo y –principalmente– el movimiento campesino, es que en los últimos veinte años se profundizó la concentración y extranjerización de la tierra, llegando a la actual situación donde el 1% de los propietarios tienen el 80% de las tierras productivas y el 40% tiene apenas el 1% de esas tierras. Pero, en la última década el avance sojero transgénico muestra un incremento de 250.000 ha por año, teniendo ocupado actualmente el 64% de la superficie agrícola. Desde el 2003 con el Decreto 167 del ejecutivo autorizando a las Fuerzas Armadas a actuar en la Seguridad interior, en combinación con la Policía y la creación del Consejo de Seguridad Ciudadana, constituyeron una fuerza conjunta nacional, a la que se sumó el Comando Sur con sus marines disfrazado de actividades humanitarias. En definitiva todos garantizaron el aumento de la frontera sojera, expulsando campesinos de las tierras, con la consecuente destrucción de los bosques nativos y la ocupación de los campos ganaderos. Esta realidad de explotación se da con el 46% de la población paraguaya en la pobreza de los cuales más del 20% están en la indigencia. Se requerirá de mucha fuerza movilizadora popular para poder cambiar esta realidad estructural. Veamos sino a Bolivia, tensionada políticamente en la disputa histórica, expresada en la reforma constitucional que, por | 84 | pampa
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coyunturas un lado, avanza en la institucionalidad de la soberanía popular, principalmente de los pueblos indígenas, y por otro, el intento de la derecha de aferrarse al poder, invocando la autonomía de los Estados burgueses, clásica estructura del Federalismo burgués inventado por los Estados Unidos. También recordemos como no permitieron a Moreno llevar adelante su Plan de Operaciones o la destrucción del proyecto de los Pueblos Libres de Artigas o al soberano pueblo paraguayo. Así, podríamos hacer una larga lista de experiencias truncadas de tantos luchadores por la liberación de los pueblos en nuestra región, desde Dorrego y el Chacho Peñalosa, hasta su contratara en la acción coordinada regionalmente con la “operación cóndor” de las dictaduras genocidas de la década de los setentas. Hablamos de la situación de Bolivia, de la realidad del Paraguay, cuando en la Argentina estamos ante la misma realidad. Tomemos como ejemplo lo que pasa en una provincia de la región. Escuchaba en un acto, hace unos días, al presidente de la Sociedad Rural de Corrientes decir “nosotros somos productores de alimento, y nos están prohibiendo alimentar al mundo” y remataba pidiendo el apoyo al gobernador de la provincia “puesto que estamos ante la gran oportunidad de recuperar el país federal, que los recursos vuelvan a la provincia”. Aunque el discurso que no es diferente de muchos dirigentes nacionales, en Corrientes resuena absurdo y perverso. El 1% de los propietarios tienen más del 75% de la tierra. Más del 50% de ellos no viven en allí y su mayoría son extranjeros. Pero, lo más grave es que Corrientes figura entre las cinco provincias de mayor índice de pobreza, de mayor mortalidad por enfermedades evitables, en su mayoría producto de la desnutrición, es decir, del hambre. Casi una copia de la realidad paraguaya. La experiencia nos lleva al convencimiento de que resulta fundamental la unidad popular de los movimientos sociales en cada ciudad, en cada comunidad rural y urbana, en cada país y en cada región de nuestro continente. Tarea nada fácil, ya que nos exige sostener una unidad de acción que nos permita avanzar en nuevas institucionalidades sociales, políticas y económicas. Hay que vencer la fragmentación de los sectores populares y la institucionalidad funcional al sistema de explotación. pampa | 85 |
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La esperanza de transformación en el Paraguay es una oportunidad y un desafío de unidad y organización popular. No hay posibilidad de cambios del sistema productivo sin una profunda Reforma Agraria integral, y esta no es posible realizarla sin un campesinado unido y organizado para ejecutarla. De la misma manera no habrá una nueva sociedad sin la constitución de la unidad y una nueva institucionalidad democrática de los sujetos sociales (trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, jóvenes y toda la diversidad que la fragmentación nos ha impuesto). Es imposible una reforma del modelo productivo que sea sustentable sino transformamos complementariamente la matriz de consumo y este consumo basado en reproducir la vida (no en la renta). Por esto la producción agroalimentaria debe estar puesta en función de garantizar la Soberanía alimentaria de los pueblos. No es tiempo de la solidaridad declarativa, es tiempo de construcción de la fraternidad, de la hermandad activa de la construcción colectiva. Este objetivo estratégico interpela la construcción política de los movimientos populares, ya que resulta imprescindible recrear los espacios de construcción democrática social. Por ello la Convocatoria a la Constituyente Social en nuestro país es una herramienta que nos desafía a la construcción de Soberanía popular. Entendiendo que toda construcción política nunca es un proyecto terminado, sino como todo proyecto de vida implica la acción cotidiana de hacer realidad la convivencia fraternal, desde las relaciones más primarias en el hogar hasta la integración de los pueblos. El derecho a la existencia es un derecho universal, es decir para todos y todas. Sólo si tenemos garantizado universalmente este derecho, entonces somos libres e iguales. Decía Marx que “ser libre es no tener que pedir permiso para vivir”. Está expresado aquí el concepto más simple de la Dependencia y el significado más sencillo de la Emancipación. Nos plantea que la liberación es integral, es vivir sin necesidad de pedir permiso todos los días y en todo lugar. Emanciparse, entonces, es romper con la actitud peticionante. Es romper con el sistema de “jerarquías”. No se trata de pedir que nos respeten el derecho a la igualdad, sino en construirnos en igualdad. El poder ejercer nuestros derechos universales está | 86 | pampa
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coyunturas en la construcción colectiva fraternal; ésta es nuestra fuerza, nuestro poder. El problema de las “jerarquías” no es que haya malos o buenos jefes, o como decimos respecto a las jerarquías representativas, que el tema no pasa por lograr buenos representantes reemplazando a los malos. La crisis de representación política es la falta de poder de los representados. Por esto la universalización no es un tema económico sino eminentemente político. Nuestra construcción política debe ser universal, es decir en igualdad de los sujetos sociales. No es fácil, pero se puede llegar a tener representación política desde los sectores populares. Lo dijo Lula cuando fue electo presidente por primera vez, lo dijo ahora Lugo al ser electo en el Paraguay: “llegamos al gobierno pero no al poder”. De esto ya saben Chávez en Venezuela y Evo en Bolivia. Ambos convocaron a Reforma Constitucional bajo el objetivo fundamental de reformar el Estado transfiriendo espacios institucionales de poder a la participación popular. En Venezuela se perdió el plebiscito que debía consagrar la reforma, que consistía en la creación de “Consejos de poder popular” en las Comunas. Muchos hicieron el análisis de que el proceso de transformación social es más lento que las iniciativas revolucionarias que se proponen desde el Estado. En Bolivia la respuesta a la reforma agraria desde el estado nacional y a la nacionalización de los recursos naturales, es la Autonomía de los Estados departamentales, y cuatro departamentos convocaron a plebiscito y ganaron. Aprovechar este tiempo latinoamericano es construir poder popular construyendo soberanía. No se puede esperar ganar el gobierno para iniciar las “reformas”. Insisto, convocar a una Constituyente Social es convocarnos a construir desde nosotros poder popular. Para esto, aparecen, como centrales, tres cuestiones. Primero, plantearnos desde cada lugar el Derecho universal a la existencia, porque así podremos recuperar un objetivo olvidado o una discusión perdida, que fuera la generadora de nuestra mayor unidad política popular: el ingreso universal –llamémosle Asignación, Seguro o renta básica–. Segundo, que la Soberanía política se logra con independencia económica. Y esto implica cambiar el orden socioeconómico. Así, el ingreso garantizado debe servir para transformar el consumo con otro pampa | 87 |
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modelo productivo. Estamos ante una crisis mundial alimentaria, nosotros –en el país y en la región– tenemos todas las condiciones para realizar una reforma productiva que nos garantice la soberanía alimentaria de nuestros pueblos. Por último, la identidad Cultural. En cada lugar, revisar nuestra historia, la historia de los Pueblos, la historia del movimiento obrero. Desde ella, no nos podemos confundir ni cometer errores. Cuánto nos serviría tener claro la historia de la “Patagónica rebelde” o la del quebracho de “La Forestal” para asumir que la Soberanía política significa lograr la Soberanía popular. Cambiar nuestra realidad es cambiar la realidad histórica, en cada lugar y en toda la región. Necesitamos constituir la fuerza de transformación social para hacerlo. Siempre depende de nosotros construir el nosotros. | pampa
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entredichos SUMERGIRSE en el debate intelectual recrea un posible itinerario dentro de la búsqueda de la verdad pero a la vez re-escenifica intensidades y modulaciones del pensamiento político más allá del tiempo. Ese afán de discutir que tan certeramente ha abonado nuestra historia se destaca en Entre-dichos, el libro sobre las polémicas de Osvaldo Bayer durante los últimos treinta años. Siete polémicas –Günter Lorenz, 1979; Rodolfo Terragno, 1980; Ernesto Sábato, 1985; Alvaro Abós, 1986; Mempo Giardinelli, 1993 y Roberto Baschetti, 2004–, cuidadosamente traídas para rearticularse con temáticas y acontecimientos del presente debate nacional; este libro es una invitación a nuevos pensamientos que cuentan con el prisma de aportes de Horacio González, Sandra Russo, Felipe Pigna, León Rozitchner, Rodolfo Mattarollo y María Pía López, entre otros.
