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EL HOMBRE DEL SIGLO XXI 驴Ansiedad o Plenitud?
ENRIQUE ARCE ISBN 950-887- 157-1 (1998)
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Libro impreso
Dedico este libro a mi esposa, hijos, nietos, familiares y amigos queridos que, con su amor solĂcito, me permitieron abrir mi espĂritu a todos los hombres de este bello mundo.
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INTRODUCCION El profundo esfuerzo y dedicación de tantos filósofos, místicos y pensadores que se preocuparon del destino del hombre con gran dedicación y amor, al tratar de desentrañar el misterio de la vida, me movió a engrosar fila con ellos, con mi modesto aporte, nacido del conocimiento e intuición. Quiero, con esto, ofrecer un homenaje a aquellos que pusieron todo de sí, entregando su sabiduría a la humanidad. Desde siempre me maravilló ese portento creado por Dios, que es el hombre. Quise descubrir su misterio desde la mira que me permitía mis capacidades y limitaciones. Pero no me alisté en ningún campo que se dedica a su estudio, porque temía quedarme detenido en un solo aspecto del mismo, ya que cada materia toma una parte del todo, y el hombre es, esencialmente síntesis, integridad. Por eso es que me dejé llevar por la observación, la lectura de varios autores que me aportaron sus conocimientos, y la intuición que emana desde lo más profundo de mi ser. Sin embargo, el incentivo principal ha sido, y es, la profunda y sincera compasión que tengo por la humanidad, incluido los animales y la naturaleza toda. Cuando veo cuánta gente se debate en el desconocimiento de su persona, en la incomprensión y el desatino y que muere al fin en un estado de infelicidad, sin percibir que existen tantas oportunidades para alcanzar la plenitud, aunque sea un trozo de ella... Tenemos a nuestro alcance, sin necesidad de comprarlo ni de negociarlo, al amor, principio y fin de toda plenitud humana, y no obstante, nos estancamos en recelos, temores, rencores de todo tipo y color; envidias y chismes que nos enlodan y salpican a nuestros semejantes. Es necesario salir de este letargo que entristece el alma. Detenernos un poco en el camino y visualizarnos por dentro. El ‗cambio‘ no viene de afuera; lo tenemos que hacer nosotros. Ahora, si tomamos la vida como un campo de combate, preparémonos para la lucha, pero que nuestras armas y escudo sean el amor, la comprensión, la misericordia y el discernimiento. Y si consideramos la vida como algo que necesariamente nos es impuesta, no dejemos que ella nos lleve y nos empuje, sino salgamos hacia ella con un espíritu firme, pero a la vez dulce y compasivo, que atraiga a los demás para que tomen también esa actitud gratificante. Pero para ello debemos dejar tantas cosas en el camino... Así como muchos objetos y aparatos necesitan de un cuidado prolijo para que sigan ejerciendo su función óptima: sacarles el polvo, limpiarlos, ajustarlos, pulirlos, así también nosotros tenemos necesidad de ser meticulosos con nuestra humanidad.
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Cuidarla esmeradamente para que no cometa torpezas contra el sagrado ser de nuestros semejantes. Ser honestos, no para recibir la alabanza de los demás, sino por propia e imperiosa iniciativa. Apartarnos de la lubricidad, y no dejarnos conducir solamente por la orientación que nos dan nuestros sentidos, para no detener el proceso de humanización sana, en el proyecto de vida. Desdichadamente, al hombre de este siglo, variadas y convergentes fuerzas que se mueven en la oscuridad y en las tinieblas de la ignorancia, le muestran un panorama donde se hace culto a la comedia de los tontos e infradotados, a la vez que se lo incentiva hacia la procacidad y la sensualidad como formas de atracción, desmereciendo el substrato espiritual, tan importante para apuntalar la dignidad que va perdiendo. Son numerosos los espectáculos que nos muestra la televisión, la radio, el cine y el teatro, que apuntan al despojo de todo aquello que el hombre fue ganando en pro de su valimiento como ser humano, en el transcurso del tiempo. También contribuye a este desvalimiento, numerosas fuentes de literatura tendenciosa. Es hora de que, por propia y ajustada iniciativa, el hombre nuevo, el hombre transparente, recree un capítulo donde el corazón se sienta y viva conmovido por el candor de ese niño que adornaba y cautivaba a sus semejantes, y que todavía subyace dentro de cada uno de nosotros. Podrían decirme que la idealización que yo propongo es imposible, una quimera, existiendo tanta maldad, tanto encono, tanta desigualdad, tanta avaricia, tanto celo e hipocresía, pero alguien, algunos, deben ser los pioneros aunque reciban injurias, desprecio y abandono por parte de los demás. El merecimiento de nuestro propósito de saneamiento valdría la pena, aunque sean pocos los que se sientan atraídos hacia un cambio, que a la postre beneficiará a todos; y así darnos cuenta de que la vida bien vale vivirla. Muchas personas fueron bendecidas por la mano de Dios, o por las circunstancias -llamémosla así- que le hicieron favorable y amable la vida; pero muchas otras la llevan a cuestas con gran sacrificio, dolores, temores, angustias, que le restan la capacidad de liberar todo, o parte del tesoro que poseen en su espíritu, para alcanzar la felicidad que ansían. Reconocemos que habitamos en un mundo en el que nos vamos haciendo momento a momento, con ayuda de nuestro intelecto, emociones y esquemas de conducta, y que éstas las volcamos en el campo socio-familiar en el que actuamos, a la vez que recibimos de él estímulos que pueden modificar nuestro concepto de cómo vemos al mundo. Esas interacciones se efectúan a cada instante. Como el campo socio -familiar es como es, se hace difícil y casi imposible modificarlo según nuestros deseos. En cambio, la actitud que tomemos ante la vida, sí puede cambiarse, y esto es lo estimable. Pero, para adoptar esta posibilidad, es necesario -como primera medidaconocernos. Entender que somos el producto de generaciones: padres, abuelos, bisabuelos, etc. Que marcaron su impronta en los distintos momentos de nuestra adecuación al mundo terrenal. Luego cabe que, llegado a cierta instancia de nuestra evolución, nos preguntemos sin
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ambages, si estamos conforme con lo que sentimos, pensamos, decimos y actuamos, y si así fuera y nuestra posición ante los demás produce felicidad y amor, ¡aleluya!, nos ubicamos en el camino correcto. En tanto que si sucediera lo contrario, nos llega el momento de estructurar un cambio para deshacernos de ese lastre que significan las relaciones conflictuadas, sabiendo que, encauzados en un sentido realista y adecuado, pueden transformarse para bien. En este ensayo, quiero ofrecer una semblanza de lo que queda del hombre del siglo XX, según mi óptica, y lo que apunta al siglo entrante. Todo ello, en su significación psicológica-espiritual. Me ha parecido lógico y a la vez más simple, estructurar en un capítulo las "Etapas de la vida" partiendo del nacimiento y llegando hasta la ancianidad, en sus cambios biológicos-mentales-emocionales y espirituales, en una realidad unificante, pues pienso, como muchos otros autores, que el individuo es un ser integrado y que cada una de sus partes actúa en una relación indivisa, en concordancia una con la otra; de tal modo que cuando alguna de ellas se malogra, desestabiliza todas las demás. También diseño la semblanza de distintas caracterologías, que a mi juicio representan al hombre actual, e incluyo el mal del siglo, el "stress", que ataca por doquier y se extiende por el mundo, configurando una verdadera pandemia. Pero no quiero dejar las cosas así, porque esto movería a actitudes pesimistas en personas afectadas y en otras sensibles. Por eso, si no en cada capítulo, sí en el epílogo, me extiendo en consideraciones que yo creo que manifiestan nuevas formas para abordar el entorno desfavorable en el que nos toque vivir, y revertirlo según nuevas actitudes más promisorias de aceptar la vida que nos regalaron * Cuando, a partir de principios del año 1995, di por terminado mi ensayo titulado "El hombre transparente", creí que mi labor había concluido con este diseño, pero más tarde comprendí que no era así, que se hacía importante darle un marco de ubicación a este hombre nuevo, en la época que vivimos. Estamos en pleno siglo XXI, y vemos, con gran pesar, cómo las enfermedades existenciales están causando verdaderos estragos en el hombre común y en aquellos otros que reniegan de lo espiritual En esta obra, pongo en relieve los desmanes que causan las ansias de poder y de bienes de algunos, en detrimento de los más necesitados, y la situación de falencia que se crea en la humanidad. Y esto es así, porque acarrea en la población, desánimo, rivalidades, disputas, rencores y odios; un caldo de cultivo apto para la virulencia que lleva al hombre a separarse del hombre, e incluso a desintegrarse de su unidad como individuo. Con este panorama, la persona actual se siente confundida y no acierta ni sabe qué hacer y cómo orientar su vida. Y comprobamos así mismo, con cuánta alevosía se ha transgredido el sentido unificador y puro de los valores morales; la iniquidad y la mentira se hicieron dueñas del campo y aparecieron nuevos
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prototipos humanos, tan alejados de su significación y coherencia con el "hombre transparente" espiritual, diáfano, humilde y sabio. Ahora me pregunto: ¿hacia dónde se dirige la humanidad: hacia la ansiedad o hacia la plenitud? Por supuesto, mi proposición y el alma de este ensayo se dirigen a la búsqueda y encuentro de un sentido de vida que nos proyecte hacia la plenitud. Querido lector: mucho se ha escrito sobre ese ser tan enigmático y extraordinario que es el hombre, y seguramente se indagará más y más. Yo he querido aportar varios conceptos que para algunos podrán ser conocidos, pero para otros, en la búsqueda de una felicidad esquiva, creo que les serán útiles para sus vidas. Vivimos en un mundo trastornado por las apetencias materiales que van ocupando sitio y nos van robando el lugar que merece la paz, la contemplación, el asombro y la alegría del niño, elementos sublimes éstos, que tienden a perdurar en el hombre cuando se le da aceptación y cabida en el corazón. Bien es cierto que lo que se percibe por los sentidos, se degusta y mucho, pero es efímero. Por otro lado la ciencia y la tecnología invaden nuestro mundo, y en ocasiones, en la posesión de los componentes derivados de los mismos, y en su manipulación desapropiada, nos hacen sentir como aprendices de brujos. ¡Qué distinto a aquel ser que disfruta de los goces que la Naturaleza le ofrece a cada instante: el sol radiante que nos da su luz y su calor; la lluvia que refresca y fertiliza la tierra; la noche que va apaciguando nuestros ánimos y nos llama al silencio y al descanso! Los árboles que guardan celosamente la vitalidad de su savia en el invierno, y que resplandecen con sus brotes, ramículos, hojas, flores y frutos, en la primavera y el verano. Y, ¡qué diremos de nosotros, seres privilegiados, con un rico granero atesorado en nuestras almas, pronto a ser disparado como lo hacen los árboles que esparcen sus semillas por doquier, para que fructifiquen en terreno fértil! Pese a las calamidades que ocurren a diario y que hieren y matan a mis semejantes, donde los menesterosos de alimentos, abrigo y amor forman legiones; pese al infatuado poder de los soberbios, tengo plena fe de que el mundo ingrato cambiará para bien. Tengo fe en el Gran Podador, que cortará las ramas podridas, muertas, del árbol de la vida, y le permitirá rejuvenecer y dar de sí hermosas flores que engalanarán y perfumarán todo el Universo. Y que los nuevos frutos que nazcan, sean deliciosos como para gozarlos y regalarlos a todos los hombres de buena voluntad, sinceros y honestos, que se cobijen bajo su ramaje. "El hombre le dijo al almendro: -Háblame de Dios- y el almendro se llenó de frutos". ♦
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I * NUESTRA INVESTIDURA: LA PERSONALIDAD La personalidad, presente en todo ser humano, hace patente las características predominantes que atestiguan la existencia del yo ante los demás. No obstante, la personalidad no se muestra como una compacta y acorde expresión de algo con la que puede definirse a una persona de manera clara y evidente de ‗cómo es ella.‘. Y esto se debe a los muchos factores que intervienen en los momentos en que el hombre se expresa, ya sea en forma de pensamientos, imágenes, proyectos, intenciones, ademanes, gestos, sentimientos; todos ellos entremezclados y que pugnan por evidenciarse algunos, mientras que otros permanecen en el anonimato. Tengamos bien presente de que el ser humano, valido de ese don precioso que es la libertad, tiene que decidir cada momento de su vida, y para esto se sirve de los elementos que posee a su alcance, aunque, en muchas circunstancias, se encuentre como atado para la acción, porque pueden existir pensamientos que no coincidan con sus emociones y suceda lo contrario, y es posible que se evidencien ante los demás, siguiendo el curso de lo primero que lo estimule. Nos cuesta pensar y nos cuesta manifestar nuestros sentimientos y emociones, o lo hacemos de una forma desordenada a veces, no acorde uno con el otro. Se habla de distintas formas de personalidades: exultante, recelosa, férrea, indolente, simpática, contradictoria, suave, etc., según cómo se presente, pero, ¡quién motiva esas formas de ser? Podríamos hablar de temperamento que se traduce en aquellos factores constitucionales, emocionales y afectivos que conforman su ámbito. Pero la personalidad sigue cambiante, y en ocasiones, confusa. Lo que sí sabemos, es que la manifestación del yo personal, dirigida en forma de discordia, atrae la discordia de la otra parte; que el que siembra desánimo desparrama pesimismo y el que vuelca desamor se encontrará solo, porque atenta contra su propia esencialidad, que es amor. Nadie desea ser infeliz, pero hechos que se dan, marcan el camino. No obstante, ¡nosotros podemos cambiar el curso! Tenemos a nuestro alcance, muy dentro nuestro, dones que Dios puso en cada corazón, y que están esperando que le demos permiso para surgir. Uno de ellos es la ecuanimidad que representa la igualdad y constancia de ánimo. Algo así como un sistema de ecuaciones donde el pensar y sentir, como variables de conducta no se contradicen en el decir y el hacer. Como si concordaran entre sí. Y nuestros aliados serán, en esa cruzada, la caridad, la comprensión y la generosidad, que avalan el amor, el afecto, el reconocimiento, la piedad, el desprendimiento, y nos
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libraremos en consecuencia —por la simple razón de nuestra aceptación espiritual— del odio, el resentimiento, el rencor. Tampoco le daremos cabida en nuestro corazón a los deseos de venganza, los celos, el egoísmo, la vanidad, la presunción, la envidia y la avaricia. Pero aún con el conocimiento cabal de cómo somos y los beneficios derivados de un cambio de conducta cuando sea necesario hacerlo, no es suficiente. El derrotero espiritual es largo y requiere de nosotros mucho esmero. Para ello necesitaremos de la perseverancia y la paciencia necesarias para no caer en el abismo, porque, como dijo Jesucristo: "El espíritu es animoso, pero la carne es débil". ¡En cuántas ocasiones somos pasto seco y sucumbimos ante la llama de las emociones incontroladas y los estados de ánimo desastrosos! Pensemos entonces fríamente, para no quemarnos. Muchos de los problemas que nos afligen, pueden ser resueltos satisfactoriamente por nuestros propios recursos, y para eso usaremos de una mente adulta y razonadora que sepa ponerle el dique necesario al tumulto de las emociones que quieren hacerse directoras de la acción, cegándonos, en muchas ocasiones, el rumbo correcto. Y así también saltarán al paso otras situaciones conflictivas a las que no podemos darle soluciones ni controles, porque se encuentran por fuera de nuestros límites humanos. Aquí es el momento de no afligirse y darnos de cabeza contra lo imposible. Seamos sabios y pongamos esas dificultades, con verdadera fe, en las manos de Dios, quién todo lo resuelve para nuestro bien. De esta manera, valido de nuestras propias capacidades y energía, cuando sean necesarias revelarlas, y con la entrega total al Señor, cuando los problemas sobrepasen las fuerzas naturales para salvarlos, vislumbraremos el derrotero que nos llevará a la plenitud, al éxtasis y al gozo de vida. Recordemos: a cada uno se nosotros nos es dado alcanzar la sabiduría, que no siempre se obtiene solamente en la lectura de libros apropiados, sino que es uno de los atributos que Dios le confirió al ser humano y se cita en el Libro de la Sabiduría, capítulo 7, versículos 22 y 23, y que dicen: "En ella hay un espíritu inteligente, santo, único, multiforme, sutil, ágil, perspicaz, sin mancha, diáfano, inalterable, amante del bien, agudo, libre, bienhechor, amigo de los hombres, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, lo observa todo y penetra en todos los espíritus: en los inteligentes, los puros y hasta los más sutiles".
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II - * ETAPAS DE LA VIDA - NECESIDADES Y EXPECTATIVAS (*) La lectura y reflexión de varios autores que trataron este importante tópico, me impulsó a tratar la primera parte de este ensayo, que se refiere al desarrollo natural e integral del hombre en sus aspectos biológico-mental-emocional y espiritual. Este último es deslindado por algunos autores; sin embargo yo y muchos otros, le atribuimos una importancia capital. No cabe duda alguna que el ser humano al nacer, y en sus fases posteriores, presenta dos núcleos de estudio: uno referido a sus "necesidades básicas", y el otro, a ciertas ―peculiaridades” que van apareciendo y madurando durante el crecimiento, a nivel de dichos aspectos biológico-mental-emocional y espiritual. Ambos confluyen en la conducta que despliega ante el mundo que lo rodea. En este trabajo, parto de la premisa de que, además de las características generales que se observan en los niveles de desarrollo y que aparecen en todos los seres humanos, es importante también tener presente que cada individuo —señalado separadamente— en algunos aspectos mantiene una singularidad especial que lo diferencia de los otros Del nacimiento hasta los 18 meses. Amor incondicional Entonces, abordando el asunto en cuestión, nos encontramos frente a un bebé recién nacido. En principio —y los autores no se cansan de repetir— es muy importante poner el énfasis en que, además de los cuidados básicos, tales como alimentación, aseo, abrigo y protección, una de las mayores necesidades consiste en la atención a partir de un amor solícito que se les debe profesar, para que crezca feliz y confiado en los demás. Es decir, no ser mezquino con las caricias, el contacto piel a piel, el abrazo tierno. Y, por sobre todo, darle amor incondicional que está por fuera de un amor interesado, como cuando se dice: -"Yo te doy tanto y tú debes corresponderme en la misma o mayor medida-" Pensemos que todo ser humano nace ya con un potencial hermoso y rico que se proyectará en el tiempo de crecimiento. Pero sepamos que este desarrollo puede ser detenido abruptamente, no siempre por acción de una enfermedad orgánica debida a la falta de elementos primordiales, sino por privaciones ‗en el orden afectivo‘. Es tan importante este sustento o alimento del alma, que, un niño falto de todo cariño o atención en los primeros años, puede llegar hasta el marasmo donde las funciones orgánicas se paralizan, desembocando el ser en la inmovilidad física o moral. Entonces, en esta primera etapa, debemos estar atentos a sus necesidades y a las respuestas que él transmite. Por lo tanto, la
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es su respaldo fundamental, porque el niño tiene, imperiosamente, que apoyarse en alguien que le dé, como ya lo manifestamos, la protección y el sustento primario, que es el amor sin condicionamientos. confianza
De los 18 meses a los 3 años - Autonomía Más adelante, y en la medida de su crecimiento, comienza a crear una autonomía tal, como desprenderse de los brazos de sus padres y empezar a deambular, ingresando y haciéndose dueño de ese fascinante mundo ignoto que lo circunda. Toca todo, mueve las cosas y a veces las rompe. Percibe, crea, intuye, adivina, curiosea. Pero, durante esta época, puede suceder algo triste y desgraciado, que detiene o retarda su crecimiento, si no en el aspecto biológico, sí en el intelectual y emocional. Me refiero a una situación que en principio es normal, pero que puede derivar hacia un curso anormal. Aclaro: los padres, ya sabemos, tienen la noble función de dirigir y cuidar a sus hijos, especialmente en las primeras etapas, cuando éstos no pueden conducirse por sí mismos, lo que hace que dependan totalmente de sus madres; es lo que se llama "simbiosis primaria". O sea, que para subsistir, uno depende del otro. Pero suele suceder, y ocurre frecuentemente, que cuando el infante siente el incentivo íntimo de ir separándose gradualmente de la dirección materna o substituto, para ir formando su propia individuación, ésta, la madre, se erige en dispensadora del personamiento y acciones del hijo. Esta vinculación anómala puede seguir, desgraciadamente, durante toda la vida de la persona, lastimando ese noble desarrollo y propiciando, sin quererlo la más de la veces, una relación madre-hijo, que impide o retarda el crecimiento a su ritmo normal. Así también, y en otros casos, cuando sus padres mantienen conductas dominantes, impositivas, tiránicas o caprichosas, sucede lo contrario: propician un crecimiento acelerado. Por lo tanto, para obtener una autonomía plena, el niño necesita ser afirmado en aquellas formas en que se desarrolle sanamente. No por eso debe desecharse la firmeza en cuanto él, por ignorancia, se desvíe por un camino equivocado. No nos olvidemos que en esa época el niño afirma su posesividad: "esto es mío", y que quiere tomar decisiones propias; proclamar su oposición a todo aquello que no le gusta y a sostener su pensamiento sin ayuda, aún cuando siga siendo reflejo de la figura parental. Es una edad de afirmación de la personalidad que se concretará durante la adolescencia, si el medio no le es adverso. Pero, insisto, si los niños están sujetos a padres que sienten y piensan por ellos, que no los dejan obrar por sí mismos, les surgirán dificultades que llevarán como lastre a su adultez, tales como ser complacientes con los demás sin oponerles los límites cuando se hace necesario. Aunque puede suceder, como ya lo anticipé, que si la tutela del chico en lugar de serle protectora o almibarada, sea, muy al contrario, de tipo agresor, rígido, autoritario, prejuicioso y desvalorizante, en este caso, el niño rompe con los esquemas de crecimiento a su ritmo normal, y se conforma en un modelo que lo lleva a etapas adultas, signado de excesivo individualismo, prejuicios, imposición de las ideas propias,
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oposición sistemática y rebeldía a cualquier autoridad; y se da la mano con la competición, la envidia, los celos y la agresividad. Teniendo entonces en consideración que en esta etapa se perfila la autonomía>, nos damos cuenta de cuánto mal se nos hace cuando se coarta la incipiente independencia de ese frágil ser, movido por la turbulencia de un oleaje humano que muchas veces lo sobrecoge y no lo deja pensar y actuar por sí mismo. De los 3 a los 6 años – Identidad Llegamos así a la etapa de la identidad y del juego. Vemos al niño más afirmado en su personalidad, porque ya se va definiendo en el conocimiento de "quién es" y "cómo es", e incluso sabe qué es ser de su sexo, y si hasta aquí vivía una vida de fantasía, empieza ese arduo trabajo de conjurarla con la realidad. Esto no siempre se consigue en su totalidad, y la prueba de ello son las numerosas personas, ya adultas biológicamente, que actúan falsificando la realidad que viven. Justamente, el niño, que se muestra a través de impulsos siguiendo la inclinación y la tentación del momento presente, sin prejuicio y sin censura, pero a la vez con sus ocurrencias y el gracejo que lo hace ser tan sensible al cariño de los demás; ese niño, está atrapado por el pensamiento mágico, y en ocasiones, este pensamiento lo estanca en su individualidad, llegando así, a vivir posteriormente, una existencia de ilusiones y ensueños. En esta etapa del desarrollo, el niño toma conciencia de su poder y aprende a manipular a los demás. También adopta una posición frente a la vida, generalmente estable, con una alternativa de agrado o desagrado, enfrentándose existencialmente con el mundo conocido por él. Esta posición existencial de ver globalmente ‗bien‘ o ‗mal‘ el mundo en el que está radicado, la acompaña durante su vida, salvo que un cambio posterior la modifique en sus principales conceptos. Este aspecto de la personalidad, en su faz negativa, conviene tenerlo muy presente, porque puede ser el testimonio del acúmulo de valencias desagradables: injurias y desvalimientos que arraigaron en su ser profundamente. En estas edades, es cuando necesita, para bien de su salud espiritual, no a uno u otro de sus padres, sino la amorosa unión entre ellos, ya que son edades en las que se identifica mucho con ellos. Desafortunadamente no todos tenemos la dicha de pertenecer a hogares donde se hace culto al amor, y en ocasiones, por haber nacido y crecido dentro de familias conflictivas, nos vamos contaminando de temores que enturbian los privilegios que llevamos dentro de nuestra textura íntima, y así nos llenamos de miedo a autodefinirnos, a expresar quiénes somos; sentimos temor al fantasma del abandono si queremos hacer uso de nuestro poder o independencia, y temor aún conociendo la causa de lo que nos asusta. Incluso, en varias ocasiones, hacemos un trueque de la rabia en miedo. De los 6 a los 12 años. Durante este largo período, comienza a revelarse una nueva visión de vida. La lógica va impregnando el intelecto echando por la borda a la
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fantasía, y actúa mejor frente a la realidad circundante. Entonces siente la necesidad de aprender "cómo se hacen las cosas" adquiriendo nuevas capacidades, métodos y técnicas. Además, el floreciente joven, se hace más receptivo a los vínculos interpersonales del mismo sexo; también discute las normas de los juegos que comparte. Así mismo critica sus métodos y valores, y se muestra pertinaz en efectuar las cosas a su modo. Pero entra, casi sin quererlo, a competir con los semejantes y se encuentra en muchos momentos en un estado falible ante sus mayores, produciéndose la puja del poder, pudiendo llegar a perder su naciente independencia. Quiero decir, que en este caso, puede producirse un receso del crecimiento psico-espiritual. Por otra parte, desde ya, decide adoptar valores propios, revisar los anteriores, y estructurar su tiempo cronológico, y, con estos elementos, se ajusta a nuevos ambientes conservando su identidad; todo lo cual le permite discrepar con los métodos y valores ajenos sin ser rechazado, abandonado o burlado. Sin embargo, puede ocurrir que el medio familiar, incluido el social, no le sea favorable y sí fuertemente adverso en desmedro de su desarrollo. En estos casos, es posible que a la larga decline su valencia a una conducta mechada de comportamientos incompetentes, desorganizados o dependientes, debido al retardo que sufre su crecimiento; e incluso, que internalice en su conducta, normas y valores ajenos sin pensarlos ni discutirlos. Por otra parte, puede llegar al temor de superar a otros y retraerse. Todos estos factores no son más ni menos que deterioros profundos en la personalidad, empujándolo al hombre a la auto desvaloración y a la falta de asertividad, además de ser proclive al sometimiento. Aunque, por circunstancias también adversas, puede tomar un camino opuesto al mencionado, justamente por no permitírsele crecer a su ritmo normal e instarlo a desarrollarse apresuradamente. En estos casos, el ser humano, ya en su edad adulta, tiende a la preponderancia de un liderazgo autoritario, a la vez que presenta demasiada rigidez en sus actos, y gusta de discriminar a la gente, como también de rodearse de individuos a quienes pueda adoctrinar y dirigir. Ahora bien, si leemos atentamente estos párrafos, nos daremos cuenta de que es tan peligroso contribuir a retardar como adelantar los tiempos que requiere nuestra estructura biológica-mental y cuán importante es dar amor y recibirlo de los demás. No nos olvidemos que en esta época, el niño sale de la órbita familiar durante muchas horas del día para asistir a la escuela, y que se encuentra con maestros y profesores que, por la misma índole de sus enseñanzas a terceros, los pueden hacer sentir más bien inferiores que competentes. No es una crítica. Debemos reconocer que el maestro tiene que verse con tan gran cantidad de alumnos, que supera la capacidad de entenderlo uno a uno. Por otra parte su remuneración es pobre y esto resta la gratificación del trabajo. Y además, que en ocasiones repetidas, al niño le resulta difícil adecuar las enseñanzas dadas por sus padres con las de sus maestros, que no siempre coinciden para bien.
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Esta etapa, como así la que viene después, resultan ser, tal vez, las que más graviten en la conducta posterior del hombre. Y esta conducta puede derivar en dos formas de encarar los problemas humanos. Una de ellas la componen los perfeccionistas porque se hacen competitivos y compulsivos. Son aquellos que buscan abarcar más de lo que pueden apretar; los que no pueden delegar responsabilidades; los que hacen dos cosas o más al mismo tiempo; los que terminan las frases de los demás. Creen que siempre deben hacer las cosas bien para ganarse el amor. Y están aquellos otros que carecen de incentivos que los estimulen a madurar. Que dejan que la vida le transcurra, "total es muy posible que falle", como dicen algunos. Empero, tanto los perfeccionistas como los que no hacen esfuerzo alguno porque temen fracasar, deben descubrir que son buenos y que su valor no radica en el éxito o en el fracaso. Ambos necesitan del consejo que da Chesterton: "Si hacer algo especial vale la pena, valdrá aunque se haga pobremente".
De los 12 a 18/20 años. Adolescencia Entramos ahora a una de las etapas más problemáticas, aunque, tal vez, la más hermosa. En ella la identidad se da contra la confusión de identidad. Es el momento en que se marca el término de una existencia privilegiada y el comienzo de una realidad que debe enfrentar. Pronto abandonará su hogar y deberá valerse por sí mismo. Muchas situaciones nuevas comienzan a producirse: entre ellas los crecimientos de estatura, la sexualidad más manifiesta y los deseos que trae aparejada. Es una época de romances donde cada uno busca ser atractivo para el otro sexo. De esta manera el joven procura fijar los propios valores y las normas de conducta sexual. Es también una etapa de revisión y compromisos. Se trata de examinar los valores y metas de vida y decidir la vocación a seguir. Además, en esa incertidumbre ante una nueva vida en la que él será directamente su promotor, busca el calor y el acompañamiento de grupos de apoyo entre sus pares y la misma familia. Ya va dejando de ser el niño para efectuar el escalamiento hacia una nueva posición social: la juventud. El adolescente entonces, con ese ímpetu que le promueve su juventud naciente, busca arrancar las raíces que lo tenía sujeto a sus padres: "quiere ser él mismo". Pero en este momento se produce una contrariedad: ¿dejará sin más el apoyo cálido del hogar e irá a aventurarse en el mundo de los mayores, o se quedará vegetando en ese ámbito de los padres que ya conoce y al que, de una u otra forma, se acostumbró? De todas maneras, ya inició su recorrido, y las fuerzas que rigen su ansia de autonomía lo impelen a penetrar en ese contorno social. Como dice Alfonso Quintás: "esta interacción entre el llamado mundo ‗interior‘ y el ‗exterior‘ presenta a los ojos de los adolescentes un singular atractivo y un peculiar dramatismo. Siente una fuerza que lo empuja a fusionarse con el vértigo, el ruido y las luces psicodélicas, y puede quedar ahí, en el estupor, estampado en esas formas sensuales, aún trasponiendo las siguientes edades biológicas. Pero muchas veces ‗despierta a la vida‘ y reconquista esas etapas que le van sucediendo porque siente en su interior
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más profundo, un aliciente que también lo fascina y lo atrae y que lo lleva a encontrar un sentido de vida".
En estos vaivenes con el mundo real, el adolescente va configurando su efectividad como ser humano en desarrollo. Así como en la etapa de los 18 meses a 3 años el niño se adentra en un mundo maravilloso de posibilidades, ya que, desprendido de los brazos de sus progenitores camina y descubre formas jamás imaginadas, acá, en la adolescencia, el joven avizora otra órbita de atracción también, en la que él mismo puede ingresar y ser a la vez ejecutor de sus propios actos. De los 25 a 40 años. Tenemos aquí a un joven en la ejecución de un camino ascendente que será de plena productividad y donde se proyectarán los logros personales y familiares en la realización del trabajo, profesión y otras apetencias. Años cruciales para el hombre, ya adulto. Culminación de las profesiones. Acercamiento a una pareja estable. Matrimonio. Hijos. Búsqueda de trabajos mejor remunerados. Nuevos emprendimientos. Muchos de los temas que abordo en este libro están propuestos para los hombres que desarrollan su vida en estas edades. De los 40 a 60/65 años Plena adultez. Muchos consiguen alcanzar las metas que se propusieron dentro del marco de un adecuado plan de vida. Dentro de este esquema consolidaron una familia donde el respeto entre los esposos, hijos, hermanos, preponderó en su seno. Algunos, además de padres, se convirtieron en abuelos dichosos y solventes en el cariño y los consejos sabios. Además las amistades se hicieron más firmes y duraderas. Pero, penosamente, otros sufren las defecciones que no supieron o no pudieron superar en épocas anteriores, y ahora surgen aumentadas, y la vida de relación se deteriora y en ocasiones directamente se desmorona, y muchos quedan solos. De los 60/65 en adelante Tal vez esta etapa de vida se esfume y se desvirtúe en una sociedad francamente competitiva. Indudablemente existe acá una declinación de las fuerzas impulsoras que determinaban nuestras acciones, y en algunas personas será marcada y ostensible en la medida en que los años aumenten. Sin embargo, ocurre algo curioso. Aquellos que durante los años mozos acrecentaron su espectro espiritual, se muestran ahora como dotados de un impulso vital que los conduce por los caminos de la ciencia, del arte y de la cultura, con un conocimiento claro, diáfano, cargado de sabiduría. Estos ancianos se muestran mesurados y dotados de comprensión por las faltas ajenas y sienten verdadera compasión por los que sufren. Serán los que marcarán un rumbo luminoso a los nuevos grupos humanos que les sucedan. Hasta acá desarrollé una breve reseña de los distintos momentos de la vida, desde el nacimiento hasta la ancianidad, en lo que concierne
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a las necesidades que se requieren para un sano desenvolvimiento, como así también, destaqué los valores que cada uno presenta. Ahora, valiéndome de una imagen: varios cubos uno encima del otro, ajustadas sus caras de contacto, conseguiremos levantar una torre estable en su equilibrio, pero si ella la hacemos sin preocuparnos de que sus caras coincidan plenamente, seguramente la torre flaqueará y es muy posible que se derrumbe. Así pasa con las etapas que vamos viviendo; cuando alguna de esas etapas no se consolidó como debiera ser, el adulto -más adelante- procurará, inconscientemente, retrotraerse, para buscar esos momentos que perdió. (Ejemplo de la torre insegura). La vida nos señala una sabiduría que muchas veces no alcanzamos a percibir. Quienes descomponen el equilibrio vital somos, paradójicamente, nosotros los hombres. No cabe ninguna duda de que el hombre resulta ser un ente sumamente complejo. En su mente se entremezclan pensamientos con sentimientos eventualmente dispares entre sí; también fantasías y toda clase de percepciones. Y las cosas simples resultan complejas y las complejas se develan como simples. Se hace difícil entenderse y comprender a los demás. Y una vez que entramos en el campo del grupo extrafamiliar, comenzamos a cotejar lo que vamos aprendiendo, con el bagaje que poseemos, tanto en el ámbito emocional, como en el espiritual y en el intelectual. Las experiencias son abundantes y de todo orden. Sacamos conclusiones, algunas de nuestra propia cosecha, otras prestadas sin que se hayan filtrado -en ocasiones- a través de un sabio entendimiento. Descubrimos además incongruencias en los conceptos, o sea, lo que ‗se dice‘ frente a lo que ‗se hace‘. Esto nos hace mucho mal, porque desmerece por completo la noción que teníamos sobre la honestidad y la ética. Con toda esta mezcla, confusa a veces, vamos afinando nuestra personalidad, es decir, nos revestimos de una capa defensiva que mostrará a los demás lo que nosotros queremos que ellos sepan, reservándonos aquello que, ya sea por vergüenza, debilidad o estrategia, deseamos guardar en la intimidad de nuestro ser. Esta personalidad, gobernada por el yo, se irá afirmando en el tiempo hasta decantar en una forma más estable, que conformará el carácter de la persona. Por suerte, gracias a Dios, consecuentemente a este yo superficial, subyace otro "Yo" más profundo, más conmovedor, más sincero e inmaculado, pues está en concordancia con el espíritu que pugna por aflorar. Ahora bien, mientras que el yo que acompaña a la personalidad es adquirido por el hombre en su condición de tal, el "Yo profundo" es esencia porque nace con él. Entonces, el hombre, con sus personalidades epidérmica y profunda, se mueve y actúa con el medio que lo rodea, configurando campos de atracciones y rechazos donde él da de lo suyo y recibe a la vez incitaciones de vida. De esta manera se irá perfilando y madurando la individuación que se da como un proceso largo y sostenido en el que cada persona se presenta al mundo con rasgos distintos y peculiares que los hacen diferentes entre sí.
