Pampa Especial 2 - Trabajo, Estado y precariedad

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JORNADAS DE FORMACIÓN POLÍTICA

Nuevas f o r mas de t r ab a jo y o r g a ni z a c i ó n e n e l Es t a d o

ASOCIACIÓN TRABAJADORES DEL ESTADO CONSEJO DIRECTIVO CAPITAL FEDERAL


pampa pensamiento/acción política

Responsable Editor Claudio Lozano Equipo de producción y edición Karina Arellano Lucía De Gennaro Sebastián Scigliano Emilio Sadier Pablo Zisman Diego Bacarelli Ilustraciones Hernán Espejo Diseño y armado Nahuel Croza Agradecimientos Santiago Llach Paz Levinson Martín Armada Compañero Asma Héctor Maranessi Instituto de Estudios y Formación CTA Asociación Trabajadores del Estado Consejo Directivo Capital Federal Redacción editorialpampa@cta.org.ar

Administración Piedras 1067 1070 - Buenos Aires Teléfono: 4307-3637 ISSN 1851-5827


sumario Estado y gobierno de lo público Ezequiel Ipar / Perspectivas alrededor de lo público

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Martín Hourest / Crítica a la “estadolatría”

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Claudia Korol / Experiencias constituyentes en América Latina

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Capitalismo y trabajo Emilio Sadier / Algunas entradas al concepto de precariedad

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Claudio Lozano / Proceso de acumulación en Argentina

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Experiencia de organización sindical en la precariedad José Zas / Centro de Profesionales de Empresas de Telecomunicación

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Movimiento de Educadores y Trabajadores de Español como Lengua Extranjera

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Betty Raiter / Asociación Argentina de Actores

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Javier Altrudi / Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes

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Clarisa Gambera / Dir. General de Niñez Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

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presentación

Sinceramente es para nosotros un honor realizar la presentación de esta segunda edición especial de Pampa, ya que la misma es la transcripción de los contenidos políticos que presentamos en las Jornadas de Formación Política “Nuevas formas de trabajo y organización en el Estado” realizadas el pasado 15 y 16 de noviembre del 2009 en el Consejo Directivo Capital de la Asociación Trabajadores del Estado. Las mismas fueron destinadas a delegados del sindicato y abiertas a compañeros de nuestra CTA de la Ciudad de Buenos Aires. El objetivo que teníamos cuando las pensamos –rediscutir y volver a transitar los fundamentos políticos de acciones gremiales cotidianas y nuestras como la lucha por la estabilidad laboral, como la construcción de un Estado popular– fue ampliamente superado. ¿Por qué? ¿Qué pasó en estas jornadas? Ya no sólo la estructuración de un debate constituyente sobre las nuevas formas de trabajo y explotación o sobre el Estado y el gobierno de lo público –debate que venimos llevando a cabo desde el IDEP, la secretaría de Formación de ATE Capital y la revista Pampa–, sino la aparición de nuevos mojones, nuevas entradas y avances conceptuales y categoriales en nuestra discusión política. Durante dos días tuvimos la oportunidad de compartir con compañeros y compañeras diversas perspectivas y entradas acerca de la realidad contemporánea del trabajo, la política y el estado de lo público: en una primer mesa, la intervención de Emilio Sadier sobre las diferentes entradas posibles a la precariedad como concepto y a la vez desafío político; la presentación de Claudio Lozano acerca del proceso de acumulación actual en la Argentina, sus evoluciones, variaciones y relaciones con las condiciones de existencia de los trabajadores; el aporte de Sebastián Scigliano trayéndonos el concepto de “socio-metabolismo del capital” trabajado por Eduardo Grüner. En una segunda mesa pudimos dialogar con cinco experiencias de organización sindical de la CTA Capital, donde se plasmaron potencialidades y límites de nuestra propia organización; miradas, dudas, satisfacciones del trabajo organizativo y su desarrollo político. En la tercera mesa, finalmente, contamos tres aportes en torno a la relación entre política, pampa | 5 |


Estado y procesos constituyentes: Ezequiel Ipar, proponiendo algunas claves para comprender histórica y políticamente la idea de lo público; Martín Hourest, bosquejando, en crítica contra ciertas figuraciones acerca de la política, los nuevos posibles de un Estado con real gobierno de lo público y de sujetos políticos a la altura de las apuestas de transformación social en clave igualitaria y democrática; y Claudia Korol, presentando, desde su experiencia y conocimiento de los procesos constituyentes a nivel latinoamericano, una serie de nudos sobre los cuales reflexionar y profundizar el debate sobre el futuro de las luchas sociales y políticas de nuestra región. Nos queda la sensación de que hubo allí germinando algo, que no está del todo claro, que es incipiente, pero que termina siendo una nueva visión del mundo, una visión del estado de las cosas basada en la idea de que el futuro no se construye pensando que volveremos al pasado. Hubo allí una puesta a punto de un montón de consignas nuestras, a las que a veces sentimos que les falta trabajo, dedicación, contenidos. Por ejemplo, nuestras reivindicaciones de libertad sindical y pluralidad sindical en el sector público, todos sabemos, son nuestra respuesta a la pelea de aparatos por un reconocimiento legal. Pero no sabemos si verdaderamente todos coincidimos en que nuestro planteo en el fondo ya ni siquiera tiene que ver con la personería de la CTA. Creemos que no hemos discutido a fondo que la libertad sindical tiene que ver con algo más profundo, que es reconocer que, así como están dadas las cosas, la organización de los trabajadores que se planteó en la historia, incluso en los países donde existen muchas centrales sindicales, no va más: porque no contiene a ese setenta y pico por ciento de trabajadores que están –y por el esquema planteado, van a seguir estando– fuera de esa formalidad del Estado. No sabemos si el debate al interior de nuestras organizaciones asume que a los problemas hay que atravesarlos en toda su dimensión. Y a riesgo de ser provocativos, el debate de estos dos días expresó la imposibilidad de resolver problemas nuevos con ideas viejas. Por otro lado, nos damos cuenta de que el aporte de esta publicación tiene su razón de ser en nuestra tarea por la construcción de una Constituyente Social. Los contenidos que hemos debatido durante esos dos días, las proyecciones institucionales que los mismos deberían dinamizar al interior del sindicato y de nuestra militancia dentro de la CTA no son ni más ni | 6 | pampa


presentación menos que elementos que aportan a fortalecer en perspectiva constituyente la experiencia de la propia clase trabajadora. En este sentido, transitar estos momentos, en los que la iniciativa de la Constituyente Social sigue madurando en diversas instancias locales y nacionales realizadas en todo nuestro país, con estas discusiones comenzadas, diferentes planos de análisis abiertos y una modulación respecto a la responsabilidad que anida en cada uno de nosotros es nuestra manera de aportar y trabajar en la construcción de nuestra instancia colectiva y organizativa mayor. Lo interesante de estas jornadas tiene que ver con la comprensión de que incluso las respuestas de defensiva que nosotros hacemos ante el estado de despojo dominante, si las mantenemos en tanto “vuelta” al pasado y a sus paradigmas, van rumbo al fracaso. Con cierta disposición política a cambiar el posicionamiento sobre lo que antes comprendíamos como punto de llegada a establecerlo como punto de partida. Porque nos cambiaron el tablero, nos cambiaron la cancha. Y lo que vemos de potencialidad en las políticas que, con todas las dificultades, enunciamos desde ATE, desde la CTA y están intentando sugerir respuestas novedosas y disruptivas, tiene más que ver con este nuevo estado de las cosas que con la mera creencia de que se está ganando.| pampa

DORA MARTÍNEZ - Secretaria de Formación ATE CAPITAL RAFAEL GENTILI - Director del IDEP ATE NACIONAL


Pr e c a r i o e s el mun d o

“La adversidad para producir sindicalismo en una actividad como la nuestra es total. Primero, los trabajadores están totalmente atomizados, físicamente: cada uno trabaja en un lugar diferente y alejado del otro, en turnos totalmente dispares. Por otro lado, la patronal está totalmente atomizada. La patronal a la que nos referimos es básicamente un yuppie, un tipo de 30 años. Por ejemplo, en el lugar donde yo trabajaba, la patronal eran dos tipos, un yanquie que tenía mucha plata, el novio que laburaba acá y era una especie de secretario privado de este tipo. No es, por decirlo de alguna forma, la patronal a la que uno está acostumbrado. Nosotros, entonces, nos vemos enfrentados a tener que construir una patronal para poder entablar y generar el conflicto”. COMPAÑEROS DE METELE, Movimiento de Trabajadores y Educadores de Español como lengua Extranjera “El tema de los blanqueos fue para nosotros un punto de inflexión. Del ´99 al 2003, vivimos una situación de mayor espontaneidad. Donde, frente a una situación de extrema precariedad en el trabajo, empezamos nosotros a instalar desde el sindicato la cuestión del blanqueo, de nuestros derechos laborales, y esto entró y caló hondo. Hoy en día, no les voy a decir que la mayoría de los compañeros están en blanco y bajo las condiciones en la que deberían estar, pero sí hemos logrado sin duda un cambio en la conciencia de los compañeros respecto a sus derechos como trabajadores. Y fueron muchísimos los blanqueos que hicimos, más allá de que sean en comercio, en camioneros, en gastronómicos y pasteleros en el caso de los deliverys. Nosotros conducíamos la pelea, conducíamos los conflictos y, en realidad, el encuadre convencional era de otro. De todas formas, los compañeros siempre son leales a quienes pelearon por ellos y siguen sintiendo su referencia en el sindicato”. COMPAÑEROS DE SIMECA, Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes

¿Cómo enfrentar situaciones nuevas, de toda novedad, con herramientas viejas? ¿Cómo responder a las preguntas del presente, este presente olvidadizo, esquivo, hiperquinético, con respuestas de otro tiempo, formuladas y protagonizadas por otros, bajo otras circunstancias, con otras certezas? | 8 | pampa


P R ECA R I O ES EL M U N D O

Parte de la incomodidad que nos alentó para encarar estas jornadas de formación tuvo que ver, inicialmente, con esto, con la sensación de estar navegando por aguas desconocidas y en los barcos y con los timoneles inapropiados. La precariedad se trata, claro, de uno de los problemas más extendidos entre los trabajadores contemporáneos y, posiblemente, su influencia en la vida laboral de las nuevas generaciones de trabajadores sea todavía mayor. De hecho, y como veremos también en estas páginas, para muchos de ellos la precariedad es la forma “natural” de ser trabajadores, el tipo de relación que los concibió como trabajadores desde su mismo nacimiento como tales. Ante tamaño panorama, nos propusimos el intento de darle al interrogante sobre la precariedad un enfoque que nos permitiera encontrarle, desde la reflexión y desde su experiencia concreta, algunas explicaciones que pusieran ese problema, en apariencia, estrictamente laboral, en relación con procesos sociales y culturales de otra dimensión y complejidad. De allí, estos aportes para intentar comprender, al menos en parte, un síntoma tan dominante de las relaciones laborales contemporáneas. En principio, la precariedad, tal cual la concebimos, es mucho más que la inadecuación de una situación laboral dada con su correspondiente correlato contractual. Es más que flexibilidad de horarios, de lugares, de tareas. Es más que la multiplicación de jefes, de sedes, de oficinas, de secretarias. Es más que planillas de viáticos inventadas, que horas extras dibujadas, que colaboraciones fraguadas. Es más que contratos a tono, que firmas escondidas, que planillas duplicadas. Es más que el pancho rápido e indigesto, que la ensaladita de apuro, que el culo en el asiento demasiado más tiempo que el cristiano. La precariedad es el gran malestar de la cultura de estos tiempos, por estos lares. Y las razones para que esto sea así son múltiples y variadas. Ya se dirá mucho sobre ellas en las páginas que siguen. Valgan, sin embargo, estas apreciaciones iniciales, a modo de adelanto. Lo que es precario en estos tiempos no es solamente el trabajo: precaria es la vida. La desarticulación del sujeto social colectivo, la individualización extrema de la experiencia, la segmentación de la vida en común en pequeños gabinetes de satisfacción amorfa se traducen en la extraña percepción pampa | 9 |


Consejo Edi t or

de que todo puede ser tan efímero como un soplido, de que todo puede acabar sin dejar estela, sin huella, sin recuerdo. Esa inestabilidad de la experiencia sensible acorrala a los sujetos sobre sí, los vuelve lobos asustados por los corderos, pequeñas fieras sonrientes y dispuestas. Nada, en esas condiciones, puede sostenerse en el tiempo, nada puede producir identidad, nada puede sobrevivir a la fugacidad del espasmo con el que se experimentan la mayoría de las emociones contemporáneas. Un sujeto precario prepara a un trabajador precario. Y un trabajador precario produce un sujeto precario. Y en esa inestabilidad, las razones para considerarse a sí mismo un trabajador se vuelven esquivas, se descomponen, se desintegran en tanto no se integran con el resto de las dimensiones de la vida. La vida es precaria porque el mundo es precario. Desde hace ya tiempo, esto que conocemos como el capitalismo ha dejado de ser un globo que se infla para convertirse en una morsa que aprieta. Y con él se lleva puesto todo lo que encuentra a su paso. En efecto, el capitalismo y sus matrices jurídicas, políticas, económicas, culturales, atraviesan un tiempo de retracción, producto de haber alcanzado sus límites expansivos, tanto territoriales como de recursos efectivos que ese territorio le proveía. En esa huída hacia sí mismo, el capitalismo en su fase de retrospección invade lo que, antes, no formaba parte de sus apetencias más directas. Esa forma del capitalismo AM/PM lo ilumina todo, tanto que no permite ni descansar en paz. Las esferas de la vida que, hasta hace no demasiado tiempo, estaban reservadas al goce de cada quien según su buen saber y entender, cada vez más forman parte del ciclo de extracción de excedente con el que ese capitalismo en proceso de encogimiento intenta sobrevivir. Sobre la imaginación extrae renta; sobre el placer extrae renta; sobre el descanso extrae renta; sobre el sueño extrae renta; sobre el juego extrae renta. Y esta obcecación, esta insistencia enfermiza obtiene como resultado una vida en la vidriera, una mercancía de tiempo completo que no reconoce más que su precio de mercado como el valor de intercambio con los otros, como única forma de relación social. La mercancía “fuerza de trabajo” se ha convertido, hoy, en la hipermercancía “trabajo a la fuerza”. Con los sujetos en competencia por su participación relativa en el sistema de explotación no ya sólo durante esa porción de la vida diaria que, hasta hace algunos años, conocíamos como empleo, sino durante casi toda | 10 | pampa


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su vida conciente, los espacios para la vida en común desaparecen. Los sujetos que comparten y conviven se han vuelto sujetos que compiten. Y los sentimientos asociados con esa competencia refuerzan aún más la retracción de esos sujetos sobre sí mismos. El miedo –el pánico, a veces–, la zozobra, la fugacidad, refuerzan aún más el sistema de aislamientos en que se han convertido las sociedades contemporáneas. La relativa dificultad para la construcción de lazos estables, producto de este escenario de alta volatilidad, también afecta la construcción de lo que, alguna vez, se consideró como el espacio privilegiado para la conformación de la comunidad. Lo que, incluso en estos tiempos, se sigue invocando como “espacio público” ha perdido su condición de tal, en tanto, en principio, ni siquiera hay un acuerdo extendido sobre qué cosa sería eso público que se construye en ese espacio. Más bien la concurrencia de una multiplicidad de demandas particulares, con exigencia de resolución particular, y una cierta corrosión de los canales para hacer visibles esas demandas producen un mal entendido en relación a la eficacia de consolidar ese ágora fantasmal, como recuerdo de lo que alguna vez fue. Esta dificultad por establecer ese lugar de lo común para sintetizar aspiraciones comunes también produce, como correlato, la retracción del sujeto precario sobre sí. Y, marcando el paso, un modelo económico productivo que no solo alienta, sino que necesita de ese conjunto de relaciones inestables en que se ha convertido la vida contemporánea. Un sistema económico que produce exclusión hacia fuera e inequidad hacia adentro encuentra en la producción de una cultura de la inestabilidad una válvula de escape para que la presión resultante de ese entramado de exclusiones no estalle por el aire. Posiblemente, no se explica la precariedad de la vida sin atribuir a la matriz económica que la sostiene un rol protagónico; pero tampoco es posible pensar la supervivencia de esa matriz sin aquel correlato cultural. Al tiempo, esa invocación perenne que todo venía a resolverlo o, al menos, a regularlo, también se ha convertido en una mancha difusa en el pasado. El Estado, en efecto, no es más el garante de nada, si es que alguna vez fue algo más que la garantía para que el mercado desplegara sus fuerzas como mejor le pareciera. Y las voces chamuscadas que, todavía hoy le reclaman, lo hacen, muchas veces, sobre la imaginación de un aparato pampa | 11 |


Consejo Edi t or

benefactor que, si alguna vez lo fue, hoy ya no lo es más. Habrá que inventar uno nuevo, seguramente, que acaso no se llame más así. Visto, pues, este breve glosario, aprontemos sin más la sustancia fundamental de este trabajo. Digamos, sí, por último, lo siguiente: el trabajo precario no es solamente una anomalía jurídica. No es solamente una forma de superexplotación. Es parte de un sistema de relaciones sociales precarias y precarizadas como correlato necesario e imprescindible de un momento particular de desarrollo del capitalismo. Es el sujeto precario el que trabaja de forma precaria, como no podría ser de otra manera. Aparecerán en estas páginas, más adelante, dos imágenes sobre estos sujetos precarios. La primera, la del equilibrista, no produce más que zozobra por su destino, que también puede ser el propio. Al mismo tiempo, no admite la posibilidad de la colaboración, de la asistencia, sin el riesgo cierto de que asistido y asistente tengan el mismo destino trágico. La otra imagen es la del malabarista, alguien que, a fuerza de costumbre, ha adquirido la habilidad de mantenerse siempre en actividad, en movimiento permanente, en contacto fértil con objetos siempre distintos entre sí. Puede, además, compartir esa experiencia con otros, puede intercambiar objetos, puede colaborar. No se detiene, es cierto, pero puede hacer de ese movimiento perpetuo la clave para congeniar con otros que se mueven como él. Acaso aquí se encuentre la clave para conjurar colectivamente un tiempo esquivo y hostil. Reparar en las nuevas capacidades que la supervivencia nos ha obligado a incorporar, hacer de ellas nuestra fuerza, reconocer en otros esas mismas destrezas y desplegarlas, hasta que sea un único, y grande, y poderoso malabarista el que pueda poner a volar, todas juntas, las piezas de este rompecabezas. Esperamos que las páginas que siguen sirvan, modestamente, para ese propósito.| pampa CONSEJO EDITOR

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Est ado y gobier no de lo público ¿QUÉ PASA cuando se modifica el rol del Estado sobre el dominio de lo público? Cuando la regulación del espacio social, la vinculación entre la experiencia individual y lo comunitario se estructura desde las lógicas del capital y el espectáculo, resulta necesario repensar las formas, los modelos, los fundamentos con los cuales ha sido comprendido, apropiado, reproducido el espacio de lo público. Como aquel ámbito intermedio, como aquella instancia que trasciende lo particular pero, al mismo tiempo, piensa un interés general desde las particularidades. La avanzada de la lógica economisista con único anclaje en la garantía de gobernabilidad nos coloca frente a la pregunta por las dinámicas del Capitalismo actual en toda su envergadura, por ende de la regulación y operación del poder incluso sobre las estructuras estatales, para no caer fácilmente en reproducciones esquemáticas. Las intervenciones que conforman este apartado se plantean como un ejercicio de rastreo preliminar, como una búsqueda de primeras pequeñas certidumbres, aún en estado de latencia, con un espíritu no ya melancólico que añora la restitución de lo perdido, sino como preguntas fundamentales para recrear una acción política libertaria.

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Per sp e c t i vas a lr e de d o r de l o públi c o por EZEQUIEL IPAR

Lo que yo había pensado, en relación a la convocatoria, es hacer una muy breve presentación, una especie de reseña sobre la idea de lo público en la modernidad, a partir de dos grandes modelos que le dieron forma. El primero es el modelo liberal, la concepción de lo público como “espacio público”, como “esfera de deliberación pública”. El segundo es, de algún modo, el modelo que consiguió rivalizar y transformar a esa esfera pública liberal, es decir, la concepción de lo público en el marco del Estado de Bienestar. Evidentemente, a nosotros nos toca reflexionar en un contexto histórico relativamente diferente, por lo que, hacia el final, quisiera hacer cierta consideración sobre los dilemas de lo público en la actualidad. La primer puntualización que me parece importante hacer es que esta idea de lo público nunca estuvo exenta de un intenso conflicto político. Es decir, en apariencia –y reiteradamente lo enunciamos con mucha naturalidad de esa manera– cuando se habla de “lo público” existe una especie de acuerdo implícito que garantiza que se sabe a qué nos estamos refiriendo. La idea de lo público aparece así como una idea más “neutral”, capaz de rivalizar fácilmente tanto con la centralidad social del mercado, como del Estado. Ese es un presupuesto relativamente errado, porque lo público siempre estuvo sujeto a enormes disputas políticas por su significado y su apropiación, tanto por parte del mercado y sus actores hegemónicos, como por parte del Estado, en tanto instancia de legitimación. Por eso no es del todo irrelevante repasar brevemente la historia de esta idea. La concepción liberal del espacio público tiene algunas condiciones básicas, condiciones de posibilidad relativamente conocidas, pero que no dejan de estar llenas de implicancias para el presente. Uno habla de espacio público liberal cuando se refiere fundamentalmente a un espacio que tiene como sustrato individuos. Sólo hay espacio público, desde la concepción liberal, a partir de y para un conjunto de individuos, que –en la pretensión de esta idea– se los caracteriza generalmente como “raciocinantes”. Es | 14 | pampa


EZEQUIEL IPA R / Per sp e c t i vas a lr e de d o r de l o públi c o

decir, hay espacio público cuando hay individuos que son capaces de razonar autónomamente delante de otros y frente a otros. Hay espacio público, por lo tanto, cuando rigen principios elementales de libre expresión: esto se traduce fundamentalmente en la tolerancia –o la simulación exitosa– por parte del Estado en lo relativo a la libertad de los individuos para expresar sus opiniones y puntos de vista. En este marco aparece el que sin dudas es el elemento más interesante de la concepción clásica del espacio público liberal: la reciprocidad en el uso activo y pasivo de la palabra, en el uso del lenguaje en el sentido activo de “tomar la palabra”, de ser capaz de argumentar delante de los otros y el uso pasivo, de ser capaz de entender las argumentaciones de los otros. Y, finalmente, para el espacio público liberal, la igualdad no es un principio sino una especie de horizonte. Para el liberalismo, se habla de lo público no porque todos los que formamos parte de ese espacio de expresión seamos realmente iguales, sino que se habla de lo público como un horizonte de igualdad, como la construcción de una igualdad posible. Y esa posible igualdad tiene un camino, un medio que la hace posible: el acuerdo. El contrato entre las personas funciona como ese horizonte de igualdad entre los desiguales que formamos parte de lo público. Esto se ha, por supuesto, criticado desde muchos lugares; lo que es importante tener presente es que siempre detrás de toda caracterización de lo público hay un tipo de formación de intereses. El espacio público liberal es el que permite la formación de un determinado tipo de intereses. El espacio público liberal se caracteriza básicamente –y esa es su procedencia histórica– por ser capaz de darle forma a los intereses de los propietarios: en el sentido más utópico de pequeños propietarios con algún grado de igualdad, pero propietarios al fin. Existe siempre este presupuesto, que van a ver aparecer de muchas formas, de que hay que ser propietario de algo, hay que tener propiedad para participar del espacio público (liberal). Hay incluso una especie de identidad –y eso en la filosofía liberal se puede constatar– entre ser propietario y “hablar con propiedad”, que es justamente la condición de la facultad raciocinante. Esto marcó a la idea de lo público del liberalismo. Por eso, el modelo de lo público del liberalismo es, finalmente y por más piruetas que se quieran hacer, el mercado. El mercado es el momento en el que los propietarios hacen algo más que su mera actividad económica, que su mera actividad de producción; pero ese algo más, básicamente, es ponerse de acuerdo entre ellos, establecer las condiciones de intercambio de sus mercancías. Ése es el espacio público del pampa | 15 |