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por FABIÁN D'ALOISIO y BRUNO NÁPOLI
Las polémicas, saturadas de argumentos y demostraciones de erudición sobre un tema dado (a la sazón un nombre, un concepto, una historia, un desencuentro), son textos que intentan convencer a terceros, no al interlocutor primero. Textos que generan, a lo largo de su desarrollo, certezas que puedan dar seguridad al polemista ante nuevos embates. Y este particular ajedrez donde también se adelantan los movimientos del adversario hace las veces de disparador de nuevos textos que revitalizan, no la razón de uno u otro “duelista” –como los llamará Horacio González “donde se pone en juego el magma de convicciones y se combate por el honor”– sino los temas tratados y, desde allí, su incidencia en las actuales discusiones, su posibilidad como materia de análisis, su importancia como texto académico y también su incorporación documental a un registro necesario para la memoria colectiva. La historia va a nutrirse de ellas, las polémicas del duelo de certezas, para que otros cosechen dudas (y por qué no, enojos y vítores por los contendientes, según se quiera, según se elija). En nuestro caso, guiados por la curiosidad y la necesidad de ver la historia reciente construida no sólo por los relatos pormenorizados de los hechos, hemos reflexionado sobre la polémica (de eso se trata, precisamente, el libro “Entredichos. Osvaldo Bayer 30 años de polémicas”), a fin de cuentas el esquema de un debate en marcha, en movimiento. Y eso es lo que logra la polémica cuando es leída a la distancia: moviliza, crispa y seduce, invita a hablar y a debatir, pero también a preguntar. ¿Qué impulso mueve a una sociedad a dirimir sus conflictos de clase mediante la violencia? ¿Qué papel juegan en esta situación tan polémica (definir que sociedad queremos) los movimientos que la formaron políticamente? ¿Cómo polemizan los contendientes, si es que tal cosa existe cuando se dirime un pro| 90 | pampa
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entredichos yecto de país, cuando en realidad hay hombres y mujeres que luchan por un ideal sin fronteras en la realidad? ¿Quiénes pelean por ese ideal y quiénes pidiendo orden o el silencio de los cementerios establecen una frontera borrosa entre quien calla y quien tortura? Ahora bien, pasado el espacio de silencio cómplice y apoyo explicito ante la aberración del terrorismo de Estado, ¿qué necesidad mueve a los hombres y mujeres que sobrevivieron a los lugares que creó la imaginación de una sociedad diferente –exiliados, militantes, derrotados, la mirada siempre impertinente de los desaparecidos a través de sus Madres– a volver a polemizar sobre lo sucedido y sobre lo que vendrá? Los nombres que se reacomodan en la Argentina post-dictadura y se apilan sin solución en la hilera mediática que genera palabras y construye relatos de nuestra historia reciente no pudieron esconder su pluma –si no legitimadora, al menos partenaire– de las prácticas que maniataron por largo tiempo la inestable estructuración institucional de un Estado, que debió repensarse sobre debates ausentes y siluetas (con un rostro rescatado muy luego de su desaparición) aún sin voz. Lo inevitable de esa construcción intuye que no hubo planes erróneos en esas plumas, sino que las palabras acompañaron a paso redoblado un proceso que implicó recolocarse en un ámbito que solo la orfandad de polémicas no puso en cuestión. Decimos esto porque las focalizadas interpretaciones de los primeros años de democracia sólo alimentaron la idea de un corte abrupto en el año 1983, como si todo hubiera sido temerariamente hostil a la participación política antes de esa fecha y luego de ésta lo temerario pareciera haber sido la Democracia como titán ganando batallas para poder sobrevivir a los embates de un pasado que amenazaba con volver para quedarse. Es más, podemos decir que los intelectuales que interpretaron esos años sostuvieron una versión oficial de los hechos que no puso en cuestión, por falta de capacidad crítica radical –pero, también hay que decirlo, sopesando los embates durísimos que la derrota a manos de un terrorismo de Estado había dejado como huellas imborrables en los cuerpos–, los niveles de colaboracionismo que el Proceso capitalizó, con escalas de apoyo pampa | 91 |
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en todos los ámbitos, luego de ese 1983 tan distinto en el imaginario colectivo que mira en retrospectiva esos primeros años de ordenamiento institucional. Las mismas definiciones se vuelven incapaces de explicar un proceso cuando son requeridas para estructurar un entendimiento mas completo de nuestra historia. No podemos negarnos a hablar de dictadura cívico-militar, al menos hasta tanto no se pueda discutir seriamente ese inconexo espacio que se abre entre los apoyos explícitos (o implícitos según el caso) al Proceso y la supuesta entrega que la sociedad hizo a la institucionalidad luego del derrame de lágrimas del Nunca Más. Es difícil no coincidir con una visión más sincera que nos pone en las narices la ausencia de una radicalidad crítica de los intelectuales del ’83 en adelante, coincidente, creemos con esa versión oficial de los hechos construida con tanta funcionalidad al juego del alfonsinismo de mediados de esa década. Análisis que les permitió a muchos intelectuales desprenderse del lastre del marxismo y el desarrollismo, entendiendo la democracia como un bien que podía ser pensado con independencia de otros criterios y que suponía la esperanza de estar repensando socialismo y democracia en una interpretación muy sui-generis de lo que luego demostraría ser una democracia burguesa en un proceso capitalista que se afianza. En todo caso vale preguntarse a fin de perseguir dudas más que certezas: ¿la polémica es el debate de la derrota, de las víctimas discutiendo con sus prácticas o de las prácticas con sus teorías? ¿Es redentor o superador este espacio de la polémica? La dicotomía es falsa, claro, porque elimina las opciones encontradas, pero ayuda al paso siguiente; tal vez tiene de ambos y recupera historia y memoria en partes iguales, agregando una posible solución: enerva una salida al silencio auto-impuesto por la culpa del cómplice, acusa menos de lo que enuncia (ya no quiere un “yo acuso” y sí un “yo digo sobre mí”, en tanto sujeto silenciado y ciudadano) y desdice el silencio mediatizado por la ilusión de una democracia que cura y educa sobre cómo sobrevivir en la desigualdad. En estas condiciones, la polémica surge y no impoluta como se pretende imaginar: surge manchada, cargada de tierra extraña | 92 | pampa
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entredichos en los pies sin paz; surge con colores más fuertes que los del monótono silencio. La polémica despierta de la rutina a todos, con antecedentes desconocidos, enunciando otras posibilidades en esta desigual democracia. Este mapa, trazado de palabras a través de años y experiencias personales, recupera los lugares en los que se vivieron con intensidad experiencias políticas muy distintas a las actuales y nos da las coordenadas de los hombres y mujeres que sufrieron la reacción totalizadora de la represión en los ’70. También nos dice mucho acerca de los sobrevivientes que, pasado el naufragio, comenzaron la enorme tarea de (intentar) polemizar sobre lo sucedido. Y si bien es cierto que existe una discontinuidad entre los ’70 y los ’80 dada por la negación que el Terror de Estado impuso a una gran parte del cuerpo social de valores solidarios, por un individualismo feroz que tuvo su cenit en los ’90, no es menos cierto que las líneas de continuidad de esas nodales décadas nos fue dada gracias a los que, aun pensando en la derrota de los valores solidarios, impregnaron de discusión y debate momentos cruciales de reflexión sobre lo que nos pasó como sociedad. Es así como, soportando la pérdida y la humillación, el destierro y el terror del exilio interno, sacaron fuerzas de la flaqueza para discutir, polemizar –aun en posiciones diametralmente opuestas–, dándonos la posibilidad de rescatar otras miradas del pasado reciente. Un pasado que implicó partir e intentar volver, discutir y pensar la violencia, los medios de hacer política en dictadura y en democracia y los Medios que hicieron política en dictadura y repiten su lógica –no su discurso, desde ya– en democracia.
Las palabras y las cosas Sin lugar a dudas hay nombres, fechas y objetos que confirman la hipótesis de una colaboración sin confesión de partes y sin una crítica que aporte a comprender de manera justa un conjunto de parlamentos actuales y discursos del presente. Es cierto que en los primeros años de institucionalidad la idea era la de ayudar a fortalecer, no a desunir, lo que invitó a algupampa | 93 |
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nos a no buscar en los pares las palmas que aplaudieron el terrorismo de Estado. Pero también es al menos real que fueron muy pocos los que aportaron a definir esa idea como necesaria para entender lo que pasó. Ahí están los nombres, las fechas, los objetos que afianzaron esas partidas de sicarios: “Nuestro país, inserto en el mundo complejo e inestable de este siglo, ha sufrido, también, un agravio a la verdad y un intento de uniformar mentes y espíritus, de forzar voluntades y pareceres y ahora, superado el peligro, busca los marcos del disenso respetuoso, para el encuentro de sus verdades”. Estas palabras no fueron pronunciadas ante una tropa de fajina y fusil al hombro, aunque sí ante una tropa uniformada y dispuesta a aceptar, validando las espesuras que volcaba un régimen puesto a hablar de victoria y paz, pero también como mensaje a los que desde otros lugares lejanos acompañaron una lucha que no tuvo correlato en los discursos del momento. Jorge R. Videla, como presidente de facto de la Nación Argentina, cerraba con esas palabras el III Congreso Nacional de Filosofía (13-18 de octubre, 1980) ante un auditorio que no ahorró palabras para la reflexión de la disciplina, pero no de manera ingenua, sino con “orgullo por la importancia política del evento”, como destacaron sus organizadores Eugenio Pucciarellli y Adolfo Carpio, para quienes se lograba contrarrestar con este hecho la campaña antiargentina. En el mismo Congreso Osvaldo Guarilglia habló de la filosofía respecto del conocimiento práctico, Eduardo Rabossi sobre pensamiento, realidad y lenguaje, Felix Schuster acerca del individualismo y el holismo metafísico, y tantos, tantos otros. Pero claro, también estaban los escritores como Abelardo Castillo, Marta Lynch, Liliana Hecker o Ernesto Sábato, haciendo loas a la alegría del pueblo argentino en el Mundial y atacando sin piedad a los exiliados. Y los objetos que sirvieron de acicate para que algún trasnochado se erigiera como opción política para desandar los caminos de la transición: el diario Convicción de Massera, “il corriere de Massera”, como bromeaban en su staff. Los nombres se suceden no sólo en el medio del asesino sino también en los medios posteriores a ese parteaguas ficcional que crearon muchos intelectuales, llamado 1983: el retorno de la democracia. Y por sus páginas desfilan Daniel Muchnik, Claudio Uriarte, Alejandro Horowicz, | 94 | pampa
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entredichos Macaya Márquez, Any Ventura, Sibila Camps, Jorge Dorio, José Luis Romero, Perez Loizeau, Mauro Viale, Fernando Niembro, María Moreno, Mario Rapoport...
Repensar nuestra historia reciente Dialectizar los espacios, animarse a confrontarlos, hace que las nuevas periodizaciones, lejos de ser justas, sean al menos necesarias. Para volver a discutir, para polemizar. Nuestra historia reciente necesita este debate. Las palabras que a posteriori de 1983 midieron la historia sobre los años del terrorismo de Estado, las intervenciones militares y la responsabilidad política civil crearon un paradigma –la democracia como norte al que mirar para contrarrestar las formas autoritarias que hicieron posible el terror– que no silenció, sino que canceló la posibilidad de otras lecturas menos idílicas de esa panacea de la participación que pareció desaparecer con los desaparecidos durante la dictadura argentina. Y desde aquí pensemos cuáles son las formas de participación que podemos discernir dentro del heterogéneo conjunto social. Tal vez no sólo la militancia política cuenta; hay otras formas que dan plafón a los sistemas políticos haciéndolos, si no de representación, por lo menos legítimos de hecho. Los apoyos sociales, corporativos, societarios, eclesiásticos al plan criminal también cuentan como participación política decisiva a la voluntad de aplicar ese plan. Y allí están sus voces, sus palabras, sus solicitadas en los diarios de la época. Si todo hubiera sido silencio y voz oficial, realmente sería contradictorio con la presencia de todas esas voces “políticas” de apoyo o al menos consensuales a la dictadura. Por eso creemos que es necesario arriesgar, intuyendo procesos más largos e integrados del pensamiento autoritario en la historia reciente. En términos institucionales, es amplio el período de presencia militar con excursiones profundas al pensamiento fascista –núcleo de la formación de las FFAA argentinas– o por lo menos a posturas reaccionarias. Este período podría abarcar desde finales de 1973 (irrupción criminal de las Tres A) hasta diciembre de 1990 (Indultos). pampa | 95 |
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Creemos que este extenso período con la caracterización antes mencionada contiene subperíodos sin cortes abruptos entre sí, con micro-transiciones que acoplan los lapsos dando sentido al todo como proceso histórico. Dentro de este amplio marco (1973-1990) podemos diferenciar un momento de aplicación de políticas de terrorismo de Estado desde noviembre de 1974 (implantación de estado de sitio en un gobierno constitucional) o tal vez febrero de 1975 (Operativo Independencia) hasta abril de 1983 (informe final de la dictadura), con un interregno militar-civil donde lo primero ahora sí prima como autoridad institucional desde marzo de 1976 hasta diciembre de 1983. Es necesario destacar y aclarar la importancia de 1976 como fecha, pues si bien la aplicación de políticas de terror eran moneda corriente en la política estatal, sobre todo con la ampliación del Operativo Independencia a una zonificación total del país (bajo la presidencia provisional de Italo Luder), esto último sirvió de base para una dinámica operacional que, una vez asaltado el poder por parte de las FFAA, dejó como único objetivo a concretar la eliminación de las trabas institucionales que podían poner algún reparo a un plan ya en marcha. Por otra parte, esa fecha también nos habla de la necesidad de las FFAA y de los sectores del campo y la industria, de hacerse de las palancas institucionales del Estado para acompañar este proceso de represión con una política económica que no dejara drenar ganancias y se realineara a la política financiera de orientación liberal que sostenían. Hacia el fin de este “proceso” (1976-83) de autoridad militar institucional y terrorismo de estado, existe una gradual desagregación del factor militar sobre el civil –siempre en términos institucionales, pero también de relajación de la participación político-partidaria formal– con la defragmentación del núcleo del poder militar desde 1981 (post crisis económico marzo 1980) que se extiende hasta la segunda mitad de 1987, no sólo con la sanción de la ley de Obediencia Debida sino también con el regreso del peronismo a la arena electoral de manera triunfante (septiembre 1987). Luego de esto, la presencia espasmódica del núcleo duro militar, con expresiones más reaccionarias que fascistas, fue decayendo hasta que| 96 | pampa
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entredichos dar agotada durante el gobierno de Menem. En primer término con el indulto (octubre 1989) firmado un día después de la condena a los miembros del MTP, duramente castigados luego del asalto al cuartel de La Tablada. Este indulto incluyó a 39 militares, a los comandantes responsables de la guerra de Malvinas, a 64 ex guerrilleros; a Rico, Seineldin y 172 militares procesados por los levantamientos de Semana Santa (04/1987), Monte Caseros (01/1988) y Villa Martelli (12/1988). El “problema militar”, como insistía en llamarlo Alvaro Alsogaray en La Nación invocando a devolver la dignidad a las FFAA “que salvaron a la sociedad de caer en las profundidades del marxismo” (02/1988), se completó con una profunda licuación del poder de las FFAA con el segundo indulto (29/12/1990) que incluyó a Videla, Masera, Viola, Camps, Suarez Mason, Ricchieri, Agosti, Lambruschini, Martinez de Hoz, junto a Firmenich y Norma Kennedy. Como corolario de esta periodización, creemos que durante los primeros años del gobierno de Carlos Menem es dable considerar definitivamente cerrada la “cuestión militar” en el marco antes descrito de presencia institucional. Incluso a contrapelo de quienes sostienen que estos niveles de impunidad respondían a la necesidad de tener a las fuerzas represivas para poner orden y disciplinar a la sociedad, ante el eventual descontento que podían generar las políticas económicas liberales. Lo cierto es que las FFAA actúan en sus pedidos de reivindicación no para ofrecer como presea la garantía de orden, sino con un principio corporativo que hace a la formación rígidamente fascista y con espíritu de cuerpo, obligándose a no abandonar esos reclamos políticos que la hacen, además, jugar con el recuerdo fresco pintado con sangre de haber sido actor político privilegiado durante los últimos ’70 y los primeros ’80. Pensamos también que, más allá o más acá de los reclamos puntuales, las FFAA demuestran que pueden imponer un orden en forma represiva en caso de necesidad (La Tablada 1989), no a cambio de prebendas político-generacionales de su propia interna, sino con lógica de Estado que monopoliza la violencia. Y acuerda con esto, el hecho de que la concesión política que el Estado de derecho realizó sobre las exclamaciones reivindicativas de las FFAA, fueron acompañadas, en pampa | 97 |
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esos primeros ’90, con un recorte presupuestario que dejó definitivamente sin resto de acción a este grupo tan gravitante en las décadas anteriores.
