De Pueblo en Pueblo 2016

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Antología de una región que escribe Escritores de pueblos y ciudades que integran El Ente Cultural Santafesino

ENTE CULTURAL


Prohibida la reproducciĂłn total o parcial de esta obra por cualquier medio sin permiso del Ente Cultural Santafesino 2016- Ente Cultural Santafesino www.entecultura.com.ar DiseĂąo: Ezequiel H. Gioannini


Índice Orden alfabético por Usina y Localidad

USINA I Aldao Armstrog Correa El Trébol María Susana Montes de Oca Pueblo Andino San Jorge Sastre Tortugas

8 10 11 12 22 24 33 34 38 42

USINA II Ataliva Bella Italia Esperanza Felicia Grutly Sur María Juana Moisés Ville Pilar

46 50 54 59 68 71 75 79


USINA III Carreras Chovet Godeken Hugles Santa Teresa Wheelwright Zavalla

92 94 98 112 115 118 122

USINA IV Gรกlvez Monte Vera Recreo

125 127 132

USINA V Ambrosetti Arrufรณ Ceres Monte Oscuridad San Guillermo Suardi

135 136 138 140 142 148

USINA VI Tostado

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USINA VII Alejandra Romang Villa Guillermina

171 177 178


LA ESPERA

Junio En la tarde lenta de domingo con la suave melodía de antiguas canciones que rememoran historias lejanas, a través de un vidrio húmedo que separa el devenir de la vida, en la ruta cargada, desgastamos las horas en profundas miradas. Nada que decir. Afuera, una mujer en la carretera ansiando seguir, de una mano amiga, que la acerque a destino; al igual que nosotros, agonizando en la espera hacia el próximo desafío.

Autores: DIP. CLAUDIA GIACCONE – MADRINA y PTE. LEONARDO CARROZA ENTE CULTURAL SANTAFESINO


PRÓLOGO La intención de esta nueva convocatoria consiste en rescatar aquellos mitos urbanos que atesoran las distintas comunidades de nuestra provincia y que han sido trasmitidos de generación en generación. A lo mejor sucedieron realmente, pero nadie parece haber sido testigo, razón por la cual, lo verosímil se hace improbable y termina siendo aceptado como cierto en sus lugares de arraigo. El mito es una expresión tan antigua como la cultura misma y su estructura se aloja en nuestras mentes así como nuestros miedos y anhelos. Se expresa con formatos nuevos, adaptados a la época, se recicla con el tiempo y hasta, a veces, aparecen otros nuevos. El mito urbano es un deseo colectivo, una esperanza; otras veces, un temor, una premonición. En estas producciones aparecen también leyendas urbanas, aquellos “personajes” conocidos, apreciados y admirados por todos que, por alguna particularidad especial, se los considera “un mito” de la localidad o región, como así también lugares emblemáticos que encierran historias, anécdotas o algún momento trascendental del relato cotidiano del lugar. Las mismas fueron incluidas en esta edición porque se han considerado las distintas interpretaciones de la expresión “mito urbano” manifestadas por los autores, teniendo en cuenta la sutil diferencia que existe entre los términos mito y leyenda. Te invitamos a degustar de estos escritos, a saborear el más rico de los manjares… AGRADECIMINETOS Nuestro más sincero agradecimiento a la Diputada Provincial Claudia Giaccone por su ferviente compromiso de fomentar y difundir las expresiones literarias de nuestros escritores santafesinos, con la genuina idea de ensanchar un espacio de cultura y de afecto, sin diferencias que nos separen, sino con las bellas creaciones que nos acercan. Queremos agradecer a cada uno de los autores y autoras porque estas páginas son el resultado de sus sueños puestos de manifiesto en cada una de las expresiones literarias de su comunidad, con el apoyo de los gestores culturales para que vuelquen sus deseos, sus afectos, su creatividad en pos de este proyecto común: Voz plural que transite nuestro suelo santafesino como un modo de trascender y dejar testimonio de la historia contada. Catalina Serdarevich - M. Cristina Perret – Ezequiel H. Gioannini


Antología de una Provincia que escribe

ALDAO ARMSTRONG CORREA EL TRÉBOL MARÍA SUSANA MONTES DE OCA PUEBLO ANDINO SAN JORGE SASTRE TORTUGAS

USINA l Escritores de pueblos y ciudades que integran el Ente Cultural Santafesino

DE PUEBLO EN PUEBLO

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EL PERRO, EL MÁS GRANDE Y FIEL AMIGO DEL HOMBRE Vi la luz en un apacible y pequeño pueblo, de calles polvorientas, pobladas de árboles que en primavera es un deleite para el oído, escuchar el canto de los pájaros. Este pueblo cuyo nombre es ALDAO, está situado en el departamento San Lorenzo, Provincia de Santa Fe. Fue el lugar de mi niñez y viví hasta los veintisiete años. Luego por motivos de trabajo me trasladé a la ciudad de Rosario, distante cuarenta kilómetros de mi pueblo natal. En los pueblos, el otoño anda más lento, el crepúsculo llega temprano y no quiere marcharse, el tiempo pasa con paso campesino en el vasto escenario de la vida y durante veintisiete años en reuniones familiares con mis abuelos, padres, tíos, hermanos, solía escuchar narraciones de hechos verídicos que sucedieron y sucedían en la zona. Una de ellas es la que más guardo en mi corazón: “El perro” el más grande y fiel amigo del hombre, esta historia verídica acaeció en la localidad de Jesús María -Timbués-Santa Fe, a cinco kilómetros de mi pueblo, en el camino real que lleva al cementerio compartido. Este se encuentra casi sobre la margen del río Carcarañá, muy distante de Jesús María y de Aldao, como si se quisiera alejar a los muertos, temiendo tal vez que pudieran regresar a ambas localidades. A la vera de ese camino, en pleno campo, vivía el señor Nicolorich, con su única compañía “el perro”, el cual tenía por costumbre visitar con frecuencia el bar del pueblo, por lo tanto colocaba las monturas al caballo y lo ataba al sulky. Único medio de transporte en el campo en aquellos tiempos - años 1890 al 1895- y se dirigía en compañía de su perro a jugar a las cartas naipes- con sus amigos pueblerinos, regresando al campo por la noche, a su lado el fiel compañero, así transcurrían los días, meses, años, siempre igual. Pero un día, el fiel compañero llegó solo al bar, ladraba, entraba, salía como indicando que algo sucedía. En los primeros momentos, los amigos del señor Nicolorich no prestaron atención 8


a esa actitud. Al ir pasando los días y al ver que el perro regresaba sin su amo y siempre con la misma actitud, los amigos decidieron ir hasta el campo, donde con sorpresa encontraron el cadáver de su amo, fallecido tal vez por un ataque al corazón. Se realizaron las exequias, el fiel compañero siguió firme al lado del féretro hasta que fue sepultado. El guardián del cementerio observó que sobre la tumba del señor Nicolorich estaba acostado el perro, sin moverse de allí. Lo sacaron, lo alimentaron y le dieron de beber, pero el animal volvió al lugar y murió de tristeza, hambre y sed. Los amigos decidieron construir un mausoleo y sobre la tumba, en homenaje a tanta fidelidad, en la parte superior y al lado de una gran cruz, fue colocada una estatua hecha en mármol, del perro como custodiando a su amo. No hace mucho tiempo manos anónimas robaron la efigie del perro; hoy la tumba no parece la misma, la ausencia de la figura del perro, le ha quitado vida a la muerte. Ojalá este ejemplo de amor y de fidelidad entre un animal y un hombre pueda ser imitado en la convivencia de los seres humanos, será una utopía pensar que esto sea una realidad: No lo sé. Permanentemente recuerdo a mis hijos y nietos este hecho, cada vez que paso frente a esa tumba siento una gran emoción dentro de mí, pensando en la angustia de ese perro, que no pudo expresar con palabras lo que sentía y entregó su vida para demostrarlo. ELVIO ÁNGEL LENTINO ALDAO

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HOY DUERMO LA SIESTA Me veo de pequeña corriendo a todo lo que dan mis piernas flacas. Siento cómo me salta el corazón en el pecho y el terror que me empuja hacia la seguridad de mi casa, a los brazos de mi mamá. Llego y me cuelgo de su cuello, permito que su voz me tranquilice mientras me acaricia los cabellos y dice: ¿Qué le pasa a mi niña? Todavía no puedo decírselo, no recupero el aliento. Estaba jugando en la plaza cuando alguien divulgó la noticia a viva voz: ¡Los gitanos, llegaron los gitanos! y nos desparramamos llenos de espanto por los cuatro puntos cardinales, asegurándonos refugio. Sabía, como sabían todos, que los gitanos roban niños en el silencio de la siesta, por eso no hay que salir de casa a esa hora en que el sol cae a plomo sobre cada casa, cada calle y solo se ven algunas pequeñas lagartijas, quizás algún perro vagabundo…y ¡los gitanos, por supuesto! acechando en busca de niños escapados de la siesta. Llegan con mucha alharaca, buscando un sitio donde ubicar sus carpas y vehículos y se instalan provocando la curiosidad del vecindario por su misteriosa forma de vida. Por unos días, mujeres con largas faldas de colores y tintineantes abalorios recorren las calles del pueblo buscando incautos a quien leerles la suerte en la palma de la mano y emitiendo maldiciones en un lenguaje extraño a los que se atreven a desairarlas. Entre ellas, un grupo de chiquilines -¿sus hijos?- descalzos y de mirada vivaz, corretean y se empujan ajenos a las miradas desaprensivas de los transeúntes. Los hombres, todos con trajes, corbatas y sombreros de paja se entreveran en turbios negociados vaya uno a saber con quién, mientras fuman sus eternos cigarros de color indefinible. Son el cuco de los chicos. Han roto nuestra paz pueblerina, nuestro juego despreocupado… ─ ¿Qué le pasa a mi niña? ─Hoy duermo la siesta, mamá. TERESITA LUCÍA GIULIANO ARMSTRONG 10


LA LLORONA El viento gime entre los pastos resecos por el invierno. La noche se tiende por los campos cuando todo parece dormido y solo se escuchan los grillos. Dicen que alejándose y acercándose, una voz lastimera llama... Cargada de soledades, avanza con un singular paso siniestro. Es la Llorona, así la han llamado las abuelas... Con vestido blanco de seda, se mueve al compás de su agonía de madre eterna. La viajera de las orillas de las calles, que en alguna callada noche atraviesa quejumbrosa y desgarrada de terribles gritos que paralizan la sangre. Es una voz que vaga como el remanso de un río buscando algo que ha perdido... Atemoriza, interrumpiendo el silencio con su gemido eterno deslizado en medio de la tranquilidad. Desde la profundidad de la noche, acompaña a la tempestad por donde el espectro sigue avanzando en procura de su pasado.

DAMIAN BERNABEI CORREA

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A LA HORA DE LA SIESTA Estaba cumpliendo un sueño, recorrer nuestra Patagonia. Cómodamente ubicada en el primer asiento del ómnibus, me maravillaba esa vista panorámica, estábamos llegando a Esquel. Conocía ese lugar, lo habíamos visitado cuando nuestros hijos eran niños. Hoy volvía sola. Sobre el cielo, se recortaban los picos de la Precordillera, pinos, cipreses, un juego de verdes y sombras en el instante en que el día ruborizado con rojos, naranjas y violáceos escapaba de la noche. El hotel era hermoso y el contingente apuró la cena y el descanso. Esa mañana, el itinerario señalaba un paseo de todo el día, pero decidí no acompañarles para poder caminar y deleitarme con la sacralidad de ese silencio. Llegué hasta la orilla del lago, me descalcé para que las piedras erosionadas de esa playa besaran las plantas de mis pies y me acomodé en un hueco tapizado de hierbas entre dos rocas. Octubre era una fiesta de árboles, arbustos y muchas flores. Soplaba un viento suave, las ramas hamacaban un saludo. Detuve la mirada sobre el agua y descubrí que flotaba un pequeño objeto de color. Era un chupete rosado. ¿Cómo había llegado ahí? Mi imaginación empujada por esa ventisca que se acentuaba, voló con las alas del recuerdo muy lejos hasta la llanura de mi amado suelo santafesino. Allí se ancló exactamente a la hora de la siesta pueblerina. Me vi niña abrazada a mi muñeco nuevo con cabeza y miembros de yeso pintado, era casi un bebé, un regalo que me hicieron ese día para esa infancia con pobreza, pero feliz colmada de amor en el entorno. Doña Secundina era mi amiga, una viejecita dulce y cariñosa que me mimaba regalándome pastelitos, rosquitas, caramelos y me contaba cuentos de nunca acabar. Fui llorando a su casa con mi queja, ella me comprendería. ¿Qué pasa mi niña? me dijo dulcemente. Mamá me obliga a dormir la siesta y yo no quiero hacerlo porque mi bebé me necesita. Secundina me dio unas trencitas de hojaldre almibaradas, me hizo sentar a su lado y comenzó su relato. Aunque no duermas quédate adentro quietecita porque dicen que existen las brujas y los brujos de la hora de la siesta, que vuelan montados en el viento cuando todos duermen y si encuentran niños solos fuera de la casa, los llevan con ellos. Las brujas llevan niñas para

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hacerlas crecer como brujitas y los brujos hacen lo mismo con los varoncitos. Tienen nombres raros como Birunda, Picú Pico, Naky, Satanila…Llevan caramelos, muñecas, chupete para calmarles el llanto cuando se los llevan. Asombrada y siguiendo su consejo dejé mi bebé para que durmiera en “mi casita” a la sombra de un peral y me acosté como siempre. Nunca dormía, descubría figuras en las manchas de humedad de la pared, trenzaba los flecos de la colcha, cuchicheaba con Mimí mi amiga invisible, pero ese día extrañaba a mi bebé y me escabullí silenciosamente para llegar a él. Mamá dormía profundamente. Afuera soplaba un viento bastante fuerte y me acerqué al muñeco convencida de que dormía. Una ráfaga, desprendió una pera que cayó sobre la cabeza de mi niño, haciéndola trizas. Paralizada por el ruido, solo vi los trozos de yeso sobre el suelo. El miedo y la culpa me oprimieron el pecho como nunca. ¡Eran las brujas, eran las brujas! Venían a buscarme, corrí descalza hasta mi lugar en la cama, me acurruqué como un ovillo sintiendo cada tic tac de mi corazón hasta dormirme. Desperté sorprendida viendo sobre mí la sonrisa de mi madre y de mis hermanas preguntándose la razón de un sueño tan largo a esa hora que me robaba momentos de juego cada día. Cesó el desfile de imágenes de esa infancia en mi memoria. Recorriendo mi país evoqué una historia de vida, mezcla rara de realidad y fantasía, de esas que se van sembrando en el tiempo, el saber popular en cada espacio. El viento era molesto y frío sobre el lago, el chupete rosa se había alejado bastante envuelto en su misterio, con una sonrisa recogí piedras pequeñas, lisas, ancestrales y comencé a arrojarlas con fuerza para que al caer dibujaran círculos concéntricos sobre el espejo de agua. Brujas y brujos eran recursos a los que echaban mano las madres para protegernos en esa soledad de la siesta. Puedo sentirme niña cuando quiera. A pesar del tiempo las emociones no cumplen años y hoy puedo tener la edad que ellas me señalan. MARÍA TERESA RAMOS EL TRÉBOL

