El otro lado del balón Magazine Diciembre

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El otro lado del bal贸n Diciembre 2012

La tregua de

1914

Especial: Miguel Mar铆n



Editorial

Bienvenidos El otro lado del balón es una permanente búsqueda del sentido del futbol. Es una descripción, desde el ángulo de los autores, sobre la razón de ser de este ritual universal. Son relatos, perfiles, entrevistas, reportajes, crónicas, apuntes y anécdotas sobre el futbol y su asociación con lo cotidiano. En este número de diciembre les compartimos un sentido homenaje a Miguel Marín y también algunas historias que giran alrededor de la navidad y las efemérides que el mes nos ofrece. Es un regalo de nuestra parte para ustedes, queridos lectores, que también le buscan ese sentido a un deporte que ha servido de pretexto hasta para detener, momentáneamente, hasta una guerra. Si ustedes saben de alguna historia o conocen a alguien que quiera y deba estar en este espacio, no duden en escribirnos. Enrique Ballesteros Durán @eballesteros Carlos Calderón Cardoso



Contenidos

• Navidad: El futbol durante la Gran Guerra

Colaboradores

Carlos Calderón Cardoso Enrique Ballesteros

• Futbol en la Tierra de Nadie José M. Pascual • Cuento de Navidad: El Ayudante de Papa Noel (cuento corto de futbol) • Regalos de Navidad para el mundo del futbol

FIFA.com Nahuel Trasmonte Omar Carrillo

• Loustau también nació en Navidad Raúl Faín Binda • Especial: Miguel Marín J.J. Benítez • El milagro del Potrotoño • Viva el Boxing day • FC Santa Claus • El deporte del nazareno, según J.J. Benítez • Magos de Oriente


Navidad: El futbol durante la Gran Guerra Texto: Carlos Calderón

En esta época del año me gusta recordar esta anécdota que me hace sentir como el futbol es en muchas ocasiones un bálsamo en los momentos difíciles en la historia de la humanidad. Aún durante las grandes guerras que han afectado al mundo, el futbol ha logrado ayudar de alguna manera a olvidar, aunque sea por unos momentos, los odios entre seres humanos, mismos que ni siquiera deberían existir. El calendario marcaba el 24 de diciembre de 1914, en los frentes de batalla el sonar de los cañones era cosa de todos los días y este no podía ser la excepción, sin embargo, en algún punto entre la frontera entre Francia y Bélgica, algunos soldados

que antes que nada eran hombres, padres de familia, hijos o hermanos que añoraban estar con sus familias y de la nada, sin pensarlo, decidieron hacer un alto al fuego. Por un lado, ingleses y franceses; por el otro, los alemanes. Cientos de árboles navideños habían llegado al frente alemán para que los soldados sintieran un poco menos aquella guerra sangrienta que cobraba miles de vidas y un poco más el calor de la Navidad. Los germanos, con sus árboles al pie del cañón, se pusieron a entonar canciones navideñas alemanas. Los ingleses, primero asombrados por lo que ocurría, dejaron de disparar, poco después, también cantaban villancicos. Los coros en alemán, inglés y francés se unificaron al cantar la Noche de Paz.


Algunos oficiales de ambos bandos se atrevieron a abandonar sus trincheras y comenzaron a abrazarse con el enemigo deseándose Feliz Navidad, intercambiando regalos preciados como cigarros, dulces y alcohol. Durante esa noche y el día siguiente, el de Navidad, hubo cese al fuego. Entonces, ocurrió algo significativo. El 25 de diciembre por la tarde alemanes e ingleses organizaron un partido de futbol. El sargento Mayor Frank Naden escribió en su diario: “En el día de Navidad un alemán salió de las trincheras con las manos en alto. Nuestros compañeros inmediatamente salieron de sus trincheras y los alemanes de ellas y nos encontramos en el medio y por el resto del día fraternizamos, cambiamos comida, cigarrillos y souvenirs. Los alemanes nos dieron algunas de sus salchichas y nosotros les dimos algunas de nuestras cosas. Los escoceses comenzaron a tocar sus gaitas y compartimos una rara alegría que incluyó un partido de futbol con los alemanes. Los alemanes nos dijeron estar cansados de la guerra y deseaban que terminara. Al día siguiente recibimos la orden de que toda comunicación e intercambio amistoso con el enemigo debía cesar, pero nosotros no

disparamos en todo el día y los alemanes no nos dispararon a nosotros”. Patearon al calor del juego aunque el día era frío. Disputaron el esférico como viejos amigos y no como soldados enemigos en combate; jugaron un partido de futbol olvidándose de la guerra. Jean Philippe Rethacker escritor francés un día escribió: “Pueden verse reunidos al católico intransigente y al antiguo Comandante del ejército húngaro comunista, al protestante austero y al israelita practicante, al negro descendiente de los esclavos africanos y al blanco hijo de colonos portugueses, al futuro médico y al fontanero, al abogado alejado de su bufete y al aldeano privado de su carreta, al cura de parroquia y al concejal más anticlerical… nada resiste al sortilegio del futbol, ni los problemas de raza o de religión, ni las ridículas peloteras de la política, ni las de clase social. Un balón basta para destruir todas las contingencias… el hombre se vuelve semejante a todos los demás hombres”. El futbol, puede terminar con una guerra. Por lo menos por un momento como ocurrió en aquella Noche Buena de 1914. ¡Felices fiestas les desea su amigo Carlos Calderón!