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Ya tenemos al hombre frente a sí mismo, con sus leyes de privilegios y restricciones y con las que no necesariamente debe confrontar, sino comprender y asimilar con amor y discernimiento para el bien del orden natural que Dios creó para su beneficio. Conviene tener muy presente que, de todas las etapas por las que pasó el ser humano hasta alcanzar la adultez, seguramente quedan restos no asimilados, y siente -en repetidas ocasiones- el estímulo de reciclar algunas etapas ya fenecidas en el tiempo. Esto se da en aquellas personas carenciadas de amor y de reconocimiento que no pudieron, en su tiempo, alcanzar la plenitud de las necesidades que la etapa le requerían. Pero, ¿qué ocurre? El ser sigue avanzando en su crecimiento evolutivo, quiero decir que le acucia la necesidad de trabajar para su sustento diario, amén de otros intereses; se casa o no, formando pareja; tiene hijos; aumenta el estímulo para obtener fuentes de trabajo más provechosas y metas promisorias, y entra en la espiral del esfuerzo por ser alguien, en un mundo social desquiciado. Entonces, son muy pocas las imágenes modélicas a quienes imitar y superar, porque la sociedad que lo sustenta no se presenta con las condiciones necesarias para que se desenvuelva con soltura y seguridad. Son muchas las oposiciones No podemos dejar de ver y de percibir que los gobiernos del mundo, se han convertido, muchos, en regidores del destino humano, aún en aparentes estados democráticos donde claramente se pulsa una avidez de poder. Y no viene sola esta codicia; viene acompañada de deshonestidad y deslealtad, donde se proclaman discursos y bienaventuranzas que no se cumplen. Estos mismos gobernantes denominan a sus comunidades como pueblos soberanos que no son tales, y esos pueblos están conformados por personas que sienten y piensan, se conturban y se desorientan. Difícilmente encuentran un rumbo que los conduzca a fines esplendorosos; entonces, esa gente se crispa, se encoge sobre sí misma y pierde la esperanza de un mundo mejor. Sabemos que una de las peculiaridades del hombre actual es su afinidad por el racionalismo, o sea la creencia de que la razón tiene un poder ilimitado, y esta vía es peligrosa porque sólo absorbe la realidad en sus capas superficiales. La verdadera fuerza creadora y valedera, surge de las fibras profundas de su ser y desde este punto emanarán los productos que realzarán, en su justa dimensión, el destino de la vida. Justamente, cuando la gente se obstina en prevalecer en su superficialidad, es cuando se identifica con una masificación intelectual que le nubla el horizonte de su vida. Ve únicamente lo inmediato y solamente a través de proporciones miopes. No tiene ninguna consideración y respeto por las cosas del mundo; más bien, se adueña de ellas sin resquemores, y en definitiva se hace, a la vez, dependiente de ellas. Incluso llega a ver a los demás en la dimensión de ―cosa”. La tecnología que construyó el hombre para su bienestar, se ha convertido en muchos aspectos, en amo de su constructor y a la vez él mismo ha perdido su condición de persona, y se transformó en tipo, en número. Porque la gente de este siglo, en su mayoría, le da importancia solamente a lo que es asible y mensurable considerando todo a través
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de sus órganos perceptivos, ignorando que lo profundo, lo que tiene su residencia en el alma del hombre, no puede ‗tomarse‘ ni ‗medirse‘. Reconozcámosle las bondades que nos ofrecen la ciencia y la técnica y démosle su valimiento en su justa medida ya que forma parte importantísima de la cultura humana, pero seamos precavidos en cuanto al abuso que hagamos de sus rendimientos. Este es el momento de pensar que nosotros no podemos cambiar al mundo con sólo proponérnoslo. Que la vía es otra. Puedo moverme y sufrir en un ámbito desfavorable, pero está en mí el hacerlo aceptable. No es que busque la salida cerrando los ojos o recurriendo a la fantasía inoperante, sino que comienzo por transmutar lo desconocido en conocido para superar la alienación. Luego, iré al encuentro, entendiendo por tal la vinculación que se da entre varios seres que, a través de una relación ínter subjetiva, se dirigen conscientemente el uno hacia el otro, en la búsqueda de un ámbito que les sea favorable para el logro de sus necesidades, en el desarrollo mental-emocional y espiritual. Al hombre le cabe la posibilidad de poner en juego una rica gama de recursos para su convivencia en el mundo, pero debe saber que tiene sus límites que no puede transgredir. Ignoramos qué puede sucedernos en un momento más y sabemos positivamente que nuestro tránsito por el mundo tiene un fin: la muerte. Buscamos logros de felicidad en la competencia, y ésta se hace en ocasiones- desleal y nos consume las entrañas. También lo hacemos con las pertenencias y éstas muchas veces se adueñan de nosotros y nos esclavizan. Por ellas, demasiada gente perdió su dignidad y su libertad. Vivimos en un siglo que se destaca por la inmensidad de anuncios, avisos, propagandas, libros, películas y otros espectáculos proclives al materialismo, que invaden nuestros ojos, oídos y mente y se nos adhieren fuertemente obstruyéndonos el entendimiento para discernir entre lo bueno y lo malo, lo que nos conviene y lo que no nos conviene. Por eso es llegado el momento en que el ser humano se vea a sí mismo en su magnitud; lo que él aspira en función de su felicidad; las necesidades de que debe proveerse y la satisfacción de lo obtenido. Y saber que mucho de esto puede lograrlo ejerciendo hasta un cien por ciento de su inteligencia, capacidad y esfuerzos, pero que no puede pasar el límite humano. Ahí es cuando debe recurrir, insisto, con más intensidad a Dios, que lo ama intensamente, que es conocedor de su precariedad, y que, seguramente, le ofrecerá el bálsamo que necesita para sus males, en pro del logro de su sanación y deseos. ¿Qué se espera del hombre? Que pasado los años de aprendizaje en la niñez, los de turbulencia propios de la adolescencia y la primera juventud, adquiera sensatez en un obrar sereno y plácido, adecuándose holgadamente a las disímiles circunstancias que le depara la vida. Sin embargo tenemos a un hombre que se enfrenta fieramente con su derredor o que huye alocadamente refugiándose en la concupiscencia. O aquel otro que se recoge y que no da nada de sí mismo, no porque no tenga algo que ofrecer, sino porque la angustia, los miedos y los sentimientos de culpa y de inferioridad, se lo impiden. Otros, que para obtener lo que desean, se valen de mil argucias, no
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siempre honestas, aunque muchas veces inconscientes. Y otros, conscientes de su obrar, que escalan posiciones sin tener misericordia alguna por aquellos que no tienen nada, y crean diferencias y dolor, sin importarlos lo más mínimo. Yo creo, como lo he manifestado en otra oportunidad, que no necesariamente debe considerarse el campo social como un desafío para la lucha. Que uno debe integrarse con lo que tiene, y si ese haber está rebosante de amor, comprensión y humildad genuinos, seguramente lo transformará en un ambiente de paz, de concordia y de igualdad. Ahora si ese derredor destila lascivia, puede impregnarse también él, hasta tanto no haya crecido en su estado espiritual. Y si el hombre fuera poseído por la angustia, seguramente se encontrará en se punto culminante que se da cuando no coinciden las experiencias vitales comandadas por el yo epidérmico con las espirituales que se dan en el Yo profundo. *Fuentes: ―Stress de la pareja y familia‖ de Roberto Kertész y ―Sanando las ocho etapas de la vida de los Hermanos Matthew Linn. y Dennis Linn, y otros
♦ Etapa encubierta Hasta este momento seguimos imaginariamente toda la vida de un individuo tipo en sus diferentes etapas. No obstante, creo que más allá de las comentadas, existe una que podríamos llamarla ‗encubierta‘ Esta etapa corre paralela a las demás estudiadas, pero, significativamente, mientras que en las otras manifiesta abiertamente el hombre sus peculiaridades, en la encubierta, en cambio, sigue un curso silencioso, hasta que, en determinado momento, se hace presente. Por ejemplo: una persona, llegada o pasada la adolescencia, emprende un determinado rumbo a su vida; digamos, hace una elección de sus amistadas con quienes comparte su intimidad; establece un hogar, llegan los hijos, trabaja, estudia, proyecta. Hasta acá todo bien: es lo esperado. Pero, en un instante menos pensado, hace eclosión la encubierta. De repente comienza a obrar con su familia o con sus amigos o compañeros, o con la sociedad, de una manera insólita: muestra destemplanzas, agresividades y conductas insospechadas, y la vida de relación se resquebraja. ¿Qué pasó? Que durante esa etapa encubierta que corrió, como dijimos, paralela a las otras y en la que dicho individuo probablemente ni se dio cuenta de su existencia, sucedieron cosas que no les fueron debidamente satisfechas según orden y medida, y se acumularon silenciosamente en los apartados inconscientes del mismo. Y, por algún motivo, algo o alguien, tocó un botón que hizo salir a la luz esas situaciones que se encontraban enterradas, y que ahora superan las expectativas que de esa persona se esperaban. Aunque no todo se muestra tan turbio. Podemos suponer también que durante esa etapa encubierta, la persona fue creando virtudes espirituales que, adormecidas durante ese tiempo, afloraron, en su debido momento, con una fuerza interior que desbordó la perspectiva que de ella se tenía; y que mostró al mundo, un ser transformado: con una aureola de amor, comprensión, misericordia y humildad hacia los demás. En esa etapa, entonces, que llamo encubierta, se gesta, en la
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oscuridad, una forma de ser, una modalidad, que predominará en la conducta de la persona y lo orientará hacia un acertado o desequilibrado sentido de vida. ♦
III - Algunas características que se perciben en el hombre del siglo XXI El hombre suspicaz Hay seres en el mundo que ‗ven’ más allá de lo que le muestran los órganos sensoriales. Sus percepciones captan muchos conceptos que se les escapan al grueso de la gente, y pueden sobrevolar por arriba de las revoluciones científicas y las tecnológicas. Ellos son los filósofos, los místicos y los poetas, y su proposición radica en unificar lo que está separado, en una saludable armonía. De esta forma se prepara el camino para el hombre del siglo XXI. Estos prohombres, paradigmas de una nueva forma, entienden que el viejo mundo del siglo XX se impregnó demasiado de dolor, de miseria y de incomprensión. Ya no se detienen en la contradicción dialéctica de los opuestos, sino que captan la relación de semejanza entre términos diferentes como algo primario, y desde este punto, se busca la vida espiritual, donde se encontrará la armonía perdida. En ese conglomerado de ideas, proyectos, esquemas, actos inconscientes o deliberativos y apetencias de todo orden, el hombre de este siglo que está feneciendo, se siente confundido y no acierta a tomar una actitud sana que lo conforme. Así, mucha gente vive robotizada en posturas que lo animan a ejercicios de ademanes y gestos, que no traducen el interior íntimo de su ser. De ese ser que nació con un significado, con un sentido de vida, pero que se vio obligado a quedar aprisionado en un molde del que no puede o no sabe cómo salir. Llegamos entonces al hombre suspicaz. Es un individuo que pasó por etapas de vida carenciado de amor, reconocimiento y confianza. En la medida que progresaba biológicamente, se fue impregnando de elementos de conducta torcidos, es decir, que aquello que buscaba por libre albedrío, lo hacía por caminos tortuosos, esquivando las vías directas que estaban obstruidas. De esta manera se presenta como un individuo receloso y aniñado, con un dejo de ‗sabérselas todas‘ adoptando, muchas veces, una actitud a la que no le da cabida a la humildad. Forjador de ilusiones y proyectos que se diluyen sin llegar a una meta concreta. Piensa, opina, habla y obra, como piensan, opinan y obran los demás. Le falta originalidad. Y, de esta manera, usa y abusa de los útiles y herramientas que la ciencia y la técnica les ofrece, muchas veces, dañándolas. Actúa como si las cosas estuvieran aquí porque sí, por arte de magia, y no tiene reverencia por la labor humana. Su cultura
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es pobre porque la adquirió sin la debida atención y respeto por todo aquello que le venía o adquiría. Se aficiona a lo que le produce placer sin discriminar si puede resultarle o no provechoso para su salud espiritual. Así es como se hace idólatra de las cosas. Se preocupa por sí mismo sin importarle mayormente el prójimo, y trata de trepar fijando metas sin ética y cumpliéndolas sin escrúpulos. Sin embargo, algunos se apartan de este molde, adaptándose a proyectos ya prefijados con un buen programa y alcanzando su fruto, pero sin gozarlo, porque llevan el estigma de un mensaje parental que interiormente les dice: "¡No disfrutes!" Y no faltan aquellos que no alcanzan a fijar una meta feliz porque solo perciben lo que pueden ganar y no lo que pueden perder, fracasando inexorablemente. En cuanto a los estados anímicos, no se caracterizan por su estabilidad emocional. Más bien se proyectan en emociones que se sitúan en polos diametralmente opuestos; es decir, aquellas que unas veces exudan actitudes fuertemente maníacas, y en otros momentos se hunden en la pesadumbre más absoluta. La relación con los demás, se hace a través de conductas no siempre honestas, pues el suspicaz adopta algunos roles aviesos, no porque necesariamente se lo proponga, sino que los aprendió desde su primera niñez, y ya se ha acostumbrado a usarlos. De esta forma, en determinados momentos, se vuelve agresivo buscando la "víctima" a quién someterá, o bien colocándose él mismo en una posición de víctima ante las circunstancias que le acaecen. También puede resultarle cómodo ubicarse en el papel de "salvador", interviniendo en toda contingencia que le sea propicia. Lo que ocurre. Lo que ocurre, es que estas tres posturas son falsas, porque promueven a la persona a situarse en conductas equivocadas, ya que el "perseguidor" lo es porque necesita que lo teman, la "víctima" busca que la persigan o salven, y el "salvador" necesita que lo necesiten. Debajo de estos tres disfraces, la gente esconde sus necesidades que no les fueron satisfechas en el tiempo y momento oportunos. Ejemplos. Alguna gente suele actuar encontrándoles defectos o algunas fallas a los demás y reconviniéndolos o haciéndoselos resaltar. Esta actitud o "juego psicológico" tiene un nombre que lo identifica; en este caso se lo llama "¡Al fin de agarré, desgraciado!" Son los que dicen: "yo soy franco y voy de frente, no tengo pelos en la lengua". Otras personas se ofrecen como salvadores para ayudar a alguien, pero no lo pueden hacer porque no poseen los elementos adecuados para ponerlos en práctica, y al fallar en sus consejos, se justifican diciendo:"Sólo trato de ayudarte". Otros que en su niñez les fue impedido pensar y actuar por sí solos, ahora, en la vida de adultez biológica, con el disfraz de víctimas, adoptan conductas tales como autor rebajarse y cometer errores, con el propósito de ser tomados por estúpidos o malos por los demás para ser castigado. Y a otros quienes, en un esfuerzo por preservar su propia personalidad y ante el temor de ser vulnerados, atacan a los demás arrinconándolos con conclusiones y argumentos terminantes, tajantes, sin darles la oportunidad de defenderse. (Juegos ‗estúpido‘ y ‗arrinconado‘, respectivamente).
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También, una característica muy notable de este hombre del siglo XX, es su inconstancia. Hoy se despierta con grandes proyectos a realizar, y mañana muchos de ellos se van agotando y quedan sin acabar. Esta falta de éxito en la programación, tal vez se deba a tres factores coincidentes. Uno, cuando se dedica a emprenderlo, lo hace en un impronta que no prevé las posibilidades que presenta en sus pro y en sus contras. Otro, durante su ejercicio puede ser tentado por situaciones paralelas que lo seducen y lo apartan de su objetivo principal, y otro, tal vez el más significativo: la baja autovaloración de su persona, que lo substrae en el empeño de la acción. Entonces, de una u otra forma, los continuos fracasos, aunque sean éstos pequeños, van dejando sus huellas y frenando los impulsos que, la más de las veces son nobles, y quedan en el camino, desmerecidos. Además de lo comentado, existe una forma que más incide en desmedro del hombre actual, y es su incapacidad para establecer un diálogo fecundo. Entendemos que en el diálogo están patentes los sentimientos y la calidad espiritual de cada individuo interviniente, y que estos atributos pueden hacerse ostensibles o bien quedar inmersos en el intrincado laberinto de las intenciones. El diálogo, entonces, la representación de una forma activa de acercamiento o alejamiento entre las personas. El hombre suspicaz no escucha los argumentos de los otros porque está atento y pronto a defenderse y esgrimir sus propias convicciones, aunque muchas de ellas sean falsificadas. Así, se muestra ducho en polémicas incursionando en temas que no conoce o que los alcanza de oídas, sin hacer un adecuado balance de sus facetas. Es hora de despertar. Saber que, aunque creamos que pensamos y actuamos durante la vigilia, en realidad ‗estamos dormidos‘, sin que por ello necesariamente nos acompañe el sopor característico de este estado. Y lo estamos, porque mil y una circunstancias embotan nuestro cerebro y no nos dejan pensar y sentir adecuadamente. Pareciera como si estuviéramos escindido en partes: acá nuestro cuerpo con sus órganos y sistemas funcionando en forma autónoma; allá, el intelecto que organiza nuestros pensamientos, y acullá los sentimientos que avivan nuestro obrar. Visto así las cosas, muy poco podemos hacer en beneficio de este ser privilegiado, único entre todos, que es el hombre. No fuimos creados en serie como pueden ser hechas algunas máquinas o herramientas. Cada uno de nosotros tenemos un sello sí, que nos identifica, pero que difiere de los otros. Y cada uno vino al mundo con una inmensa dote de posibilidades y recursos, pero muchos prefirieron declinar estas capacidades, estos dones, en función y adoración de los objetos que él mismo creó. Y así permanecen adormecidos, dormidos, a esa hermosa realidad que es la de ser un hombre virtuoso.. Entonces, uno de los mayores esfuerzos que debemos proponernos, es el de reunificar aquello que está desvinculado. De esta manera lograremos deshacernos de ese embotamiento, de ese letargo que nos priva de alcanzar el estado de placidez tan necesario para nuestro espíritu.
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El hombre testarudo En variados momentos de nuestra existencia, nos mostramos irreductibles ante circunstancias que nos salen al paso y que está en nosotros modificarlas para nuestro bien. Parecería que estamos obnubilados en la vivencia de descubrir nuevos horizontes, más claros, y nos sumimos entre oscuras nubes. Como si la posibilidad de cambiar nos empujara al abismo de la nada. Sin embargo, una buena higiene mental podría mostrarnos recursos conciliadores, con una nueva figura o imagen de aquello que nos cierra el razonamiento equilibrado. Decimos: "Yo soy así, yo pienso de esta manera y nada ni nadie me hará cambiar de opinión". Estos conceptos, que configuran una conducta, desde ya nos imposibilita toda oportunidad de ‗ver’ otras situaciones que postulen nuevas y, ¿por qué no?, hermosas perspectivas que sosieguen nuestro ánimo, muchas veces falseado por intolerancias que se forjan dentro nuestro. En el amplio espectro de alternativas que nos ofrece la vida a cada momento, ¡cuántas opciones elegimos; felices algunas, desventuradas otras, y cuántas quedan en el camino! Incursionamos a veces en aguas profundas y borrascosas, y al no hacer pie y en el peligro de zozobrar, nos abrazamos a cualquier tabla que encontremos sin medir hasta dónde puede ser nuestra salvadora, y si cabe la posibilidad de que nos hundamos con ella. De esta manera nos aferramos a conceptos, ideas y estructuras y nos cuesta mucho apartarnos de ellas, cuando una conveniente reflexión nos aconsejaría modificarlas en pro de un saludable cambio, aunque este obrar nos deje, al principio, un poco desamparados. Insisto, tratemos de percibir otras fases de esa idea, esa imagen que se prendió en nuestro ánimo y que nos perturba desfavorablemente. ¿Para que vivir en la infelicidad de una obstinación que nos malogra y/o agrede a otros? No digo que para agradar al semejante pensemos y actuemos como él, porque cada uno posee la libertad de ser como es, pero una dosis de tolerancia hace muy bien a la salud espiritual y nos promueve más livianos y con nuevas fuerzas para palpar y seguir los rumbos bienaventurados que nos depara la vida. Y bien, nos damos cuenta de que siguiendo por el camino de la intransigencia desembocamos en un callejón sin salida. Entonces queremos salir de ese atolladero. Pero no siempre podemos hacerlo por nuestra cuenta; por el solo hecho de proponérnoslo. Es probable que necesitemos de ayuda exterior, de grupos serios de terapia de la conducta que nos oriente hacia una dirección donde la relación de persona a persona se realice en un campo pleno de luz y de amor. O
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bien, dirigirnos a un Ser Superior, a Dios, quién seguramente aquiete nuestro ánimo y nos indique nuevos senderos más armónicos hacia la conversión de una personalidad afable y dúctil. En estos ambientes hallaremos la templanza y la comprensión necesaria, para desvirtuar todas las vallas inconmovibles hasta entonces, que se oponían a nuestro andar.
Del estar sometido a antiguas estructuras Muchas personas, en el olvido o desconocimiento de las inmensas riquezas que atesora dentro de sí todo hombre, ‗por el solo hecho de ser’, no abren el arca de su corazón, y su magnificencia queda encerrada, inerte, sin productividad. Así sucede con aquellos que aprendieron desde muy pequeños, que no valían nada, que sus necesidades quedaban relegadas a las de los demás. Aquellos que sintieron continuamente el rigor de la crítica que les fue destruyendo o conteniendo, las iniciativas que les nacían a impronta de su propia naturaleza. Aquellos que no gozaron de alguien que les ofreciera un amor incondicional que los redimiera de su condición de mísero. De esta manera, muchos son los que viven encerrados dentro de una estructura que les priva del ansia y la alegría de existir. Como si estuvieran esclavizados a unos guiones que les indicaran el límite de su potencia. Nos encontramos así con personas que detienen su empuje justo antes de la obtención de lo que podrían conseguir si se lo propusieran. Son los que usan con frecuencia el adverbio NUNCA como signo de maleficio. "Nunca podré llegar". "Nunca obtendré una mención honorífica". "Nunca conseguiré alcanzar el aprecio de los demás". Estas personas paralizan su impulso vital desde el vamos. Como si estuvieran investidas del ropaje de Tántalo, del que habla la mitología griega. Recordemos: Tántalo, rico y poderoso, gozaba de la amistad de los dioses, con los cuales compartía su mesa. Pero abusó de la confianza de éstos hasta que al fin Zeus, en castigo, lo arrojó a los infiernos, condenado a tener a su alcance alimentos y agua que se alejaban de él cuando intentaba alcanzarlos con su mano o sus labios, no logrando nunca saciar su sed o su hambre. En otras personas se observa el uso indiscriminado de la expresión SIEMPRE, también en forma negativa, motivo de una idea que detiene la posibilidad de atisbar otras determinaciones más promisorias, a la vez que actúa de epitafio al sellar la perspectiva de salir del atolladero. "Siempre pensaré/actuaré de la misma manera". "Siempre me equivoco". "Siempre será igual, nada cambiará". "Siempre seré el mismo idiota". Quienes piensan de esta forma, se hacen rígidos en el actuar, y al sostenerse en el dicho o en el hecho, habrá una tensión que sirve de entrada al stress, porque, de una u otra forma, la persona se muestra alterada.
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Y hay algunos que hacen su ruta predestinando de antemano la falta de logro de llegar a la meta propuesta. Acá sí, "nunca" tienen la satisfacción de haber hecho el cambio, de triunfar. Es como si llevaran una carga subiendo un pendiente, y al llegar a la cumbre, -como Sísifoésta se despeñara, teniendo la necesidad de volver a comenzar como si ese esfuerzo no se hubiera efectuado. De esta manera no pueden sentir plenamente la satisfacción de haber alcanzado algo, aunque sea sólo una etapa de dicha en el duro trajín cotidiano. Tengamos presente que nunca y siempre se sitúan, justamente, en el espacio-tiempo, y que estas formas adverbiales entorpecen la dinámica de acción, porque desbordan la capacidad de la mente humana en el aquí y ahora, y se pierden en el infinito. Entendimos que gran parte de nuestra niñez, estuvimos sometidos a la responsabilidad natural de nuestros padres y otras personas vinculadas, que nos acompañaron durante el escalamiento de las etapas biológicas, intelectuales y espirituales. Ocurre sin embargo, que el ser humano es de por sí contradictorio y que muchos de los mensajes que recibimos y los incluimos en la edificación de la futura conducta, fueron proclamados desde distintos ángulos y por distintas personas que no confluían en un pensamiento común y racional. Pongo un ejemplo simple: la madre le dice a su hijo pequeño que fue golpeado por otro de su misma edad: "Apártate, no te juntes con él". El padre, a la vez, le aconseja: "Golpéalo bien fuerte, no seas gallina". Aunque también se presentan otras situaciones más conflictuadas donde el niño, que está recibiendo los estímulos culturales, se encuentra en franca confusión cuando ve a sus padres que ‗no hacen lo que dicen‘, o que envían mensajes contradictorias entre sí, como vimos en el ejemplo. En general, penetra más profundamente en nosotros lo que vemos que los demás hacen, que lo que nos dicen. Lo importante es saber que durante largo tiempo, el niño depende de sus padres y que recién el pensamiento lógico, que se desenvuelve con lentitud desde el primer año hasta los doce años, da sus frutos de adultez cuando acá, desde esta época, surge el pensamiento abstracto. A través de él empieza a captar, comprender, analizar, elucidar e interpretar mejor, los datos de una situación dada. El peligro está en que la ‗dependencia‘, o ‗simbiosis‘ como también la denominamos, se produzca en forma tal, que no le permita pensar, razonar o reflexionar acerca de que si lo aprendido es lo justo, el modelo adecuado. De esta forma surgen el hijo o la hija que no pueden desprenderse de mamá y/o papá y viven la vida que ellos le imponen sin que muchas veces ni se den cuenta de ello. Así aparecen y pululan en la sociedad, los niños-grandes, las niñas-grandes, que no pueden dejar de depender de los demás aunque crezcan, como todos, biológicamente según la naturaleza lo exige. Que confunden amor maternal o paternal con "libertad-de-ser-por-ellosmismos", porque han perdido la capacidad de discernir, la sapiencia de reconocer, de darse cuenta, de que cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles.
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Y algunos adoptan ciertas actitudes ante los demás y ante el mundo, muchas de ellas erróneas, porque menoscaban la figura moral que la sociedad tiene por valedera, y se afirman de tal manera en ellas que las defienden a capa y espada, e incluso con la vida. Y no es por capricho que así actúen, no; sencillamente creen que son genuinas: no ven la realidad. De este modo viven una existencia a contramano, adulterada. No quiero decir que todo lo que está prescrito como cierto en nuestra sociedad contemporánea, debe ser necesariamente acatado; no. Para eso está el razonamiento lógico adulto, que decide lo que es bueno y lo que es malo; lo que conviene hacer y lo que no, para nuestra buena salud espiritual. Entonces, no nos aferremos a ideas y preconceptos que parecieran permanecer como elementos culturales inalterables, como tampoco nos dejemos fascinar por aquellas cosas que se nos presentan a diario ante nuestros ojos y oídos y que nos promueven a la concupiscencia porque, una vez que somos poseídos por ellas, nos será muy difícil -si así lo queremos luego de una revisada reflexión- revivir nuevamente ese candor tan especial y hermoso, con que fuimos diseñados por Dios y nacimos a la vida. . Una forma que resulta sumamente peligrosa, es la actitud "donjuanesca" de algunos hombres y "seductora" por parte del sexo femenino. Reconozco que es muy comprensible el que se usen artificios de seducción en el juego amoroso de dos jóvenes de distinto sexo y aún de otras parejas no comprometidas, de edades más maduras. Pero lo que resulta verdaderamente lastimoso y degradante, es que, una vez unidas en matrimonio o en pareja estable, continúen con esas prácticas proyectadas a otras personas, fuera del vínculo establecido. Otros seres se encaraman en la soberbia, y desde allí dirigen sus flechas cargadas de estados anímicos deplorables, hiriendo a todos aquellos que se les ponen a mano, aunque éstos permanezcan pasivos. Sería una actitud del que pega primero pega dos veces. De esta manera hacen sus vidas ornamentados con su supuesta omnipotencia, avasallando a los demás. Se han confeccionado un esquema de la sociedad como si ésta fuera una selva donde priva la fuerza, y esa fuerza la han investido de arrogancia. Este no es el camino correcto, porque no conviene ni siquiera, subestimar al supuesto rival. Bien les valdría cambiar de ropaje. Una forma humilde en el actuar, acompañada por una amplia sonrisa en un semblante sereno, puede más que la actitud de enfrentamiento que ostenta el soberbio, aunque en principio éste gane el primer round. Entonces, desvinculados de todas aquellas cosas que afean nuestra condición de seres dignos, y saneados de todos los vínculos que arrastramos, viendo así esta perspectiva, existen muchos momentos, algunos mudos, que nos están diciendo que la vida merece vivirla. La naturaleza, por ejemplo, que nos es regalada, se muestra fértil y animada, y de ella nutrimos nuestro espíritu. Además sabemos que el hombre no es un ser solitario, aunque a veces se aparte a la solitariedad, no, de ninguna manera: está acompañado de otros seres que también sufren y gozan, con los cuales -de una u otra forma- se solidariza con
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sus sufrimientos y con sus júbilos, compadeciéndose de unos y alegrándose con los otros. ♦
Desborde – Grandiosidad Otras de las características relevantes que señalan al hombre de este siglo, es el desborde de sus emociones, de modo tal que son expresadas, en muchas oportunidades, fuertemente exageradas, como si el simple hecho de manifestarlas dentro de ciertos fueros de contención, podrían no llegarles al destinatario. Un ejemplo popular: el gol en el fútbol. Antes, al producirse, el comentarista con entusiasmo decía: ¡Gooool!, y los demás lo coreaban con alegría. Ahora, el mismo gol se expresa: ¡¡Gooooooooool, gooooooooool, gooooooooool...!! de manera interminable. También, las expresiones referidas a valores monetarios, exceden, muchas veces, la capacidad de adecuación; se habla ya de miles de millones, como moneda corriente, y se alienta la avaricia, y el desmedro por aquellos que no tienen ni siquiera un peso. Se manipulan las noticias exagerando su tono y desvirtuando, en variadas ocasiones, el contenido esencial de las mismas. Quiero decir que hay personas o grupo de personas que se arrogan la dirección que debe dársele a las noticias para que éstas adquieran tonos de alarma y de fuerte tinción emocional, como si el pueblo fuera un teatro de títeres quiénes, como muñecos, no pensaran ni sintieran por sí mismo. Y también, considerables músicos populistas que han salido al mercado como cuando crecen los hongos después de las lluvias, y que se ejercitan en letras groseras y sensuales que ningún favor le hacen a los jóvenes que las escuchan, distorsionando la verdadera razón de la conjunción música y alegría sana, a la vez que incitan al culto de la idolatría. Yo entiendo que todo individuo posee un módulo dentro del cual se activan las sensaciones en distintos planos y ajustes. Así, la risa puede movilizarse desde una simple sonrisa hasta la fuerte carcajada franca. Lo mismo en la manifestación de la alegría: en un principio brillan las pupilas, los músculos del rostro se distienden, y se puede alcanzar el júbilo, donde todo el cuerpo se anima en movimientos amplios y acompasados. Y por supuesto también pasa con aquellas expresiones negativas que contrastan con las comentadas. Me refiero a la tristeza y a la ira. Ambas se suceden por etapas que van desde una simple nimiedad al clímax más exquisito.