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EL CUENCO ENCANTADOR Noviembre se presentaba bañado de tibieza. Las flores engalanaban con fuerza los jardines del pequeño pueblo, mientras los ceibos de la colorida plaza sangraban su esencia. Nahuel arribó al lugar luego de cuatro horas de viaje. El místico pueblito, siempre lo había seducido. La tercer noche de estadía decidió acercarse al poblado caminando. A lo lejos, una armoniosa melodía inundaba la serenidad del momento. Un sonido único era panacea para su mente y una atrapante señal para su corazón. Poco a poco, fue acercándose a la casa donde provenía esa misteriosa música. Miró a través de los cristales de una de las ventanas y allí la vio. Quedó contemplándola por minutos. Estaba sentada como un Buda, llena de pureza. Un tul blanco cubría lo que aparentaba ser un esbelto cuerpo. Con un cabo de madera, frotaba el borde curvo de un gran cuenco de cristal. Ella dirigió su vista hacia afuera, divisó un delgado rostro que la observaba. Al verlo, no se sorprendió, tomó un largo sorbo de una taza que reposaba sobre una mesita, e hizo un gesto con su mano derecha, invitándolo a pasar. El ingresó a la vivienda tímidamente. Ven, puedo ayudarte en algo? Gracias, no quiero incomodar, solo estaba por aquí y me sentí atraído por el maravilloso sonido que emana ese cuenco que frotas. Es hermoso lo que haces. ¿Cómo te llamas? preguntó el forastero. Una sonrisa surgió sutil, dibujando dos pequeños hoyuelos en el rostro de la dama. Nura, contestó, mientras se acercaba a él. Una cabellera larga se mecía en sus perfectas curvas y sus ojos negros, parecían dos ventanas hacia el infinito. ¡Nura?, es bellísimo, pero raro, respondió el visitante. Por qué eligieron ese nombre tus padres? qué origen tiene? Bueno, según cuenta una vieja leyenda, era el nombre de una princesa de un antiquísimo pueblo originario. Se dice que era muy bella y tenía el poder de dominar las fuerzas de la naturaleza y los cielos. De esa manera, protegía a su pueblo de todos los males. Además, podía enamorar a quien quisiera para luego desaparecer con la pareja elegida. Y tú, cómo te llamas? Respondió Nahuel. Ven siéntate, quieres compartir una taza de té? Eres lugareño o has venido por un poco de tranquilidad? Simplemente he venido por unos días de paz, pero cada momento que pasa, tengo menos ganas de volver a mi hogar. Este terruño es muy atrapante. La joven respondió: Sí, este lugar contiene

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todo lo que buscas, es un incesante hacedor de armonías que nutren la existencia y el alma. Hace muchos años llegué y nunca más me fui. Nahuel, mirando el azabache de sus ojos preguntó, cómo logras hacer tan bella melodía, solo con un trozo de madera y ese cuenco? Ven, siéntate aquí, a mi lado, verás que tú también puedes hacerlo. Ella tomó las manos de Nahuel, él sintió la suavidad de su piel junto a una mezcla de ternura que no llegaba a comprender. Cierra tus ojos, comienza a frotar suavemente el contorno del cuenco, deja que el sonido surja. Nahuel asintió. De pronto, el cuenco comenzó a dar su fruto, pariendo y derramando dulzor desde su mismo vientre. Esa etérea melodía los fue envolviendo a ambos y en una mística unión de aromas y sonidos, experimentaron diversas vivencias que ensamblaron sus solitarias vidas. Nahuel seguía sin entender lo que estaba pasando, pero su corazón le decía que todo estaba bien. Nura, realmente no sé lo que pasa, pero es evidente que te conozco, es más, creo que nos conocemos de siempre. Ella quedó mirándolo a los ojos y mientras acariciaba su rostro, detuvo su dedo índice sobre los labios de Nahuel, seguro que sí amor, pero esta vez, nada ni nadie podrá separarnos. Tomados de la mano, eran dos ríos mansos que de pronto comenzaron a danzar hasta ser torrentes turbulentos y sobre una gran alfombra púrpura, unieron sus aguas en cuerpo y alma. Las palabras se fueron, dos corazones volaron más allá de la imaginación y en un enredado vuelo, germinaron las ardientes semillas de lo sagrado. Experimentando lo sublime, quedaron flotando en la pureza del pecado. Desde esa noche, nunca más se los volvió a ver. Solo una hermosa y humilde casita de troncos y piedras quedó solitaria. Un copioso jardín con lavandas se mece entre suaves perfumes. Mudo testigo que permanece violáceo y glauco, como diciendo, yo sé dónde están. El largo hilo de la urdimbre del tiempo, siguió tejiendo historias y misterio. Por las noches de luna casi llena, se escucha la suave melodía del misterioso cuenco encantador, como hábil anfitrión invita a solitarios corazones a ceremoniales encuentros. RICARDO H. DESUMVILA EL TRÉBOL

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¡AVE MARÍA PURÍSIMA! EN LA ESTANCIA SAN ANDRÉS… Varios días se tardaba para juntar la hacienda en la Estancia San Andrés de tan grande que era. Pertenecía a Centeno, tocaban sus tierras a El trébol y Las Bandurrias también. Por eso, contrataban gente de la Feria de Ferrero para trabajar. Cuatro o cinco días demoraba la tarea. Eso sí, antes de salir de El Trébol hacia la Estancia, se decían unos con otros: Esta noche llega el gaucho, esta noche llega el gaucho… ¡Ave María Purísima, que Dios te tenga en la gloria y en paz descanse! El galpón era grande. Dos hileras de camas turcas, al estilo militar, estaban ubicadas una al lado de la otra prolijamente. Sin embargo, faltaba una; faltaba la última. Y el piso de adoquines de madera indicaba que en algún tiempo había habido una cama más. Los hombres de a caballo dormían cada una de las cuatro o cinco noches que duraba el trabajo de recoger la hacienda, precisamente en ese galpón. ¡Ave María Purísima, que Dios te tenga en la gloria y en paz descanse! Era medianoche. Se escuchó el galopar de un caballo y justo frente al portón del galpón se sintió la coscoja del freno. Desensilló. Y al galope nuevamente el caballo se fue…Se abrió el portón y un viento frío como de tormenta, pero sin tormenta empolvó las mantas de los catres y apagó las velas. El ruido inconfundible de la argolla de la cincha arrastrándose de cama en cama resonó terroríficamente sobre los adoquines. Y en el rincón, justo donde faltaba el último catre, tiró el recado… ¡Ave María Purísima, que Dios te tenga en la gloria y en paz descanse! Los hombres de a caballo, rudos, fuertes, acostumbrados a todas las inclemencias y avatares de la vida del campo; esos hombres que no le temían ni a los truenos, ni a los barriales, animales ni alimañas…se taparon la cabeza para no ver y alguien balbuceó: ¡Ave María Purísima, que Dios te tenga en la gloria y en paz descanse! Nunca más entraron al galpón. Prefirieron correr a los ratones y comadrejas de una vieja tapera mugrosa y fría, tirar las mantas sobre el piso de tierra y dormir allí. Aun así, en la Estancia San Andrés, frente al galpón, cada noche desensillaba un caballo. Pero en la tapera nadie entraba. Solamente una brisa que apagaba las velas. John Thomas -tal vez se llamaría el inglés- que temporariamente fuera encargado de la Estancia…o George…o Jackson…pero para todos

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había sido EL INGLÉS. Había sido en esos tiempos, sin tiempo, cuando las deudas y las ofensas se resolvían con un filo de acero ensangrentado, varios tragos de whisky y la ceguera del rencor, cuando un empleado y un delegado del patrón que vivía del otro lado del mar, en Europa, más precisamente en las Islas Británicas, delegó a un encargado el buen cuidado de sus finanzas. Tal vez, se enfrentaron por una traición de polleras o deudas de juego regadas por la soledad y botellas de alcohol… Pero algo había salido mal. El Inglés sigue con su alma en pena por las noches en la Estancia San Andrés. Y si, Usted, distraído viajero, pasa por el camino que va a Centeno o rodea los cuadrados que dan a Las Bandurrias o El Trébol procure no detenerse…y si eso ocurre, encomiéndese y diga: ¡Ave María Purísima, que Dios te tenga en la gloria y en paz descanse!

JAVIER VILLARREAL EL TRÉBOL

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EL HOMBRE DE LA BOLSA Lo que decían de él me lo habían contado. Algunos lo creían, en ciertos barrios le habían visto despuntar la siesta bajo los árboles de la vieja estación, justo entre los palos del cartel con el nombre del pueblo. Estas antiguas dependencias guardan sus secretos, este por ejemplo entre otros. Vaya a saber quién lo había bautizado con ese nombre. Nadie nunca, nadie recuerda haya conocido su procedencia, su verdadera historia. Tal vez era una pena de amor que lo hacía vagabundear por las orillas de los pueblos. Recuerdo los sermones de mamá, como si me los hubiera dicho ayer a la tarde: ¡Terminá la tarea! ¡Dejá de morder el lápiz! ¡Presten atención cuando andan solos por la calle! ¡Si no se toman la sopa les prometo que le aviso al hombre de la bolsa! ¡¿El hombre de la bolsa?! Era octubre y era martes y esa tarde iba hasta lo de Pedro para jugar a la pelota en el campito. A mí me gustaba hacer goles y tanto me gustaba hacer goles que aquella tarde olvidé hacer la tarea. Evoco ese momento y recuerdo otra vez las palabras de mamá. El arco, el campito y la pelota eran más importantes para mis sueños de pibe que recordar al hombre de la bolsa. Después del tercer gol que le hice al pobre Pedro, lo vi venir...!!!! ¡Lo vi! Era cierto, era viejo, estaba caminando por las vías, traía un jarro viejo entre las manos como pidiendo agua y se acercó lento, cansado, silencioso, casi no nos vio. Yo me escondí detrás de Pedro que era bastante grandote y recordé de inmediato ¡mi tarea! No me podía estar pasando eso a mí. Me lo contaron, lo imaginé, lo soñé, me asusté y el hombre de la bolsa dejó de ser un misterio. Decían que se llevaba los niños, decían que le robaba las naranjas a Doña Elvira, decían que era malo, que no había que tener ni malos hábitos, ni malos pensamientos, ni malas notas porque decían esto decían aquello decían lo de más acá, lo de más allá y que sé yo cuántas cosas más decían. 18


Crecí sin saber realmente si era un alma aparecida, una verdadera historia, una alucinación , el hombre de la bolsa, el hombre de la bolsa, el hombre de la bolsa, te va a llevar.... te va a llevar , te va a llevar! Pobrecito, no sabía nadie en casa aun que una tarde nos animamos con Pedro y lo seguimos, de lejos de cerca a cuatro o cinco pasos de diferencia, nada más que por si acaso y una vez más se cansó, se acomodó entre los palos del despintado cartel con el nombre del pueblo que tal vez podría ser El Trébol, o cualquier pueblo y despuntó su siesta. Vuelvo atrás en el almanaque que me abraza la memoria y siento ese comentario callejero y cotidiano de mi infancia, pero yo por lo menos lo vi. A mí no me lo contaron, no me lo pueden discutir, no se habrá llevado los niños, no habrá caminado por las calles del pueblo, ni se habrá robado las naranjas de Doña Elvira, no tenía cara de malo para asustar a nadie, pero yo por lo menos ¡Lo vi! Dejé mis recuerdos de niño entre los libros de noche, cerré mis ojos y volví entre sueños por los goles que le hacía a Pedro.

SILVIA LUCIANO EL TRÉBOL

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CARANCHO Carancho salió del puesto distante unas cuatro leguas, montao en su moro pampa pasuco y de buena rienda. Dicen que allá lo esperaba una hermosa bolichera, hija del Cabo Mansilla para el padre, su princesa. Dicen que cerca del monte lo vio el Jacinto Pereira, pañuelo echao a la espalda sobrepaso por la huella. Historias las de mi pago. Carancho de suerte perra, no hallaron ni su caballo. Ya no está ni la tapera. En el silencio sagrado, la tarde estira la pena de unos ojos ya cansados y un corazón que no cesa. Sarita sigue esperando al hombre que nunca llega. Sigue mirando el camino con su blanca cabellera.

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Nunca más se supo nada. Nunca se habló de su ausencia. Carancho nunca llegó ni al pueblo, ni adónde fuera. Pero el monte no se calla dicen que en noches de luna por entre las cina-cina se oye un quejido que aterra. Se ha perdido hasta el camino. El monte no está alambrado y la hacienda de la estancia bala, bufa y lo rodea. Misterios de mi llanura convertidos en leyendas. NESTOR “WILLY” MUSACHI EL TREBOL

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QUÉ TIEMPOS AQUELLOS Le doy gracias a la vida que me permite este momento volver atrás en el tiempo…aquel bello tiempo de la niñez donde carecíamos, quizás, de muchas cosas que hoy están al alcance de cualquier niño…pero nuestra ingenuidad nos permitió ser felices con lo poco que poseíamos. Nos alegrábamos cuando recibíamos la visita de los abuelos, de los primos, porque en esa rueda de visitas alrededor de una mesa, nos sentábamos en los bancos de madera y seguramente frente a un pocillo de mate cocido, nos deleitábamos con lo que los mayores nos contaban. Viejas historias de Italia y no faltaban las de aquí de la zona a la que estábamos muy atento porque surgían esos relatas mágicos de la luz mala, los aparecidos que según los sabedores de esa época aparecían frente a un monte perteneciente a la estancia La Victoria, a unos quince kilómetros del pueblo. Muchas personas aseguran haberlos visto y que eran verdaderos. De tal forma era tal el relato que nos compenetrábamos en la historia y luego no nos animábamos a salir afuera. Cuando nos mandaban a buscar agua nunca traíamos el balde lleno, porque volvíamos corriendo y se volcaba o en nuestro apuro llenábamos a la mitad, porque decían que en noche de luna llena salía el Lobizón. Nuestra imaginación nos tenía a mal traer pensando que de un momento a otro éramos partícipe de ese encuentro. Creo que un poco era la ignorancia de los mayores que, sin dudas, no se daban cuenta de que crecíamos llenos de miedo. Entonces, no había computadoras, celulares, televisión. Solo una radio donde escuchábamos la novelas con suerte, pues debía soplar el viento para poder cargar el acumulador. Pero teníamos tantos sueños y proyectos y nos conformábamos con pensar en una mañana venturosa. Debo resaltar nuestras habilidades, confeccionábamos nuestros juguetes simples, como moldear muñecas de barro y porque no, soñar con ese príncipe azul. 22


En algunos se dieron las cosas que en otros, no, pero la vida es bella si uno conserva esos buenos recuerdos de nuestros juegos, el cariño de los abuelos, primos y amigos que hoy a pesar de la tecnología, todo se va perdiendo. Me quedo con aquello, la alegría de las visitas y sentir el aroma del mate cocido sobre la mesa y compartiendo esos tiempos…aunque simple e ingenuos los llevo en mi corazón. ANGELA GIULIANI MARÍA SUSANA

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ESTIMULO Un estímulo que no cesa inquieta mi mente mareada. Con espacio indiferente, la ventana entreabierta deja que el aroma a jazmín perfume la habitación obsoleta. Como sombra una imagen deambula por los cuatro rincones. Hundida en la almohada quiere esconderse mi cabeza, pero es más fuerte la necesidad de querer ver un rostro, una sombra; aunque frustrado por la ansiedad puedo imaginar su escape por la ventana. Afuera entremezclada la luna de estrellas, mira fijamente a este cuarto dejando entrar su brillo para que la oscuridad no sea tan densa. Como un mito no contado, sigue ese estímulo que no cesa; cierro los postigos, antes apenas abiertos, giro mi cabeza apagando los ojos y algo sucede, no veo sombras, pero tampoco huelo a jazmín.