Futbol en la Tierra de Nadie Texto: Enrique Ballesteros

Aquella Navidad de 1914 se jugó al futbol en la tierra de nadie, en ese pedazo de terreno que separaba a las trincheras alemanas de las británicas, en el Frente Oeste de la Primera Guerra Mundial. Entre lo absurdo de la hostilidad, el balón vino a ser una simple metáfora que puso en evidencia lo atroz de la matanza más grande en la historia de la humanidad. En la víspera del 25 de diciembre, el fuego cesó sin ninguna orden suprema. Los alemanes decoraron sus trincheras y cantaron Stille Nacht. Los británicos respondieron a los cantos en su idioma. Aquello en a l e m á n significaba Silent Night en inglés; Noche de Paz, en español. El hecho es que se selló una tregua fugaz entre los enemigos. Y ahí en la tierra de nadie, compartieron cigarros, recuerdos, sonrisas y un buen t r a g o d e w h i s k y. Estaban en un llano de Bélgica, en Ypres y se dice que la tregua se propagó hacia otras trincheras en donde se hizo lo mismo. Desde luego que hay muchas historias. Una gran parte alimentadas por la inquieta imaginación que buscó consuelo en la fantasía. Varias hablan de partidos de futbol entre los bandos porque es un hecho que tras el balón no se puede, ni se debe correr armado. Por eso la metáfora cobró tanta fuerza. Muchos años más tarde, previo a la Euro 1996, la banda inglesa The Farm

inmortalizó aquel instante del pasado en la canción All together now , que es también ya un himno futbolero. Pero volvamos a la tierra de nadie. Muchos soldados escribieron a casa y relataron los detalles de la tregua. Alguien dice que rodó un balón de la nada. Otro contó que jugaron más de media hora. Muchos nunca olvidaron que alemanes y británicos disputaron ese hermoso partido de Navidad que puso en jaque los sentimientos bélicos. La FIFA tiene registrado que Alemania e Inglaterra se enfrentaron por primera vez en 1930, pero en aquel espacio entre las trincheras lo hicieron 16 años antes. Por cierto, esa vez ganaron los germanos tres goles a dos sin

que nadie haya desmentido jamás el resultado. Más allá del futbol, los enemigos se habían familiarizado. Y los altos mandos, enfurecidos por la osadía de sus tropas, juraron romper con cuanta tregua se impusiera a punta de cañón. Pero aquella Navidad de 1914 los hombres se dejaron de matar unos a otros y aunque sea sólo por una noche, los símbolos de la camaradería ratificaron su universalidad: una buena charla, un buen trago, mucha nostalgia y un simple juego de pelota fundieron en abrazos a las tropas enemigas que, tal vez, al otro día volverían a la guerra.


El Ayudante de Papá Noel Cuento corto de futbol Texto: José M. Pascual No recuerdo exactamente cómo fue que decidí aceptar la tarea, pero si les puedo asegurar que el primer día como ayudante de Papá Noel no fue precisamente como esperaba. Pensé que él me daría un traje rojo y que yo debía estar bien entrenado para bajar por las chimeneas sin despertar la más mínima sospecha. Pensé que el jefe me daría unos renos mágicos y que mi trabajo sería sobrevolar los tejados de un barrio de pibes afortunados. Quizás había visto muchas películas y por eso me costaba mucho imaginar la Nochebuena de otra manera. Faltaban pocos minutos para la medianoche y todos los ayudantes estábamos listos para recibir las instrucciones. A mí, sinceramente, me preocupaba el hecho de que no me hayan dado siquiera una barba blanca como para identificarme en caso de surgir cualquier inconveniente. Todos los presentes recibimos las asignaciones. El tiempo se detuvo. El jefe, al que veía por primera vez, me dio una pequeña bolsa, un papel con una dirección y me palmeó la espalda sonriendo con una expresión que me hizo olvidar las pequeñas cuestiones que me venían preocupando. Me había tocado un edificio gris bastante alejado de las luces del centro. El reloj se había clavado cinco minutos antes de las doce y llegué al lugar sin recordar exactamente el camino que había tomado. Sin el traje, ni los renos, ni el trineo que yo imaginaba debía estar conduciendo, aquella noche: aparecí en una habitación enorme donde un centenar de camitas se disponían en


filas de dos. Todo estaba tranquilo, el silencio de la habitación sólo se cortaba con la cadencia de mis pasos invisibles haciendo eco en los techos altísimos y las paredes limpias de todo color. Comencé a sentir que algo andaba mal. Teniendo en cuenta el número de camas, habría allí cerca de cien chicos, y yo sólo tenía una pequeña bolsa -¿Será una prueba para los principiantes? - pensé. El tiempo seguía detenido y yo ya estaba junto a un árbol de Navidad tan improvisado como hermoso. No se parecía mucho a esos que se pueden ver en las vidrieras. En rigor de verdad, sólo el que lo mirara con buenos ojos podía llegar a adivinar un árbol de Navidad en aquella mata de pasto seco, pero al menos me sirvió para saber dónde debía dejar el regalo. No pude resistir la necesidad de averiguar si se trataba de un error y abrí la bolsa para ver si había una carta o algo que explicara la situación. De hecho, tal vez las bolsas se confundieron y en este momento algún pibe estaba recibiendo cien regalos. Los nervios jugaron a favor de mi torpeza, ya que mientras pensaba en todo aquello, el contenido de la bolsa cayó al suelo sin que pudiera evitarlo. En ese preciso instante los relojes volvieron a funcionar. ¡Qué mal comienzo! Dije casi con un grito inevitable. Sólo una pelota, esa que ahora se alejaba de mis pies por el largo pasillo, era el regalo que Papá Noel había pensado para todos estos pibes. Permanecí inmóvil junto al árbol y las puertas de la habitación se abrieron de par en par. Se encendió una luz que iluminó todo el salón y los pibes entraron en estampida dando saltos y corriendo hacía lo que era su regalo en aquella noche tan esperada. ¡La pelota! Gritaron. Yo estaba confundido. No parecían desilusionados. No corrieron hacia las ventanas para tratar de ver el instante justo en que los renos, que yo no tenía, tiraban del trineo, que tampoco me habían dado, para cruzar el cielo de la Nochebuena. Alguien se detuvo a mi lado y me dio las gracias. Yo me asuste, pensaba que nadie podía verme. Tuve vergüenza y traté de excusarme. -Miré, yo... es mi primer día, seguramente las bolsas se confundieron... El hombre sonrió y no permitió que yo siguiera explicándole: -No se preocupe amigo. Los chicos querían la pelota. Por un momento pensé que nadie se acordaría de ellos. Yo continué diciendo: -Pero son muchos, seguramente van a querer saber de quién es el regalo. Él trató de calmarme: - De todos, no hay problema con eso. Ellos están acostumbrados a compartir todo. En lugares como estos lo primero que aprenden a compartir son las tristezas, imagínese que no van a tener problema en compartir una alegría. Yo me sentí muy extraño, estaba confundido, y decidí marcharme. Cuando estaba cerca de la puerta, aquella persona me tomó del brazo y me dijo: -Oiga, ¿se va a ir sin que le paguen? Aquella situación me confundió aún más: -¿Qué dice? ¿Cómo se le ocurre? - ¡Eh, no se ponga así!- me dijo - Miré sus caritas, miré todos esos ojitos iluminados, miré esas sonrisas: créame si le digo que no se dan muchas veces. Levante la mirada y comprendí. Me estaban pagando una fortuna. Recibí entonces el mejor regalo de Navidad. Pensé en los otros miles de ayudantes que estaban recibiendo su paga en hospitales, en orfanatos como este, en hogares de niños, en edificios tristes y en lugares alejados dónde la más mínima luz alcanza para iluminar a los ángeles. Pensé, por primera vez, en aquella noche, que el jefe no se había equivocado, y que a pesar de no darme trineo, ni barba, ni un traje rojo: me había dado el mejor trabajo del mundo.