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liberalismo: esa capacidad de autorregularse, más allá del Estado: la concepción fuertemente negativa de lo público como “anti-estatal” tiene esta procedencia del liberalismo. Es decir, esta idea de individuos que se autoregulan, lo hacen en oposición a las potestades de los soberanos y, finalmente, a las potestades estatales. Y esto, generalmente, se ha materializado de una forma a través de medios privilegiados. La forma en que se materializa esta idea liberal de lo público es la comunicación. Por las condiciones de reciprocidad que les mencionaba al principio, es una idea del liberalismo, aunque nos parezca extraño, la noción de una comunicación horizontal. Es decir, lo público del liberalismo es algo que se da en el marco de una comunicación horizontal. Y el medio privilegiado es la cultura letrada, fundamentalmente el libro, la palabra impresa. Si ustedes perciben algunas de las características de esta idea de lo público, se darán cuenta que, en las recursivas crisis de la idea de lo público, hay algunos elementos de esta concepción liberal que siempre reaparecen con el tono de la melancolía: como algo que se habría perdido, como algo que de algún modo exige una restitución. Muchas formas de reivindicar lo público lo que hacen es pensar una degradación de este espacio público liberal –porque añoran la presencia de individuos raciocinantes, porque añoran la presencia de formas claras, demarcadas de comunicación y reciprocidad. Es una constante pensar que la idea de lo público sólo puede legitimarse a partir de este origen, de esta proyección natural, en la concepción liberal. Sin embargo, lo público en el marco del Estado de Bienestar Social –fundamentalmente en los países centrales, pero habría que ver de qué modo esto también se extendió por el resto del mundo– transformó esta concepción y construcción de lo público. De un modo muy esquemático, yo diría que en ese espacio público que es contemporáneo con la vigencia intensa de los Estados de Bienestar, el sustrato ya no son los individuos raciocinantes, sino los grupos capaces de enunciar demandas. El espacio público del Estado de Bienestar ya no está conformado por individuos, sino por grupos; y no son los individuos que raciocinan sino los grupos que demandan y que son capaces de darle una expresión a su demanda, de hacer pública su demanda. La libertad de expresión es una especie de condición, pero ya no es el motivo fundamental del espacio público del Estado de Bienestar. Lo que generalmente tutela el Estado de Bienestar es la libertad de asociación, la libertad de los individuos de conformar grupos, de “asociarse para”. Y lo que aparece con fuerza en este otro espacio público, una dimensión que no aparece en el espacio público liberal, es la socialización de necesi| 16 | pampa


EZEQUIEL IPA R / Per sp e c t i vas a lr e de d o r de l o públi c o

dades: la capacidad que ahora tiene este otro espacio público de expresar necesidades. No ya argumentaciones, finalidades, formas de regulación sino, en un sentido tal vez más elemental y más fundamental, expresar necesidades que, evidentemente, estaban en cierta medida excluidas de la idea liberal de lo público. Este otro espacio público tiene como horizonte el reparar las desigualdades económicas. A través de esa expresión de necesidades, lo público del Estado de Bienestar se presenta como capaz de ir trazando el horizonte de una reparación de las desigualdades económicas. Y aquí aparece muy asociado, por lo tanto, a la idea de “administración pública”: la administración pública –me refiero al aparato administrativo y burocrático estatal– es puesta como el agente de esa reparación. Es decir, si en el espacio público se generan las demandas que el Estado de Bienestar de algún modo empieza a canalizar, es la administración pública la que tiene como finalidad generar las políticas para satisfacer esas necesidades. Generalmente, las críticas a esta otra idea de lo público consisten en afirmar que la imagen con la cual el Estado acepta esta instancia mediadora es la figura del “consumidor”. Esto es algo discutible pero, si en el espacio público liberal quien se hace presente es un propietario, en el espacio público del Estado de Bienestar la configuración del que se hace presente es generalmente la del consumidor, en el sentido del que “tiene derecho a un servicio”, y el que va a entrar en lo público para reclamar ese servicio del que él tiene derecho. Por eso, es una constante en esta otra noción de lo público, la idea de que de lo que se trata en el espacio público es “hacerse visible”, hacer visible algo que no lo era. Y uno podría decir: y sólo eso. El espacio público es un espacio de visibilidad; esa visibilidad se transforma en una demanda; y, ahí, se suspende, de algún modo ahí termina la vitalidad de lo público. Y, generalmente, en el modo de materializarse de esta otra idea de lo público, hay algo en el orden de una comunicación vertical, de una comunicación que se hace desde lo público a una instancia superior. Y es desde una instancia superior desde donde se responde a lo público. Y fíjense que el medio privilegiado de este momento de la historia del espacio público en la modernidad, del momento en que surge esta concepción de lo público, es la radio. O sea, ya no el libro, que se supone que traza cierta horizontalidad (con todo lo ilusorio que se quiera, esa horizontalidad era “materialmente posible”), sino la radio, que siempre supone un emisor y un receptor que están en una relación asimétrica. Entonces, esta constelación del consumidor y la comunicación vertical de algún modo definen al espacio público de los Estados de Bienestar. pampa | 17 |


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Al espacio público liberal uno lo podría criticar del modo más elemental –pero no por esto sin ser incisivo– a partir del sistema de exclusiones que su concepción supone. Yo diría que es consustancial a la idea liberal del espacio público la idea de generar una frontera: el espacio público liberal se concibe a sí mismo a partir de la capacidad de trazar una frontera entre los que “hablan con propiedad” y los que no. Y esa frontera siempre deja excluidos, o sea, siempre deja a todos aquellos que, se dirá, “momentáneamente” no están capacitados para ejercer y pertenecer a lo que esa frontera construyó como espacio público. Por eso, el déficit más fuerte de la idea liberal de lo público es el modo en que opera a través de la exclusión: siempre la esfera pública liberal es, de algún modo, ordenada por la exclusión; presupone cualidades raciocinantes no asignables a cualquiera; hay un presupuesto de prolijidad que, en el mismo movimiento, excluye. Al espacio público del Estado de Bienestar uno lo podría criticar –y esta ha sido una crítica que se ha hecho con relativa pertinencia– a partir de la noción de “manipulación”: por la verticalidad en la cual está situado lo público, por el carácter asimétrico de la relación, esa socialización de necesidades siempre es susceptible de ser manipulada. Siempre se puede sospechar que eso que aparece como una necesidad fundamental en realidad esté construida no, digamos, “desde abajo”, sino desde las instancias que están al mismo tiempo planificando una resolución. El espacio público del Estado de Bienestar es ese hacer visible algo que es relativamente susceptible de manipulación. Ahora, ¿qué sucede si uno retoma estas dos ideas –muy esquemáticamente presentadas– de lo público en la actualidad? Uno podría decir que, después de las transformaciones neoliberales, se está en el peor de los mundos posibles. Porque el neoliberalismo, en parte, dejó de estas dos ideas de lo público lo peor: el actual espacio público es excluyente y fácilmente manipulable. Y ahí hay un juego de algún modo perverso, porque es muy fácil, desde el estado actual de lo público, recordar con añoranza tanto el espacio público liberal como el espacio público del Estado de Bienestar. Pero tan sólo porque lo que hoy tenemos es un cóctel de lo peor de los dos. Frente al dilema de dónde estamos y qué nos interesaría pensar para salir de este lugar, es evidente que una primera, muy sugestiva e inmediata respuesta sería: volver a encontrar los caminos para hacer algo así como un cóctel de lo mejor de las dos ideas. En muchas reflexiones está presente la ilusión de poder combinar lo mejor del espacio público liberal –que sin duda tiene que ver con esa instancia de actividad, ese horizonte de reci| 18 | pampa


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procidad, esa igualdad en el uso activo y pasivo de la palabra– y el espacio público del Estado de Bienestar –en la intención inclusiva respecto de necesidades existentes, en la promoción de la asociación de los sujetos para la resolución de sus problemas, en su horizonte reparatorio. Y, por supuesto, está siempre el otro camino, que es el de pensar más allá de esas dos concepciones, es decir: pensar una idea de espacio público que no tenga como modelos ni al espacio público liberal, ni al espacio público del Estado de Bienestar. Acá, claro, es cuando uno comienza a decir “sobre eso no tengo ninguna idea”, pero voy a intentar darle forma a ese no tener idea. En ese otro espacio público, que uno podría definir como diferente pero también como opuesto al espacio público liberal y al espacio público del Estado de Bienestar, lo que aparece en primer lugar son preguntas que ninguna de ambas ideas se hicieron. Por ejemplo, ninguna de ellas se hizo la pregunta sobre ¿en qué lengua se le de forma al espacio público? Para las dos concepciones, eso es una especie de presupuesto completamente naturalizado: hay una lengua nacional que es la que le da forma a la construcción de lo público. Eso no es tan claro, en realidad: hasta qué punto no es excluyente y, al mismo tiempo, un vehículo de manipulación. Y ustedes dirán “bueno, esta es una pregunta pertinente para países como Bolivia, países multiculturales”. Pero, en Argentina, esta no es una pregunta tan sólo por los peores motivos que se puedan pensar: un racismo cultural pavoroso y reiteradamente “disculpado” con folklorismos y nacionalismos superficiales. Uno también podría hacerse la pregunta: ¿en qué infraestructura construimos lo nuevo del espacio público? Vale decir: el espacio público liberal fue posible por un medio –el libro, la cultura letrada, los diarios, etc.; el espacio público del Estado de Bienestar también fue posible por un medio –la radio, fundamentalmente. Y es impensable discutir sobre lo público sin pensar, sin problematizar esta instancia de la infraestructura que la haga posible. El otro dilema que creo que tiene la posibilidad de pensar otra idea de lo público es, en un contexto político y económico como el actual, cómo darle forma a intereses generales, cómo configurar lo público de modo tal que lo que aparezca sea del orden de un interés generalizable. Toda la destrucción de los dos modelos a los que antes me referí nos volvió relativamente irrepresentable esa instancia de la formación de algo que trasciende lo particular y, desde lo particular, puede pensar en un horizonte de solidaridad, puede trazar al menos el mapa de lo que sería un interés general. Finalmente, sólo dos ideas. Me parece que ese otro espacio público, en dispampa | 19 |


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tintas configuraciones, tienen dos modelos que se insinúan, que están como en un estado de latencia, de querer hablar, de querer decirse. El primero es el del espacio público como contrapoder, como un espacio de resistencia; el segundo el del espacio público como un espacio del autogobierno, un espacio de autoconstrucción. Me parece que cualquiera de esas revitalizaciones alternativas al liberalismo y al Estado de Bienestar tienen como presente un dilema, algo difícil de pensar, pero me parecen dos ideas realmente interesantes: las del contrapoder y la del autogobierno. Interesantes como problemas, claro, porque ellas no escapan, como a veces se piensa con ingenuidad, al dilema de lo público en el mundo social contemporáneo. Y, por último: de lo que estoy seguro es que, si uno no evita la tentación de guiarse por modelos, siendo que esos modelos están ahí y siempre van a verse reaparecer, esta reflexión sobre lo público es muy difícil. O sea, cuando uno dice “lo público está ahí”, me opongo a una privatización, me opongo al control estatal, porque “defiendo lo público”, uno debería saber que, en el presente, no se sabe lo qué es lo público, no está dado qué es lo público, y deberíamos empezar por ahí.| pampa

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Crít ic a a la “est adolat ría” por MARTÍN HOUREST

Quisiera compartir con ustedes una primera definición que, les comentaba a los organizadores, a mí me generó una cierta inquietud emocional. Cuando se habla de “estrategias de reforma” o de “democratización del Estado” o de “nuevas formas de organización del Estado”, a mí me viene a la cabeza el viejo teorema del farmacéutico del pueblo, que tenía tres remedios y, entonces, acorde a cómo veía que entraba el dolorido por la puerta, tenía ya el vademécum establecido con cada uno de los remedios. Y, a fuerza de discutir, de pelear y de tener éxitos y fracasos durante tantos años, en términos intelectuales, de militancia y de las organizaciones sociales y políticas donde hemos desarrollado parte de nuestra actividad, la verdad es que a mí me genera, como les decía, un cierto temblor emocional, en términos que estoy realmente fatigado de repetir el mismo remedio de farmacéutico. Es decir: viene uno a discutir sobre Estado, entonces dice: “democracia participativa”, “nuevas condiciones de integración”, “reformular el papel de Estado” tirando por la borda obviamente la posibilidad de revivir el Estado de Bienestar, obviamente impugnando las herencias vivas del Estado neoliberal. Y uno se halla, a veces, en la situación de decir: ¿no estaré repitiendo una receta que ya cansa demasiado y explica demasiado poco? Tuve hace muchísimos años, a la salida de la dictadura, un gran maestro, Gregorio Klimovsky, que decía que, cuando uno se cansa de dar una explicación, es porque la explicación ya ni siquiera lo satisface a uno, y es necesario mirar desde otro lado. Klimovsky decía: no es que la explicación ya no sirve, sino que, si usted se cansa, a usted no le sirve; la verdad tiene que ser dialógica y persuasiva, entonces si no dialoga y si no persuade, puede seguir siendo verdad pero, para que usted la enuncie, no sirve, así que vaya por otro lado y busque. Desde esa perspectiva, entonces, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre, en relación al Estado, qué cosas creo que habría que jugar más fuertemente. La primera cuestión es romper el criterio cultural de estadolatría existente pampa | 21 |


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en la sociedad argentina. La sociedad argentina tiene para con el Estado y para con la crítica al Estado una relación estadolátrica. Ustedes saben que cualquier “-atría” no significa sólo estar de acuerdo y rendir culto por lo bueno, también es a veces rendir culto por lo malo: es básicamente la imposibilidad de quitar del ángulo central de mira a una cosa. En ese contexto, me da la impresión que un primer punto para empezar a pensar tiene que ver con romper una concepción estadolátrica que atraviesa un sinfín de culturas políticas –y cuando digo esto lo digo en sentido amplio, no sólo cultura de partidos políticos, sino cultura de organizaciones sociales, de organizaciones espirituales, cultura de movimientos, y hasta las culturas que aparecen confrontando con el Estado. Porque, aun confrontando con el Estado, si la confrontación con el Estado es el objeto central de la construcción por el poder y la construcción de un imaginario alternativo, la estadolatría sigue viva. Obviamente hay una estadolatría “mala”, desde mi punto de vista, y hay una estadolatría “menos mala”, pero no “buena”. La “mala” es la estadolatría que lleva a la secuencia “administración/especialización”, la estadolatría que lleva a la muerte de la política. La administración entendida como las mejores formas de gestionar lo situado, de administrar lo impuesto, de correlacionarse con el poder sin alterar ni en el presente, ni en el futuro, ni en el pasado, las relaciones con el poder. Digo estas tres cosas porque, la verdad, que la relación con el poder está clara en el futuro si uno dice “mire, yo no quiero cambiar las cosas”; está medianamente en el presente, donde uno puede decir “la correlación de fuerzas es A, B o C”. Pero quiero colocar este tercer punto, que tiene que ver mucho con el presente, que es la relación del poder con el pasado. Y no solamente en términos de las luchas sino del Estado del pasado –para no situarnos en una discusión demasiado política, decir “hablemos del pasado argentino”, mejor hablemos del pasado del Estado argentino–, donde creo que hay muchas cosas para decir y muchas cuestiones para, efectivamente, someter a una crítica diría yo casi despiadada. Pero, digo, la cuestión de la administración puesta como aquello que está dado; y su consecuencia histórica en términos de confiscación de poder y de anulación democrática, que es la especialización: la especialización entendida como “la mejor práctica” de la administración. Entonces, la administración viene a decir: dado que la política ya dio todo lo que tiene para dar y lo instituido es irreversible o, al menos, no es disputable en el corto plazo, de lo que se trata es de administrar y, para administrar, qué mejor que la especialización, que es la mejor práctica dentro de lo insti| 22 | pampa


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tuido. Esta podría ser la secuencia de ordenamiento o los marcadores de certeza de la estadolatría “mala”, o “más mala”. Ahora, me quiero tomar un minuto para ver la estadolatría “menos mala”, que claramente reniega a los gritos –y muchas veces en condiciones destempladas– de la díada “administración/ especialización” y dice: “todo es política”. Del mismo modo que las feministas y la lucha de los géneros en la década del ’60 decía “lo personal es político”, ahora es “todo es político”. ¿Y qué es “todo es político”? Cuando “todo es político”, nada es político. Y esto es un primer problema: cuando la estadolatría, en términos de Estado, enuncia desde el Estado la política –quiero ser muy preciso en esto: no cuando la política enuncia el Estado, sino cuando desde el Estado se enuncia la política–, el proceso de corrimiento que se da lo primero que hace es condicionar y mutilar las condiciones de pluralismo. El segundo proceso que se da es la desaparición de los sujetos democráticos, esto es, de los sujetos activos. Y el tercer proceso que se da es una referencia del conflicto social sólo con eje en el balance de fuerzas del Estado y no en el balance de fuerzas sociales. Por eso, aunque suene más lindo, esta estadolatría –¿de izquerda? Es feo decirle de izquierda– “menos mala” no es, a mi juicio, mucho más amigable ni potenciadora de reflexión y de cambio social que su símil de derecha. Hay administradores del pensamiento de derecha y especialistas en el pensamiento de derecha y –ahora sí lo voy a decir a lo bruto– hay administradores y hay especialistas en el campo de la izquierda para decir qué está bien y qué está mal acorde a algún Evangelio escrito y no escrito que anda dando vueltas por allí. Digo esto para empezar a comprender que, si el Estado es una construcción social, es una construcción revisable, que tiene que ver con un balance de fuerzas, con una cultura, con una semántica y, también, con una morfología del conflicto social. En ese sentido, uno no puede sustraerse, cuando discute estado, de esta condición histórica revisable en cada proceso. El segundo punto tiene que ver con someter a discusión la categoría de pueblo: porque la remisión al Estado, en el subconsciente de una cierta lógica estadolátrica, suele calcarse con la categoría de “pueblo”. Y el pueblo también es una construcción social. Esto que voy a decir, por cierto, a algunos que hayan tenido la desventurosa idea de estudiar ciencias sociales les va a generar algún tipo de inquietud, pero es importante: la definición de “pueblo” –al igual que la de “clase”– no es una definición estadística. ¿Saben por qué? En realidad, el concepto de “estadística” remite a la cuenta del Estado, al orden del Estado: hasta etimológicamente, la “estadística” es pampa | 23 |


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“el orden del Estado”. Entonces, cuando se dice: tenemos definiciones objetivas de clase, tenemos definiciones objetivas de pueblo en atención a los mecanismos estadísticos, lo que se está diciendo es: en atención a las formas en que el Estado mide y construye a los sujetos, tenemos una verificación empírica, sometida a algún criterio de falsación, que nos dice que “esto es pueblo” y “esto es clase!”. Y tal es el pueblo y tal es la clase y si no entra acá, lo lamentamos mucho pero, como decía Juan B. Justo: serán de izquierda pero no son científicos. No es, por supuesto, éste el lugar para poder entrar a la discusión –apasionante, por otra parte– acerca de la relación entre Estado y nación y pueblo y nación y si hay Estados sin naciones y naciones sin Estado y pueblos sin Estado y Estados sin pueblo; pero, en la perspectiva de problematizar la construcción social del pueblo y su relación con el Estado, esta inacabada situación de pueblo sin Estado y de remisión de pueblo hacia el Estado es, a mi juicio, una de las limitaciones más profundas, más brutales en términos de construcción de sujetos y procesos democráticos y de cambio en las sociedades modernas. El tercer elemento, tan cómodo como el anterior, es la discusión de las clases. ¿Clases definidas en torno a su lugar en el proceso productivo? ¿En torno a la articulación ideológica en relación con otros contendientes del sistema social? ¿Clases verificables solamente por medio de su situación en el proceso productivo o por la distinción entre la conciencia de sí y la conciencia para sí? La verdad es que, aun asumiendo que alguna de estas definiciones pudieran ser ciertas y que, en consecuencia las clases fueran algo de eso, no diríamos nada en relación a que esa clase –o ese sector social, esa construcción social– tiene algún destino para realizar. La verdad es que una clase sometida al sufrimiento y a la explotación, conciente incluso del sufrimiento y de la explotación, a mi juicio –y sé que me estoy metiendo en un berenjenal– no necesariamente lleva a estrategias reformistas, revolucionarios y/o democráticas. Hay que entender que la experiencia del sufrimiento lleva, con suerte, a percibir el sufrimiento; con un poco más de suerte –y ya es una suerte bárbara–, a entender el sufrimiento. Ahora, entender el sufrimiento no implica, desde ningún punto de vista, una estrategia política, social, consistente y articulada con ese sector y con otros sectores para modificar las condiciones estructurales del sufrimiento. Terminados de presentar estos tres puntos de inicio de la crítica, yo querría discutir algunas cuestiones que históricamente juegan, que son los sistemas de oposición para definir. Esto que algunos pensadores modernos -y | 24 | pampa


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no tanto- han definido a partir de las estructuras de contradicciones amplias, enunciados amplios, significantes vacíos, pónganle ustedes lo que quieran ponerle adentro. Son tres preguntas. Una es ¿de dónde salió esta historia y qué verosimilitud tiene esto de que el Estado es versus mercado, que la antípoda del Estado es el mercado? Modestamente, me parece que esto es una inmensa estupidez y que seguir repitiéndola nos va a llevar a un problema teórico y político de primera magnitud. No existe mercado en el mundo sin Estado, no existió la ponderación central de las relaciones mercantiles sin una relación estatal detrás: desde la violencia estatal para garantizar el cumplimiento de los contratos hasta la impresión de papel moneda. Entonces, cuando uno dice “Estado vs. Mercado”, la primera cosa que yo digo es: yo conozco Estados que no tuvieron mercado, ahora, ¿mercados que no tuvieran ninguna relación con ningún Estado? Por lo pronto, no tengo memoria en términos de cuestión civilizatoria. Siempre puede aparecer eso de “resulta que en Samoa había uno que…” pero, en general, si uno no va a argumentos antropológicos muy lejanos, en el común de nuestros días, la relación Estado-mercado es una relación permanente. Entonces, lo que hay que discutir no es Estado vs. Mercado, sino qué papeles le corresponden en esa relación a las cuestiones mercantiles y qué papeles tienen que ver con la cuestión de derechos. Y ahí viene el segundo punto: asumido que no hay mercado sin Estado y que lo que uno discute, en el mejor de los casos, es el tipo de relaciones que el Estado establece con determinados mercados, se habilita inmediatamente otra pregunta, problemática ella. ¿Qué cuernos tiene que ver el Estado con la igualdad? Voy a ser políticamente correcto en este caso: hoy, en la Argentina, tenemos más y mejor Estado que en la década del ’90, ahora, las condiciones igualitarias en la Argentina no han mejorado demasiado. Entonces, no necesariamente una mayor participación del Estado genera mayores condiciones de igualdad. El Estado es un productor de desigualdades, es un selector de desigualdades, y puede –eventualmente, en determinadas situaciones que luego voy a analizar– ser un productor, un facilitador de igualdades. Pero decir de antemano “más Estado, más igualdad”, cuidado. Porque entonces –y no por hacer razonamientos funcionalistas– uno podría decir que, cuando la oligarquía argentina de fines del siglo XIX lanza las grandes maniobras universalizadoras de la Argentina, tenían un brote cuasi socialista imposible en su cabeza, una pulsión igualitaria. Y no: sabían que el mercado de trabajo funciona de una determinada manera, que había que igualar, que había que ganar condiciones de legitimidad para que el merpampa | 25 |