EZEQUIEL H. GIOANNINI MONTES DE OCA

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GARITA Una noche, tres mujeres, en camino a otra ciudad, presenciaron una escalofriante aparición tan fácil de describir. Cabello largo, color negro y una túnica blanca por debajo de sus pies. Su rostro era tan transparente que no se podía distinguir. Lágrimas invadieron sus ojos en aquella noche de otoño. Sin saber si creer en ese hecho extraordinario de un fenómeno sobrenatural en una parada de colectivos de Montes de Oca, entre la ruta y la vereda. Todos comentaban sobre ello, pero pocos tuvieron la desdicha de encontrárselo. ¿Seguirán su camino o se pegaran la vuelta? Una historia que se esfumó en el aire de aquel encantador y lejano pueblo.

MAIA AIMERI MONTES DE OCA

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CEIBO Cuando en 1888 se fundó Montes de Oca, los primeros habitantes del pueblo plantaron un ceibo en la Plaza principal “San Martin”. Este árbol tiene algo raro; no florece en la primavera, estación en la que debería florecer sino que lo hace en el día del aniversario de la fundación del pueblo. Muchos comentan que es un ceibo raro porque sus flores aparecen ese único día y al día siguiente ya no tiene ninguna flor y ninguna hoja que lo cubra. Turistas visitan el pueblo en el día de su cumpleaños por el mismísimo y rarísimo ceibo. Todos sacan fotos junto a él guardando como recuerdo tan maravillo hecho. Muchos habitantes de Montes de Oca no creen en este suceso, pero otros, profesan esta creencia y están llenos de felicidad cuando este triste árbol de la plaza se llena de hojas y bonitas flores todos los 18 de Enero en el día del cumpleaños del pueblo. SANTIAGO GIULIANO MONTES DE OCA

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UNA NOCHE CUALQUIERA Una noche, Ángela y Andrés decidieron hacer algo diferente sin saber lo que les esperaba. Andrés esa noche le robó la llave del auto a su padre para llevar a Ángela al campo. Ángela se enteró de la noticia y se preparó muy ansiosa. Llegada la noche, Andrés pasó a buscarla con una sonrisa en el rostro imaginándose la hermosa noche que iban a pasar juntos. Al llegar a ese lugar tan esperado, se ubicaron en el asiento de atrás y comenzaron una larga charla. En medio de esa conversación tan interesante surge un tema en el cual cuenta Ángela que su padre le había relatado anécdotas escalofriantes sobre ese lugar. Allí ocurrían cosas raras y se escuchaban terribles ruidos. Nunca se supo si realmente algo ocurrió allí para que esto suceda, pero muchos campesinos que cuidaban del lugar lo manifestaron. Al escuchar esto, a Andrés se le erizó la piel y su respiración fue rápida y profunda, en ese instante se oyó como un llanto muy aterrador en frente del auto; él, temblando de miedo vio unos ojos tan enormes y brillosos y un cuello torcido. Salió fuertemente con el auto pensando que había visto un demonio, Ángela no tan convencida de lo que habían percibido le dijo a Andrés que frenara y retrocediera, él la miró fijamente y no lo quiso hacer. Ella le frenó el auto con su pie y se bajó dirigiéndose hacia el lugar donde había visto al demonio. Con las piernas temblando, Andrés prendió la luz de su celular y corrió tras Ángela. Cuando llegaron al lugar donde se encontraba este fantástico ser, Ángela lo obligó a Andrés a alumbrar y él temblando empieza a observar. Se dieron cuenta de que el demonio no era tal sino que una hermosa lechuza se encontraba posada en un poste. Ambos se rieron por lo que le había ocurrido. Aunque volvieron felices a sus casas y esta anécdota fue contada a sus hijos cuando fueron mayores, siempre recordaban si algo había ocurrido en ese escalofriante lugar. FERNANDA BURGOS MONTES DE OCA 27


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EL MISTERIO DE LA NIÑA Medio siglo atrás, en el pequeño pueblo de Montes de Oca, una niña de seis años conocida como Luci desaparece. La misma fue vista por última vez el primer miércoles de julio del año mil novecientos cincuenta y cinco, ya entrada la noche. Se encontraba en las afueras del pueblo frente a una fábrica ubicada sobre la Ruta 28s y llevaba un vestido azul, un libro en su mano y una vincha que sostenía su cabello oscuro. Los vecinos se extrañaron al verla por allí tan tarde, pero ninguno se dirigió a ella para preguntarle qué hacía. Esa misma noche, la niña no volvió a su casa, ni los días posteriores tampoco; y a pesar de las investigaciones y búsquedas que se llevaron a cabo, nunca se volvió a tener noticias de ella, como si de un momento a otro se hubiese esfumado. Los acontecimientos extraños no comenzaron si no pasados diez años de esta desaparición. Un canto de niña comenzó a oírse la noche de miércoles de cada semana de julio, año tras año. Este avanzaba por las calles y aumentaba su volumen cerca de las ventanas; comenzaba al atardecer, prolongándose hasta el alba y concluía siempre en la plaza San Martín, centro de la localidad. Muchas teorías relacionaban estos sucesos con el misterio de la niña, pero lo cierto es que nadie había sido capaz de demostrarlo. Testigos admitían haber visto el fantasma de Luci cantando por las calles y usando su vestido desgastado, pero nunca pudieron probar estas afirmaciones, como tampoco que ella realmente hubiese muerto. Debido a esto, la gente prefirió evitar salir entrada la noche los miércoles de julio para no sentir estos escalofriantes cantos o bien, toparse con el supuesto fantasma de la niña. AGUSTINA PETETTA MONTES DE OCA

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ENCANTOS Yo la veía desde siempre, desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron. Pequeña y temerosa, ella recorría las calles de ese pequeño pueblo. Parecía tan frágil como la porcelana, ya que su piel se asemejaba a ella; blanca y suave. Con sus ojos celestes y profundos como el mar, ella estaba atenta a todo lo que ocurría a su alrededor. La veía caminando con su cabello rizado negro azabache jugando con el aire y se me erizaba todo el cuerpo. Su andar era tan suave como la brisa y escucharla cantar era como oír la voz de los ángeles. Nunca había tenido curiosidad por su familia, de dónde provenía. Ella había ido al colegio junto a mí desde que éramos unos inocentes niños. En esos tiempos, todos nuestros compañeros sabían que ella estaba ahí, presente, pero nadie le prestaba atención, era invisible frente a los demás. Yo siempre me percataba de su presencia y se sentía extraño que los demás no advertían cuando se acercaba. Tal vez, estaba tan perdidamente enamorado de ella, del aura de misterio que irradiaba, que no atendía a los demás. Se decía entre los habitantes que la muchacha estaba encantada, desde el momento en que era solo un bebé en el vientre de su madre. Hasta que un día la vi, pero no la veía por primera vez, la estaba observando. La encontraba diferente luego de haberme replanteado si esos comentarios entre la gente eran verdaderos. La seguí hasta una calle aislada de las demás, ya que se encontraba en las afueras del pueblo. Se veían nubes tapando el horizonte, y de igual manera escondiendo detrás suyo, al sol. Los pocos rayos que se asomaban producían una luz sensible, por lo que la vista alcanzaba solo unos escasos metros de radio. Dejé de oír sus pasos cuando llegamos a un viejo y grande ombú en las afueras del pueblo. Había comenzado a llover cuando me percaté de que la muchacha estaba sollozando. A medida que lloraba, la tormenta empeoraba. No tenía miedo, nunca había contado con tanta valentía. Me di cuenta, por primera vez, de que 29


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cada emoción o sentimiento que ella sentía se reflejaba en el tiempo que hacía en nuestro pueblo. Recordaba verla sentada en ese abandonado y añejo árbol, leyendo una novela, cuando comenzó a reír y los rayos del sol iluminaron como nunca antes. Otras veces, la veía seria y esos días era cuando se despertaban fuertes vientos, así como cuando llovía, era porque ella estaba llorando.

BIANCA RIBOTTA MONTES DE OCA

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EL EXTRAÑO CASO Cuenta la historia que hace muchos años en un pueblo llamado Valle Grande, situado en el centro de la Provincia de San Salvador de Jujuy, se produjo el suicidio de Atenea, una señorita de no más de veintiséis años, quien estaba a punto de contraer matrimonio. La abuelita de Atenea siempre le contaba historias asombrosas, mitos que trataban de fantasmas, homicidios sin resolver. La abuela sentía atracción por estos casos y decidió ser detective, aunque nunca ejerció su profesión para la sociedad, sino para ella misma con el fin de resolver algunas de sus inquietudes. Ella falleció a causa de cáncer de pulmón, lo que la llevó a tener una vida más complicada que al resto de las personas. Atenea quería y admiraba mucho a su abuela; en honor a ella, la niña decidió continuar sus estudios los cuales se relacionaban con casos de investigación, pero además de estudiarlos los comprobaba empíricamente. El 24 de Junio, la noche de San Juan , Atenea fue, a la noche, a un lugar alejado de su pequeño pueblo, allí se encontraba una higuera que su abuelita había plantado hace mucho tiempo y que ahora era gigante y muy vieja. En lugar de llevar una manta blanca para protegerse de los malos espíritus, decidió no hacerlo porque le parecía totalmente absurdo. Luego de un tiempo comenzó a tocar la guitarra. Cuando se hizo medianoche, una flor violeta apareció en la rama más alta de la planta de higos, junto con la compañía de un extraño cuerpo que no se distinguía ya que era de noche. Atenea no tuvo mejor idea que treparse de la planta para alcanzar y cortar la flor, que solo aparecía ese día del año y la podía ver la persona que estuviera allí; afortunadamente ella. Una vez que ocurrió toda la “magia”, que en realidad no había pasado nada interesante, al escuchar extraños sonidos, Atenea se marchó a su casa sin darle demasiada importancia. El día siguiente, un domingo lluvioso, precisamente el día de su boda, la señorita se arreglaba para llevar a cabo un importante cambio y para comenzar una nueva etapa en su vida. Su comprometido se había levantado muy temprano para comprarle rosas, ya que eran 31


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sus flores preferidas. Al paso de unas horas, todos los invitados se encontraban en la Iglesia, al igual que el novio. Atenea caminaba lentamente de la mano de su padre hacia el altar. Luego de todo el discurso, ya eran marido y mujer, pero un percance hizo que todo este acto de amor se volviera trágico. La señora se desvaneció en manos de su esposo y por ciertas cuestiones una ambulancia no llegó a tiempo. Muchas personas que vieron a la señora la noche del 24, dijeron que estaba poseída y caminaba sola, discutiendo consigo misma cuestiones que nadie sabía ni podían entender. Los compañeros de ella y algunas personas que estudiaron el caso, llegaron a la conclusión de que el mito que la abuela había dejado por escrito a Atenea no era una historia ficticia, aunque ella no había seguido las instrucciones de la manera correcta. A pesar del resultado de la investigación nunca en forma concreta, se resolvió el extraño caso.

VALENTINA BALBI MONTES DE OCA

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RECUERDO DE MI INFANCIA Esto lo escribí cuando tenía setenta y dos años -hoy tengo setenta y siete-, hace cincuenta y un años que vivo en Andino. Esto no se lo conté a nadie, hoy quiero contarlo... Esto pasó en mi niñez: Reyes Magos: Día el cual me pone muy triste por mí y muchas criaturas. Antes tardábamos en saber ciertas cosas. Te cuento por qué: A mí me gustaba un carrito con un caballito, se lo pedía a los Reyes, era chiquita. Esperaba ansiosa que llegara el día. Ponía el agua y el pastito junto con mis zapatitos. Cuando me levantaba iba apurada a ver y me encontraba con un regalito chiquito, lloraba y me decían: A lo mejor no les alcanzó para todos los chicos que se lo pidieron. Al otro año pasó lo mismo y al otro. En ese entonces, mi mamá estaba muy enferma, lo cual yo no sabía que era tan grave. Dios se la llevó cuando yo tenía siete años. Supe todo lo de mi mamá. Entonces me di cuenta por qué los Reyes Magos no me lo habían traído. Era porque los Reyes gastaban en doctor y remedios para mi mamá. Yo me dije que algún día iba a tener un caballito de adorno en la casa. Pasaron muchos años. Un día, iba caminando por una ciudad vecina, cuando me encontré con un negocio que en la vereda había un hermoso caballito, el cual parecía real. Me paré, lo acaricié, pasaba gente, me miraban y sonreían. Pensarían que estaba mirando para mi nieta y nieto. Pero lo que ellos no sabían, es que yo en ese momento retrocedí más de sesenta años de mi vida y me vi sentada en él. Mis hijas habían leído, sin que yo supiera, este escrito. Me regalaron un caballito hermoso para tenerlo de adorno. Hoy, todo está guardado en mi corazón. MYRTA DE JAIME PUEBLO ANDINO

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QUE SÍ, QUE NO; YO LO VI Mi ciudad con aroma de pueblo se viste con imágenes de postales cada día, pero es en otoño-invierno cuando las alfombras de hojas marrones, amarillas y crujientes, que al pisarla componen infinitas sinfonías, acompañan al caminante. En este atardecer, estoy realizando el circuito aeróbico que rodea la pista del autódromo del Club San Jorge; somos pocos. Estamos distantes unos de otros. Mi vista gira, gira en círculos, admira y se maravilla con la foto que prevalece: altos árboles sin hojas, sin brillo, solo las ramas que quieren tocar el cielo, o se entrecruzan para formar una red semejante al atrapa-sueños, no dejo de correr o caminar, de acuerdo a la regla. Los rayos del sol piden permiso y se meten entre los gajos y algunas hojas destruidas, así abrazan tímidamente a los practicantes aeróbicos. Aún falta un trecho para llegar a un solitario árbol, de pronto, se levanta una brisa, pero no hay viento, solo envuelve al joven ejemplar arbóreo, el sol, rojo cual fuego ardiera, está iluminándolo. Los más osados transeúntes nos paramos, nos acercamos entre nosotros, tal vez por curiosidad o miedo. La nube atmosférica en su vaivén se compone y descompone en diferentes siluetas hasta definirse en el cuerpo de un niño sentado sobre una de las ramas. El éxtasis duró unos segundos, según creo. En silencio, desviamos la vista del árbol y nos miramos, algunos nos refregamos los ojos para volver a la realidad. Uno del grupo reaccionó y de su garganta salió un grito entrecortado ¡Volvió, volvió, otra vez!! Ya otra vez en silencio, cabizbajo para no mostrar su rostro mojado y sus ojos llenos de lágrimas, se alejó. El resto del grupo nos miramos: sin comprender y sin explicaciones seguimos la rutina del circuito. La nube, el sol, la brisa ya no estaban ahí. Salí del predio asombrada por el hecho. Muy lento en mi andar atravesé las cuadras de la Avenida Nottebhonn, que inauguraba su nuevo pavimento frente al portón del Club y la Escuela Técnica. Llegué a destino.