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Entonces, teniendo en cuenta estas consideraciones, sabemos que el hombre está capacitado para expresar las distintas gradaciones que los sentimientos les ofrecen, y eso está bien, porque así Dios lo dispuso. Lo peligroso es la exageración, el desborde, la incontinencia de las emociones y sentimientos, sobre todo cuando son dirigidos por palurdos, porque al romperse el módulo de elasticidad que las contienen, se pierde así la sabia medida de las cosas, y al desaparecer ésta, no se sabe si en las distintas circunstancias de la vida se obra con autenticidad o con un estímulo apócrifo que desdeña la calidad del ser humano. ♦
Estados de ánimo Son sentimientos vitales esporádicos, es decir, pasajeros, fugaces, que le suceden al hombre en el transcurso de su existencia. Ahora, mientras dura ese estado y se mantiene esa dominación, el ser humano manifiesta su vivencia de una determinada manera. Quiero decir que, a través de los ‗‘estados de ánimo’’, el hombre evalúa una disposición de vida, armonizando o no, sus mundos interior y exterior; es decir, el yo y su circunstancia. El individuo fluctúa entre estados de ánimo que lo elevan satisfactoriamente y aquellos que lo oprimen. También puede diferenciarse el estado de ánimo del estado natural, entendiendo este último como una posición constante en su vida. Lo que sí debe llamar a reflexión, es que en muchas ocasiones el hombre da curso a sus decisiones -aún las más importantes- bajo la influencia de un estado de ánimo natural, sin que prive, aparentemente, la acción de un pensamiento racional. De todas maneras, placer o displacer son los índices que embargan los estados de ánimo. Entonces, la dicha y la desdicha serían los parámetros que guiarían el vínculo del hombre con el hombre o con su sociedad, o su alejamiento, respectivamente. Los determinantes en los cambios de los estados de ánimo, están representados por las alteraciones orgánicas y humorales y por la variación de los factores que representa el mundo exterior. (Véase "stress"). Ante el mundo, el hombre adopta una postura que le nace de su propia certidumbre de lo que le conviene hacer y de su propio caudal de discernimiento, y así forma el carácter que es una disposición más estable y duradero que la representación de los estados de ánimo. Ahora, si estos últimos -que son alimentados por los sentimientos- rompen el equilibrio con la postura, se hacen dueños de la situación, y el ser humano es invadido por los estados de ánimo, paralizando su fuerza de acción y propulsando nuevas determinaciones.
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Entonces, así como la conducta humana es el resultado primario de una suerte de pensamientos y sentimientos que se guardan en su interior o se expresan vivamente, no podemos dejar fuera de contexto las motivaciones derivadas de los estados de ánimo, ya que, como lo expresáramos anteriormente, tienen una connotación que subyuga a su dueño. Esto nos mueve un poco a tratar de desentrañar esa delicada relación que se produce entre dos mundos; me refiero ‗‘al mundo interior‘‘ nuestro y el ‗‘mundo exterior‘‘ representado por una sociedad que tiene sus leyes, sus imposiciones y sus variaciones y que presenta una dinámica a través de la influencia de la naturaleza y sus climas y de los caracteres conductuales de cada ser viviente que se nos cruza. Y así como ante la adversidad de los climas naturales, podemos defendernos y aún asociarnos a ellos, lo que sí se hace difícil, es obtener un humor prudente ante nuestros congéneres, tan variables en sus formas de ser y de actuar. Ya lo sabemos: cada hombre "per se" posee un espectro tan grande de facetas positivas y negativas, que se nos hace muy laborioso no entrar en un fárrago en el cual perdamos el sentido de ecuanimidad ante las circunstancias que nos toca actuar. Observemos algunos casos: estamos en presencia de una persona que se torna irreducible ante un pedido nuestro que consideramos pertinente. Nuestro estado de ánimo se altera y ya nos volvemos servidores de éste. Pero, si yo decido buscar una alternativa que suplante el malestar de la negativa, o directamente no permitir que ella me trastorne, seguramente mi estado anímico no se tornará deplorable y podré encauzar con mejor visibilidad, éste y otros problemas de mayor magnitud. Otra situación podría ser el de hacerme blanco de varios problemas que me atoren, por su simultaneidad, el camino de la discriminación. El ‗estado de ánimo‘ me agobiará y no veré probables soluciones. Y no las encontraré si las causas a considerar se presentan en un bloque compacto; entonces, más me valdría separarlas y tratarlas una por una. En una palabra, está en nosotros y nada más que en nosotros, la dirección del timón de nuestro barco cargado de valores, y es necesario que aprendamos a ser buenos grumetes, para que éste llegue a buen puerto. ♦
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Ese arte de imitar Somos imitadores por excelencia aunque este arte se lo adjudiquemos a los primates. Imitamos gestos, expresiones, modulación de la voz, variados sentimientos y poses. Si una palabra fue dicha por alguien que tiene peso en el público, la adoptamos y la usamos como comodín en cuanta conversación estemos metidos. Sin ninguna duda, tuvimos mucho tiempo para adiestrarnos en ese arte de la imitación, ya que desde muy pequeñitos, y por simple intuición, copiábamos las distintas formas de gestos, inflexiones de voz, palabras y sentimientos de nuestros padres, parientes y allegados, e incluso aprendimos cuándo estas manifestaciones eran puras y cuándo eran falsificadas u obra de un instante emotivo, sin que el protagonista se diera cuenta claramente de lo que hacía. Quiero significar que, llegado a la adultez, nuestro acopio de elementos para interrelacionarnos verbalmente con los demás, es numeroso y jugoso. Ahora, que uno u otro, valido de este aporte cultural sea un campeón en la disciplina de la locución y el intercambio de ideas, es otro cantar. Lo que a mí me interesa destacar es un detalle que creo que nos perjudica considerablemente, y esto sucede generalmente en las ciudades muy pobladas donde los medios de comunicación social están impregnados de elementos tan pobres que malversan la cultura del pueblo en lugar de enriquecerla como sería de desear. Antes de continuar y siguiendo un poco a Ortega y Gasset y al catedrático Alfonso López Quintás, recuerdo que el primero de los autores mencionados, hace unos 50 años, escribió un extraordinario ensayo "La rebelión de las masas" donde él habla del "advenimiento de las masas al pleno poderío social". El segundo de los escritores, que se identifica con el trabajo de Ortega, dice: "Las gentes, en virtud de sus
derechos ciudadanos, se hacen civilizados pero no necesariamente cultos. Este desajuste convierte a la multitud en masa". Vuelvo a Ortega: "La característica del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera. ...Quién no sea como todo el mundo, quién no piense como todo el mundo corre el riesgo de ser eliminado. Y claro está que ese todo el mundo no es todo el mundo. Todo el mundo era, normalmente, la unidad compleja de masa y minorías discrepantes, especiales. Ahora todo el mundo es sólo la masa". Pero "...El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por
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eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes sean enormes. Y este tipo de hombre decide en nuestro tiempo".
Termino con esta descripción que se ajusta al alma de mi trabajo:
"Se les ha dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les han inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu. Por eso no quieren nada con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos". Remato estos párrafos con López Quintás: "El hombre masa recibe pasivamente un elenco de derechos comunales que no responden a su esfuerzo personal. El hombre vulgar sólo se esfuerza por resolver problemas inmediatos; carece de empuje para abordar cuestiones de mayor alcance, aparentemente desconectadas de las urgencias cotidianas". A grandes rasgos, este es el prototipo del hombre que
impera en su mayoría y cuya caracterología nos las mostraron los autores citados. Vuelvo al principio. La facilidad que adquirimos para remedar o reproducir lo que vemos y oímos, nos debería poner en atención para no caer en el negro pozo de la vulgaridad. No queremos ser como todos y nos molesta mucho el que algunas fuentes de información, algunos programas de cine, teatro, televisión y otros órganos de difusión, pretendan llevarnos de la nariz y asociarnos a fines bastardos. No deseamos ser salpicados por el barro del nihilismo y el vitalismo, porque sabemos positivamente que nuestra presencia en el mundo tiene el signo de la nobleza de corazón y una razón de ser para cada uno de los seres humanos, que va más allá de las fronteras intelectuales. En esa vocación, digamos así, de practicar la imitación, tengamos cuidado; no vaya a ser que profundicemos la letra y nos metamos en camisa de once varas. Quiero decir que, existiendo verdaderos desajustes en el comportamiento de algunos hombres en la sociedad eso lo comprobamos a diario- donde estos seres se muestran débiles en el concepto de la moral, tengamos la precaución de estar alertas y no hacernos cómplices de sus endebles razonamientos. Me refiero especialmente por aquellos que delinquen usufructuando de los bienes que no son suyos, y lo hacen desaprensivamente: "Total los demás lo hacen, ¿por qué no yo?‖. Recordemos, los tiempos pueden cambiar, pero la moral, no. Otras veces esa propensión hacia la imitación, está muy vinculada con los ídolos y la idolatría. Así vemos gente que se asimila a quiénes adopta como modelos, y lo hacen, muchos, salvajemente sin que medie entre uno y otro una suerte de categoría o de escala de valores, sino que se plasman y los adoran sin ninguna reserva y les copian todo, como subyugados a su figura. Estos ídolos, entonces, atraen y succionan al público, y cuanto mayor sea el número de seguidores, más afilan sus dientes. Entre ellos, los ídolos, encontramos músicos, cantantes, cronistas, relatores, artistas, escritores, políticos, deportistas y muchos más, algunos con gran conocimiento y buena disposición en su obrar, pero los más se entronizan en falsos demiurgos con muy bajo perfil cultural, y en función de su apetencia por ‗ser alguien’, recurren a golpes bajos y a argumentos falaces que lo único que hacen es disociar la
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integridad del ser humano. Y acá está lo malo: sentir, pensar y actuar en seguimiento de otros que solamente ofrecen mercadería de baja calidad. Yo, personalmente, y seguramente muchos otros, sentimos que somos utilizados como palanquín por aquellos que quieren manipular a la gente, seduciéndola a su antojo con el solo propósito de que se hagan corifeos de sus burdos y algunas veces, malvados fines. Mejor sería hacerse eco de los mensajes de algunos verdaderos y relevantes seres humanos que dan mucho y bueno de lo que tienen, sin aprovecharse de nadie. Nunca está de más aprender de los que espiritualmente supieron hacer el camino correcto ofreciéndose como fuentes de inspiración para los otros. Hombres y mujeres que dieron todo de sí para la mancomunión de la humanidad. Me refiero a Mahatma Gandhi, la madre Teresa de Calcuta y tantos muchos otros que, en el silencio de su humildad hicieron lo que estaba y está a su alcance: el amor, para brindarlo incondicionalmente a todo hombre que se encuentre en su camino. Y tantos verdaderos cristianos que, ante las dificultades de la vida, se preguntan y actúan en beneficio de su hermano, con esta fórmula gloriosa: "¿Qué haría Jesús en mi lugar?" Claro está que me estoy refiriendo a un súper-modelo, Jesucristo. Ahora, aún para aquellos que no profesan esta religión, siempre la figura del hombre que representa Cristo, sirve de imitación, porque la historia nos dice que fue la encarnación del bien, la conmiseración por el que sufre, la prudencia, la ecuanimidad, la tolerancia acompañada de comprensión, y por sobre todo, el amor como entrega de sentimiento y acción hacia los demás, sin erigirse en juez de quién lo merece o no. Imitemos sí, porque adquirimos destreza para hacerlo, pero que sea lo mejor para nuestra salud psico-espiritual. Los modelos no están ocultos, se muestran a la vista, pero es nuestra empresa ‗saber verlos’. Por último, aclaro y distingo al artista imitador que capta objetivamente la manera de ser del imitado y su espíritu, y lo representa creativamente en sus actuaciones, ya sea como forma humorística o dramáticamente, pero no las confunde ni las asocia con su propia personalidad que puede ser diferente a la del imitado. ♦
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Comprender - Amar – Perdonar Comprender y ser comprendidos. Dos voliciones del ser humano que no se contradicen; más bien se complementan. ¿Qué ponemos de lo nuestro para comprender a los demás? La misma palabra ‗comprender’ encierra dos acepciones altamente valiosas: "Entender, alcanzar el significado de algo, las ideas de alguien, etc." Y "encontrar justificados o naturales, los actos o sentimientos de otro".
Es decir, yo entendería a alguien, en la medida que posea el poder de ‗penetrar en su interior’. Esa sabiduría, ese don, se da como una facultad individual o capacidad para ‗entrar’ en el alma del otro, se halle o no abierta su puerta. Ahora bien, ¿de qué vale poseer esa propiedad tan rica? ¿Qué uso hacemos de ella? Creo que esta cualidad, propia de pocas personas por desgracia, es muy valiosa, porque se constituye en el estrado donde se sitúa uno de los más difíciles dones que el hombre puede alcanzar, que es el de la humildad, que transfigura y deshace la soberbia y el orgullo, dos verdaderos estigmas que restan nobleza y dignidad al hombre. Pero no nos equivoquemos. Ser humildes no significa que aceptemos sufrir afrentas por parte del hombre soberbio, arrogante, sino sólo mostrar nuestra miserabilidad y bajeza ante el Señor, nuestro Dios. Eso sí, podemos comprender al soberbio, al orgulloso y al vanidoso, y si está en nuestras manos, intentemos cambiar el curso defectuoso de su derrotero. Esa intención, hagámosla sin violencia, solamente con nuestro distintivo de humildes hijos de Dios que ansiamos perfeccionarnos en el espíritu, para llegar a alcanzar las primicias de un Reino en el que el único privilegio que está presente, es el amor. A propósito de la condición de ‗humilde‘, me parece oportuno recordar lo que el Padre Larrañaga expresa con muy sabios conceptos: "...el humilde no conoce complejos de culpa ni mendiga autocompasión, no se perturba ni se encoleriza y devuelve bien por mal; no se busca a sí mismo, sino que vive vuelto hacia los demás. Es capaz de perdonar y cierra las puertas al rencor...Aparece ante las miradas vestido de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza, suavidad y vigor, madurez y serenidad".
Muchos de nosotros, y en repetidas oportunidades, ante las diversas situaciones que se suscitan en la vida diaria, actuamos en forma altiva y alevosa con nuestros semejantes, sin tomar en cuenta nuestra propia calidad de ser seres falibles, y medimos a los demás con una vara de rectitud que nosotros mismos no tenemos. Esa pronta
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acción con que saltamos a la crítica de lo que piensan, dicen y hacen los otros, nos resta el mérito del silencio y la reflexión. Recordemos las palabras de Jesús, que nos dice a través del evangelista Lucas: "No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados./ ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?/ Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano".
En el mismo camino de la comprensión, está el amor y el perdón. El que comprende, ama, y el que ama, perdona. En este siglo que nos toca vivir y especialmente en las grandes ciudades, parecería que estuviéramos empeñados en aturdirnos. Mil y una circunstancia se apeñuscan en nuestra visión y en la atención, y nos cuesta discernir y ordenar. Queremos desprendernos del aburrimiento que tanto mal nos hace, y llenamos los momentos de ocio con trivialidades que nos hunden en el desasosiego y nos resta la posibilidad de la intimidad y de la reflexión. De esta manera nos atosigamos de elementos espurios que intoxican nuestro ser, perdiendo así la lucidez y probidad. Muchas veces bajamos los brazos y dejamos que el contorno exterior llene nuestro ‗tiempo vacío‘, porque tememos la comunicación franca de persona a persona. Así, eludimos el diálogo con nuestros familiares o con alguna otra persona, y las relaciones se van enfriando hasta que, en ocasiones, terminamos por desconocernos entre nosotros. Es necesario ‗estar despiertos’. En este siglo se ha ido introduciendo un virus que obra enmascarado en el ruido. Este virus invade la totalidad de nuestra economía como lo hace el stress, incapacitándonos en la libertad de persona. Entiendo por ruido todo aquel factor insustancial que ocupa los canales de atención y que produce un atoramiento para la libre vehiculización de los elementos realmente valiosos. En este caos que se produce en nuestro ser, nos debatimos por liberarnos tratando de encontrar ese antivirus que nos sane; sin embargo, muchos de nosotros sucumbe a su influencia devastadora, pero muchos otros consiguen, gracias a Dios, deshacerse de su influjo y renacer íntegros para transitar por ese camino tan esplendoroso como lo es el de la comprensión, el amor y el perdón. ♦
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IV EL "ESTRES* El "estres" ¿es contagioso? Antes de conocer la etiología y los efectos deletéreos de este mal, quiero abordar, como prólogo, algunos conceptos que seguramente nos ampliará el horizonte para una mejor comprensión del tema. Algunas personas, unas más, otras menos, conoce lo que es "stress" aunque sea por sus efectos, pero la posibilidad de que éste sea contagioso, merece una aclaración. Si atendemos la realidad del hombre dentro de su grupo, coincidiremos en que cada individuo está relacionado con el otro en forma directa o indirecta, en proximidad o distancia. Y si el hombre no es indemne al ‗mal del stress’, es muy posible que pueda ‗contagiar’ a sus congéneres, si no biológicamente, por lo menos por presencia. Idealmente formamos un complejo funcional que nos involucra con el medio ambiente. Sin embargo, como dice Fritz Perls "ninguno es víctima del otro. Son opuestos dialécticos (hombre y circunstancias), que forman parte de lo mismo, de la personalidad integral"
Existe entonces una propensión a acercarnos a todo aquello que nos produce satisfacción o curiosidad, y a alejarnos de lo que nos causa desagrado. Esto, que en los primeros años de vida se da casi naturalmente, va adquiriendo forma y ya comienza a establecerse una disposición de lo que ‗me gusta’, y lo que ‗no me gusta’. Producida la jerarquía de valores, que no en todos es igual, se asimila también una suerte de disquisición: "lo que me gusta es mi amigo y lo que no me gusta se hace mi enemigo". La situación comentada anula, en cierto modo, la trayectoria vital de una real aceptación de lo que nos acontece. De aquí es, que resultaría sano, hacerse una reflexión acerca de esa disposición de controversia a los efectos de determinar si las cosas que nos son placenteras nos sirven de apoyo para madurar intelectual y espiritualmente, y hasta dónde las displacenteras nos incomodan y no nos dejan vivir. Seguramente nos podremos librar de algunos factores aceptándolos tal como se presentan, para que no medien en contra nuestra. Ejemplo: los ruidos exteriores nos aturden, nos desequilibran, no nos dejan comunicarnos verbalmente con nuestros semejantes. La realidad es que no podemos acallarlos como quisiéramos; entonces, aceptémoslos e incluso tratemos de hacerlos amigos. Cuantos más amigos tengamos, más fácilmente nos será desenvolvernos en la vida con diafanidad y armonía. Los ejemplos de transformar los potenciales enemigos en amigos, se suceden momento a momento: nuestra figura
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física, los contratiempos, los padres que no son como nosotros quisiéramos; las situaciones inacabadas, relaciones interpersonales, antipatías, etc. En realidad, teniendo en cuenta la importancia del factor stress en la vida del hombre, y en procura de la cristalización del hombre nuevo, del hombre que se va despojando de su yoísmo, de sus fuertes apetencias terrenales para permutarlas por elementos espirituales, veremos que el stress significa un poderoso impedimento para que pueda producirse la conversión de este hombre terrenal que somos, en un ser más inmaterial, más espiritual, más desligado del ambiente tóxico del medio. Apuntamos a la depuración de todas las toxinas que nos impiden aspirar a ser un hombre integrado donde cuerpo, mente y espíritu totalizan una sola concepción; a ese "hombre transparente" que nada guarda porque nada tiene que perder; que resuelve gran parte de sus problemas ya que tiene la capacidad latente de hacerlo por sí mismo; pero que, cuando las dificultades exceden sus posibilidades humanas, se abandona blandamente y se las ofrece a Dios, quien, seguramente, con su gran amor, obrará en él como cura milagrosa de sus males. Sabemos que el camino de la depuración es largo y difícil. Tal vez muchos no lleguemos a la meta promisoria, es decir, a la pureza del alma, pero bien vale intentarlo. Entonces, son muchos los inconvenientes que debemos sortear, y en ese tanteo tenemos como enemigo declarado al "stress" quien obstruye nuestro propósito, nuestro proyecto de superación, ya que nos conturba y nos hacer perder el sentido de identidad y la objetividad, necesarias para ver la realidad que nos rodea. Como es muy difícil substraernos a este agente disociante, nos conviene aprender a revertir su impronta nociva. Este es el propósito en que me empeño. No podemos cambiar al mundo porque la vida se nos presenta de esta manera aunque en muchas ocasiones nos hiera, pero es obra nuestra, modificar todo suceso que nos dañe, de modo tal que se transforme de negativo en positivo, para alcanzar así la placidez y la alegría de vivir, tan deseadas Por último, quiero dejar bien establecido que este trabajo está referido al hombre sano muy especialmente, no al enfermo. Y para ello, parto de un concepto acuñado por Oswald Schawarz y citado por Abraham Maslow: la psicogogía, que es la realización de la persona no enferma en saludable. ♦
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Nuestras decisiones conmueven a los demás Somos, a la vez, transmisores y receptores de conocimientos, planes, ideas, proyectos, lecturas, charlas triviales y profundas, estados anímicos, intimidades, emociones, etc. Las emitimos y las recibimos. Muchas de ellas resbalan sin dejar huellas; otras se afincan en nosotros, y así actuamos nuestra vida de relación. Quiero significar con esto que nuestra cultura se nutre de muy diferentes fuentes y que podemos considerarnos seres que muestran multiformes aspectos. De aquí que, de una u otra forma, las decisiones que adoptamos conmueven a los demás en grados superlativos, medianos o ínfimos. Por eso es, que nuestra responsabilidad dentro de la sociedad humana, es muy importante y delicada. Cada persona -recordemos- que intima con las demás, recibe y da de sí. Por lo tanto, esta suerte de intercambio, de acercamiento y de rechazo o desconocimiento entre ellas, se produce dentro de una órbita dinámica y cambiante, en el espacio-tiempo en el que nos desenvolvemos. Sucede algo así como cuando en el juego de "pool" comenzamos golpeando con el taco una bola; ésta chocará a otras, y en la onda de desplazamiento, se tocarán otras entre sí: algunas fuertemente, y otras, débilmente. No quiero cansarlos con estas relaciones que prácticamente llegan hasta el infinito, pero mi propósito es demostrar algo que a muchos se les escapa. Y esto es: que todos los seres humanos están relacionados de alguna manera, aunque se desconozcan entre sí, y vuelvo a repetirlo, es sumamente provechoso saber y recordar, que cada acto -de palabra, intención o hecho- conmueve, en alguna forma, a los demás. Como que así también recibimos el impacto de las otras personas. Ahora, yo me hago las siguientes reflexiones: ¿qué necesidad hay de estar enemistado, de guardar rencor u odio que corrompe nuestro corazón, por algo que pasó y no se puede volver atrás? ¿De ir distribuyendo a los otros ese secreto que se nos confió a nosotros solos? ¿De enlodar la dignidad de alguien por el solo hecho de hacernos eco de lo que el otro dijo? ¿Quiénes somos nosotros para erigirnos en juez supremo de nuestros semejantes? Es cierto que hay una justicia humana que a veces se equivoca, pero existe una justicia divina, que además, es misericordiosa. Si no tomamos en cuenta estas consideraciones negativas, podríamos llegar a constituir una sociedad donde todos se desconocen aún conviviendo juntos. Y estoy seguro de que a nadie le agradaría esto, que se convertiría, seguramente, en una realidad funesta.
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Ya que estamos tan entrelazados, ¿cuáles serían los recaudos que cada uno debería tomar para tratar de concordar armónica y placenteramente? Yo creo que el AMOR, la HONESTIDAD y el DISCERNIMIENTO deben ser los principales valores que debemos ostentar y defender. Se me puede decir que la armonía que proclamo es utópica porque el ser humano posee tantas facetas que es casi imposible que articulen adecuadamente entre sí, y esto es cierto. Pero si no hay una propuesta de paz y concordia, jamás daremos el paso hacia una sociedad radiante donde cada uno de sus componentes, conscientes de sí, propongan de lo suyo todo lo bueno que Dios gratuitamente le otorgó. ♦
Holograma La planificación que diseñé tanto para "El hombre transparente" como para este libro, se cimentó en una clara y conocida realidad, tal como yo la veo: que el ser viviente es una unidad aún cuando cada una de sus partes distintivas tenga su propia autonomía. Por lo tanto, el hombre es cuerpo-mente-espíritu. Y un trabajo de Arthur Koestler ("La vida después de la muerte", en el capítulo 14), cita a varios autores. Ellos, de una u otra forma, sustentan esta teoría que no es mía, pero que la sostengo a rajatabla. Dice: "...no sólo el universo en cuanto totalidad influye sobre los
acontecimientos locales, terrestres, sino que también los acontecimientos locales ejercen su influencia, por pequeña que sea, sobre la totalidad del universo". (Principio de Mach). También Kepler, en la búsqueda de las leyes planetarias, comenta: "Hállase en primer lugar la unidad de las cosas por la cual cada cosa es una consigo misma. Hállase en segundo lugar la unidad por la cual una criatura está unida a las otras y todas las partes del mundo constituyen un solo mundo".
Pero lo más llamativo es el holograma (inventado por Denis Gabor, Premio Nobel 1971). "...Se basa en un método fotográfico (sin lente)
que registra los patrones de interferencia de un rayo láser dividido sobre una placa fotográfica transparente. Cuando a ésta se la vuelve a iluminar con luz láser, se ve una nítida imagen tridimensional del objeto fotografiado. Pero la propiedad inquietante del holograma, consiste en que si le cortamos un fragmento y lo iluminamos con el rayo láser, el objeto fotografiado aún será visible EN SU TOTALIDAD, sólo que será menos nítido cuanto más pequeño sea el fragmento que se separa de la placa. De modo que cada parte del holograma, potencialmente posee TODA la información para describir el todo, aunque la información se vuelva más sumaria cuanto más pequeña sea esa parte. Se pierden los detalles, pero se preserva la Gestald la configuración del todo". (La negrita es mía).
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Definición y dinámica del "stress" Solidarizarnos con alguien o con algo, presupone que lo hagamos en plena libertad de decisión. Pero hay formas que nos invaden sin que lo deseemos ni le ofrezcamos franco acogimiento. Una de ellas es el "stress". Así como un resfrío, una gripe u otra enfermedad, se instala en nosotros sin pedirnos permiso, así el "stress" -con sus multiformes facetas- penetra en nuestra órbita vital y se hace dueño de la unidad cuerpo-mente-espíritu, disociándola en partes que luego se desconocen entre sí, cuando antes de la invasión, constituían una amable familia. Entonces, es necesario que conozcamos la identidad de este incómodo huésped. Por lo pronto, al agente causal -que es un ente inespecífico denominado "stressor" o "alarmógeno", no se lo puede individualizar fácilmente. Es importante, eso sí, estar sumamente alerta, porque, cuando menos se lo espera, se introduce en nosotros. Y no bien se hace dueño nuestro, comienzan las reacciones de parte de nuestro organismo, quién sí lo percibe claramente. Y aquí aparece la primera reacción llamada de "alarma", muchas veces no reconocida como alteración, y se desencadenan sucesivas actividades fisiológicas de rechazo. Esta segunda fase se la denomina de "defensa". En ella existe un aumento de la adrenalina Una situación que podría acarrear la presencia de estas dos fases mencionadas sería, por ejemplo, la irrupción de una noticia inesperada que comprometa seriamente nuestra estabilidad económica, o un accidente grave de un familiar. Hasta este momento, y un poco más avanzada la invasión, la situación creada puede revertirse hacia un equilibrio estable, pero, si prosigue actuando el agente stressor sin haber sido superado, se desencadena la tercera fase, la de "resistencia" donde se producen reacciones neuro-hormonales que tratan de restablecer el orden de la casa. Y en la continuidad de la actividad de este agente disociante sin haber sido debidamente controlado, se llega, finalmente, a la última fase, la de "agotamiento", donde todos aquellos elementos que pugnaban por equilibrar la situación anómala, se vuelven contra nuestra integridad, desarmándola.