Regalos de

Navidad para el mundo del

futbol


Texto: FIFA.com

Los señores Ventura recibieron el mejor regalo de Navidad de sus vidas el día 25 de diciembre de 1944, aunque en aquel momento no podían imaginarse que, con el tiempo, sería también un regalo perfecto para el mundo del fútbol. Aquel tierno bebé que acunaban en sus brazos creció hasta convertirse en El Huracán (O Furacão), uno de los futbolistas más fascinantes, incisivos y letales de la historia. Jair Ventura Filho, Jairzinho, fue todo eso y mucho más. Se echó sobre la espalda el peso del dorsal número 7 que heredó de Garrincha en el Botafogo, y con él tiró del equipo hasta conquistar una larga serie de triunfos y ascender al Olimpo de los dioses del club. Después, Jairzinho saltó limpiamente los obstáculos de la edad (31 años) para desempeñar una labor decisiva en la victoria del Cruzeiro en la Copa Libertadores de 1976, y el de la

encarnizada competencia para afianzarse en el extremo derecho de la selección brasileña. A Jairzinho se le recuerda sobre todo por sus hazañas en la Copa Mundial de la FIFA México 1970, donde, en pleno apogeo personal, contribuyó a llevar a la selección nacional de Brasil al cénit de su gloria. Jairzinho estuvo imperial e imponente en todo el certamen. Con su corpulencia descomunal, su velocidad vertiginosa y sus fintas, intimidó y agotó por igual a los rivales de aquella impresionante Seleção que alzó el Trofeo Jules Rimet. Entre otras gestas, el delantero vio puerta en todas las rondas de la competición. Incluso después de colgar las botas, Jairzinho cumplió otra función de importancia trascendental para el fútbol: descubrir a Ronaldo, el astro brasileño convertido ya en leyenda de la Copa Mundial de la FIFA.


propulsar a Nigeria hasta el primer puesto del Grupo D en Estados Unidos 1994, antes de su eliminación a manos de Italia en octavos de final. Aquellas actuaciones le valieron el título de Jugador Africano de ese mismo año. Dos años más tarde, un gol suyo otorgó a Nigeria la victoria por 3-2 sobre Argentina en la final del Torneo Olímpico de Fútbol.

Etienne Mattler Varias coincidencias y similitudes permiten comparar a Jairzinho con Etienne Mattler. El defensa francés nació también un día de Navidad; en su caso, el de 1905. Era un jugador robusto y, sin embargo, sorprendentemente ágil. También él disputó tres Copas Mundiales de la FIFA, que lo distinguen como uno de los únicos cuatro hombres que participaron en todas las ediciones anteriores a la II Guerra Mundial. También Mattler sirvió infaliblemente a su equipo, el Sochaux, con el cual se proclamó campeón en la década de 1930 de las dos únicas ligas que figuran en el palmarés del club.

Emmanuel Amunike Emmanuel Amunike, nacido el 25 de diciembre de 1970, es otro de los futbolistas que han dejado huella en la Copa Mundial de la FIFA. Pese a su escasa estatura, supo sacar el máximo partido a su velocidad endiablada y a su habilidad con el balón en los pies para

Gary McAllister Pocos meses antes, Gary McAllister, exactamente seis años mayor que Amunike, había capitaneado a Escocia en la Eurocopa de 1996. Los partidos que este cerebral y elegante mediocampista jugó en Inglaterra se cuentan entre el total de 57 que disputó con su selección nacional. Pero fue en el fútbol de clubes donde McAllister logró sus éxitos más sonados. Tras un papel estelar en el Motherwell y el Leicester City, el mediocampista fichó por el Leeds United, con el que se convirtió en campeón de la liga inglesa en 1992. Sin embargo, cuando el Coventry City le dio la carta de libertad en verano de 2000, nada hacía sospechar que, a los 36 años, el jugador añadiría otro capítulo glorioso a su carrera, y además en uno de los clubes más importantes del mundo. Con su memorable contribución, McAllister ayudó al Liverpool a cosechar cinco títulos en 2001 y, como colofón de una temporada inolvidable, recibió un MBE (el nombramiento de Miembro de la Orden del Imperio Británico) por los servicios prestados al fútbol.


Nacidos en 25 de diciembre Entre el resto de participantes en la Copa Mundial de la FIFA que nacieron el día de Navidad se encuentran:

Amaral (Brasil, 1954)

Guy Vandersmissen (Bélgica, 1957)

Mike Sweeney (Canadá, 1959)

Gabriel Popescu (Rumania, 1973)

Joop Hiele (Holanda, 1958)

Carlos Borja (Bolivia, 1960)

Choi Sung-Yong (Corea del Sur, 1975)

Luis Antonio Moreno (Colombia, 1970)

Hyun Young-Min (Corea del Sur, 1979)

Loco (Angola, 1985)

Daniel Quaye (Ghana, 1980)