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En la tranquilidad de mi casa, lo asocié a esas apariciones que caracterizan a un lugar y a un personaje. Hay personas que ven esas visitas y otras que nunca la vieron, entonces unas creen y otras no. Días después me enteré por murmuración oral que ya hace más de dos décadas, en ese mismo lugar y un domingo pleno de sol, en el circuito se realizaba una carrera importante que se convertía en una fiesta para los amantes de los fierros, ocurrió un accidente fatal. Uno de los autos que participaba del evento se había deslizado hacia el sector del público chocando a un árbol y golpeando muy fuerte a un niño. Se habló de heridos leves en la familia, pero solamente el niño de seis años murió. También se dice que únicamente regresa a ese lugar, para esta fecha. Unos suponen que pide justicia; otros, para que al pasar por ese lugar lo recuerden. Que sí, que no; yo lo vi.

LEONILDA GARÓFALO SAN JORGE

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LA NATI RÍOS Ella gozaba de popularidad. Su prestigio no solo alcanzaba los pueblos aledaños a San Jorge, sino que venían desde muy lejos en busca de su saber. Vivía sobre calle Lavalle, camino al Cementerio, en una humilde granja. Allí era donde atendía a todo aquel que llegaba a su consulta sin distinción de clase social, solo con la firme convicción de que Nati solucionaría el asunto. Los terratenientes llegaban en poderosas camionetas FORD a solicitarle que se acerque hasta sus dominios para curar los campos. Y allá partía Nati, a rogarle a la Pachamama una cosecha abundante e invocar a los espíritus para que alejen del lugar el peligro de las plagas y fenómenos meteorológicos perjudiciales para los sembrados. Siendo pequeña, de la mano de mi mamá, llegamos a la casa de la curandera en busca de sus servicios. Hubo que hacer cola y esperar nuestro turno mientras veíamos como patos, gallinas y gansos se paseaban en absoluta libertad por el lugar. Al entrar, observamos en un rincón un altar con innumerables estampas de santos, cintas rojas, un crucifijo enorme y muchas velas encendidas. A un costado, en un viejo aparador con vitrina una gallina bataraza empollaba sus huevos mientras que en un roído sillón tres cochinitos mamones eran alimentados con biberón. Muchos lugareños aseguraban que Nati tenía el don de comunicarse con los animales. Después de escuchar en silencio a mi madre, la curandera colocó un plato hondo sobre la mesa y en él vertió agua y aceite, luego acompañada por palabras ininteligibles agregó varias semillas de trigo. Allí pudo “ver” que yo sufría de parásitos y me recetó comer durante siete mañanas, en ayunas, siete semillas de zapallo. Aún recuerdo el sabor amargo del remedio casero. Un domingo, cuando los liebreros volvían de la caza, notaron la falta de uno de los perros. Al día siguiente, el dueño del animal recurrió a la Manosanta en busca de información. Después de “leer” en el agua y el aceite, Nati aseguró que el galgo estaba bien

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y en los próximos días volvería a la querencia. Todo sucedió tal cual lo predijo. Soy testigo de ello ya que mi padre era el propietario del can. Pocos años atrás, comenzó a correr el rumor de que siendo de noche, allí, donde una vez se emplazara la casa de la curandera Ríos, justo frente a la Capilla de Nuestra Señora del Valle, se podía ver nítidamente a un bebé en pañales cruzar la calle gateando. El rumor acicateó a más de un curioso y el “de boca en boca” corrió como reguero de pólvora. Llegaron a San Jorge representantes de la televisión de otros lugares en busca de información. Desde los inicios del rumor, se involucró a Nati Ríos con el mismo de mil maneras distintas, aunque ella hacía ya mucho tiempo, que descansaba junto a su familia en un panteón del Cementerio local. Después de un tiempo, la chusma se ocupó de otros temas y poco a poco el singular suceso quedó como una pintoresca anécdota. MARTA GUADALUPE EGUÍA SAN JORGE

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EL CONCUÑADO Hace mucho, mucho tiempo, Eddio Antonio ni se imaginaba lo que vendría; mucho menos, Ernesto. Eddio con veinte flamantes años solo se preocupaba porque su Estanciera 0 kilómetros reluzca de brillo el sábado a la tarde. El aire olía a jazmines y la avenida San Martín se fundía con el horizonte camino a Crispi. Y allá estaba él, apresurado entre una nube de tierra para no llegar tarde a la cena. Su “chica” crispense lo esperaba ansiosa; ella y su hermana habían planeado ese encuentro por meses sin dejar ningún detalle librado al azar; estaban felices preparando la mesa para cuatro comensales. Eddio también lo estaba, la juventud y el buen pasar económico jugaban a su favor. Ernesto tenía unos años más y aunque nunca pecó de fanfarrón también pertenecía a la aristocracia. Había nacido de rebote en Rosario, en un viaje inconcluso de Misiones a Buenos Aires, que su madre tuvo que interrumpir para dar a luz. Su padre era el dueño de un yerbatal misionero y su infancia no fue tan buena como la de Eddio; el asma lo atormentaba al punto de dejarlo postrado en una cama por días enteros. Solo mejoró aquel padecimiento, el tiempo que vivió con su familia en Alta Gracia. Eddio y Ernesto no se conocían, pero eran “concuñados” y esa cena sería el momento indicado para conocerse. Tenían algo en común, su pasión por la aventura. Las historias que Eddio contaba en los bares sastrenses eran interminables; por su parte, Ernesto, había vuelto hacía muy poco, de un viaje en moto por Latinoamérica. La velada fue inolvidable. Ninguno de los cuatro sabía que ese encuentro quedaría registrado en la Historia Argentina. La compañía de Eddio era siempre agradable. Era un tipo canchero, pintón, que sobresalía entre los gringos de la zona. Ernesto era más callado, observador y tenía una apariencia hippie que contrastaba con la prolijidad de su compañero. La barba de tres o cuatro días nunca abandonaba ese rostro redondo de

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facciones bastante simétricas. Tenía una costumbre, todo lo acontecido en sus vivencias lo anotaba en su diario íntimo. El amanecer encontró a las parejas abrazadas y después del desayuno cada uno debía volver a sus actividades. Fue la última vez que Eddio y Ernesto se vieron. El tiempo pasó tan rápido, que los plátanos de la plaza se deshojaron más de cincuenta primaveras. Las hermanas guardaron aquel encuentro en lo más profundo del corazón, más allá de haber seguido con sus vidas y formado otras familias. Eddio se casó en Sastre. Tuvo tres hijos, dos mujeres y un varón, y lo último que supo de Ernesto fue que era médico, que había tenido seis hijos y que después de una famosa Revolución, el 9 de Octubre de 1967 a la una de la tarde, lo mataron a balazos en Bolivia. Sus últimas palabras fueron… “Póngase sereno y apunte bien… va a matar a un hombre…”. A Ernesto después de este suceso, el mundo entero lo conoció como “EL CHE”… MAXIMILIANO MARQUEZ SASTRE

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LA PLAZA DE LA AVENIDA La ciudad en que vivo, Sastre y Ortiz, cabecera del Depto. San Martín, Pcia. de Santa Fe, cumple este año 130 años de su fundación. En la década del ´50, la Avenida General Estanislao López, partía desde la Estación del FFCC. Central Argentino. Allí se cruzaban trenes San Francisco- Rosario y viceversa. ¡Cuántos días partía hacia San Francisco para cursar el secundario y luego empalmar hacia Córdoba “La Docta” con la tristeza por dejar a mis afectos! La mención de la “AVDA.GRAL.LÓPEZ”, tiene su significación especial por ser la entrada principal a la ciudad y en ella hace esquina la Unidad Regional XVIII de Policía y enfrente el Cuerpo de Bomberos Voluntarios. La avenida- otrora de tierraconserva una extensión de cinco cuadras, que partiendo de la citada Estación hoy convertida en Liceo Municipal, se extiende en dirección Este a Oeste y desemboca en la no menos legendaria Plaza pública que, el 16 de mayo de 1910 por votación soberana del pueblo, fue bautizada con el nombre de “Independencia”remodelada totalmente en 1980. Esta calificación reviste singular relieve, porque la Argentina cumple el Bicentenario de la Independencia lograda por un grupo de patriotas un 9 de Julio de 1816 reunidos en Tucumán, donde se firmó el Acta de Declaración formal que le dio soberanía política a nuestra patria. Me remonto hacia comienzos de los años cincuenta, cuando con unos doce años, la “barrita” que integraba se juntaba en la pérgola con sus enramados coloridos que se desperdigaban a ambos costados de la construcción y tres escalones en cada punta, en dirección Sur-Norte. Era el juguete de los niños y adolescentes, de quienes noviaban sentados en sus contornos e incluso de adultos que hacían su merienda. En el espacio que la separaba de la vereda, todos los 16 de julio se desarrollaba la mística celebración patronal, que bajo el amparo de la Virgen del Carmen hoy se mantiene. Pero la melancolía me envuelve, porque ya no está la pérgola que algún dirigente destruyó en lugar de reestructurar y los juegos que nos divertían como la “piñata” que coincidía en aquella fecha por su contexto religioso. Le llamábamos “rompe piñata”, ya que pugnábamos con los ojos 40


vendados destruir fardos o macetones colgados en un grueso cordón provistos de un simple palo de escoba, para tener como premio golosinas casi siempre caramelos. La nostalgia me envuelve por esos tiempos donde la vida era juego, desparpajo e ilusión. Y si un mito urbano sobresale, ese es el Obelisco ubicado exactamente en el centro de la plaza y que era el lugar de reunión obligado de la “barrita”. Allí también convergíamos con las banderas, porque todos los actos escolares tenían al mismo como centro. Después de los discursos se bailaba el también mítico Pericón Nacional. Además solían efectuarse tómbolas a beneficio donde anotaba en un pizarrón los números, el recordado “Pascualín” Rosso. Hoy se puede distinguir una placa de grueso bronce que dando cara a la avenida, reza: “1936- “Cincuentenario E. y J. Ortiz y Bdo. Iturraspe” Pueblo y Colonia a sus fundadores y forjadores”.Ese antes tuvo un después: hacia la década del `60, en el lugar de la pérgola , se erigió un escenario para celebrar “la Fiesta: que Sastre consagró”: los carnavales cariocas con carrozas mecanizadas que le valió ser declarada en 1972 “Capital Provincial del Carnaval”. Desde entonces, chicos y adultos mayores vivimos pendientes de este evento que tuvo repercusión nacional y que nos identifica en la región. En este Julio de 2016, ya entrado en años, he vivido con gozo y admiración el día 9 en que se celebró el Acto Cívico en la Plaza –luego de mucho tiempo- con escarapelas y banderas de las escuelas y mucha danza folklórica. Un escenario portentoso dio brillo con música, humor y baile-ritmo de todos los chicos y adolescentes que concurren al Liceo Municipal, un espectáculo de color premiado con fuertes aplausos. A ello se agregaron los artesanos que acompañan esta celebración año tras año. Los abuelos hamacaron a sus nietos. Los niños eran otros, pero corrieron detrás de múltiples juegos de una gran “kermesse” como nosotros lo hicimos antaño. La calle de doble mano se engalanó con los colores patrios, para conducir a una Plaza reverberada que permitió fundir el ayer con el hoy. JOSÉ M. GALETTO SASTRE 41


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CAMINO DE ESTRELLAS “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre… Las cuentas de mi rosario van pasando; mis dedos rozan las perlas blancas mientras las imágenes van y vienen caprichosas. Corro libremente, con la agilidad que me permite mi adolescencia y la pollera larga, ancha y oscura. La que me hizo mi hermana Pía, “la mayor de los Borella” como la conocían en el pueblo. Sus consejos, aunque a veces saben a retos, son sensatos: Luisa, ante cualquier polvareda, corré hasta el refugio. ¡Mirá que los ranqueles son bravos! Buscan problemas, si te ven te van a querer raptar. Varias veces corrí hacia el sótano, pero ese día, confiada y buscando a mi ovejero me alejé demasiado. Ya estaba cerca del arroyo, cuando lo vi. Estaba sobre un caballo negro brillante, casi tanto como los ojos que me miraban fijamente. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Fue un segundo, tal vez dos, eso tardó en alzarme sobre su caballo y en ese momento perdí la capacidad de hablar o gritar. Asustada veía a lo lejos el mangrullo de nuestra estancia; el ranquel, jinete diestro, castigaba al animal para que gane velocidad. Después de muchas leguas, ya de noche, llegamos a la toldería. Todo era una pesadilla, un mal sueño. El fuego central proyectaba sombras aterradoras. Uno de ellos parecía el jefe, vestía distinto y todos se dirigían a él. Me tendí sobre un camastro improvisado y me dormí con lágrimas reprimidas y asustada como nunca. Al amanecer, ruidos extraños me despertaron. El jefe se acercó y cuando reconocí el deseo en sus ojos, trastabillé, la angustia se apoderó de mí. Pasaron semanas, meses, casi todo se volvía parte de mi vida y seguir viviendo era mi único objetivo. ¡Cuánto extrañaba el calorcito hogareño! Mi familia, pensaba en ellos y en su desesperación.