Derivas Las razones últimas de estas reflexiones tal vez estén dadas por la más íntima necesidad que nos conmueve: entender polemizando y actuar debatiendo, para comprender varias de las acciones que han guiado el accionar del pensamiento político e intelectual de los últimos 25 años. Si se nos presentó llamativo que no se discuta en profundidad, con ánimo de saber y no de acusar sobre las participaciones “politico-escriturales” durante la dictadura cívico-militar argentina, también se nos hizo sorpresivo encontrar tantas evidencias de esa participación. Curiosamente, quienes podían contarnos sobre esos años habían hablado durante esos años. Era esperable que las loas fueran a la democracia contra el silencio. Sólo tal vez reste ver como se sale de este atolladero: animarse a polemizar y desmenuzar, con más lógica que acusación, las partes fundamentales que han hecho que hoy estemos en situaciones de quiebre en muchos aspectos sociales y políticos y siendo parte de una construcción relatada, de lo que muchos sueñan con amnesia y otros con urgencia debaten. | pampa
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fábrica LA FÁBRICA se inscribió en la historia como el punto nodal de un nuevo orden social que emerge con las revoluciones modernas. Como espacio organizador de la experiencia de trabajo, constituye a sus sujetos bajo las atmósferas, las modulaciones, los sentidos y significados que alberga. Los dos textos que siguen tratan sobre la violencia de la fábrica. Se sitúan sobre las formas históricas de relación entre el cuerpo y el dolor, la memoria de los saberes, los dispositivos de control sobre las prácticas, la docilidad de los cuerpos vigentes desde la ciudad industrial. Desde allí, se preguntan por las consecuencias de habitar la fábrica. El primer artículo discute el hecho político contenido en la opresión fabril. Para ello, recorre las huellas de pensadores que insistieron con poner en discusión la relación entre trabajo y emancipación. Aquellos para quienes el espacio de la fábrica es siempre fuente de luchas e ideologías de violencia desatadas y plasmadas bajo la forma de la sindicalización o las discursividades de izquierda. El segundo se ocupa de la violencia de la técnica en la fábrica y en los procesos de organización del trabajo, para volver el interrogante hacia la comunidad. ¿Se pueden discutir las nuevas tecnologías sobre supuestos morales? Es decir, ¿existen valores para lo tecnológico –más allá de la velocidad operacional, la capacidad de simplificación de procesos o la novedad del modelo– que sitúen el debate en torno a lo comunitario? Ambos casos vuelven la mirada hacia el pasado –como acontecimiento y como relato–, en una operación casi imprescindible, en tanto é ste emerge siempre como contenedor de significados claves para leer el presente y las elecciones sobre nuestro porvenir.
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De s de el Mayo Fr a nc é s: Badi o u y Ra nc i èr e s o br e l a f ábr i c as por ADRIÁN CELENTANO “Los obreros deben tomar la bandera de lucha de nuestras frágiles manos” Graffiti del Mayo Francés
Mano a mano
1. BADIOU, ALAIN, El siglo, Buenos Aires, Manantial, 2006.
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La relación entre los trabajadores y la política se estableció como fundamental durante el siglo XX, al punto de que políticos, intelectuales y artistas reconocieron en la toma del poder por parte de los obreros soviéticos el acontecimiento que desde 1917 recorrió todo el mundo transfigurado en revoluciones, contrarrevoluciones e insurrecciones. El siglo XX ha sido el despliegue de una “lucha final” de los hombres con el objetivo de construir un hombre nuevo, decía el Che y acuerda Alain Badiou.1 Disposición de un sujeto para la historia y de la necesidad de un compromiso con él. Se trata de un legado para nosotros que no podemos despreciar, a pesar de todos los entierros y adioses dispensados a la capacidad política de los trabajadores. De allí este ensayo que a 40 años del mayo francés retoma la pregunta por la política a través de las posiciones de intelectuales izquierdistas –Alain Badiou y Jacques Rancière– que estaban enfrentados a la dirección del CGT francesa y al Partido Comunista de ese país. Pero no hay afán historicista, ni de homenaje en el centro de este trabajo, sino que contempla la intención de observar principalmente cómo estos autores no se subordinaron al consenso como norma para pensar la política y mantienen, en su reflexión, un sitio específico para los trabajadores y los movimientos sociales. En la coyuntura del mayo francés de 1968, 10 millones de trabajadores pararon la producción francesa, lo que marcó la decadencia del Partido Comunista de ese país, momento crítico julio 2008 | nro.4
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fábrica para la corriente althusseriana en el que revistaban los jóvenes pensadores aquí tratados. La coyuntura internacional estaba determinada por la emergencia del los movimientos revolucionarios en el Tercer Mundo, la contestación juvenil a la guerra de Viet Nam, el movimiento de masas negras en los Estados Unidos, las irrupción de las mujeres activistas y las resistencias estudiantiles y obreras en países bajo la dominación soviética como Polonia y Checoslovaquia. De allí el paso al maoísmo de estos autores, trayecto donde filosofía y militancia inscripta eran parte de un camino a la unidad con las luchas obreras y campesinas que permitiría la superación de la degeneración “revisionista” del movimiento comunista orientado por la Unión Soviética. Superación que se postulaba como posible reivindicando la “revolución cultural proletaria” desplegada en China desde 1963, con el objetivo de evitar que el comunismo terminara en una regresión al capitalismo. Experiencias relevantes de esa época fueron las proletarizaciones o la “marcha a las fábricas” de militantes universitarios. Uno de estos “establecidos” entre las masas obreras fue el estudiante de geografía Robert Linhart, discípulo de Louis Althusser y militante de la Unión de las Juventudes Comunistas - Marxistas Leninistas (UJC-ML) formadas con la ruptura de la Unión de Estudiantes Comunistas del PCF, un paso desautorizado por el propio maestro. Linhart se proletariza en la Citröen en la que participa de una huelga convocada por un “comité de base” formado por franceses e inmigrantes, para rechazar el intento de la patronal de imponer una jornada adicional de 45 minutos de trabajo para recuperar las “horas perdidas” en la producción a causa de las luchas de Mayo de 1968.2 La política de “establecimiento” fue menguando por las deserciones, la presión de las direcciones sindicales comunistas y por la transformación productiva en curso en los años setenta. Otra organización maoísta, la Gauche Proletarienne (Izquierda Proletaria) impulsó las luchas de la planta automotriz de Renault-Billancourt, donde fue asesinado Pierre Overney en la puerta de fábrica, en 1972. En esa automotriz se desató el conflicto que llevó a la toma y puesta en marcha bajo control obrero de la fábrica de más de 14.000 trabajadores. Ese año se desplegó una prolongada movilización obrera, estudiantil y popular en Bensançon, liderada
2. LINHART, ROBERT, De cadenas y de hombres, Siglo XXI, México, 1979.
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por una reciente organización de la CGT local, alrededor de la fábrica de relojes LIP. Allí se radicalizaron los métodos de lucha protagonizados por una mayoría de jóvenes mujeres obreras sin perder su carácter masivo y poniendo a los trabajadores al comando de la producción. Dijeron, entonces, los obreros: “Los patrones despiden... despidamos a los patrones”. Como breve balance, podemos citar la reflexión de Althusser, quien vio en el asesinato de Overney el entierro de la radicalización izquierdista. Badiou y Rancière revistaron en esas organizaciones. Para el primero, aquello fue “el fin de un comienzo”. Para el segundo, ir hacia las masas fue “descubrir por uno mismo esa extrañeza reconocible, esa reverberación de la vida, enteramente opuesta y perfectamente igual a las palabras del libro.”
Rancière, historiador de los trabajos y los días
3. KARSZ, SAUL, Lectura de Althusser, Galerna, Buenos Aires, 1970. 4. RANCIÈRE, JACQUES, La nuit des prolétaires, Archives du rêve ouvrier, París, Pluriel, 1997, p. 7-13.[1º ed Senil, 1981] Traducción de Diana Arriegada, Adrián Celentano y Anabela Vagge, agradecemos a Alejandra Mailhe y a Dora Barrancos por facilitar los materiales para este trabajo.