Loustau también nació en Navidad Texto: Nahuel Trasmonte

En la navidad de 1922 nació Felix Loustau, considerado el mejor wing izquierdo de la historia. Brilló en River y la Selección, y dejó su marca indeleble en La Máquina, delantera millonaria de lujo. Recordemos a un crack sin tiempo. El 25 de diciembre de 1922, en Avellaneda, las familias disfrutaban de la navidad pero una tenía un regalo especial para hacerlo. Había llegado al mundo Félix Loustau, quien años más tarde se convertiría en el engranaje que le faltaba a la Máquina para convertirse en la mejor delantera argentina de todos los tiempos. Acorde a su lugar de nacimiento, Loustau fue a probarse a Racing pero, bajito y menudo, poco pudo rendir como defensor, posición en la que lo hacían jugar. Pero en River no tardaron en echarle el ojo: llegó con el pase libre y enseguida lo agarró el Tano Cesarini, técnico por esos tiempos, y lo puso dónde luego brillaría: como wing izquierdo. No son pocos los que no tienen dudas, Félix fue el mejor 11 de la historia. Sus impredecibles gambetas con la pierna izquierda le valieron el apodo de Chaplín, otro genio irrepetible, pero su grandeza no terminaba en la locura de los defensores. También fue un tremendo goleador: hizo 101 en 365 partidos (seis a Boca) y además dio ocho vueltas olímpicas (una cada dos años en el club). Su debut con la Banda había sido el 28 de junio de 1942, el día que la Máquina dijo presente por primera vez. Muñoz, Moreno, Labruna, Pedernera fueron los apellidos que, junto con el de Chaplín, salían (y siguen) saliendo de memoria para todos los futboleros. Pero Loustau siguió brillando en River muchos años más de que aquel súper equipo se desarmara. A

diferencia de sus compañeros, Felix salía menos y se cuidaba más. También fue indiscutible en la Selección, donde integró el equipo tricampeón de América entre el 45 y el 47. La última función En un superclásico, Chaplin jugó por última vez con la Banda y dejó el Millo con 101 goles y ocho títulos. Los días de fútbol y gambeta de Félix Loustau parecen haber estado marcados por el destino. El día de su debut fue imborrable. En aquella ocasión hizo su primera aparición la famosa Máquina, la delantera más recordad del fútbol argentino. Con ese equipo brilló durante años por la banda izquierda, enloqueciendo a los defensores. Pero tampoco se anduvo con chiquitas para el día del retiro. Fue ni más ni menos que en un superclásico en la Bombonera, el 21 de julio de 1957. Ya con 36 años, Chaplin ya no era titular en el equipo pero seguía aportando su magia y su estampa. Por eso eligió esa fecha goles de para decirle adiós a su querida banda. ¿El resultado? Fue 2-2 y para River mojaron Norberto Menéndez, Héctor De Bourgoing. Luego Loustau pasó a Estudiantes, donde jugó un puñadito de partidos más antes de retirarse definitivamente. Dejó el Millonario con 101 goles en 365 partidos (seis a Boca) y además dio ocho vueltas olímpicas (una cada dos años en el club). Ese último año fue de los más gloriosos, ya que River logró su primer tricampeonato. La Bombonera fue testigo de la última función de Chaplin. Adiós Chaplín De grande siguió ligado a los colores y dejó este mundo apenas dos semanas después de haber cumplido los 80 años, el 5 de enero del 2003. Seis años más tarde, se le uniría Muñoz, el único integrante que quedaba de la Máquina, para juntos volver a armar un picadito arriba y deleitar a todos los que se acerquen.


Especial: Miguel MarĂ­n


Aquél maldito doceavo mes

Texto: Omar Carrillo

A Miguel Marín el destino siempre lo sorprendió en diciembre. En ese mes fue campeón con Vélez Sarsfield y se casó en el 68, y pasó a Cruz Azul en el 71. En diciembre del 80 dejó de jugar luego de un primer infarto y en el doceavo mes del 91, murió. Su leyenda se mantiene intacta y el tiempo le ha dado un matiz de mito. Los padres aficionados al futbol, que no siempre del Cruz Azul, enseñan a sus hijos que aquel hombre con ojos de gato y de triste mirar, de cuerpo tosco y con los dedos de las manos destrozados de tanto atajar, fue multicampeón (cinco veces de Liga) con La Máquina en la década de los 70 y, muy posiblemente, sea el mejor portero extranjero que ha jugado en México. A las 15:40 horas del lunes 30 de diciembre del 91, el poderoso corazón de “Superman” dejó de latir en el Hospital Santa Cruz a donde lo habían llevado tras presenciar el juego entre Gallos Blancos y Celaya, ambos equipos de Segunda División. Unos días antes renunció a la dirección técnica del equipo queretano y tras el duelo de domingo en La Corregidora dijo sentirse enfermo con molestias en los bronquios. El cuadro se agravó y debieron hospitalizarlo. Sus planes eran vivir en aquella ciudad y dirigir una escuela de futbol. Los trámites del deceso los realizaron Enrique Meza, Guillermo Álvarez Cuevas y Víctor Garcés. Orígenes Fue parte de una familia de siete hijos y de padres divorciados. Debió trabajar desde pequeño en construcciones cargando ladrillos o en verdulerías bajando cajas o costales de frutas y verduras. Sólo eran dos hombres de los siete y era su responsabilidad sacar la familia adelante. Vivieron todos con una de las abuelas. “El nunca vencerse, el compromiso, lo de la fuerza de ir siempre para adelante viene mucho en parte a esa infancia”, explica Max Marín el hijo mayor del “Superman”. De hecho, Miguel llegó a Vélez por el dueño de una verdulería donde trabajaba. Ese hombre terminó siendo su padrino de boda, él lo lleva a hacer la prueba y en ese encuentro le hicieron ocho o 10 goles, pero Víctor Espineto, padrino de bautizo de Max tiempo después, lo aceptó y empezó su carrera los 14 0 15 años.


Diciembre del 68 Miguel Marín y Estela González escogieron diciembre del 68 para casarse, porque Vélez, el equipo en el que militaba en Argentina, no estaba acostumbrado a jugar finales, sin embargo esa fue una gran campaña para el club y se colaron a la disputa por el título. Las fechas se encimaron con la boda, sólo estuvo un rato en la fiesta y de ahí partió a la concentración. Llegada a México Antes de la del Cruz Azul, nunca tuvo una oferta de un club mexicano. Incluso llegó a nuestro país de manera circunstancial. La gente de La Máquina fue a Buenos Aires a ver a Carlos Bianchi (que era jugador de Vélez en esa época) y en un partido de observación, Raúl Cárdenas (el técnico de La Máquina en esos días) le dijo a don Guillermo Álvarez que el portero le interesaba. Las charlas empezaron en paquete con Bianchi, pero, por el reglamento del futbol argentino, por la edad no pudo salir Bianchi, pero sí Marín.