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Entonces surgen las enfermedades producidas por "stress" que no tienen origen en agentes bacterianos o virales, sino que actúan en una forma de acción, que producen, como dijimos, la disociación cuerpomente-espíritu. Ejemplos de algunas de ellas -en lo orgánico- se citan las enfermedades cardíacas, la colitis ulcerosa, el reumatismo en sus distintas formas clínicas, y numerosas más. Y en la esfera psicoespiritual, la depresión, entre otras. Recordemos que ante cualquier situación, ya sea inesperada o esperada, podemos reaccionar en forma serena, reflexiva, o, al contrario, con gran dureza de ánimo, o rindiendo nuestras fuerzas de modo verdaderamente desconcertante. También la célula, el elemento biológico más pequeño del organismo viviente, al ser estimulada, se activa, ya sea cediendo partes de sus productos de asimilación, o directamente irritándose y defendiéndose, según sea el grado de incitación que tiene por parte del agente excitante. Entonces, de una u otra forma, sabemos que somos susceptibles ante los agentes externos o internos, sean éstos agresivos o no agresivos. Lo que tenemos que tener bien presente, es entender que el factor estimulante -cualquiera sea su origen- compromete la totalidad del ser viviente, aunque uno lo sienta o lo crea, a nivel orgánico, psicológico o espiritual solamente. El STRESS, viejo compañero de aventuras y desventuras nuestro, fue detectado y estudiado por Hans Selye, quién lo bautizó de esta manera. Como es una palabra de difícil traducción, algunos lo asimilan a "sobrecarga". De todas formas, se comporta como un incentivo de variados componentes inespecíficos, que provocan, desde un simple estado de "alteración", hasta desastrosas respuestas que enferman al individuo, en algunos casos arrastrándolo a la muerte. De este modo, en muchas ocasiones, sobredimensiona la capacidad de ordenar adecuadamente los recursos que posee todo ser viviente. Entonces el motivador llamado "stressor" o "alarmógeno" como ya dijimos, actúa sobre la integridad del ser, alcanzando con su poder aún a los animales y vegetales, y se produce lo que Selye denominó "Síndrome general de adaptación" que sigue prácticamente esta secuencia: 1) El organismo acusa una primera fase de "alarma". 2) Ante ella se resuelven manifestaciones de "defensa" que se traducen sobre todo por la hipertrofia de las glándulas suprarrenales. 3) Le sigue un período de "resistencia" provocado por la exposición prolongada del agente stressor. Durante este pronunciamiento, disminuyen las defensas a otro tipo de sobrecargas, y sobrevienen las "enfermedades de adaptación", algunas de ellas ya mencionadas. Ahora, repetimos, si este último período persiste, se produce irremediablemente la última fase denominada de "agotamiento" en la que claudican todos los elementos de defensa. Visto o enfocado el "stress" desde el punto de vista fisiopatológico, sucede lo siguiente: stress–shock–resistencia. En este último ítem, ocurren cambios químicos con cierta desintegración de las proteínas, especialmente para obtener azúcar sin afectar las reservas hepáticas. Además, se almacena más cloruro de sodio y se pierde más
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potasio. Recordemos que el azúcar celular actúa como combustible energético. Lo que ocurre es que, esta respuesta al stress -satisfactoria en principio- puede llegar a agotar las reservas corporales, y a la larga, resulta muy perjudicial para la salud si dura más tiempo de lo necesario la acción del agente irritante. Quiero decir, el cuerpo puede defenderse de los ataques que recibe hasta un determinado límite, pero no más, y, de esta manera, la hidrocortisona (humor proveniente de las glándulas suprarrenales) constituye algo así como una defensa frente a los indeseables o a circunstancias adversas de todos los días y a los momentos cúlmines, pero no debe pensarse que es una defensa infalible a prueba de balas. En este mundo en que convivimos, son muchos los factores que actúan para que las relaciones humanas no sean tan pacíficas y amables como deseamos. Empecemos por reconocer que aunque nuestra figura física coincida con la de los demás en que poseemos todos, una cabeza con ojos, nariz, orejas, boca; un torso y cuatro extremidades que terminan en cinco dedos cada una, en algunos aspectos nos diferenciamos, y a veces muy ostensiblemente. Me refiero al sexo y al comportamiento en especial. Aunque también existen otras situaciones que inciden en forma notable, y que es el resultado de nuestra vida histórica-biográfica: felicidad, desvalimiento, desgracias, accidentes, etc. Y que perfilarán el carácter de cada cual. Con todo este equipamiento, hacemos nuestra vida, pero en muchos momentos somos sorprendidos y nos sentimos confundidos ante situaciones que engarzan con motivaciones generalmente desagradables que se apoderan, en cierto modo, de nosotros. Me refiero al "stress", un agente que, como ya lo hemos dicho, puede destruir a la persona. El hombre actual se enfrenta continuamente con los miedos y sentimientos desencontrados; todos ellos con su séquito de angustia, antipatía, rencores, y va perdiendo así su transparencia. Ve enemigos donde no los hay, y a los virtuales enemigos existentes, los enfrenta muchas veces con ensañamiento. Todo esto incide en nuestro complejo cuerpo-mente-espíritu, desencajando su estructura. Y ya sabemos que si esta unidad no actúa armónicamente en conjunto, o se rompe, el hombre enferma y sufre. El "stress", entonces, constituye el componente disociante, entre otros. Se presenta como un agente sutil que nos toca, nos envuelve -la más de las veces- por sorpresa: es decir, que nos damos cuenta de su presencia, cuando ya está establecido dentro de nosotros. Nos interesa, entonces, conocer bajo qué formas se producen la captación y la respuesta ante la presencia de este agente de estímulos que, aunque no nos agrade, resulta ser un socio ligado a nuestro componente bio-emocional, y que nos acompaña -nos guste o no- desde el momento de la concepción. Como ya adelanté más arriba, no siempre la acción del "stressor" deriva en "distress" (o mal stress, el peligroso), sino que, en muchas ocasiones hasta llega a ser deseable. Me refiero al que se lo denomina
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"eutress" (o buen stress), ya que éste promueve al crecimiento psicoespiritual, siempre que la persona posea los recursos suficientes y los active adecuadamente. Al eutress lo tenemos presente en los momentos de, por ejemplo, un ascenso en el trabajo, el noviazgo, el nacimiento de un hijo, el ser galardonados, etc. Ahora, ¿qué reacciones puede asumir el hombre ante el stress en general? Algunos pelean las situaciones, conociendo al adversario. Otros, directamente huyen del foco de peligro. Y otros se adaptan o resisten, según sus medios o recursos. Pero existe una cuarta forma de reacción que debe tomarse muy en cuenta. Es la de quedarse inmóvil, perplejo, ante una situación de stress; no saber qué hacer. Esta actitud es llamada por Konorsky "reflejo de muerte aparente". El individuo se halla en un estado de aturdimiento, con cierta atonía muscular y cerebral que lo fija y no lo deja pensar ni actuar. Esta posición puede durar unos minutos (período de estupor) hasta perdurar en el tiempo. Cuando el hombre no puede encontrar salida a esta forma de anonadamiento, es fácil que entre en el camino de la depresión. De ahí que se hace realmente necesario estar alerta para no caer en esta emboscada. Por suerte para nuestra economía fisio-psico-espiritual, existe otro momento en que la persona, ante el asalto del stress, ya no se queda atónita, ni huye, ni pelea, sino que encuentra un camino de reposición que es vislumbrar todo aquello que se presenta tenebroso y sin salida, para transformarlo -aún con la presencia activa del factor stress- en un campo de presencia factible de ser mejorado, buscando soluciones plausibles y denegando las posiciones negativas. En este caso, según sea la profundidad en que ha anclado el stress, la solución puede depender del sujeto mismo o de la ayuda exterior que reciba. Nacimos para ser felices, y de ser posible, hacer felices a los demás. De otro modo, nuestra presencia en el mundo resultaría una incongruencia, un sin sentido. Estamos capacitados para resolver las dificultades que nos salen al paso, pero las resoluciones quedarán inconclusas si no recurrimos a nuestro patrón de existencia, que se encuentra en el núcleo psico-espiritual. Por otra parte, no se pueden dar recetas para aniquilar al stress, porque, aunque es un agente agresivo universal, cada uno de nosotros lo siente individualmente según sea su propio temperamento. Lo que sí puede hacerse, es adoptar un saludable estado de atención o prevención a todas aquellas situaciones en que estemos involucrados para que las heridas que puedan inferirnos, sean fácilmente yuguladas y no nos lastimen profundamente. Recordemos además, y esto es muy significativo: no siempre entra en nuestro interior un solo agente stressor, sino que pueden haber varios, y son, en su medida cuantitativa y cualitativa, entes de mayor peligrosidad. Me explico con un ejemplo: me mudo a un lugar distante y extraño del que viví durante largos años de mi existencia; al poco tiempo se enferma gravemente mi hijo y fallece como consecuencia; me quedo sin trabajo... Esto significa una suma de stress que se acumulan y no me permiten una reposición adecuada porque se sucedieron uno tras
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otro. Se me dirá que presento una concatenación de hechos demasiado casuales. Sin embargo no estoy tan alejado de la realidad si nos vemos a nosotros mismos con cuántos factores de stress nos enfrentamos casi día a día. Ustedes me dirán también: "Bien, conozco sus dinámica. Sé que el stress forma parte de mi vida. Pero ¿cuándo me doy cuenta de que soy poseído por el stress y hasta dónde y cómo puedo actuar para que éste no me domine y sobrepase mis defensas?" Antes de dar respuestas a todos estos interrogantes, quiero aclarar algunos conceptos que nos irán dando pautas. Un enfoque muy interesente me parece, es la "teoría guestáltica". Ella se funda en que la persona se halla -en los diferentes situaciones que le suceden- en un plano bivalente: como figura y fondo. Imaginémonos dos rostros cuyos perfiles se enfrentan entre sí. Pero, si hacemos caso omiso de esta representación y nos detenemos en el espacio entre los dos perfiles, veremos un jarrón antiguo; de tal modo que, según donde dirijamos nuestra atención visual, por momentos observaremos uno y otro, como figura o fondo. Entonces, cada una de estas dos representaciones, puede actuar en distintos momentos: como ‗figura’, que es el problema actual, y como ‗fondo’ que es todo aquello que lo circunda y que tiene incidencia en el tema en cuestión. Sin embargo, y acá viene lo interesante, figura y fondo están estrechamente vinculados: no se separan uno del otro. En consecuencia, no puede desecharse el uno en beneficio del otro. Pongamos un ejemplo: yo debo abonar una factura con vencimiento. La figura soy yo con mi problema; el fondo, la o las personas o institución a quiénes debo. Entonces pago la factura: la gestalt se cierra; se acabó la preocupación; a otra cosa. En cambio, no pago la cuenta; soy deudor, me siento mal. La gestalt está abierta. No puedo apartar mi mente de la situación, e incluso queriendo olvidarla. Está presente, y hasta que no cierre la gestalt, seguirá acosándome. Y así en todos los órdenes de nuestra vida en que exista un desacuerdo. Y es verdaderamente preocupante el saber, si hacemos un análisis honesto de nuestras vidas, cuántas gestalt abiertas arrastramos y nos movemos con ellas, sin atinar a cerrarlas. ♦
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*Motivadores del "Stress" En cada momento de nuestras vidas somos apelados por un "stressor" que se hace presente, ya sea con una tarjeta de visita, o bien entrando disimuladamente en nuestra intimidad. No quiere decir ello que esta manifestación de puesta en escena nos ponga en apuros, porque puede ser acusada por nuestro organismo como un simple estado de "alarma", y no pase de ahí. Incluso, a veces, ni siquiera sospechamos que sonó la alarma porque ésta casi ni la percibimos. Pero hay otros momentos en que el "stressor" oprime y gana terreno, y aunque nuestro complejo psicológico se encuentre ignorante ante esta situación, el organismo acusa recibo y se pone a la defensiva; se hace "resistente" y al fin, en varias ocasiones, es vencido y claudica permitiendo el desgaste negativo de algunos órganos y sistemas atacados, que enferman. Y ahí tenemos al hombre con problemas de todo orden. Variados e insospechados en algunos casos, son los "motivadores de stress". Yo he elegido algunos de ellos, pero no escapará al criterio del lector que la bolsa es grande y profunda, y da cabida a muchos más "stressores‖. Ruido Los ruidos exteriores, sean éstos provenientes de la calle, lugar de trabajo, negocios, e incluso de nuestro propio hogar, son factores de "stress". Los órganos auditivos poseen una gama de decibeles que solventa el ingreso de los ruidos, pero hasta cierto punto. Tal vez un solo ruido estruendoso, oído de vez en cuando, especialmente si esperamos el siguiente, contenga un menor caudal de sufrimiento que los ruidos continuados, aunque sean de más bajos decibeles. Tan es así que, si en un momento dado, por obra de magia se silenciara todo de golpe, probablemente nos sentiríamos mal, porque faltaría ese generador de stress al que, de cierta manera, nos hemos acostumbrado. Sin embargo no es así, porque el ruido, el fantasma del ruido, seguirá retumbando en nuestros oídos, y estimulará negativamente al organismo. No obstante, hay gente que pareciera ser insensible al ruido.
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Incluso lo buscan para que lo acompañe ante la terrible soledad en que se encuentran. Cuando digo soledad no me refiero específicamente al que está solo, sin nadie que lo acompañe, sino al que se le nubla el alma, al que tiene empañada su vida espiritual. Pero también existen los ‗ruidos internos’; aquellos que, en sucesivas imágenes pueblan nuestra cabeza. Muchos de ellos cruzan como ideas fugaces y desaparecen, pero otros se aferran en nosotros y nos aturden. ¿Cuál podría ser el antídoto ante tanto stress? Desligarnos del ruido exterior es muy difícil, salvo que nos atrincheremos dentro de nuestra casa y cerremos puertas y ventanas. Es una forma, sí, pero como decimos más arriba, nuestros oídos se van ajustando a los ruidos, y en algunos momentos, hasta nos olvidamos de ellos, salvo que se conviertan en un pandemónium. Donde sí podemos ejercer un control, es contra los ruidos interiores. ¿Cómo? Relajándonos, con un dominio de la respiración para entrar a niveles de conciencia con bajo ritmo cerebral. Durante el ejercicio de la meditación, los pensamientos, razonamientos, imaginación, percepciones, concitan nuestra mente y quieren fijarse en ella. No confrontemos con ellos para evitar que se hagan enemigos nuestros. Generalmente son erráticos y desaparecen. Propongámonos continuar con un silencio mental que implica dejar la mente en blanco. Los fantasmas pueden volver, pero en la continuidad del ejercicio, tantas veces sea, se agotará las posibilidades de fijación y desaparecerán. Una mente silenciada no entra en discusiones agotantes, ni en la vida de los otros humanos. Se rebela contra toda intromisión. También percibe su propio ser y su circunstancia bajo una óptica distinta, más diáfana, más sana, más amorosa, porque la mente silenciada se hace más sabia ya que está predispuesta para oír la suave voz del alma. El discernimiento impera en ella y es un don del espíritu al que debemos escuchar. Apresuramiento Vivimos entreverados en una sociedad que nos empuja en demasía para que nos movamos aceleradamente. Para que hagamos las cosas, pensemos y demos respuestas casi inmediatas, sin pausas, sin silencios, sin reflexión. Hasta un anuncio de zapatillas nos dice: "La vida es rápida, alcanzala". Y la vida la hacemos nosotros en el lapso en que cronológicamente nos movemos: el tiempo. En el Libro del Eclesiastés, profundo por su sabiduría, recordamos que "hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol". "Un tiempo para hablar y un tiempo para callar". "Un tiempo para llorar y un tiempo para reír". "Un tiempo para guardar y un tiempo para tirar".
Si hay un tiempo para cada cosa, ¿por qué no dar tiempo a cada momento en su real dimensión, sin tener que preocuparnos por el siguiente? Cada instante de nuestra vida vale: entonces démosle cabida a cada uno sin que el otro se entrometa. Ese momento puede ser de gozo, de felicidad, aunque también de dolor, de pena, y en estos
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parámetros se desenvuelve nuestra existencia. Suceden y ahí están. Por supuesto que deseamos fervientemente detenernos en los instantes de alegría queriendo que no pase el tiempo, y saltar lo más rápido posible de aquellos que nos abruman. Pero todo tiene su significado, aunque nos cueste percibirlo. Existe un orden terrenal pero también un orden divino que no debemos transgredir: en caso contrario entraríamos en conflicto. ♦
Programación de los padres Muchos son los años que dependemos de nuestros padres quienes, con verdadera vocación, que nació con la aparición del hijo a la vida, se empeñaron en hacer lo mejor de lo suyo. Y lo hicieron sobre el camino, aprendiendo el oficio de padres en el decurso de la evolución de los hijos. Solo llevaron consigo la sabiduría de lo sabido durante su vida hasta entonces, y el amor. Por otra parte, ya lo dijimos, el ser humano aprende imitando, y claro está, en repetidas oportunidades ingresa en su banco de datos, indiscriminadamente, conocimientos o esquemas de conducta que se fijan como "mensajes" o, más fuertemente, como "mandatos". De esta manera, con el bagaje de nuestras experiencias infantiles y los mensajes grabados en la mente, vamos diseñando una personalidad. Dijimos que en la experiencia como padres, llevábamos como baluarte el amor, y justamente, este don maravilloso que rige la vida en su significación más exquisita, en algunas oportunidades se lo malusa, y es cuando se lo condiciona. "Si actúas como yo te digo, gozarás de mi complacencia". O "yo te querré, si cambias". En muchísimas personas, más de las que creemos, las palabras que oyen de los demás, obran como agentes hipnóticos: son cautivadas por ellas y se subyugan a su poder. Entonces, en esa época de nuestra niñez en que casi todo es maravilloso y abiertos a lo que nos viene de afuera, los mensajes de nuestros padres se afincaron tan fuertemente en el cerebro, que aún, fuera de la acción directa de los progenitores, siguen activos en forma de "diálogos internos" que interceptan, muchas veces, la capacidad de obrar por nuestra cuenta y riesgo. Veamos un ejemplo: voy en camino a un lugar donde se solicita gente para cubrir un puesto vacante. En el trayecto, comienza a martillarme una sucesión de voces internas: "¿Para qué vas? ¿Estás seguro de reunir las condiciones que se necesitan? ¿Te imaginás que, entre tantas personas, justamente a vos, desgraciado, te van a elegir?". Ciertamente esta persona careció de un apoyo de confianza durante su crecimiento y ahora siente, repetidamente, palabras interiores que siguen machacándole su indigencia. Es tan fuerte esa ‗dependencia‘, que en muchas ocasiones obra sin que lo percibamos en lo más mínimo, guiándonos por un camino que creemos que lo transitamos por nuestro libre albedrío, y sin embargo lo trazan nuestros padres. ¡En cuántos momentos nos encontramos con
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personas que se lamentan diciendo: "Llegué a ser médico (o abogado, o ingeniero), para darle gusto a mis padres. Ahora voy a estudiar esto que es lo que realmente a mí me gusta". Para nuestra felicidad, es necesario hacer un recuento de todo lo que quedó atrás; dar una vuelta de página y recomenzar una nueva vida en la que nosotros seamos los verdaderos protagonistas. Sin embargo, quiero ofrecer una aclaración. No siempre el argumento que nos impusieron nuestros mayores, defecciona tanto como para querer suplirlo por un plan nuevo donde todo se cambie necesariamente. Insisto: parto de la idea de que, salvo casos especiales, nuestros padres pusieron todo su amor y empeño en esa noble tarea que es la de educar para la vida. Pero el hombre no es perfecto, aunque nació perfecto, y se va contaminando de celos, resentimientos, soberbia, vanidad, omnipotencia, que se hallan tan profundamente arraigados en su ser, sin que muchas veces ni siquiera se dé cuenta, y todo ello lo contagia a sus descendientes. Desgraciadamente éste es nuestro estigma y está en nosotros revertir el proceso y resurgir de entre las cenizas como el ave Fénix, renovado, limpio. El cambio nos podrá costar muchísimo y en ningún momento debemos bajar la guardia, pero bien provechoso será alcanzar la diafanidad tan necesaria para la salud psico-espiritual. Baja autoestima La baja autoestima, gravita en forma directa en el stress. Es bien sabido que en nuestra vida infantil penetraron, aferrándose al tejido nervioso y centro de los recuerdos, gran cantidad de mensajes negativos que cercenaron nuestra autoestima. Y, como dijimos, la baja autoestima, lleva a un estado latente y sostenido, de stress. Entonces, sin ninguna duda, la baja autoestima hace infeliz al hombre. En contraposición a esta realidad, es importante saber y reconocer el caudal enorme, el tesoro de posibilidades de que somos capaces y que están dentro de nosotros, esperando que las saquemos a la luz... Todos estos frutos del espíritu que Dios puso en nuestros corazones para nuestra felicidad y para hacer felices a los demás. Cuando hablo de estos ‗frutos‘, me refiero, por supuesto, al amor, la alegría y la paz; la magnanimidad, afabilidad, bondad, confianza, y temperancia. Tareas sin acabar Un factor común de stress lo constituye ‗la cosa no terminada’ (ver teoría gestáltica). Los asuntos no resueltos que están ahí, atenazándonos. El organismo, nuestro módulo de organización corporal, comienza un ciclo y lo termina para empezar otro, y así sucesivamente, pero no lo deja irresuelto. En cambio muchos de nosotros personalmente comenzamos algo y lo dejamos sin terminar. Esta situación obra como estado de alteración, subyaciendo en las capas profundas de la psiquis. Pareciera como si un imperativo nos impulsara a hacer varias cosas a la vez. Creemos que ponemos toda la atención en cada una de ellas al unísono, y nos engañamos totalmente, porque no es así por más
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buena voluntad que tengamos. Nuestra atención posee un canal perceptible para filtrar un asunto por vez. Al querer acumular varios, el canal se atora y en seguida sobreviene la desazón, la desilusión... y el stress.
Complejo de inferioridad Desde muy pequeños vamos recibiendo elementos culturales que más tarde moldearán nuestra conducta. Poseemos una exquisita sensibilidad para aceptar u oponernos a aquello que se nos dice, sin tomar debida cuenta de si el programa que se nos propone puede ser beneficioso o no para nosotros. De este modo, ingresamos sin destilar, todo lo bueno y lo malo. Más adelante, llegará el momento de discriminar los valores a los que nos haremos solidarios, y aquellos otros que rechazaremos. Sin embargo, no siempre las cosas ocurren siguiendo un orden lógico. Puede suceder -y sucede- que los mensajes de nuestra primera edad se incrusten en nuestro cerebro, y que éstos sean de orden despectivos y desmoralizadores, provenientes de personas que obraron en la educación y que no confiaron en nosotros. Entonces, en algunos que no son pocos- se hará patente el complejo de inferioridad, a través del cual asomará un ser timorato y desconocedor de sus propios valores, y vivirá así, vacilante, perdiendo su dignidad como persona. Entonces, cuando se dispone a actuar, oye en su interior, como ya lo vimos (ver "programación de los padres"), unas voces como si alguien le dijera: "¡Vos no podés! ¡Sos un infeliz, un inútil!". E incluso a esas voces se agregarán un sinfín de formalidades que justifiquen su aparente incompetencia. Y el hombre se retraerá y se sentirá mal. Se desmoralizará y quedará inerte, acobardado, ante las mil y una situaciones a las que deba enfrentar. El ser humano en esas condiciones, se escuda para encubrir sus sentimientos de inferioridad. En algunos casos, se aísla buscando la soledad. Otras personas se muestran muy susceptibles a la crítica e incluso achacan a otros, cualidades que sería indigno que ellas tuviesen. En realidad, él no se ve interiormente; se siente como relegado, como si algo le impidiera estar a la altura de las demás personas. Como si no tuviera dignidad. Desconoce, entonces, el tesoro de su capacidad y recursos propios, que subyacen en su interior, y se hace proclive al desaliento ante la adversidad y a los sentimientos de culpa normales. Se entiende que la génesis de estos rasgos desfavorables del individuo están muy ligados a las actitudes de sus padres que, muchas veces por ignorancia, rechazaron de una u otra forma a sus hijos, ya sea comparándolos con niños modelos o burlándose o desaprobando sus actos irracionalmente, o castigándolos con severidad exagerada o, de otra manera también negativa, diciendo y haciendo por ellos, sin darles "permiso" para que actúen por sí solos. Sin embargo, cuando nos percatamos de que mucho de nuestro haber cultural ha sido prefabricado para que nosotros lo adoptemos sin
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chistar y sin estimar aunque este sea compatible o no a nuestra idiosincrasia, tendremos un punto a nuestro favor. Porque el hombre, cada hombre, nació, como lo hemos dicho varias veces, con una capacidad sin límites para obtener la felicidad que tanto ansía. Siempre hay tiempo para el cambio, para forjarnos un nuevo plan de vida. Lo importante entonces, es que le dé valimiento a todos los recursos que Dios le otorgó. Que contagie felicidad y amor a todos los seres del universo, donde están comprendidos los pobres, los sometidos y los humillados en razón -de la sinrazón- de su raza, credo y lugar de nacimiento. Ese amor al hermano, pleno, sin resabios de rencor, celos o resentimiento y con una gran amplitud del corazón para perdonar agravios, ofensas y toda la gama de ultrajes que se le pueda inferir, es el gran argumento del "hombre transparente" que, unido a la legión de otros con la misma índole en su corazón y en su acción, serán los verdaderos salvadores de la Humanidad. Sobrecargas cuantitativas y cualitativas En la vida cotidiana, con cuánta facilidad caemos en sobre-carga cuantitativo y cualitativo. Nos llenamos de compromisos que se nos agolpan, los cuales resultan, la más de las veces, difíciles de superar y ordenar. Y no siempre los buscamos, sino que vienen a nosotros y nos requieren. Nos cuesta decir ‗no‘ a tantos tironeamientos que solicitan imperiosamente nuestra atención, sin discriminar acertadamente cuántos y cuáles de ellos merecen que les demos cabida en nuestra vida, sucumbiendo así ante los variados pesos que nos caen a plomo en nuestras espaldas. Y nos metemos entonces en competencias desleales y juegos de poder. Hay quienes en esas luchas, se sienten realizados, a sus anchas, pero hay otros que se ven sofocados, temerosos y relegados, como queriendo desaparecer. Una gran parte de la sociedad actual, parece adoptar una nueva escala de valores, si no nueva, por lo menos predominante en la época, que enaltece al que se destaca haciendo uso de cualquier medio, y desprecia o desmerece al honesto, al que no necesita para vivir de oropel alguno, e incluso que se aparta de escenarios armados y todo aparato de deslumbramiento y otras formas de fantasía. Entonces, se hace necesario que despertemos y nos ubiquemos adecuadamente, según sean nuestros propios merecimientos. En esta algarabía de sonidos, luces y formas, seamos fieles a nosotros mismos. Sepamos ser verdaderos administradores de la riqueza que llevamos dentro. Que el discernimiento nos guíe en el momento de decidir por esto o por aquello y no nos dejemos comprometer por una condescendencia, que en principio nos pueda resultar apropiada, pero que a la larga nos haga esclavos de una determinación tomada en un momento de debilidad. Sentimiento de culpa Como una sombra que oscurece el camino, así aparece el sentimiento de culpa en la vida del hombre. No hablamos de una culpa normal, que por otra parte nos sirve de sostén para establecer un
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vallado de atención en los muchos momentos en que actuamos en forma irreflexiva para luego proponernos una apertura de amor y de perdón en beneficio de la salvación del hecho consumado. Acá nos referimos a la culpa anormal; aquella que tapiza los interiores de nuestro ser como una costra que se adhiere a la herida subyacente; la culpa que acompaña al ser humano indigente de cariño y despojado de aquello que le daría la seguridad de sentir la confianza y el reconocimiento de los demás. El sentimiento de culpa está muy ligado al complejo de inferioridad, de tal modo que quienes lo padecen, se atribuyen todas las culpas humanas y viven esclavizados y enredados dentro de esa trama mórbida. De esta manera, se encuentran sometidos, y ese sometimiento lo llevan a la depresión. El sentimiento de culpa deviene de la conducta pasada. Si esto o aquello que se produjo, pudo prevenirse; si actué mal en aquella ocasión. O también, si debí intervenir y no lo hice; si no fui lo suficientemente cariñoso con mi esposa y mis hijos. Y todas estas formas quedan enraizadas en el recuerdo y muchas veces estorban el libre tránsito en el cambio de nuestra vida, porque se tiñen de miedo y temores que nos restan vitalidad. Es este el momento de recapacitar. Lo que sucedió, sucedió y no podemos cambiar ni un ápice su trayectoria. Vivamos en el presente y aceptemos un compasivo duelo hacia aquellos sucesos ya fenecidos, pero no pasemos toda nuestra existencia atentos a ese lastre que nos ahoga. Eso sí, que nos sirvan de referencia para evitar otras situaciones de la que podamos arrepentirnos. Niñez perenne Recordemos la niñez. Durante esas etapas nos fuimos acostumbrando a que ‗todo nos venía de arriba’: mimos, cuidados, alimentos, golosinas, regalos. Fuimos privilegiados muchos de nosotros, algunos más, otros menos. Y nuestra fantasía se fue forjando en el consentimiento. Pero, a medida que crecíamos biológica e intelectualmente, algunos de estos portentos se nos fueron descontando. Así, en la indigencia de medios apropiados, aprendimos, por nuestra cuenta, a superar esos faltantes. Sin embargo nos costaba mucho resignarnos, y nos fuimos valiendo de mañas y rebusques, para obtener lo que queríamos. Nos faltaba la confianza y el apoyo de nuestros padres y demás seres queridos. Pasados los años, nuevos aprendizajes nos desviaron, por suerte, de ese camino tortuoso. No todos. Otros continuaron empeñados en esas malas artes. De una u otra forma, surgió el hombre con un enorme caudal de posibilidades y recursos prontos a usarlas. Y así, a esas personas que se convirtieron en adultos biológicos sin haber llenado adecuadamente las etapas de crecimiento, les quedó algo del niño que fue; pero no de un niño candoroso, sino de un sujeto avispado, travieso, pronto al uso de artimañas (léase manipulación), y proyectando una simpatía peculiar para obtener todo aquello que satisfacía su apetito egocéntrico. De esta manera, pululan por el mundo los novios-niños, las
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parejas-niños, los padres-niños; en fin, los hombres-niños. Aunque otros, gracias a Dios pudieron crecer parejos en lo biológico y en lo intelectual-emocional, y viven adecuadamente su existencia. Recuerdo una anécdota pueblerina que comenta Ortega y Gasset. Existía una pequeña iglesia donde oficiaba misa el cura ayudado por su sacristán, un viejecito que siempre estuvo viviendo en la iglesia. Bien, sucedía que la misa, dictada en latín, era pronunciada por el sacerdote y, en cualquiera de sus partes, el sacristán respondía sin titubear: "Et cum spíritu tuo", hasta que el ministro, cansado de esa letanía constante, le dijo: "Mira, es muy importante que digas "et cum spíritu tuo", pero todo, en el momento oportuno". En el momento oportuno. Es muy deseable que el hombre haga surgir su corazón de niño con toda la espontaneidad, la tibieza, la impetuosidad que lo caracteriza, pero que no impere tiránicamente en todos los momentos de su vida. En verdad existen circunstancias que deben ser contempladas desde un razonamiento adulto, donde se sopesen las situaciones emergentes, a través del "banco de datos" que la experiencia ha ido acumulando y ordenando. Entonces, desde esa variable, decidir qué puede ser más importante para la vida, sin que imperen en su deliberación los prejuicios amontonados, ni las espontaneidades, atropellos muchas veces de su mente infantil, que quiere imponer todo aquello que satisfaga sus deseos, aunque se haga desordenadamente y no siempre en el momento oportuno. Adquirir una mente adulta ecuánime, no es tarea fácil. Tal vez lo sea más, el ‗dejarse llevar por las circunstancias’. Pero... no estamos solos, y para una saludable correspondencia con nuestros congéneres y con el mundo todo, se hace necesario este ejercicio. Si no, miremos la cantidad, cada vez mayor, de parejas desunidas, de hogares desavenidos donde se esfumó el cariño, donde se perdió el respeto, cualidades indispensables para una armónica convivencia. Dentro de esta alteración es cuando se hace fuerte el stress, destruyendo todo lo que se edificó bajo el signo del amor. Adolescencia y jóvenes adultos Situémonos ahora en la edad de la adolescencia, que la podemos establecer entre los 14 y 18 años; época de cambios fundamentales que afectan a la persona, donde deben consubstanciarse los rápidos y acusados procesos hormonales y físicos, con las necesidades biológicas: sentimientos de afecto, de identidad y de valores. En esta etapa, todo lo que se estaba desarrollando casi a escondidas, ahora surge, como un torrente, a la vida. Entra a competir un ser virtualmente virgen, puro, con otros -los adultos- que pasada esa etapa y otras más, se sienten prácticamente hechos, duchos, en la sociedad que les toca vivir. Y da verdaderamente lástima ver cómo muchos jóvenes encallan, como barca que es movida por impetuosas olas, destrozada entre las aristas de fuertes rocas. Porque la realidad, el mundo, insisto, lo hacemos nosotros, y si se lo mostramos ríspido y adverso, es posible que el joven adopte una posición de reserva, traducida en hostilidad y suspicacia, sofocado en
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un hábitat que le resulte morboso y cruel. En tanto, en un medio donde impere la paz del espíritu, lo honesto; donde se avizoren metas claras, aquí el joven apostará a favor de una relación de confianza, de trabajo mutuo; creará "ámbitos de convivencia" con mayor armonía interpersonal e intrapersonal. Porque el joven actual se mueve en planos vivenciales definidos y contrapuestos "de aceptación o repulsa, de confianza o sospecha, de apertura o retracción", como nos dice López Quintás. Dilthey afirma que el ‗sentido’ brota en el encuentro. Y para el joven que se fue forjando a partir de sucesivas etapas, al hacer crisis ésta, la de la adolescencia, surgen en él posibilidades inéditas, sorprendentes. Esto sucede en principio, cuando el ser humano no teme correr el riesgo de entregarse a la "aventura de la creatividad". El pedagogo Luis Reissig pensaba, ya hace mucho tiempo, que había llegado el momento en que la enseñanza, en lugar de hacerse a partir del niño, merecía que se la implantara desde el adulto. ¡Qué verdad contienen estos conceptos! Porque muchas personas que enseñan no siempre en los claustros, también en otros ámbitos, están envilecidas por la fascinación del dinero y del poder, y en esa posición desdeñan o hacen caso omiso de las apetencias espirituales. Todo lo comentado, le produce un mal enorme a estas mentes y corazones plenos de pureza, que ante perspectivas negativas, renuncian a la vida en el espíritu, bloqueando así su ser personal y suscitando sentimientos de tristeza, angustia y desesperación; a veces aparentando una alegría no natural. Proyectan sus logros, muchos de ellos desde una actitud cínica y sin anhelos de trascendencia. Viven el presente desaforadamente en busca de mayor fortuna y se muestran altivos, soberbios, y todo ello en una batahola de sentimientos que engendra stress. ¡Cómo llenar espacios! Si estos espacios no les ofrecen ámbitos de confianza y de resonancia, ellos lo ocuparán con futilidades y trivialidades, y en la búsqueda y satisfacción del encuentro, lo harán con ídolos que les invadan los recovecos que dejan la falta de personajes modélicos. Entonces, algunos jóvenes de ambos sexos, se fijarán en un molde donde se destaca la ansiedad y la grosería, la arrogancia y la falta de un futuro cierto. Sin embargo, otros muchos de estos jóvenes, de estas jóvenes, están en la búsqueda de horizontes donde se perfila el triunfo de la castidad, de la honestidad, en medio de una sociedad donde estas características suelen ser vistas con menosprecio. Estos últimos, sí adoptan una posición de lucha que ofrece el stress ante todo emprendimiento, pero no hacen de ella una contienda hostil, sino una empresa santa, de presencia, con las únicas armas romas, sin filo, que nos cede el espíritu. Matrimonio Sigamos la vida de estos jóvenes, en su apetencia de nuevos rumbos, donde se revisan los valores y metas de vida. Me refiero a los momentos en que los adolescentes viven romances y donde fijan los propios valores y las normas de conducta sexual. Esos jóvenes, entre
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amistades y noviazgos, deciden por fin, como se dice comúnmente sentar cabeza, y surge la unión formal de pareja. La idea de matrimonio comienza a concretarse. ¿Qué los estimuló a tomar esa decisión, tal vez una de las más importantes, ya que incide en toda la vida futura de la pareja? Muchos serán seguramente los factores que motivan este proyecto: la simpatía, la atracción de los cuerpos, los intereses económicos, el amor... Sin embargo, salvo el amor, todo lo demás -sin amor- puede terminar indefectiblemente en el fracaso, y el fracaso, en este sentido, es muy doloroso y deja, la más de las veces, heridas difíciles de cicatrizar. El matrimonio por amor representa la más sublime conjunción a que puede aspirar toda pareja. No necesariamente los contrayentes tienen que coincidir en todo; sólo en las decisiones fundamentales que hace a la armonía de ambos, y ello se consolida en el diálogo. El diálogo es la llave maestra de la convivencia humana, y si se produce en la intimidad, mejor aún. En él existe una persona que habla y otra que escucha. No hay diálogo cuando ambos se expresan a la vez y/o cuando no se escuchan atentamente cuando les toca oír. En estos casos hay ruidos e interferencias que complotan contra el diálogo sincero, sereno, íntimo, al que ambos contrayentes deben abocarse en pro de una buena salud matrimonial. Pero volvamos a esos flamantes novios que resolvieron unirse en matrimonio. ¡Cuánto stress van dejando en el camino mientras esto se concreta! Los amigos de ambos: cuáles quedarán y cuáles serán ignorados en adelante. La presentación de familiares: ¡cuántos había! El inicio de nuevas formas de convivencia. Las despedidas de soltero que no siempre son una fiesta, por los desmanes de algunos amigos. La fecha fijada para la boda. El desencuentro, a veces, cuando uno de ellos elige casarse por civil y el otro quiere civil y unión sacramental. La búsqueda y organización del templo; los padrinos y el lugar de la fiesta de bodas: si se hace en casa de uno de los novios o en salón alquilado. El fotógrafo, el viaje de bodas... y como si esto fuera poco, la elección de los invitados: que éste sí, que éste no. Hasta que al fin, como culminación, el momento de la boda: risas resplandecientes de felicidad; efusiones de abrazos y besos. Todo es alegría. Terminó la fiesta. Los esposos quedaron solos... pero no tanto; están acompañados virtualmente de la figura de sus padres que les repiquetean en diálogos internos, lo que se debe hacer o conviene y lo que no. Y además ellos, que son dos embarcados hacia un mismo rumbo: la vida matrimonial. Atrás queda la soledad, fuerte inductor de stress. Nos conviene llenar con amor y creatividad los huecos de silencio improductivo. La pareja comienza a madurar. Ya no piensa uno, sino los dos, y además, como dijimos, los familiares de cada bando operando -muchas veces por ignorancia- en la intimidad de la pareja. (Véase "el tercer círculo"). Y acá aparecen los primeros escollos. Decidir por el rechazo parcial o total de la intromisión. Aunque también existe otra posibilidad, que es la aceptación de algunos consejos, luego de una reflexión adulta. Soy solidario con algunos autores que opinan que en la pareja existe un
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75% de intimidad de pareja y un 25% de la intimidad de cada uno. Pero suele suceder que uno de ellos se haga dueño de la intimidad total y sofoque al otro, restándole posibilidad de decidir o hacer. O bien, y esto es muy perjudicial, que exista una tercera persona que ‗asalte’, por así decirlo, la sagrada intimidad de la pareja, avasallando también la intimidad de cada uno. Esta situación es de por sí muy peligrosa porque puede desestabilizar un matrimonio, llevándolo al fracaso. Ahora nos remitimos a este matrimonio que defiende su intimidad. Comienza a vislumbrarse el embarazo y la venida del primer hijo. Se suman acá todas las contingencias y expectativas que ocasiona lo novedoso. Los nueve meses de espera: ¡qué dulces momentos de eutres! Llega por fin el instante del alumbramiento; se produce éste, y acá está con nosotros el nuevo ser esperado: ¡nuestro hijo! Sin embargo, no todo queda ahí. Recién ahora, con el primer hijo, comienza una nueva etapa que, con la gracia de Dios, se continuará en la presencia de ambos esposos, hasta que la muerte los separe. Me refiero a la sagrada institución familiar. El matrimonio crecerá en la medida del crecimiento del o de los hijos. Aprenderá nuevas formas de participación en pro de una felicidad ansiada por ambos. Pero, ¡qué carga deberán soportar sobre sus hombros! ¡Cuántas incertidumbres acerca de lo que cabe resolver ante mil y una situaciones que se les presentan! ¡Cuánta responsabilidad ante los problemas que surgen y que deben solucionarse, muchas veces en el momento, sin casi ninguna reflexión previa! ¡Qué indefensos, en ocasiones, cuando tenemos que fallar y somos alentados por voces no siempre bienes intencionados y nos sentimos solos con el problema frente nuestro! Así es cómo, pese a todo lo negativo que nos puede pasar, existen varios factores que nos permiten atenuar las variadas desventuras del que nadie está exento. Por lo pronto, saber que dentro de cada uno de nosotros, así como está el germen que anima la vida, se encuentra una riqueza de valores espirituales que permanecen ahí, alojados en la intimidad del ser, listos para incentivarse, y cuya fuerza centrífuga estimula la sabiduría y el discernimiento ante problemas de toda índole que nos puedan suceder. Y cuando nos vemos abocados a agentes disociantes que atentan contra una buena salud psico-espiritual, tener calma y no desaforarnos. Tratar de no mediar en la situación emergente, al instante; podemos actuar de una manera de la cual nos podemos arrepentir luego. Darnos, entonces, un tiempo de asentamiento. Y, por sobre todo, acompañarnos siempre de la humildad, que no es humillación; es hacernos modestos, dóciles, no engreídos, y comprender que también el otro o la otra pueden tener razones que nosotros, obnubilados, no las podemos o queremos ver. Demás está decir que no siempre está en nosotros resolver los problemas humanos que se suscitan en la familia y en los cuales estamos comprometidos. Insisto, seamos humildes, piadosos, y cuando no está en nuestras manos llegar a un desenlace satisfactorio y honesto, pongámoslo en el Señor, y Él no nos defraudará y pondrá alivio a nuestros infortunios.