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Rancière integró el grupo que relee El Capital con Althusser y rompió con este porque oponía los conceptos de ciencia e ideología, lo que garantizaba –a juicio del discípulo– el dominio del intelectual sobre la práctica impugnadora de la lucha estudiantil universitaria. Para Rancière la confrontación en el campo del conocimiento se produce en torno al control de la circulación, de la apropiación y evaluación de los saberes, no a partir de la separación entre ciencia versus “no ciencia”.3 Alineado con la Gauche Proletarienne (“GP”, Izquierda Proletaria) Rancière impugnó la pretensión althusseriana de eliminar el sujeto y mantuvo su atención sobre las formas de ficción de y sobre lo obrero-popular. En su trabajo La noche de los proletarios sostiene que la dirección de los intelectuales sobre los “proletarios” como política constituía una inconsistencia del marxismo.4 Notas de viajes, panfletos militantes, films, relatos de utopistas y poetas, son los materiales con que Rancière insiste, con su libro, en la centralidad del desplazamiento de los “autores” que trata para poder pensar y escribir sobre ese mundo obrero. Recupera ideas que sostuvo desde la revista colectiva Révoltes Logiques sobre trabajar “la flor antaño” prometida por un texto de Mao Tse Tung a quienes aceptaran salir, “ir a mirar fuera de julio 2008 | nro.4
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fábrica la ciudad y de los libros, apearse del caballo para recoger la realidad viva”.5 Rancière sugiere de hecho un lugar para el intelectual. Así, el intelectual revolucionario, destituido inicialmente, es repuesto como viajero-extranjero. La tarea de Rancière es un desmontaje de ideas y palabras, de lo que resultó al unir imágenes poéticas con certezas políticas. Historizando, Rancière enlaza la presencia de las masas con la cuestión democrática, ya que con la caída de los poderes monárquicos –desde el siglo XIX– se produce el vacío al desaparecer el fundamento teológico para el poder político. Pero es sobre ese vacío donde se presentan las palabras de las masas que irrumpen, fuera del lugar de la verdad, y perturban a los historiadores con el problema de sus modos de interpretación. Las voces de los movimientos democráticos y obreros impugnan el fundamento de lo moderno, a través de un exceso, de una real herejía, por convocar a la unidad de todos los trabajadores, excluyendo toda exclusión, porque el sujeto político constituido por los trabajadores es ilimitado, lo que indica la relación permanente entre los presentes y los ausentes, dice Rancière, aludiendo al período de la formación de la clase obrera.6 La constitución de ese sujeto permite afirmar que es el portador de la disolución de todas las clases, no como mera disgregación sino como impugnación del orden político limitado, que no es reductible a la cuenta de los nombres y los estados. Rancière define la política como el resultado de la radical imposibilidad del acuerdo entre la palabra obrera que interrumpe la institucionalidad burguesa con la propia clase burguesa, y por eso el filósofo impugna las perspectivas consensuales de la política.7 En La noche de los proletarios analiza los registros de la explotación, las formas de escritura, los modos en que determinados obreros llegan a esa escritura y cómo circulan las ideas asociadas al mundo fabril. Reconstruir el archivo proletario permite presentar la rehumanización en “noches de estudio, noches de embriaguez. Jornadas de trabajo prolongadas para abrir la palabra de los apóstoles o la lección de los instructores del pueblo, para aprender, soñar, discutir o escribir”.8 El lugar del intelectual está forjado, en ese tiempo, de tales apóstoles con tales obreros, es un trayecto caminado, editado en encuentros –de
5. RANCIÈRE, JACQUES, Breves viajes al país del pueblo, Nueva Visión, Buenos Aires, 1991. p. 8 6. THOMPSON, E. P, La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1989 7. RANCIÈRE, JACQUES, El desacuerdo. Buenos Aires, Nueva Visión, 1997. 8. RANCIÈRE, JACQUES, La nuit des prolétaires, Archives du rêve ouvrier, París, Pluriel, 1997.
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incumplidas garantías científicas y políticas– para estos letrados apóstoles instalados en torno al tiempo robado a la fábrica por sus camaradas trabajadores. La formulación de tal humanización es una recuperación figurada en sueños, en lugares no existentes, en utopías. No es una exaltación del trabajo intelectual, porque Rancière cuestiona la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, y pretende resolverla tanto en la modificación de las ideas de ambos, las de los letrados y las de los trabajadores. Es una descripción la de Rancière que difiere de la “prescripción” como señalamiento de un camino político a seguir por una decisión anticipada y fundada en saberes exteriores a los trabajadores. Ese describir es divergente de “escribir” como interpretación terminada por parte de los maestros (esos apóstoles o instructores), para así perseguir el trayecto de quienes salieron de esa condena social que es la explotación fabril. El trayecto del que habla Rancière es un concepto espacial y político, va de un lugar geográfico a otro (de un taller a una imprenta, a una pocilga, a una ciudad a un pueblo, de Francia a Egipto o a Brasil) y es en ese desplazamiento que se hace político. La noche del proletariado es la noche de octubre de 1839 (a la que el autor no le intercala los obligados comentarios sobre correspondencias actuales) y es sabido para la tradición marxista-leninista que una de las tres fuentes del marxismo es ese socialismo utópico francés –previo a 1848–, sólo que aquí no se trata de superarlo sino de reponerlo, presentándolo sin pretensión de hacer un cuadro general del movimiento. Por ejemplo, relata Rancière que a tal hora “hubo un encuentro en la casa del sastre Martín Rose para la fundación de un periódico de los obreros”. No hay que suponer sólo un oficio, hay un saber pero que no se sitúa por fuera del obrero, su barrio, su palabra; está fuera de la explotación fabril como mecanismo; y luego está la función de la reflexión, del volver a pasar por la experiencia del trabajo para retorcerla, cuestionarla y extenderla por medio de la prensa. Así se evidencia la divergencia con que Rancière se anticipa al posterior lazo leninista, el que une militante-prensa-partido, como solución a los fracasos de las insurrecciones francesas de 1830, 1848 y 1871. El autor sigue al “fabricante de medias Vinçard, que compone canciones satíricas e invitó al carpintero Gauny, cuyo humor | 104 | pampa
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fábrica taciturno se expresa con preferencia en dichos vengativos. El limpialetrinas, también poeta, con certeza no estará allí.”9 Variedad de oficios y calificaciones, y simetría de respuestas: sátiras y poemas, pero que no son réplicas colectivas ni tienen por qué ser puras categorías revolucionarias. El espacio fuera de la producción es presentado por Rancière como tiempo para desarrollar la escritura: “ese bohemio decidió trabajar de noche. Pero el carpintero podrá informarlo de los resultados en unas cartas que copia, cerca de media noche, luego de hacer varios borradores”. En ese espacio se repite, se reflexiona y diverge de modo opuesto a lo que pretenda anudar la ciencia, en ese tiempo robado a la explotación frente a la máquina. Aparece un otro lugar, formado de pérdidas de vida y de imágenes de recuperaciones, con formas de sueños que permiten ir más allá de lo que se les roba: la vida. La radicalización de ese más allá por parte de estos activistas será el viaje a otros lugares mucho más distantes, para construir una comuna utópica “Icaria” en Texas, o buscar una “Madre-Mesías” en Egipto; será también la transformación en empresarios, en senadores... o en suicidas. ¿A quién se dirige Rancière? Rechaza las posiciones de los intelectuales arrepentidos ex maoístas, los llamados “nuevos filósofos” que niegan toda política proletaria porque llevaría al totalitarismo; y se diferencia de la juventud socialdemócrata que accede al poder en esos años. Pero consideramos también que La noche del proletariado incluye respuestas a quienes se proponían formas organizativas alternativas al PCF en el posMayo, en especial desde la matriz leninista y maoísta. A los que se concentran en la fábrica y en la ciudad con sus conflictos situados dentro del mundo del trabajo, la militancia y las organizaciones centralizadas en los periódicos. Ese mundo es el de las “masas”, categoría que –para Rancière– agrupa más las pretensiones de los intelectuales de representarlas, que al efectivo deseo de los proletarios de salir de la explotación y buscar originalmente representantes en aquéllos que no son precisamente proletarios, sino los que ellos ven como formas más humanas o artísticas. ¿Por qué los obreros pintores, en 1848, van a solicitar un plan de asociación a su extraño compañero, un fourierista dueño del café Confais? Porque así pueden presentarse frente a la burguesía diciendo: nosotros “no somos lo que ustedes quie-
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10. RANCIÈRE, JACQUES, El desacuerdo, Buenos Aires, Nueva Visión, 1997
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ren humillar”, y tenemos una palabra que es a la vez obrera –y nos representa en nuestro reclamo– y es a la vez burguesa para ser entendidos. Razonamiento con que Rancière insiste en que la palabra proletaria interrumpe el sentido de la representación burguesa, y que es la producción de ese desacuerdo la que abre la política, no el consenso o búsqueda de acuerdos.10 ¿Qué cuestiona Rancière a los leninistas? Que se está haciendo coincidir supuestas “masas” ingenuas, con certezas portadas por un nudo: el de la ciencia y la política, predicado por Althusser, con el cual los intelectuales deben ser fieles a esta imagen, deben “representar”. Rancière, al mostrar que hubo otros trayectos, nos permite de hecho suponer que también “hay” porque ese intelectual representativo y su proyecto fueron destruidos. Nos trae la evidencia constituida por esas palabras y convoca a buscarlas en los trayectos donde esas personas se transformen en otras, “en la dualidad e irremediable exclusión de vivir como obreros y hablar como burgueses.” La representación es algo inalcanzable, según Rancière, tanto para la forma de teoría del proletariado como para la pretensión del estudio de mentalidades populares. Mientras ambas se concentran en la uniformidad de lo obrero, él se concentra en lo que lleva a los obreros a querer ser diferentes –como individuos– de aquélla uniformidad. ¿Qué problema nos plantea Rancière? Nos lleva por una estela de trabajos, noches y viajes, pero no llega a proponer una situación que supere las formas criticadas antes, en particular la pregunta: ¿cómo puede entonces reorganizar y multiplicar las consecuencias de cada lucha ese movimiento? El motivo es simple: al no pretender una mirada que lleve lo popular y los otros “objetos” a un lugar diferente del que ellos (por sus palabras y por sí mismos) produjeron, y a la vez, querer denunciar esa pretensión como forma encubierta de reproducción en la sociedad de la división entre pensar y hacer no queda lugar conceptual para sostener ese lazo. Pero sí para seguir insistiendo siempre en la presencia de esa estela de luchas contra la explotación, en todas las formas que adopte. Hay una perspectiva para la salida de dos crisis: una, la de la sustancialidad de la clase obrera y, otra, la sustancialidad del maestro teórico. Pero su salida real de la fábrica es la de la militancia políjulio 2008 | nro.4
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fábrica tica. Salida que enriquece la comprensión del primer momento rebelde, pero nos deja entre la poesía del movimiento y la imposibilidad de una invención siguiente.
Badiou: la fábrica, modelo y exceso Recomenzar el materialismo dialéctico,11 es una propuesta en la que se inicia el trabajo filosófico y político de Alain Badiou, quién militó con los maoístas en la Unión de los Comunistas de Francia Marxistas Leninistas (UCF-ML).12 A finales de los setenta, desde la “Organización Política” que sucede al grupo anterior formula el problema del itinerario de la desaparición de la política contemporánea y el agotamiento de la práctica comunista.13 Badiou continúa los análisis maoístas14 sobre la experiencia comunista, aquella que se estructuró alrededor del Estado y de la economía, práctica que llevó a que la economía –inicialmente sometida a la crítica por parte de Marx– terminara por presidir la construcción del socialismo. Esto se debió a que el comunismo había mantenido en funcionamiento el dispositivo burgués de la representación: el proletariado era representado por el partido que representaba la teoría y, tanto el partido como la teoría, se representaban en el estado obrero, garantizado por la planificación del desarrollo de las fuerzas productivas. Badiou se apoya en las categorías de lo múltiple y del acontecimiento, que pasan a ser el eje de su obra donde piensa una política “desligada” de las determinaciones en última instancia, o sea definida desde una perspectiva subjetiva que se apoya en la fidelidad a un acontecimiento. Recordemos que el “subjetivismo” era caracterizado como un error dentro del marxismoleninismo, por pretender ir más allá de lo que las “condiciones objetivas” de un proceso permitían. Para él, la subjetividad queda presentada alrededor de un sujeto, considerándolo suspendido en torno a un acontecimiento y con la palabra de este sujeto como única prueba de verdad. De este modo, cuando critica a la “ética” en tanto ideología, la señala como determinada por el “interés” actual: el nihilismo de aceptar cualquier cosa, en especial el orden capitalista, para evitar “lo peor”. Esa ideología ética debe ser contrastada con la postulación de una
11. ALTHUSSER, LOUIS y BADIOU, ALAIN: Materialismo dialéctico y materialismo histórico, Pasado y presente, Buenos Aires, 1972. 12. ABRAHAM, TOMAS, Batallas éticas, Nueva Visión, Buenos Aires, 1996, pag. 5-57 13. BADIOU, ALAIN, ¿Se puede pensar la política?, Nueva Visión, Buenos Aires 1990 (1º ed. 1985) 14. Se trata de tesis claves de la Revolución Cultural Proletaria: el axioma filosófico todo se divide en dos, la disputa por poner la política siempre en el puesto de dirección, la revolución dentro de la revolución a través de la continuidad de la lucha de clases protagonizada por las masas dentro del partido, el estado, la educación, el ejercito y la producción, especialmente durante la construcción del socialismo.