Superman Llegó de Argentina con el apodo de “Gató” por los ojos y los reflejos como de felino que siempre mostró. El apodo de “Superman” fue un invento de Ángel Fernández. No fue sólo el sobrenombre por el sobrenombre. Atajaba siempre de manera espectacular y de alguna manera era muy volador. “Era una relación ante un personaje que en la historieta era imbatible. No tenía ninguna debilidad”, recuerda Max. Los uniformes Los modelos que sacó en los últimos años en México son de equipos de rugby en Argentina. Los shorts eran de tenis. El más clásico suéter es el de San Isidro Club (con rayas horizontales blancas, azules marino y azul claro). Después lo tomó la selección argentina de rubgy, equipo al que le llaman Pumas. El tono era similar al de los colores de Cruz Azul. Marín tenía una teoría: “el suéter tenía que ser llamativo, no chillante. Cuando el delantero levantaba la cara y veía el área, ahí enfocaba en primer lugar. Pensaba que pateaban el balón hasta inconscientemente a su zona. Era una teoría muy personal“, asegura Max.


Un jugador de área El arquero en los años 70 estaba muy acostumbrado a jugar bajo los tres postes, pero Marín jugaba su área e iba a los pies de los delanteros, incluso lejos de su zona de seguridad. La forma de despejar también causó sensación, porque la pelota la lanzaba muy tendida, casi sin elevación, y con mucha intención ofensiva. Una vez que recuperaba la pelota, fuera de manos o de pies, siempre la daba con ventaja a los delanteros. Cruz Azul siempre tuvo atacantes rápidos y eso ayudaba. Manos destrozadas, dedos chuecos Comprar unos guantes de arquero era algo que no estaba en sus posibilidades siendo un niño. Unos 10 años habrá jugado sin protección en las manos hasta que empezó en el profesionalismo. La pelota era de cuero y muy dura, por supuesto eso no ayudaba a sus dedos.

“Que no tenía tampoco, en ese tiempo, la técnica adecuada para tirarse también era cierto. Con el tiempo la fue adquiriendo. Era principalmente lo que le pasaba, sobre todo estos dedos (señala el meñique y el anular de la mano derecha) siempre se le terminaban enterrando de alguna forma en el pasto. En esos tiempos no había especialistas en el arco. Eran cosas adquiridas del barrio“. Dedos fracturados, juegos importantes En un juego ante Toluca, Italo Estupiñan le dio una patada y le dislocó un dedo. Él mismo se lo acomodó y siguió en el encuentro. Jugó con fracturas en los dedos y no entrenaba, simplemente lo entablillaban todos los días. Al momento de los partidos le hacían un vendaje especial y salía al campo.


El autogol ante Atlante (23 de mayo del 76) En un hecho insólito, Marín se hizo un gol en un duelo ante los Potros. Nadie se podía creer que el “Superman” se marcara una anotación tan boba. Fomentó su leyenda sin quererlo. La afición se dio cuenta de que era humano. Pese a que Ignacio Trelles le acredita aquel tanto a los dedos chuecos del arquero, en realidad la anotación fue un error al intentar entregar el balón a un compañero. Su movimiento iba avanzado cuando un rival se cruzó e intentó abortar, pero el esférico ya no tenía suficiente superficie para sostenerse en su mano y terminó metiéndose en las redes. Demasiado robusto para ser portero Combinaba la agilidad, la fuerza y la potencia que generalmente no van juntas, sin embargo su cuerpo era robusto y su afición a no entrenar demasiado y esto le provocó un cuerpo robusto para ser arquero. “Es cierto. El equipo hacía la parte física y él no hacía nada. Cuando pasaban a la portería empezaba a practicar. Sus condiciones eran naturales y las afinaba. Que tampoco se entrenaba en esa época ni muy específico ni con tantos avances como ahora. Lo demás no era algo que le atrajera mucho. No era un futbolista de entrenar, era un futbolista de jugar. “Afinaba los reflejos. No corría en los partidos y no era de su gusto hacerlo en los entrenamientos, no era su prioridad y como daba resultados se le permitía no hacerlo”, recuerda su hijo. 298 goles en sus 309 partidos de Liga y Liguilla “No puedes tener un record de esa magnitud si no tienes compañeros como Alberto Quintano, o el "Kalimán" Guzmán, o Miguel Ángel Cornero, “Nacho” Flores, o López Malo. Fue una gran cantidad de jugadores que le ayudaron. Hubo un montón de partidos en los que no tuvo que intervenir porque en la media o en la defensa se acababa todo. O hubo juegos en los que tuvo que participar mucho. Fue una conjugación de grupo. Al final se refleja en esa marca, pero la ayuda era de todos“, asegura Max. El primer infarto, diciembre del 80 Su último partido oficial fue el 29 de noviembre del 80, Cruz Azul le ganó al Atlante 1-0 y un día antes del siguiente partido sintió molestias. Todavía se concentró. Se fue al estadio y ahí es donde dijo “no puedo, no estoy bien”. No hubo antecedente previo. Le dio un infarto y de ahí a cardiología. En enero del 81 lo operaron en Houston.