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Una de las niñas, casi de mi edad, enamorada del jefe y celosa de mi presencia, comenzó a planear mi escape. Una noche, la luna llena fue testigo del momento en que alguien acercó un alazán a mi toldo y una voz susurrante y ronca me dijo: Sigue el rumbo de las estrellas. Y después de muchos años, me consagré a Dios como prometí cuando estaba capturada, y aquí estoy, rezando en la iglesia de Tortugas, la iglesia que mi hermana Pía construyó para agradecer a la virgen del Valle mi aparición con vida. ….y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en la tentación”. Amén. SUSANA MÓNICA CICARÉ TORTUGAS

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UN MITO ANDA MERODEANDO En una oscura noche tempestuosa, los relámpagos iluminaban los árboles desnudos. Sus cuerpos y sus brazos parecían fantasmas de la noche. Entre las luces de los hogares que enfocaban las calles, una madre desesperada salió bajo la tormenta en busca de su niño, quien era sonámbulo. Recorrió calles, casas, comisaría. Golpeó ventanas y gritó desesperada el nombre de su hijo. La estridente sirena de la policía y los refulgentes reflejos de las luces azules dibujaban un pueblo de misterio y terror. Las personas susurraban atemorizados sobre lo que había pasado. La madre apenada llegó a la casa, tomó su bicicleta y rumbeó hacia el arroyo para ver si lo encontraba. A la luz de un relámpago, vio a su niño inmóvil arriba del puente. Ella largó su bicicleta y salió corriendo a su encuentro, pero cuando llegó solo logró quedarse con sus zapatillitas entre las manos. Entristecida y ciega tras la desesperación se arroja al arroyo para poder salvar la vida de su hijo. Sin embargo, la corriente furiosa del agua se apoderó de ellos. Desde entonces, vieja leyenda se pregona. Personaje que crea incertidumbres, provoca risas en los adultos, temores en los más pequeños o motivos de juego en los adolescentes, imitándola. En la soledad nocturna se escucha su agonía de madre eterna. Y al amanecer desaparece la magia. Este espíritu macabro, que llora por las noches, da origen a la leyenda de “La llorona”, de la que nunca se sabe si es cierta o producto de una mente viva. Y quien a través de los años sigue recorriendo las calles como un alma en pena y sin gloria. ADRIANA MOINE TORTUGAS 44


Antología de una Provincia que escribe

ATALIVA BELLA ITALIA ESPERANZA FELICIA GRÜTLY SUR MARIA JUANA MOISÉS VILLE PILAR

USINA ll Escritores de pueblos y ciudades que integran el Ente Cultural Santafesino

DE PUEBLO EN PUEBLO

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LA HUELLA NO ES LARGA…si sabes andar… Olvido Ingemar Monserrat nació en Ataliva en 1923, cuando el pueblo era un puñado de casas y campo abierto. Pronto fue conocido por todos como “Don Quimo”. En aquellos primeros años, sus trabajos fueron de tropero, en donde se arreaba el ganado hasta el puerto de San Lorenzo o Rosario. Lluvia, calor o frío, poco importaba cuando se estaba en el camino. Domador y ganador de varios premios, hoy dos de sus nietos son campeones en las domas más importantes del país, continuadores de su habilidad. Vestido de gaucho y a lomos de “Pantera” su yegua mestiza, recorría las calles de nuestro pueblo, “su pueblo”, que lo vio crecer y envejecer, siempre atento a su gente. Se sentaba frente a la puerta del galpón de su casa a trenzar algún lazo. Manejó por años los corrales de la feria. En fiestas populares desfilaba con su agrupación gaucha “El Palenque” llevando el estandarte. Desde muy joven, había heredado el don de curar, transmitido por su abuelo indio. Curaba desde los “nervios” fuera de lugar de un pie torcido, hasta la peor “embichadura” de algún animal y era visitado frecuentemente por paisanos de la región. Con mil historias para contar y una sonrisa en su curtido rostro, alegraba a todos quienes tuvimos la dicha de conocerlo. Don Quimo fue una persona sorprendente, gran esposo, padre, abuelo, tío y amigo, siempre brindando su ayuda a quien lo necesitara; de esas personas que ya no se encuentran. Después de una larga enfermedad, un cálido día de abril a los ochenta y dos años partió en paz y lleno de luz. Su hijo, uno de sus nietos y un gran amigo, todos a caballo, lo acompañaron junto al cortejo hasta el final de su camino. Queda, como flotando en la vida, una frase de Quimo. “El tiento siempre se corta por el lado más fino”. PATRICIA ALTAMIRANO ATALIVA

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UN PEDACITO DE HISTORIA LLENA DE AMOR María nació en 1924 en una pequeña colonia. Sus padres eran empleados rurales y era la más pequeña de diez hermanos. Iba en sulky a la escuela, que estaba a varios kilómetros de distancia. En aquella época, se acostumbraba a ayudar en los quehaceres domésticos: barriendo los enormes patios de la casa de campo, limpiando las verduras que ellos mismos sembraban y cosechaban en la huerta o juntando leña para la cocina. A los quince años, fue a estudiar a una escuela de labores y aprendió a confeccionar ropa, que luego haría para toda la familia. Años más tarde, se mudaron para Ataliva, en donde ella vive en la misma casa desde hace setenta y cinco años, en la que sigue teniendo la huerta con toda clase de verduras y plantas medicinales. Con ellas, María prepara distintos brebajes y también té, para todos los que necesitan ayuda en el amor. Todavía, hasta el día de hoy, muchos dan fe de su éxito. Sábados y domingos se reunían entre amigos en un bar comedor, para organizar un baile en la casa de alguno, en donde solo se bailaba hasta medianoche porque a esa hora se cortaba la luz en el pueblo. En esos encuentros estaba la persona que conquistó el corazón de María. En 1949 se casó y tuvo dos hijos. Con el paso del tiempo, domingos y días festivos, la gran familia se reunía y ella los agasajaba con los platos preferidos por todos. María participó de las instituciones que había en aquellos años: escuela y parroquia, para las cuales elaboraba comida casera, que vendida para recaudar fondos servía para los arreglos de dichas instituciones. Hoy con noventa y dos años, rodeada del amor de sus hijos, nietos y bisnietos, sigue con esa sonrisa de felicidad a pesar de los duros años que le tocó vivir. En tardecitas de verano, se la ve sentada en la vereda de su casa siempre acompañada por amigas. Gracias María, por regalar cada día un pedacito de tu historia, que enriquece y enseña a amar la vida. GRISELDA ESTER STEINBACH ATALIVA 47


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EL SECRETO QUE ATESORA EL VIEJO BAÚL. Vetusto baúl que atesora una vieja y amarillenta carta. Una carta de puño y letra, cuyo trazo casi perfecto atesora auténticas palabras de amor y un verso de la distinguida pluma del poeta Miguel Hernández Gilabert…Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío: claridad absoluta, transparencia redonda. Limpidez cuya entraña, como el fondo del río, con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda… Un lugar y una fecha, dos nombres, Felisa y Joaquín. Una historia, tal vez de un amor que no prosperó, irrumpía en mi monótona realidad disparando con fuerza la necesidad de indagar ese pasado, simplemente para desentrañar el por qué, el o los motivos de esta carta. Un desafío, al menos para mí. Con entusiasmo y ávido de información comencé a investigar. En varias oportunidades concurrí a un viejo bar del pueblo, cita obligada de muchos parroquianos, ancianos ya, pero conocedores de las vicisitudes del lugar. Algunos me acercaron fotografías de la época, otros, en cambio, simples comentarios que transcendieron los tiempos, aunque poco relevante para mi investigación. Pero un día, sorpresa mayúscula, frente a un café ya frío, un concurrente, un prodigio de la historia oral local, me brindó relevante información. Poco a poco esta historia se iba acomodando como las piezas de un gran rompecabezas. A través de este material recopilado y con un esfuerzo mental notable, imaginé aquel Ataliva del año 1948: sus calles, su plaza, su gente, aquellos lugares comunes de reunión y esparcimiento; además encontré a Felisa y a Joaquín. Resulta ser que Joaquín, natural de España, al cual apodaban el “Galleguito”, había recalado en este pueblo por esos años, pero no se sabía cuáles habían sido los motivos de su llegada. Se comenta que aparentemente escapó de las garras del Franquismo ya que 48


comulgaba con el Republicanismo. Además era un entrañable amigo del boticario del pueblo. Participó también en el Cuadro Filodramático que había en la localidad. De notables dotes artísticas, entre ellas las actorales trazó un camino, donde encontró a Felisa, una bella niña-mujer que atrapó el corazón de este español. Pero la atracción fue mutua, dando lugar en poco tiempo a un verdadero amor. Los obstáculos de este amor fueron mayúsculos, en la misma proporción que su pasión. Dos personas completamente enamoradas vieron como sus ilusiones se desmoronaban abruptamente. Tal vez por las diferencias de edad bastante notorias, señaladas por la familia de Felisa, sustentada por la idiosincrasia conservadora de la misma. Un día, el Salón de la Sociedad Italiana local fue galardonado por la presencia de una Compañía de Radioteatro, donde una vez culminada la representación de la pieza teatral el director propuso improvisar con el público presente una breve obra. En este caso se eligió una Zarzuela. Uno de los actores que se involucró en esta representación fue Joaquín. Su actuación fue descollante. El director quedó sorprendido por el papel que desarrolló el “Galleguito”. Cuando se cerró el telón del escenario intercambiaron algunas palabras. Le habían ofrecido integrarse a la Compañía. Una grata notica, pero a la vez una gran tristeza. El llanto desconsolado de Felisa no se hizo esperar al conocer la noticia revelada por Joaquín. Para él era una oportunidad única de progresar y desarrollar su faz artística en escenarios más grandes. En poco tiempo dejó Ataliva. Pasaron los años, nadie supo nada más de él. Años después, Felisa y su familia mudaron a otro pueblo. ¿Mito o realidad? ¿Tal vez mezcla de ambas expresiones? Jamás lo sabremos porque nunca tendremos la certeza de lo que pasó con ambos. Pero todo queda en el inconsciente colectivo, marcado a fuego por estas historias que atesoran estos pequeños pueblos. CRISTIAN CARDELINO ATALIVA 49


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NADIE SABE Aquella jornada iba a ser especial: una recorrida por lugares abandonados no por la historia sino por la gente; las anécdotas y algunos mitos escondidos seguían haciendo magia en el aire. Era una hermosa tarde de principios de otoño. Las nubes parecían de algodón de tan blancas y pomposas. A cada paso el sol asomaba más, aunque tímido igual hacía el clima cálido, casi casi perfecto. El señor guiaría este paseo por los sitios de su infancia. Su edad y su buena salud hacían de él uno de los pocos que quedaban de los que vivieron los primeros tiempos, las primeras historias de Bella Italia. Lo seguía ella, que era nuevita, aproximadamente diez años hacía que con su familia eligieron construir aquí su hogar, atraídos por el encanto natural que tiene la tranquilidad… en un pueblo que promete futuro en cada rincón. A ella, la emocionaba la idea de esta conversación. Sabía que iba a escuchar la historia de una vida con pinceladas de cuento y emoción. Mientras transcurría el relato comenzaron a recorrer casonas deshabitadas, antiguas escuelas, salones de baile, el famoso bar, la iglesia, puntos de encuentros y desencuentros. Todos desamparados en manos del tiempo. Pasaron días de esa entrevista, y en la muchacha los pensamientos seguían creciendo, intensificándose con la imaginación de todo ese pasado que la hicieron conocer. Fue entonces cuando comenzó a escuchar los rumores, esos infaltables relatos urbanos plagados de misterio, de preguntas en voz baja, muchos ojos grandes brillosos por la sospecha o por el miedo. Y así, los pobladores comenzaban a describir el mito más fuerte, lo que todos saben… lo que se dice… pero nadie confirma… “fuiste a esa casa??? … la que está en medio del campo???... uyyy … pero hace muchos años que nadie quiere habitar esa casa…. Por algo será…”

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“… dicen que es la primer casa que se construyó en la zona, incluso mucho antes de que existiera la ruta. Se destinaba a los peones de un conocido estanciero, al que le pertenecía una interesante cantidad de hectáreas. Allí se encontraba la vivienda, solitaria en medio del campo, lo más cercano era “El Arbolito”, renombrado bar y pista de baile, con sus flamantes pisos de pinotea y justo al lado de la hermosa Capilla, intacta tantos años después. Se cuenta que allí fue a vivir un joven matrimonio de recién casados. Una noche, el marido, como era costumbre de la época, se reunió con otros trabajadores de la zona en “El Arbolito”. A medianoche comenzó una fuerte e imprevista tormenta. La mujer, sola y asustada solo esperaba que su marido llegara cuanto antes, ya que el viento azotaba la casa de una manera aterradora. Pero no fue así. Amaneció. El temporal ya había pasado hacía horas y su esposo no llegaba. Cuando averiguó con los conocidos que estaban en el bar, le aseguraron que él se había marchado con las primeras ráfagas del vendaval. Un mes de búsqueda y espera, pero nunca se supo nada de él. En ese tiempo encontraron la casa intacta pero también había desaparecido la joven esposa. Se dice que en las noches, sin brisa siquiera en el campo, las ventanas se azotan como si las golpeara un fuerte viento y se escuchan pasos por toda la casa: hasta aseguraron ver una figura de mujer caminando por esos pasillos. Varias veces intentaron habitarla, pero nadie estuvo allí más de un mes… Como todo mito urbano, todos lo cuentan… pero NADIE SABE! PATRICIA DI PAOLO BELLA ITALIA

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LA CASONA Una débil luna brillaba apenas en lo alto del cielo y en la lenta noche, las sombras de los árboles se prolongaban misteriosas por el jardín. Esos mismos árboles susurraban sigilosamente movidos por la brisa, mientras inclinaban sus ramas y en la quietud, se podía escuchar el leve sonido de las hojas arrastradas por los patios. La casona se hallaba a oscuras, silenciosa, evidenciando que nadie moraba en ella. Desde antaño, llamaba la atención por su majestuosidad, su imponencia, su parque inmenso siempre impecable. Ninguna de las que la rodeaban podía comparársele. Otrora había estado habitada y en días lejanos, las risas poblaron el enorme jardín mientras que por las noches la iluminación que escapaba por los ventanales alumbraba hasta el más recóndito rincón del dilatado parque. Pero...el tiempo había pasado y todo había cambiado. Ahora ya nadie vivía allí. Nadie osaría. El miedo parecería rondar por los alrededores. Todo había empezado después de quedar desocupada, en una noche oscura, cuando dos jóvenes que pasaban por la vereda, vieron atónitos el brillo de una luz que alumbraba desde el piso superior, en el interior de la casona, en tanto los desconcertaba el sonido del sollozo de un niño. La noticia corrió en el pueblo como reguero de pólvora. Y pronto se repitió como un eco. Y luego no solo los jóvenes, también chicos y grandes aseguraron ser testigos de lo mismo. Aunque se constató que nadie se refugiaba ni se escondía en la casona, cada tanto, por las noches, la ventana volvía a iluminarse y el llanto volvía a escucharse.

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Sin embargo y a pesar del temor a lo desconocido, aquellas parejas que ansiaban profundamente convertirse en padres, procuraban pasear por los alrededores de la casona en las oscuras noches de luna nueva, queriendo ver esa luz en la ventana y oír el gemido del bebé, porque aseguraban que, mágicamente, ese sonido y esa visión auguraban que su sueño se convertiría en realidad, porque, cuentan por aquí, que muchos de los que vivenciaron ese fenómeno, vieron sus propios hogares iluminados con la llegada de un nuevo ser. RAQUEL ANA CATTANEO BELLA ITALIA

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UN VIAJE SIN RETORNO Quién no soñó alguna vez con hacer un viaje… David es uno de ellos, tan solo un hombre, que ahorró para comprar un boleto de vuelo, desde México hacia el otro continente. Tenía todo listo para partir y disfrutar sus vacaciones. Llegó el gran día, miércoles cinco de octubre de mil novecientos cincuenta, el día estaba claro y caluroso, favorable para volar. En el Aeropuerto, el avión estaba listo para despegar, anunciaban su arribo mientras este pasajero esperaba en el área de comida, sin imaginar lo que viviría más tarde. Tomó el vuelo, se sentía muy cómodo. En el transcurso del viaje, abrió su nuevo libro que narraba historias de desapariciones por razones extraordinarias, misteriosas. Sorprendentemente y paralelo a la lectura se empezaron a sentir turbulencias, se anunciaba por altavoz que estaban atravesando el “Triángulo de las Bermudas”. Los aparatos aeronáuticos dejaron de funcionar, fallaba uno de los motores… David se acercó a la cabina del piloto, escuchó el pedido de auxilio a la Torre, pero… lo último que vieron fue una luz resplandeciente que salía debajo del mar y en ese instante se cortó la comunicación totalmente. A causa de la gran turbulencia, la aeronave comenzó a perder estabilidad hasta descender hacia el mar, una fuerza superior parecía atraerla hacia el fondo. En el momento en el que se hundían, los pilotos y pasajeros sentían que algo estaba ocurriendo, como que eran transportados a otra dimensión por personas desconocidas, salidas del libro que leía David… Varios científicos creyeron que se podía tratar de extraterrestres.