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El tercer círculo En su libro "Terapia Multimodal", el autor, Arnold A.Lázarus, dice: "Básicamente el matrimonio es participación íntima, mientras que la amistad es intimidad compartida". Un poco más adelante, y ante la perplejidad
que muestran algunos de los integrantes de las parejas por el alejamiento que han sufrido, él expresa con certidumbre: "¡El matrimonio no es propiedad!".
Dicho autor se vale, para su argumentación, de cinco diagramas, de dos círculos que confrontan entre si. 1) los dos círculos están entrecruzados, de modo tal que entre ellos existe un nuevo espacio llamado ‗de intimidad‘. Desde el punto de vista del autor citado, cuando éste ocupa un 80%, dejando el 20% restante, reservado para la propia intimidad de cada uno de los cónyuges, puede hablarse de una pareja bien avenida. 2) el espacio de intimidad es tan pequeño que da lugar a una mala o precaria relación conyugal. 3) los dos círculos se tocan solamente por sus tangentes. No hay intimidad de pareja. 4) uno de los círculos ocupa totalmente al otro. Se rompe el equilibrio porque uno de los cónyuges ‗se hace dueño del otro’, no permitiéndole la libre expresión de sus actos y deseos, sofocándolo tiránicamente en su propio beneficio, y paralizando el libre ritmo que debe llevar todo matrimonio considerado normal. ¿Por qué? Porque en un matrimonio eurítmico, las situaciones que se plantean, tienen que ser resueltas por ambos contrayentes, "sincronizando y negociando" las mismas, como dice Lázarus. 5) aparece un ‗nuevo círculo‘ donde hay una intromisión de una o más personas que se entrometen en forma desmedida, desconsiderada y sin ninguna probidad en la vida de la pareja, invadiendo los espacios de intimidad conyugal y el de cada uno de los participantes. Este caso (al que denomino el ―tercer círculo‖) resulta ser el que promueve, a corto o largo plazo, a un distanciamiento, e incluso, separación de los cónyuges. En efecto, teniendo en cuenta que una unión matrimonial se va sustentando y solidificándose, no solamente a través del tiempo cronológico, sino a instancias de dos personas que se aman y están dispuestas a una relación en común, de por vida, y esta unión resulta ser, en ocasiones, sumamente frágil a los golpes que pueden ocurrirle. Generalmente son familiares o amigos, que sin querer herir la más de las veces, ocasionarán una disposición de separación conyugal ya que, debido a su ignorancia, no solamente no encontrarán asidero para los consejos que prodiguen, sino que lastimarán a los seres ya de por sí sensibilizados.Por otra parte, esta gente que actúa desacertadamente y que no siempre, como dije, lo hace con malas intenciones, refleja en sus consejos conductas equivocadas que se traducen en los llamados "Juegos psicológicos" a los que están acostumbrados, tales como "Tribunal", "Peléense", "Sólo quiero ayudarte", "Si no fuera por mí" y otros, que les surgen inconscientemente. Aunque, en otros momentos, no tardarán en aparecer algunos seres que incursionarán en estos círculos
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matrimoniales sagrados, con sordidez, alevosía, envidia, hipocresía y perfidia. Ahora, si este "tercer círculo" lo trasladamos a la convivencia humana, más allá de los matrimonios, seremos espectadores dolientes, y por qué no, víctimas, de las personas que actúan con malas artes con el solo fin de fisurar, separar e incluso pulverizar, esa hermosa correspondencia que existe, de corazón a corazón entre las familias, amigos, congregaciones religiosas, culturales, sociales y políticas. Sin embargo yo, y muchos otros, no queremos que esto suceda, porque tal intención denigra la razón de ser de la persona, retrotrayéndola a situaciones infamantes. Ahora bien, ¿cómo se produce esta intromisión? Supongamos que recibo una noticia de cualquier fuente y tenor. Mi mente puede ser que la retenga por un tiempo largo o corto, y quedará allí, grabada en el recuerdo, o también, irse diluyendo en la distancia. Pero puede ocurrir que yo, ahora, quiero retransmitirla a una o varias personas. ¿Qué sucede entonces? Que trataré de pasarla lo más exactamente posible según la recibí o la recuerdo. Sin embargo, es muy factible que ésta llegue deformada por instancias propias, o bien inocentemente. Así es, porque esa mera información pasó por mi intelecto y se saturó, en variables dosis, de elementos subjetivos (mi propia manera de ver las cosas y sentimientos anexos, amén del tiempo transcurrido en que se hizo presente en mí). En una palabra, es posible que la sazone, la condimente y le quite todo lo primigenio que tenía en un principio. Esto me recuerda a una variable que se denomina "Clínica del rumor". Juguémosla e imaginemos un ejemplo de los incontables que hay, de una situación ocurrida en una escuela. El director le dice verbalmente a la regente, que vaya pasando un anuncio a las maestras y éstas a algunos de sus alumnos; pero eso sí, el requisito es que se lo haga de persona a persona. El texto es el siguiente: "El miércoles que viene, el recreo de la tercera hora lo usaremos para escuchar, en el patio, a un técnico que nos hablará sobre prevención vial. Si lloviera ese día, nos reuniremos en el salón de actos". Ahora bien, entre los últimos que recibieron la información, ésta puede quedar reducida y/o transformada de estas maneras: "El miércoles va a llover y el recreo lo haremos en el salón de actos con un señor que nos enseñará a cruzar la calle": O bien, "un señor que va a hacer llover vendrá y estaremos con él en el patio; así que hay que venirse preparados". Este ejemplo que a algunos puede moverlos a risa, sin embargo, en otras momentos y según sea el mensaje, llega a ser muy serio, y convertirse en equívocos: "éste me dijo, lo que aquél le dijo..." En fin, la torre de Babel, confusión de lenguas. Tan temible es, que si se corre un rumor, digamos: "Aquella persona es anarquista o drogadicto", ¡quién le quita ese anatema! Por otro lado, y esto es también importante, en ocasiones nos sentimos proclives a desfigurar la noticia para hacerla más sensacionalista y jugosa. Digamos, se produce un atentado a una persona en un barrio, y la difundimos de una manera tal que pareciera
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que ese barrio se convirtiera en toda la ciudad y la persona se multiplicara en varias otras. Es decir, la internacionalizamos. Me explico: en lugar de decir "sucedió tal cosa", decimos "están sucediendo tales cosas". En vez de manifestar "yo me siento desposeído", digo "nos sentimos desposeídos". Otra: "todos los hombres son pendencieros y soberbios", en lugar de "la mayoría... o mejor, algunos..." Pareciera que existe un prurito de encantamiento cuando amplificamos algún suceso o emoción. Ese es el peligro real del que ingresa al tercer círculo cuando se quiere asentar bien su baza, o sea, tratar de lograr beneficio propio, aún a costa de la dispersión que pueda producirse entre las personas que están unidas por amor, o por credo, o por simple amistad. Aquí están presentes la ignorancia, la insidia, la maldad y toda la gama de deshonestidad que pueda tener el hombre que así actúe. Creo que debemos afanarnos en restablecer la calma en un mar tempestuoso, con actitudes serenas, y si por circunstancias especiales nos toca terciar entre cónyuges, familiares, amigos, grupos sociales, etc., que entran en disturbios, deberá hacerse con una especial delicadeza, con mucha sabiduría y amor, sin herir susceptibilidades de ninguno de los ahora enfrentados; y si no está en nosotros poder hacerlo de esta manera, directamente no intervenir y cerrar nuestras bocas a cualquier intento de difusión de lo que sabemos que pasa. O también, podemos sugerir la intervención de personas de reconocida idoneidad, ya sean profesionales en la materia, mediadores, pastores cristianos y entidades que se dedican, con conocimiento de causa, a intervenir en situaciones específicas, tales como las que atienden a alcohólicos, drogadictos, protección a las personas golpeadas, madres solteras, etc. De esta forma nos apartaremos del deseo malsano de infiltrarnos en el tercer círculo, que generalmente disocia las bondades que merece la unión de intimidad a la que pueden llegar dos o más personas, y que se produce gracias a ese bálsamo que es el amor. Ruptura del círculo matrimonial Una fuente de fuerte stress familiar, lo constituye la ruptura del vínculo matrimonial y el abandono de uno de los cónyuges. Puede suceder que esta pareja no tenga hijos, pero cuando los posee, se agrava el cuadro. El stressor penetra profundamente aunque en muchos casos no se lo perciba. Se ha desestabilizado el fundamento de una relación santa de amor que se juró ante testigos. ¿Qué hacer ahora? ¿Echarse culpas? ¿Lamentarse indefinidamente por lo sucedido? ¿Vivir de por vida la neurosis de abandono? La situación está ahí, reciente, y merece su momento de duelo acompañado de las emociones de tristeza, rabia, contradicción, miedo, abandono, en los distintos grados según la idiosincrasia de los seres comprometidos. Pero luego viene la ‗redefinición del problema‘. Reunificación de lo que quedó del hogar destruido. Abandono de rencores y sentimientos de culpa: ¿de qué valen? Y, por sobre todo, no forzar a los hijos para que tomen partido, porque por un tiempo puede lograrse que opten bajo presión por uno o
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el otro padre, pero a la larga puede ser que se muestren, por sí solos, adversos a esa primera decisión tomada. Los hijos sufren mucho la separación de sus padres aunque algunas veces no lo demuestren. Y pueden quedar en ellos secuelas de por vida. Si bien es cierto que uno de los factores de separación de cónyuges se debe a la intromisión de una tercera persona en sus vidas, otro causal es la falta de estabilidad emocional, producto de la pobreza espiritual de uno o de los dos integrantes de la pareja ahora desunida. ¡Con qué facilidad en un "quítame de aquí estas pajas" deciden escindir su relación en común sin mediar las consecuencias posteriores! Y ¡qué difícil se hace promover un diálogo de corazón a corazón donde se confronten los pros y los contras para resolver, si es posible, este gran problema humano y social! ¡En cuántos momentos se faltan el respeto, groseramente, entre si! Y así se va acumulando stress... Me parece muy oportuno y resulta también gratamente satisfactorio, el hecho de que, ante un conflicto entre dos o más personas, antes de litigar ante los tribunales, se anticipe una posición de inmediatez, para que se aclaren los motivos que los llevarán a la lid judicial. Seguramente en este campo, se llegue a un arreglo de partes, donde no existan perdedores sino que ambos sean ganadores. Pero, por sobre todas las cosas, que la pareja acceda a resignar su hostilidad, y se disponga de buen grado, cada uno, a ganar ese espacio perdido del amor de otrora, no adjudicando al otro las culpas que los llevaron a la separación, sino perdonando las ofensas que sintieron que les fueran inferidas por el otro cónyuge, y pidiendo, asimismo, perdón por las suyas. Claro está que cuando más se ahondó en las injurias a través del tiempo, más costará rehabilitar el encuentro de amor. Yo me hago esta composición de lugar: cuando poseo un valor material, un automóvil pongamos por caso, seguramente que me voy a esmerar para protegerlo; cuidaré de que su carrocería esté libre de polvo y de suciedad; de que no le falta nafta, lubricante, agua, y de que sus sistemas mecánicos y eléctricos marchen perfectamente... Ahora bien, ¡cuánto más me cabe el cuidado de ese ser humano que me tocó en suerte y con el que debo compartir mi vida! ¿Por qué no poner la atención necesaria en esa compañera o compañero para que no se deteriore la relación que se formó con libre acuerdo? Y más todavía cuando hay niños de por medio. Relaciones interpersonales Un autor decía que por acción del progreso y de la técnica, se había podido acercar extraordinariamente las comunicaciones de los pueblos entre sí, aún de los más distantes del planeta, pero las relaciones entre los hombres -en acción inversa- se alejan cada vez más. Este fenómeno lo estamos viendo todos los días. Uno de los factores, entonces, que acarrea un stress que va desde un saludables eutress hasta el distress más acusado y deplorable, parte de las relaciones interpersonales. Las relaciones entre las personas, se produce entre un simple estímulo de uno hacia otro y la respuesta consiguiente. Aunque también, los intercambios verbales, y de hecho, se
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hacen más complejos, ya que son producto de factores disímiles donde pensamientos y sentimientos crean en cada persona un protagonismo polémico e inestable que dañan la comunicación. No siempre es así, porque la o las personas intervinientes, pueden poseer una conducta estable y armónica que gravite favorable y saludablemente, hacia una relación nutritiva. Es por eso que las relaciones humanas pueden ser plácidas, simpáticas, empáticas, con fuerte tinción amorosa; y en ocasiones, esconder aviesas intenciones grabadas en actitudes hipócritas, que dejan un regusto amargo y doloroso. E incluso, en muchas oportunidades, directamente, se desencadena en un rosario de agravios, insultos, palabras altisonantes, que desembocan en rencor, rabia, incomprensión, deseos de venganza, llegando hasta el atentado físico. A mí me parece que, así como nos cuidamos y esmeramos en nuestra higiene personal diaria, sería hermoso que nuestra limpieza interior reflejara el aseo externo. Que nuestro lenguaje verbal se haga limpio de impurezas que incomodan y agravian a los demás. Sé que el tema es muy difícil de encarar, porque al menor estímulo, salta nuestro niño interno herido, o menospreciado, o insolente, y nos cuesta mucho sofrenarlo en aras de una mejor comunicación. Tal vez si aprendiéramos a ser más modestos rebajando el orgullo que está a las puertas de la personalidad. O también, si no viéramos en la otra persona situaciones de mala intención que generalmente no pasan de ser puramente imaginadas. O si aprendiéramos a callar y a no estar siempre dispuestos a dar la última palabra. Si adoptáramos estas actitudes, pudiera ser que nos libremos de acumular tanta energía negativa y de cargarnos de stress. Pensemos que una vez que los elementos que llevan al stress, tales como los mecanismos de defensa y resistencia, comienzan su trabajo, originan una serie de estímulos neuro-hormonales en una actividad fatigante, que le hace mucho mal a nuestro organismo. Y cuando éste se agobia, clama por la paz perdida, y altera, en mayor o menor grado, las relaciones cuerpo-mente. La unidad esencial se degrada y es muy laborioso recomponer la armonía de que se gozaba anteriormente. En muchas ocasiones nos encontramos con otras personas a las que, desde el primer momento, sentimos por ellas como una especie de prevención. Con un ánimo de mantenerlas a distancia. Con una actitud de colocar vallas de contención para que ellas no entren en nuestro núcleo de intimidad. Pero, en otras oportunidades, nos hallamos abiertos, con una sensación de bienestar al contactar con ellas. Digamos que se produce una apertura de simpatía con esos seres. Las otras personas pueden sentir lo mismo por nosotros. Si observamos a dos perros que se encuentran, primeramente se olisquean recíprocamente y generalmente agitando la cola, que lo interpretamos como un signo de aceptación con una dosis de cautela. Pero luego, puede suceder que uno de ellos opte por un ladrido de fastidio y/o mordisco de rechazo. Sin embargo, puede ocurrir también que, luego de las presentaciones, decidan ambos correr y juguetear juntos.
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Volvamos al ser humano. Se enamora de otra persona. Llegan ambos a la unión de relación en común. Y al tiempo, corto o largo, se comienza a degradar esa comunión. Entonces, los que antes se tomaban de las manos y se miraban a los ojos con amor, ahora se menosprecian, se insultan, se agreden de palabra, e incluso a veces, de hecho. ¿Qué pasó? El amor se agotó como se pierde el agua a través de la arena. Es verdaderamente lamentable ser protagonista u observador de estas situaciones degradantes. Algunos adjudican estos malentendidos a cuestiones de piel. Yo creo más bien, a que uno o ambos de los ahora rivales, no estaban preparados espiritualmente para mantener una relación dichosa y placentera. En consecuencia, no aceptó al otro con su modo de ser, sus defectos, y el eventual compromiso de él mismo, hacia un cambio saludable. Es muy posible que graviten en aquellas personas conflictivas, toda una historia de mandatos negativos que quedaron tan grabados en su mente, como para no admitir la contingencia del cambio de conducta y la reubicación de nuevas situaciones. Estoy convencido de que la apertura hacia una buena relación humana, debe partir de nosotros con una postura amable hacia todos, despojándonos, claro está, de toda soberbia o vanidad que apuntan a que las demás personas están por debajo nuestro. Ellas merecen que nosotros seamos quiénes tomemos la iniciativa de buena voluntad. Cada persona tiene el derecho de ser respetada, aún en una sociedad que se comporte como una jungla. Al respecto recuerdo lo que ocurría en el "Libro de las Tierras Vírgenes" de Rudyard Kipling. Cuando uno de los animales se encontraba cercado por otro más poderoso, le cabía un vale de espera y de esperanza de no ser atacado por éste, al decir la frase que se usaba según la ley de la selva. "Somos de la misma sangre tú y yo". Si el argumento esgrimido era estimado por el otro, podía salvar su vida; en caso contrario, la perdía. En resumen, adoptar una posición comprensiva hacia los demás, promueve una respuesta generalmente favorable. Y si esta disciplina se hace carne en nosotros, seguramente nos sentiremos más distendidos, más pacíficos, más eurítmicos, y nos costará cambiar estas actitudes por otras que nos propongan beligerancia u ofuscación. Aunque no podemos dejar de reconocer que somos sensibles al dolor, tanto físico como moral y espiritual, y cuando nos sentimos tocados, reaccionamos en diversos niveles de conducta y muchas veces nos será imposible detenernos. Sin embargo, insisto: una actitud reposada, humilde, que mantenga una amplia sonrisa de nuestra parte, abre las puertas y doblega esos atrincheramientos de difícil acceso, como también esos stress contenidos. Esto no es todo, se hace necesario e imprescindible, que la acompañemos con una depurada limpieza de espíritu. Hablemos un poco del diálogo La vida de relación ocurre entre dos o más personas que se encuentran frente a frente o a través de algún medio de comunicación. Y esto se produce ya sea premeditada o circunstancialmente. De esta
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forma, el encuentro durará un lapso corto o largo, según sea la disposición de ambos. Entresaco algunos conceptos vertidos por el Padre Ignacio Larrañaga, con respecto al diálogo: "El diálogo no es una discusión ni un debate de ideas, sino una búsqueda de la verdad entre dos o más personas. (...) Ya que yo puedo ver lo que otros no ven y ellos pueden ver lo que yo no veo".
Durante ese trato, surge una serie de motivaciones que cada uno aporta y recibe, y que en conjunto tiñe la calidad del diálogo, el que se convierte -en ocasiones- en fuente de activo stress. Entonces el diálogo, que en principio se presenta como una disposición entre uno que habla y otro que escucha y viceversa, puede llegar a hacerse muy complejo por la enorme cantidad de ingredientes que entran en su composición. Veamos algunos: el que habla puede no hacerse entender por falta de claridad en la expresión; o contiene intenciones aviesas que ponen en estado de alerta o refractario al receptor; hablan los dos al mismo tiempo; el receptor no escucha con atención porque no le interesa o porque está más alerta a la respuesta que dará como retrueque a lo que oye; el que habla es monocorde en la expresión y produce aburrimiento; o está encolerizado y ya no tiene freno a sus impulsos, por lo tanto hiere con sus palabras, lo que no haría en otro momento de serenidad. El mundo en que vivimos obra como un campo de posibilidades, algunas a nuestro alcance; otras distantes o imposibles de llegar. Lo real y concreto es que nosotros, las personas, constituimos la sal que sazona la vida en sociedad, la dinámica que mueve el substratum viviente. Sabemos que muchas situaciones que encaramos, se nos presentan adversas a nuestras necesidades y deseos, pero es bueno que seamos nosotros quiénes dispongamos las cosas, de tal manera, que no nos afecten las dificultades y que no menoscaben la integridad de nuestro cuerpo orgánico, mental y espiritual Por lo tanto, partiendo de la premisa de que nos constituimos en ejecutores de nuestros pensamientos, fantasías y acciones, se hace necesario que adoptemos todas las previsiones para que el diálogo se haga amable, y saber retirarnos con estrategia cuando la charla o discusión avance en un ambiente ríspido y peligroso. Si nos consideramos individuos señalados como normales, en el sentido de que nuestras proyecciones y respuestas se ajustan a los cánones estimados como de buena educación, cortesía y conducta aceptables por la mayoría de las personas, sepamos discriminar a aquellos con quiénes podemos tener relaciones duraderas o efímeras. Partimos de la base de que cada persona lleva en sí una cultura impuesta y/o adquirida, con la corte de anhelos y frustraciones, prejuicios, conocimientos válidos, y la impronta que le da su carácter peculiar. Así nos encontramos con lo más común: el que se presenta mostrando sólo una parte de su personalidad; la otra la guarda como reserva o defensa. En nosotros está el que vaya descubriendo o no, su intimidad, según sea nuestra apetencia hacia esa persona. Pero también nos podemos encontrar con los que desconfían de todo y de todos, los que se muestran siempre agresivos, los hipócritas,
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los vengativos, los rencorosos, los soberbios, los que se ejercitan en juegos psicológicos, etc. La lista es larga. No hay un remedio específico para tantos males. Lo que sí vale, es nuestra actitud hacia los demás, como ya dije. Pongamos una sonrisa cariñosa y compasiva en nuestros labios, distingamos los músculos faciales. Luego, acerquémonos a ese ser, hechura nuestro, con amabilidad y cordialidad, sin defensas. Notaremos, seguramente, que éste puede salir de su cubierta y aceptar un diálogo donde ambas partes pongan lo mejor de sí, sin subterfugios, sin fortalezas inamovibles, para obtener un provecho común que satisfaga tanto al uno como al otro en bien de una paz a la que tanto aspiramos. En el capítulo 11 del Libro del Génesis, leemos en los versículos 5 al 8: "Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y dijo: "Si ésta es la primera obra que realizan, nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible, mientras formen un solo pueblo y todos hablen la misma lengua. Bajemos entonces, y una vez allí, confundamos su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros. Así el Señor los dispersó de aquel lugar, diseminándolos por toda la tierra; y ellos dejaron de construir la ciudad" (Lo escrito en negrita es mío).
Para entender mejor los conceptos, repasemos un poco más atrás el versículo 4, donde los hombres dijeron: "Edifiquemos una ciudad y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra". Entendemos, con el escritor
sagrado, que "perpetuar nuestro nombre" representa una auto exaltación que hace el hombre, ostentando su orgullo y el olvido de Dios. Yo uso esta lectura en relación también con el orgullo humano, pero le adiciono otros elementos tales como vanidad, prepotencia, y me pregunto: cuando dos o más personas buscan entenderse aún usando idéntico lenguaje, y sin embargo quedan entre ellas perplejas, desconcertadas y no consiguen unificar una concordia que las satisfaga, ¿no será que en ambas surgió la "confusión de lenguas"? Estoy seguro de que se está en la torre de Babel cuando uno quiere imponer en los demás sus propias ideas de cómo son las cosas, forzando el libre albedrío que posee cada cual, y también cuando no se quieren oír los razonamientos de los demás, bloqueando la disposición para acreditarlos si ellos conllevan sabiduría, o desecharlos luego, si escapan al propio criterio que uno tiene del tema y que están dictados por la conciencia del corazón. Y también cuando se entra en la intimidad de la otra persona y se aprovecha esa vía para diseminar discordias, enconos, malentendidos, que causan disturbios en su alma. Por suerte existen vías aferentes y eferentes, paralelas, que transmiten no solamente una disposición de entendimiento y aceptación entre las personas de lenguas semejantes, sino que extralimitan su poder beneficioso, aunque hablen distintos idiomas. Por ellas corre el amor a raudales. Aprovechemos este oasis que Dios nos ofrece, en donde no habrá ninguna clase de desconsuelo, sí de paz y armonía.
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Sociedad La sociedad de la cual formamos parte, en ocasiones nos suele jugar una mala pasada. Somos fundadores y a la vez integrantes de esa realidad donde hacemos nuestra vida. No podemos huir de ella porque está vinculada a nosotros, como los miembros del cuerpo. Es importante entonces la actitud que adoptemos porque podemos ser arrollados por ella, y aún marginados de ella; sin sustento. La sociedad es un ente que se nutre en nosotros y nos puede devorar si no estamos prevenidos. Ella no piensa y no es de por sí amiga o enemiga nuestra. Es abstracta en su concepción aunque pueden prevalecer ciertos acentos que la definen como aristocrática, democrática, opresiva, etc. Lo que vale, es nuestra posición ante ella. La vida en sociedad demanda grandes sacrificios, aunque también nos agraciamos con numerosos beneficios. Cada hombre, cada mujer, cada niño, actúa dentro de una polifacética gama de roles. Además de nuestra condición determinada por el sexo, somos infantes, jóvenes, adultos, ancianos, padres, hijos, hermanos, amigos, tíos, abuelos, yernos, cuñados, cónyuges, etc. Y cada papel que representamos, exige una distinta forma de ejercerlo. Aprendemos así una diversidad de roles que, a la manera de un actor lo actuamos. Pero aquí, en el escenario de la vida, merecen que los hagamos sin libreto alguno, con nuestra propia responsabilidad, tal como somos. No vaya a ser que pretendamos atribuirnos distintas caracterizaciones, y entremos en la vía de lo fingido o simulado, ya que la vida armónica en sociedad, nos pide a gritos que seamos genuinos y honestos. No nos denigremos en el uso y abuso de aquellos elementos espurios que salpiquen y manchen la dignidad de la persona. No nos hagamos cómplices de aquellos que piensan mal de los demás. Cada ser humano se mueve dentro de una órbita sagrada, su integridad, que es necesario respetar. Tengamos presente que los estados de ánimo que confluyen en emociones y sentimientos, pueden llegar a distintos grados de severidad cuando se sobredimensionan; algunos que parecieran no dejar secuelas una vez desaparecido el agente stressor; otros que nos conducen inevitablemente a situaciones de riesgo mortal. Recordemos a esa feliz pareja que les nació un hijo. Ya comenzó la familia a formalizarse. Pero podría suceder que en sus vidas aparezca el ‗tercero en discordia’ bajo la figura de una mujer o un hombre que se convirtiera en sombra para la pareja. En este caso podría ser alguien que codiciara para sí a uno de los integrantes, o que, directamente con buenos oficios, decidiera inmiscuirse en la intimidad de sus vidas. (El tercer círculo) ¡Cuidado! Brindémonos sí, a los demás, pero sepamos administrar nuestro afecto y consideración. No permitamos el entrometimiento de otras personas en el bendito recinto de nuestra intimidad de pareja. No sea que sirva de estímulo para la separación y disolución de la misma. El divorcio representa de por sí, un grave riesgo estresante con una alteración a distancia en el tiempo. Seamos cuidadosos hacia quienes nos damos, sin ser desconfiados. Recordemos que en todo congreso, simposio o grupos humanos que entran en
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debate, existe un agente moderador que es el encargado de encauzar el tema en cuestión a fin de que éste se haga fluido, sin asperezas ni controversias agresivas. Entonces, en el trato con los demás, conviene que seamos moderadores de nosotros mismos, de nuestros pensamientos y acciones, disponiéndonos con buen ánimo a que la relación en general no se quiebre, no se resquebraje, para ser así espejo donde los demás aspiren a reflejarse. Ubiquémonos ahora dentro de una familia: hay padres e hijos, pero también existen otros integrantes que obran a distancia próxima o alejada: hermanos, abuelos, tíos, amigos, maestros. La lista puede ser larga y la incidencia en su vida será directa o indirecta. Como padres, vamos creciendo y adaptándonos juntos a nuestros hijos. Llevamos un caudal de conocimientos previos, pero en la arena nos toca revisarlos y desechar algunos y adquirir otros que surgen muchas veces de un improntu, y aquí el espíritu puede alterarse y surgir la impaciencia, la irritabilidad, la exorbitancia, y con ellos, el stress. Otras veces podemos adecuar serena y sabiamente una educación apropiada, pero carecer de los recursos pecuniarios para sostenerla y aún para el mantenimiento digno del hogar... y vuelve a asomar el stress. O estamos insuflados de orgullo y queremos ostentar ante los demás, compitiendo en algunos casos, con saña. Ante todo lo comentado, hagamos un alto en el camino y reflexionemos. ¿Qué es lo que falta? ¿Qué es lo que sobra? ¿Cuáles son los recursos con los que cuento? Una apropiada y honesta visualización de campo, con serenidad y humildad, podría servirnos de mucho. Dar un programa de posibilidades o de ajustes a todas estas sobrecargas, no me cabe a mí hacerlo. Prefiero repetir las palabras de Jesucristo que cita Mateo en el capítulo 16, versículo 26, para que pensemos: ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
La estimación que hicimos, tanto le cabe a los padres como a sus hijos. Sería una buena orientación que, ante los problemas o crisis que se suscitan en el seno de la familia, se tomaran medidas ajustadas a criterios realistas que demanda el stressor. Muchas situaciones debieran ser encaradas en familia, de modo que el enfoque del problema en cuestión, se hiciera compartido entre sus integrantes, no echando culpas a tal o cual persona usándola de chivo emisario. También es provechoso, que los debates sean abiertos, pudiendo opinar todos con todos, conforme a la disponibilidad de recursos que cada uno puede aportar. Así mismo, que se desestime como posible, la agresión verbal o física. Claro está que este patrón no siempre puede adoptarse, dado que no siempre se dan las posibilidades de seguirlo, pero, si así se hiciera, ¡qué bien le haría a nuestra salud física, moral y espiritual, y cuántos sinsabores de ‗gestalt abierta‘ nos evitaríamos! Extendiéndome un poco más en el terreno socio-familiar, veo y siento, con infinita pena, la descomposición que se observa en gran parte de los grupos humanos de esta época. Si me remito a los primeros clanes que se formaron por necesidad, ya que el hombre no puede vivir sin el hombre, no podemos
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dejar de reconocer que esas sociedades, aunque todavía nómadas, programaron de manera primitiva, casi inhumana, una civilización con ciertas leyes de convivencia que, de una u otra forma, mantenían un orden. ¿Quiénes fueron sus modelos primarios? No cabe duda de que lo fue la Naturaleza que, con una sabia regulación, anima la vida de todo ser viviente; y también los animales congregados en razas que mantienen normas que le dictan sus instintos. Y volviendo al presente, han pasado años y años de evolución, y así como el niño crece desde su concepción, dentro y fuera de la madre, el hombre también lo hace a impulsos de sus propios méritos y la continuidad de hechos proyectados por sus ancestros. Entonces, a partir de pequeños grupos o colonias, fueron estableciéndose en pueblos y ciudades cada vez más populosas, favorecidos por las condiciones que él mismo creó y que aumentaron la expectativa de sobre vivencia y disminuyeron la mortandad infantil. Al mismo tiempo, la ciencia y técnica humanas fueron mejorando la calidad de vida. A todo esto, se lo llama progreso. Y el ser humano, en distintos planos sociales, disfruta del confort, la comodidad y la seguridad, asociado a este vasto y en cierto modo, falso esplendor. Digo esto último porque no se han dado las condiciones armónicas que merece este crecimiento, y muchas son las máculas que ensombrecen el porvenir del ser humano. Uno de estos estigmas es el sentimiento de poder arraigado en algunos corazones. Otro es la hipocresía que es la mentira que se inflige uno mismo a su propia calidad humana y que se larga, como dardo envenenado, a los demás, engañando o tratando de engañar, con una total insensibilidad y desconsideración. Y otro, entre tantos más, es cuando la persona se deja llevar por estados de ánimo salvajes, hiriendo y hasta matando sin piedad a sus semejantes. Sin embargo el hombre, a falta del fino instinto de que gozan los animales superiores, tiene un algo que le hacer percibir que las cosas no se ajustan adecuadamente entre sí. No obstante, muchos son los engañados, pero otros muchos se adaptan a esas circunstancias anómalas que mencionamos, y lo que es peor, ¡las imitan!. Se comportan como clones de esas figuras fatídicas. Entonces, haciéndome la pregunta de ¿quién o quiénes tienen la culpa de esta descomposición social?, pensé en el que estaba más cercano a uno: la figura parental, y siento que me quedé corto, porque el padre, la madre, se debaten también en un mundo social que cada vez se dilata más. Ese mundo llamado provincia, nación, estado, está regido por un dignatario que a veces no tiene la calidad o condición que su investidura merece. Cuando digo esto, desfilan por mi mente figuras terroríficas que son responsables de horrendas masacres en varios lugares del mundo, y otras que usan a la gente, la adoctrinan y la dirigen, en función del odio, la destrucción y la muerte; y tantos otros que haciéndose presentes, reales, son proclives a causar la desintegración moral de las personas valiéndose del poder que le confiere su audacia y su situación social, ya sea como jerarcas,
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escritores, libretistas, actores, periodistas, etc. Y entronizan en la gente todo su resentimiento, su maldad, muchas veces disfrazados con la piel de oveja. Ante esta calamidad, es necesario que tomemos distancia hacia todo aquello que nos quiere seducir tratando de llevarnos por caminos equivocados. No entrar en su propio terreno. Nuestra libertad interior es muy rica como para menospreciarla o desgastarla en vanos intentos de imitación o remedo de aquello que no merece nuestro protagonismo. Reconciliémonos, sí, con el dolor humano porque no somos insensibles a su acción. Pero, en la medida en que no nos hagamos partícipes de tanto envanecimiento, de tanta mezquindad y de tanta falta de misericordia por nuestro prójimo, aunque sea en pequeña escala, habremos dado un paso trascendente en pro de la gran familia de la que formamos parte. Valores En la sociedad mundial prevalecen los incentivos para alcanzar logros de poder material, desmereciendo los espirituales. Y esto se debe, en gran parte, a que su nutrimento es abastecido por el deslumbramiento de la técnica con sus avances asombrosos, que sobrepasa, en mucho, la capacidad del hombre para asimilar sus propios inventos surgidos de la misma. Y así, en su manifiesta sed de posesión, puede degradarse y ulcerar los delicados tejidos humanos, y vemos azorados y con pena- el tendal de estresados que inmolaron sus vidas en aras de una -muchas veces- utópica felicidad y satisfacción. Quiero significar que la técnica, cuando se perfila como un armonioso ensamble con nuestra propia vida, bienvenida sea, pero si trasgrede los límites de equiparación del hombre con su problema existencial, ¡qué mal nos hace! No es mi intención adoptar una posición apocalíptica, pero seamos precavidos Es mucho más importante el más pequeño y humilde de nuestros semejantes, que la totalidad del universo; que el invento más sofisticado. Luchamos por conseguir una posición social y económica desahogada, con nuestro trabajo tesonero, simpatía e inteligencia, y eso es bueno. Pero que no nos enceguezca el brillo de una riqueza difícil de alcanzar por el camino honesto, y que, una vez conseguida, tengamos que afanarnos para cuidarla y no perderla, aún a costa de cualquier subterfugio. Nos empeñamos también para obtener un valimiento de nuestra condición humana y chocamos, en varias ocasiones, con muros pétreos de indiferencia, y ¿por qué no?, de resistencia. Entonces me pregunto: ¿Qué necesidad hay de querer descollar mostrando lo que los demás quieren ver en nosotros? ¿No vale más la autenticidad de ser como somos aunque nuestra figura se perfile gris y desvalida para muchos? Propongámonos mejor, un esfuerzo sincero, en el anonimato, en procura de una renovación interior espiritual. Es hora de que establezcamos una relación entre los valores. Que le demos su debido orden en nuestras vidas. Si hay valores morales, espirituales y materiales, ¿no cabe también que, sin anular ninguno de
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ellos, hagamos una diferenciación clara para así darle la jerarquía que merece cada uno? De este modo, todo lo que sea obra del hombre, encontrará su orden y cabida en el aprovechamiento de las que él estime. Aunque no conviene perder de vista la esencia espiritual de la que también está dotado. Esta le ofrecerá un camino, tal vez nada cómodo ya que se enfrentará con grandes dificultades, pero la meta será venturosa. El hombre transparente no se hace de la mañana a la noche; se necesita de mucho discernimiento y sabiduría, y además, de paciencia y perseverancia.