Tenía 35 años y planeaba jugar al menos tres o cuatro años más. “A él le pesó mucho. Fue un golpe de un día para otro. Pero empezó a estudiar para técnico”, recuerda Max. Despedida ante Chivas Oficialmente su último encuentro fue en noviembre del 80 ante los Potros, pero Marín se despidió el 6 de junio del 81 ante Guadalajara, equipo ante el que también debutó. Fue una despedida simbólica, porque él ya no podía jugar. El infarto lo retiró. Sacaron desde el centro y el balón se lo dieron a él. Entonces entregó su suéter a Ricardo Ferrero, su sustituto. “Sí, él lo tiene. Nunca se lo quiso regresar. Mi papá se lo pidió en muchas ocasiones y le dijo que no, que eso ya era de él y que formaba parte de sus recuerdos. Con él hubo una gran amistad de familia. Después se tomó con toda la filosofía de la amistad. Lo conserva con mucho cariño”. Jesús Mercado, diciembre del 82 Tras su retiro y la operación a corazón, decidió que su camino debía seguir siendo el futbol, ahora como director técnico, pero en su quinto duelo al frente del Cruz Azul, el 26 de diciembre de 1982, se le acusó de golpear al árbitro Jesús Mercado lo que le acarreó una suspensión de un año. A la distancia Max Marín platica lo ocurrido desde su punto de vista: “me queda muy claro que fue toda una situación armada por el árbitro. Porque está el antecedente de que cuando lo expulsan Enrique Meza, que era su auxiliar, le dice, ‘Miguel ya vete’, y él le contesta ‘tranquilo Enrique voy a hacer un poco de tiempo y me voy’. No era una cuestión de que estuviera enojado. Me parece más algo armado. No hay un sólo video en ese momento que te indique sí hubo un contacto. A la hora que revisan al árbitro en la zona del supuesto golpe tenía rojo nada más y un cabezazo se inflama. Hay muchos detalles así en lo que ocurrió”. Luego de Cruz Azul Aquel incidente con Mercado le costó dejar Cruz Azul que nunca le dio una revancha. Tras cumplir el año de castigo dirigió a Neza, además fue entrenador de porteros en la Selección Mexicana en el Mundial del 86 y fue asistente de Raúl Cárdenas en Toluca y de Enrique Meza en Querétaro. 30 de diciembre del 91 “Fue muy complicado porque nosotros estábamos en Argentina. Tramitábamos nuestro regreso a México. Cuando nos avisaron por teléfono. No lo crees en primera instancia. Fue un golpe muy duro.


de los detalles no supe nada. Sólo que llegó al hospital con un malestar y no lo pudieron ayudar. “Lo más duro fue estar a tantos kilómetros y regresar a México en esas circunstancias. La última vez que lo había visto fue tres años antes. Nosotros estábamos viviendo en Argentina desde el 88. Cuando nos dan la noticia era de noche y eso complicó todo más. Fue un correr, ir y venir, trámites muy complicados. Volamos 10 u 11 horas en un avión, o más porque tuvimos que subir a Miami, fue difícil”, comenta Max Marín. Descanso eterno La leyenda dice que quería ser incinerado y que regaran sus cenizas en La Noria o en el Estadio 10 de diciembre en Ciudad Cooperativa o que sus restos descansan en el cementerio de Chacarita en Argentina, pero en realidad sí se incineró su cuerpo y sus cenizas están en la iglesia de la Señora de las Américas en un nicho y cada año, por la noche del 30 de diciembre, se le hace una misa para recordarlo.



El milagro del Potrotoño Texto: Carlos Calderón Cardoso

Antonio, “El Potrotoño”, acostumbraba a ir a cada partido del equipo llamado del pueblo. Desde que era un niño, en la década de los cuarenta, cuando el Atlante jugaba en el viejo Parque Asturias de Calzada de Chabacano, cerca de Tlalpan, en donde hoy en día existe un supermercado; pasando por el estadio Olímpico –hoy llamado Azul- y que por muchos años fue el estadio Azulgrana; en el de Ciudad Universitaria y en el Azteca. Fueron pocos los encuentros que se perdió. Durante mucho tiempo, Toño ejerció diferentes oficios, desde bolero, mandadero, periodiquero, hasta músico en los camiones, en donde tocaba una desgañitada guitarra para obtener unos pocos pesos. Uno de los oficos que más le gustaban y que solo podía ejercer un par de semanas al año, era el de Santa Claus en la Alameda. Ahí, ante la delicia de los niños, se dejaba fotografiar mientras los chiquillos le pedían un sinfín de juguetes. Toñito disfrutaba mucho su faceta de Santa, pero el día 24 de diciembre de 1987, justo cuando tenía más trabajo, jugaba su Atlante querido. Mientras pasaban los niños, en una fila que parecía no tener fin, él veía su reloj insistentemente. La hora del partido se acercaba y –por lo visto- no le daría tiempo de llegar al estadio Azulgrana. Faltaba menos de media hora para que iniciara el encuentro, cuando decidió que hasta ahí había llegado. Se despidió argumentando que tenía que ir a recorrer el mundo entregando regalos. Por la hora, ya no había tiempo de cambiarse y así, decididamente marchó al partido. Abordó el metro y un pesero y por fin llegó a su destino. Ahí, se encontró con una sorpresa. No lo dejaban entrar vestido de Santa Claus. Al parecer, la señorita de la puerta


no creía en tan singular personaje, porque le impedía el paso argumentando que quién sabe que escondía en el fenomenal traje. Tras una gria discusión, y dejarse revisar, por fin Toño accedió al partido cuando este ya había iniciado. Jugaban Atlante e Irapuato en la fecha 16 del torneo 1986-1987. Toñito, acostumbraba ver los encuentros acompañado siempre de unas chelas, que le daban mayor ambiente al partido, pero aquella tarde, se topó un gran dilema. Al pedir una cerveza vio como las miradas de varios niños se posaban sobre él y por primera vez, decidió no dar ni un sorbo a la espumeante bebida, aunque esta parecía llamarlo una y otra vez. ¡Jamás había visto un partido sobrio! Pero, no había porqué desilusionar a los chiquillos y mejor pidió unos refrescos. Tampoco pudo ponerse a gritar e injuriar al árbitro como acostumbraba, por la misma razón ¡Los niños! y se tragó cada una de las palabras que tenía previstas para el nazareno. El Atlante venía de perder por goliza ante el Atlas y Toñito le pidió a Dios “Ya que no puedo tomar ni mentar madres, por lo menos que gane mi Atlante” Y el milagro se le cumplió…

Con una gran actuación de Eduardo Moses y Enrique López Zarza, quienes llenaron de balones a los delanteros, el Atlante ganó 4-1 a los freseros. Los goles fueron de David Luna, Félix Cruz, Efraín Barroso y Rafael Chávez Carretero, mientras que por el Irapuato descontó Eugenio Constantino. Toño agradeció el milagro navideño y marcho a su casa para tener –como nunca- una cena navideña completamente sobrio, ya que aquella noche decidió tampoco tomar una gota de alcohol en agradecimiento por el triunfo logrado por sus potros de hierro, algo que su familia vio como el gran regalo que Santa Toño les daba en aquella noche de paz. Antonio siguió a su Atlante querido por varios años, incluyendo aquellos viajes largos desde el centro de la ciudad hasta Neza, cuando el quipo decidió jugar allá. Solo se resignó a verlos por la televisión cuando marcharon a Cancún y justo ese año salieron campeones. Con más de 8 décadas encima, Toñito murió.