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Pasada unas horas la Torre de control, mandó un rescate aéreo, llegaron al lugar, les ocurrió lo mismo, son absorbidos por un extraño remolino de agua muy potente y desaparecieron. Se hicieron otras búsquedas para hallar los restos, durante un tiempo, pero nunca se encontró rastro alguno de los aviones o barcos desaparecidos, y tampoco ningún cuerpo. Estos sucesos siguieron ocurriendo, pero nunca se logró explicar por qué suceden y jamás se pudo comprobar si realmente los extraterrestres son los responsables. “Pero ya sabes que si viajas, no debes sobrevolar sobre el Triángulo de las Bermudas”. GIULIANA DI FILIPPO ESPERANZA

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EL MISTERIO DE LA CASA KREUZBERG Cuentan algunos vecinos, que en aquella casa construida en la época de la colonia, se escondía un gran misterio. La mansión tenía dos pisos. En la planta baja había un comedor, una biblioteca y en el centro de la sala de estar una escalera de mármol que conducía a las habitaciones, un baño y un sombrío atelier. En esa casa, vivía Dante un novel pintor, que había vivido con su madre y que unos meses atrás fallecía de una grave enfermedad. Dante pasaba horas metido en su atelier buscando el rostro de su nuevo cuadro, una imaginaria duquesa. Cuentan que un día de regreso de la farmacia, se encontró con Emma, una de esas mujeres con una belleza sin igual. La saludó y con un pretexto tonto la invitó a tomar un té con canela -su especialidad. Una vez en su casa, en medio de té y masas, Dante contó de su proyecto a Emma: ella era el rostro ideal para su cuadro. Entonces, así acordaron que cada jueves a la hora del té, se encontrarían para que su rostro pudiera ser plasmado en el lienzo. Así fueron sucediendo incansables encuentros. Emma se había convertido en una obsesión para Dante, el día que ella no iba, él gritaba, pero no lloraba. Un día, culminó con la obra y al mostrársela a Emma, ella no se vio reflejada en el cuadro, si no que veía a Aurora, la madre del pintor. Emma, asustada salió corriendo por las escaleras. Dante intentó explicarle, pero ella no quiso entrar en razón. Él se volvió loco, la retrató tantas veces como pudo en la casa, paredes, muebles y hasta en un piano en desuso.

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Pasado unos meses, los vecinos se extrañaron de no sentir movimientos, llamaron a la policía y después de forcejear la puerta principal, no encontraron a nadie en la casa, lo único que hallaron fue un retrato de una bella dama con un pincel clavado en su rostro. FLAVIA SCANDOLO ESPERANZA

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EN UNA ENREDADA NOCHE En una enredada noche, mientras hadas, duendes y dioses minúsculos sobrevolaban las ansias de los hombres, me perdí en la plaza de Esperanza, una polis luminosa y particular. Casi sin intención aterrizó mi sino sobre un hombre que ignoraba cuanto sucedía a su alrededor y gritaba su descontento al oído del mundo. No conseguía asimilar todo lo que escuchaba: “Tuve en mis manos el mayor tesoro, en mi mente una forja gigante, en mi boca la palabra para alentar y construir. Tuve todo y nada me hizo falta. Entretejí el proyecto que edificaría una comarca preñada de promesas, canté en cada rincón europeo la grandeza de mi tierra. Convencí, persuadí, robé, rogué, arrollé, lloré. Sudé llamas de atrevimiento, cincelé el destino de quienes oyeron mis proclamas, modelé la arcilla de mil sueños y desteñí tanto pesadillas como entuertos. En la forja de la vida asesté cien golpes certeros al candente metal de los intentos. No me reservé el más mínimo conato y sacudí la telaraña de los incrédulos. Sembré esfuerzos, forjé la esperanza, derretí los miedos y templé el ingenio. Hoy me pregunto: ¿Para qué? Si me corrieron. Me olvidaron”. No apuntaba su diatriba a mi persona, pero creí oportuno ofrecer la copa del consuelo a quien lamía de esa forma cada herida de su alma. Tomé en mis manos la razón de su infortunio y acompañé su dolorida obstinación con una lámina de silencio. Estuvimos así, cercanos cada uno en su mundo, malversando minutos al desierto de la noche. Al fin, tomó su desazón y enfiló sus pasos hacia el Monumento a la Agricultura Nacional. Entreviendo una despedida improvisada me atreví a preguntarle su nombre. Él me dijo: “¿Acaso no me reconoce? Soy Castellanos. El infeliz visionario, Aarón Castellanos”. MABEL LUCÍA PRUVOST ESPERANZA 58


EL CAMPANERO En cierta ocasión, en una rueda de amigos, alguien me ha contado una historia que en principio no creía. Me pareció una hermosa historia, pero inventada. Luego, con el paso del tiempo, la asocié con lo sobrenatural, lo fantasmagórico, tal vez. Hasta que en una oportunidad se la conté a un anciano de la localidad y me dijo que posiblemente haya sido verídica. En Felicia, hace ya bastante tiempo, había una persona encargada de tocar las campanas de la Iglesia para llamar a la comunidad, tanto para asistir a misa como, con el cambio de melodía, anunciar la partida al cielo de alguno de los feligreses. Todos los domingos, temprano en las mañanas sin faltar ninguno, durante treinta años, se veía llegar al campanero. No importaba si hacía frío, calor o si llovía. A paso ligero, cortos, pero dinámicos, con su clásico saco beige, su pantalón negro grisáceo desgastado por el paso del tiempo, zapatillas livianas y sin medias, yendo hacia la Iglesia para hacer vibrar una vez más el campanario. Este momento era todo un espectáculo. Escuchar el sonido de las campanas de una de las iglesias más altas de la provincia, acompañado por el revoloteo de un centenar de palomas espantadas, alrededor de la torre, por el ensordecedor repique. Según se sabe sobre la historia de este hombre, el amor golpeó a las puertas de su corazón en sus años de juventud. Una historia de novelas para esa época: el joven humilde perdidamente enamorado de una bella joven, pero de una posición económica muy superior. Un amor no correspondido, pero imposible de olvidar. Mucho fue el tiempo de idas y venidas de este amor. Tiempo de espera, tiempo de desengaños. Mientras tanto, la vida se les iba pasando sin poder formar su propia familia. 59


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Los años fueron pasando y con el campanero fueron crueles. La adicción al alcohol dañó su presencia, pero la responsabilidad en su profesión de campanero siguió como el primer día: siempre puntual sin importar el paso del tiempo. Hoy, ya no está más entre nosotros. Ya casi nadie se acuerda de aquel viejo campanero. Yo mismo lo he comprobado: siempre momentos antes del sonar de las campanas llamando a misa, las palomas del campanario se lanzan al vacío revoloteando a su alrededor, como hace tantos años, como si desde lo alto lo vieran llegar a paso ligero, con su clásico saco beige, una vez más para hacer sonar las campanas de la Iglesia, dejándonos disfrutar de este hermoso espectáculo. JORGE JAIME FELICIA

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El ÁRBOL MÁGICO Hace mucho, mucho tiempo, vivía una niñita llamada Elisabeth con muchos sueños. Ella practicaba arquería y le encantaba hacer sus propios arcos y flechas. La madera que utilizaba para hacerlos pertenecía a las ramas de un árbol de la plaza de Felicia, muy viejo, que regaba y cuidaba, ubicado cerca del Monumento a Sarmiento. La niña decía que ese árbol era mágico, que le iba tan bien y tenía tanta puntería, gracias a la madera con la que estaban hechos los arcos y flechas. Un día, hubo una gran tormenta, la cual provocó la caída del árbol. No solo ese, sino que las cuatro manzanas de la plaza de la localidad quedaron destruidas. Elisabeth se sintió desilusionada, sus rendimientos bajaron, parecía que su magia se había ido con el árbol. Varias noches después, la niña tuvo un sueño en el que ella salía campeona con su equipo en arquería. Mientras festejaba, un hombre ya anciano le dijo: El poder está en ti. Justo en ese momento, sonó la voz de su madre diciéndole que se levantara y la despertó. Elisabeth practicó mucho con su arco y flecha hechos con la madera del árbol mágico. Cada día que pasaba iba mejorando su puntería. Había llegado el día del campeonato, la niña ya preparada tomó sus cosas y fue directo para el Club donde se realizaba el evento. No quedaba lejos: nada quedaba lejos en ese pueblo. Su equipo salió campeón. Ella muy contenta fue corriendo a contárselo a su madre y por el camino se cruzó al anciano de su sueño. Él le dijo: Te felicito, lo lograste, ganaste el campeonato. La niña confundida le preguntó: ¿Quién eres? El anciano sonriendo le respondió: Soy un viejo amigo tuyo, estoy muy agradecido de que me hayas cuidado y protegido, espero que te haya servido mi madera.

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Elisabeth muy contenta lo abrazó y siguió su camino hacia su casa. Desde entonces se comenta que en las noches de tormenta se divisa la sombra de la silueta de un anciano divagando por la plaza; es el espíritu del árbol mágico, que da fuerzas a quien confía en el poder interior. SOLANGE BELÉN SAGER FELICIA

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EL DUENDE DE LA LOCURA Los más viejos del pueblo contaban la historia de un duende. No solo de él, sino que volvía locas a las personas. La historia se transmitía de abuelos a nietos y así llegó hasta nuestros días. Un humilde señor le contó a los compañeros de su querido nieto la historia de “El duende de la locura”. Los chicos no la creían, pero él la contaba muy convencido. El relato hablaba de un duende que por la noche entraba en la cabeza de la gente que tenía hermosos sueños para arruinárselos y eso provocaba la locura. Les contó también que cuando tenía su edad, el duende intentó entrar en su cabeza. Una noche se despertó con mucha rapidez y de un salto lo vio sobre su cuerpo: nadie conocía su forma, era un pequeño ser de color rojo, totalmente rojo. Del susto, lo empujó y corrió hasta la cocina, tomó una caja que había sobre la mesa y lo encerró…Le costó mucho trabajo, pero pudo hacerlo. Lo metió en cuatro cajas más, una dentro de otra y las ató con una cinta… Con mucho miedo, volvió a dormir. Por una parte, estaba seguro de que había quedado atrapado ya que había gastado todo un rollo de cinta, pero por otra, tenía miedo. Al día siguiente, fabricó una jaula especial con madera y le pidió al herrero del pueblo que la asegurara con hierro. Luego dejó la caja en el sótano oscuro. Hace unos once años fue a verlo, para saber si todavía estaba. Al abrir una caja, vio que el duende se había escapado. Lo buscó por todos lados, pero no lo encontró. Se quería asegurar de que no molestara a nadie más, pero fue imposible. Dejó una nota que decía: “Cuando menos te lo esperes regresaré y volveré locos a todos tus seres queridos y a todo tu sucio y asqueroso pueblo”. Desde ese momento, se cree que está torturando gente, pero más lejos del pueblo, de la iglesia, de la torre alta. 63


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Hay gente que lo cree. Otros no. Pero este señor lo está esperando: prometió no olvidarlo y atraparlo nuevamente, esta vez tomando todos los recaudos para que no vuelva a escapar…Y todo el pueblo volvería así a vivir en paz, sin temor de caer en la locura. VALENTÍN MIGUEL CORRENTI FELICIA

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VORÁGINE DE INCERTIDUMBRE Felicia es un pueblo tranquilo…muy tranquilo. Pueblo chico, poca emoción. Por eso, esta historia esconde mucho más de lo que se dice. Hay por aquí un personaje muy característico al que todos llaman Úrsula, porque nadie sabe su verdadero nombre. Tiene aproximadamente cincuenta años y recorre diariamente el pueblo con mirada altiva y cuerpo erguido. No habla con nadie y todos la creen loca. Cierto día lluvioso, salió a hacer su paseo habitual. Por el camino, se encontró con una niña que estaba sentada en el cordón de una vereda. En un impulso, Úrsula detuvo el motor de su moto y le preguntó a la niña, con voz serena por qué estaba allí sola. La niña con mirada dulce le respondió que no tenía adónde ir. Úrsula, apiadándose de ella, le dijo: En mi casa hay lugar: una cama cómoda que tengo de sobra y leche tibia que te puedo dar. No soy mala como todos creen. La lluvia era molesta, pero sus miradas no se desviaban. De repente, la niña le respondió: Yo no confío en nadie. Úrsula, desconcertaba, arrancó su moto y se alejó. La niña quedó en el mismo lugar, con la mirada perdida en el horizonte. Úrsula se vio reflejada en la niña, creyendo ser ella misma muchos años atrás. Muy triste siguió su rutina habitual y nunca más se volvieron a ver. Es así que se cree que la niña nunca existió y solo fue una locura más de Úrsula. MERCEDES PALAVECINO BIRCHER FELICIA

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EL DÍA QUE APAGARON LA LUZ No recuerdo si tenía seis o siete años, el día en que fui testigo del encuentro de mi padre con tres de sus compañeros de la primaria, en la verdulería de Raúl, uno de ellos. En la radio local, comenzó a sonar Charly García, lo que provocó un giro de trescientos sesenta grados en la conversación: el tema de la charla pasó a ser “el día que apagaron la luz”. Recordaron, entre los cuatro, aquella noche en la que se encontraba una parejita conversando en un árbol caído de la plaza y de un momento a otro se cortó la luz durante un par de segundos. Al mismo tiempo, todo el pueblo se vio iluminado por una luz incandescente que ascendió en un instante y los jóvenes parecieron desaparecer con ella. Cuando la luz regresó, no quedaban ni rastros de ellos, enigma mil veces debatido, jamás resuelto. Yo no sabía dónde estaba ese árbol, pero me explicaron que quedaba cerca del monumento a San Martín, que marca más o menos el centro del pueblo. Al parecer, mi papá, Oscar y Hugo presenciaron el momento porque estaban pasando cerca del lugar justo a esa hora. Según recordaban, tenían, para entonces, un promedio de dieciséis años cada uno. Estoy seguro de que fue un OVNI aseveraba Oscar, idea que el resto dejó sin cimientos: nadie había desaparecido de sus casas esa noche, ni tampoco nadie había visto que la luz descendiera. Le recriminó a Raúl que él no podía decir nada, porque él no estaba esa noche. Por su parte, mi papá hipotetizaba sobre la Luz Mala, mientras Raúl se reía: ¿Y desde cuándo la Luz Mala se lleva gente? Vos la hubieses visto, Oscar, vos la hubieses visto…decía Hugo, quien luego insistió en que a él le parecía rarísimo que nunca nadie hubiera podido decir quiénes eran los jóvenes que se encontraban ahí, porque eso simplificaría mucho el debate: solo bastaba con ir y preguntar. No deben haber sido del pueblo…decían.