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V * LOS IMPULSOS INSTINTIVOS Emociones Sabemos que cada uno de nosotros piensa y actúa como cree que debe hacerse. Además congeniamos o no, con intereses, opiniones, ideas, fantasías, esquemas de vida, que se adaptan a nuestro plan de vida o que difieren de él. Si no estamos conformes con las demás personas en cómo llevan sus vidas, ¿qué hacemos? ¿Pelear tratando de imponer lo nuestro? Entraríamos, las más de las veces, en una lucha estresante. ¿No nos valdría más aceptar con gesto modesto y cortés al otro, con sus diferencias, sabiendo que cada persona merece tener su libertad de pensar y de actuar como lo crea conveniente? Es bueno recordar y recalcar algo que hemos estado diciendo: que cada acto que provocamos, sea éste atinado o desatinado, repercute en mayor o menor grado, en los demás. Tal vez el planeta Tierra no se destruye porque hay mayor cantidad de seres que les dan beneficios a la humanidad, que los detractores. ¿Cómo podemos contrarrestar la acción estresante que nos ocasiona tantas desdichas? No podemos parar la inminencia de un cataclismo ya sea un terremoto, un ciclón, un alud, pero hay muchas circunstancias que nos pueden ocurrir y que están en nuestras manos, paliarlas. El estrés entra subrepticiamente en nosotros, enmascarado en los sentimientos y emociones, pero pasado el incentivo que motivó estos estados anímicos, todo queda en orden. Sin embargo, cuando alcanzan la altura del estres, éste queda como fijado en nuestro ser, alterando en demasía el complejo orgánico y psicológico y desbordando las probabilidades de defensa orgánica. No obstante, como dijimos, existe un stress bueno -el eutres- que marca una alteración suficiente como para ponernos en una suerte de amparo frente a una causa justa. Entonces, la relación y la diferencia que existe entre los estados de ánimo y el estrés, podría concebirse así. La emoción puede llegar hasta la fase de alarma y quedarse ahí. Todo se repuso. Pero si el estímulo se hace empecinado, acá tenemos al estrés con las sucesivas fases de defensa, resistencia y agotamiento ya estudiadas. Pongamos un ejemplo: la muerte de una persona querida. Hay congoja, llanto, desesperación, soledad... Hasta aquí todo el arsenal emocional que puede suceder en el momento y un tiempo después, durante el duelo. No obstante, los días van cerrando la herida. Pero si el dolor, la destemplanza, el agobio, sobrepasan las fases de alarma y defensa, ahí sí entramos en el terreno peligroso del estrés, sucediéndole la de resistencia y pudiendo terminar en la de agotamiento donde, como ya sabemos, las defensas orgánicas claudican irremisiblemente. El caso comentado y otros muchos, nos muestran patéticamente, la imperiosa necesidad de administrar sosegadamente nuestras
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emociones. Si recordamos que estas emociones se expresan a través de la alegría, el afecto, el miedo, la rabia y la tristeza, pensemos con cuántas de ellas nos asociamos cotidianamente. Cuánto mal nos puede producir el miedo y la rabia, por ejemplo, cuando se adueñan de nuestro ser inerme. Sin embargo, y para bien, existe un sentimiento que, aún llevado al máximo de su expresión, echa por tierra las posibilidades de estrés, y éste es el amor. Pero al que me refiero es al amor verdadero, no eso que se llama equivocadamente amor y no es más que alteración, posesión, sexo. Odio Mencionamos repetidamente a los rencores, resentimientos y antipatías; todos ellos de la progenie del odio, pero este último supera en mucho a los de su especie. Los caminos del odio, paradójicamente, son paralelos a los que llevan al amor, pero en sentido contrario. Por ejemplo, un enojo o mala voluntad hacia alguien, crece y crece, y ya estoy en el sendero del odio. O bien, por un mal que me hace esa persona, o imaginando simplemente que ella está contra mí. El odio ocasiona distanciamiento entre los hombres y engendra deseos de venganza, tan contrario todo ello a las leyes del amor, de la comprensión y de la unidad. ¡Qué rédito nos da el odiar? Enceguecernos y no ver la luz del amor. Cuando odiamos nos convertimos en agentes corrosivos de la humanidad y transmitimos desasosiego y desunión. Consideramos a la lujuria como un bajo instinto que busca solamente un objetivo para satisfacerse egoístamente; pero el odio es peor, porque se desparrama como ácido y se adentra y destruye los cimientos de las personas en sus fundamentos moral, intelectual y espiritual. Los agentes del odio no solamente invaden lo individual, sino que se hacen polivalentes y se alistan atacando las razas, las religiones, los pueblos y arrasando todos ellos con ferocidad inaudita, sin contemplaciones, obnubilados totalmente a las posibilidades del amor que nos ofrece la vida en comunidad. El odio es la mecha que prende las guerras entre los hombres. El odio es ignorancia, intolerancia y pecado. Si pudiéramos desprendernos de esas adherencias que trastornan el buen sentido de nuestras vidas... Para ello tenemos la obligación de ser indulgentes con los demás, evitar la crítica corrosiva, no penetrar en la sacrosanta intimidad de las personas y perdonar, perdonar siempre. Todo esto ya lo sabemos, cuesta mucho de nuestra parte. Pero también estamos dotados de valiosísimos elementos para sobrellevar con buena salud nuestras vidas, aún con las limitaciones humanas que debemos aceptar. Y cuando las circunstancias nos lleven al reconocimiento de esa limitud real, es cuando debemos generar en nosotros la voluntad de abandonarnos a la acción de un Ser bondadoso y amoroso, superior a nosotros, que está vivo aunque no lo veamos; pero que es solícito a nuestros requerimientos de ayuda.
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Vanidad Uno de los ropajes que usa la personalidad, regida por un yo insuflado, es la vanidad. Justamente la palabra hebrea vanidad significa aliento, vapor, soplo, y es paradigma de lo fugaz e inconsistente. Así como el ser humano utiliza todo elemento a su alcance que pueda darle calor cuando sufre el frío o el hambre, así, muchas personas se visten de vanidad para arropar su ego, en ocasiones deslucido, y en otras les sirve de acicate para seguir incólumes en el derrotero que se han trazado para sus vidas. Un aplauso, unas palmadas de aprobación, una sonrisa o unas palabras amables dirigidas a su persona, pueden servir de incentivo para inflamar la vanidad. Y cuando la vanidad se encarama al pedestal de la competencia y el poder, se hace más corrosiva, porque el hombre pierde la calidad que contiene la compasión por el otro. La vara de medida es su propia persona. Se hace desleal. Y en esta actitud, por el solo hecho de mantener a ultranza su propio individualismo, desune la bendita cohesión amorosa que merece toda sociedad sana que marcha hacia fines esplendorosos. ¡Cuántos hombres en la historia del mundo han causado verdaderos desastres, cuando se dejaron seducir por la vanidad! Pero ocurre que al hombre les son necesarios para su sobre vivencia emotiva, los estímulos de aprobación y de reconocimiento. Por consiguiente, se corre el riesgo de que la vanidad se entrometa entre los pliegues misteriosos del ser humano y que ésta sea solamente la palanca que lo mueva, y no aquellos valores que están emparentados con la humildad de corazón y los signos puros que nos otorga la sabiduría. Envidia Otro flagelo del ser humano que trata de surgir en cualquier momento; éste es la envidia. Pongamos por caso una familia, cualquier familia en la cual alguno del grupo posee laudos y bienes, o una inteligencia muy lúcida, o una simpatía especial, o alcanza méritos por sus condiciones innatas, puede ser la mecha que, encendida en el corazón ingrato del envidioso, provoque situaciones de alto riesgo en la estabilidad de ese grupo humano. Porque el envidioso tiene su corazón impregnado de impurezas y va destilando, en consecuencia, anarquía en los sentimientos. La envidia es una condición del hombre que se hace patente desde muy antiguo. Ya en la Biblia, libro del Génesis, se la menciona: las preferencias de Dios por Abel, creó en su hermano Caín una envidia tal, que lo instó a asesinarlo, hacerlo desaparecer; así nomás. En numerosas familias surgen las envidias entre los mismos cónyuges, en especial cuando éstos tienen igual profesión. Y, por qué no, entre los hermanos cuando entre ellos, ante sus padres, familiares o amigos, unos se benefician con preferencias especiales en desmedro de
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los otros. O, al medirse en inteligencia, facilidad de expresión, belleza física, simpatía, etc. La envidia se prende en nosotros como una costra muy adherida que, al querer arrancarla, hace sangrar la herida y duele. Casi diría que esta calamidad vive en nosotros; por momentos disfrazada, en otros, ostentosa. El envidioso sufre y hace sufrir a los demás. Generalmente es uno de los estigmas que posee el hombre falto de amor y de seguridad en sí mismo; en sus propios valores. Podemos convenir, y no nos equivocaremos, en que el ser humano durante su tránsito por la vida, es muy falible para adquirir, unos más, otros menos, falencias negativas que son consideradas como defectos y que complican su existencia, dañándolo a él y a los que lo rodean. Pero también es bueno saber que posee una cantidad mucho mayor de recursos saludables y virtudes que pueden echar por tierra aquellas deficiencias. Conozco muchas personas bondadosas, humildes de corazón, que sin haber obtenido el premio Nobel de la Paz, con su solo valimiento, pacifican y dulcifican a sus semejantes, atraen el amor y la unión, y agradecen a Dios el haberlos hecho como son. Y otros, que también alcanzaron esta misma recompensa, sufriendo en carne propia el martirio de accidentes y enfermedades mutilantes y dolores horribles, y esto los movió, no solamente a quererse mejor y superarse, sino también a ofrecerse en holocausto a quienes los necesitan. La envidia en ellos, no tiene espacio en su corazón. Agresión -Violencia Si afirmo que el hombre es un ser integrado por el cuerpo, la mente y el espíritu, no lo hago basado en una simple idea obra de mi intelecto, sino que formaliza mi adhesión a muchos hombres preclaros que sostienen estas mismas conclusiones. Lo que ocurre es que gran parte de nuestros conceptos, surgen a través de la fineza que nos proporcionan los órganos perceptivos. Y, valido de ellos, existe todo lo que siento y pienso (mente), y el ámbito que me lleva a reconocerlos (espíritu). Todo ello constituye un complejo que es imprescindible que mantenga su cohesión. Bien dice el antropólogo Arnold Gehlen: "El hombre es un ser de una sola pieza". Pero además agrega "es un ser deficiente; lo tiene que aprender todo". No obstante, tiene un poder que es único en la especie, "el poder actuar por decisión libre".
Ese poder natural del hombre, lo mueve, lo anima como una fuerza o impulso interior a hacer algo, aunque ese algo no tome un cauce adecuado a las circunstancias. Así es como ese impulso puede surgir sin que medie ninguna razón valedera, como así también, ser el resultado de un proceso mental elaborado a medias, ya que si lo hiciera a través del calmo raciocinio (contar hasta diez), en ese caso se transformaría en una decisión. Y en una decisión, cabe sopesar lo que conviene hacer y lo que no, en beneficio de la estabilidad y la dignidad de la persona.
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El impulso entonces, suple en cierta forma el instinto de los animales; pero en éstos, los instintos les señalan inequívocamente, cómo deben actuar en cada momento de su vida. En cambio, a falta de instintos o con instintos muy rudimentarios, la persona hace uso de impulsos que son disparados como un torrente que puede transportar agua pura o contaminada. Quiero significar que existe un "excedente de impulsos" que se topan con objetivos no siempre planeados, de modo tal que se convierten en entes que, al carecer de una vía intelectual, si se hicieran predominantes en la vida de la persona (aquella que vive a impulsos), podrían paralizarla en su accionar e incluso encauzarla hacia una esclavitud de sí misma y convertirla en juego de las circunstancias. Cuántas veces decimos: "¿Qué me movió a hacer tal cosa?" Y en cuántos momentos manifestamos: "Mi primer impulso fue golpearlo, insultarlo; o bien, palmearlo, abrazarlo, acogerlo, socorrerlo, etc.". Ese espacio entre el impulso sofrenado y el siguiente, nos permite repensar una actitud que nos comprometerá para bien o para mal, pero que, al mismo tiempo, se ajusta a nuestra condición de seres poseedores de un caudal de inmensas opciones. Como vemos, los impulsos están más asociados a las emociones que al intelecto. No nos olvidemos que la fuente de los sentimientos está radicada en el niño que fuimos y que siempre su estampa la mantenemos en el corazón. Pero ese niño, que en principio actuaba a través de sus impulsos, creció y afinó sus sensaciones encauzándolas a procesos intelectuales en correspondencia con lo emocional. Aunque no siempre sucedió así, porque en ese desarrollo, muchos de nosotros mezquinamos la capacidad mental y espiritual y preferimos lo más fácil: dejarnos llevar por los impulsos, sin más. Por otra parte, una razón muy profunda, arraigada en el corazón humano, le permite a muchos hombres hacerse ballesta o arco para lanzar indiscriminadamente las flechas hirientes de los impulsos. Y esto es el resultado de una cultura que recibió de los suyos, fueran estos familiares o la sociedad donde creció, y cuya base se cimentó en el descreimiento de los valores humanos tales como el amor, la tolerancia, la comprensión y el perdón hacia aquellos que nos injuriaron y nos hicieron mal de otras formas. Y con esta motivación negativa se mueven en el mundo, sin una razón de ser, haciéndose prisioneros de sus emociones-pasiones; además enferman sus cuerpos y ocasionan desdichas entre sus semejantes y en sus propias vidas. El ser humano posee una delicadeza interior, una sensibilidad, una sed de amor o una desesperanza para alcanzarlo. Ahora, si no desarrolla esa potencia a través de sus años de vida, para bien, puede transitar por caminos equivocados y peligrosos. En cambio, si emprende la ruta de la trascendencia con la ayuda de todo su rico caudal interior, podrá modificar el rumbo de sus impulsos, a decisiones felices para él y para los que lo rodean. Salgamos de esta cárcel oscura signada por los impulsos desatinados y veamos la luz que ilumina nuestras acciones felices. Acerquémonos más a lo espiritual, ámbito en el que no entra ni el odio,
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ni el rencor, ni las apetencias de venganza. Seamos más humildes, más recatados. No nos hagamos apostatas de todo lo bueno que existe en el mundo. No nos hundamos en las aguas cenagosas del nihilismo que ciega y somete algo tan esencial como lo es la ‗‘libertad‘‘, don maravilloso que solo le cabe al hombre poseerla y le permite la apertura al discernimiento. Y gracias a esta apreciación tan sutil, tan íntima que otorga el alma, veremos que si bien vivimos en un mundo que se ha convertido desgraciado para muchos que se ven postergados, infamados, avasallados, también es cierto que todos aquellos que atentan contra la paz del mundo en forma de violencias y muertes, deberían reflexionar en que éste no es el camino correcto. Hay injusticias, sí, y muchas, pero si piensan un poco aquellos que obran contra el prójimo, ¿cómo es que no se preguntan?, si tengo un dolor de muelas, un apéndice inflamado, ¿no concurro al auxilio de los profesionales quiénes con toda solicitud procurarán sanarme? Si tengo un accidente, ¿no me prestarán alojamiento y cuidado solícito en un hospital? Si necesito desplazarme de un lugar distante a otro, encontraré un vehículo que me transporte. En las escuelas aprendí a leer y escribir. No salgo a la calle desnudo, sino que me pongo ropas y calzado que otros hacen para mí. Todo esto, y mucho más, obra del hombre en paz. No todo es desolación e infamia; hay gente buena también que me ama sin un por qué. Que se conduele de mis desdichas. Que no deja de ver y sufrir por las injusticias con que obran aquellos poderosos, soberbios que se creen reyes del mundo y que lo usufructúan como si fuera propio. Pero no por esos atropellos se alzan en armas, se violentan y golpean a diestra y siniestra, porque entienden que si adoptan esa actitud de combate, atentan contra la estabilidad del mundo que, aún con sus imperfecciones, quieren. Esta gente buena prefiere plantar semillas de amor, para que, aún dentro de un sembradío donde crece también la cizaña, nazcan árboles nobles que produzcan flores y frutos en abundancia que sirvan para airear éste, su universo, y así disipar toda corriente tóxica que pueda hacerlo irrespirable. Porque comprendieron que la paz y el amor, al final vencen y son beneficiosos para todos. Portergación - Sentimientos falsificados Desde muy pequeños, comenzamos a adiestrarnos en la política. Ante un gobierno, el familiar, donde las órdenes e imposiciones que recibíamos, en algunos momentos nos molestaban e impedían nuestros juegos o decisiones, encontrábamos una salida diplomática que nos permitía no alentar represalias al no acatarlas de inmediato, y a la vez, continuar con lo nuestro. Las palabras mágicas eran "ya voy". Algunas veces conseguíamos obtener un tiempo extra para seguir haciendo lo que queríamos, pero otras veces corría la sangre. De esta manera incursionamos en el arte de la postergación, y la vida seguía su curso. Muchos nos acostumbramos a este modus vivendi y no cambiamos, y las ‗postergaciones’ se fueron acumulando, ocupando sitio y estorbando el paso hacia fines más útiles
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Pero eso no fue todo; también hubo otras adicciones. En este caso fueron las emociones o sentimientos adulterados. Me explico. Volvamos a ese niñito. Cuando vino al mundo y sin que nadie le enseñara, lloraba cuando se lastimaba, estaba incómodo o triste, y reía como manifestación espontánea de alegría y agrado. Pero también rechazaba con hostilidad todo lo que le comprometía y molestaba profundamente y ponía en peligro su estabilidad física o emocional.. Asimismo intuyó que una amplia sonrisa nacida de su persona, movilizaba a los demás a aceptarlo con ternura. Y, en el tiempo de las vacas flacas, en las ocasiones en que él no recibía las atenciones que su almita requería para sobrevivir emocionalmente, muchos niños ¡quién sabe cuántos!, se valieron de estos sentimientos primarios esenciales tales como el afecto, la alegría, el miedo, la tristeza y la rabia, y los usaron fraudulentamente, para obtener beneficios. Por ejemplo, para llamar la atención hacia su persona, ponían cara triste o lisonjeaban a alguien con un falso afecto, y de esta manera lograban su objetivo. Ahora quiero poner una nota de atención para que reflexionemos con respecto a estos dos empastes de nuestra vida: las "postergaciones" y las "emociones inauténticas". Hagamos espacios dentro de nosotros para dar lugar al cumplimiento de aquello que emprendamos concienzudamente, con paciencia y tesón. Y, además, cuando expresemos sentimientos, que éstos sean reales, naturales, no solapados, disfrazados, ya que al convertirlos en magia de teatro, no solamente podemos herir profundamente a los demás, sino que nosotros mismos nos hacemos mucho daño. Sepamos que si nos ponemos la careta al ofrecernos con un ‗falso amor‘, por ejemplo, al principio es posible que obtengamos los beneficios que deseamos de esa persona o grupo humano, pero al tiempo, esa máscara se ajará y nuestro rostro infame quedará al descubierto. No sucederá lo mismo cuando los sentimientos fluyan espontáneamente de un corazón puro. Nadie merece que lo deshonremos con la mentira o la falsedad, pero sí todos, todos, merecemos que nuestra dignidad permanezca reluciente ante los avatares del tiempo. Preguntémonos: ¿esas formas de conducta que yo he seguido hasta ahora, me han hecho feliz interiormente y han logrado la dicha de mis seres queridos? Pensemos: hemos crecido, formado nuestra propia familia, una empresa de trabajo y automáticamente, aquellas respuestas equivocadas de mi niñez que me ayudaban a una supervivencia emocional, ya en mi vida actual de adulto, los resultados serán la infelicidad mía y la de los que me rodean. Esos viejos esquemas que usé como tablas de salvación en momentos de zozobra, pasémoslos por una reflexión consciente y démosle la evaluación que corresponde. Y nos daremos cuenta de que conviene cambiar esa manera de ser, por otra más sincera y real que anida en nuestro propio corazón, adormecida o acorazada.
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Sanando nuestras heridas El recuerdo es una función testimonial de vida. Cada acto que ponemos en ejecución está asentado en una figura representativa de algo que nos sucedió o le pasó a otra u otras personas, y que nos quedó fijado en la conciencia. Quiero decir, que nuestra existencia se nutre de experiencias recientes o antiguas, que quedaron guardadas en el tiempo, pero que están suficientemente a mano como para ser evocadas en el momento oportuno; son los recuerdos imborrables. Indudablemente la experiencia sirva de tutor para la acción. Así, un suceso penoso que nos acaeció en un momento de nuestra vida, nos mueve a ser más cautos en la ejecución de otros actos. Ahora bien, el olvido representa la otra cara del recuerdo; diríamos que es la anulación del mismo. Sin embargo, olvido y recuerdo no guardan un antagonismo de opuestos. Digamos, yo sufrí una experiencia traumática y me queda el recuerdo de algo que me lastima provocándome un dolor psicológico exacerbante. En adelante, todo mi sistema defensivo, se pondrá en guardia en aquellos momentos en que esté a punto de caer o ser sujeto de esa experiencia traumática. Ese primer recuerdo, entonces, me sirve de valla, de contención, para estar alerta y evitar la reincidencia. Pero puede suceder también, que mi aparato inmunológico lleve el recuerdo a los estratos profundos de la inconsciencia, y cuando yo necesite tenerlo a mano como defensa, no pueda conseguirlo. Entró en la región del olvido. No obstante está ahí, y aunque yo no lo quiera, se mostrará como una sensación vaga de malestar, una espina irritativa indefinida. Acá está lo malo: no saber qué es lo que me provoca displacer. Entonces, ese recuerdo fantasma, alojado en la tierra del "no saber", envía sus delegados a la conciencia, en la forma de miedos y aprensiones, que conturba a la persona. No nos olvidemos que nuestra vida actual es obra de un cúmulo de conocimientos que fuimos aprendiendo de los demás y que ingresamos en nuestro haber, muchas veces desordenadamente, sin que pasaran por el filtro de un razonamiento claro y equilibrado que nos permitiera escindir lo bueno de lo malo, lo provechoso de lo perjudicial. Y que, además, más adelante, con una mente madura, gran parte de esos recuerdos fueron confinados a estancos profundos, sin salida, dejando en nuestro espíritu un estado de incertidumbre que nos restará libertad para razonar adecuadamente. Ante esta situación, ¿qué podemos hacer? ¿Seguir el camino con la carga de algo muy pesado que no podemos desalojar, o mejor, buscar una salida que nos libre de esa cruz? Sin ninguna duda preferimos la segunda opción. Tal vez nos sea propicio, en lo inmediato, recurrir a la psicoterapia, y esto no está mal. No obstante hay otro camino que nos mostrará una luz resplandeciente, y éste es naturalmente, el espiritual.
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Consiste en depositar nuestros pesares, ya sean conocidos o desconocidos; aquellos que recordamos y los que olvidamos, en las manos de Dios, con verdadera fe y confianza, perdonando totalmente a quiénes nos injuriaron directa o indirectamente. ¡Cuántas horas de terapia nos economizaríamos y qué placidez venturosa le llevaríamos a nuestro corazón! "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo
los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mateo 11,28-30)
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VI * ES HORA DE DESPERTAR Reconocimiento Todo ser viviente, sea hombre, animal o vegetal, desea y merece ser reconocido. Es tan fuerte este incentivo que, de alguna manera, al no ser abastecida esta forma de amor, la persona trata de obtenerla, ya sea consciente o inconscientemente, encarando esta problemática, de variadas formas. O lo pide directamente, lo que no es muy común, o lo hace indirectamente valiéndose de un comportamiento agradable, inteligente, gracioso, agudo, simpático hacia los demás. El menú es muy variado. Este programa de "hambre de reconocimiento", como lo denominara Erice Berne, lo vemos en las "Etapas de la vida". Lo que ocurre es que, en la medida en que fue creciendo el ser humano, los mimos y cuidados y la atención a su presencia física, fueron disminuyendo en función de su libre albedrío. Y esto es natural, porque en determinados momentos, sus padres no tienen que alimentarlos en la boca, ni asearlos, vestirlos, y muchos otros actos que serían improcedentes, porque él, el hijo, ya está en condiciones de hacerlos por su cuenta y riesgo. En cambio, todo esto no cabe en cuanto se refiere al reconocimiento; a la atención preferente que su persona requiere. En todo momento y hasta el último suspiro de la vida, el hombre necesita ser reconocido como alguien único, especial. Esto es tan vital como el amor y los alimentos. La persona debe ser reconocida por sus rasgos propios, como si fuera la única que habita el planeta. Recordemos: Dios nos llama por nuestro nombre. Habrá miles y miles de Enrique contemporáneos a mí, pero yo, ante Dios, seré el único Enrique para El. El preocuparse por el otro, por su vida, sus necesidades; el condolerse sinceramente por todo aquello que le falta o lo aqueja para completar su felicidad, son actos que merecen vivirse. No estamos solos. Y me remito a la cantidad de niñitos que por diferentes causas quedaron huérfanos y a cuántos matrimonios bien constituidos, sin hijos, que podrían adoptarlos. Y a cuántos seres dolientes, desafectados por la sociedad, que no encuentran amparo ni compasión a su desvalidez. Creo que, indagando en la raíz del resentimiento, encontraremos que gran parte de esta ponzoña tiene su origen en la falta de reconocimiento, o de ser reconocido por las valencias negativas de la persona. No somos jueces. Y en la búsqueda de otras motivaciones que ocasiona la carencia de reconocimiento, quién sabe si la adicción a las drogas provenga, no solamente de la curiosidad por conocer sus efectos y de la debilidad de la persona ante quiénes los invita a consumirlas, sino, en gran parte, por la falta de atención solícita de que carecieron estos seres desdichados. Si se abriera una lista de testimonios, ¡cuántos serían los ignorados, los olvidados, los rechazados, que desfilarían mostrando sus llagas que nunca cierran...! Pero el amor todo lo puede.
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Una prueba de lo que digo está, justamente, en los centros de rehabilitación donde el amor y el reconocimiento hacen maravillas en la recuperación de sus almas. Muchos de nosotros fuimos educados para ser los primeros, para alcanzar triunfos, y así se desarrollaron algunas personas que descollaron en los deportes, en la música y en todo lo que arrastraba masas tras de sí; me refiero a los ídolos humanos y sus seguidores, los fanáticos. Sin embargo el tiempo, las modas y la competencia, abrieron grietas en su basamento y éste comenzó a derrumbarse. ¿Qué hicieron algunos para no perder su idolización, su voracidad de reconocimiento? Se dejaron seducir por el mal que les prometió vitalidad eterna, y recurrieron a la droga que al final los sometió a encontrarse en un paraíso utópico que solamente aparecía mientras la consumían. ¡Qué triste! ¿Por qué no aceptar nuestras propias limitaciones y dejar de alimentar vanamente fulgores que se apagan irremediablemente? Cuando pienso en la destrucción de elementos nobles como las neuronas cerebrales que jamás volverán a reponerse; en las sendas luminosas, ahora cortadas a pico, por la que no podrán transitar libremente los adictos a las drogas alucinantes, siento una gran pena por estos hermanos que no tuvieron el respeto por su cuerpo y que sometieron a la degradación, a la psiquis y al alma, separándolas de sus funciones específicas y anulándolas como elementos primordiales tan necesarios para que se produzca el milagroso equilibrio que es el hombre integral. Pero no siempre son culpables los adictos, de esta hecatombe humana. En muchas circunstancias fueron blancos de la falta de amor de nuestros semejantes, del desdén, de la soberbia que ocasiona el envanecimiento de aquellos otros que se consideran como que están por encima de los demás. Y estos dardos de malquerencia fueron punzando y adentrándose en el interior de sus corazones, debilitando y destrozando las reservas de inmunidad y haciéndolos proclives a recurrir a aquello que les mostrara un mundo donde él es alguien, aunque sea revelado por la imagen y los efectos que conllevan las drogas, de una de felicidad, que a la postre, es aparente. También existe la otra cara de la moneda, y ésta nos muestra a otro grupo de personas que están enfermas, no por las drogas, sino por un apetito desmedido de ser amados. ¡Cuidado! Se observa mucho en las parejas. Primero viene una mutua atracción de las dos partes dando comienzo al romance. Pero, pasado algún tiempo, uno de ellos se hace tiránico en la obtención de atención y de amor, y quiere apoderarse del otro: lo acucia, lo persigue, se convierte en su sombra y le hace imposible la vida a esa otra persona, anulándola. Entonces, debemos estar prevenidos ante las argucias que nos presenta la vida en comunidad, pero no seamos también tan recelosos como para vivir angustiados. Más bien tomemos una actitud humilde, aunque dentro nuestro estemos atentos. Y por sobre todo, desparramemos sonrisas de simpatía, que equivale a decirles a los demás: "¡Yo sé que estás ahí!" Eso sí, que esas sonrisas, esas intenciones,
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sean puras, a corazón abierto. Si supiéramos cuánto bien le haríamos a nuestro prójimo con algo tan simple...