Viva el Boxing Day Texto: Raúl Fain Binda

El ser inglés consiste, por encima de todo, en no ser como los demás. Los ingleses conducen por la izquierda, sus escuelas públicas son en realidad privadas, el conductor de un ómnibus es el que vende los boletos (el que está al volante es el driver), en un ministerio el rango de secretario (de Estado) es más encumbrado que el de ministro... y el fútbol no descansa a fin de año. Mientras los futbolistas de otras grandes ligas europeas se tienden al sol en playas exóticas o se atracan de pavo en sus casas de nuevo rico, los jugadores de la Premier League van del pub a la cancha y de la cancha al pub. En un programa oficial plagado de jornadas, el fútbol inglés tiene en el Boxing Day su fecha con mayor carga histórica. Día de los regalos Boxing Day es el día siguiente a Navidad. En una época, particularmente durante el siglo XIX, fue una especie de Navidad alternativa para la inmensa masa de sirvientes que se deslomaba el 25 de diciembre trabajando para sus señores. En la mañana del 26, bien tempranito, los sirvientes podían visitar a sus familias, cargados de paquetes de regalos (boxes o cajas) y las sobras del banquete. También el 26 las iglesias abrían los boxes de limosnas destinadas a los pobres y los aprendices de todos los artesanos del reino visitaban a los clientes, con cajas para recoger las "ayuditas". Las familias tradicionales, los nobles con dependientes económicos o clientela política, también salían ese día a repartir boxes con regalitos y sobras de comida, para mantener la ilusión de un clan o familia extendida de corte feudal. Para hacerlo más breve, el Boxing Day era la Navidad de los pobres, cuando los ricos purgaban con actos de caridad la glotonería y derroche del día anterior.


Dado que el 26 no era feriado religioso, se podía ir al fútbol, que ha sido tradicionalmente el deporte de los pobres. Atracón de fútbol La tradición de las comilonas durante estas fiestas se extendió al fútbol: los ingleses se dan un atracón de fútbol en esta época del año. Conviene acotar que el fútbol escocés también acompaña este carrusel de fin de año. El esfuerzo tiene su precio, por supuesto. Muchos comentaristas creen que la intensa actividad a fines de diciembre, la falta de un receso invernal como el de los alemanes, fue la causa de la floja preparación física y mental del equipo nacional en el mundial. Numerosos intereses presionan para eliminar o mantener esta anomalía en una actividad crecientemente sometida a normas laborales y reglamentos en el ámbito europeo. Raigambre popular Volviendo ahora al Boxing Day, a la ávida demanda de fútbol en esta época del año, se nos ocurre que esto es una nueva prueba de la auténtica raigambre popular de este deporte. Para las clases acomodadas, el Boxing Day señala desde la época victoriana el día de la caza del zorro... "señalaba" será la palabra en el futuro, porque la cacería de este Boxing Day puede haber sido ser la última, por lo menos en el plano legal. Todas las otras actividades están de gira o reducidas en el nivel competitivo... excepto el fútbol. Este país se está desprendiendo de sus tradiciones con una rapidez que escandaliza a los anglófilos extranjeros. La prohibición de la caza del zorro es casi segura... Este asunto refleja un acomodamiento de las relaciones entre cierta gente de la ciudad y cierta gente del campo, entre políticos y propietarios. El fútbol en este país es más democrático que eso, porque realmente representa a las comunidades regionales. Por eso y otras cosas, ¡qué viva el Boxing Day!


El equipo rojo Texto: Enrique Ballesteros

Cuenta la leyenda que papá Noel tiene un país dentro de otro país. Siempre se ha sabido que vive en Laponia, en la República de Finlandia. Para llegar a Laponia hay que pasar por Rovaniemi y ahí estaremos muy cerca del circulo polar ártico. Esta ciudad tiene la forma de un asta de reno y es aquí donde juega el FC Santa Claus. Santa Claus lleva establecido en este lugar cientos de años. Su oficina se ubica en el número uno de la calle Joulumaantie. Pero fue hasta 1993 cuando su equipo quedó conformado. Desde entonces, ha participado en la segunda y en la tercera división del futbol finlandés. Actualmente forman parte del grupo C de la Kakkonen, como se le conoce a la tercera. Su cancha está en Rovaniemen keskuskenttä, un estadio multiusos que puede recibir hasta cinco mil personas. El equipo rojo, además de representar las causas nobles de San Nicolás, se ha unido a los programas de beneficencia de la UNICEF. A través de su mercadotecnia, todo aquel que compre algún artículo oficial del equipo, estará ayudando económicamente a los programas que las Naciones Unidas despliegan por el mundo. En el circulo polar ártico, en la puerta de la legendaria Laponia, un equipo nos recuerda el eterno espíritu de la navidad.



El deporte del nazareno, según J.J. Benítez Texto: Enrique Ballesteros El periodista español, Juan José Benítez, escribió la larga saga de Caballo de Troya. Para él, éste fue “un ambicioso proyecto que trata de enriquecer el espíritu y de hacer vibrar la imaginación...” Por eso, y aunque en el libro se asegura que la verdadera fecha del nacimiento de Jesús se dio en agosto y no el 25 de diciembre, les ofrecemos estos párrafos en donde relata la vida deportiva del Nazareno.

Fragmento de Caballo de Troya 9, Caná, de J.J. Benítez.