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15. Las garantías materiales en 1983 eran los partidos comunistas occidentales, estaban perimidas por ser parte del juego de dominación de las superpotencias imperiales (tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética) los aparatos sindicales sólo garantizan defensa corporativa y la experiencia de las guerras de liberación nacional –bajo una justificable reivindicación– terminan frecuentemente en disputas por la hegemonía regional, manipuladas por las disputas imperiales si no están suplementadas por el carácter obrero, y el problema es que este último referente es el entraba en crisis. 16. ¿Se puede Pensar la política? Nueva Visión, Buenos Aires, 1991, p. 37. 17. Bajo esta sutileza toma distancia de la aspiración a la elaboración de una “línea de masas” apoyada en la historia de los movimientos huelguísticos. Así deja de lado la aspiración a la conquista de la “mayoría” de ese movimiento, y a su vez le facilita cuestionar la herramienta organizativa leninista por excelencia: el partido.
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“ética de las situaciones”: sólo en la interioridad de las situaciones se establece una decisión –es la forma concreta de la subjetividad–, un “no ceder” que la afirma. Es por ello que la proletarización como movimiento es reivindicada por Badiou como ejemplo de intervención en una situación, de fidelidad a la verdad de un acontecimiento, el Mayo francés y la Revolución Cultural Proletaria. El pensamiento de Badiou sostiene a la fábrica como lugar de acontecimiento, y a lo “obrero” como sujeto. Propone un nuevo re-comienzo radical frente al antimarxismo contemporáneo, haciendo eje en la esencialidad de la política. A comienzos de los ‘80, señala el proceso de eclipse de la política, ya que por un lado no se proponía nada nuevo fuera del viejo antimarxismo y, por otro, los marxistas tampoco tenían más que la sobrevida de la URSS y sus partidos satélites.15 Para él eran dos posiciones que confirmaban una retirada. La tarea, entonces, consistía en dejar de lado el falso comunismo de los “socialismos reales” y el gesto de la media parlamentaria. Si había fallado lo que en el marxismo-leninismo se consideraba la “línea histórica” –que pretendía la infalibilidad de esa “línea justa”– eso significaba que el pensamiento de la política “sólo tiene en cuenta una relación desviada con la propia historia”16, considerando como desviación a todas las invenciones que en lugar de cumplir con las predicciones históricas de la teoría, se apartan inventando el soviet, la larga marcha, etc. Badiou piensa la política en esa desviación y por ello la funda en el acontecimiento, que tiene un “recorrido empírico”. Ya que no se puede determinar la política deduciéndola de una estructura, ni del sentido de la historia, sino que deberá fundarse en el acontecimiento, que va más allá del conteo electoral y del número de manifestantes o de huelguistas.17 En sintonía con ese conteo electoral está el “comentario periodístico” de ese hecho. El ejemplo es el ascenso electoral de Le Pen a comienzos de los ’80 y el aumento del racismo. ¿Qué se puede pensar según Badiou? Que hay un acontecimiento exterior a los hechos electorales, la huelga de los obreros –en su mayoría inmigrantes– de la automotriz Talbot en Poissy. Allí esos trabajadores rompen con la conducción de la CGT y con la CFT a las que se habían afiliado. Entonces Ralite, julio 2008 | nro.4
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fábrica el ministro de Trabajo del PCF (que cogobernaba con la socialdemocracia de izquierda miterrandiana) les ofrece pasajes de vuelta a sus países africanos a lo cual los obreros contestan exigiendo la paga por sus vidas y sus dedos cortados en la línea de producción. Finalmente, el Estado, los sindicatos y la policía en medio de una batalla campal de 3 días logran echar a los obreros inmigrantes. Badiou inserta su análisis en términos por cierto escuetos: “Los hechos de Talbot se ubican entre noviembre de 1983 y febrero de 1984. La dirección propuso un plan de despidos de 3000 obreros. Huelga, ocupación del taller B3. Movilización de los capataces y del “sindicato” CSL. Grescas. Ataque al B3 por los que la prensa calificara púdicamente de ‘no huelguistas’, al grito de ‘los bougnouls al horno’. La CGT aprobó el plan (lo mismo que el gobierno). Juzgó que la ocupación era aventurerista. No se mezcló en nada. La CFDT, que responde a la apelación de las CRS [Compañias Republicanas de Seguridad], respalda la evacuación, que termina por hacerse. Como se ve la objetividad es simple. La ruptura suje18 tiva resulta esencial”. Es evidente que donde hubo en 1968 unidad de franceses e inmigrantes, ahora hay ruptura nacionalista; donde en 1968 la estructura de la producción, era subvertida por la política militante, ahora, en 1984, la política queda destruida en la producción. Para Badiou no es relevante si los periodistas o los parlamentarios lo recuerdan, el acontecimiento persiste; aún invisible, puede poner en circulación una verdad si es tomado por una militancia. Es que Talbot muestra los elementos políticos: el gobierno socialdemócrata frente a la disyuntiva del consenso con el capital o con sus promesas; la capacidad de los sindicalistas amarillos de movilizar a los obreros franceses en la fábrica; la CGT con su incapacidad de control sobre los obreros: o apoya los despidos o cede a la demagogia islámica con lo que pierde a los “buenos franceses calificados de las fábricas”. Todo esto sí es coherente con las cifras electorales: el Partido Socialista bajó su porcentaje, el PCF quedó al descubierto como ficción de la representación obrera y grupúsculo porcentual; y la derecha petanista del Frente Nacional crece porque llena un vacío de identidad de los franceses que Le Pen satisface.
18. ¿Se puede Pensar la política?... p. 47. El taller 83 es donde se concentraban los obreros inmigrantes, también lo hacían ocupando los accesos a las fábricas. Una crónica en español: “Conflicto en Talbot-Peugeot”, en revista Etcétera, nº 4, Barcelona, 1984.
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Donde todo este esquema no funciona, donde falla su correspondencia es donde para Badiou reside el acontecimiento, donde se lo puede interpretar: la victoria le correspondió a la derecha porque ahora todos hablan de la política de retorno de los inmigrantes y de que no deben estar representados ni en la fábrica ni en la sociedad. Mientras el comentario repite el supuesto antirracismo de la “izquierda”, lo real es que hubo clara comunicación entre ellas –izquierda y derecha–. Entonces de lo que se trata es de buscar en el acontecimiento. Allí, el elemento que lo constituye es la resistencia obrera que exigió “queremos nuestros derechos”. Pero no se trata de representarlo reconociéndolos, sino de buscar en él la política, en el hecho de ser irrepresentable –porque todos los otros aceptan que no lo son ni lo deben ser. No se trata de un programa de intereses: la política reside en que no es representable, exige derechos tomados como imposibles de aceptar o contabilizar. Como cuando actualmente se niega la existencia de trabajadores en negro o precarizados, aunque sean contingentes claves de la producción y de la organización social. Como esa exigencia no es representable, se sostiene en la decisión de serle fiel: no se trata de representarlos como víctimas sino de atar una hipótesis, aunque no haya “prueba” para ella. El compromiso con esa hipótesis es axiomático, el compromiso con el militante de la fábrica no es materialmente una garantía permanente porque está allí dada la producción, se establece a partir de una decisión. Badiou desacuerda con la consigna del 68 “sean realistas pidan lo imposible”, porque comprende que el objeto de la política es hacer trayectos que hagan posible lo imposible. Este trayecto no está dado de por sí, porque esté presente la fábrica allí –hay muchas fábricas y no en todas ocurre lo mismo–, sino por la interpretación que se establece en una intervención –persistir en apoyo de esa consigna “queremos nuestros derechos”–. Esta interpretación no se detiene sino que se prolonga más allá de la primera situación y la organización política debe en realidad ser fiel a esa extensión, aunque todos los demás digan que la consigna es otra: “paguen indemnización” o “échenlos de Francia”, etc. Hay que hacer, para Badiou, un trabajo de distancia hacia lo que se presenta como dado, apoyándose en esa fidelidad. | 110 | pampa
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fábrica Frente a los planteos desencializantes que rechazan lo “obrero y popular” como algo dado, como una “cosa en sí”, y le exigen que lo suprima como a las otras “esencias”, Badiou entiende que, si diera ese paso, se perdería la posibilidad de la intervención subjetiva. Por el contrario, reconoce el retorno del objeto. ¿Por qué? Porque hay que considerar a las situaciones prepolíticas con la calificación “obrero y popular”: no se puede pensar la política emancipatoria sin masas, sin barrios u otras localizaciones donde existe materialmente –en particular las fábricas, porque allí la sociedad civil no penetra como moderadora–.19 Siempre debe asegurar que la mano de obra sea “vendedora de fuerza de trabajo”, ya que el obrero no puede exigir por la explotación que se le realiza para extraer plusvalor, porque afectaría todo el funcionamiento del capitalismo como modo de producción de mercancías. Para Badiou, si se pudiera moderar y resolver los conflictos a través del consenso, sólo habría que plantear los “intereses” –salario, condición de trabajo, duración de la jornada, etc.–, con lo cual la política vuelve a limitarse a la gestión y representación, perdiendo carácter emancipatorio para los dominados, que tendrán que confiar –o desconfiar, da igual– en los mediadores sindicales o el Partido Comunista Francés, con sus intelectuales. La política, para Badiou, requiere de la invención y del acontecimiento o no es política. Cuando escribe El ser y el acontecimiento, Badiou le redacta 20 una introducción sobre la fábrica. Allí parte del interrogante: ¿por qué los obreros pueden dejar de competir entre ellos por el trabajo y ser vanguardia política? Hay que considerar dos procesos. Uno, remite al hecho de que los obreros fueron históricamente alienados de toda propiedad de medios de producción –cuando dejaron de ser artesanos quedaron sin nada, un obrero es un vacío, una “nada” que se vende como fuerza de trabajo– y otro refiere al efecto de la maquinaria organizada y la disciplina laboral que le extrae su vida en la explotación fabril. Ambos procesos explican la aparición del sindicalismo reivindicativo que disputa el tiempo frente a la máquina y, después, el partido representativo de los trabajadores. De allí Badiou sostiene que los obreros no son nada al tiempo que son los capaces para organizar el todo. Y, como ese sitio en que se
19. MARX, CARLOS, El capital, Tomo 1, Siglo XXI. 20. Luego la excluye para evitar la suposición por parte del lector de que la filosofía es la madre de la política, introducción publicada por la revista Acontecimiento, nº 2, Buenos Aires, 1991, pp. 11-31 21. BADIOU, ALAIN, “La fábrica como sitio de acontecimiento”, en Acontecimiento, nº 2, Buenos Aires, 1991.