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cado de trabajo funcionara, para que el capitalismo funcionara, entonces ese Estado, que claramente no era democrático, ni igualador, ni socialista, toma decisiones igualadoras e integradoras. Entonces, va quedando claro que más Estado –y cierto tipo de Estado– no tiene que ver con la igualdad. Qué alguien explique, por cierto –y esto sin entrar en la discusión más profunda acerca de si hay Estado democrático sin sujeto democrático, a la que después quiero referirme–, cómo un Estado que emite subsidios al capital y que, a la vez, permite la pulverización de las relaciones de trabajo en términos de informalidad e ilegalidad laboral, puede pensarse como un Estado que propende a la igualdad. El tercer punto, que sí tiene que ver con la cultura política argentina, pegándole de lleno, es que uno puede tener Estados que no tengan nada que ver con la igualdad y que sean Estados integradores. Voy a decir una cosa muy brutal: el Estado argentino nunca fue un estado igualitario. Fue un Estado de integración, que no es lo mismo. El Estado argentino integraba vía el mercado de trabajo; ahora, el mercado de trabajo argentino nunca fue igualitario: en su mejor momento, fue integrador. Y los subsistemas de gasto social, de seguridad social, de integración, tenían que ver con las relaciones del mercado de trabajo, no con las relaciones de derechos. Ese Estado, entonces, que remite a todo un imaginario en la Argentina, tiene que ver con la integración, pero no con la igualdad. Típico, ahí sí, de algunas relaciones de los Estados de Bienestar de algunos países: yo diría, muy distinto en términos estructurales, muy distinto en términos de balance de clase y muy distinto en términos fiscales, pero por cierto inscripto en esa línea. Entonces, un problema que tenemos: no necesariamente más Estado genera menos mercado, puede ser un mercado más expandido y más perverso. De hecho, una ampliación del Estado en términos de gasto social como la que ha vivido la Argentina genera relaciones mercantiles en los sectores más vulnerables, esto es: el comercio de droga, esto es, la desaparición del Estado como institución de derechos en términos de la ocupación de los territorios por bandas. Entonces, tengo más Estado en una parte del balance y una virtual desaparición del Estado en la otra parte del balance. Incluso, este Estado hoy tiene dificultades para desarrollar tareas de integración: el no reconocimiento de la morfología del mundo del trabajo y de los trabajadores lleva, precisamente, a no cumplir ese teórico rol integrador. Largamente no es igualador, pero ya tampoco es integrador. Resumiendo este punto, entonces, me da la impresión que una de las cosas que uno debe sacarse de la cabeza cuando empieza a discutir Estado, | 26 | pampa


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son estas estructuras de contrapunto que cada vez explican menos el tipo de Estado que uno tiene adelante y las relaciones que se establecen. Tres puntos finales, para no abusar. Primera discusión: no hay Estado democrático sin sujeto democrático. Y no hay sujeto democrático sin prácticas de agregación democrática –y esto significa: pluralismo, reconocimiento de la diversidad, potenciación de ángulos opuestos y potenciación de los espacios en donde esos opuestos puedan ser puestos en disputa y establecer algún mecanismo ordenado, que procese y articule las diferencias. Si uno no tiene sujeto democrático, lo que tiene que hacer el domingo éste y el tercer domingo de junio es decir que su vida termina ahí porque festeja el día de la gran mamá y del gran papá, y se acabó el problema; porque uno no está haciendo política, está buscando que le hagan upa. La política presupone que el gran papá y la gran mamá no nos resuelven los problemas. Y, en ese sentido, cuando uno dice: necesito sujetos democráticos, dice: necesito sujetos adultos en términos políticos: gente que pueda ordenar prioridades, hacerse cargo de responsabilidades y no delegar prácticas. Si lo que hace, por el contrario, es delegar –en el Estado “progre”, en el Estado de derechos, en el Estado “de izquierda”, en el Estado que a ustedes se les ocurra– la construcción de la personalidad política, lo que está buscando es un papá. Entonces, lo que tiene que hacer en vez de militar es ir al psicólogo y ver cómo resuelve ese conflicto donde, cuando aparece el presidente, él se acuerda del papá, en las rodillas y con el chupete en la mano. Pero es una discusión aparte, por cierto, que va para otro lado, en relación a un proceso donde, paso a paso, en esa lógica de delegación, la propia lógica del capitalismo y la propia lógica de la relación de poder termina empequeñeciendo cada uno de los factores: pasamos del papá omnipotente al papá viejito al que hay que cambiarle los pañales. Y se termina así. Entonces, en ese contexto, hay que ser muy cuidadoso, creo, cuando uno aborda esta cuestión, decir: discutamos el Estado y olvidémonos de cómo se constituye el sujeto democrático. El segundo elemento –y en esto Ezequiel ha hecho una definición precisa– tiene que ver con la discusión de lo público, lo político y su relación de tensión. Para no hollar el terreno que él ha trabajado largamente, quiero decir dos cosas muy menores. El sujeto democrático tiene obligación, si quiere tener y construir un Estado democrático, de volver a fundar lo público. Lo público es el territorio de la política. Y si uno no funda, desde lo público, el territorio de la política; si no trabaja, si no amplía desde lo público y sobre ello hace el trabajo de la política –trabajo que implica lo que dije: plurapampa | 27 |


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lismo, diálogo, espacios de intervención, de acuerdo, de potenciación y de conflicto–; si uno no hace todo eso, va a algo que viene de la misma raíz de “público” pero que es lo contrario de lo público, que es la publicidad. Si uno no funda lo público, es esclavo de la publicidad: de la publicidad de lo ya hecho, que lo obliga a optar sobre opciones construidas por otros –y cualquier campaña electoral en este contexto es sólo mera coincidencia: cuando uno no discute políticas de seguridad, políticas de distribución del ingreso, políticas de empleo en lo público y dice: esto tiene que ver con lo público, termina viendo a la gente salir corriendo para, con una música de shampú, ir a votar a Francisco de Narváez. Pero, para que la gente salga y largue el mate, largue todo, se baje de los trenes y vaya corriendo a votar a Francisco de Narváez, tiene que haber muerto lo público: tiene que haber desaparecido la política para que reine la publicidad. Ahora, para que eso pase, antes hay que haber roto, hay que haberle cortado las alas, hay que haberle cortado las piernas, hay que haber vaciado la cabeza, despotenciar al sujeto democrático, que es el que evita largar el mate y permite poder quedarse discutiendo con los otros a ver qué pasa. Porque lo gracioso de esto, hasta en la imagen es la imagen del Gólgota, del gran papá: vamos todos al monte, allí están las Tablas de la Ley o allí está el Cristo crucificado o allí Dios sabe qué hay, pero hay que ir todos hacia allá. Los que tenemos al lado no son co-partícipes, son co-videntes de lo que nosotros estamos haciendo: marchamos no con, no construyendo juntos algo, sino que marchamos al lado de, para ir a. Y ahí desparece el sujeto y viene el segundo punto, dentro de esta lógica, que es la privatización absoluta del sujeto, es decir: alguien que, aun en un escenario colectivo, marcha solo. Yo veía el camión de ATE cuando entré acá, hemos participado de tantas marchas... Lo que digo siempre es que a lo que te ayuda ATE y la CTA es a mantenerte en forma: si el asunto es combatir el riesgo coronario, sin duda alguna la mejor central sindical es ésta. A lo que me refiero es que, a tono de ese punto, hay que tener en claro que en las marchas nadie marche solo, aun cuando haya miles alrededor. El mecanismo para no marchar solo aun rodeado de miles es la constitución de un sujeto. Ahora, la dificultad en cuanto a la constitución de un sujeto –y aquí viene el tercer problema que quería compartir con ustedes– es el cuidado en no caer en lógicas identitarias cerradas, esto es: que los conflictos y la sumatoria de conflictos no nos pongan detrás de identidades incapaces de convertirnos en sujetos democráticos. Porque está claro que uno puede marchar con otros que piensan igual que uno, ahora: si todos esos que marchan por| 28 | pampa


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que piensan más o menos igual que uno se meten detrás de una identidad que es reactiva porque no admite ninguna otra cosa, que no es pluralista, que no admite un proceso de democratización de las prácticas y del pensamiento, en realidad es como si ese uno fuera un Uno agrandado, pero no es más que uno. Y esa lógica de identidad perturba la producción del sujeto democrático y de un Estado democrático. Finalizo con dos definiciones que me parecen importantes. Estamos en disputa, pienso, en relación con el Estado y en relación con lo público en torno a dos grandes avenidas que tienen sus propias lógicas. Una es la construcción de una democracia que gobierne; la otra es el mantenernos en una democracia gobernada. Son definiciones muy profundas: una democracia que gobierne debe ser construida; una democracia gobernada –como la que tenemos– se sufre. Ahora, cada una tiene su semántica: la democracia que gobierna tiene necesariamente una palabra: programa. ¿Por qué digo “’programa”? Porque es el punto que existe entre el hoy y el mañana que quiero. Eso que media, para que gobierne y para que sea un sujeto plural, democrático, participativo y activo, requiere de enunciación de un programa público: por eso, la democracia que gobierna requiere la rediscusión de una dimensión programática de la política y del Estado. Pero no una discusión programática de las 165 páginas, versículo uno, inciso dos: un programa es un acuerdo sustantivo en torno al tipo de mañana y a la práctica que desarrollo. Inflexible en el procedimiento de reconocimiento de la diversidad, flexible en la secuencia e indiscutido, una vez puesto en marcha, en relación a sus valores. Es decir, no la lógica tradicional de los programas: inflexible en su cumplimiento, rígido en su secuencia, inapelable en su gestor. La democracia gobernada –democracia tutelada, poliarquía tutelada, poliarquía competitiva, la ciencia política ha puesto cantidad de definiciones aquí– tiene por norte una lógica de casos, cuestiones, nombres. Es la democracia de “Aerolíneas”, “ANSES”, “María Soledad”, “Nora Dalmasso”, “Forza”, “la efedrina”... En la democracia gobernada uno no discute procesos, no discute programas: discute casos. Caso efedrina: ¿qué relación tiene la efedrina con la organización general del sistema de salud, con la lógica de la mercantilización, con la existencia de un Estado integrador fracturado que dio por origen las obras sociales sindicales y no un seguro de salud universal? Para que entendamos: detrás de lo de la efedrina y del anecdotario policial de los muertos, hay una discusión brutal de política pública que no se discute. Discutimos el caso Aerolíneas: entonces discutimos dos aviones más, ocho aviones menos. Los más ingeniosos dicen: no, no discutamos pampa | 29 |


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aviones, discutamos el problema del transporte en la Argentina, entonces discutamos trenes. Ahora, lo que pasa con esto es que, a fuerza también de instalar casos, la lógica enunciativa de la democracia gobernada lleva a instalar contra-casos. ¿Qué sucede con esto? Al instalar contra-casos, lo que hacemos todos es legitimar la discusión de la política de casos: vos me tirás con la efedrina, yo te tiro con los trenes; vos me tirás con Aerolíneas, yo te tiro con… lo que más les guste. Entonces, el vaciamiento político que esto presupone es brutal, porque ¿saben qué sucede luego? Cuando se instala la discusión del caso, el espacio de deliberación democrática y el espacio de decisión colectiva desparecen. ¿Y dónde se termina? ¿Dónde se resuelven los casos? Los casos se resuelven en Tribunales. Y la pregunta es: ¿desde cuándo, en un sistema democrático, la resolución de los problemas la dan los jueces? La propia teoría política vacía, desde esta perspectiva de los casos, los mecanismos de deliberación y agregación colectiva y se termina estableciendo como espacio de resolución política la entrada a Tribunales. Consecuencia del episodio, como ustedes saben bien, y máxime en un país que no tienen juicios por jurados, el mayor mecanismo simbólico resolutivo es –y esto se propaga cotidianamente por los medios– “esperar el fallo”: esperamos que otro nos diga cómo termina. Y claro, si uno espera que nos digan cómo termina, una vez le puede ir bien, pero tengan plena certeza que la mayoría de las veces nos va a ir mal a todos.| pampa

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Exper iencias constituyentes en Amér ica Latina por CLAUDIA KOROL

La propuesta es comentar algunas experiencias latinoamericanas en las que los procesos de resistencia se han enlazado con las propuestas Constituyentes. Voy a intentarlo, con la complejidad que tiene simplificar las experiencias al tratar de analizarlas. Les agradezco la invitación a participar de este proceso de formación. Creo que profundizar nuestro conocimiento de la realidad, y nuestros debates, es fundamental en el momento particular que se vive en América Latina. Estamos viviendo un momento especialmente desafiante, porque por un lado tenemos una serie de procesos populares, con sus diferencias, con sus límites, con sus intensos conflictos y debates. Procesos que intentan dar una respuesta desde el lugar de ese sujeto popular que busca alternativas a los dos modelos de Estado que planteaba Ezequiel. Tenemos, al mismo tiempo, una acción muy enérgica y agresiva del capitalismo transnacional, que intenta recolonizar el continente, retrotraer los procesos populares, quebrarlos en lo posible, y establecer una lógica de militarización, de control del territorio y de saqueo de los bienes de la naturaleza en todo el continente. Esta disputa se está dando ahora; y se da no entre unos Estados y otros o entre unas naciones y otras naciones solamente, sino al interior de cada uno de los procesos. En este contexto Honduras es un llamado de atención no sólo por lo que sucede en el país, sino por lo que significa como experimento en América Latina. Por lo que rompe, por ejemplo, en relación al imaginario de que ya no hay más golpes de Estado, de que no hay legitimidad para las salidas políticas dictatoriales. También podemos llamar la atención sobre Colombia y lo que implican las bases norteamericanas instaladas y las que quieren instalarse allí, en cuanto a recrudecimiento del intervencionismo y del terrorismo de Estado. Estamos asistiendo a una intensa disputa en términos de proyecto. En la medida en pampa | 31 |


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que logremos un protagonismo real de los movimientos populares, constituidos en los procesos históricos, con conciencia y con capacidad de intervención en cada una de estas situaciones, esta pulseada tendrá posibilidades de definirse en términos populares. Es además una pulseada que va más allá de la coyuntura. Lo que está en disputa es la posibilidad de profundización y ampliación de los procesos de constitución del capitalismo transnacionalizado, reforzando las políticas neoliberales –adaptándolas, si es necesario– y reforzando el conjunto de opresiones que implican el patriarcado, los procesos neocoloniales que se entraman en los regímenes políticos de América Latina. Este modelo de dominación se ha instalado en nuestro continente desde la Conquista. En las prácticas coloniales y neocoloniales se han venido forjando el capitalismo, el patriarcado, la dependencia, las políticas oligárquicas; que, al mismo tiempo que se despliegan y refuerzan entre sí, operan en la desarticulación de los sujetos populares que resisten. Los procesos de lucha que se produjeron en el cambio de siglo, los “Ya Basta” a las políticas neoliberales de explotación y exclusión, ponen en cuestión al conjunto de las opresiones de manera simultánea. Cuando en Bolivia, por ejemplo, se desarrolla la Constituyente, se discuten simultáneamente todas estas cosas. No se discute solamente un régimen de distribución económico, no se discute solamente –aunque es muy importante– un proyecto anticolonial, o una quiebra del proceso de privatizaciones. Se está discutiendo al mismo tiempo cómo queremos vivir. Acá cobra fuerza la relación entre lo personal y lo político que las feministas seguimos sostenemos como necesidad y como propuesta, o la idea del “buen vivir” que han venido proponiendo algunos pueblos originarios, que es un modelo que se trabajó a nivel institucional pero que parte de la discusión en la vida cotidiana de las comunidades. La idea del “buen vivir” introduce precisamente elementos como el de la comunidad, frente a la mirada del Estado republicano que prevaleció durante los procesos de la independencia. En definitiva, se están discutiendo modelos civilizatorios y la posibilidad de cuestionar y de presentar alternativas al conjunto de las formas de opresión. Hoy en nuestro continente todos los gobiernos se preparan, en mayor o menor medida, para celebrar los bicentenarios. Es un buen momento para cuestionar qué entendemos por independencia, qué es lo que celebramos, si celebramos, y qué es lo que rechazamos de esta herencia que, aun después de las independencias, reprodujo estas dominaciones. Este debate, por cierto, requiere de la integración de las miradas de diversos sujetos políti| 32 | pampa


CLAUDI A KOROL / Ex p er i enc i as c o n st i t u yent e s en A mér i c a Lat ina

cos. Es, o deberíamos intentar que fuera, una discusión de fondo acerca de los cambios profundos que necesitamos realizar en nuestras maneras de vivir, de pensar, de soñar, para poder imaginar una nueva etapa política. Y lo que estamos discutiendo no es un aspecto del sistema, como puede ser la mala distribución de los recursos económicos: se pone en debate nuestra relación como seres humanos con la naturaleza, si es una relación “con” la naturaleza o “en” la naturaleza, las relaciones entre los géneros, entre las generaciones, entre las clases, entre los pueblos, entre las naciones, entre las lenguas que nos nombran. Es decir, se ponen en debate las ideas del mundo y la naturalización que se ha realizado de las construcciones culturales de opresión. Por ejemplo, ¿por qué cuestionar el tema del patriarcado, simultáneamente al del capitalismo y el colonialismo en América Latina? Si miramos cómo se constituyeron históricamente nuestras sociedades a partir de la conquista, hay que decir que la familia tal cual conocemos se estableció en estas tierras junto con el capitalismo. Y ese modelo familiar se estableció además sobre la base de la violación masiva de las mujeres de los pueblos originarios: fueron atravesados sus cuerpos por los conquistadores. Esas mujeres violadas, agredidas –no sólo eliminadas–, no entraban en la cuenta de la familia propietaria, de la familia capitalista que iba a mantener los derechos de propiedad antes y después de la independencia para sostener y reproducir un régimen clasista. La familia propietaria es una parte fundamental de la constitución de la vida cotidiana que estableció el capitalismo y que lo sigue reproduciendo. Es una parte muy importante en la creación de consenso a la dominación. Éste es un tema pertinente porque en Bolivia, o en Ecuador, cuando se abrieron los procesos constituyentes, se abrieron en realidad todos los debates: no sólo el de los derechos de los pueblos originarios al territorio –un tema que por cierto fue debatido, en el caso de Ecuador, al interior del propio movimiento social democratizador, con posiciones contrapuestas. En el caso de la Constituyente de Ecuador, por ejemplo, dentro de la Alianza País, que impulsaba los procesos de renovación, hubo posiciones que ubicaban un respeto fundamental a la cultura de los pueblos originarios y que planteaban, por ejemplo, la consulta a las comunidades cuando hubiera proyectos de desarrollo en sus territorios. Otras posiciones decían que esas consultas no eran necesarias porque el Estado sabe cuáles son las necesidades del conjunto de la sociedad (ésta ultima fue la perspectiva que prevaleció). Es decir, en estos procesos está en discusión el concepto de “desarrollo”, el pampa | 33 |


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concepto de “progreso”, el concepto de “democracia” y el concepto de “nación”, entre muchos debates. Y no se trata de debates abstractos, que deben hacer teóricos o especialistas: en la medida en que hay sujetos políticos, que empiezan a integrar sus demandas de una manera colectiva, se produce un diálogo imprescindible para pensar qué significa ese “buen vivir” que se está buscando. Hay un párrafo de la Constitución Boliviana que quisiera compartir con ustedes porque me parece interesante. Es una parte del preámbulo, que dice: “El pueblo boliviano, de composición plural, desde la profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado, en la sublevación indígena anti-colonial, en la independencia, en las luchas populares de liberación, en las marchas indígenas, sociales y sindicales, en las guerras del agua y de Octubre,” –es decir, en la Constitución se están reivindicando las guerras populares recientes– “en las luchas por la tierra y por el territorio, y con la memoria de nuestros mártires, construimos un nuevo Estado: un Estado basado en el respeto e igualdad entre todos, con principios de soberanía, dignidad, complementariedad, solidaridad, armonía y equidad en la distribución y redistribución del producto social, donde predomine la búsqueda del vivir bien, con respecto a la pluralidad económica, social, jurídica, política y cultural de los habitantes de esta tierra, en convivencia colectiva, con acceso al agua...” Lo que quisiera es llamar la atención sobre cómo impacta directamente la lucha social en el texto constitucional: este texto no existiría si no había antes una guerra del agua, una guerra del gas, luchas previas e inmediatas que abrieron la posibilidad de esta transformación. Continúa: “...trabajo, educación, salud y vivienda para todos. Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal; asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado unitario social de derecho, plurinacional, comunitario, que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo integral y la libre determinación de los pueblos”. La lectura de estos párrafos es sugestiva, en términos de pensar: ¿cuál es la relación entre la ley, la norma, la Constitución y la lucha social organizada? Y no sólo la lucha social: la lucha social organizada de colectivos que se constituyen como sujetos políticos. Porque podría haber lucha y ésta no traducirse en un texto, y mucho menos en una norma que intente crear otras condiciones, abrir paso a otros procesos de convivencia. En la Constitución ecuatoriana, por ejemplo, se vuelve a hablar del “buen | 34 | pampa


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vivir” y se reconocen los derechos de la naturaleza. Se propone a Ecuador como “territorio de paz” y se decide explícitamente que no puede haber bases militares extranjeras. Todos estos son temas que actúan como norma constituyente, pero directamente intervienen en la disputa que decíamos antes que se está dando en América Latina. Concretamente, esto significó hace poco el retiro de la base de Manta de Ecuador, que se ponga un freno al avance de la militarización, por lo menos en territorio Ecuatoriano. Es cierto que es un freno precario, porque Colombia avanzó con la agresión sobre Ecuador, a pesar de todo; y esto es lo que ahora se pone en discusión: la ruptura de esas normalidades constitucionales creadas por la lucha popular también está sujeta a las relaciones de fuerza que antes mencionábamos. Ecuador puede decir “acá no entran militares extranjeros” y Colombia entró; nadie reconoce el Estado dictatorial de Honduras, pero el golpe sigue. Esto genera una doble situación: por un lado, se muestra que la relación de fuerzas aun no es la suficiente y, por otro lado, se abre un proceso especialmente complejo. Porque, por ejemplo, si en Honduras la dictadura no reconoce el Estado de derecho, y si el pueblo logra doblarle la mano a los golpistas, se abre paso como posibilidad un proceso constituyente donde se discuta todo nuevamente, donde efectivamente no se quiera volver atrás. Es decir, donde la norma no sea el Estado de derecho con el cual se llegó a este tipo de intervención golpista. El avance del proceso de recolonización del continente, la agresión, la militarización, vuelven a generar crisis de credibilidad en la institucionalidad constituida. Y si es así, es posible pensar en una nueva institucionalidad. No significa que esto sea un proceso seguro o inminente; pero sí se habilita, en el imaginario social de quienes estamos luchando en toda América Latina, una idea que nos permite desacreditar esa legitimidad del sistema institucional construido y pensar por qué vías, de qué maneras, podemos construir nuestros propios procesos populares. Esto obliga a pensar cada uno de los procesos. Porque solemos decir: Bolivia, Ecuador, Venezuela son procesos avanzados. Y sin embargo, al interior de esos procesos hay disputas muy profundas; y los compañeros y compañeras marcan también los límites de lo que se logró conquistar. Por ejemplo, el movimiento de mujeres tanto en Ecuador como en Bolivia señalan que no se pudo avanzar demasiado en el tema de los derechos sexuales y reproductivos en los procesos constituyentes. Eso nos obliga a pensar un proceso de debate que no sea la suma de identidades fragmentadas, sino cómo ponemos en discusión en todos los movimientos populares y en cada pampa | 35 |


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uno de nosotros y nosotras, militantes políticos, la necesidad de combatir simultáneamente todas las opresiones. Es decir: nuestra batalla no puede ser “hoy discutimos esto, y mañana o pasado lo otro”: ¿cómo ponemos en discusión el modo de vida y las formas en que queremos organizar y establecer nuestras relaciones? Desde esta perspectiva, hay un vínculo estrecho entre la vida cotidiana y la búsqueda de transformaciones sociales: porque la transformación social, por más superestructural que parezca, como puede ser la discusión de la asamblea Constituyente, está condicionando directamente nuestra vida cotidiana. Y es muy difícil avanzar en esos cambios si ellos no se expresan y se van adelantando en nuestras propias organizaciones. Un cambio cultural, un cambio de conciencia, la posibilidad de reconocimiento de los distintos sujetos, identidades, etc., no se da por decreto o por la lectura de textos, por mejor y más bonitos que parezcan. Si hablamos del racismo, más allá de la sociedad en la que estamos, el racismo, la xenofobia están también en muchas de nuestras organizaciones populares. Son temas que no pueden ser dejados a especialistas. Y muchas veces, los temas no sólo los discutimos bajo la misma lógica dominante, sino también de modo fragmentado: como si tal o cual tema le tocaran a tal o cual sector. Cómo discutimos en nuestra propia construcción social el conjunto de temas que nos afectan en las distintas dimensiones, es una cuestión central en términos políticos hoy. Me da la impresión que, a la vez que es un momento amenazante, podemos ir por más. Es una marca de este nuevo momento histórico: es decir, los riesgos son enormes, es un momento dificilísimo, la criminalización de los movimientos sociales avanza, la derecha conservadora se reorganiza y rearticula a nivel nacional y a la vez latinoamericano, hay dificultades reales y es posible que en ellas haya un avance de la derecha; pero también tenemos un nivel de desafío, de movilización social que nos da oportunidad para pensar no sólo en una defensa de lo conquistado, sino en la puesta en discusión del conjunto del modelo construido desde la conquista y desde los procesos de independencia.| pampa