El miércoles, 22, según lo acordado por todos, fue destinado al descanso. Jesús permaneció en el campamento y el Zelota, tras el desayuno, nos sorprendió a todos. Él se ocupaba de los juegos y diversiones y a fe mía que lo hizo bien. Disfrutamos de lo lindo. Jesús, el primero. El Zelota lo tenía todo calculado. Buscó un amplio calvero e hizo dos equipos. Y parte de la mañana la pasaron practicando un deporte que llamaban keri (en realidad keri-tizein). Era una suerte de primitivo hockey, importado de Persia, y que practicaban con frecuencia en Grecia y en Egipto. Los jugadores se hicieron con sendas ramas de da-vidia y Felipe, hábil, proporcionó una pelota de trapo. Los jugadores golpeaban la sphaira con los improvisados bastones o sticks e intentaban introducirla entre dos determinados árboles. Andrés fue el árbitro. No salía de mi asombro. Nunca imaginé al Hijo del Hombre, en taparrabo, corriendo detrás de una pelota de trapo, gritando y animando a sus compañeros, golpeando la sphaira, y protestando las decisiones del árbitro. Jesús era un excelente regateador. A pasar de su corpulencia disfrutaba de una magnífica cintura, y sus piernas eran puro músculo. Dos horas duró el keri. El equipo del Maestro, formado por la tabbah (la escolta personal: Simón Pedro, Juan y Santiago de Zebedeo) y los gemelos de Alfeo, ganó por un aplastante 25 a 3. Un buen número de seguidores se acercó al claro y aplaudió muchas de las jugadas. Tras un largo baño, el Zelota dispuso una nueva distracción: el harpastón, un rudimentario rugby, en el que cada equipo trataba de cruzar una línea imaginaria con la pelota en las manos. En esta ocasión, los equipos se vieron incrementados por voluntarios del público. Y empecé a ver cosas raras. Los placajes a Jesús eran tan numerosos como desmedidos. Y siempre eran llevados a cabo por los mismos jugadores: dos o tres tipos de la Perea. El Maestro fue derribado violentamente en varias oportunidades. En una de ellas se golpeó con una piedra. La ceja izquierda resultó abierta. Manó sangre y los discípulos se asustaron. El partido fue interrumpido. Felipe limpió y curó la pequeña herida y el Galileo fue obligado a abandonar el juego. El Hijo del Hombre protestó, pero Andrés, el árbitro, lo obligó a sentarse con el público. Aquellos individuos, los de los placajes, me resultaron familiares. ¿Dónde los había visto?


Y de pronto recordé. Eran seguidores de Yehohanan. Quien esto escribe coincidió con ellos en el vado de Josué. Se encontraban entre los que acudieron a Jericó, con motivo de la protesta por el secuestro de los discípulos del Bautista. Esa misma tarde llevé a cabo una gira de inspección por la zona de las lajas y comprobé que estaba en lo cierto. El número de seguidores aumentó sensiblemente. Llegaban a todas horas. Procedían de la Perea y de la Judea. Eran familias completas. Reconocí a muchos simpatizantes del Anunciador. Tuve un presentimiento. La presencia de aquellos seguidores no me gustó. La mayoría, como ya mencioné en su momcnlo, eslimaba que Yehohanan era el verdadero Mesías libertador. Jesús era un impostor. Y empecé a comprender el porqué de los violentos e in necesarios placajes al Galileo. La jornada, sin embargo, terminó tranquila. Jesús, con un aparatoso vendaje en la cabeza, fue el primero en reírse de sí mismo y de su aparente torpeza. Nos miramos en varias ocasiones y ambos supimos de los pensamientos del otro. Pero ninguno dijo nada. Nadie sospechó... Simón,el Zelota, fue felicitado. El día resultó una delicia, en general.


Magos de Oriente Texto: Enrique Ballesteros

Cada 6 de enero la leyenda de los Magos de Oriente inspira a gran parte del mundo occidental. En México los niños esperan con ilusión el cumplimiento de sus deseos con la llegada de estos tres seres espléndidos que, según cuenta la tradición, fueron a brindarle regalos al recién nacido Jesús de Nazaret. Muchas veces las coincidencias nos llevan a contar historias que se asocian caprichosamente. Lo que les quiero relatar es que un Gaspar, un Melchor y un Baltazar le dieron grandes regalos al futbol mexicano en la tercera década del siglo XX. En similitud con la bella leyenda, los tres llegaron de oriente, la gran estrella luminosa los guió hasta estas tierras. Gaspar fue un mago en toda la extensión de la palabra. Melchor fue un gran sabio generoso y Baltazar un caballero honesto y bondadoso. Los tres llegaron por intuición y coincidieron en los escenarios consagrados al balompié. Desde luego que no estamos hablando de los Santos Reyes. Nuestros personajes, cuyos nombres evocan a aquellos, fueron de carne y hueso y sus historias nutren de héroes y gestas a nuestro olvidadizo futbol. Gaspar Rubio arribó en barco y vestido de blanco, el blanco inmaculado del Real Madrid que visitaba México por primera vez en 1929. Le decían el Mago por su extraordinaria calidad en el manejo del balón y sus goles increíbles. Ese mismo año, él fue uno de los responsables de la primera derrota de una selección inglesa fuera de la isla, cuando España les venció cuatro a tres. Cuenta su propia leyenda que México lo encantó hasta el

punto de escapársele al equipo merengue, con la firme intención de echar raíces en este lado del océano. Jugó con el Real Club España la temporada 1930-1931 y aunque volvió a España, en 1957 se estableció en nuestro país hasta el día de su muerte, el 3 de enero de 1983. Aquí fue entrenador del América, del Atlante y del Toluca. Su gran regalo fue ese inmenso amor que siempre derramó en tierras mexicanas y esa temporada donde impartió cátedra en el manejo de la pelota. Melchor Alegría llegó con la selección vasca en 1937. Esos fenómenos del futbol que partieron de casa con el dolor de la guerra y que se abrieron camino desplegando un futbol excelso. En México jugaron una temporada de liga y son recordados como el Euskadi. Melchor era su delegado, una especie de padre sustituto de esos chamacos portentosos que se volvieron familia. Su gran regalo fue relatarle al mundo las andanzas de esta selección vasca que cambió el destino del futbol nacional. Murió tras una larga vida y todos sus descendientes son mexicanos. Uno de sus nietos, Alfredo, se hizo famoso en la década de los ochenta con un personaje llamado Lenguardo que formaba parte del programa de televisión Cachún Cachún Ra Ra. Baltazar Junco llegó mucho antes. Prácticamente este empresario hispano les abrió las puertas a los otros dos. Si a México llegaron equipos extranjeros a jugar fue gracias a él. Si el nivel de juego alcanzó la línea del gran espectáculo fue gracias a él. Fue un hombre que arriesgo su fortuna personal por el bien del futbol y por el simple placer que a él le generaba cuando la pelota se convertía en el centro de su universo.



El otro lado del bal贸n

MMXII


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