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Personalmente, yo creía que hubiese podido ser el Principito cuando se iba de la Tierra para cuidar a su flor, pero mi papá me recordó que la historia de “El Principito” transcurrió en el desierto, unos cuantos años antes de que se apague la luz. También pensé que era absurdo que hablen de que “se había apagado la luz” mientras que el suceso importante era que una luz se había encendido, pero de eso no dije nada. Cuando Celina, la mamá de uno de mis compañeritos de la primaria, entró al local, la conversación continuaba. Yo escuchaba atentamente con mucha curiosidad, y mi papá aseguró que, de vuelta a casa, íbamos a pasar por ahí para que viera el lugar y el árbol, que todavía estaba caído en la plaza. Cuando pregunté si no era una estrella fugaz todos rieron de mi inocencia. Hugo me recordó que las estrellas fugaces caían del cielo, no que subían hacia él. Yo me disculpé y aseguré que siempre me olvidaba hacia adónde caían las estrellas. Celina se acercó al mostrador con unos cuantos tomates y un racimo grande de uvas y le pidió a Raúl que le diera media docena de huevos y un poco de lechuga. Hugo aseguró que tenía que volver al trabajo enseguida y Oscar recordó que estaba en la verdulería, no para charlar con sus amigos, sino porque su esposa necesitaba urgente un kilo de cebollas que él todavía no había ni siquiera elegido. Cuando caminaba hacia la puerta, agarrada de la mano de mi papá, volteé la cabeza. Dándole la espalda a Oscar, que estaba mirando qué cebollas estaban en mejor estado, Celina le sonreía a Raúl, quien le devolvía una mirada cómplice mientras sacaba la cuenta. Raúl, que notó mi mirada de asombro, me guiñó un ojo. Algo me dijo que Raúl y Celina bien sabían lo que pasó “el día que apagaron la luz”, pero que, al menos hasta ahora, prefirieron dejarlo en silencio, fomentando la imaginación de todos los residentes del pueblo, y de quienes alguna vez visitaron Felicia, el pueblo reconocido en la región por su enorme plaza. VANESA BOIDI FELICIA 67


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LA LLORONA Anochece y en la casa de los parroquianos, las carcajadas antes desenfrenadas se apagan y dan paso a una tenue sonrisa con un gesto de nerviosismo, que aunque los más escépticos intentan disimular, sus rostros los dejan en evidencia y solo hace resaltar más, el fallido intento de parecer ajenos a una realidad, para muchos increíble y para otros impensada, pero imposible de negar. Porque los ojos ven, los oídos escuchan y la piel se eriza cuando ese gemido desgarrador apuñala el silencio de la noche y hace escarchar la sangre de los hombres, que valientemente intentan no sucumbir a ese horror, forzando sus corazones al límite de reventar al sentir ese grotesco alarido, que no es más que la misma muerte, llamando al mismísimo mal. Su rostro es indescriptible, vestida de niebla, merodea por las viejas calles, buscando un alma para llevarse, quién sabe a qué siniestro lugar. Todo el pueblo queda en silencio, hasta los perros no se atreven a ladrar, las madres encierran a sus hijos y se aferran a un rosario intentando menguar el fatídico momento. Todo es miedo, todo es temor, esa imagen fantasmagórica que en ciertas noches aparece, hace que la vida pueblerina cambie de contexto y solo sea terror, pánico y una desesperada agonía que solo termina con las primeras luces del alba. La espera es lúgubre, la angustia anida en las gargantas de los residentes que no quieren salir de donde están, porque todos saben que si se encuentran con ella, es inevitablemente el final. Lo contaban los abuelos cuando querían a los niños asustar; creían que era un cuento, una leyenda, nada más, qué equivocados que estaban, porque una noche volvió y nadie sabe cuándo se irá. CÉSAR ADRIÁN DOLDER GRUTLY SUR 68


EL CAMINANTE El caminante, es un chico de aproximadamente catorce o quince años de edad, normalmente deambula por el pueblo, aunque es raro verlo porque anda por lugares oscuros y lejanos. Además su vestimenta no permite ver su rostro, ya que usa abrigos con capuchas. Elián afirmó que lo vio en su cuarto cuando estaba por acostarse a dormir…”Normalmente me acuesto a medianoche, ya que me entretengo mucho con la computadora, el resto de la familia se va a la cama mucho más temprano. Aquella noche, al acostarme me sentí inquieto, como si alguien me vigilara, esa era la sensación que sentía, entonces me levanté y lo vi, estaba en ese rincón, mirándome y diciéndome que no grite, que nadie debía enterarse, cómo iba a evitarlo…cómo iba a evitar gritar…mis padres al escucharme se levantaron y encendieron la luz de mi cuarto…y no había nada.” Esas fueron las palabras que Elián mencionó. Al día siguiente, sus padres murieron de camino al trabajo, se dice que fueron asesinados, brutalmente apuñalados. Él fue uno más de los tantos que sufrieron esta desgracia. Curiosamente todos estaban relacionados con un niño. Comenzaron a interrogar a los chicos de trece a dieciséis años, pero ninguno parecía sospechoso, a todos y cada uno de ellos… menos uno, no sé cómo decirlo… estaba allí, pero era como una simple ilusión, nadie lo veía… pero yo sé que estaba allí. Al final de la interrogación yo me acerqué a ese chico y le dije: “Oye niño, parece que no te interrogaron, ven, tienes que venir” y él me miró y mencionó: “Me puedes ver y yo a ti, pero los demás no me ven, qué envidia, yo le tengo miedo a la oscuridad, pero es la única forma de que me vean, aunque hay excepciones, como tú. Deberías darte cuenta, el mundo, la vida, no es más que una

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ilusión, nada existe, solo un gran espacio y tú, mejor vete antes de que tú también seas una ilusión”. Después de eso me llamaron, y cuando me volteé para que me acompañara ya no estaba, ese día no dije nada, estaba asustado, no… sigo asustado. Si estás leyendo esto, cuando te encuentres con un chico extraño que la gente no lo ve, ignóralo, no es más que una ilusión, por más que te parezca triste ignóralo, si no quieres que esa ilusión se haga realidad y te observe cada noche en la oscuridad, no hagas lo que yo, simplemente ignóralo. Días después el autor de esta carta se suicidó ahorcándose en su cocina, no se sabe nada más y lo único que dejó fue este escrito. Hay gente que dice que esto nunca pasó, pero algo es seguro, EL CAMINANTE sigue paseando por la oscuridad, en silencio, en… Grütly. ENZO MATÍAS GATTI GRÜTLY SUR

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LA DAMA MISTERIOSA EN MARÍA JUANA Todavía se me erizan los pelos del brazo cuando recuerdo esta historia que me contaron en mi pueblo y que hoy les voy a transmitir. Todo fue una gran fiesta, rodeados de familiares y amigos que agasajaron a los recién casados brindándoles un futuro muy próspero en sus bendiciones. Días después, la joven pareja partió rumbo a los parajes de Córdoba donde pasarían su luna de miel, pero allí, la desgracia vino otra vez en forma y se llevó en un terrible accidente de auto la vida del joven esposo, quienes en medio de una furiosa tormenta pararon su vehículo en la calzada de la ruta, preciso instante en el que fueron embestidos por un camión que terminó colisionando contra la ladera de un pequeño cerro. Si bien el infortunio fue terrible, Josefina no muere en el accidente, ella, luego de dos semanas de estar en coma y sufrimiento, entrega su vida a los cielos, dilapidada y sin fuerzas. La familia compungida por lo sucedido hace los honores del entierro y en el cementerio local construye un bello panteón donde son puestos a descansar los esposos, el hermanito muerto de Josefina y una foto del su fiel cachorro Romualdo, que tanta alegría le diera alguna vez. Tiempo después los padres de Josefina inmersos en profundo dolor y angustia caen cautivos de una depresión, que sumado a su vejez los pone en manos de la muerte, que se los lleva uno a uno. El panteón de la familia una vez más recibe los cuerpos de los padres, al mismo tiempo que la casa en el pueblo se queda vacía. Cuentan los que mejor conocen la historia que algunas noches de primavera, cuando alguna tormenta asoma en el horizonte, justo en el preciso momento en el que el viento comienza a tomar fuerza y mover las ramas de los árboles y soplan papeles y hojas, precisamente en esos segundos, cruza la ruta que pasa por mi pueblo, una joven vestida de novia, con un bebé en sus brazos y un perrito, a su lado, caminando. CRISTINA A. FORTUNA MARÍA JUANA 71


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VIVENCIAS Aun veo a lo lejos a mi pueblo natal: El Tío, provincia de Córdoba. Ese pequeño lugar en el que vivimos con mis hermanos y mis padres. En aquel momento de mi historia, recuerdo a mi papá trabajando en el campo…y a su lado mi madre, porque era sabido que las mujeres trabajaban a la par de sus esposos. Dura tarea la del “desmonte”, tirando con fuerza de las duras manijas de madera de un largo serrucho para darle batalla a los árboles. Y allí, una familia…la mía…con siete hermanos. Me recuerdo despuntando apenas seis o siete años en una casa pequeña, precaria, simple, humilde que se levantaba en la soledad del descampado, sin luz eléctrica. Adentro, por las noches, nos convocábamos al calor de un brasero que prometía un guiso, al amparo del frío de un invierno cruel para escuchar las historias y decires de esos parajes. Y la fantasía crecía dando rienda suelta a nuestra imaginación…pues se contaba de la aparición de la “luz mala” y de una blanca figura que ocasionalmente cruzaba el campo en el medio de las noches de luna clara…Escondíamos nuestros miedos bajo las cobijas al acostarnos, pidiendo la bendición. Y un: “Dios los bendiga, hijos…” nos acariciaba el alma antes de dormir. Sucedió que un día -recuerdo que era domingo- nuestros padres estaban en la casa. Despreocupados jugábamos con mis hermanos mayores en los bebederos vacíos de los animales en la claridad de la noche. Y, de la nada, divisamos una figura harapienta y sucia que se acercaba por el camino.

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Todos comenzamos a gritar sin terminar de saber de quién se trataba aquella extraña presencia. Saltos atropellados de algunos, seguidos de corridas, se sucedían para lograr escapar. Pero, con mi pequeño y delgado cuerpo, quedé relegada….y antes de que pudiera lograrlo, aquella figura blanca que tanto había temido, alcanzó a rozar su mano sobre la mía y me estremecí aterrada. Después…solo tengo el recuerdo de mis pies lanzándose a una loca carrera por el camino polvoriento. Y mientras lo hacía, giré rápidamente mi cabeza para asegurarme de no tenerla cerca de mí…pero ya no estaba…se había esfumado… Aunque pasaron los años, sobrevuela en mi memoria esa presencia cada vez que veo en mi espejo la pequeña cicatriz que el alambrado del campo dejó en mi frente mientras me alejaba enceguecida de aquella misteriosa mujer … Nadie creyó en mi relato, excepto mi padre, que desde ese día recorría los bebederos antes de la hora de dormir… JUANA GONZALEZ MARIA JUANA

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MUJER DE BLANCO En un barrio humilde de un pequeño pueblo, donde solo quedan las vías muertas, añorando el paso del tren vivían Elena, Mateo y dos hijos de la pareja. Mateo se encargaba de la jardinería, cuando algún vecino lo requería, Elena lavaba y planchaba para una familia adinerada del lugar. Un catorce de marzo se levantó Mateo como de costumbre antes que su esposa, no reparó que ella ya no estaba, saliendo al patio ve a su esposa sujeta del cuello con una soga. Su cuerpo dividía el tanque de agua, donde se encontraba sujeta. El llanto, dolor, desconsuelo y preguntas sin respuestas, envolvieron a Mateo quien quedó inmerso en ese sentimiento. El tiempo cura heridas, pero no el alma, es por eso que se la veía, vestida de un blanco intenso, siempre en el mismo lugar, ese que eligió para volar. Los vecinos la veían en raras ocasiones, cuando se detenían la imagen se esfumaba y ellos se ausentaban con muestras de terror en sus rostros y elevaban plegarias, para que el alma de la difunta descanse en paz. A lo largo del tiempo, aparecían laicos, monjas, sacerdotes que bendecían el lugar, pero ella se quería quedar. La casa quedo vacía, el barrio también, solo el alma de María permaneció en el lugar. NOEMI RITA SUAREZ MARIA JUANA

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LOS GATOS DEL HOMBRE SOLO En mi pueblo ocurre, como en casi todos los pueblos pequeños, que las leyendas y mitos se enmarañan con las realidades. Van viajando de boca en boca por la infinitud del tiempo mientras la imaginación los va enriqueciendo. La impronta personal los hace cada vez más increíbles hasta llegar a tener las más variadas versiones, de las cuales ya no queda nadie capaz de afirmar su veracidad. Una de ellas dice que él era un niño, adolescente y hombre como todos. Viviendo siempre en la misma casa con sus padres, hablando siempre con la misma gente, conviviendo con la rutina cotidiana. Hasta que un día, sin que nadie sepa por qué, se enojó. No con la gente, se enojó con el pueblo y juró no pisar nunca más sus calles. Fue desde entonces que se encerró en su casa y solo de vez en cuando se lo veía parado en el umbral tratando de enterarse de los últimos acontecimientos. Sus padres fallecieron y él quedó solo, con la única compañía de una docena de gatos que continuamente se trepaban por los árboles del patio o caminaban orondos por el borde superior del tapial. Sus excursiones al umbral fueron cada vez más infrecuentes, hasta que llegó el momento que no se lo vio más. Nadie entró ni salió de la vivienda. Nadie pagó los servicios y uno a uno se los fueron cortando. La casa quedó en penumbras. Las enredaderas salvajes comenzaron a treparse, primero por los árboles luego por las paredes hasta llegar a la puerta y ventana del frente. Todo se convirtió en un gran matorral. Solo los gatos siguieron paseándose despreocupadamente por todos los rincones del lugar.