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Ca pi t a li smo y t r a b a j o ¿QUÉ ES el trabajo? Es una pregunta que a pesar de haber sido formulada tantas veces no es por esto redundante; tampoco es una pregunta retórica y mucho menos si se realiza desde una organización de trabajadores y durante el año 2009, fin de década. Definimos tiempo y espacio con el afán de concluir políticamente en que los años noventas no han sido un hecho teratológico ni un rayo caído del cielo; que inscritos en un proceso nacional e internacional de transformación del capitalismo y en el modelo neoliberal consolidaron una matriz de acumulación en la que la forma-empleo cristalizó como precariado. Que la década que dejamos no haya contado con la eficacia necesaria respecto a este debate y que por el contrario nos haya obturado en una suerte de añoranza respecto a la forma empleo del Estado de Bienestar nos deja en un estado de la discusión altamente problemático ya que nos pone en una falsa alternativa, un espejismo situado más bien atrás que adelante. En ese contexto la lectura que se funda en la percepción del precariado no meramente suscripta a la forma de relación laboral que surge como consecuencia de la flexibilización, sino mucho más que eso; condensa la nueva cuestión social. Porque rompe la vieja distinción entre tiempo productivo y tiempo improductivo; la precariedad entendida de esta forma está plasmando la explotación de la vida cotidiana y no simplemente la explotación de la mano de obra. Una forma de opresión que, operando sólo en el presente, explota simultáneamente también el futuro. pampa | 37 |


Algunas entradas al concepto de la precariedad por EMILIO SADIER

Al aceptar la propuesta de reflexionar acerca de la precariedad, es preciso hacer una advertencia que tiene que ver con la propia percepción de cómo vivimos la precariedad y de cómo la estamos pensando en términos políticos, como un concepto con potencialidad política y que permita aportar a la capacidad de construcción de estrategias de organización y elaboración colectiva. La sensación es: la precariedad está ahí, es algo que cobra cada vez más fuerza en nuestra cotidianidad, abarca como concepto y como experiencia cada vez más y, obviamente, sabemos que tenemos que hacernos cargo de ella; pero, a la hora de querer definirla, se nos escurre como agua o arena entre los dedos. No logramos aprehenderla, cuesta encontrarle la vuelta: le vemos potencialidades, sospechamos desde el olfato de la organización que es un campo de construcción tanto rico como obligado, pero aun están abiertas las preguntas sobre sus especificidades y los grados de entendimiento necesarios para ser realmente efectivos en términos políticos. Sobre esta sensación, la idea es plantear una serie de entradas sobre la precariedad, que no son por cierto ni un sistema ni algo acabado, sino un camino que va desde ciertas evidencias y sentidos comunes –que también nos nutren en términos de conocimiento– hasta algunos puntos que intentan inscribir a la precariedad en un marco más general de análisis. La primera de las entradas, entonces, tiene que ver con la noción de la precariedad como un fenómeno múltiple. La precariedad es en sí mismo un concepto complejo. Cuando digo “complejo” no quiero decir “difícil”, sino que no se circunscribe a una sola variable, que es en realidad un complejo de variables: hablar de precariedad laboral, incluso en términos de intentar pensar una clasificación de lo que serían situaciones de precariedad, nos da una multiplicidad abierta de elementos. Esto que parece obvio es un dato no menor, en cuanto a que los planteos que intenten abordar o dar resoluciones a la precariedad como problema tampoco pue| 38 | pampa


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den ser unívocos, no pueden limitarse a una sola respuesta, a un solo nivel del problema. Taquigráficamente, digamos, para poner elementos que conocemos todos, definiciones más o menos acordadas, más o menos de sentido común, más o menos formales de lo que sería la precariedad: en general se plantea el trabajo o empleo precario, como contraposición de lo que sería el empleo “normal” o “estable”, con una serie de características: la inexistencia de contrato laboral o contratos a corto plazo por tiempo determinado; falta de aportes a la seguridad social; más de un empleador, o empleador no fácilmente identificable; lugar de prestación laboral fuera del domicilio del empleador; ingreso básico definido en negociación individual, sin referencias provenientes de la negociación colectiva, eventualmente con el salario mínimo vigente como referencia; no percepción de componentes típicos de las remuneraciones (vacaciones, aguinaldo, asignaciones familiares, otros adicionales de convenio); no afiliación sindical; condiciones de higiene insatisfactorias; más de un empleo para cubrir las necesidades básicas, o bien empleos que no cubren las necesidades básicas. La lista es abarcadora, pero posiblemente podría seguir y abarcar otros aspectos. Ahora bien, todo esto es la precariedad; uno podría decir: todos estos elementos combinados, en tanto suelen no darse solos, de a uno, definen la precariedad. Pero, ciertamente, tampoco es preciso que se den efectivamente todos para decir que un trabajo es precario. Una segunda entrada posible tiene que ver con pensar la precariedad a partir de la experiencia, pensar cuáles son las características de la experiencia del trabajo que percibimos y sabemos “precario”. En este punto, también la diversidad es la regla y podemos encontrar todo un arco de cuestiones. Es en principio un espacio bastante abierto, del cual quisiera plantear sólo algunos elementos. El primero es la ruptura de la linealidad del tiempo: es decir, la dificultad, desde la percepción de la experiencia del trabajador, en construir una trayectoria lineal, acumulativa y progresiva en términos temporales. Es decir: pensar el futuro como un futuro naturalmente mejor; pensar el pasado como un acumulado de experiencias que eventualmente pueda ponerse en juego y hacer valer en el presente. Esto es algo que está puesto en cuestión en la experiencia de la precariedad. Muchas veces estamos inmersos en un presente continuo en términos laborales, tenemos una trayectoria que no podemos hacer valer o, incluso, es tan disímil que ni siquiera la pensamos como una trayectoria (multiplicidad y de trabajos, de tareas, de situaciones y de pampa | 39 |


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enmarques disímiles); lo que, hacia el futuro, da la imposibilidad de pensar en términos de proyección clara o lineal –si bien siempre hay esperanza, siempre hay miedo. Nota al margen, a la que quizás volvamos: miedo y esperanza como un arco que abarca la experiencia del trabajo precario. Un segundo elemento, correlato del anterior, es la imprevisibilidad como característica persistente en términos de experiencia. Imprevisibilidad del tiempo, como veíamos, pero también del espacio: el ámbito en el que nos movemos, el territorio del trabajo no es un territorio fijo, previsible, uniforme. La experiencia del trabajo precario tiene que ver con un espacio que cambia, que no tiene reglas fijas o claramente determinadas, ambiguo; que tiene niveles de autonomía respecto de la propia relación laboral bastante discutibles, es decir, que es permeable a condiciones que son externas al propio trabajo. Tercer elemento: la individualización en términos extremos. Individualización se refleja en términos formales cuando, por ejemplo, no se tiene ningún marco de negociación colectiva, pero que tiene que ver con una percepción que va mucho más allá de lo formal: uno se siente solo en la experiencia laboral, a pesar de estar obviamente en un contexto y un marco laboral compartido y obviamente con gente que está en situaciones, si no exactamente iguales, similares o análogas. Y esto implica, por cierto, dificultades para pensar lo colectivo, la relación entre el padecimiento individual y la apuesta de una escala más masiva, más colectiva de relación. El desbordamiento puede pensarse como otra característica, es decir, la imposibilidad de establecer fronteras claras entre ámbitos: entre el tiempo de trabajo y el tiempo de no-trabajo, entre los roles que se supone que uno tiene que cumplir y los que efectivamente cumple, entre las funciones por las que uno se supone que trabaja y las funciones que en la realidad adquiere y las que uno supone que tiene que asumir. Hay, por supuesto, más características que nos hablan, en términos de experiencia concreta, acerca de la precariedad. Para no aburrir en una taxonomía interminable, nos limitamos a nombrarlas: la tendencia a la hiperactividad, a tener que sobre-exponer capacidades y habilidades en la cotidianidad del trabajo; la disponibilidad para adaptarse a las situaciones cambiantes, lo que lleva a una idea de “disponibilidad constante” en términos de práctica laboral; la simultaneidad, la capacidad de manejar al mismo tiempo varios niveles de trabajo –varios trabajos, en muchos casos–, varias redes de relaciones y de interacción social en las que el trabajo se juega; la inestabilidad y la experiencia de la movilidad en términos espaciales y tem| 40 | pampa


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porales; la idea de la “astucia” puesta en juego constantemente en la experiencia de trabajo, o bien la capacidad de poder leer y tener el reflejo para aprovechar las posibilidades que se tiene, los riesgos en los cuales se está inmerso y la necesidad de poner en práctica diversas formas de persistencia, oportunismo y hasta de falsedad. La lista, también en este caso, podría seguir y ampliarse. Lo importante es destacar a la experiencia como un nivel de análisis en el cual hay elementos interesantes para pensar la propia práctica y las acciones y ensayos de organización. Y que, ciertamente, este nivel no se circunscribe a un tipo de tareas o a situaciones específicas: en realidad, las variables que remiten a la experiencia de la precariedad uno las puede pensar, con sus especificidades y niveles de interacción, en formas de trabajo totalmente disímiles y hasta contrapuestas en un esquema de clasificación clásico. Una tercera entrada a la precariedad, que por cierto venimos compartiendo con compañeras y compañeros en diversos ámbitos y recuperando como hipótesis central, es pensar la precariedad como un fenómeno sistémico. En línea con lo que venimos planteando, es complicado pensar que la precariedad está acotada a tal o cual situación y, por lo tanto, a tal o cual segmento de la fuerza de trabajo. Si bien sabemos y decimos que hay trabajadores más precarios que otros, que hay trabajadores cuyas actividades están constituidas en la precariedad hasta en términos de creación de nuevos tipos de trabajo, es complicado en términos conceptuales –pero también en términos políticos, vale aclarar– acotar la precariedad y limitarse a decir: precarios son estos, por contraposición a todos estos, que no serían precarios. Es más productivo pensar, en las condiciones actuales –condiciones cuantitativas, cualitativas pero también temporales–, a la precariedad como algo que atraviesa al conjunto de la fuerza laboral. La precariedad, entonces, como un arco, como un continuo que va, efectivamente, de las situaciones de desempleo estructural o de expulsión del mercado laboral más extremas, hasta lo que son nichos de privilegio en términos laborales, tanto por situaciones de estabilidad como por altos ingresos. La precariedad está atravesando a la fuerza laboral, en donde es interesante analizar las múltiples caras de las condiciones reales actuales, sus claroscuros, y la tendencia de la precariedad a constituirse como el modo general del modo de la fuerza de trabajo actual. Una cuarta entrada tiene que ver con colocar a la noción y la realidad de la precariedad en clave histórica. ¿Cómo pensar la precariedad como un fenómeno históricamente situado? En este sentido, es imprescindible detenerse en analizar la relación actual entre trabajo y capital. pampa | 41 |


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Aquí quisiera sugerir una versión del cuento, si bien tenemos varias, que no es quizás la clásica, es decir: “la precariedad laboral nace en los ‘90 con el avance del neoliberalismo como ideología inexplicablemente malvada, lo que supone que antes estábamos razonablemente bien en términos laborales, etc.”. Dejar en suspenso de cierto modo esta lectura, si bien tiene mucho de cierto y de obvio en cuanto la precariedad laboral como dominante adquiere visibilidad y relevancia hace dos décadas y tiene que ver con todo aquello. La propuesta es, en este momento, ir un poco más atrás en la revisión de esta lucha histórica y constante de la clase del trabajo y el capital y poner un par de ideas un poco más abarcadoras, que tienen que ver con pensar la transformación que da lugar a la precariedad actual como parte de lo que algunas corrientes de análisis, algunos desarrollos de pensamiento plantean como el pasaje del llamado capitalismo industrial, fordista o de la “gran industria” al capitalismo post-industrial, post-fordista o de “producción flexible”. Esto tiene que ver con pensar cuál es la composición actual del trabajo y del capital. La idea de post-fordismo intenta ponerle nombre al proceso de reestructuración del capitalismo que comenzó a darse, a nivel mundial, en la década del ‘70, fuertemente desplegado durante los ‘80 y que persiste, con matices, hasta hoy, por el cual se pasa, básicamente, de formas de producción centralizadas, asentadas en la estructura fabril clásica y en un espacio acotado, fijo, territorialmente limitados a ámbitos nacionales, a criterios mucho más flexibles y móviles. De las grandes fábricas centralizadas de la producción a empresas organizadas en formas de red, descentralizadas, que tienen la capacidad de correrse de lugar, de moverse en el territorio –no sólo en términos nacionales, sino trasnacionales– para poder aprovechar beneficios de ganancia y de costos laborales. Este desarrollo del “capitalismo flexible” implica también una transformación en la relación entre oferta y demanda: de la producción de bienes de consumo masivo clásico de buena parte del siglo XX a una producción que tiene el oído mucho más afinado sobre el mercado, donde no se construyen grandes stocks para invadir al mercado sino que, situándose en las modulaciones constantes del mercado, se termina construyendo una producción mucho más diversificada y a la vez focalizada –la idea de “stock cero”, el producir exclusivamente lo que el mercado va pidiendo y de esta forma minimizar riesgos. La precariedad puede pensarse, entonces, como una consecuencia de esta transformación: no es, en este contexto, un efecto “no deseado”, “desviado”, del modelo capitalista. No es –si bien, obviamente, en un proceso | 42 | pampa


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que es mundial esto tiene variantes geográficas y zonas enteras del planeta hundidas en condiciones más precarias respecto a otras zonas– una característica marginal, sino una necesidad fundamental en términos de la lógica que el capital imprime, en términos globales, a la producción. La sugerencia es la siguiente: la estabilidad laboral era la forma que correspondía a todo un modelo productivo –el modelo fordista, de fábrica, anclado a nivel local-nacional. La estabilidad era condición de dicho esquema productivo –aparte de ser también, obviamente, reivindicación de los trabajadores: la discusión luego era qué tipo de estabilidad los trabajadores querían, qué formas le imprime el trabajo a la estabilidad. Cuando se transforma la estructura productiva –y se transforma también por esta contradicción que no se resuelve: la estabilidad era condición, en condiciones no aseguradas, de también hiperexplotación de la clase trabajadora; la clase trabajadora no sólo pide más estabilidad, sino que intenta definir las condiciones de la estabilidad de manera creciente, en términos de garantías, de derechos sociales, de formas y regulación del propio tiempo de trabajo. El capital en un momento, ¿qué hace? Huye, va para adelante, ya que no puede resolver, bajo las reglas existentes, la relación de fuerzas. Es decir, si mantiene un modelo de producción que depende de la estabilidad, con una clase obrera que, en realidad, no sólo limita los niveles de ganancia, sino que va por más –porque también todo esto tenía que ver durante todo el siglo XX con una teoría de “equilibrio social”: que se pudiera llegar a un equilibrio donde cada uno se llevara una parte y listo, pero no: los trabajadores, mejor, más estables, pedían más y más–, el control político es, desde el punto de vista del capital, más y más limitado. Entonces, la desestructuración en términos de modelo de producción –que tiene su inicio, insistimos, desde fines de los años ’70 y es una forma de comprender también políticamente aquellos años y los siguientes, tanto a nivel mundial como local– tiene que ver también con una definición política de escapar a esa lógica. Esto impacta también en la fuerza laboral y genera esta precariedad en términos extendidos como absolutamente necesaria para las formas que adopta actualmente el capitalismo. Lo que implica discutir con otros elementos, entonces, qué sería resolver la precariedad, cuál es la relación de ese desafío con el modelo productivo existente, con el modo de producción en términos generales y con el proyecto político que éste implica y desarrolla. Quinta entrada, que está en relación con la anterior pero donde vamos a intentar colocar un nivel más y explicarla, quizás, de otro modo. La transformación de las últimas décadas, de los ‘70 al presente, si bien la percibipampa | 43 |


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mos muchas veces como destrucción de todo un modelo productivo, tenemos que pensarla en realidad como ampliación del territorio de la producción de ganancia y de valor en términos capitalistas. En este sentido, el crecimiento de la producción de servicios en lo que es el esquema de la producción actual es signo de expansión del capital hacia otros ámbitos productivos. En buena medida, incluso no materiales: lo que podríamos llamar el terreno de la “producción inmaterial”. Tomando como ejemplo una botella de agua mineral: la producción industrial del agua y de la botella específica es una; ahora, la producción de la marca, del contenido de la etiqueta, por ejemplo, trae un cúmulo de trabajo inmaterial puesto (publicidad, conocimiento, la composición química, la legitimación del producto a partir de variables que tienen que ver con el conocimiento científico, con ciertos valores sociales, etc.) que juega, a la hora de pensar el producto “botella de agua mineral”, tanto como el procesamiento del agua y del plástico: todo eso es trabajo valorizado que produce ganancia al capital, todo eso es plusvalía extraída a trabajadores determinados. Todo esto es parte sustancial de la transformación de las últimas décadas. De lo que podríamos decir: la mercantilización de la vida en su conjunto, la ampliación del capital a esferas que antes no eran productivas. Esto incluye, como decíamos recién, al conocimiento, los saberes, los afectos, el uso del lenguaje, las propias capacidades de relacionamiento e interacción social. Si esto es así, la precariedad entonces no es sólo signo del aumento de la explotación en términos de cantidad –si bien también lo es: muchas de las características que al principio comentamos como precarias como la intensificación y el aumento de tareas, la polifuncionalidad, etc., tienen que ver con una mayor explotación de la fuerza laboral–, sino que es signo de la puesta a trabajar de cualidades, facultades y habilidades que antes no eran consideradas productivas y explotables. Avanzando en el argumento: la precariedad, desde esta perspectiva, más allá de ser un instrumento para bajar los costos de la producción, puede pensarse también como una estrategia de gestión y de control de la producción. ¿Cómo es esto? Si lo que se necesita de un trabajador es que ponga en juego no sólo cualidades asociadas a su fuerza física o a destrezas mecánicas, repetitivas, predecibles (pensemos en la clásica cinta de producción fabril, el taylorismo: cada trabajador en una tarea repetitiva, mecánica, donde en realidad tenía que dejar afuera un montón de cuestiones que tienen que ver con las capacidades afectivas, creativas, relacionales), si lo que se necesita es justamente que el trabajador ponga en juego la capacidad de relación con | 44 | pampa


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otros, la capacidad de decidir y elegir entre alternativas que no son simples, niveles de creatividad y afectividad crecientes; si lo que se necesita, porque una buena parte de elementos de gestión y administración son transferidos a los trabajadores, a quienes se les pide que sean cooperativos, colaborativos, que aporten a la empresa su conocimiento, su disposición, sus capacidades, ¿cómo se hace para obligar a alguien a poner en juego estas cosas, que se tienen en buena medida como parte de la naturaleza humana y que, clásicamente, existen por fuera del ámbito laboral, de la producción, en condiciones de estabilidad –precisamente pertenecientes a la esfera de la reproducción social? Acá es donde la precariedad, si la pensamos como un sistema que tiene como base la incertidumbre en términos generales, tiene una función muy concreta: la precariedad, en términos de continua incertidumbre, garantiza mucho más la disposición de los trabajadores a poner en juego, por la propia necesidad de resolver cotidiana y prácticamente un conjunto de situaciones, estos elementos que, de otra manera, ¿por qué habría que ponerlos en términos de trabajo? Desde esta óptica, la precariedad no sería sólo una ventaja en términos de márgenes de ganancia, ni únicamente una coerción política sobre el trabajo en términos de condiciones económicas, sino la palanca que impulsa y permite la eficacia en términos de sustancia de una parte cada vez más creciente de la producción. A esta altura, podemos agregar otro nivel de entrada –sexto y anteúltimo– a la cuestión de la precariedad. Entrada obvia y evidente pero no por ello menos importante y que se puede plantear en términos de propuesta: pasar del concepto de “precariedad laboral” al de “precariedad social” o de “precariedad de la vida”. Esto se apoya en todo lo anterior y de varias maneras: es dificultoso pensar a la precariedad como un concepto limitado a la esfera del empleo (condiciones laborales-salario-derechos), dado que, en realidad, es pertinente para pensar la producción y reproducción de la vida en su conjunto. Es decir, es la vida –mucho más que el trabajo– la que se vuelve precaria bajo la actual lógica de producción, en este esquema de sociedad, en esta fase del modo de producción capitalista. Los ejemplos son quizás fáciles, incluso en nuestras propias reivindicaciones: los crecientes planteamientos alrededor de la explotación de los recursos naturales tienen que ver con la evidencia de una lógica predatoria y precarizante que excede absolutamente los marcos laborales o de empleo. O que, de mínima, los pone en sintonía: como decíamos antes, si la vida es la que está puesta a trabajar, si lo que se pone en juego cada vez más crecientemente son elementos que tienen que pampa | 45 |


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ver con la capacidad de producción y reproducción de la vida, ahí también hablar únicamente de precariedad laboral es, en algún punto, no dar cuenta de la potencialidad política del concepto: es decir, que la precariedad no atañe sólo a ciertos sujetos que se piensan como trabajadores, sino incluso a los que no se piensan como trabajadores y a los que nosotros, como trabajadores, no pensamos como trabajadores. Todo esto, ya no sólo en términos de “alianzas tácticas” o en “marcos de solidaridad”, como en los esquemas clásicos donde los trabajadores se aliaban con el sector universitarioestudiantil, con el campesinado, etc., sino en la posibilidad y necesidad de traducir, en términos colectivos y subjetivos, esa base general, común y compartida de situaciones y experiencias. Desde esta perspectiva, podríamos decir: la precariedad condensa lo que podría ser una “nueva cuestión social”. Es decir: la precariedad, como término que involucra a la vida como potencia, como potencia productiva –y “productiva” en todos los sentidos: en términos del capital, como explotable, pero también en términos de creación de vida, de formas autónomas de vida. Y aquí también podríamos retomar y repensar aquello del capital como expresión parasitaria en relación con la sustancial autonomía del trabajo vivo. Si el capital llega al punto en que parasita cada vez más la vida –la vida del conjunto de lo vivo–, esto es una explotación nunca vista, pero también una potencialidad nunca vista. La precariedad es un concepto que podría ayudar a condensar esta idea de qué sería la vida como potencia y la vida como problema político. Última entrada, para no agobiar: que tiene que ver con la posibilidad de pensar a la precariedad en relación con el sujeto que ella implica en términos colectivos. En principio, podríamos decir: al sujeto de clase, al sujeto de la clase trabajadora, con esta salvedad: obviamente, si pensamos aun no todos, sino algunos de estos elementos que venimos proponiendo, la precariedad es un concepto que obliga a replantear lo que tradicionalmente se piensa como el sujeto de la clase trabajadora. A ampliar por lo menos ese concepto de clase, incorporando una visión más integral del sujeto del trabajo, su campo de acción y su horizonte político. Las mil caras de la precariedad son, si las asumimos en su realidad como el rostro múltiple, concreto y actual de “los que viven de su trabajo”, mil posibilidades de organización, de resistencia, de conflictividad social; pero también mil obligaciones en términos políticos para construir. Componer esta multiplicidad, este rompecabezas de la precariedad, en lo que tiene de desajustado, de diversificado, de piezas que no encajan, que no van a encajar nunca, es imprescindible | 46 | pampa