Compasión Nuestros sentimientos de piedad, ¿existen? ¿Están adormecidos? ¿Podemos vivir alegres y felices mientras miles y miles de personas se encuentran en la total indigencia, carentes de lo necesario para alimentarse, vestirse y protegerse de las inclemencias del tiempo, ni encontrar un hogar estable? ¿Podemos considerar válida la felicidad personal, si ésta no está acompañada de un desprendimiento propio de algo que nos cueste, de un vaso de ternura y amparo para el necesitado, dentro de nuestras posibilidades? El rico, el poderoso, aquél que vive sólo para sí, como las células cancerosas; que desprecia a sus semejantes, debe recordar que, una vez muerto, no puede llevarse consigo lo obtenido materialmente, porque no hay mudanzas ni encomiendas al cielo. Lo único que puede dejar aquí, en la tierra, si logra ‗convertirse‘, son recuerdos de lo que tuvo: amor y bienes que los derramó con toda generosidad y piedad. Cuando hablamos sobre la conducta, vimos las muchas y variadas potencialidades que obran en ella, hasta que decidimos -algunoscambiar de rumbo al darnos cuenta de que la vida que llevábamos, no era la correcta. Pero otros se dejaron guiar por los instintos y propugnaron seguir adelante aunque dejaran a su paso un tendal de afligidos y dolientes. Fueron, y son, estos últimos, aquellas personas deshumanizadas, que pululan por el planeta diseminando iras, rencores y odios. Provocando desunión y desaliento entre los hombres, atacando ferozmente a los demás en razón de su raza o religión. Los que ofrecen felicidad en el consumo de drogas que iluminan un mundo irreal y efímero, que se desvanece a la espera de otra y otra dosis, y así interminablemente. Los soñadores de un mundo mejor, que ejercitan milicias armadas y desafiantes. Los dueños del poder que se hacen omnipotentes en desmedro de los necesitados y pobres que claman justicia. Los asesinos -no contemplados en las leyes humanas- que venden armas para que se aniquilen los pueblos. Los gobernantes que se envuelven y se acarician en discursos de bien público que jamás llevan a la práctica. Y aquellos otros, que también en función de gobierno, clavan sus uñas afiladas, en dinero que no les pertenece, y lo usufructúan a su arbitrio, robándoselo a quiénes le concierne. En una sociedad con tales máculas, es mucho más difícil vivir, porque nos desenvolvemos con recelos, desconfianza y resentimientos que van destruyendo el amor y la esperanza, principales baluartes de sostenimiento de toda organización humana y valedera. Además existen otros factores incidentes. El poder rebasa nuestras perspectivas de contención. Y como si esto fuera poco, las noticias sensacionalistas, truculentas y disociadoras, invaden el mercado de la atención, y se las anuncian en diarios, revistas y otras fuentes
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como la televisión, la radio y el cine (ahora en Internet), que entran en nosotros, además de la lectura, por las percepciones visuales y auditivas. Se crean ídolos que nacen en el barro y que proliferan, unos después de otros, esperando su turno. ¿No sabemos acaso que el culto de los ídolos subyuga y adormece nuestro espíritu? ¿De qué vale adorar y reverenciar a estos seres que nacen y crecen y se disipan en el tiempo? ¿Qué favor nos hace su presencia y permanencia? Fuerzas ocultas acechan y están dispuestas a desarticular y destruir la sociedad, comenzando por la familia, y se valen de innumerables recursos para sus designios. Además encuentran gran cantidad de acólitos que, muchas vecs por ignorancia, otras tantas por perfidia, las apoyan. El grave conflicto social es muy complejo y no existen remedios específicos, porque la enfermedad presenta facetas multiformes. A mí me parece que la mejor manera de unir lo que está separado, es actuando unipersonalmente y de persona a persona. Un ejemplo maravilloso de cómo son las cosas, nos la da nuestra organización biológica. Surge de una célula con todos los atributos de vida en comunidad. La célula se reproduce en otra y otras, y se organiza un tejido que cumple una función determinada; digamos el tejido epidérmico; en este caso, defensivo, hacia el exterior. Sin embargo existen otras células que forman elementos más diferenciados que constituyen aparatos y sistemas complicados. Pongamos por caso, el respiratorio, el digestivo, el circulatorio, el nervioso. Pero, he aquí el milagro: todos ellos, en acuerdo tácito, formal y virtuoso, están aliados en procura de una vida estable y armónica, del individuo del que forman parte. Es entonces, una-necesidad-de-vida-en-comunidad que, aquél que consiguió purificarse, busque y encuentre a otro, que también se halle en el mismo camino, y continúen ambos en el emprendimiento hasta formar legiones de seres empeñados en encontrar su vida espiritual y saludable, aquella que hace abstracción de todo lo que empobrece su misión y que actúa perseverante en ese cometido de amor que signa su derrotero. Las personas a que aludo, serán humildes y misericordiosas, y refractarias a dejarse envolver y cautivar por las motivaciones despiadadas de la prensa amarilla y de todos aquellos que hacen culto a la ignorancia, a la sensualidad, a los bajos instintos, a las comidillas, a la grosería; es decir, a formas que atentan contra un sentido de vida, acorde con un armónico estado de templanza, comprensión y compasión por las verdaderas necesidades de los que se encuentran en la indigencia y en la miserabilidad. Ahora bien, la actitud y el comportamiento de estas personas en la comunidad, seguramente por la propia virtud que emana de ellas mismas, atraerá a otros seres sensibles, a unirse a esa misión, que culminará en la paz de los espíritus. Yo me pregunto -claro que es una utopía- si en el inminente enfrentamiento de dos ejércitos de soldados, ¿qué seria si éstos, todos los soldados de ambas partes, hasta entonces adversarios entre sí,
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decidieran enterrar sus armas y no pelear? Quedarían solo los jefes, los tácticos de la muerte, los despóticos que abusan de las personas como si éstas fueran figuras o cosas que merecen que se las maneje a su antojo. Fratricidas que no tienen el menor respeto hacia los demás, desmereciendo la obra divina que es el hombre, y amarrando el valor que le da significado a su vida, que es la libertad de ser, pensar y amar. La virtud de la paciencia Supongamos que tenemos ante nosotros un problema, una situación real a la que debemos abocarnos. En muchos momentos se nos producirá un atoramiento de las vías ínter neuronales, y nos encontraremos como aturdidos y sin atinar a ver su probable solución. ¿Qué conviene hacer? Pues, alejarnos un poco del objeto de preocupación, sin ofuscarnos. Seguramente lo veremos luego más claro, más diáfano, con más horizonte, y nos será factible resolverlo, si está en nuestras manos lograrlo. Lo que sí es seguro es que, si decidimos algo y lo ponemos en acción, comienza la dinámica a engendrar nuevas dinámicas, y se conmueve y se propaga de alguna manera, a nuestros semejantes, en especial a aquellos que están más próximos a nosotros. Como se dice: está en uno arrojar la piedra o no hacerlo, pero una vez que se lanza, no podemos detener su trayectoria. Claro está que, a veces, ante lo que necesita nuestra atención, no es necesario actuar con ligereza, pero sí aconsejable darnos un tiempo de meditación, aunque éste sea corto, porque todo acto requiere de un proceso de maduración. El fruto resultante estará, entonces, impregnado seguramente de sabiduría, y así evitaremos andar por el mundo a tontas y a locas, inseguros y con miedos. Lo cierto es que vivimos en una sociedad donde se nos apura incesantemente. Se nos exige momentos perentorios, ¿y si no está maduro el fruto, de qué vale morderlo verde? Sepamos esperar. Como dice el poeta Sandoval: "Jamás en el breve término de un día madura el fruto ni la espiga grana". El niño biológico que fuimos, debió alimentar largos años para convertirse en el adulto biológico. No vayamos a contrapelo con el tiempo, no sea que dañemos nuestra textura. La psiquis posee un poderoso aparato discriminativo que conforma numerosas y complejas vías de asociación y complementación, figurando opciones variadas para las respuestas a los estímulos a que es incentivada. De ahí que la persona se comporte de manera tan inaudita, tan inesperada, que a veces nos estremece. Ejercitémonos en el paso moderado, que nos permitirá apurarnos cuando sea verdaderamente necesario. Recordemos que nuestros músculos estriados (voluntarios), por sí solos se mantienen con una semi-contracción que ni notamos mentalmente, llamada tono muscular, que le permiten -en el momento preciso- contraerse para la acción a que son estimulados. Sigamos el ejemplo beneficioso que nos muestra la naturaleza. Poseemos una enorme cantidad de virtudes, pero algunas de ellas se mantienen en nosotros en un estado de equilibrio inestable. Digamos,
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hacen las veces de la vara horizontal del equilibrista que camina sobre la cuerda. Si la vara no lo sostiene, cae en el vacío; se pierde. Una de las virtudes que más cuesta mantener, es la paciencia. De ahí aquello de santa paciencia. Vale entonces estar atentos para no dejarnos llevar por la impaciencia. Esmerarnos para que la ciencia de vivir esté acompañada de la paz (paz-ciencia). Por eso, cuando nuestras fuerzas se rindan ante la impotencia humana, cuando nada se pueda hacer porque las limitaciones lo impiden, tratemos de no perder la calma; más bien pongámonos mansamente en las manos del Señor con entera fe y humildad. El, seguramente, proveerá a favor nuestro en el momento oportuno. Más todavía, ¡en cuántos instantes, para encarar un problema que nos acucia, estrujamos nuestro cerebro al máximo en pro de su resolución, y llegamos, supongamos, a cinco maneras posibles de acceder a la misma. Pues bien, el Señor nos regala un sexto arreglo que no llegamos a pensar, y que, justamente, es el que más nos conviene. Yo te ayudo - tú me ayudas Me imagino un tablero de ajedrez donde cada pieza se encuentra en su casilla pronta a comenzar la partida. Existen dos bandos dispuestos a ganar, abatiendo y dejando fuera del juego al contrario, en una partida en la que el rey, al final, con un jaque mate dado por el rival, se entregará y perderá. Ahora bien, cada pieza puede recorrer los cuadros siguiendo determinados caminos de los cuales no podrá desviarse. Por ejemplo, el alfil ataca en líneas oblicuas, la torre en líneas rectas; la reina, de cualquier forma; el caballo desafía y defiende a la vez cuatro posiciones en su derredor. Todos ellos, yendo y viniendo. Y el peón, trabajosamente, debe ir siempre adelante, un cuadro por vez, permitiéndose comer a la pieza rival que se encuentre en un cuadro inmediato y lateral a su posición. Este largo prefacio que describí, no fue para dar una enseñanza aunque sea primaria, de este juego que, por otra parte, yo frente al tablero, lo hago en forma bastante rudimentaria. En realidad, esta imagen se me presentó como un anclaje de reflexión. Y acá voy. Parte de una premisa ya conocida: todos necesitamos de todos para la supervivencia psicoemocional. El hombre solo, enloquece, se enajena. Así es el mundo y así lo aceptamos. Pero existen diferencias de sexo, edad, acomodación cultural y económica; raza, religión. Y surgen las controversias. Si un grupo humano nace y vive en territorios donde la guerra y la persecución predomina por sobre todas las cosas, ese grupo probablemente caerá en el abatimiento, el descreimiento, y gran parte de los pobladores se harán temerosos, ladinos e inseguros para defender sus derechos. Y si creció en lugares inhóspitos y alejados de la civilización, probablemente sufra los efectos de un estado de alteración ante los peligros naturales, además del hambre y las enfermedades. En esas condiciones, unos y otros siempre serán menesterosos de ayuda.
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En tanto que, los que hacen su vida en territorios civilizados donde todo se encuentra al alcance de las manos y que, gracias a Dios no tienen guerras despiadadas con sus hermanos, sufren en cambio los estragos que les ocasionan las enfermedades existenciales y las sociales. Así la envidia, la vanidad, la soberbia, la competencia desleal, la hipocresía y otras muchas, se confabularán para rebajar la dignidad del hombre y para sumirlo en la miserabilidad. Vuelvo al principio y a la premisa que marca este trabajo. Si invirtiéramos la esencia de la partida de ajedrez y no hubiera necesidad de ‗comerse las piezas’, sino que cada una al encontrarse con otra en el dominio común, no la arrasara ni la doblegara ni la destruyera, sino, muy al contrario, influyera en su favor para bien, dejaría entonces de ser el juego de ajedrez, para convertirse en un gran damero -la Humanidaddonde cada uno, siguiendo su propia trayectoria, en vez de ser hostil con el otro, se complaciera en ayudarlo a ser feliz. En procurar allanarle las dificultades, redondear las puntas y aristas hirientes que lo hacen sufrir. Sabemos que en muchas ocasiones, cuanta más cerca se está de la persona amada, más se distancia la posibilidad de ayudarla espiritualmente. Casos de padres con sus hijos y viceversa; de hermanos entre sí. "Nadie es profeta en su tierra", dijo Jesús con gran sabiduría. En cambio puede intervenir otra persona cercana o alejada de la familia y obrar con claro discernimiento y mejor suerte, sobre ese ser amado. Quiero decir que a veces los lazos familiares directos y cercanos, no unen, sino que hasta pueden ahogar, asfixiar, desconcertar, sin que existan deseos malsanos de quiénes quieren ayudar. De esta manera nos damos perfecta cuenta de que todos los seres humanos, de una u otra forma, estamos vinculados entre sí, y que está en nosotros y solamente en nosotros, que esa relación se haga en la arena de la discordia y la ofensa, o en el amor oblativo que todo lo da sin reticencias y sin la espera de recompensa alguna, con la única y enorme satisfacción de sentirnos bien por el solo hecho de hacer bien. Sanemos heridas y llevemos la luz del amor y la tolerancia a los corazones enfermos, y veremos que la vida no es tan "valle de lágrimas". Entonces, quiénes tengan la disposición de ayudar a los sufrientes, a los desconcertados, a los necesitados, háganlo honestamente con amor desinteresado y siguiendo el impulso sano que le marca su corazón, sean peón, alfil, caballo, torre o reina, sin pretender un jaquemate personal, que lo harían caer en la autosatisfacción de su poder. Miedos - Angustia - Sabiduría El miedo, o los miedos, constituyen un estado de desagrado que nos mueve a rechazarlos o alejarnos de la fuente de producción, aunque, en algunos momentos, nos deja paralizados, sin saber qué hacer. Tenemos miedo a algo o a alguien, en ocasiones, sin conocer el por qué. Poseemos nuestras alacenas colmadas de miedos que restringen la plenitud de nuestras motivaciones vitales. Miedos primitivos que nos acompañan desde siempre y miedos que, a través del curso de la existencia, se adhirieron a nosotros restándonos el oxígeno necesario para trascender. En muchas ocasiones están tan
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enmascarados, que no lo percibimos como tales. Otras, se muestran bien patentes y están ahí, frente nuestro, enseñándonos su rostro. Es decir, a los miedos no los llamamos: ellos se manifiestan por su cuenta. Entonces, nos cerramos ante los miedos y éstos se vuelven contra nosotros. Desde muy pequeños, desde el nacimiento digamos mejor, estamos inmersos en los temores. Tememos los ruidos, la oscuridad; tememos la agresión de todo orden y medida y, más adelante, tememos quedarnos solos; hablar, fracasar, y aún, pensar. Ante semejantes agresores y fantasmas que muchas veces creamos, inundamos nuestro ser de estrés y de energía negativa. Sin embargo, no siempre rechazamos a nuestros miedos. En muchas ocasiones actuamos aún con este incómodo huésped dentro de nosotros. Otras, se muestra tan poderoso, tan enérgico, que trasciende las probabilidades de asimilación y se genera la angustia, en donde ‗el miedo a algo’ se transforma en un ‗no saber cuál es el objeto del temor’ y se expresa por un estado de ánimo inquietante. Es decir, el miedo está allí, en el espacio temporal, mientras que sumidos en la angustia, no alcanzamos a distinguir el objeto temido, sino como una vaga sensación de lejanía. Entonces el miedo, como ente generalmente conocido, puede ser percibido a través de su agente causal, en tanto que la angustia deja al individuo como indefenso. Así lo expresa Von Gebsattel "expuesto sin defensa ni escapatoria a la amenaza".
¿Podemos vivir adecuadamente con tantos fantasmas? Yo creo que no. pero, ¿qué hacemos para eliminarlos, para no sujetarnos a ellos? No se le escapa a nadie que el hombre actual en su mayoría, vive con la angustia de cada día, de cada momento, que va desde una gradación menor casi imperceptible, a un valor tal que oprime y paraliza. La angustia está presente en las etapas del desarrollo humano. El hombre, desnudo ante el mundo, se pone el ropaje de la personalidad que va adquiriendo, y en esa personalidad van incluidos los valores morales, éticos y espirituales, además de los roles sociales que debe ejercitar para sentirse integrado al mundo. Teme la pérdida de todo aquello que le ofrece la sociedad: posesiones, prestigio, paz, amor y reconocimiento... y aparece la angustia. Y así, el hombre ansioso, se patentiza desorientado, sin tener el conocimiento claro de su presencia en el mundo y de su persona, a la vez que se le ensombrece la realidad que lo rodea. Volviendo al tema del miedo que tanto malestar nos causa, podemos visualizar un miedo que se lo conoce por experiencia, como un algo concreto y real, y distinguirlo del miedo a lo desconocido, a situaciones que florecen en la imaginación y son alentadas por la fantasía. De una u otra forma, el miedo se convierte en un peligro que nace y se hace presente en el primer estadio del estrés, el estado de alarma. En este momento es cuando debemos prestar suficiente atención para que nuestra mente consciente evalúe su ascendencia dentro de nuestra economía fisio-psico-espiritual y no se deje avasallar por sus consecuencias.
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Tal vez la génesis de los miedos radique, en gran parte, en el desconocimiento que tenemos acerca del futuro ya sea inmediato o mediato, y de la certeza de que somos seres mortales. La inseguridad, entonces, de ese futuro, en algunas personas se hace insoportable. Muchos recurren a horóscopos, cábalas y talismanes de la suerte, para la orientación y seguridad de sus vidas, desoyendo la voz interior y divina que les dice.: "No temas, pues yo estoy contigo, yo te doy fuerzas y te protejo". Además no tomamos debida cuenta del precioso regalo que nos da los propios y potentes recursos que poseemos y que están latentes en el espíritu, dispuestos a surgir a nuestras necesidades. Indiscutiblemente, el presente nuestro de cada momento, se orienta hacia un futuro inmediato, y esa actitud encierra el testimonio de vida, y en esa dirección conviene que reservemos los mejores esfuerzos, pero hagámoslo sin miedos; en caso contrario encontraremos frente nuestro, una valla muchas veces infranqueable para seguir adelante con optimismo y fe. Tampoco vivamos en la inseguridad de lo venidero y en la angustia del fin de los días. Nacimos para vivir y la disposición que cada uno tiene, concurre a ese fin. Aprendamos a considerar cada instante de nuestra vida como un milagro cierto que no debemos desaprovechar y dejémonos llevar de la mano por las enseñanzas contenidas en el Libro de la Sabiduría, capítulo 7, que nos dice: "Yo mismo soy un hombre mortal, semejante a los demás, un
descendiente del primer ser hecho de tierra. Mi carne fue formada en el seno de mi madre donde en nueve meses su sangre formó, a partir del semen paterno y el placer, seguido de sueño. Yo también al nacer respiré el aire común, caí en la tierra que a todos nos recibe por igual, y como todos, mis primeros gritos fueron el llanto. Fui criado en pañales y rodeado de cuidados. Ningún rey entró en la vida de modo diferente, no hay para todos sino una sola entrada y una misma salida. Por eso pedí, y se me concedió la prudencia, supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría. La preferí más que las coronas y tronos, considerando que toda riqueza no es nada comparada a ella. La piedra más preciosa no la reemplaza; en su presencia todo el oro del mundo no es más que un puñado de arena, y la plata, barro. La amé más que la salud y hermosura, y la quise más que la luz del día, porque su luz no conoce ocaso. Todos los bienes me llegaron a la vez con ella, abundantes riquezas me trajo de su mano. Y me alegré al tener todos estos bienes porque me los daba la sabiduría, aunque yo no sabía que ella me lo iba a traer. La aprendí con sencillez, y la comunico sin envidia: no quiero guardar para mí sus riquezas. Ella es, para el hombre, un tesoro inagotable; los que la compran se atraen la amistad de Dios, encomendados a él por los frutos que sacaron de sus enseñanzas. Que Dios me conceda hablar con sensatez y expresar ideas dignas de los dones que recibí, puesto que él mismo es el guía de la Sabiduría y él dirige a los sabios. Pues nosotros y nuestras palabras estamos en sus manos, con toda nuestra inteligencia y habilidad. Yo conocí todo lo que se ve y lo que está oculto, porque la Sabiduría lo hizo todo, y me lo enseñó. En ella hay un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, delicado,.móvil, distinto, claro, puro y que no se corrompe, amante del bien, agudo, irrefrenable, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que puede hacer todo y observa todo. Ella penetra en todos los espíritus: los inteligentes, los puros y los delicados. La Sabiduría supera en movilidad a cualquier cosa que se mueva, todo lo atraviesa y lo penetra, gracias a su pureza. Ella es un derrame del poder de Dios, una emanación pura de la Gloria del Todopoderoso en la cual no penetra ninguna
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cosa manchada. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo limpio de la actividad de Dios, una imagen de su perfecta bondad. Es ella, en efecto, más bella que el sol, más hermosa que el cielo estrellado. Ella es más luz que la luz, porque la luz se deja vencer por la noche, pero contra la Sabiduría el mal no puede prevalecer. Despliega su fuerza de una frontera a otra del mundo: y administra todo con bondad". "Meditando en mi interior estos pensamientos, consideré en mi corazón que se halla la inmortalidad en la unión con la Sabiduría: en su amistad, una alegría pura; en los trabajos de sus manos, riquezas inagotables; en compartir su amistad, la inteligencia, y la fama en conversar con ella. Por eso salí en busca de ella para llevarla a casa".
Sabemos que es una realidad que el hilo de la vida sea tan sutil y delgado, pero vivimos como si lo hiciéramos para siempre, como si nuestra vida no tuviera fin. Aprovechemos el tiempo de vida, pero hagámoslo con una fuerte pasión por las cosas de Dios. Como expresa Pablo en Efesios 5,14: "Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará". O como se dice en el Salmo 18,29: "Tú eres mi lámpara, Señor: Dios mío, tú iluminas mis tinieblas".
No nos dejemos sobrepasar por los miedos, ya que ellos sustraen todas nuestras posibilidades de dicha, de emprendimiento; nos amedrenta. A un corazón valiente y decidido, las contingencias pueden convertirlo en otro enfermo., empobrecido, sin fuerzas para bombear rítmicamente sangre nutritiva, libre de impurezas. Y a veces ese miedo se hace terrorífico ante la idea o la inminencia de la muerte. Entonces, cuando percibamos nuestro fin de la vida terrenal, hagámoslo con resignación y entereza plenas, recordando la oración de Rabindranath Tagore: "Me han llamado. ¡Decidme adiós, hermanos míos! Aquí os dejo la llave de mi puerta; renuncio a todo derecho sobre mi casa. Solo os pido buenas palabras de despedida. Vivimos muchos tiempos juntos, y recibí más de lo que pude dar. Y ahora es de día, y la lámpara que iluminó mi rincón oscuro se ha apagado. Me llaman y estoy dispuesto para mi viaje". Juegos de poder Desde muy pequeños defendimos nuestras posesiones. Cuando otro niñito quería sacar de nuestras manos un juguete, nos aferrábamos a él sin soltarlo, y esa lucha se hacía en silencio, aunque muchas veces gritábamos desaforadamente. Cuando nuestros padres, sonrientes, nos pedían que le diéramos ese juguete al otro niño, era muy posible que, aún con el gesto amable de nuestros progenitores, no accediéramos a ofrecerlo de buena gana. Así, nos fuimos formando con una gran apetencia de ‗lo mío’. Y aún cuando llegamos a diferenciar el sentido de pertenencia, es muy posible que en esa época hubiera más míos que tuyos. Entonces, en esa suerte de diferenciaciones, fuimos creciendo y acopiando cosas, ya fueran regaladas o compradas, y los objetos fueron adquiriendo muchos de ellos- el carácter paradójico de convertirse en amos de nosotros. O sea, dependíamos de ellos. Y en algún momento, las cosas crecieron y crecieron en número, estorbando nuestro andar. Comenzamos también a asignarle valor a nuestras adquisiciones, materiales o no, y a compararlas con las de los demás, de modo tal que entró en nuestro enfoque de vida, un elemento que presenta dos fases:
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una buena, favorable, constructiva, que aspira a revalorizar a uno mismo, y otra destructiva, en la que las personas se manipulan recíprocamente en la búsqueda de obtener lo que quieren a cualquier precio. Me refiero específicamente a la competencia. Y la competencia activada por el individualismo, lleva a lo que se ha llamado "Juegos de poder". Los "juegos de poder" se hacen crudos, porque aquellos que están comprometidos en los mismos, se valen de tretas muy sutiles para poner a sus oponentes por debajo de ellos mismos, subyugándolos. En principio, puede ser que no alcancemos a comprender sus propósitos hasta que se produce la acción destructiva que engendran. En otros momentos, son ostensibles y/o agresivos. La referencia que hice al principio con respecto al "sentido de pertenencia", puede robustecerse si atendemos a las indicaciones que fuimos asimilando a nuestra cultura incipiente, en la época de niños, tales como: que debemos obedecer a determinadas personas que se constituyen en autoridad y relacionarnos con ellas partiendo de una postura de inferioridad; que los de sexo masculino deben propiciar la relación de pareja; que los obreros están por debajo de sus patrones, en su calidad de personas, y los negros sometidos a los blancos; y así sigue la lista. Estos prejuicios, incitan a que la gente siga buscando y aceptando otras desigualdades, que son, la mayor parte, ficticias, no reales. En un orden general, nacimos -cada ser humano- con todos los potenciales necesarios para vivir y sobrevivir, pero luego comenzaron las diferenciaciones. Que si nuestra cuna fue pobre o esplendorosa. En qué lugar geográfico nos tocó nacer. Qué riqueza interior poseían nuestros padres...Todo ello podríamos considerarlos como obras de la casualidad. Pero existen otras señalizaciones. Los países tienen sus límites geográficos y sus gobiernos. Y cada gobierno dirige a los ciudadanos y pobladores tomando como guía un sistema ecuánime, ofreciendo fuentes de trabajo adecuadamente remuneradas, o bien, en su defecto, reglamentando la vida de los habitantes, con mano rígida y despótica. Sea uno o el otro, surgen entre los habitantes, individuos que, con un programa de superación y valiéndose de estrategias astutas, no siempre nobles, van acumulando dinero, posesiones y poder. y en la medida en que se acrecientan sus pertenencias, se pierden en la vorágine de su propia voracidad, y cuanto más ingresa a sus arcas, más quieren y menos les queda a los demás... y comienza el pauperismo del hombre, y el pobre se hace más pobre y miserable. No es mi propósito convertirme en el reformador de las injusticias porque no se puede cambiar de cuajo algo que la sociedad aceptó aunque fuera de mal grado, pero sí se pueden ver y presentar las desigualdades, para tomar distancia. Lo que me indigna y repugna mis sentimientos, es cuando veo que gobernantes en cuyas manos se ejerce el poder para administrarlo en función del pueblo, lo usen para beneficio propio, amén de la substracción o distracción del dinero
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público, como si la acción del gobierno fuera un ejercicio de poder omnímodo sobre los demás. Sabemos que existen poderes de tipo ‗explotativos‘ y ‗manipulativos‘, que usan algunas personas contra otras, sometiéndolas con la violencia o amenaza de violencia, y esto trae aparejado un desgaste estresante que extenúa tanto al provocador como al provocado, sin que a la postre ninguno salga beneficiado. ¡Qué distinto es cuando usamos de otro poder que sí resulta beneficioso! Me refiero al "poder nutricio", es decir, al poder que ofrece nuestras reservas y posibilidades óptimas, transferido a otra u otras personas. El que expresa el padre y la madre amorosos hacia su hijo; el de los cónyuges amantes entre sí y el de un amigo hacia otro, circunstancias donde ni uno ni el otro pretenden ascender sobre nadie, sino que se benefician con un ‗amor incondicional recíproco‘. Y mucho más todavía, cuando nos valemos de otro poder, también contributivo a la felicidad: el "poder integrativo", donde mi poder apoya el poder de mi prójimo, encaminándolo a un crecimiento psico-espiritual. Quiero acabar con este capítulo, transcribiendo varios párrafos del libro del Padre Ignacio Larrañaga intitulado: "El Pobre de Nazareth" donde, en un supuesto y emotivo y substancial diálogo de Jesús con su primo Juan el Bautista, uno y otro expresan dispares posiciones de cómo se debe actuar con el hombre, con el hermano. Dice Juan Bautista: "Me pesa demasiado esta hacha de guerra. He
descargado golpes de muerte sobre los árboles carcomidos, pero los golpes me han herido también a mí mismo.(...) Más que el sediento el agua, más que el centinela la aurora, mi alma aguarda el Enviado para depositar en sus manos esta pesada hacha". "Profeta de Dios (le dijo el Pobre de Nazareth), siempre hablas del hacha.¿Para qué sirve un hacha? Deja desolados los bosques, sin pájaros, sin flores, sin cantos. Si talamos todo árbol que tenga un tumor, ¿no se transformará el bosque entero en un inmenso cementerio? ¿Qué será de la pobre higuera estéril que crece al borde del precipicio? Si, en lugar de golpes de hacha, descargamos sobre ella un golpe de ternura, ¿quién sabe si en el otoño próximo no se llenará de dulces higos? Esta noche se me ha dicho que si tratamos a los árboles heridos con aceite de ternura, en la primavera próxima los granados florecerán, las espigas madurarán y los racimos brillarán al sol. ¿No habrá llegado ya el momento de enterrar el hacha? "Hijo de Nazareth -le interrumpió bruscamente el Bautizador-, no sólo las ramas están carcomidas, no sólo lo está el tronco; las raíces, son las raíces las que están podridas. Su destino en uno solo; el fuego. No hay otra salida". "Levanta los ojos -le interrumpió Jesús con impaciencia, casi cortándole la palabra- Levanta los ojos, profeta de Dios, y cuenta, si puedes, esas miríadas de estrellas. Todas parecen frías y silenciosas, pero, desde siempre y para siempre, ellas cantan un himno inmortal al poder y al amor del Altísimo. El poder, sólo el poder, es muerte; el amor es vida- Pero si enlazamos en un mismo acorde el poder y el amor no habrá raíces podridas que no sanen, ni huesos calcinados que no se revistan de primavera, ni barrancas que no se pueblen de cipreses, ni muerte que no se torne en fiesta. Siempre hablamos del Todopoderoso, ¿cuándo comenzaremos a hablar del Todo amoroso?" "Nuestros profetas -replicó Juan- afirman que el pueblo es un rebaño de dura cerviz, que sólo entiende el lenguaje del látigo; y que el temor es una
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llama que asciende devoradora y amenazante, a cuyo resplandor el pueblo de Dios, temblando, regresa al camino real. De otra manera confunden amor con debilidad, y se extralimitan". "Una noche, hace mucho -insistió el Pobre-, tuve un sueño. Se me dijo que no se me enviaba a capitanear escuadrones de muerte; y se me hicieron estas preguntas: ¿qué se cosecha sembrando sal? ¿Qué sentido tiene vencer?, ¿para qué me sirve una victoria militar? Yo no supe responder. Ante mi silencio, se me dijo: Hijo del hombre, toma nota y escribe: eres enviado para inclinarte hasta el suelo y recoger amorosamente el gusano que se arrastra por la tierra, para que nadie lo pise; para sepultar en alta mar las mortajas humanas; para seducir a los pecadores sentándote a su mesa; para inclinarte sobre los rescoldos cubiertos de ceniza, y soplar amorosamente sobre ellos hasta que surja la llama vida; para plantar rosales en los desiertos y hacer estallar la primavera en los cementerios; para poner en pie a las cañas abatidas por el temporal, y, con toques mágicos, transformar las cañas quebradas por los pies de los transeúntes en flautas sonoras. Y la voz acabó gritando fuertemente: ¡Misericordia quiero! Al oír este grito, desperté!. "Juan continuaba en su meditación agobiado por sus pensamientos: he surcado mares procelosos y luchado con las tormentas -pensaba- ¿Y, si, al final, sólo he perseguido mis propios sueños? ¿Quién podrá responderme si mis palabras han sido, o no, ecos de mi propia voz, aliento de mi aliento, sombras de mi sombra? He caminado por un sendero bordeado de precipicios: ¿y si, al final, no era ese el camino del Señor? Una repentina turbación se apoderó de su alma, como si, de pronto, se sintiera como atrapado en una situación sin salida. Esa sensación deprimente le duró apenas unos minutos. Pero no podía permitirlo, debía impedir el sentirse ahogado en ese remolino. Sería como descubrir que, al final de su vida se había engañado a sí mismo, que no había sido sino un embaucador. Era demasiado. Sacudió su cabeza y reaccionó. Y, como tratando de infundirse seguridad a sí mismo, continuó hablando. Se me ha dicho: levanta la voz como una trompeta, y grita. Yo respondí: ¿qué tengo que gritar? Y el Señor me dijo: Israel es como un labradío. Todo hombre es hierba, y su esplendor como la flor del campo: a la mañana brilla y a la tarde muere. He sembrado buena semilla, y al amparo de las sombras, brotó la cizaña que acabará por devorar el trigo. Dime, hijo de Nazareth, ¿qué solución queda sino arrancar la cizaña, y cuanto antes?" "Con infinita paciencia -respondió rápidamente el Pobre- se podrían realizar prodigios. No arranques la cizaña, profeta de Dios; al tiempo que la arrancas podrías también herir de muerte al trigal. Dios no participa de nuestras impaciencias ni de nuestros miedos, ni tampoco de nuestros instintos de castigo. Nuestras autoridades dicen: "el pecado merece su castigo"; y creen que lo hacen llevados de un celo sagrado por el Reino. Se equivocan: sólo se trata de un vulgar instinto de venganza. Jamás se vio a un delincuente reformado por medio del castigo. Dios, como Padre que es, espera amorosamente con infinita paciencia, y, con su mirada misericordiosa, puede ver prodigios increíbles allí donde los ojos de nuestros campesinos nada ven: la cizaña transformada en un trigal dorado. (...)".
Esta lectura me promueve las siguientes reflexiones: Desde tiempos inmemoriales, fuimos azotados por el castigo. El hombre fue siempre un ser penitente. Nació y creció bajo la potestad del pecado y la condigna sanción, y fueron muchos los que mostraron sus heridas al descubierto. En su educación, predominó el castigo más que la comprensión y el amor.