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presentan –la fábrica– permanece separado de la sociedad, se hace posible lo obrero en la política.21 Esta visión “objetivista” de Badiou requiere dos conceptos –vacío y sitio– que deben ser subjetivizados por la política para tener un sentido completo y establece que “la fábrica es el sitio de acontecimiento por excelencia, el paradigma del múltiple al borde del vacío”. Privilegiar algo que es objetivo como el establecimiento fabril, evita centrar un sujeto global, como la clase; desliga los “obreros” de la “política”, como algo previsible y exterior, ya que ésta es sólo potencial y lo que la denomina como política es la intervención. El carácter de esta última viene prescripta, evidentemente, para las figuras del militante y el trabajo del intelectual –dos figuras que se preservan en el centro de este dispositivo– para que la intervención se pueda producir en fidelidad a una “declaración”. La paradoja es que mientras lo político aparece en el desarrollo del proceso histórico general de la sociedad moderna, no ocurre lo mismo con los obreros –recuerda el filósofo– que no son considerados como parte de la sociedad, sino sólo bajo su carácter de ciudadanos. Los obreros son una parte que pertenece a la fábrica, no son una parte contabilizada por la sociedad. De allí que la fábrica –como lugar obrero– no esté incluida en la cuenta estatal. El estado trabaja con las máscaras primeras en las que reconoce este hecho: la “empresa” y el “sindicalismo”. Esas máscaras disimulan la presencia de la fábrica, dice Badiou, a lo que podríamos agregar, encubren la extensión de la producción y buscan subordinar toda presencia obrera a la reivindicación salarial. En la fábrica, los obreros no son sujetos que se presentan, sino fuerza que nunca puede ser una presentación, sino una pieza de la producción que impone la fábrica como “uno”. Por eso lo único que importa es la productividad, ella es externa al múltiple-obrero y lo somete como indistinguible en la fábrica. De allí su carácter sustituible, es “despedible”, independientemente de su servicio a la fábrica, para ella él no existe como multiplicidad –vida, familia, amigos, país, etc. Como en la sociedad civil –dice Badiou– cualquiera es representado. La fábrica está separada de ella por medio de muros, horario, vigilancia y ordenamiento maquinal para que funcione esa norma: la productividad. Pero esto no asegura que la fábrica sea esen| 112 | pampa
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fábrica cialmente política –aunque pueda estar llena de activistas: la política es distinta de la esencia de la fábrica –que es la productividad– porque requiere creatividad, interrupción, una presentación que comprueba el vacío como el ser de la situación. Ya vimos que para que la política se produzca se requiere un acontecimiento, pero ¿por qué es paradigmático en la fábrica? Porque allí implica el derrumbe de lo que la sostiene. Sólo la presentación de lo obrero como tal basta para arruinar la cuenta, es una irrupción de los múltiples desconocidos y esto se impone en la política moderna, aunque sea en secuencias temporales, no en una continuidad. No es que esté allí el origen de la política, es el terreno de prueba y la forma de mediación de la política, de modo que permanecer en el marxismo significa intervenir con invenciones organizadas en consideración a esos sitios.
A modo de nota final La crisis de la política en clave emancipatoria tiene su vértice en el “fin del comienzo” de la nueva izquierda a fines de los setenta. Nos referimos a las limitaciones para generar nuevos procesos o de ganar la referencia en los movimientos obreros y de masas en los que confiaban, entre otras, las experiencias de las proletarizaciones relatadas por Linhart. Y debemos subrayar que la secuencia que va desde 1968 a 1972, –o de Citroën al intento de “control obrero” de Renault–, estaba yuxtapuesta a una crisis estructural del capitalismo y que su recomposición se desplegó usufructando las limitaciones que marcaban a las acciones obreras que enfrentaron al capital en esos años. La extensión de los movimientos huelguísticos y juveniles en Italia, Francia o Alemania, no alcanzaron a estructurar una superación de la vieja izquierda socialdemócrata, y los partidos comunistas –fueran prosoviéticos o eurocomunistas– terminaron imponiéndose o beneficiándose de las “salidas” frecuentes hacia la lucha armada de esos años. El maoísmo que atravesó a las posturas de los intelectuales aquí tratados funcionó como una de las claves para intentar extender e incluir la vigencia de las tesis marxistas y leninistas sobre procesos que fueron más allá de la capacidad de esas teorías y de esos grupos militantes para resolverlos. pampa | 113 |
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Otro problema para las expectativas cifradas en la fábrica por la política de “establecimiento” era que trabajaba sobre la hipótesis de la rebelión obrera en los países del Este, la que chocó con la capacidad represiva de los comunistas tanto en la URSS como en los países y partidos subordinados a su política, de lo que Checoslovaquia fue un exponente claro. Cuando pocos años más tarde los trabajadores y otros sectores populares se levantaron en esa área lo hicieron con proyectos que no adherían a las tesis maoístas ni de la nueva izquierda. Lejos de partir de la revolución cultural proletaria, los programas sindicales como el de Solidaridad en Polonia se volcaban contra los partidos comunistas, los estados y la doctrina marxista-leninista. En esa coyuntura, las elaboraciones de los autores aquí tratados fueron por cierto minoritarias en el campo intelectual francés, dada la hegemonía de otras corrientes que pasaron a las posturas antimarxistas. El contexto general es un proceso político europeo que no dejó de mostrar corrimientos hacia la derecha y a la subordinación de los partidos democráticos y progresistas a la expansión del mercado. La argumentación que tenía apariencia de exageración en los ’80 como crítica del miterrandismo, se justificó de modo que en las elecciones francesas se viene repitiendo un esquema similar al planteado por Badiou. La perspectiva de la destrucción de la política como práctica transformadora se afirmó en el mundo desarrollado, en el cual frecuentemente las resistencias de los “movimientos sociales” quedan situadas a la defensiva sin poder organizar un sujeto que logre postular una reactivación que exceda la preservación de esas conquistas sociales amenazadas. En las últimas décadas la crisis de las organizaciones sindicales, la ausencia de una nueva política obrera, ha profundizado las disyuntivas de los intelectuales universitarios en relación a ellas. A punto tal que en un popular film como Recursos humanos la representación de la política comunista queda depositada en la anciana militante de la CGT y el rol del graduado universitario no va más allá de la anciana. En este contexto la historia de las ideologías –obreras o no– en disputa dentro de la fábrica no concitan demasiada atención en las tesis de los autores aquí tratados, donde los actores sólo son sujetos en la medida en que rompen con su trayecto anterior. Pero de eso los | 114 | pampa
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fábrica autores informan poco, sólo de modo descriptivo y poco integrado al proceso práctico de las luchas. De todos modos, Badiou realiza un aporte en dos niveles. En uno –que podríamos considerar más histórico– reafirma el valor de los conflictos y las tomas de fábricas representadas en el film de Godard Todo va bien. En otro –más político– propugnando el afirmacionismo, es decir, afirmar las luchas concretas actuales en las que se anuda el pensamiento, rechaza la fiebre deconstructiva y exige en el terreno de la historia y la filosofía la reivindicación del acto militante, de la práctica agrupada y organizada. 22 Señalan, entonces, la centralidad de la subjetividad para el trazado de una política emancipatoria. Subjetividad a distancia tanto de la “ciudadanía” –a la que consideran ambos un dispositivo de la representación– como del “culturalismo” –que bloquea la posibilidad de trazar una hipótesis igualitaria–, y afirmada bajo la política pensada como fidelidad a un acontecimiento. El problema de cómo saber cuál decisión política es la correcta dentro de esa subjetividad no es justificado por los autores de un modo preciso, como sí podemos hacerlo con la igualdad. Esta decisión en los autores queda fijada en un razonamiento abstracto o forma parte del trabajo a realizar por la militancia que incluye al intelectual, pero que nos aparece separada en tanto práctica política respecto de su labor universitaria. De los autores tratados sólo Badiou ha logrado articular en la práctica sus formulaciones, a pesar del reproche que se le ha hecho por la exigüidad de su organización. Podemos pensar ese “fin de un comienzo” como el límite de una reflexión que pretende ir más allá de los sindicatos o de los partidos, como el caso de los movimientos de obreros inmigrantes indocumentados en Francia. En todo caso, mientras el activismo de inmigrantes aún no ha logrado vertebrar una “organización política” que procese la invención postulada, los análisis propuestos abren un camino para ella. Es interesante ver ese límite que señalamos en otros términos por pensadores de la lógica política como Laclau –quien se acerca a la tesis de Rancière sobre el desacuerdo inherente a la política– al trabajar su concepto de pueblo y de populismo. El pensador argentino persiste en su idea de la hegemonía de matriz gramsciana, a la vez que interpreta la política como práctica sobredeterminada e instituyente
22. BADIOU, ALAIN, Imágenes y palabras, Manantial, Buenos Aires, 2005, pp. 100111.
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23. LACLAU, ERNESTO, La razón populista, Buenos Aires, FCE, 2006, pp. 192-196 y 303-310. 24. LACLAU, ERNESTO, La razón populista, Buenos Aires, FCE, 2006. pp. 193-194. 25. BADIOU, ALAIN, El siglo.
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del lazo social –definiciones también de filiación althusseriana. A pesar de esas coincidencias con Rancière, notemos que el argentino toma distancia de la reivindicación de la lucha de clases y cierta remisión a lo social por parte del francés. De ese modo, Laclau puede pensar al populismo como una lógica presente en toda clase de movimientos. También al precio de sacrificar la forma en que toma sentido la dirección de esos movimientos. Respecto de Badiou, Laclau sostiene que “todas las luchas son, por definición, políticas” pero no está de acuerdo con su postura sobre la política,23 en tanto está centrada “casi exclusivamente en la radicalización de la lucha obrera.”24 Así el argentino reconoce a Badiou su posición sobre la política y en el mismo momento le niega el sitio social del acontecimiento para la política y le dejar para ella en disponibilidad a todo el que hable de “pueblo”. Más de cuarenta años después del comienzo de los trabajos aquí tratados –atravesados rápidamente por el epicentro de la crisis del proyecto comunista en 1968– los itinerarios de pensamiento de la política por parte de Badiou y Rancière no dejan de requerir el recomienzo de lo obrero y popular, de los instrumentos que constituyen su historicidad y un trabajo intelectual ligado a ello en términos de un colectivo. Serían estos sus invariantes históricos. Como la definición producida por Badiou a propósito del fin del siglo XX: “La corriente de pensamiento que identifica la época que termina, y cualesquiera hayan sido sus variantes, a menudo violentamente enfrentadas, ha sostenido que toda subjetivación auténtica es colectiva y toda intelectualidad viva es construcción de un ‘nosotros’. Es que para esa corriente un sujeto es, por fuerza, evaluable en función de una historicidad o capaz de hacer resonar, en su composición el poder de un acontecimiento”.25 | pampa
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Tecnología y trabajo. ¿Son inocentes las máquinas? por GUSTAVO GIULIANO “Si las herramientas, obedeciendo a nuestras órdenes o leyendo en nuestros deseos, pudiesen ejecutar los trabajos que les están encomendados, como los artefactos de Dédalo, que se movían por sí solos, o los trípodes de Hefestos, que marchaban por su propio impulso al trabajo sagrado; si las canillas de los tejedores tejiesen ellas solas, como esos mecanismos, el maestro no necesitaría auxiliares ni el señor esclavos.” ARISTÓTELES
Durante las primeras tres décadas del siglo XIX grupos altamente organizados que respondían a las órdenes del “General Ludd” y del “Capitán Swing” destruyeron miles de máquinas industriales y agrícolas en las ciudades y praderas inglesas. El movimiento, que pasó a la historia como ludismo, protagonizó hechos masivos de tal trascendencia que el gobierno inglés llegó a promulgar la pena de muerte para los activistas involucrados en las acciones directas contra las fábricas. Contrariamente a como los estigmatizó la historia, los luditas no luchaban compulsivamente detrás de un ciego odio a las máquinas que los dejaban sin empleo, sino que respondían a una estrategia muy bien planificada, preocupados, muy prematuramente, por las consecuencias sociales del “inevitable progreso técnico” asociado a la incipiente maquinaria automática. Sobre este contexto de lucha, resulta llamativo que tan solo algunos años más tarde, el más comprometido pensador político de ese siglo sostuviera, refiriéndose al movimiento, que “hubo de pasar tiempo y acumularse experiencia antes de que el obrero supiese distinguir la maquinaria de su empleo capitalista, acostumbrándose por tanto a desviar sus ataques de los medios materiales de producción para dirigirlos contra su forma social de explotación.”1 Para el Marx de 1867 los luditas estaban equivocados: las máquinas son objetos neutrales, cuya magnífica eficiencia puede
1. MARX, KARL, El Capital, Tomo I, Capítulo XIII, “Maquinaria y gran industria”. Las cursivas corresponden al texto original (Marx, 1986, p. 380).