EMILIO SA DIER / A l gunas ent r adas a l c o nc ept o de l a p r e c a r i e dad

para empezar a responder con seriedad algunas de preguntas y tareas que, por definición, tenemos como organizaciones de trabajadores y organizaciones populares en general: ¿cuáles pueden ser, hoy, las estrategias colectivas capaces de, a la vez, mitigar el miedo que produce la precariedad como experiencia y suscitar un horizonte de esperanza en términos colectivos? ¿Cómo recuperar la eficacia para responder a la incertidumbre cuando ésta es generalizada y sistémica, para contener individualmente y a la vez expandir fuerza colectiva? Y también poder avanzar en la pregunta sobre: ¿qué tenemos en común, cómo podemos fortalecer lo común, lo que compartimos, frente a la parcelación, al aislamiento, a la individualización máxima? Y en esto, si bien no es la idea mentirnos y decirnos “somos los mejores”, tampoco lo es dejar de afirmar lo que tenemos: el propio proyecto organizativo que llevamos adelante desde nuestras organizaciones, nuestros sindicatos, como Central de Trabajadores, el propio camino de la CTA es una herramienta que, en esta clave, tiene una potencia aun más radical de la que suponemos los que queremos, creemos e intentamos aportar día a día a su desarrollo. En el planteo de la afiliación directa; en el “somos todos trabajadores”; en la incorporación de una gran diversidad de experiencias sindicales no tradicionales, sociales, barriales, etc.; en la ampliación de la legitimidad de la organización colectiva de la clase trabajadora en todas sus formas; en todos los elementos que venimos poniendo en juego históricamente, en lo cotidiano y hacia el futuro, la CTA enlaza, creo que inmejorablemente, con la posibilidad de asumir en términos políticos la precariedad como territorio común de conflictividad, encuentro y organización. Es decir, no debería ser difícil –y aquí podríamos entrar en un debate acerca de dónde estamos parados, cómo venimos avanzando y qué cómo podríamos profundizar este camino– visualizar a la precariedad como experiencia que atraviesa a miles y millones de trabajadores en nuestro país y asumirla como parte explícita de nuestro horizonte. Hay, digamos, una consustancialidad en nuestro caso entre proyecto organizativo y condiciones materiales que, si bien no es por casualidad ni algo novedoso, en este marco creo que vale la pena destacar. Para terminar, quisiera poner a consideración dos imágenes de la precariedad, que de algún modo están contrapuestas y de otro modo están hermanadas. La primera es la que muchas veces primero se nos viene a la cabeza a la hora de pensar la precariedad, la del equilibrista: el que está pendiente de un hilo, en la altura, sin red, con las manos extendidas y rígidas, intentando no caer y al mismo tiempo obligado a mover sus pies, a avanzar hacia adelante para llegar a tierra firme. La segunda imagen es, en cambio, la del pampa | 47 |


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malabarista: haciendo malabares no sólo con varios objetos a la vez, sino con objetos diferentes, coordinando los pesos, los tamaños y las formas; calculando, decidiendo a cada instante, buscando internamente puntos de apoyo y de descanso, intentando seguir el juego, mantener el movimiento. Al equilibrista es difícil ayudarlo: es posible darle aliento, fuerzas para que siga, rezar para que no se caiga, pero siempre desde abajo: lo más desastroso sería subirse al cable con la idea de tenderle la mano, caída segura. En realidad, está solo en su destreza y no podría ser de otro modo. El malabarista, en cambio, no tiene más posibilidad que seguir, siempre seguir, pero no para llegar a ningún lado: su problema es precisamente detenerse, su debilidad es a la vez su gracia. Incluso quien quiera perjudicarlo, arrojándole por ejemplo un objeto para romper el malabar, en realidad lo ayuda, ampliando su tarea, poniendo de relieve su talento. Un malabarista siempre puede, además, ampliar la trayectoria de los objetos que arroja al aire, sumar a otros malabaristas y enriquecer el juego: encontrarse con lo que se mueve, encontrarse con quien se mueve es, en realidad, la fuerza de su oficio y el sentido de su arte.| pampa

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Pr o c e s o de ac umul ac i ó n en A r g ent ina por CLAUDIO LOZANO

La idea de hoy es trabajar el tema general de capitalismo y trabajo, aportando algunas reflexiones sobre el proceso de acumulación en la Argentina. Lo primero que parece razonable, si uno quiere evaluar el vínculo entre capitalismo y trabajo, es poder dar cuenta de los términos que el proceso de acumulación tiene, en tanto supone las condiciones materiales de reproducción de la forma de organización social vigente que es la que en todo caso define al sistema capitalista. Ahí hay un punto que ubicar, que tiene que ver con algo que planteaba Emilio, y es el hecho de que cuando uno define lo que puede llamarse patrón de acumulación –o régimen de acumulación o lo que fuere, con el nombre que se quiera– lo cierto es que está hablando de una forma histórica que adopta el funcionamiento del sistema capitalista en una determina región, planeta o país. Y digo esto de forma histórica porque el capitalismo ha tenido diversas formas históricas. Por tanto, para dar cuenta de lo que estamos discutiendo aquí, ciertamente cualquier evaluación del problema resulta ineficaz si la referimos sólo al retorno de formas viejas que el capitalismo tenía, sin plantearse alguna reflexión respecto a por qué razón en esta nueva forma capitalista tienen valor y sentido las cuestiones que estamos analizando hoy. Dicho de otro modo, la precariedad, tal cual está planteada, tiene que ver con la forma histórica bajo la que se establece la apropiación del excedente económico a través del uso de la fuerza laboral en el actual régimen de organización del capitalismo. Las condiciones anteriores de apropiación del excedente sobre la base del uso de la fuerza laboral, que creaban otra relación laboral, corresponden a otra etapa de acumulación del capitalismo a nivel mundial y a nivel del país. Entonces, digo, efectivamente, el capitalismo ha tenido diversas formas. Cada forma histórica supone determinado modo de explotación de la fuerza laboral. Supone, además, actividades que son predominantes y actividades que son subordinadas. Por lo general, denpampa | 49 |


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tro de una economía capitalista esto tiene que ver con la distribución de la tasa de ganancia: las actividades dominantes son aquellas que garantizan mayor renta dentro del funcionamiento de la economía y las actividades subordinadas son aquellas que la generan en menor medida. Uno podría decir que, en toda etapa, se puede reconocer una matriz de relaciones que, para no hacerla demasiado compleja, supone, primero, una determinada distribución de los medios de producción, es decir, de los medios bajo los cuales se organiza el proceso de producción. Con “distribución” me refiero a la distribución de la propiedad sobre esos medios. En segundo lugar, esa distribución de la propiedad de los medios de producción condiciona un modo de distribución de los ingresos dentro de esa sociedad. La tercera cuestión tiene que ver con el tipo de intervención que el Estado tiene dentro de la sociedad, es decir, sus formas de intervención, de regulación. Y cuarto, el tipo de vínculo que la sociedad, la economía de la cual uno esté hablando, tiene con la economía mundial. Entonces, si uno tuviera que identificar cuál es la matriz de relaciones que define cada etapa histórica y en este caso, del proceso de acumulación en la Argentina, esa matriz tiene que ver con estas cuatro cuestiones: distribución de la propiedad de los medios de producción, distribución de los ingresos como resultante de ese proceso, tipo de intervención estatal y vínculo de la economía con la economía mundial. En este sentido, lo primero que hay que decir con la cuestión histórica es que la Argentina que tenemos hoy y que da como resultado el mundo laboral del cual estamos hablando es la resultante de un proceso de reestructuración que lleva más de treinta años. Este proceso de reestructuración ha implicado, entre otras cosas, un fuerte cambio en esta matriz de cuatro relaciones de las cuales estoy hablando. En lo que tiene que ver con la distribución de los medios de producción, el proceso argentino ha vivido un doble fenómeno. Por un lado, elevada concentración en la propiedad de los medios de producción, es decir, son menos los que controlan los medios que permiten organizar el proceso productivo en la Argentina, son menos actores, menos propietarios. Y, por otro lado, un proceso de transnacionalización, es decir, aquellos que tienen control sobre los medios de producción tienen una lógica de funcionamiento que no se definen al interior de las fronteras locales sino en el marco de la economía mundial. Esto, tanto en los casos donde hablamos de grupos económicos de origen local, como también –y por cierto de manera dominante– cuando hablamos de empresas transnacionales que son subsidiarias | 50 | pampa


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de empresas que operan en el resto del mundo. Por tanto, en lo que hace al tema de la matriz, la distribución de los medios de producción nos marca un proceso en el cual Argentina abandona una etapa donde, si bien existían predominios y había concentración, había un espacio para una franja media de propietarios relativamente importante y que participaba del proceso de acumulación argentino. En contrapartida, lo que tenemos hoy es un proceso de fuerte concentración y transnacionalización. El resultado de esto en términos de distribución de los ingresos ha sido un cambio brutal en lo que se refiere a la participación de los trabajadores en el excedente generado. Es decir, la participación de los asalariados en el total del producto supone una merma realmente pronunciada: no sólo una merma en términos de masa general, sino que también al interior de los trabajadores se da un proceso muy profundo de diferenciación y de desigualdad. Es decir, no sólo hay menor participación de los trabajadores en el ingreso total, sino que al interior de los trabajadores hay fuertes diferencias y profundas desigualdades. En tercer lugar, hay un cambio en la intervención estatal. De un Estado con capacidad de intervenir en el ciclo económico y en el proceso de acumulación, se pasa a un Estado que tiene una fuerte subordinación a la lógica de acumulación del capital. Si bien se mantiene un Estado que, en términos de discurso y convocatoria civilizatoria, habla de la inclusión, en términos de su lógica de comportamiento económico se subordina crecientemente a la lógica de acumulación del capital actual. Es más, todo el fenómeno de la extensión de los contratos al interior del propio sector público supone la inclusión de la lógica mercantil dentro del funcionamiento del Estado. Y, en realidad, esto se nota no sólo en el modo en que se establecen las relaciones laborales al interior del sector público, sino en el modo en que se redefinen los organismos de intervención estatal dentro del funcionamiento general. Digo, tener un ANSES que junta los aportes de los trabajadores supuestamente para pagar la seguridad social, pero que se transforma en un organismo que tiene excedentes para financiar el proceso de acumulación, indica que se está transformando lo que es el organismo de la seguridad social en un organismo que tiene un carácter eminentemente mercantil, ligado a la lógica de acumulación. Tener un PAMI que puede tener superávit para financiar al propio Tesoro está dentro de la misma lógica. Lo que quiero decir con esto es que hay un replanteo y una subordinación de los organismos propios del Estado, que terminan teniendo comportamientos asociados a la lógica del capital. Lo mismo pasa con los pampa | 51 |


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bancos públicos, los bancos públicos han perdido todo lo que fue históricamente la razón por la cual fueron creados: garantizar procesos de fomento en el financiamiento de la producción y del consumo. En la práctica se van transformando cada vez más en una suerte de banca comercial, privada, asociada, con algún tipo de gestión, con alguna línea de crédito planteada un poco distinta pero que no tiene grandes diferencias con el funcionamiento de la banca privada. En este sentido, la intervención estatal se ve también modificada. En términos del vínculo con la economía mundial, hemos pasado de una economía que tenía ciertos mecanismos de regulación estatal que permitían dotar de protección al circuito económico local, a un proceso de apertura tanto en términos de incorporación de bienes procedentes del exterior como en términos del ingreso de capitales del exterior a nuestra economía. Lo que vivimos hoy como matriz de funcionamiento de la economía argentina y el resultado que esto tiene en la dinámica de nuestra fuerza laboral tiene que ver, entonces, con una reestructuración que lleva ya más de tres décadas y que tiene básicamente estos cambios en el marco de la matriz de relaciones que uno puede ubicar. Si hubiera que ponerlo en términos de pasos concretos, lo que hemos tenido es la ruptura del modelo de acumulación que la Argentina tenía hasta mediados de los ‘70. Que era un modelo de base industrial, orientado al mercado interno como lógica fundamental. A mediados de los ‘70 se abre un nuevo régimen de acumulación, basado en el proceso de valorización financiera, endeudamiento externo y fuga de capitales como lógica principal, en el marco de lo cual se da un proceso de desindustrialización significativo. Eso va a durar desde ese momento hasta el 2001. A partir del 2001-2002 y hasta aquí, hemos ingresado en una fase distinta, donde se retoma cierta fase de acumulación con base productiva con algunos rasgos que más adelante voy a destacar. Ahora, si uno plantea que el resultado que tenemos hoy es el fruto de estos tres pasos: ruptura del modelo vigente hasta mediados de los ‘70, régimen de valorización financiera y fase de acumulación nueva desde el 2002 para aquí, debemos preguntarnos ante todo qué es lo que se rompe. Primero, se rompe la Argentina donde el trabajo tenía que ver con una extendida asalarización, dominantemente de base productiva industrial, con un elevado nivel de formalidad. Es decir, lo que dominaba dentro del esquema laboral argentino era el hecho de que cuando uno ingresaba a trabajar era trabajador registrado y tenía, por lo tanto, el conjunto de elementos que venían asociado a esto. En el marco, además, de una economía que funcionaba | 52 | pampa


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con una baja tasa de desempleo, es decir, una economía que nunca tenía más de 3 o 4 puntos de tasa de desempleo como cuestión estructural. Esto que estoy diciendo es lo que se rompe, es lo que desaparece, es el mundo laboral del pasado que ya no está más en Argentina. Se rompe a partir de mediados de los ‘70, la clave de la ruptura tiene que ver con un nuevo vínculo de la Argentina con la economía mundial, tiene que ver con el proceso de apertura y con el impacto que esto produce en términos de instituir actividades privilegiadas o prioritarias vinculadas a la centralidad de su tasa de ganancia. Así, en el marco de ese proceso de apertura –y no voy a extenderme en las razones técnicas por medio de las que se produjo– lo que ocupa el centro de la acumulación en la Argentina desde mediados de los ‘70 hasta el 2001, con diferentes políticas económicas y en distintos marcos, es la renta financiera. Esa renta financiera, además, es el núcleo en torno al cual se organiza el proceso de endeudamiento de nuestro país. En este período, entonces, los excedentes empresariales, tanto los tomados desde el exterior como deuda como los acumulados internamente, en lugar de reinvertirse en la actividad productiva, se reinvertirán de manera dominante en la actividad financiera, en tanto y en cuanto es la que otorgará mayor tasa de ganancia respecto al resto de las actividades. La mayor acumulación financiera da como resultado menor inversión productiva. Esa menor inversión productiva, en tanto se da un marco de apertura e ingreso de producción del exterior, supone un proceso de destrucción del tejido productivo del país. La destrucción del tejido productivo del país supone una expansión de la tasa de desempleo. Y la expansión de la tasa de desempleo va a tirar hacia la baja el conjunto de los ingresos dentro de la economía, produciendo un fenómeno de pauperización general de la sociedad. Por lo tanto: alta inversión financiera, baja inversión productiva, desindustrialización, alto desempleo, incremento de la pobreza por caída de los ingresos, es el fenómeno que recorre la Argentina desde mediados de los ‘70 hasta el 2001. Para ponerlo en términos cuantitativos, pasamos de una sociedad que tenía 22 millones de habitantes y un millón de pobres a mediados de la década del ‘70 a una sociedad que en el 2001 tiene 37 millones de habitantes y casi 16, 17 –en 2002 llegó a 20– millones de personas en situación de pobreza. Si ustedes se fijan, prácticamente la expansión de la población es acompañada por una expansión casi similar en la cantidad de gente hundida bajo los umbrales de pobreza. Es como si nosotros dijéramos que todos aquellos que nacieron en nuestro país a partir de mediados de los ‘70 cayeron bajo la línea de pobreza. pampa | 53 |


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La precarización en la Argentina se da en un marco que no es necesariamente el mismo marco que viven otras sociedades. En tanto, la pauperización de la sociedad argentina se da en un marco no de acceso a una sociedad posindustrial, sino de la ruptura del tejido productivo de la Argentina. Por lo tanto, si bien tenemos puntos de asociación con lo que ocurre en otras realidades del planeta, hay también cosas específicas que tienen que ver con lo que nosotros atravesamos aquí. La tercera etapa de este proceso de acumulación se desarrolla desde el 2002 para aquí. Acerca de ella, lo primero que hay que tener en claro es que efectivamente supone un agotamiento o finalización del esquema basado en la valorización financiera. Ahora, que eso sea así no quiere decir que la toma de un rumbo económico con base productivo no incorpore la lógica de la acumulación financiera. La razón por la cual se vuelve a la acumulación productiva es que, en este período, la producción permite una obtención de rentas tan extraordinarias como las que se obtenían en el marco de la renta financiera. Esto porque el proceso para abrir la fase de acumulación nueva es una brutal devaluación que pulveriza los ingresos del conjunto de los trabajadores y recompone y hace extraordinarias las ganancias en el terreno productivo. Es decir, se regeneran condiciones de ganancia en determinadas actividades productivas que pasan a tener un nivel similar a lo que era la renta financiera en el momento anterior. Voy a compartir con ustedes un trabajo que hicimos y que permite comparar a 1997, último año de crecimiento pleno de la convertibilidad y momento previo a la crisis en el marco de la valorización financiera de la cual estábamos hablando, con el año 2007, último año de crecimiento pleno de esta fase de acumulación en la cual estamos hoy. Nosotros, en general, para hacer estas comparaciones, solemos tomar como punto de referencia la primera de las relaciones que describía de la matriz: la distribución de los medios de producción. Tomamos, por lo tanto, la cúpula empresarial de la Argentina, es decir, las 200 empresas más importantes en facturación dentro de nuestro país. Cuando uno mira esto, se encuentra con que, si se toma el total de facturación en venta de las 200 firmas más importantes de nuestro país en 1997, estas empresas representaban, en relación con la riqueza general, que es el producto bruto, el 31,8%. En el año 2005, esta misma relación (facturación de las empresas versus producto bruto) pasa del 31,8% al 51,3%. Es decir, está claro que el cambio en el esquema de funcionamiento signado por la crisis del 2001-2002 y por la devaluación permitió un proceso significativo de la capacidad de control sobre el proceso económico por parte de | 54 | pampa


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las firmas más importantes del país. Por tanto, hay más concentración. Y en el año 2007 uno podría suponer que, como la economía estaba creciendo, quizá disminuía la concentración. Al contrario: la concentración aumenta y las 200 firmas pasan a representar el 56,1% del total. Es decir, como primera conclusión podemos afirmar que la fase de crecimiento abierta a partir de mediados del 2002 no solo no revirtió el proceso de concentración de la etapa anterior sino que ese proceso se mantuvo y se profundizó. Si uno compara 1997 con 2007, la economía creció un 31%, es decir, en el 2007 era un 31% más grande. ¿Qué paso, entonces, con la tasa de desempleo? La tasa de desempleo no bajó en línea con el crecimiento de la producción, sino que bajó un 19%. El resultado de esto es que, en valores absolutos, la cantidad de gente desocupada en 2007 es incluso mayor que la que había en 1997. Además, en el marco de un crecimiento de más del 30% de la economía en su conjunto, lo que hay no es una reducción de la informalidad o el trabajo no registrado, sino que hay un crecimiento del trabajo no registrado que sube del 37% al 41%. Desde esta perspectiva, si uno mide el ingreso promedio de los que están ocupados, medido en valores constantes (es decir, en cuanto al poder adquisitivo), en 2007 el ingreso promedio de los ocupados era 22% inferior al vigente en 1997. Al comparar 1997 con 2007, lo que surge es más concentración, mantenimiento de una tasa de desempleo estructural mucho más alta a la que conocimos en otros tiempos, mayor informalidad y pérdida de poder adquisitivo. Es decir, la concentración tiene como contrapartida un proceso de profunda desigualdad. El resultado de esto es que los niveles de pobreza en 2007, a pesar del crecimiento económico, son superiores a los de 1997 y los niveles de indigencia son aún más superiores. Cabe destacar que la distancia entre el 10% más rico y el 10% más pobre se ensancha en 29 veces desde 1997 al 2007. El otro fenómeno que me parece importante señalar es que el resultado práctico de esto puede medirse también en lo que se denomina “transnacionalización” o “extranjerización”. Cuando uno toma la comparación se encuentra con que, mientras en 1997 las firmas extranjeras representaban el 64% del total de facturación de las primeras 200 empresas, en 2005 pasan a representar el 75% y en 2007 suben todavía más al 78%. Es decir, también se observa que este proceso de crecimiento no implicó un retroceso en el proceso de extranjerización sino la profundización de ese rumbo. Si uno toma lo que es la base productiva de la Argentina, los sectores productivos que eran centrales en el año 1997 son los mismos sectopampa | 55 |


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res productivos que mantienen su primacía durante el año 2007. Estos sectores son, básicamente, alimentos y bebidas –donde hay una incorporación fortísima de la participación de las aceiteras–, automotriz, siderurgia e industria química. Sólo en estos cinco sectores se concentra casi el 70% del total de las ventas de esa cúpula empresarial que estoy comentando. Esto que estoy diciendo no supone negar que la economía creció, sino decir que la economía crece en un marco de sistema de negocios distinto al vigente en la década del ‘90 donde lo que primaba era la valorización financiera y la acumulación en el sector servicios, a favor de un esquema económico donde lo que prima es la acumulación de carácter productivo pero en el que se mantuvieron los rasgos de concentración, de desigualdad, se profundizó el proceso de transnacionalización y extranjerización y, al mismo tiempo, donde la base productiva del país no vivió alteraciones significativas. En realidad, es prácticamente la misma base productiva que teníamos a fines de los ‘90. Esta dinámica del proceso de acumulación es la que va a tener como resultado un esquema productivo donde el sector industrial tiene mayor relevancia en relación con la etapa anterior, como parte de la base productiva del país, donde terminan primando aquellas actividades de carácter extractivo –fundamentalmente vinculadas al agro, a los hidrocarburos, a la minería– y donde hay un predominio importante también del sector servicios, fundamentalmente, del sector comunicaciones. Ahora, es central destacar que el resultado de esta base productiva con la lógica de concentración y desigualdad que menciono tiene como correlato varios elementos respecto de la fuerza de trabajo. Lo primero es la existencia de un desempleo estructural mucho más alto: si en la etapa anterior hablábamos de un desempleo que, a mediados de los ‘70, estaba en el orden del 3% en los mejores momentos de aquella situación, en materia de desocupación la economía que tenemos hoy nos ubica en torno al 10%. A esto hay que agregar una ampliación sustantiva de la cantidad de trabajadores no registrados, una reducción de lo que es el costo medio salarial y una fuerte dispersión de los niveles de retribución al interior de los propios trabajadores. Para tener una suerte de foto del tipo de mundo laboral que nos queda, si uno piensa en una población económicamente activa de alrededor de 16 millones de personas, aproximadamente 11 millones son asalariados, de los cuales 6 millones y medio son asalariados formales, donde la diferencia, alrededor de 4 millones y medio, están como asalariados no registrados, donde tenemos un millón 600 o 700 mil desocupados y lo que resta, | 56 | pampa


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sacando lo patrones, son básicamente, cuentapropismo e informalidad asociada al funcionamiento de la economía. ¿Qué quiero decir con eso? En mi opinión hay que revisar –y luego voy a decir por qué– el hecho de partir, tanto para la comprensión como para la construcción política, desde el concepto de que sólo es precario aquello que no está en blanco. Digo esto porque tengo la impresión de que lo que también ocurre hace ya bastante tiempo es la incorporación de la precarización al interior de los procesos que viven los trabajadores registrados. Es bastante elocuente cuando uno compara la realidad de los convenios colectivos, cómo hay un proceso muy profundo de intensificación de las condiciones de explotación laboral al interior de las firmas más importantes y de los trabajadores registrados, que revelan procesos de precarización creciente. Por lo tanto, el tema de que la precariedad tiene que ver sólo con el mundo no formal es un tema que hay que revisar. Pero aún partiendo del supuesto de que lo precario es lo que no es formal, uno podría decir que prácticamente casi el 60% de la fuerza laboral de la Argentina no está hoy dentro del mundo formal. Es decir, transita entre el no registro, el cuentapropismo y el desempleo. El otro elemento importante a destacar es que muchas veces cuando se piensa la cuestión del no registro, de la informalidad y demás, se suele presentar una visión de una suerte de economía dual en donde se supone que en un lugar está el “mundo en blanco” que funciona de una manera, respetando las reglas formales existentes y en otro lugar está el mundo de la informalidad y de la ilegalidad que estaría subsumido en una cantidad muy importante de pequeños establecimientos que no cumplen con las reglas que en todo caso son parte de la lógica del mundo formal. Y en la realidad, la lógica no es así: en verdad, lo que hay es un fuerte vínculo entre todas las actividades que componen lo no registrado y la informalidad con el núcleo formal de la economía. En este sentido, cuando uno toma un taller clandestino en la industria textil, ese taller clandestino no está compitiendo en el mercado con las grandes firmas que operan sobre la base de las condiciones formales; ese taller clandestino está subcontratado por alguna de las principales firmas textiles del mercado y en alguna medida, bajo ese mecanismo, le garantiza a la firma una reducción del costo laboral que ella debería pagar y le permite reducir costos y colocar en el mercado productos con mayor tasa de beneficio. Por lo tanto, el vínculo entre el mundo formal y el no registro o la ilegalidad es absoluto. Esto no ocurre sólo en el caso textil, ocurre también, por ejemplo, en el caso automotriz: hay todo un proceso de pampa | 57 |