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Pero llegó Jesús y el hombre y el mundo comenzaron a transformarse. Allí donde había desierto (el alma humana), plantó rosales (amor); donde había muerte, hizo estallar la primavera, con su infinita misericordia. Se unió a las legiones de los desamparados, los olvidados, los humillados, y en lugar de recibir éstos, golpes de desconsideración, los inundó de ternura. "El poder, solo, es muerte" porque se benefician unos pocos en detrimento de muchos, con las riquezas de todo orden que El puso a nuestro alcance para que ‗todos‘ las disfrutáramos. Pero el "el poder con amor" transforma y da vida a toda la miserabilidad humana, enderezando y dignificando a aquellos que fueron quebrados por la indiferencia y por el castigo, muchas veces saturado de venganza y de ignorancia. "El Señor sembró buena semilla y brotó trigo sano, pero al amparo de la sombra surgió la cizaña que perturba el sembradío". Sin embargo no debe ser cortada la cizaña porque se puede "herir de muerte al trigal". "¿Qué sentido tiene vencer?" "Sólo el Señor con su mirada misericordiosa, puede hacer que la cizaña se convierta en un trigal dorado..." Que el hombre comprenda que "la suavidad debe sustituir al grito, el cariño a la amenaza y la misericordia a la justicia". Y desde entonces, ya no habrá solamente un
Dios Todopoderoso: será también un Dios Todo amoroso. (Nota: lo escrito en negrita es mío.) Deseo extender este capítulo, para llevarlo también al terreno psicológico, porque existe una zona oscura en la vida de relación que ensombrece la convivencia humana y que se perfila en los llamados "Juegos psicológicos". Fueron descritos por Eric Berne quién los diseñó, en principio. Luego se sumaron varios continuadores en esas investigaciones. Digamos desde ya que sus raíces anclan en el inconsciente: surgen espontáneamente, entonces, desde la profundidad de nuestro ser. Cuando se hacen en forma consciente ya no son ‗‘"juegos psicológicos’’, sino "manipulaciones" y éstas usan deliberadamente, armas tales como el miedo, el soborno y el sentimiento de culpa para atar y atacar a sus víctimas. Los "juegos psicológicos" fueron aprendidos en nuestra niñez, tal vez para conseguir algo que deseábamos y no sabíamos pedirlo u obtenerlo directamente. Entonces usábamos una línea aviesa. En consecuencia estos "juegos" son deshonestos porque se expresan con artimañas. Generalmente, y producido el desenlace, dejan un gusto amargo en la boca. Tienen nombres. (Alguno de ellos lo vimos en el capítulo "El tercer círculo"). Cito otros: "Mira lo que me hiciste hacer", "Si no fuera por mí", "Si no fuera por ti", ¡Al fin de agarré, desgraciado!","Pobrecito de mí", "Pata de palo", etc. Son numerosos. Pongamos un ejemplo: Un hombre, digamos por caso -¿por qué siempre la mujer?-, valido de su simpatía, cultura y/o bienes económicos, juega a "Seducción", llamado también "Rapo", con una joven. Esta cae en la trampa y él puede continuarlo o acabarlo ahí, porque ya obtuvo su trofeo. Pero, enseguida puede surgirle otro "Juego de poder": quiere hacerse dueño de la otra persona y la sojuzga con mil y un artificios. Ella puede dejarse dominar y jugar al "Si
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no fuera por él" (...podría hacer tal o cual cosa), y ya tenemos los dos actores de la comedia dramática: él, el perseguidor dominante, y ella, la víctima. Aunque también la víctima puede aceptar el reto y ofrecer un contrajuego; en este caso haciendo uso de sus encantos femeninos: oponerse a las propuestas sexuales del perseguidor. Existe mucha bibliografía sobre este tema tan jugoso, pero la brevedad del ensayo, no me permite extenderme; sin embargo puedo agregar que en muchos matrimonios, desgraciadamente, se usan los "juegos psicológicos" como elementos ofensivos y defensivos, desestabilizando la unión amorosa que debería existir entre ellos. Estrés - Duelo - Esperanza Además de aquellos sucesos que nos devienen en el transcurso de nuestro paso por el mundo: algunos que nos promueven directamente a un cambio de la conducta; otros que nos llevan a situaciones límites donde el estrés se atrinchera en nosotros y nos desgarra, y en ocasiones nos paraliza (muchos de ellos comentados en este ensayo), así también existen momentos de estrés que se caratulan como catastróficos. Algunos de ellos son previsibles, como la muerte. Otros son fortuitos, tales como una enfermedad grave, un accidente con secuelas de por vida, atropellos sexuales, persecuciones políticas o racistas, guerras. El panorama que presenta la intromisión de estas cargas de estrés en cada uno de nosotros, es francamente desolador, porque en muchos casos nos vemos como desprotegidos para armar una suerte de defensa, de resguardo. Es como si hubiéramos llegado al límite de nuestras fuerzas. Indudablemente, la idea de muerte se cierne sobre nosotros sobrecogiéndonos, pero sabiendo que es inevitable, así como nos educamos para la vida, sería provechoso que nos preparemos para la muerte. No le ofrezcamos una resistencia mental, porque creamos un ámbito de pavor que nos puede paralizar. Hagámosla amiga nuestra, sobre todo aquellos que creemos y que tenemos fe en un mundo después de la muerte; un reino donde impera el amor y la paz. Entonces, en esos momentos donde se hace fuerte el ‗estrés catastrófico, proponer un alivio inmediato, resulta como lavar una herida abierta con agua salada. Hay que darle tiempo a la persona para sobreponerse al duelo que causan estos horrores, esa aflicción en ocasiones desgarrante; pero pasado el mismo, es necesario buscar el consuelo que nos da la serenidad de espíritu, para que nuestra integridad no pierda la vitalidad imprescindible para subsistir. Lo sucedido, sucedió. No se puede dar marcha atrás. No echemos culpas. No nos detengamos en la venganza, porque a un mal le sumamos otros males. Mas bien, desenterremos esos recursos escondidos en la intimidad de nuestro ser que nos pueden ayudar a sobrevivir, aún cuando estemos sumergidos en el stress catastrófico. Y, por sobre todo, pidamos ayuda divina, que es el único alivio que nos permitirá salir del pozo abismal en el que estemos.
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Los lazos entre la ignorancia y la sabiduría Si vale reconocer que las informaciones, los avisos, noticias, órdenes, todas ellas para ser ejecutadas, pueden circular de boca en boca, es necesario saber que las mismas no llegan tan prístinas a los destinatarios como surgieron originariamente. Se distorsionan. Ya lo vimos en el capítulo donde se formula la "clínica del rumor". Sabemos que los distintos intermediarios no tienen la misma captación y la memoria para distribuirlas, aún cuando pongan la mejor intención para hacerlo tal como las recibieron. Pero también es cierto que estas manifestaciones van y vienen entre la gente ignorante y la que no lo es; entre los que las proclaman ajustados a la verdad y los fantasiosos. No quiero hacer aquí una distinción entre ignorantes y cultos, porque en toda familia existen los probos y los que lo son menos, y no por eso la familia se desmorona, salvo que la balanza se incline fatalmente hacia aquellos que en su mayoría sean faltos totalmente de cultura. Lo que sí quiero destacar, es que la calidad de ignorante no debe tomarse como un insulto, porque si bien la cultura es un elemento primordial del hombre para proyectarse y promoverse entre sus congéneres, además de la satisfacción que provee tal aptitud, también es cierto que en muchas personas que son ignorantes de las cosas, puede existir un alma sencilla y bondadosa que sirve de ejemplo y beneficia a los demás. Como asimismo, el no inculto, puede incurrir muchas veces en el pecado de soberbia que tanto mal hace a la sociedad. Recuerdo para el primer caso, algo que sucedió en una ciudad de Buenos Aires, San Vicente. En ella existía un hombre, ya maduro, que tal vez nació cuando se fundó el poblado. Supongamos que su nombre fuera Zoilo. Este hombre, totalmente analfabeto -no sabía leer ni escribir y ni siquiera la hora cronológica- siempre fue una persona servicial. Allí donde se necesitaba una alambrada, arreglar un techo, pintar las tapias, etc., don Zoilo estaba a la orden. Llegó un momento en que ya, un poco viejo y cansado, vagaba por las calles pero siempre dispuesto a dar una mano. Entonces, la junta de vecinos, agradecidos por tantos servicios, con un dinero juntado por todos, en una reunión, le regaló un reloj de mano con su correspondiente cadena gruesa, todo de oro. Él, ufano, lo llevaba en un bolsillo del chaleco y en el opuesto, colgando, la brillante cadena. Y la gente, al saludarlo al paso, algunos le preguntaban: "Don Zoilo, ¿qué hora tiene?, y él, contento, sacaba el reloj reluciente y contestaba mostrándolo: "Sírvase a su gusto". En esta narración, vemos que la ignorancia de don Zoilo no disminuía en nada el respeto que los demás vecinos tenían por él, e incluso su persona, amable y cordial, atraía el amor de los demás. No se nos escapa que existe gente ignorante como don Zoilo, con respecto a la educación ilustrada, pero muy sabia en cuanto a la disposición ante la vida y la naturaleza circundante. Personas que saben en dónde están situadas, y que respetan a los demás proponiendo respeto mutuo. Que se conduelen de los que sufren accidentes, injurias, cataclismos de todo orden. Que ayudan, dentro de sus posibilidades, a todo ser desgraciado, sea hombre o animal. Que son incapaces de
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apropiarse de los bienes de los demás porque han bebido en aguas puras y conocen y practican la honestidad, y que proveen, con su simplicidad, al bienestar de la familia. Quiero decir, que a veces la ignorancia puede ir asimilada a un alma humilde y rebosante de sabiduría. Aunque no siempre es así. Los más desdichados son los ignorantes que se envanecen en arrogancia. Sobre éstos, recuerdo una fábula. Había un burro pastando por el prado y encontró una flauta que alguien dejó ahí por casualidad. Sopló sobre ella por casualidad, y salió una nota de casualidad. Enseguida se infatuó y rebuznó a los cuatro vientos: "¡Soy un músico!" La moraleja podría ser: algunos tocan una cuerda sobre un tema; reciben un eco de aprobación de un grupo humano de bajos niveles culturales, y ya se creen poseedores de la verdad, aunque la misma se encuentre desafinada. Y no hay pocos de ellos: se encuentran por doquier. Existe un dicho: "A los tontos no hay que buscarlos porque ellos hacen todo lo posible para hacerse conocer". Si cambiamos el adjetivo ‗tonto’ por ‗inculto’, con el agravante -este último- de ser suspicaz, mentiroso, amigo de provocar incidentes, separación e inquina entre las personas, ya tenemos el cuadro formado. ¡Y qué peligrosos son! Con un desparpajo notable, opinan sobre temas y asuntos que conocen de oídas, y no sólo opinan, sino que los apoyan discutiendo y acalorándose, llegando algunos a disputarlos en las vías del hecho. Y lo peor es que lo hacen diseminando su pobreza de espíritu por sus poros y contaminando a muchos que les creen...y así se construye la historia. ¡Cuántos de estos seres se comportan imitando, no a preclaros hombres de bien, sino a bastos e incultos que desparraman groserías e injurias que desgastan la dignidad del hombre! En realidad, aunque los gobiernos del mundo se afanen en darles posibilidades a todos sus habitantes, si no toda, una parte de la cultura, ésta no es suficiente para llenar el espectro de conocimientos que sería valedero. Aún más, muchos son los factores que detienen tan loable objetivo: la miseria y la falta de recursos económicos; el lugar geográfico y la situación política donde se vive. Como corolario de estas reflexiones, pienso: ¡qué hermoso sería que tuviéramos la precaución de saber guardar nuestra lengua en los momentos en que, asuntos que no conocemos, se ponen en discusión; y qué bien le haríamos a nuestros semejantes! ♦
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VII * EL HOMBRE DEL SIGLO XXI Tiempo - Cuerpo orgánico – Sentimientos Me pregunto: ¿No será acaso que muchos emprendemos nuestra vida siguiendo un derrotero que ni siquiera sabemos adónde se dirige, hasta "que la muerte nos agarre a coscorrones", como dijera José Hernández? Tenemos conciencia de que a la mañana le sigue la noche; que la suma de los minutos determina el transcurso de un día al que le continúa otros y a éstos, las semanas, los meses y los años. Y dentro de este panorama, estamos inmersos nosotros. Pero, ¿hasta dónde determinamos nuestro protagonismo y hasta dónde estamos envueltos en las cosas que suceden, sin que nosotros atinemos a hacer algo?. No podemos detener el tiempo. Más bien, seguimos un camino paralelo a él. Y ya sabemos que él tiene su tiempo -valga la redundanciapara cada cosa, y que lo hace dotado de gran conocimiento, un conocimiento diría, que absorbe el conocimiento humano. Nuestra historia personal conoció un tiempo pasado que no podemos cambiar ni un ápice, porque quedó ahí, fijado. Ahora es el momento de que caminemos, no corramos, siguiendo el patrón que él nos propone; no ir a la zaga sino a la par. Nuestro cuerpo se constituye en el módulo de la acción y lo hace según un patrón inteligente y en forma constante. Los distintos momentos que determinan su metabolismo, ocurren desde el nacimiento hasta la muerte. Los órganos no nos piden permiso para efectuar su trabajo; lo hacen eficientemente si no ocurre una interferencia que lo malogre. Aunque en muchas ocasiones no interpretemos su lenguaje, o, directamente, no hagamos caso a sus requerimientos. Quiero decir: darle descanso cuando nos pide reposo; no abarrotarlo de alimentos que le cueste digerir; no intoxicarlo con bebidas alcohólicas, tabaco y otras yerbas que distraen y anulan su capacidad plena de elaboración. Y tener presente que todas aquellas adherencias que configuran los sentimientos mal habidos, siempre, siempre, repercuten en nuestro cuerpo, quien acusa recibo de los mismos, desfigurando el sabio trabajo orgánico y haciéndolo sensible a las enfermedades, algunas de ellas irreversibles. Por último, tengamos también conciencia de que los sentimientos de amor, de paz, de comprensión, de tolerancia y de alegría, nos hacen la vida más sana y placentera. Que quiénes acreditan estos dones y los desparraman por doquier, ya tienen su recompensa.
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¿Deberé cambiar? Muchas personas viven hacia el exterior, transfigurándose en una fuente de energía disparada para captar los estímulos que les llegan de afuera. Viven a impulsos de lo que le viene. Algunos mejoran sus expectativas siguiendo el curso primario de un esquema de vida que les es sustentado por sus padres o allegados a los que respetan de algún modo. En ese intento, van administrando, como mejor pueden, el ejercicio de los sentimientos, pero ellos, directamente, parecen estar ausentes. Ahora bien, estos seres, que en realidad están ‗disociados en partes’, no solamente se confunden ante los espectros que ellos mismos fabrican, sino que, al no saber reunificar lo disperso, los enfrentan uno contra el otro. Y así vemos cómo algunas personas, que no son pocas, mancillan su cuerpo injuriándolo con excesos. ¿Qué consiguen? Adormecer y anular la claridad de su psiquis y su espíritu. Y, ¿qué pasa entonces? Que, al desvincularse del ‗todo integral’, los pensamientos y sentimientos se encuentran embotados y la persona se hace proclive a dejarse llevar por los demás, perdiendo su autonomía. En cambio, hay otros tantos seres que viven ‗desde dentro’, desde su interior, conscientes de que la mejor manera de encauzar sus vidas está en la integración equilibrada, sosegada, del cuerpo, la mente y el espíritu. Sienten y piensan a través del manantial de inspiración que fluye de su cuerpo. Quieren al cuerpo, porque es parte integral de su ser individual, y se quieren a sí mismos, porque de esta manera pueden dispensar el amor a los demás. Es por esto que insisto tanto en la unificación cordial entre cuerpo, mente y espíritu, pero como el tema es muy complejo, he tratado, en lo posible, de allanar las dificultades de comprensión, esbozando los asuntos dentro de un encuadre lo más simple que se pueda. De todas maneras, no es mi intención criticar las formas de vida que no se ajustan a mi modo de ver las cosas, sino que me parece oportuno poner un toque de atención para aquellos que no encuentran significado a sus vidas y que se lanzan desbocadamente a formas que los aturden, y con eso creen que así están vivos. Lo que sí he querido destacar, es que hacemos nuestras vidas construyéndolas en cada acción puesta en práctica, y en ellas está todo el contenido que fuimos absorbiendo durante el transcurso de nuestro crecimiento y experiencias, y que se hizo pedestal para formalizar un patrón de conducta. En él están incluidos los valores morales y espirituales. Pero hubo roces e impregnaciones de todo orden que, en algunas personas, quebró esta sustentación y que, al caer en el vacío, hizo que se asieran a lo que les venía a mano para poder vivir, y así, con elementos apócrifos, continuaron con su existencia. Sin embargo, hubo y hay seres privilegiados que en algún momento de su existencia se sintieron conmovidos por sucesos que les
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acaecieron y decidieron volver a las fuentes puras, donde se bebe el agua que otorga contención y autocrítica veraz. Además de una fuerte compasión por los demás; honestidad en la mente y el corazón, y amor por sobre todas las cosas, cambiaron para el beneficio de sí mismos y de la humanidad en conjunto. Decidieron ser una ‗hombre nuevo‘. Conversando con la naturaleza Cada día, al amanecer, siento el renacer de la vida. Contemplo imaginariamente toda la naturaleza que me rodea: sus bosques, vergeles, planicies, montañas, ríos, cascadas; flores y frutos de todas clases. Animales de infinita variedad que la pueblan... y el hombre como principio y fuente de poder sobre este mundo que nos es regalado. Y no puedo menos que postrarme ante ese Supremo Hacedor que nos ama tanto, y agradecerle toda esa realidad que vivimos, aunque se mantenga como un gran misterio ignoto que no sabemos si alguna vez se nos revelará. Conocemos los límites y la extensión de la Tierra y sabemos que ella representa un punto infinitesimal de ese espacio inconmensurable poblado de astros, estrellas, galaxias. Me conmuevo ante ese orden divino que marca los días y las noches, las estaciones. Que hace que nuestro planeta gire sin parar, siempre. Que no se desubique jamás de su campo de atracción. ¡Que todavía no percibamos la luz de algunas estrellas en su viaje galaico que, como sabemos, marcha a 300.000 kilómetros por segundo! Cito algunos párrafos de Génesis donde Dios se dirige al hombre ",,, Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra".(capítulo 1,vers.28). Continúo: "El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mar (2, 8-9). Y le dio esta orden: pueden comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente del árbol de conocimiento del bien y del mal. De él no deberán comer, porque el día que lo hagan quedarán sujetos a la muerte" (2,16-17).
Es decir, Dios le otorga la libertad al hombre, don exclusivo de la raza humana, y le propone un pacto amistoso: mientras acceda a toda su gratuidad; el hombre se consubstancia con Dios y se hace inmortal. Y, confirmando ese plan divino, envía Dios a su Hijo Jesús, para salvar aún a los descarriados y ofrecerles también la vida eterna. En tanto que, cuando el hombre decide por su propia voluntad, independiente de Dios, usufructuar los frutos del mal en oposición al bien, al cual está complementado (pecado de soberbia), se hace enemigo de Dios, y por lo tanto, sujeto a la muerte. No es mi propósito profundizar en los textos bíblicos, sino solamente ayudarme en algunos aspectos que están muy ligados a este trabajo. No bien indagamos sobre el hombre, enseguida surgen situaciones diversas que lo muestran como fuente de contradicciones. Me explico. Generalmente nos apetece gozar de todos los frutos de la tierra y hasta
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admirar las bondades que presenta el Universo que conocemos, pero muchos son los que, en mayor o menor grado, ya sea por ignorancia o por una determinación libre, alteran la sabia armonía que Dios puso en el planeta. Talan árboles indiscriminadamente, tuercen los cursos de los ríos; les oponen diques; cazan y matan animales por deporte haciendo desaparecer algunas especies que ‗cupieron en el Arca de Noé‘: por lo tanto merecen existir. Se apoderan de los frutos de la tierra en desmedro de los demás seres que los necesitan para vivir y crecer, y que no tienen la capacidad o la posibilidad de defender sus derechos, que les cabe a todos por igual. Y como si esto fuera poco, crean y avivan la insidia en la mente de la gente, fisurando y destruyendo la relación de comunicación que hace agradable la convivencia entre los humanos. En fin, rompen el pacto de amor que Dios hizo con nosotros. En consecuencia, toda la Humanidad sufre. Por suerte existen muchos seres que eligieron el rumbo que marca el bien para la relación pacífica y saludable entre todos aquellos a quienes les fue confiado "...las plantas que producen semilla sobre la tierra y a todos los árboles que dan fruto con semilla...y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde" (Génesis l,30).
Entendiendo el simbolismo que encierran las palabras bíblicas, podemos o no tenerlas presente, pero ésta es nuestra realidad y nosotros, los hombres, somos una parte sumamente importante de ella. A mí me parece que no debemos ignorar o desmerecer el regalo de la naturaleza. No la destruyamos porque ella, que es poderosa, puede destruirnos a nosotros, no por venganza sino porque, al ser dañada, disminuye su efecto benéfico para con los seres que la habitan. Convivamos en armónica relación con ella como lo hacen entre sí los integrantes sanos de una gran familia que se ama. Seamos hermanos de las plantas, de los animales, de las montañas, de los ríos y de los mares. Disfrutemos de ellos y dialoguemos con ellos. Mucha sabiduría contienen en sí ya que han podido sobrevivir a la incomprensión de algunos hombres equivocados, y nos siguen ofreciendo su belleza, su esplendor, sus frutos, etc., para nuestras necesidades y gozos más profundos. Plenitud Kant, el filósofo, se lamentaba de que "es una desgracia el hecho de
que el concepto de felicidad sea un concepto tan indefinido y que a pesar de que todo hombre desea llegar a ella, nunca puede decir en forma determinada y de acuerdo consigo mismo lo que realmente desea y pretende" . Yo,
humildemente, deseo fervientemente encontrar y mostrar el camino que nos pueda conducir a los vergeles de la felicidad, ya que estoy convencido, como dice Kant, de que "todo hombre desea llegar a ella". Entiendo que ese preciado tesoro que es la felicidad, sinónimo de plenitud, no es tan fácil lograrlo, porque "nunca (el hombre) puede decir en forma determinada y de acuerdo consigo mismo lo que realmente desea y pretende". (Yo cambiaría "nunca" por "generalmente"). Entonces, esta
meta a la que todos aspiramos, se aleja, porque el ser humano se muestra contradictorio en el ejercicio de su libertad. Desea
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vehementemente ser feliz y elige en muchas ocasiones, caminos desatinados para tratar de llegar a lograrlo. Ahora bien, si no es tan claro definir lo que es la felicidad, por lo menos digamos con Shoeps qué es lo que pasa con el hombre cuando se encuentra en esta situación agraciada: "En el estado de felicidad desaparecen la pesadez de la responsabilidad y la dureza de la decisión juntamente con las categorías de la temporalidad". Acá deja bien establecido
tres elementos gravosos para el hombre: ‗decisión‘, ‗responsabilidad‘ y ‗temporalidad‘. Entendemos que el ser humano está fuertemente ligado al tiempo; que éste transcurre sin que el hombre pueda detenerlo, y que lo lleva irremisiblemente a la muerte. Triste realidad para muchos. Por otra parte, salvo los movimientos reflejos y aquellos otros que se ejecutan automáticamente, cada acto requiere de nosotros la plena vigencia de nuestra libertad de decisión, y en ocasiones, esta situación nos resulta pesarosa porque nuestra responsabilidad está en el tapete. Además somos en alguna medida, unos más, otros menos, juego de los estados anímicos que atentan contra el equilibrio entre el yo y el mundo exterior. Y estos estados anímicos hacen vibrar las ‗cuerdas emocionales‘, llevando a la persona a momentos de delirio o de apatía profundos, y disociando la armonía que podría conducirnos a la felicidad. En consecuencia, creo que la felicidad no consiste solamente en alcanzar algo que nos satisfaga plenamente. Esto podría ser solamente el objetivo y la meta. Quiero decir que existe un resorte más profundo que subyace en cada individuo y que se activa cuando conseguimos unificar, en una buena convivencia, los sentidos, la mente y el espíritu. De todas maneras, es muy difícil vivir en un estado de felicidad perenne, porque, como ya lo dijimos, las circunstancias exteriores y las motivaciones internas, paralizan, en alguna forma, nuestro anhelo de plenitud. Lo que sí se hace posible, y desechando toda actitud maníaca, es revertir con paciencia y resignación, todo elemento que quiera frustrarnos el camino hacia la felicidad Por eso, recordemos que está en nuestra misma esencia humana, el poder y la energía capaces de mover todo ese complejo engranaje de nuestra vida y que se presenta como el elemento primordial y necesario para la plenitud: EL AMOR. ♦♦♦
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EPILOGO El hombre que dejamos atrás Ahora, ante las alternativas que nos presenta la vida, ¿cuál es nuestra posición? ¿Entregarnos sin ofrecer resistencia a la angustia que seguramente nos mostrará un horizonte opaco, denso, lleno de aflicciones y nos hará impotentes para avanzar en pro de un mejoramiento, o mejor, buscar la luz que alumbrará una vida plena de oportunidades donde la felicidad no será una utopía, sino una realidad accesible? Ante esta disyuntiva, cabe sólo una respuesta, una opción. Pero vemos con pena, que gran número de personas se encuentran como fijados con ligaduras, a una existencia vacua donde predomina la búsqueda de ídolos y sortilegios que los esclavizan. Sin embargo, ellos tratan desesperadamente de hallar el poder para usarlo como talismán, porque creen que eso los hará felices; no obstante, sucumben en el tiempo a los virus que desgastan y destruyen su unidad como personas, tales como la disposición para pensar a través de los demás y dejarse cautivar por noticias que les vienen de afuera, muchas de ellas de contenido equívoco y fraudulento. Y, claro está, se van quedando huérfanos de conocimiento y de autonomía; se conturban y se hacen fácil presa del estrés cuando el medio en que se desenvuelven, le es adverso. ¿Qué queda de ellos? Despojos sin vitalidad, multiformes, que les pertenecían y que, ahora dispersas, se les presentan como desconocidas. Se ha perdido la conexión cuerpo-mente-espíritu. Estos hombres, sin embargo, no se preocupan de analizarse ni de pensar sobre su persona; de si el derrotero que siguen en sus vidas es el correcto o incomodan y lastiman a los demás. Hacen y deshacen según impulsos, disparados en ocasiones sin ton ni son. ♦
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Prototipo del hombre del siglo XXI Por fortuna, coexisten con estas criaturas desventuradas, personas, que no son pocas, que ya encontraron el camino de la espiritualidad; esos hombres integrados, creativos, generosos, sinceros, que no se dejan seducir por el materialismo imperante y que, por su presencia y actos, infunden confianza entre sus congéneres. Preclaros seres que son como genes en la nueva disposición espiritual del hombre nuevo, transparente, y que dan testimonio de vida, de plenitud, en un mundo en el que ahora son muchos los que se sienten confundidos, creyendo que la meta es la posesión, el poder y el dinero, aunque se aniquile, de una u otra forma, a sus semejantes y se destruya la cohesión divina que la naturaleza les ofrece. Este será el aporte incondicional que nos entregará el amor, como elemento esencial, único e intacto a la profanación que se le quiera inferir, y que se halla concentrado en las células de todo ser viviente y pronto a hacerse presente y ponerse en evidencia, en el momento en que el hombre se abra a los demás con el corazón candoroso, libre de recelos. Con ese amparo de origen divino, desechará de su mente todo juzgamiento inclemente hacia sus hermanos en el espíritu; más bien los sabrá comprender y perdonar con un ánimo misericordioso, y los protegerá cuando se encuentren indefensos ante los peligros de todo orden que pueda ocurrirles. Quiero sostener y reiterar que, ante un mundo que se presenta con características tan dispares y donde parece predominar un ser turbulento, soberbio, egoísta, hipócrita, resentido y descreído, yo mantengo una gran esperanza en que habrá una transformación para bien, del hombre del siglo XXI, y que estos hermanos nuestros, tan desorientados, encontrarán su camino de plenitud. Íntimamente creo en el hombre y en su gran capacidad de perfección, porque no encuentro una razón valedera para pensar que somos obra del acaso. Estoy convencido de que el ser humano posee un alma virtuosa y que, si en muchas ocasiones no da razón de que así sea, es porque son numerosos los candados que se han cerrado a través del tiempo, impidiendo el que se exprese a la luz con libertad. Pienso que las llaves para abrirlos, están en las manos de aquellas otras personas que han tenido, gracias a Dios, la ocasión de purificarse en el crisol del amor sublime; aquellos que no reconocen enemigos porque su alma está unificada con el Espíritu divino, y que están dispuestos para servir a los demás con una gran amplitud de amor y de comprensión, a ayudarlos a que encuentren el cauce que los conduzcan a la beatitud y la felicidad, que parecieran estarles vedados. Sé que muchos hermanos nuestros en el espíritu, emergen incólumes del ‗caos de lenguas‘ donde cada uno no se entiende con el otro, y comienzan a sentirse más permeables a la acción de la misericordia por los demás, lo que zanjará, seguramente, las dificultades que impiden la unión sacrosanta entre todos los seres de la Tierra, dejando atrás las diferencias de raza, credo y posiciones sociales.
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Yo te invito, querido lector, ya que has tenido la paciencia de llegar a las últimas páginas de este libro, que te armes de coraje y de fe; que abandones lo que obstruye tu felicidad y extraigas, de estos conceptos vertidos, los que sean buenos para ti y así, tomados de las manos con todos, podamos abrazar al mundo de este siglo XXI con amor y paz... y habrás optado por la plenitud, la esperanza y la alegría de vivir. ♦ Es mi deseo terminar el presente ensayo con un pensamiento de Albert Schweitzer., para reflexionar: ―La humanidad no es en absoluto tan materialista como se acostumbra de continuo afirmar en superficiales conversaciones. Así como el agua de los arroyuelos es poca en relación con el agua oculta bajo la superficie de la tierra, el idealismo visible es pequeño comparado al que los hombres mantienen reprimido en su corazón". "Liberar lo que se halla represado, traer a la superficie las aguas subterráneas, es aquello por lo que suspira la humanidad, esperando a quienes consigan llevarlo a cabo". -o0o-
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INDICE * INTRODUCCION — 3 I *Nuestra investidura: La personalidad— 7 II *Etapas de nuestra vida: Necesidades y expectativas—9 III *Algunas características q. se perciben en el H. del siglo 21—19 1-El hombre suspicaz— 19 2 El hombre testarudo—22 3 El estar sometido a antiguas estructuras—23 4 Desborde – Grandiosidad—26 5 Estados de ánimo—27 6 Ese arte de imitar—29 7 Comprender - Amar – Perdonar—32 IV * El estrés – Principales factores que lo ocasionan—34 1. El "stress", ¿es contagioso? —34 2 Nuestras decisiones conmueven a los demás—36 3 Holograma—37 4 Definición y dinámica del "stress” —38 Motivadores del "stress—43 1 Ruido—43 2 Apresuramiento—44 3 Programación de los padres—45 4 Baja autoestima—46 5 Tareas sin acabar—46 6 Complejo de inferioridad—47 7Sobrecargas cuantitativas y cualitativas—48 8 Sentimiento de culpa—48 9 Niñez perenne— 49 10 Adolescencia y jóvenes adultos—50 11 Matrimonio—51 12 El tercer círculo—54 13 Ruptura del vínculo matrimonial—56 14 Relaciones interpersonales—57 15 Hablemos un poco del diálogo—59 16 Sociedad—62 17 Valores—65 V * LOS IMPULSOS INSTINTIVOS — 67 1 2 3 4 5 6 7
Emociones—67 Odio—68 Vanidad—69 Envidia—69 Agresión – Violencia—70 Postergación - Sentimientos falsificados—72 Sanando nuestras heridas—74
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VI * ES HORA DE DESPERTAR— 76 1 Reconocimiento—76 2 Compasión—78 3 La virtud de la paciencia—80 4 Yo te ayudo - tú me ayudas— 81 5 Miedos - Angustia – Sabiduría—82 6 Juegos de poder— 85 7 Stress - Duelo – Esperanza—90 8 Los lazos entre la ignorancia y la sabiduría—91 VII * EL HOMBRE DEL SIGLO XXI — 93 1 2 3 4
Tiempo - Cuerpo orgánico – Sentimientos—93 ¿Deberé cambiar—94 Conversando con la Naturaleza—95 Plenitud— 96
* EPILOGO — 98 El hombre que dejamos atrás— 98 Prototipo del hombre del siglo XXI — 99 Indice — 101 Bibliografía — 102 Arce, Enrique – El hombre transparente-1995 Bloomfield, Harold –Hacer las paces con los padres-1991 El Libro del Pueblo de Dios- Santa Biblia-17 edición,1997 Kertész, Roberto – Análisis Transaccional Integrado-Ippem,1987 Kertész, Roberto – Stress de la pareja y familia-Ippem,1987 Larrañaga, Ignacio – El Pobre de Nazareth- Edic.Paulina,1989 Larrañaga, Ignacio – Sube conmigo –Edic.Paulina,1986 La Sala Batá, Ángela-El camino del aspirante a santo-Era Naciente.,1992 Lázarus, Arnold A – Terapia Multimodal - Ippem Linn, Matthew S.J.y otros: Sanando las ocho etapas de la vida –México, 1990 López Quintás, Alfonso – La juventud entre el vértigo y el éxtasis-Cinae,1981 Ludojoski, Roque –Antropogogía: Educación del hombre-Guadalajara,1984 Perls, Fritz – El enfoque guestáltico – Cuatro Vientos, 1976 Sánchez Caballero, Horacio –Los caminos de la individuación, Cinae 1983 Shoeps, Hans Joaquín y otros –Qué es el hombre-Temas Eudeba, 1979 Tagore – La religión del hombre – Aguilar 1960, 2ª.edición Toffler, Alvin – La tercera ola – Plaza y James, 1981, 4ª. edición Toynbee/Koestler- La vida después de la muerte-Sudameric.,1987, 7ª.edición Vallés, Carlos – Al andar se hace camino –Sal Térrea,1992,3ª.edic.
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