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2. “Es un hecho indudable que la maquinaria en si no es responsable de que a los obreros se los ‘separe’ de sus medios de vida. [...] Los antagonismos y las contradicciones inseparables del empleo capitalista de la maquinaria no brotan de la maquinaria misma, sino de su empleo capitalista.” (Ibid. p. 392). 3. Ibid. p. 338. 4. Según expone Marx en un párrafo célebre de la Miseria de la filosofía: “Las relaciones sociales están íntimamente vinculadas a las fuerzas productivas. Al adquirir nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian de modo de producción, y al cambiar de modo de producción, la manera de ganarse la vida, cambian todas sus relaciones sociales. El molino movido a brazo nos da la sociedad de los señores feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalista industriales.” (Cohen, 1986, p. 159) 5. MARX, 1986, p. 324. 6. Ibid. p. 328.
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ser empleada de forma no alienada sirviendo a fines nobles.2 Oponerse a ellas no sólo representaba un error conceptual sino un acto anti-revolucionario, en tanto que el abusivo uso que el capital hacía de ellas era uno de los elementos de la historia que precipitaría el ineluctable fin del capitalismo. Con el advenimiento de la sociedad socialista, la maquinaria se emplearía necesariamente de modo diferente ya que “sólo funciona en manos del trabajo directamente socializado o colectivo. Por tanto, es la propia naturaleza del instrumento de trabajo la que impone como una necesidad técnica el carácter cooperativo del proceso de trabajo.”3 Esta clara toma de posición está, sin embargo, en una relación de tensión con su famosa tesis de la primacía según la cual son las fuerzas productivas las responsables de definir la estructura económica a través de determinar los modos de producción posibles.4 Acorde con ella es de esperar que la maquinaria, en tanto base material, moldee la estructura social resultante. Por tal razón, resulta lógico que Marx se preguntara si los inventos mecánicos han facilitado en algo los esfuerzos cotidianos de algún hombre. Su conclusión, contundente, fue que la maquinaria empleada por el capitalismo no persigue, ni mucho menos, semejante objetivo: “su finalidad, como la de todo otro desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, es simplemente rasar las mercancías y acortar la parte de la jornada en que el obrero necesita trabajar para sí, y, de ese modo, alargar la parte de la jornada que entrega gratis al capitalista. Es, sencillamente, un medio para la producción de plusvalía.”5 Si “la máquina de que arranca la revolución industrial sustituye al obrero que maneja una sola herramienta por un mecanismo que opera con una masa de herramientas iguales o parecidas a la vez y movida por una sola fuerza motriz, cualquiera que sea la forma de ésta”,6 entonces ¿para qué otro fin se la puede emplear que no sea o implique reemplazar a un grupo de trabajadores? Si la máquina es un medio eficiente para la producción de plusvalía, en una economía socialista no podría tener ningún uso, quedaría simplemente obsoleta. Resulta difícil de entender, en este contexto, el ataque que dirige a los ludijulio 2008 | nro.4
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fábrica tas, así como su irónica cita: “Es enteramente el razonamiento de aquel famoso degollador Bill Sikes: ‘Señores del Jurado: es cierto que ha sido degollado un viajante de comercio. Pero este hecho no es culpa mía, sino del cuchillo. ¿Es que vamos a suprimir el uso del cuchillo, porque a veces ocasiona algún que otro trastorno? ¡Piensen ustedes por un momento lo que sería de la agricultura y de la industria sin cuchillos! El cuchillo, aplicado a la cirugía, devuelve la salud, y en anatomía enseña a curar. En los banquetes, es nuestro sumiso auxiliar. ¡La supresión del cuchillo precipitaría a la humanidad en la cima de la más negra barbarie!”.7 Sugerimos aquí que la ambivalencia que atribuía Marx a la máquina puede deberse a una comprensión inacabada de la complejidad del proceso tecnológico –de características únicas– en el cual se encontraba sumido. Proceso que se desarrollaba dentro de un contexto cultural en el que la ciencia ocupaba, cada vez más firmemente, un lugar de incuestionable capacidad y objetividad. Si pensamos al artefacto técnico en su dualidad en tanto objeto de diseño y objeto de uso, notaremos que en el hacer se ponen en juego valores que condicionan el uso futuro; las máquinas nos imponen así la forma en que deben ser usadas, pues sus capacidades fueron intencionalmente determinadas a priori para ese fin.8 Una sociedad con valores diferentes probablemente le pueda encontrar otras aplicaciones a una tecnología heredada pero, seguramente, no tardará en reemplazarla por otra más afín a su cosmovisión que cumpla con los nuevos objetivos de manera más eficiente, de acuerdo a lo que dicta la racionalidad tecnológica. Si acordamos con este análisis debemos concluir que las máquinas no son inocentes: ellas son una manifestación fáctica de la ideología que les dio origen y como tal operan de manera funcional al sistema, contribuyendo a sostener y reproducir su hegemonía. Dentro del ámbito intelectual y sindical esta afirmación no debe pasar desapercibida. Su puesta en práctica tiene consecuencias directas sobre la defensa de los puestos de trabajo, en
7. Ibid, p. 393. 8. Esta aseveración puede ser “flexibilizada” en algunos artefactos, como señalan los estudios constructivistas, pero siempre dentro de grados de libertad limitados. Una forma de ampliar la participación social sobre la función de los objetos son los llamados “diseños abiertos”, actualmente empleados en software pero que admiten también su uso en aplicaciones de hardware.
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9. Señalamos esto para diferenciarnos de las posturas utópicas o tendenciosas que ven en la máquina automática una posibilidad para el aumento del tiempo de ocio y las actividades recreativas de los trabajadores asalariados. 10. Es co-fundador de la National Coalition for Universities in the Public Interest, institución que ha denunciado la mercantilización de las universidades norteamericanas. En 1984 Noble fue despedido de su cargo académico en el Massachusetts Institute of Technolgy por sus ideas y permanente acción política en defensa de los derechos de los trabajadores y estudiantes. El M.I.T. fue condenado públicamente a raíz de esta acción por la American Historical Association, pero el despido no fue modificado. Luego de haber sido también despedido, por razones similares, de la Smithsonian Institution de Washington, emigró a Canadá, donde actualmente enseña, no sin incidentes, en la York University de Toronto. Es también co-fundador del Canadian Forum on Higher Education in the Public Interest. 11. Asociación sindical de origen norteamericano fundada en 1888.
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tanto lo entendamos como indispensable para el desarrollo de una vida digna y la correcta distribución de la riqueza.9 Un férreo defensor de esta idea es el historiador de la técnica norteamericano David Noble10. Sus trabajos persiguen el objetivo de sacar a la luz el papel desempeñado por la estructura social y el entramado de poder en el desarrollo de la ciencia y la tecnología y sus posibles usos al servicio de fines de interés público. Bajo este horizonte, fue uno de los promotores de la declaración “Technology Bill of Rights” decálogo que enuncia los derechos que poseen los trabajadores frente a las nuevas tecnologías y que fue promulgado por la International Association of Machinists and Aerospace Workers (I.A.M.) 11 luego de un encuentro realizado en el año 1981 entre sociólogos, científicos e ingenieros agremiados al I.A.M. para analizar el impacto de la automatización en el trabajo y el empleo. Allí, entre otras cuestiones, se plantea el rol de las nuevas tecnologías en la creación de nuevos puestos de trabajo; la distribución del aumento de la rentabilidad que ellas generan a las empresas entre los trabajadores; el derecho que les asiste a las comunidades y estados nacionales o locales, de cobrar tasas o impuestos a los empleadores que adquieren maquinaria, equipamientos, robots o sistemas de producción que generen desempleo; la evaluación de todas las nuevas tecnologías en relación a las condiciones de higiene y seguridad ambiental que generen; el derecho de participación de los trabajadores en las resoluciones que impliquen modificación o rediseño de su proceso de trabajo. Desde la destrucción ludista hasta el decálogo de Noble, lo que perdura es la puesta en cuestión de nuestra relación con la técnica. Cada sociedad se despliega bajo un imaginario tecnológico que no sólo desarrolla maquinarias, artefactos, invenciones, sino que implica modos de habitar el mundo, de imaginar las ciudades, de experimentar los espacios; de generar, en fin, sensibilidades de época. Por eso, la pregunta que cruza estas experiencias remite a las consecuencias sociales de la violencia técnica. Es decir, ¿se pueden discutir las nuevas tecnologías sobre supuestos ligados al desarrollo de lo comunitario? Lo que nos dicen todas estas acciones, más allá de su difejulio 2008 | nro.4
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fábrica rencias –de época, de formas, de tonos– es que preguntarnos por el rol de lo tecnológico es menos una indagación sobre la técnica que una cuestión ética y política, donde lo que está en disputa es el imaginario tecnológico sobre el que se despliega nuestro modo de ser sociedad. | pampa
BIBLIOGRAFÍA REFERENCIADA • COHEN, GERALD, 1986 (1978), La teoría de la historia de Karl Marx: Una defensa, Siglo XXI - Pablo Iglesias, Madrid. • MARX, KARL, 1986 (1867), El Capital, Tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. • NOBLE, DAVID, 1993, Progress without people: In defense of luddism, Charles H. Kerr, Chicago. • NOBLE, DAVID, 1984, Forces of production: A social history of industrial automation, Oxford University Press, New York. pampa | 121 |
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Desarrollo y utopía. Crisis de la politicidad moderna en las organizaciones por FERNANDO BUSTAMANTE
A fines de los noventa, para muchas organizaciones comunitarias el límite de la acción social legítima estaba claramente marcado, y este límite era la práctica específicamente política. En 2003, en una instancia de intercambio de experiencias entre distintas organizaciones sociales, que ya se venía realizando desde hace algunos años –y a las que yo asistí regularmente–, por primera vez en mucho tiempo participó un grupo dedicado a la práctica política barrial. El resto de los grupos había sufrido la desconfianza de propios y ajenos ante sus propias iniciativas y convocatorias a la organización comunitaria, pero esas sospechas de “punterismo político” “no eran justificadas”, iban cayendo ante la evidencia del “hacer algo”. Ese algo debía ser tangible: dar de comer, enseñar a hacer huertas, acompañar a mujeres golpeadas, difundir artesanías indígenas, etc. En el año 2003, la práctica específicamente política no tenía para ellos materialidad, no producía sentido. La caída de los relatos utópicos fue caída del régimen de verdad de lo político. Quizás en momentos de la crisis de creencia –que se llamó crisis de representatividad–, que es crisis de la Razón moderna, se confió en lo sensible, aquello al alcance de los sentidos –que incluye la experiencia de los medios de comunicación– y de los recorridos del cuerpo. Crisis que es de la Razón del Estado moderno, de su poder o legitimidad para garantizar la cohesión simbólica del todo nacional, crisis de la Nación como idea moderna, como intento moderno de construcción racional de comunidad supra territorial. Las condiciones están cambiando. Es necesario y hay condiciones culturales apropiadas para superar la década y el pensamiento de los noventa como cenit de crisis de cualquier relato transformador no tecnocrático. En la segunda mitad de los años ’80 y durante todos los ’90, se opera cierto repliegue del trabajo social a lo comunitario. Este | 122 | pampa
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repliegue es coincidente con la abdicación del Estado que conocimos con el neoliberalismo, y el retomar sus responsabilidades por las organizaciones sociales existentes y otras que surgieron en ese contexto. Con respecto a la población de base, las estrategias hasta ese momento apuntaban primordialmente hacia el fortalecimiento de la organización sectorial, hacia el movimiento popular, orientadas a ganar espacios de poder y reivindicar derechos. A partir de los fenómenos mencionados, se trabajó sobre lo reivindicativo, pero se sumó y privilegió también lo propositivo, desde el desarrollo local, para mejorar la calidad de vida y la búsqueda de una mejor comunidad. Además, se amplió el campo de los interlocutores, incorporando al universo de las organizaciones sociales a las dedicadas a nuevos sujetos “en conflicto, como los jóvenes, por ejemplo. Estas organizaciones enfrentaron también (quizás vinculado con la diversificación de los interlocutores, pero también por alguna relación con la flexibilización de la mirada burocratizante en el campo de las izquierdas) la aparición entre sus destinatarios de personas aisladas o menos orgánicamente vinculadas a los movimientos sociales. Con el neoliberalismo, se ve a la sociedad civil casi exclusivamente como las ONGs, y se impulsa, desde financiadoras, especialmente BID y Banco Mundial, a convertirse en ONG a toda organización social (Kaplun: 2004).Paralelamente, el tópico fortalecimiento institucional se transformó, entonces, en un problema. Ideas como eficiencia, tercer sector, sociedad civil aparecieron vinculadas a cierta ideología del gerenciamiento como tecnocratismo en las organizaciones, y opuesto al protagonismo de los sujetos populares. Además, se verificó un desacople o incompatibilidad entre lógicas de actor popular y movimiento social por un lado, y lo institucional por otro. A pesar de ello, los movimientos sociales reclamaron mediaciones de fortalecimiento de lo organizativo, y fue necesario reinterpretar lo institucional y la gestión desde un marco político para fortalecer agentes-sujetos-actores.