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tercerización de trabajadores que realizan actividades que aportan al núcleo formal de las empresas automotrices y que en realidad cumplen la misma función. Pasa lo mismo en el sistema de las telecomunicaciones, donde uno se encuentra con una cantidad importantes de proveedores que en la práctica son trabajadores que en realidad no tienen contratos, que en muchos casos son monotributistas que van a colgarse de los cables para reparar las redes de comunicación, reemplazando lo que debiera ser una relación asalariada normal. También acá el proveedor –que en realidad es un trabajador– lo que está haciendo es permitiendo que la firma abarate su costo medio en términos laborales. Ocurre lo mismo con la construcción, donde existen grandes empresas constructoras en torno a las cuales funcionan pequeñas empresas o cooperativas de diferentes características en las que se tercerizan actividades. Lo que quiero decir con esto es que la idea de un doble mundo, de una dualidad donde está lo formal en un lado y lo ilegal y lo informal en otro, es una idea falsa. En realidad, la precariedad extrema que estaríamos viviendo en el caso de los trabajadores no registrados, en el caso de los trabajadores desocupados, es una precariedad asociada a la lógica general de acumulación que la Argentina vive. Cualquier discusión sobre esto tiene que darse involucrando todo el proceso y no sólo darle un tratamiento particular a aquellos que están subsumidos en el mundo de la ilegalidad. Retomando el tema de la integralidad, es bueno tener en claro que, si uno tiene una sociedad profundamente desigual y pauperizada, el resultado es que esto establece, en algún sentido, determinadas pautas de demanda y de consumo por parte de la sociedad. Es decir, una sociedad tiene patrones de consumo; esos patrones de consumo están vinculados obviamente a los procesos culturales y sociales que esa sociedad vive; en tanto uno tenga una situación en la que el 20% de la población tiene una capacidad superlativa de apropiarse de buena parte de la riqueza generada, el resultado es que quienes concentran la capacidad de consumo son los sectores de más altos ingresos. En un estudio que nosotros hicimos, encontramos que más de la mitad del consumo de la Argentina no procedía de salarios, de asalariados, sino de aquellos que viven de rentas de distinta naturaleza. Esta determinación implica que, si uno tiene un consumo dominante de sectores de altos ingresos, éste va a repercutir en la demanda de determinada oferta productiva. No es casual que en la Argentina el proceso de reactivación económica vivida le haya otorgado un papel especial –cuando digo especial, me refiero a que son las actividades que más crecieron, con mayor tasa de crecimiento– | 58 | pampa


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a ciertas y específicas actividades. Si el producto bruto creció el 8% anual, la industria automotriz creció al 20% anual y el boom inmobiliario multiplicó varias veces el crecimiento del producto. El tema de la primacía del sector inmobiliario de carácter residencial y privado y el papel del sector automotriz, con activaciones mucho más fuertes que la tasa de crecimiento del producto, está claro que no proceden de demanda asalariada. La importancia del boom turístico vinculado al segmento de consumo de altos ingresos o al turismo internacional es una realidad similar. Un tipo de turismo que, a su vez, impacta sobre la gastronomía, impacta sobre el propio sector inmobiliario. El tema del negocio de la oferta inmobiliaria para los turistas que vienen del exterior ha sido una de las actividades principales y más dinámica de la economía argentina de los últimos tiempos. Lo importante en este sentido es que un cuadro de desigualdad y pauperización establece una determinada pauta de consumo. Esa determinada pauta de consumo condiciona una determina oferta de producción. Y esa determinada oferta de producción, establece una determinada pauta de inversión. Si yo tengo una dinámica de acumulación donde el boom inmobiliario ocupa un papel central, ¿dónde va a ir la inversión? A la construcción. Entonces, el 60% de la inversión en la Argentina termina vinculada a ladrillos y no, por ejemplo, a la ampliación productiva, al desarrollo de una estructura productiva diferente. Lo que está en debate, entonces, en cuanto a la precariedad y su funcionalidad con la lógica de acumulación, es todo el proceso de acumulación en vigencia y no simplemente el hecho de establecer mecanismos que permitan resolver las formas contractuales sin alterar el resto de las cuestiones. Por detrás de esto, hay una discusión sobre el perfil productivo que tiene que tener la Argentina y sobre la apropiación colectiva de la riqueza como debate central. Y el papel de lo público como una cuestión adicional. Dije antes que me parece importante entender que el proceso argentino es un proceso de fuerte pauperización, de involución de una sociedad que no tiene, a diferencia de otras sociedades latinoamericanas, un registro secular y estructural de un proceso de empobrecimiento de esta naturaleza. No es lo mismo hablar de la pauperización en Brasil, que es una sociedad dual y que tiene un proceso estructural donde la pobreza viene de tiempos inmemoriales, que en el caso argentino, donde implica un proceso de ruptura de su organización social y de empobrecimiento e involución de capas medias. La pauperización, en el contexto argentino, es un dato diferencial, al que se le suman una serie de cuestiones. pampa | 59 |


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En principio, es importante tener en claro que, desde mediados de los ‘90 para acá, prácticamente el 20% de la población argentina cayó bajo la línea de pobreza y no salió más, más allá de los diferentes movimientos del proceso de acumulación. Es decir, que viene viviendo un proceso de intensificación de su situación de degradación y deterioro social de manera intensiva y sostenida en el tiempo. En este sentido, la pauperización no tiene que ver sólo ni en términos masivos con los desocupados sino que está alimentada por los asalariados y los cuentapropistas. No son los que no tienen trabajo sino los que lo tienen quienes engrosan las filas del empobrecimiento en la Argentina. Por otra parte, hay que tener en cuenta que, al interior de las firmas más dinámicas e importantes y donde, por lo tanto, priman los trabajadores registrados, los procesos de flexibilización laboral y de intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo se mantienen y profundizan. Yendo al punto concreto de la precariedad, es importante percibir que la lógica laboral que estamos caracterizando supone, primero, un proceso de transferencia del riesgo empresario al trabajador. El tema del temor del cual hablaba Emilio tiene que ver con la situación de peligro en la que queda situado el trabajador a partir del mecanismo de transferencia de riesgo que supone todo proceso de flexibilización. La idea de la producción que se reacomoda a la demanda del mercado, que no requiere de stocks sino que, en realidad, va incorporando o sacando trabajadores o materias primas según la necesidad de producción –lo que se suele denominar la producción just in time– supone un proceso brutal de transferencia de riesgo. Y ese proceso de transferencia de riesgo sí da como resultado la importancia del temor y el peligro como lógica de la vida del trabajador que está en esa situación. El segundo elemento que está presente en esta lógica laboral es el estímulo a la competencia entre trabajadores. El tema de establecer incentivos diferenciados implica que los trabajadores deben competir entre ellos en el marco de la lógica del mercado. El tercer elemento es que, a diferencia de lo que pasaba en las etapas de producción anteriores, donde estaba bien diferenciado el momento del tiempo productivo, de trabajo en la fábrica y el tiempo de ocio al costado de la fábrica, hay un cambio de temporalidad donde toda la vida del trabajador aparece invadida por la necesidad laboral. Esto implica una modificación respecto al papel que ocupa la calificación y el saber dentro de los propios procesos laborales. En la etapa anterior –en la etapa del fordismo– el trabajador estaba inscripto en una lógica de rutina donde tenía que repe| 60 | pampa


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tir de manera autómata un mismo movimiento de producción. Lo que hay hoy es una demanda creciente de saberes que se integran en el proceso productivo, donde estos saberes son puestos en el marco de la lógica de mercado para diferenciar la situación de cada trabajador. El punto quizá último para señalar es la complejidad que presenta el universo patronal, donde en muchos casos no está claro quién es el patrón. Puede haber dentro de un mismo establecimiento múltiples patrones y además puede ocurrir que esos múltiples patrones tengan que ver con un patrón más general. Y esto repercute no sólo en la realidad de quienes pueden ser parte de un determinado establecimiento sino en efectos prácticos sobre las discusiones de las negociaciones colectivas de los trabajadores en el segmento más formal. Es decir, la situación de los trabajadores que tienen que ver con una empresa que forma parte de una estructura empresarial de carácter transnacional, que tiene múltiples subsidiarias insertas en distintas actividades, supone un proceso de negociación colectiva totalmente distinto a la idea de un empresario que es representante de un sector. Para concluir, me gustaría plantear que este proceso de acumulación, los lineamientos que ha tenido y los efectos sobre el mundo laboral, si bien implica varias cosas, hay al menos tres que me parecen importantes destacar sobre todo en relación con las políticas gremiales, las estrategias organizativas y las reivindicaciones que nosotros, como trabajadores, solemos formular desde nuestras organizaciones. Primero, la situación de precariedad supone un universo laboral muchísimo más heterogéneo que el que tuvimos en otros tiempos como trabajadores. El mundo laboral de la Argentina que ya no está, ese mundo de trabajadores formales, preponderantemente industriales, era un mundo mucho más homogéneo que el que tenemos hoy. La precariedad da como resultado que las trayectorias de los trabajadores tengan mucho más de individual que de colectivo y que las reivindicaciones sean muy diversas. Esto da lugar a dos cosas que son las que nosotros hemos puesto en juego en la construcción de nuestra estrategia política y en la CTA. Una es la afiliación individual: la discusión sobre la afiliación individual tiene que ver con establecer un puente de carácter organizativo para la novedad laboral vigente en nuestro país. La segunda es la necesidad de politizar la discusión como único modo de resumir, como único modo de canalizar esa diversidad y heterogeneidad de la cual estamos hablando. Segundo, la precariedad supone la transferencia de riesgo y por lo tanto el temor. Por ende, la discusión del papel de lo público sobre la base de la pampa | 61 |


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universalidad tiene por objetivo recuperar el debate sobre un piso de garantías de ingresos y derechos que intervengan en esa discusión. Tiene que ver con comprender no sólo que el salario mínimo y los convenios ya no tienen la eficacia que tenían de ponerle un piso al mundo laboral sino con intervenir frente al cuadro de riesgo permanente que se desarrolla en un marco de pauperización y flexibilización de la clase trabajadora. La pelea por la universalidad es la pelea por el piso, es la pelea por las garantías, es la pelea por los derechos y eso supone un papel de lo público construido a partir de la universalidad que es un debate también fundamental, muy distinto al que teníamos que dar en etapas anteriores. Tercero, la hostilidad que dada la flexibilidad y la precariedad exhiben los sectores de trabajo le otorga una creciente importancia al tema del territorio. Es decir, no alcanza con el mundo laboral y el sector de trabajo para organizar a los trabajadores, porque en algunos casos los niveles de riesgo que supone la organización sindical en lo laboral obligan a construcciones en ámbitos de otra naturaleza y plantea la necesidad del debate territorial. Por lo tanto, heterogeneidad y como contrapartida afiliación individual y politización; riesgo y discusión de la universalidad de lo público como piso de garantía de derechos y de ingresos; hostilidad del mundo laboral y recuperación del territorio como espacio de construcción política. Yo creo que el dato fundamental de la precariedad laboral es la ruptura entre las condiciones materiales bajo las cuales se lleva a cabo el proceso de trabajo y el modo en que se pueden hacer visibles los derechos y las reivindicaciones de los trabajadores.| pampa

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Me s a de Ex p er i enc i as LOS RELATOS que siguen contienen mucho más que una multiplicidad de experiencias laborales que giran en torno a la precariedad. Se trata más bien del enigma sobre la capacidad de respuesta política de los trabajadores a los dispositivos y mecanismos de ocultamiento de las relaciones de opresión. Hay una certidumbre compartida. La organización es, ante todo, aquella operación política dadora de sentido a la práctica del trabajo. Implica la apelación a lo novedoso de la conflictividad, la capacidad de politización de la condición trabajadora, la activación del conflicto sobre el confort, la primacía de la angustia sobre el placer. La precariedad representa un desafío para el modelo sindical: debe ser capaz de contener las tensiones entre los diferentes tiempos organizativos, de repensar sus formas orgánicas y de participación, de preguntarse por las modalidades de politización de su sujeto de acción, de someter a crítica sus fundamentos sobre la institucionalidad y la representación obrera. Aquello que estas experiencias comprendieron fue que, frente a los nuevos escenarios establecidos para la disputa capital-trabajo, pierden capacidad los diseños reductores, los moldes facilistas, los discursos predeterminados. Percibieron la necesidad de situarse al nivel de las subjetividades del trabajo en tanto experiencia corporeizada de las nuevas formas de opresión, como el primer e indispensable movimiento de cualquier acción política. Fue sobre el margen en que operan los diversos modos de explotación, las variadas formas de la precariedad, las inconsistencias e inestabilidades de la experiencia de trabajo, desde donde pudieron empezar a articular, verbalizar, imaginar su respuesta. pampa | 63 |


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José Zas CEPETEL – Centro de Profesionales de Empresas de Telecomunicación

QUISIERA comenzar planteando lo que es un debate permanente al interior de nuestra organización: el hecho de construir poder de la clase trabajadora en los lugares donde no sólo no existe la organización, sino en donde no existe ni siquiera la intención de parte de los trabajadores de sindicalizarse. Si bien nosotros venimos de una experiencia bastante exitosa en tal sentido, esto no quiere decir en ningún caso que lo que hacemos es lo correcto. Sí creo, en cambio, que nuestra experiencia en el marco de la CTA expresa variables de una construcción más amplia que implica pensar una política gremial en los tiempos de la precariedad y no una táctica en particular. Nuestro sindicato es un viejo sindicato de trabajadores de actividades de comunicaciones, creado en el año 1978 y que, por la realidad socioeconómica del país en la década del ‘90, la embestida del neoliberalismo, en el año 1998 solicita su liquidación. Las autoridades de aquel momento, vía ministerio de Trabajo, se apropian de todos los bienes que tenía el sindicato. Era un sindicato de profesionales, universitarios, a los que representaba nuestra personería. En aquel momento, quedaba un remanente de compañeros de la vieja época, de la década del ‘80, que continuamos reuniéndonos en los bares, en los lugares donde podíamos discutir y construir la esperanza de recuperar la organización de los profesionales de las telecomunicaciones. Así, nos encontramos junto a los compañeros de FOETRA en el ámbito de la CTA. Se puede plantear que nuestro sujeto de sindicalización, que eran los trabajadores profesionales de las capas medias de las empresas, no solamente estaban cooptados por el neoliberalismo sino que también existía una voluntad individual de los trabajadores profesionales de no asociarse porque estaban convencidos de que la salida que proponían los años ‘90 era la correcta. En el 2002 tuvimos un serio conflicto que involucraba al principio a casi mil trabajadores. El conflicto implicaba suspensiones de un año con prácticamente desvinculaciones laborales al final de ese período. Ese número de mil compañeros quedó, luego, reducido a cuatrocientos. Durante este conflicto se abrió una posibilidad para nosotros de estar en contacto con los compañeros. | 64 | pampa


Nosotros no éramos más de diez de la vieja época del CEPETEL. Decidimos enfrentar la situación y convocar a los trabajadores, que estaban en este proceso de desvinculación, a debatir. En la primer asamblea que realizamos, el 18 de julio del 2002, eran más de doscientas personas las que vinieron. A partir de allí, la voluntad de esos trabajadores dio como resultado el primer embrión organizativo. En este sentido, uno tiene que tener en cuenta que nuestra participación en la Central promovió un marco de resistencia para los trabajadores: porque ese contexto del año 2002 ayudó mucho a que los trabajadores se sintieran afectados y las consecuencias de la pérdida del trabajo mostraba su verdadera dimensión, más allá de que veníamos de un achique permanente. Era un año donde la desocupación estaba en el 25% y ya no era fácil acceder o aceptar irse a la calle. Así nos vimos ante la necesidad de inventar acciones para cambiar la situación. Estar en el marco de la CTA en principio era no sólo el paraguas político sino también, en la cotidianeidad, el asesoramiento legal, el lugar físico, etc. Desde allí, elaboramos un plan de resistencia. En ese momento, a la mayoría de compañeros los teníamos suspendidos. Había muchos que habían aceptado voluntariamente la suspensión y, a los que no la aceptaban voluntariamente, se los suspendía por treinta, sesenta o noventa días de manera completamente arbitraria por parte de la empresa Telefónica. Cómo represalia a negarse a la suspensión tuvimos cuarenta y tres despidos en forma simultánea, lo que provocó mayores niveles de participación y un mayor nivel de organización sindical no sólo de aquellos que estaban afectados. Nosotros, al mismo tiempo que comenzamos esta táctica de exigir la restitución de los despidos, habíamos solicitado la restitución de la personería gremial para el sindicato que en ese momento ya no existía. Paralelamente fuimos manejando las dos premisas. Nombramos para ello, mediante asamblea, una junta de compañeros que tenían estos dos objetivos: representar a los trabajadores en el conflicto y promover la restitución del sindicato. El conflicto tuvo intervención de diputados, muchas acciones de propaganda, que promovieron que el ministerio de Trabajo pudiera traccionar un expediente que se hallaba en el ámbito laboral de la Ciudad de Buenos Aires y dictar una conciliación obligatoria. Esto nos sirvió para entender que, a veces, aferrarse a la legalidad retrasa en comparación de estar atento a la correlación de fuerzas durante el conflicto. Por ejemplo, en ese caso, debimos sentarnos en una mesa de negociación, como ordenaba la conciliación; y no teníamos sindicato: nos sentamos como Central de los Trabajadores Argentinos. Luego de un par de meses, pudimos reincorporar a veinticuatro compañeros. El resto, pampa | 65 |


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más allá de nuestro trabajo, aceptó el retiro voluntario porque entendían que era imposible lograr el proyecto que se proponía la asamblea. Esta experiencia, este proceso que comenzó a formarse más fuertemente con aquel conflicto, posibilitó el enfrentamiento con la empresa Telefónica y ayudó a sumar a los compañeros de la empresa Telecom. Y a fines del 2003, después de nuevos embates, nuevos enfrentamientos con la patronal, el Ministerio de Trabajo ordenó la normalización del sindicato, nombrar un delegado normalizador. Acá vale la pena destacar que el momento, la coyuntura, el nivel de conflictividad, el contexto fue lo que traccionaba la decisión y no el creer que es una buena política del Ministerio de Trabajo que nos cede o quiere ayudar a la clase trabajadora. En el 2003 pudimos realizar las elecciones y desde ahí, con más legalidad, seguimos resistiendo y luchando por más legalidad que implicaba, ya en esta etapa, firmar convenio colectivo de trabajo con las dos empresas. Esto fue un camino, luego de muchas idas y vueltas, hasta el año 2008 en que pudimos con las dos empresas firmar convenios. Desde el año 1991 que los trabajadores no firmaban convenios con las telefónicas y en esa nueva firma logramos una escala salarial acorde al 2008 –¡imagínense que el anterior era en Australes!–; además, claro, del marco legal para todos los trabajadores. Ya, a esta altura, habían pasado casi ocho años de organización. Quiero decir con esto que nada fue de un día para el otro, que la construcción lleva mucho trabajo y dedicación. Hoy estamos en situación de lucha para lograr la aplicación del convenio colectivo. También en Telecom: al no haber existido un conflicto como en Telefónica, estamos intentando nosotros, ya con una estrategia diferente, generar una conflictividad de acuerdo a la necesidad de la gente y la disconformidad. ¿Qué enseñó nuestro recorrido organizativo al interior de los trabajadores de las empresas telefónicas? Que aquel oasis del retiro voluntario que planteaba el neoliberalismo desapareció y la confianza en la organización colectiva perduró. Los compañeros que confiaron hoy están no sólo con trabajo, sino con sindicato, con mesa de negociación, con convenio y con aumento. Por otro lado, acompañamos la organización de los compañeros tercerizados por las empresas telefónicas. En ese proceso vivimos un fracaso, en el sentido que no pudimos aglutinar y tener un norte claro en lo que fue la construcción en términos de clase. Lamentablemente, al ser los trabajadores de la actividad tercerizada, eran representados en su gran mayoría por la UOCRA; por otro lado, al ser trabajadores de base no entraban en nuestro ámbito, sino que les correspondían otras organizaciones de telefónicos y | 66 | pampa


nuestra acción quedó muy acotada. Si bien, en principio, nuestra presencia promovió una incipiente construcción organizativa de un grupo de trabajadores que llegaron a hacer asambleas de casi doscientos trabajadores, con el tiempo los tercerizados fueron avanzando y generando acciones dentro de FOETRA, organización que se hizo cargo del conflicto y llegaron a firmar un convenio parcial para esa porción de la actividad, vía a negociación con la UOCRA respecto a la representación. Traigo este caso porque es ejemplificador de los modelos sindicales. Cuando nosotros intervenimos fue para poder lograr, con el grado de conflictividad, el desarrollo propio de los compañeros tercerizados –identidad, especificidad, dinámica propia–, bajo el paraguas de la CTA. Sin embargo, muchos de aquel conflicto inicial no siguieron organizados; es más, quedaron sin empleo. Y lo que quedó dentro del marco legal dependió no tanto de la lucha de los trabajadores sino de la capacidad de negociación FOETRA-UOCRA. Esto, en términos de la experiencia que queda en el proceso de politización de un trabajador durante el conflicto, tiene diferencias abismales: en una el sujeto es “de derecho” y en la otra se constituye como sujeto de acción, sujeto sindicalizado. Esto es muy importante de charlar acá, por el motivo de la mesa. Los tercerizados de nuestra actividad en su mayoría son trabajadores que no están contemplados en ninguna convención. Son, en su mayoría trabajadores de más de cuarenta años de edad. Aunque suene raro, las telefónicas no contratan en esos puestos a compañeros jóvenes y las condiciones de trabajo no son las mejores; entonces, su salud, su condición física se deteriora mucho más rápido que aquel que no está precarizado. Esta condición hace que, cuando el trabajo pasa de ser no decente a ser semi-decente, hoy sea legal en los tercerizados. Y, peor, aquellos que son militantes y no son, en términos políticos, cercanos al riñón de los sindicatos que ostentan las personerías gremiales son arrojados automáticamente al margen de la “oposición”, sencillamente porque significan el ruido dentro del modelo de la negociación entre cúpulas. Traigo este caso porque hay cosas que tenemos que tener muy en cuenta cuando se está construyendo. Quiero decir que los fracasos, los despidos, las perdidas son de todos; no es que pertenecen a un sector en particular. Aquellos que participamos en la construcción obrera tenemos que tener muy en cuenta que el terreno de la precariedad es opaco, no hay receta, es difuso; pero que los principios de nuestra organización y nuestro modelo sirven más que los del aparato y los de las legalidades efímeras. Otra experiencia que estamos encarando en este momento es la de los informáticos. Simplemente por creer que en el futuro las telecomunicaciones pampa | 67 |


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y la informática van a ser parte de una misma actividad. De allí esa famosa palabra de la “convergencia”. Por otro lado, el caso testigo del despedido de IBM por su militancia en la CTA, Guillermo Acedo, nos puso ante el desafío de la construcción de este sector. Así estamos encarando el desafío de construir sindicalismo tanto dentro de las empresas que brindan servicios de informática como de las que fabrican y desarrollan software: existe un embrión muy incipiente en Santa Fe de compañeros que hacen el servicio técnico de los cajeros automáticos; otra experiencia en la zona norte de Buenos Aires con trabajadores de IBM; y, finalmente, una experiencia en La Plata donde encontramos gran cantidad de compañeros jóvenes. Allí estamos trabajando en conjunto con los compañeros de ATE y con la CTA Provincia. Con todas estas experiencias nuestra idea es acompañar y respetar su proceso de construcción. Y aquí hay dos aspectos. Por un lado, deseamos que este proceso de organización del que somos parte sea parte de la CTA y, si después cuadra y es necesario que sean parte de nuestro sindicato –de nuestra actividad y nuestro convenio–, estará muy bien porque agrandamos nuestra base, claro, y nos damos soporte para la lucha dentro de un sector dificilísimo. Pero, de no ser así, comprendemos que, muchas veces, el marco lo da la conflictividad, la correlación de fuerzas y también la historia de los que se organizan: uno no puede ni ponerse en el extremo del “sindicato propio” por cada nodo de conflicto ni, tampoco, en la derivación mecánica por actividad a los sindicatos convencionales de cada actividad. Por otro lado, el ámbito de los trabajadores profesional tiene características muy propias y muy difíciles al momento de la organización. Esto lo compartimos con muchos compañeros de ATE en el área de salud, que saben que los médicos se transforman, también, en una elite. Son casos donde el tema de la jerarquía te lleva, en muchos casos, a discusiones sin sentido y a un gran desgaste en términos de la organización. En la experiencia, entonces, no hay una metodología. No hay una única forma de construcción. Lo que sí hay es un saber antiguo y que sigue siendo siempre fundamental: la organización y politización de la base. Si nosotros no podemos conseguir convencer a diez compañeros de que tienen que organizarse y buscar sus propias formas de organización, difícilmente desde las cúpulas se pueda bajar una línea. Creo que esa forma es la que utiliza la CGT y la que da, en la mayoría de los casos, grades fracasos a la clase trabajadora: formas de construcción que impiden que el sindicalismo sea parte de la verdadera discusión sobre la distribución de la riqueza, sobre un nuevo modelo de producción, sobre una nueva forma de sociedad. Sobre, en definitiva, una nueva forma de encarar un futuro para todos los trabajadores del país. // | 68 | pampa


METELE / Movimiento de Educadores y Trabajadores de Español como Lengua Extranjera NOSOTROS pertenecemos a un movimiento que intenta agrupar a docentes de español para extranjeros. Es una actividad nueva que surge fuertemente a partir de la devaluación. Es una actividad educativa pero que, en general, se vende dentro de un paquete turístico. Se hizo sobre la marcha a partir del momento en que empezaron a llegar una enorme cantidad de turistas por la devaluación que querían aprender español: básicamente, se organizó a través de institutos, sin ningún tipo de regulación, respondiendo a una demanda de mercado que se creó de golpe. Frente a eso, lo que pasa es que, al momento de identificarse como trabajador para luchar por derechos laborales, se hacía muy difícil porque la misma forma en que está organizada la actividad no tenía ningún tipo de unificación. De hecho, empezamos hablando entre nosotros sobre los problemas que teníamos en común; como había muchos estudiantes universitarios –sobre todo de la Facultad de Filosofía y Letras y de Sociales de la UBA–, nos empezamos a encontrar más por charlas de pasillo en la Facultad que en los ámbitos de trabajo. El nuestro es un trabajo por el que cualquier estudiante de Letras que quiere un trabajo part time en algún momento pasa, porque una característica de la actividad es el alto grado de rotación de los trabajadores. Esto porque, al ser una actividad tan nueva, está super precarizada y no tiene ningún marco legal que la regule ni que la considere siquiera como actividad específica. Entonces, nos empezamos a cruzar en un ámbito que no era el ámbito específicamente laboral, porque los ámbitos de trabajo varían mucho: es muy diferente cómo se trabaja en los institutos grandes que en otros muy chiquitos, que a veces consisten en un departamento de dos ambientes al que llega un extranjero, le das una hora de clases, te vas y después viene otro compañero al que, con suerte, te lo cruzás en la puerta del edificio. Como el ámbito laboral no permitía esa instancia de socialización y unificación, surgen inquietudes por conversaciones en la Facultad y, en base a eso, circula un correo electrónico a varios de los que trabajábamos de esto proponiendo juntarnos a hablar sobre las condiciones en las que trabajábamos y qué podíamos hacer ante ellas. Esto fue a fin del año pasado. Desde ese momento, venimos juntándonos. Hicimos varias actividades de difusión, lecturas de poesías y convocando reuniones a más gente que trabaja de lo mismo para conversar sobre cuáles son sus condiciones. A partir de esto, nos pampa | 69 |


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dimos cuenta que las condiciones son muy heterogéneas, que tampoco existe información oficial que nos permita saber cómo es el panorama más general. Ahora están surgiendo algunos informes más oficiales del Gobierno de la Ciudad, para quien la actividad entra en la categoría extraña de “turismo idiomático”. Estamos, entonces, en una etapa bastante incipiente como organización. La adversidad para producir sindicalismo en una actividad como la nuestra es total. Primero, los trabajadores están totalmente atomizados, físicamente: cada uno trabaja en un lugar diferente y alejado del otro, en turnos totalmente dispares. Por otro lado, la patronal está totalmente atomizada. Muchas veces, la patronal a la que nos referimos es básicamente un yuppie, un tipo de 30 años. Por ejemplo, en un lugar donde yo trabajaba, la patronal eran dos tipos: un yanqui que tenía mucha plata y su novio, que laburaba acá y era una especie de secretario privado de este tipo. No es, por decirlo de alguna forma, la patronal a la que uno está acostumbrado. Nosotros, entonces, nos vemos enfrentados a tener que construir una patronal para poder entablar y generar el conflicto. Si uno piensa que el sindicalismo es la organización de los trabajadores, respecto de una instancia previa a los éxitos que pueda tener esa organización, nosotros estamos en lo previo a lo previo. Sumado a todo esto, las personas con las que nosotros intentamos entablar el diálogo para intentar organizarnos –es decir, los profesores de español para extranjeros– ni siquiera se consideran trabajadores. Además, no hay regulación de la actividad. Nosotros fuimos al sindicato que por idoneidad nos correspondería que es el SADOP –el Sindicato de Docentes Privados– y ellos nos plantean lo que nosotros denominados “la paradoja de SADOP”: nos decían que, si nosotros estábamos en negro, no nos podían incluir; ahora, que si no teníamos ni voz ni voto, no podían hacer nada. Entonces, si no nos pueden incluir, no pueden cambiar nuestra situación y, si no pueden tratar nuestra situación, no nos pueden incluir. Por lo cual, en el sindicato que nos correspondería fue difícil que nos dieran bola. Para que lo hicieran, tuvimos que lograr una nota en Página/12 donde decíamos esto mismo –lo que, obviamente, no les gustó, pero que estuvo bien porque, aunque nos seguían diciendo “disculpen, chicos, no hay nada para hacer”, nos recibieron con café y masitas. Nosotros participamos en unas jornadas de la CTA de Capital donde Alejandro Ferraris, abogado, planteaba algo con lo cual estamos de acuerdo y es que antes de la libertad sindical colectiva está la libertad sindical individual. Es decir, la libertad sindical en principio es algo que se ejerce en nombre pro| 70 | pampa


pio. Nosotros en nuestra organización intentamos respetar eso a rajatabla. Después planteaba también que lo ideal sería que no haya abogados laboralistas, sino que todos los trabajadores conozcan, manejen la legalidad y puedan, con soltura, ser sus propios abogados. Nosotros pensamos lo mismo con respecto a los delegados gremiales. Un delegado debe trabajar para poder autosuprimirse y que todos los trabajadores ejerzan su libertad sindical colectivamente en nombre propio, en esa tensión. Entran, entonces, todas las dificultades sobre qué hacer si la organización crece, donde para nosotros sería un problema esto de tener que trabajar sobre la representatividad. Aunque problema bienvenido, porque implicaría que estaríamos creciendo. Lo que notamos en nuestra experiencia fue que, a medida que nos íbamos organizando, haciendo distintas acciones colectivas –denuncias, escraches, recitales– para lograr visibilidad, la patronal se iba organizando. Empezaban a aparecer espacios entre ellos y lazos que van tejiendo entre escuela y escuela. Esto nos parece un indicador importante por lo que podíamos concluir de esto: que un movimiento en un lado, se traducía en un movimiento del otro. En ese punto, puede ser bienvenida una ofensiva de la patronal porque está dando cuenta de una organización del lado de los trabajadores cada vez más fuerte. Nuestro proceder, por otra parte, se inscribe bajo la idea de alianzas flexibles. Es decir, nosotros entablamos alianzas flexibles en razón de los objetivos más o menos momentáneos que tenemos, ya sea con CTA, que siempre nos recibió muy bien, sea con distintos medios, sea con la Legislatura de la Ciudad. Es un camino duro porque vemos que nuestro trabajo es una forma muy nueva de trabajar. Donde los horarios son muy flexibles, donde uno elije el momento en que se quiere ir de vacaciones, donde hay toda una atmósfera de “libertad” pero en el sentido liberal, no libertario. Si en el momento cuando la subjetividad que producía la fábrica, la escuela, el hospital era como estas baldosas –todas en celdas uniformes, más o menos similares– y era difícil generar conciencia, imagínense en este momento de desarrollo del capital, donde la subjetividad que se produce es como un tamiz autodeformante: donde te dicen que tu celda vos la podés pintar del color que vos quieras, podés tener un celular y demás cosas. En esta atmósfera de falsa libertad es mucho más difícil aun la generación de conciencia y de apropiación de la propia actividad. Entonces, hay dos movimientos. Uno puede intentar forzar las condiciones para producir más uniformidad y rigidez para poder trabajar desde ahí. O bien tomar otras alternativas. En principio, lo que intentamos hacer es que la gente tome conciencia de su malestar, porpampa | 71 |


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que a nadie le gusta trabajar bajo las condiciones que trabajamos nosotros, que parecemos estar en el siglo XVI: las vacaciones nos las pagamos nosotros, si nos enfermamos, no cobramos, estamos en una situación precaria de jornaleros, con un transfondo de formación profesional y de extracción de clase media. Esto último es, por cierto, otro obstáculo tremendo para la organización: porque la conciencia profesional apunta, en el mejor de los casos, a una colegiatura, jamás a un sindicato. Entonces, hay todo un trabajo previo a lo previo de la organización, que es en lo que estamos ahora. En este panorama, es hasta casi contraproducente el nivel educativo de la mayoría de los docentes, porque con él tienden más a identificarse con un profesional liberal que con un trabajador y menos aún con un trabajador que tenga una tradición de organización sindical. En este sentido, lo que sucede es algo muy extraño, muy esquizoide: en la facultad hablás de Marx, en el trabajo te lo olvidaste. En esta relación entre la novedad de la actividad y los instrumentos organizativos y de contenido político-gremial más tradicionales, nos está pasando ahora algo paradójico. Te ponen en blanco y uno diría que es algo bueno, porque la mayoría de la gente que trabaja de esto –un 60%– está en negro, un 30% en monotributo, lo cual es un terrible fraude laboral porque estamos siempre bajo una relación de dependencia. Pero lo que estamos viendo ahora es que la patronal está usando la estrategia del blanqueo para después echarte y no tener un terrible juicio por una relación laboral que es bastante fácil de probar. En este sentido, es difícil para nosotros como militantes sindicales la ausencia de modelos que nos puedan servir a los fines prácticos. Porque si uno va con las promesas y el arengue clásico, se matan de risa, no funcionan. Es tan nueva la forma de trabajo que nuestro desafío es cómo construimos un sindicalismo que esté a la altura de la novedad de las condiciones en las que estamos nosotros. Estamos, entonces, buscando diferentes modelos, inventando constantemente cómo generar visibilidad, cómo generar cohesión y cómo generar conciencia en los trabajadores. //

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Betty Raiter Asociación Argentina de Actores

Los actores somos trabajadores La Asociación Argentina de Actores cumple por estos días sus 90 años de existencia. Es importante saber de dónde venimos. Por eso haré una síntesis de cómo nació nuestra organización. Por 1910 los espectáculos teatrales mostraban una vitalidad sin precedentes. En el caso de los autores, se caracterizaban por su independencia de decisión sobre qué encargos aceptaban y cuáles no, beneficiados por los derechos de autor que cobraban por función. Las desventajas, en cambio, eran para los actores, con ensayos hasta las 17 hs., función a las 18 hs., rápida comida y luego prepararse para la función de la noche. Cuando los números no daban, les reducían los sueldos o eran abandonados en medio de una gira. La Asociación de Artistas Líricos y Dramáticos Nacionales, creada en 1907, tenía poca actividad y no contaba con fuerzas para enfrentar a los empresarios. Luego de diversos encuentros de compañías teatrales hacia 1918, se funda la Sociedad Argentina de Actores el 18 de marzo de 1919, con objetivos mutualistas, culturales y también gremiales y se proponía conseguir mejoras en las condiciones laborales de sus asociados. Se adoptaron diversas resoluciones para salvaguardar los derechos de actores y se redactó un Pliego de Condiciones que se presentó a la Asociación de Empresarios Teatrales. En dicho documento, básicamente se pedía: un sueldo mínimo, un día de descanso para ensayar, contrato único, y un plus para compensar las actuaciones extra que requería el vermouth. Pero los empresarios lo rechazaron en todos sus términos. Los artistas extranjeros también habían entrado en huelga. El 1 de Mayo la Sociedad Internacional de Artistas había declarado la huelga por reclamos similares y convocaron un mitin callejero como forma de protesta. El sábado 3 de Mayo, cerca de 800 artistas, extranjeros pero también argentinos, desfilaron por las calles céntricas con pancartas que pedían “por la dignidad de la clase”, “contra el hambre” y coreando estrofas de la Marsellesa. Con este trasfondo, en la asamblea del 5 de Mayo, los actores de la Sociedad Argentina de Actores decidieron declarar también la huelga: en los días siguientes, no hubo funciones teatrales en la ciudad de pampa | 73 |


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Buenos Aires. Ambas Sociedades, la de los artistas internacionales y la de los nacionales se unieron y formaron la Federación de Sociedades Teatrales y de Espectáculos Públicos, organización que convocó además a otros gremios del teatro (músicos, maquinistas, utileros, electricistas, porteros). La Federación se puso al frente de la huelga: se formaron comisiones para vigilar las salas y evitar el “carneraje” y se organizaron cooperativas de trabajo para actuar en teatros periféricos –no controlados por los empresarios– y constituir un fondo de huelga. Al mismo tiempo, con esta especie de “autogestión” se buscaba demostrar la inutilidad de los intermediarios, es decir los empresarios, entre el público y los artistas. La huelga se extendió no sólo a la mayoría de los teatros de la Capital, sino que también se plegaron algunas compañías de Bahía Blanca y también de Rosario. Un grupo de autores que apoyaron la huelga fueron expulsados de la Sociedad de Autores. Se organizó rápidamente la Asociación de Empresarios, que otorgó algunos aumentos a las categorías más bajas de actores. Presionaron a los cabeza de compañía para que sus actores trabajaran. Florencio Parravicini –capocómico por excelencia, y empresario de una de las compañías más taquilleras– volvió a actuar junto a su elenco; el 22 volvió otra de las compañías más importantes, la de Muiño-Allipi, y así sucesivamente. Podríamos decir que la huelga se perdió, pero impactó profundamente en las asociaciones involucradas y en la sociedad marcando un precedente importante. Para algunos, la lucha debía continuar e incluso proponían afiliarse a la FORA, de orientación anarco-sindicalista; para otros la Sociedad de Actores debía volcarse a las actividades mutuales y culturales, y rechazar las acciones de lucha que equiparen el trabajo de un actor con el de un obrero. Finalmente esta última fue la posición dominante. Aclaraban para justificar también lo ocurrido durante la huelga: “No puede nuestra Sociedad un carácter de resistencia obrerista en el sentido más lato de la palabra, por cuanto nuestras condiciones de trabajo difieren de las del obrero manual; múltiples factores de diversa índole contribuyen a especializar nuestras reivindicaciones, que si en un momento determinado pudieron traducirse en un movimiento huelguista, nunca puede ser éste nuestro medio habitual de lucha. Una aspiración colectiva es que nuestra Sociedad tenga fines culturales y de mutua protección. (...) Nuestra obra actual debe ser reconstructiva, de proselitismo, a fin de agrupar a actrices o a actores para realizar la obra de dignificación, cultura, previsión y defensa de los intereses comunes a todos. Este es nuestro propósito y vaya a modo de programa la misión que colectivamente nos hemos trazado: ¡Trabajar!. ¡Trabajar!. ¡Trabajar!”. | 74 | pampa


Luego de la reforma de los estatutos, el número de socios volvió a aumentar al permitir la incorporación de apuntadores, traspuntes, directores de orquesta, coristas y meritorios con dos años de antigüedad en la profesión. El crecimiento de la Asociación le permitió conseguir algunos beneficios para sus asociados. El 28 de Octubre de 1920, y luego de arduas negociaciones con la Sociedad de Empresarios, se firmaron las “Bases de Trabajo”: el primer convenio colectivo de trabajo para las actividades teatrales. De allí surgió el lunes como día de descanso que se mantiene hasta nuestros días, entre otras conquistas. El 11 de Marzo, en un multitudinario encuentro, actores y autores se reunieron en el teatro Princesa para ratificar el pacto y luego desfilar por las calles. Pasaron muchas cosas después: la Unión de Actores en 1923 con los actores más ligados a los empresarios, se fusiona en 1924 con la Sociedad de Actores y es presidida por Enrique Muiño, actor empresario. Los actores en cooperativa tenían su propia lucha y a veces se los llamaba “ex” actores. De un lado había estado la Federación –integrada por la Sociedad de Autores, la Asociación de Actores y otros gremios menores–, del otro quedaban la Unión de Actores, el Círculo de Autores y la Sociedad de Empresarios. De hecho, la Federación organizó su lucha no sólo para reclamar mejoras en las condiciones de trabajo sino también para combatir la comercialización del teatro y recuperar la calidad que supuestamente se estaba perdiendo. El 1° de Mayo de 1921 la Federación decidió paralizar las funciones diurnas, en adhesión a la familia obrera. A partir de ese momento, todo ocurre rápidamente: las principales figuras de la Sociedad de Actores renuncian, comienzan a circular “listas negras”, acusaciones a los dirigentes de la Federación, y cientos de rumores. Por su parte, la Federación respondió pidiendo que cada uno de sus integrantes se encuadre en su respectivo gremio y acate las órdenes de la Federación.

¿Cómo estamos hoy? La conducción actual de la Asociación Argentina de Actores, asumió en diciembre de 2008, habiendo triunfado por un 65% de los votos. Tres listas se presentaron a elecciones, una presidida por Gerardo Romano, otra por Marta González y la que integramos, con Cecilia Cenci presidenta, Luis “El Turco” Alí secretario general y Ana Celentano secretaria adjunta. Muchos de sus integrantes venían de una gestión anterior. En su gran mayoría los miempampa | 75 |


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bros del actual Consejo Integral somos los jóvenes militantes de los ´70 de nuestro sindicato. La tarea no es sencilla. Todos los actores, bailarines, titiriteros, traspuntes, apuntadores, cobran a través de nuestro sindicato, que se ocupa de asegurarse que los contratos y los pagos correspondan a lo estipulado en los Convenios Colectivos de Trabajo de Televisión, Teatro Empresa y Cine. Defendemos los intereses de los compañeros preservando los nombres de quienes reclaman para evitarles represalias patronales. Por un lado están las figuras que, con más posibilidades de negociación, recurren al sindicato por alguna cuestión de incumplimiento contractual. Están los actores conocidos que no llegan a ser protagonistas, protegidos por nuestro sindicato a través de los Convenios Colectivos. También están los menos conocidos, sin posibilidad alguna de negociación, que son objeto de intentos de cobrar menos de los que establecen las escalas salariales (en negro) a quienes debemos defender, siempre dejando en claro que es exigencia del sindicato y no del actor, para preservarlo y que no sea puesto en una lista negra para la patronal, por el hecho de reclamar, lista de la cual, sabemos, no se sale. Pocas veces pueden negociar por encima de los mínimos. Hay muchos esperando ocupar ese lugar de trabajo. Están, por último, los que aceptan trabajar en cooperativas, que son producciones encubiertas que evitan pagar los salarios mínimos, porque el deseo de trabajo es enorme. Voy a citar algo que Carella me dijo hace años: “Trabajamos en lo que nos gusta, nos pagan y encima nos aplauden. A qué trabajador lo aplauden cuando termina su trabajo? A un albañil lo aplauden?” Es una excelente síntesis para mostrar la dificultad que existe en nuestro gremio para tener conciencia de que somos trabajadores. Que los actores somos trabajadores. Que pertenecemos a la clase trabajadora. Para muchos de nuestros compañeros no es fácil aceptarse como parte de esta clase. La atipicidad del trabajo y el afecto del público confunden. Desde el sindicato debemos tener la claridad de que es preciso defender los derechos de todos nuestros compañeros; y que, desde las figuras hasta los que trabajan en cooperativa, necesitan de nuestra intervención. En los teatros oficiales se trabaja fuera del Convenio Colectivo de Trabajo, con sueldos por debajo de la escala salarial vigente. Es una lucha que estamos manteniendo para equiparar los sueldos y para que se los contrate con el modelo de contrato que corresponde y no como lo hacen ahora, bajo la figura de “Contrato de locación de servicios”, ignorando el Convenio Colectivo de trabajo. | 76 | pampa


Hoy vamos hacia una Ley del Actor, que elimine esta extraña situación de tener Convenios Colectivos de Trabajo, discutir paritarias en las distintas ramas y, sin embargo, que a los actores no se nos reconozca la relación de dependencia y, entre otras cosas, debamos jubilarnos como autónomos. En muchos casos, debemos facturar. Como en 1919, peleamos para que se cumplan los horarios que estipulan los convenios colectivos, se paguen las horas extras, los contratos pasen por nuestro sindicato, contra el trabajo en negro y contra la explotación. Peleamos por más ficción en televisión, por más obras en cartel en los teatros oficiales, por condiciones dignas de trabajo. Y esperamos que salga la Ley del Actor. El deseo de trabajar es un motor constante en los actores. La defensa contra la precarización laboral y por los derechos de condiciones dignas de trabajo, previsión y salario es un motor constante de los dirigentes de nuestro sindicato. Recordemos lo que decían nuestros compañeros de 1919, cuyas conquistas hoy perduran –porque la única conquista que se pierde es la que se abandona–, conquistas que profundizamos con el tiempo y nunca abandonamos. Los del ‘19 decían: Nuestra obra actual debe ser reconstructiva, de proselitismo, a fin de agrupar a actrices o a actores para realizar la obra de dignificación, cultura, previsión y defensa de los intereses comunes a todos. Este es nuestro propósito y vaya a modo de programa la misión que colectivamente nos hemos trazado: ¡Trabajar!. ¡Trabajar!. ¡Trabajar!”. Valga la diferencia. //

Juan Caccamo SIMECA - Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes de Actores NUESTRA experiencia de organización ya tiene diez años, en los cuales hemos atravesado diferentes etapas. Todas duras pero hoy en día con un poco más de maduración. Para poder entender el ahora, es importante entender cómo nació esta experiencia y desde qué óptica. Comprendiendo que esta actividad es relativamente nueva, tendrá alrededor de veinticinco, treinta años como mucho. Y que, básicamente, nació en la ilegalidad total. Recién hace poco se sancionó una ley, relativamente tibia, para la regulación de la actividad y en el marco de la ciudad de Buenos Aires solamente. Digo ilegalidad porque no existían patronales. Aunque sí existían de hecho, en la relación laboral con pampa | 77 |