Politizar las prácticas Si bien últimamente se entiende el desarrollo como la construcción de relaciones sociales que sostengan procesos de mejopampa | 123 |
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ramiento de las condiciones de vida y se busca distinguir entre desarrollo humano y otras nociones de desarrollo menos deseables, desde nuestra perspectiva, que venimos trabajando desde la comunicación popular o, dicho más actualizadamente, en el cruce de comunicación y ciudadanía, el concepto de desarrollo no deja de arrastrar reminiscencias económico-productivistas. Recordemos que desarrollo era sinónimo de modernización de la vida social a través de nuevas técnicas, capacidades y tecnologías. Recordemos también la idea asociada de subdesarrollo que la teoría de la dependencia vino a desactivar, al denunciar su concepción lineal –si se quiere, evolucionista– de los procesos históricos. Tengamos presente que ello suponía una noción análoga de comunicación asociada a desarrollo, con un fuerte sesgo difusionista, instrumental y también lineal. Aquellas iniciativas de comunicación y desarrollo, es sabido, intentaban franquear el paso a los movimientos revolucionarios en América Latina. Nuestra pregunta sería: ¿qué supone la desaparición del sujeto popular de la nominación? ¿La marca de la crisis de la modernidad, de sus relatos utópicos? ¿La dispersión objetiva del sujeto, o su desaparición, en el peor de los casos? Nuestra reserva, planteada primero por Marita Mata, sería: ¿supone que cierta lógica técnica (de la planificación) se hace cargo de lo mesiánico, de lo político? Este dar cuenta de la crisis de la modernidad y de los relatos utópicos es imprescindible, si nuestra propuesta sigue siendo una comunicación íntimamente ligada a lo político y lo cultural. Es decir, la necesidad para nuestra propuesta de reconstruir sentido de los proyectos colectivos: una noción de desarrollo atravesada por la noción de poder. Quizás haya que pensar en el desarrollo como objeto de disputa entre sujetos. En ese sentido Rosa María Alfaro (2006) nos previene sobre algunos peligros en el campo así denominado Comunicación y Desarrollo. No es el objetivo aquí discutir nominaciones (popular, alternativo, desarrollo, ciudadanía, etc.) para las prácticas de intervención y producción de sentidos desde la comunicación. Sin embargo, a las prevenciones de Alfaro, subyace la preocupación por la transformación profunda de lo real, por no perder de vista quiénes somos en las mareas de discursos a par| 124 | pampa
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tir de la crisis de la modernidad. Es decir, sostener y reconstruir la dimensión utópica de lo real. Es urgente ampliar esta discusión sobre desarrollo, ya que luego de 5 años de crecimiento económico sostenido somos empujados a pensar, ya no en la indigencia, en la dimensión política de la pobreza, sino en las “salidas” económicas, o más bien en las entradas: en la gestión de algunos recursos. Algunas agencias de cooperación internacional que financiaron proyectos sociales en los noventa se están retirando por los estándares internacionales (ingreso por cápita, etc.) de pobreza. Algunas experiencias de contención social y subsistencia, de organización, de resistencia y formación política tienen un nuevo contexto donde integran prácticas de comercialización o gestionan fondos del Estado Nacional. La ventaja de esta realidad –cierto cansancio de ver piqueteros– consiste en la posibilidad de problematizar nuevamente las condiciones de los que trabajan, que habían sido invisibilizados por los discursos hegemónicos en detrimento de la espectacularización de los movimientos piqueteros1. De cualquier manera, la mayoría de la población pobre e indigente no está nucleada en organizaciones. Es decir, que estas nuevas condiciones serían aprovechadas por una pequeña porción de la población. Subsiste la clara evidencia del valor de la organización social como herramienta para captar información, para aprovechar oportunidades, canalizar necesidades y demandas, para reclamar derechos, para discutir nociones hegemónicas sobre salud, trabajo, etc.2, es decir, constituirse como sujeto social.
Popular, populismo y politización de la política Propuestas como las de Ernesto Laclau sobre el populismo y su virtud de politizar la sociedad, que, leídas en los noventa parecían críticas a las construcciones de poder que no superaban los esquemas que discutían, sino que solo las invertían, en la actualidad latinoamericana3 aparecen como un elogio del populismo, y aquí se empareja a Laclau, Nicolás Casullo. En consecuencia, un conformismo al estilo del que significó la
1. Cfr. Kaufman, op. cit. 2. Organizaciones surgidas del horno de 2001, dedicadas a huertas, producciones artesanales de susbsistencia, etc, tuvieron que discutir con el habitus de consumo de lo prefabricado sedimentado luego de los 90: La dificultad de pensarse como sujetos productores de bienes y alimentos. 3. Ver entrevista a Ernesto Laclau en Crítica de la Argentina 14/04/08.
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democracia para los movimientos populares en Latinoamérica (Casullo: 2007) o, en el mejor de los casos, sería un conformismo estratégico, una estrategia histórica de expansión de un proyecto de sociedad más justa y solidaria. Es así que el autor señala que el populismo era, hace tres décadas, el salvoconducto contra el peligro revolucionario. Hoy es su amenaza4. Casullo plantea que el término populismo aparece hoy en medios masivos de comunicación, en boca de analistas políticos, especialistas de derecha y emisarios de ideologías de la neutralidad en general, como lo opuesto al respeto por la institucionalidad republicana y su normalidad administrada técnicamente. Sin embargo, lo que subyace es el carácter repolitizador de los populismos. Dos rasgos, entre otros serían, la instalación del conflicto como constitutivo de la sociedad, la polarización y la capacidad de plantear la economía como disputa de intereses, en oposición al tecnocratismo economicista.
4. Casullo, op. cit., p. 195.
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Obvio o no, esta repolitización fue un proceso casi exclusivamente simbólico. El gran cambio en este sentido se dio luego de diciembre de 2001, cuando quedó claro para la mayoría de la sociedad que el discurso neoliberal suturaba abismos: la intrínseca naturaleza política de la economía era clausurada con la tapia tecnocrática. En 2003, la pregunta entre militantes era ¿qué ha cambiado para que ahora sea posible hacer los cambios que parecía intentar el nuevo gobierno? La respuesta en ese contexto señalaba la materialidad del sentido: cambió la percepción colectiva de que era posible lo político, que las murallas levantadas por el neoliberalismo para franquear el acceso a lo político eran nada más y nada menos que suturas discursivas. De la misma forma, el repliegue a lo comunitario no respondía a un acorralamiento en el territorio. Podemos establecer allí una vinculación/ equivalencia entre razón y creencia y posibilidad de imaginar por un lado, y percepción / lo sensible /lo local y lo concreto por otro, como recortando el territorio de lo real. La credibilidad se asocia con una construcción más allá de lo local y lo concreto. El campo destinatario legítimo para la acción, aquel que se puede pensar en una época tiene mayores o menores dimensiones geográficas en la medida en la que se crea más allá del alcance de los julio 2008 | nro.4
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sentidos o no. La época de la política social focalizada es la época donde el campo legítimo de acción apenas rodea el propio cuerpo. En ese espíritu de época no cabe lo nacional, ni la hermandad regional. Para ello fue necesario creer. Si bien las experiencias comunitarias eran múltiples, las regía un sentido de aislamiento doliente y opresivo. La experiencia de saberse muchos en el territorio, más allá de la percepción sensible, y en las mismas condiciones de aislamiento, no puede sino politizar. Primero todavía con las acciones focalizadas como identidad, pero luego con políticas públicas. La negación de lo político consistió, entonces, no en su disolución, sino en la negación de la participación de las mayorías en la vida nacional y en la propia historia. Con esta cuestión a la vista, es digno de valorar que los espacios abiertos por esta repoliticación del Estado han sido capitalizados por los movimientos sociales en la medida de su capacidad organizativa y de producción de sentido, gracias a la experiencia de lucha acumulada. Pero, ¿qué futuro o sentido tiene esta politización en el contexto global espectacularizado, sin sujetos con una expectativa de comunidades sin conflicto? Allí quizás una relación con la naturaleza eminentemente cultural y no política (en sentido institucional) de los nuevos movimientos sociales. Como muestra, baste la argentina de estos días: no hay sujetos en este conflicto por la renta agraria extraordinaria, pero hay instituciones. Quizás esta repolitización de lo social deba disputar su sentido a dichas formas de la vida política donde no aparecen los sujetos. En este punto es en el que se vuelve imprescindible reflexionar sobre la relación entre sujetos y espectáculo. ¿Se puede hacer un aporte políticamente consistente partiendo sólo de la idea de visibilidad? | pampa
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS • ALFARO, ROSA MARÍA, Otra Brújula. Innovaciones en comunicación y desarrollo, Calandria, Lima, 2006. • CASULLO, NICOLÁS, Las cuestiones, FCE, Buenos Aires, 2007. • Comunicación Popular: Nuevos desafíos. Itinerarios 1997-2005. Revisión y reorientación de nuestra práctica, Centro Nueva Tierra, Bs. As., 2005. • HUERGO, JORGE: “Comunicación popular y comunitaria: desafíos políticoculturales”. Revista Nodos de Comunicación, UNLP, Nº 4, nov 2004. • KAPLUN, GABRIEL, “Proyectos, deseos y otros cuentos sobre comunicación y desarrollo” en Cimadevilla, G. (ed) Comunicación, ruralidad y desarrollo: mitos, paradigmas y dispositivos del cambio, INTA, Buenos Aires, 2004. • KAUFMAN, ALEJANDRO: “Politizar lo experto”. revista Pampa año I, julio 2006, IEI-CTA. • Nuestra experiencia de Educación Popular, documento de trabajo INCUPO, sin más datos. • SALAMAN, TOM, Organizaciones Sociales, Cambios y cultura popular, en Encuentro de Educación Popular, cultura y aprendizajes: “Promoción y Desarrollo Rural 1999 - 2000”, INCUPO, Reconquista, 2000. • BAUMAN, ZYGMUNT, Modernidad Líquida, Buenos Aires, FCE, 2007.
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