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el mensajero no eran nada; estábamos a la libre decisión de ellos, con abusos laborales de todo tipo. Ilegalidad porque eran verdulerías, eran kioscos. No había convenio colectivo con la especificidad de nuestra actividad. Todo esto hizo que nosotros nos definiéramos como “hijos de la precariedad”: nosotros nacimos y nuestra actividad nació precarizada. Uno puede creer que es una desventaja; lo cual en parte es cierto en tanto hasta el día de hoy la precarización laboral es nuestro principal problema. La precariedad laboral no sólo nos recorta derechos laborales, nos despoja de nuestros derechos, nos los quita y nos los niega, sino que también nos mata: debajo de un camión, de un colectivo, de un auto. Digo esto para que puedan dimensionar la particularidad que tiene para nosotros la precarización laboral. El sindicato surgió espontáneamente en el año 1999. Eran muy pocos, en ese momento, los que teníamos un ámbito de trabajo donde se agrupaban o se reunían los compañeros, por lo cual nuestro lugar de encuentro siempre fue la calle. Incluso hoy en día, más allá de que los compañeros tengan empresas o lugares de trabajo más claros, nos seguimos juntando en las paradas, nos seguimos juntando en las esquinas. Nuestra experiencia, entonces, en esto de contrastar modelos, es muy rica porque surgió a la inversa: desde la calle, espontáneamente y frente a la precariedad y a la ausencia del Estado al no regular y obligar a las patronales a cumplir con determinadas metodologías y condiciones de trabajo. Esa fue una primera forma de organización que nos dimos y que fue muy importante para poder enfrentar esta adversidad bajo la forma de trabajo que tenemos, que es meramente individual, ya que trabajamos arriba de una moto. Eso, entonces, lo aprovechamos el doble porque somos sumamente solidarios entre nosotros y con la sociedad. Aunque nos quieran demonizar, como lo hacen últimamente todo el tiempo desde los medios de comunicación, somos sumamente solidarios: ante cualquier problema que se suscite en la calle, los primeros que paramos siempre somos nosotros. En algún sentido, la cuestión de la moto y la movilidad nos permite siempre estar en cualquier problema que aparezca rápidamente. Entonces, lejos de ser individualistas somos sumamente colectivos en nuestra cotidianeidad, por más que trabajamos arriba de una moto. Y eso me parece que es muy importante porque siempre nos sentimos como un colectivo, más allá de todo lo que vino después con la construcción del SIMECA, con la experiencia, con la lucha y con la mística, con la referencia que hoy tiene el sindicato en la calle no sólo con los compañeros del gremio sino con la sociedad en sí. Digo que nuestra organización tiene varias etapas porque fuimos madurando y haciendo la experiencia a partir de acertar y equivocarnos. Hay que | 78 | pampa


tener en cuenta que la mayoría de los compañeros que trabajamos en esta actividad y estamos en el gremio somos jóvenes. Para muchos en los barrios es el primer trabajo salir a trabajar en moto, en bicicleta, caminando y eso ayuda también a nuestro perfil. Quizá alguno piensa que el tránsito nos pone violentos, pero en realidad tenemos un perfil combativo porque es el que arrastramos y traemos desde nuestros barrios, desde nuestro crecimiento, desde nuestra adolescencia, con todos los problemas que eso conlleva. Entonces, el hecho de que seamos jóvenes siempre hizo que nos identificáramos más como conjunto. En cuanto a las formas de trabajo –y esto en relación con la precariedad de que hablaba–, nosotros pasamos por todas las formas de trabajo precarias posibles. Trabajo en negro: en un primer momento y hasta el 2003, casi la totalidad de los mensajeros trabajaba en negro. Cosa que no tenía que ver con el hecho de que la patronal fuera chica o grande, ya que grandes agencias, que trabajaban para empresas de primera línea, tenían a todos los trabajadores en negro. Muy pocos eran blanqueados en otros convenios colectivos: en general, en Comercio por ser el convenio más flexibilizador. Tengamos en cuenta un dato que no es menor y es el hecho de que nuestra actividad tuvo su momento de auge en la década del ‘90, momento en que se estaba entregando el país, se sancionaban las leyes flexibilizadoras que recortaban todo tipo de derechos a los trabajadores. En ese marco es que nuestra actividad se desarrolla bajo una precariedad absoluta. Después surge, en cuanto a la contratación, el monotributo: un fraude laboral, porque está clara la relación de dependencia y blanqueos bajo convenios que no nos representan. Es decir, blanqueos que no son reales en cuanto a la especificidad de nuestra actividad y, por lo tanto, también son fraudulentos. Es decir, estamos, desde el origen, atravesados por los tipos de modalidad de contratación que son fraudulentas. ¿Qué hacemos nosotros con todo esto? Nuestras primeras experiencias de lucha eran puntuales y tenían que ver con la acción directa. En un principio, no había mucha organización: se trataba de, frente a alguna cuestión específica, juntarse todos los compañeros por medio del boca en boca, a lo sumo algún volante, convocarse y salir a pelear. En su momento fueron los pilotes del microcentro. Cuando en el año 2000, 2001, no se nos quería dejar entrar al microcentro con las motos. No crean que entonces había demasiada organización, sino que esto que les comentaba de la solidaridad, de pensarnos como colectivo, por medio del boca en boca, hizo que nos juntáramos cientos y cientos de compañeros y pudiéramos dar marcha atrás a la medida del pampa | 79 |


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gobierno de Ibarra. También tuvimos nuestra pelea en las autopistas por el tema de los peajes, donde ya ahí juntamos cerca de mil motos. Todo esto fue dejando un saldo organizativo. No es que, en un principio, nos propusimos la organización y la estructura, sino que se fue dando con el desarrollo mismo de nuestra experiencia. Nosotros empezamos a sentir la necesidad de empezar a estructurar toda esta energía, estas ganas, esta combatividad. Toda la sensación de injusticia que nos provocaba, desde arriba de la moto, ver a otros trabajadores que, aunque no estaban muy bien, estaban seguro mejor que nosotros. En el 2003, ustedes recordarán, se lanza la campaña por el trabajo registrado y nosotros sentimos que era una oportunidad. En ese tiempo, teníamos un ejercicio de movilización bastante continuo, así que no nos costó mucho convocar por el blanqueo: marchamos al ministerio de Trabajo pidiendo por el blanqueo de todos los que estábamos en negro, no sólo de aquellos que trabajan en mensajería sino también de los que trabajan como deliveries, cuya precariedad es más extrema todavía. Lo que pedimos en ese momento fueron inspectores; ni siquiera que el gobierno nos blanquee, sino que nos manden inspectores para poder hacerlo de conjunto, no delegarlo en el gobierno sino poder estar en el momento en que inspeccionaran las agencias. Así, conseguimos inspectores y empezamos a inspeccionar a todas las agencias, sobre todo las más grandes, las que tenían mayor cantidad de compañeros, con la idea de generar un efecto dominó más importante. Empezamos a dar una pelea muy dura con la cámara –porque ya para esa altura nuestra patronal tenía una cámara empresarial, aunque ni siquiera estaban registradas como mensajerías: eran kioscos, verdulerías, panaderías. Así fue que logramos cientos y cientos de blanqueos, ya con un saldo de organización bastante importante. Esto trajo un duro debate hacia el interior de nuestro gremio, con nuestros propios compañeros: porque íbamos a las agencias con las inspecciones por el blanqueo y cuando les planteábamos que había que pelear por eso para poder acceder a las asignaciones, a las vacaciones, la obra social, la jubilación, nos decían que no les servía porque iban a ganar menos plata, que era un trabajo de paso y nada más. Ante tanta ilegalidad, tanta precariedad, tanta poca perspectiva en el futuro, muchos compañeros tomaban el trabajo de mensajero como un trabajo de paso. Entonces, ni siquiera se planteaban la estabilidad laboral y el blanqueo; con lo cual, para nosotros, fue un debate bastante fuerte y duro para dar. Nos hemos encontrado, al ir a las asambleas en los lugares de trabajo, con estas discusiones frente a las cuales los argumentos no son sencillos de sostener porque uno comprende la realidad económica por la cual transitan los | 80 | pampa


compañeros. Finalmente, nosotros le hicimos entender a los compañeros el hecho de que al estar blanqueados íbamos a tener mayores posibilidades de pelear por más cosas en el futuro. En la situación de precariedad en la que nos encontrábamos, con la mayoría de los compañeros en negro, no teníamos una perspectiva de lucha de largo plazo. Porque hoy el compañero estaba pero al día siguiente el patrón se levantaba de mal humor o no le gustaba el corte de pelo –como nos pasó hace poco con un compañero– y te echaba sin muchas explicaciones. Si no existía esta organización no teníamos ninguna perspectiva de poder hacer algo. Nuestra organización siguió creciendo –sobre todo después del 2001, cuando jugamos un rol importante en las rebeliones populares del 19 y 20 de diciembre– tanto en referencia como en cantidad de compañeros. Más allá de nuestra poca estructura. Nosotros siempre fuimos bastante débiles en eso, siempre fue todo a pulmón. En ese sentido, incluso antes de que fuéramos parte de la Central, la CTA colaboró siempre mucho con SIMECA, sobre todo en estos huecos que teníamos en términos más estructurales de organización. Nosotros sabíamos de la pelea y de la lucha, de organizarnos e ir a donde tuviéramos que ir. Y toda esta experiencia, más las discusiones con otros compañeros y otros sectores, nos fueron enseñando y marcando el camino. El tema de los blanqueos fue para nosotros un punto de inflexión –por eso hablaba antes de las etapas que atravesamos como organización. De 1999 al 2003, una situación de mayor espontaneidad. Donde, frente a una situación de extrema precariedad en el trabajo, empezamos nosotros a instalar desde el sindicato la cuestión del blanqueo, de nuestros derechos laborales, y esto entró y caló hondo. Hoy en día, no les voy a decir que la mayoría de los compañeros están en blanco y bajo las condiciones en la que deberían estar, pero sí hemos logrado sin duda un cambio en la conciencia de los compañeros respecto a sus derechos como trabajadores. Y fueron muchísimos los blanqueos que hicimos, más allá de que sean en Comercio, en Camioneros, en Gastronómicos y Pasteleros en el caso de los deliveries. Nosotros conducíamos la pelea, conducíamos los conflictos y, en realidad, el encuadre convencional era de otro. De todas formas, los compañeros siempre son leales a quienes pelearon por ellos y siguen sintiendo su referencia en el sindicato. El tema de la legalidad fue, también, otra gran discusión dentro del sindicato, porque nosotros éramos “anti-legales”. Pero la misma experiencia nos demostró que nosotros debíamos contar con todas las herramientas que pudiéramos para que nos sirvieran como paraguas para la organización. Nos decidimos, entonces, a ser la representación –que de hecho lo éramos– de pampa | 81 |


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todos nuestros compañeros también frente a las autoridades de los diferentes gobiernos, sea Ciudad, sea Nación. Así como dimos la discusión hacia el interior del sindicato y empezamos con todos los trámites de nuestro expediente en el ministerio. Tuvimos que acompañar ese trámite también desde la pelea en la calle, porque hubo muchos problemas para lograr la aprobación de nuestro estatuto ya que tiene algunas particularidades, como, por ejemplo, que el plenario tiene mayor capacidad de decisión que la comisión directiva. Pero, finalmente, conseguimos en el 2004, 2005, la simple inscripción. Los conflictos que siguieron a ese proceso estuvieron ya mucho mejor armados: ya no se nos esfumaba, no se nos escapaba tanto, ya lográbamos capitalizar en políticas conflictos que conducíamos. Conflictos donde la precariedad era el tema central: contratos fraudulentos, jornadas extensas, todo lo que lleva a estar todo el día arriba de una moto, problemas de salud, etc. Nosotros siempre hicimos mucho hincapié en el trabajo a destajo: tenemos una modalidad de contratación por la cual cobramos a partir de lo que producimos, por lo tanto, cuanto más producimos, más cobramos. Esto genera lo que todos vemos en la calle: estar a mil por hora, esquivando autos, cortando semáforos, no tener freno en el afán de facturar. Porque además, de lo que producimos, el 50% o hasta a veces el 60% se lo lleva la patronal. Esto nos obliga a meter una determinada cantidad de viajes para que el día nos rinda. Esto nos lleva, entonces, a los accidentes de tránsito, que son una consecuencia directa de la precariedad laboral. Sobre esto, traje algunos datos para compartir con ustedes del 2001, 2002 y 2003 sobre accidentes de tránsito en la Ciudad de Buenos Aires, proporcionados por la Defensoría del Pueblo. En el 2001, tenemos un total de 468 víctimas, el 24,6% del total fueron víctimas de accidentes de tránsito. La edad promedio de los accidentes era de 26 años. En el 2002, hay un total de 378 víctimas, un 22% del total fueron víctimas por accidentes de tránsito, con un promedio de 27 años. Y en el 2003, 368. Hay otros datos que nos dio AUSA cuando nos convocó a una reunión por las imágenes terribles que se veían de choques en autopistas: nosotros somos apenas el 3% del tránsito en autopista y participamos del 30% de los accidentes. En el primer semestre del año tuvimos 7 muertos sólo en autopistas. También tenemos los datos del Hospital Fernández de los últimos tres años, del 2006 al 2009, donde figuran 1214 accidentes en moto, cifra que representa el 22% del total de accidentes de tránsito, con un promedio de edad de las víctimas de 26 años. Estas son sólo algunas estadísticas que demuestran lo que planteamos con respecto a la precariedad. Que no sólo nos recorta todos nuestros derechos como trabajadores, sino que también nos mata literalmente. | 82 | pampa


Clarisa Gambera Asociación Trabajadores del Estado Dirección General de Niñez y Adolescencia EN EL marco de una profunda transformación del mercado de trabajo que se viene discutiendo desde la mañana y que retomaron quienes me antecedieron, en las que la precarización aparece como rasgo estructural, desde nuestra experiencia particular podemos agregar que, en nuestro caso, el Estado no solo no resguarda Derechos sino que, de manera perversa, es el propio Estado el primero que precariza a sus propios trabajadores/as. Entonces, cómo encarar una práctica gremial, desde qué lugar le podemos pedir a un Estado que, más allá de las campañas de “empleo en blanco” nos precariza de diferentes maneras nuestro derechos. Pertenecemos a una generación, como muchos de mis compañeros y compañeras que están acá, en la que la precarización es parte de nuestra identidad constitutiva. Por nuestras experiencias de trabajo previas –en muchos casos veníamos de hacer encuestas, de trabajar temporalmente por períodos muy cortitos en distintas cosas– cuando llegamos al trabajo precario del Estado, muchos de nosotros tuvimos la sensación, de estar llegando, por suerte, a un “buen trabajo”. Sobre todo porque se vinculaba con lo que habíamos estudiado o con nuestros intereses. Está percepción de llegar a un trabajo “estable” chocaba con la de un contrato que no reflejaba nada de esa estabilidad. Para ilustrar, concretamente, cada vez que se acababa un contrato –algunos eran anuales y otros semestrales– se acumulaban meses y meses sin cobrar. Los orígenes de nuestra experiencia de organización se relacionan con estos períodos en los que acumulábamos cuatro o cinco meses sin cobrar. Al ingresar al Estado ya sabíamos que pasaríamos mucho tiempo sin plata, lo que quizás producía que se postergara la explosión de este malestar. De hecho, antes de aceptar un trabajo en el Gobierno de la Ciudad, uno debía preveer que alguien lo mantenga por un tiempo o que le presten plata pero ya al quinto mes el prestamista estaba en rojo y, entonces, empezaban las reuniones. Quiero decir con esto que la reivindicación era muy concreta y básica y que la idea de derechos se nos fue construyendo en la marcha. No sólo a nosotros –los compañeros y compañeros de la Dirección de Niñez– sino a toda una generación expulsada del imaginario de derechos del trabajo. pampa | 83 |


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Las reuniones que se generaban primero eran catárticas y de puro malestar. Con el tiempo, fuimos cada vez los que participábamos en esas reuniones autoconvocadas para ver cómo exigíamos el cobro de nuestros salarios adeudados. Nos autoconvocábamos en distintos lugares. En parques, en fábricas recuperadas, en centros culturales, en bares. Hubo picos donde éramos muchos trabajadores de distintos lugares del Gobierno de la Ciudad, en plenarios de miles de horas, con mucha dificultad porque cada uno hablaba por sí mismo o por un colectivo de tres trabajadores. Entonces, tomar decisiones era arduo porque todos pensábamos algo distinto y ninguno representaba a muchos. Finalmente, se cobraba y esa efervescencia gigante que nos juntaba desaparecía y estábamos otra vez en el kilómetro cero, en cuanto a la posibilidad de organización. Claro que acumulábamos experiencia, contactos con gente de todos los sectores de Ciudad, pero otra vez en cero, a reiniciar el ciclo que consistía en volver a trabajar cada uno en su lugar hasta que nuevamente se retrazaran los sueldos hasta la desesperación. Nos cruzábamos porque muchos nos conocemos de la facultad o de otros espacios. También acontecía algo muy llamativo con respecto a esto. Muchos de nosotros estábamos vinculados a experiencias militantes en otros ámbitos: culturales, territoriales. Sin embargo, no podíamos trasladar nada de esta experiencia a la idea de constituirnos como trabajadores, sindicalizarnos; parecía no transferible. Había un ámbito donde éramos combativos, creativos, teníamos mucha capacidad de organización, pero el contrato precarizado lo teníamos naturalizado, el laburo, aparecía como un ámbito donde no había mucho margen para hacer esas cosas. No podíamos establecer ese diálogo. Con el tiempo empezábamos a darnos cuenta que nos cruzábamos siempre los mismos. Otra vez, plenarios gigantescos. Y en ese momento lo que empezamos a sentir como necesidad era organizarnos bajo alguna forma que permitiera que esta experiencia –que era muy potente– se cristalizara en algo. De modo que, en el momento en que se cobrara, hubiera un reflujo medio natural o llegara el verano, algo de saldo organizativo quedara. En ese marco se da el debate sobre la sindicalización. La verdad, no es que llegamos y dijimos vamos a ATE porque es el gremio combativo. Estuvimos preguntando primero. El Sindicato que se llama a sí mismo “único” en el Gobierno de la Ciudad nos dijo que no existía la posibilidad de que nos organicemos porque éramos contratados, no trabajadores. Desorientados con esta respuesta, entendimos que el desafío era poner en discusión que los contratados éramos trabajadores. También jugaba como varia| 84 | pampa


ble, la conciencia profesional que vela la posibilidad de pensarnos como trabajadores. Por suerte, la profunda precarización también de la práctica concreta en la tarea, corre el velo y, más allá de nuestras subjetividades profesionales, nos empezamos a reconocer como trabajadores. Así llegamos a ATE. Somos trabajadores, nos dice ATE, y encontramos allí una posibilidad de ver al sindicato como una herramienta para organizarnos. Era también una forma de inscribirnos en una lucha que es histórica, que tiene que ver con el movimiento obrero, lo cual, para muchos, implicaba una novedad. ATE nos estaba dando esa posibilidad de inscribirnos en un continuo. El debate sobre sindicalizarnos en los plenarios autoconvocados de contratados fue un caos porque también pertenecemos a la generación de la crisis de representación, a la generación para la cual todo lo que implica organizarse en aparatos nos causa mucha aversión, mucho miedo. Fue muy arduo este debate y ahí se empezó a darse, casi naturalmente, un recorte de sectores más afines. Por ejemplo, nosotros pensamos que no íbamos a poder agremiar a todos los trabajadores del Gobierno de la Ciudad pero quizá, si lo recortábamos a los trabajadores de la Dirección de Niñez nos iba a ir mejor. Quizá en la cancha más chiquita que era nuestra Dirección teníamos más chances de avanzar en la organización, porque nos conocíamos, nos cruzábamos en el trabajo cotidiano y nos generaba mayor confianza. Apareció, entonces, algo que al principio lo percibimos como una dificultad. Nosotros estamos en programas atomizados, repartidos en toda la ciudad, donde los colectivos de trabajadores son diez, dieciséis como mucho, distribuidos entre Villa Lugano, La Boca, Flores, y otros barrios de la ciudad. Lo cual era un problema para juntarnos o pasarnos información. Pero eso, que al principio era una dificultad, con el tiempo se nos reveló como algo positivo ya que desde la centralidad de un edificio hubiera sido mucho más complicado organizarnos porque nos hubieran combatido inmediatamente. Si se enteraban que había trabajadores que estaban pensando en llegar a ATE y organizarse allí, esto iba a ser desarticulado rápidamente. Pero quién se iba a meter conmigo y mis diez compañeros de La Boca reunidos en una plaza donde empezábamos a hablar de condiciones de trabajo, donde empezábamos a pensar también nuestra tarea en relación con las políticas públicas. Porque esto último a nosotros nos interpela fuertemente y es constitutivo de nuestra organización. Trabajamos todos los días con chicos, estamos todo el tiempo determinados por las políticas de infancia del Gobierno de la Ciudad. Entonces, la reflexión sobre nuestra propia práctica nos motiva, nos organiza, nos aúna. pampa | 85 |


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Recién llegamos al sindicato cuando ya, en esas pequeñas islas desparramadas por la ciudad, muchos pequeños grupos de compañeros habíamos dado el debate, habíamos tomado la decisión. Cuando decidimos afiliarnos, entonces, lo hicimos “en paquete”. No vinieron los compañeros de a uno, sino que fue un grupo importantes de compañeros que habíamos tomado la decisión y eso nos fortaleció. Lo que estamos ahora pensando es la propia organización. Ya afrontamos este camino de tomar la decisión de ingresar al sindicato, de pensar que ésta es la herramienta para dar la lucha. Para nosotros fue muy fuerte salir del propio ombligo y encontrarnos con otros que estaban viviendo procesos similares. Inscribirnos en una trama más amplia, abrir la dimensión CTA. Era una novedad el hecho de estar con trabajadores de experiencias diferentes, con trayectorias diversas, con organizaciones territoriales. Todas estas dimensiones que, además, fueron encontrándonos también en el debate por la política pública de esta ciudad que está imponiendo el macrismo y a la cual estamos resistiendo, nos abre desafíos hacia adentro. Un profesor en una capacitación del sindicato a la que fuimos con una compañera, nos había dicho que crear organización es poner en común para escapar a la mirada sólo de un fragmento. Nosotros creemos fuertemente en esto. Ahora, lo que estamos discutiendo con muchos compañeros y compañeras es qué hacer en una organización como ATE –que tiene tradición de lucha, que tiene compañeros que empezaron esto que nosotros estamos contando como nuestro hace muchísimos años– cuando irrumpe algo de “lo nuevo”. Los precarizados somos lo nuevo, no por joven, porque algunos ya estamos desfasados en edad aunque somos jóvenes. Pero sí hay algo de lo nuevo que irrumpe y nosotros tenemos que tener la capacidad de poder establecer un diálogo. En ese diálogo muchas veces hay tensiones y discusiones sobre si esto es una ruptura con lo que estaba o es una continuidad. Nosotros pensamos que ni tanto ni tampoco. Que hay algo en relación con la continuidad, porque está buenísimo inscribirse en una lucha que tiene que ver con la resistencia a la dictadura, que tiene que ver con la resistencia al neoliberalismo y que tiene que ver con cosas que pasaron antes. Y hay algo de lo nuevo en esta etapa del sindicato que es nuestra propia experiencia. Empezar a poder conciliar algo de nuestras prácticas con las prácticas que vienen desde otros tiempos en el sindicato. Este diálogo tiene que ver con algo de lo que decía antes: el hecho de que muchos de nosotros teníamos experiencias de militancias previas pero no encontrábamos cómo llevarlas al sindicato que tenía formas, quizá, más tradicionales. Yo creo que | 86 | pampa


ahora se va dando un proceso donde algunas de nuestras experiencias empiezan a ser capitalizadas, a dialogar y a convivir y ahí está la potencia. Ese es el momento en el que estamos. Veremos cuanto es posible. De aquel momento fundacional, de las reuniones gigantes en IMPA hasta hoy, muchos de los compañeros y compañeras que nos empezamos a organizar, quedaron en el camino. En algunos casos tienen que ver con los trabajos más de tránsito. Nuestra característica como sector es que estamos muy vinculados a la tarea. Somos, en general, profesionales, operadores sociales, maestros muy identificados con el trabajo con adolescentes, niños y niñas y eso nos arraiga en los programas. Hay gente que ya se hubiera ido si no estuviera muy comprometido con su práctica o muy enganchado con el barrio en el que trabaja. Igual que todos los sectores perdimos compañeros y compañeras por los salarios bajísimos. Pero aunque se van cuando sale otro laburo mejor, nos seguimos cruzando. Eso nos jugó a favor. En otros sectores donde se hacen tareas más de paso, donde, en general, cuando la precarización se profundiza o cuando llega el macrismo y se pone tan dura la situación en la ciudad, irse fue una decisión más generalizada. Otros muchos de los que quedaron en el camino, por lo menos en cuanto a ser visiblemente trabajadores y trabajadoras organizados, creemos, es resultado de no haber logrado el salto de organización que supone insertarse en una trama organizacional más amplia, en este caso ATE y la inscripción en CTA. La potencia de organización que traemos como experiencia generacional –esto de que nos autoconvocados y nos reconocemos, cierta espontaneidad, las manifestaciones culturales como expresión y lucha, los escraches– debe ir dándose formas organizativas que permitan el encuentro con otros organizados, porque sino es pura potencia que cuando baja se pierde. Creo que el desafío y lo que tenemos que salir a contarles a los compañeros y compañeras es que hay posibilidad de organización, que sí existen espacios donde se puede dar la pelea y donde se puede ir acumulando. Porque si no cambiamos las relaciones de fuerza en el Gobierno de la Ciudad, nos va a ser muy difícil la situación porque la embestida está siendo muy dura y para esto necesitamos construir más fuerza. En nuestra experiencia vamos teniendo saldos, logramos frenar los despidos por ejemplo. Estos son como escalones donde nos vamos encontrando con otros y ahí está la posibilidad. Todavía hay un montón de cosas que nos quedan por recorrer. A diferencia de los compañeros y compañeras que vienen exponiendo en la mesa, sobre todo aquellos que pertenecen a actividades que han nacido precarizadas, yo en el Estado trabajo con compañeros y compañeras que me pampa | 87 |


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recuerdan que algunos derechos existieron porque tienen vacaciones y un montón de cosas que yo no tengo. Con ese horizonte, uno trata de anclarse ahí. Supongo que en la potencia de lo nuevo, con ese horizonte, más la posibilidad de encontrarse e inscribirse en tramas de organización más amplias, está la clave para cambiar las correlaciones de fuerza.| pampa

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