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Los vecinos comenzaron a alarmarse, se rumoreaba que murió solo encerrado en su casa. Es desde entonces que observan las excursiones nocturnas de los felinos que, como someramente adiestrados, empiezan con total rapidez a perseguir a todos los vecinos cuando comienzan a cocinar. Con sigilo nunca visto, logran hurtar algún pedazo de carne desapareciendo al instante; sin que nadie logre atraparlos. Al mismo tiempo, otro grupo de gatos asaltan las quintas del vecindario. Muchos juran haber visto con la meticulosidad que extraen las frescas zanahorias, cebollas o papas. Cómo cortan primorosamente las hojas de acelga, los puerros y los cebollines. Afirman que luego, cuando ya la luna hizo la mitad de su viaje, toda la cuadra ve que se encienden, incomprensiblemente, las luces de la casa y en el aire comienza a propagarse primero levemente y luego con mayor intensidad un exquisito aroma a sopa de verduras y a carne asada. Los gatos emiten maullidos ensordecedores y dentro de la morada se escuchan ruidos de ollas, de sillas que se corren, de platos y cubiertos. Al terminar el festín todo vuelve a estar en penumbras, silencioso y yerto y los animales satisfechos duermen felices en el tejado. Este hombre ya tendría ciento veinte años, pero los vecinos, aun hoy, afirman que está vivo. NORMA NOEMÍ BELLINO MOISÉS VILLE

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SE ASOMAN EN EL HORIZONTE El joven, cada mañana muy temprano, recorría las calles polvorientas, subido a un caballo paseandero y memorioso. Marcos era el nombre del adolescente desgarbado, vestido de gaucho, con ropaje de prestado. Su mejor amigo, su caballo oscuro de color indefinido, mezcla de razas llegadas del Viejo Mundo. Ambos, en barco: el hombre y la bestia. Los dos, inmigrantes en el suelo criollo, los dos: gringos. El joven y su caballo, fundidos en la imagen que mostraban cada mañana en su recorrido habitual, eran los encargados de llevar las nuevas a los recién llegados. En cada visita, aunque espaciada, traían la alegría y la esperanza: una carta, un mensaje, tal vez... Los sonidos de los cascos de El Andariego, se escuchaban al alba, mezclados con gorjeos, relinchos y mugidos tempraneros. A veces, dejaban rastros en el barro y otras, nubes de polvo. Las casas cada vez eran más numerosas, más unidas, juntas cual ramilletes que asomaban desde el fondo de la tierra fértil del Nuevo Mundo. Así nació el asentamiento, en la primavera de 1889. Agrupamiento que dio lugar a un nuevo poblado, que trajo progreso: bibliotecas y bosques de paraísos y eucaliptus; alfalfares y profesionales. Grupos de teatro y de música florecieron junto a escuelas, tambos y cooperativas. Los inmigrantes se afincaron, se multiplicaron. El pueblo tuvo su apogeo, fue conocido como la Jerusalem de Argentina. Echó raíces. Raíces que se elevaron en troncos, troncos con muchas y variadas ramas. Ramas transformadas en familias. Familias y sus descendientes, quienes aún ven pasar, por las mañanas, la sombra conocida del corcel oscuro con sus crines al viento y a su cabalgador.

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Es el joven, que muy temprano por la mañana, aun recorre las calles subido a su caballo paseandero y memorioso…En el lugar todos los conocen, todos lo esperan, todos perciben que trae júbilo y aliento, como siempre, a través de más de un centenar y un cuarto de años, desde que comenzaron su recorrido…Y todos los moradores de este pueblo, tan rico en su historia, saben que cada vez que aparecen en el horizonte es para traer la alegría y el optimismo para todos. MARTA ZINGER MOISÉS VILLE

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EL BUEN JOSÉ Se acodaba al tapialito que marcaba la entrada de su casa y allí observaba a todos en su lento deambular por las calles del pueblo. De contextura robusta, pero de piernas delgadas sus inquietas manos no lograban estar totalmente abiertas, se movían a veces sin sentido palmeando sus hazañas. Con su mano en alto llamaba a la señora pulcra, Doña Ernestina, que iba a su trabajo. ─ Sí, José, qué necesitás?... ─Este… señora… ¿me da plata para el pucho? ─ Bueno, sí, José aquí tenés. Y sacaba lentamente unas monedas de su bolsillo del delantal. Otra mañana pasaba Jorgito, el chico que volvía del fútbol picando su pelota delante del tapialito: Dale pibe… me das unos tiritos…? Jorgito le pasaba la pelota y José la pateaba con apenas un toquecito sostenido de la pared y reía a carcajadas. Todos los días, regresaba Don Juan de su trabajo y, al verlo, lo saludaba amigablemente y él con una ruidosa carcajada le devolvía el gesto de amistad y aceptaba las golosinas diarias. De pronto, desde el patio aparecía una señora de anteojos, menudita de sonrisa suave, de ojos penetrantes, de mirada cansada, que cariñosamente lo observaba, lo abrazaba y lo conducía al interior de la casa respetando su dificultad: Vamos José a sentarnos un rato en la cocina, te preparo la leche y unos panes, querés…? Y sin esperar respuesta le daba la merienda. Así transcurrían los días del buen José, pero ¿no conocería más él de la vida, que todos los que transitábamos por las gastadas veredas cada día? MYRIAM ESTHER CHRISTEN PILAR 79


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PERSONAJES DE MI PUEBLO Pilar es mi pueblo. Aquí pasé mi vida con mi familia que se fue agrandando a medida que el tiempo pasó. En mis momentos libres me dedico a leer, escribir cuentos, recrear los que no me placen, repasar leyendas, anécdotas e historias de mi pueblo con sus personajes especiales, que guardo en una biblioteca antigua regalada por mi suegro y que Juan, mi marido, las ordenó. Ese material tan sentido forma parte de la familia. Hoy es un día gris y con llovizna, retiro al azar uno de ellos, de hojas amarillentas, llamado “Personajes de mi pueblo”. Solo tenerlo en mis manos me da placer, comienzo a hojearlo y van apareciendo ellos. Los podía encontrar en el bar, en la plaza, en las calles aun no asfaltadas y tenían por objetivo conversar con las personas y alegrar a los pequeños. Sus risas se oían a través de los pinares divididos en cuatro avenidas que comenzaban muy cerca de la estatua de La libertad rodeada por un jardincito y cadenas formando un cuadrado. Su afición por la bebida hacía que se reunieran en un bar frente a la plaza. Mi mente los capta a través de una maraña de años como si sus rostros estuviesen expuestos en una galería de la gran ciudad. Es como si entrara en el túnel del tiempo y me enfrentara con “Chorla” un viejecito de pelo blanco y ojos celestes que ejecutaba un vetusto acordeón donde florecían valses que llenaban el alma. Tal vez Europa fuera su cuna y el derrotero de no saber adónde iba ni de dónde venía lo depositó en Pilar. Cuando la ebriedad lo saturaba solía reír… reír o cantar en italiano, los chicos lo acompañaban aplaudiendo felices al compás de una canzoneta.

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Otro de sobrenombre “El Cairo” cuyo verdadero nombre se desconocía, aseado, de piel cetrina y cabellos negros y relucientes por la brillantina, ejercía su tarea de tapicero sin apuro, decían que había caído en desgracia al matar un hombre, allá por Buenos Aires, sin embargo aquí su conducta fue correcta. “José”, el más querido por los niños, soñaba con volar… corría alrededor de la plaza subiendo y bajando sus brazos como un planeador mientras reía como un niño, las carcajadas inocentes se oían sobre las de los chiquilines que trataban de imitarlo gritándole José… José… no aceleres tanto… te perderás entre las nubes…. El más joven de los mencionados personajes era “Isidro" que con muchas dificultades empujaba un carrito lleno de golosinas y una sonrisa interminable, los niños trababan su carrito y él repartía los dulces con satisfacción; los que caían al suelo eran tomados por los más pequeños que no alcanzaban la caja de múltiples dulces. Al oír un timbre, interrumpo mi estadía en el túnel del tiempo, pero aún suena en mis oídos el dulce vals de Chorla, puedo ver el brillo de la brillantina de Cairo, escucho el aletear de José y me doy cuenta de que mi boca saborea gustosa un caramelo de Isidro. LILIAM TERESA DEMICHELIS PILAR

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EL CROTITO DE LA BOLSA En un galpón de una casa vecina, vivía Osti, un anciano mendigo de nutrida barba y apariencia frágil. Había llegado una siesta de verano en calamitoso estado de ebriedad, haciendo sonar latas y cacharros que tenía en la bolsa. Como los dueños de casa se encontraban durmiendo, comenzó a vociferar e increpar para que lo atendieran. La mamá de Ana, que se encontraba en avanzado estado de gravidez, abrió la puerta y al verlo sufrió tal impresión que, mirando al pordiosero, se llevó las manos al rostro. Según sus posteriores comentarios debido a esto su hija lleva la estampa del crotito de la bolsa en la frente. La descripción de la mancha y los sucesos que generaba despertaron interés en la gente, tal es así que de pueblos y ciudades vecinas acudían a conocerla para tocar su estigma. Según las creencias pueblerinas si había buena cosecha, la bolsa se agrandaba; si el tiempo iba a permanecer seco, esta se achicaba. Es tan nítida que realmente parece la figura de Osti. Será por eso que le dieron lugar para vivir y nunca más le faltó un plato de comida. De ahí en adelante, lo contrataron como peón de campo a condición de alejarse de la bebida, cosa que cumplió a pie juntillas, convirtiéndose en el amigo fiel de los cinco niños de la casa y en el más certero consejero del padre en lo que respecta a la parte económica, razón por la cual generaron su inmensa fortuna. NORMA MARÍA INÉS GALIANA PILAR

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UN MONO EN LA CALESITA Al Colorado Steimbayer también se lo conoció siempre como “El Mono”. Se llamaba Raúl, pero desde muchacho llevaba sin querer, entre otros, ese apodo del que nunca pudo desprenderse. De piel blanquísima que el verano enrojecía, en su cara destacaban las pecas acumuladas en los cachetes. Pelado, corto de vista, de cuerpo bastante rollizo y por lo tanto de movimientos lentos, era la persona menos parecida a un mono que uno podía imaginar. Por eso muy a menudo sus amigos le preguntaban: ─Che, Gordo ¿por qué te dicen Mono a vos…? Y él se hacía el distraído y no contestaba. ─Colo, vos de mono tenés poco, eh! Steimbayer siempre encontraba cómo zafar de la respuesta a sus intrigados compañeros. Hasta que un día, ya siendo todos adultos, el Mono Steimbayer contó la verdad y sentenció: La culpa la tienen los de “las tres G”. Cuando él era apenas un adolescente de trece años, en Pilar se había formado una sociedad para construir una calesita de la que el pueblo carecía, comandada por tres personas de apellidos que comenzaban con la letra G, todos ellos de familias ligadas a la metalurgia. Como buenos amantes de los fierros la equiparon con el motor de un Ford T y la fueron completando con ruedas de carros, engranajes y ejes sacados de sus propias herrerías. Finalmente concluyeron que era necesario dotarla de un sistema de reducción de velocidad, teniendo en cuenta que el objeto en cuestión estaba destino a la diversión de los chicos.

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Un día, decidieron probarla haciéndola dar un par de vueltas. Los bancos de madera, caballitos y aviones aún estaban sueltos y sobre el piso de la calesita habían quedado desparramados tuercas, bulones y varias herramientas de los mecánicos. Dieron marcha al motor, primera suave, y, cuando comenzó a girar, un pibe que pasaba por ahí, sin pedir permiso, se tomó de uno de los hierros colgantes para disfrutarla gratis por un rato. A medida que la calesita fue tomando velocidad iba perdiendo en cada vuelta un banco, un caballito, un avión… a la vez que llaves, pinzas, tuercas, clavos y bulones salían disparados como proyectiles, por lo que los artesanos tuvieron que esconderse para no ser alcanzados. Mientras tanto, el Colo Steimbayer, que de él se trataba, permanecía colgado de los hierros, aferrado como un mono, pidiendo a gritos que frenaran la calesita. Los de “las tres G” salieron de sus escondites y lograron parar el motor del Ford T, ayudaron a Raúl a bajarse, que del susto estaba más pálido que de costumbre, y lo despidieron con burla: ─Andá Colorado, ya podés ir a trabajar a un circo. Y desde ese día quedó bautizado como “El Mono”. RAQUEL BEATRIZ MICHLIG PILAR

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MISA DE ONCE Tañido de campanas llamando a misa, como una niña curiosa y traviesa, eso es lo que soy, corro a una de las ventanas de mi casa que da a la calle, es que vivo enfrente de un colegio religioso, se llama “Santa Marta”. Está habitado por muchas monjitas y por las numerosas niñas de todas las edades que son pupilas porque sus hogares están a kilómetros del lugar. No pueden salir todos los fines de semana, algunas por la distancia, otras por el mal estado de los caminos si ha sido una semana lluviosa. Ya se asoma una monja, detrás de ella en rigurosa formación, aparecen las niñas con sus uniformes de polleras tableadas oscuras y que le llegan a media pierna, zapatos negros, medias tres cuarto, camisas blancas cerradas hasta el cuello y camperas tejidas de color azul. A medida que pasan delante de mi ventana las voy contando, una, dos, tres… etc… la rubia de trenzas, la de pelo lacio castaño, otra con muchos rulos. En completo silencio, recorren las tres cuadras que las separan del templo, siempre acompañadas por las monjitas, me apena verlas, sus caritas tristes, algunas con sueño, muy rara vez alguna sonrisa cómplice o un comentario a media voz, ellas simplemente llamadas las pupilas del Santa Marta, porque desconocemos algunos nombres. Pero yo las tengo bien contadas y un domingo faltó una, no me equivoqué, conté bien, porque era la pelirroja de rulos ¿qué le pasó, se enfermó? cómo saberlo. Esperé ansiosamente el próximo domingo y ahí estaba, con un brazo enyesado.

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Entonces era cierto lo que me contaron en la semana mis compañeritas de cuarto grado, me dijeron que una pupila trepó por el tapial que daba a la calle para escaparse, cayó mal y se quebró el brazo; pobrecita, la volvieron a traer y con un brazo enyesado. Cuál habrá sido el castigo de las monjas por querer escapar y el de sus padres cuando los llamaron para que la lleven al médico, qué pena su carita triste, la cabeza gacha y si mis ojitos no mintieron, los suyos habían cambiado. Así era siempre cuando llegaban al templo, se dirigían por la nave central hasta el lugar que solamente ellas ocupaban, así transcurría la misa, el regreso era exactamente igual, sin desviar la vista o distraerse, domingo tras domingo, ellas respondían al llamado de Dios expresado por el tañido de las melodiosas campanas de la parroquia Nuestra Señora del Pilar. ANA MARÍA BELIZ PILAR

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DEMASIADO ALIENTO Esto pasó en mi pueblo hace mucho, algunos dicen que fue por allá en la década del treinta. De generación en generación la historieta se hizo popular. Yo, que peino canas y ya se me han “volado” algunas chapas, recuerdo haberla escuchado -cuando niño- en las charlas de viejos bolicheros, en las sillas gastadas de una peluquería “para hombres” y en cuanta ocasión ameritaba su mención. Quizá los jovencitos de hoy, enredados en otros medios de comunicación más urgentes que la transmisión oral, que la charla cálida de los abuelos, desconozcan aquella anécdota. Por esos tiempos la vida pueblerina desandaba su derrotero lentamente, apacible, sin los apremios y las necesidades imperiosas de los años nuevos. Las actividades comerciales y agroganaderas eran florecientes, el trabajo no era escaso, las industrias se iban instalando poco a poco. Un terreno baldío, de los muchos que había, era potrero de futbol de los pibes -y no tan pibes- del barrio, y el sitio donde acampaban los circos, que en su marcha trashumante llegaban a Pilar. El hombre era alto, desgarbado. Se apellidaba Ferri. Para todos, era “el mono Ferri”. Bonachón, bohemio, afable en el trato con la gente, el mono era amigo de todos. Concurrente asiduo de los bodegones pilarenses, consumidor de ajenjos y vinos ásperos, su presencia era infaltable en los asadazos y las peñas de amigos. Junto a un socio tenía una empresa de albañilería que levantaba casas- nidos de vidas nuevas- o moradas fúnebres en el cementerio lugareño. El circo se instaló una siesta fría y destemplada, en el campito futbolero. Tres Studebaker viejos - pintados de rojo y celestetrasportaban dos caballos sabios, una cabra equilibrista, un chimpancé comediante y, en una jaula compartida, un conejo mágico y una gallina bailarina. Arrastraban dos casillas de madera y chapas, armadas sobre sendos chasis de autos viejos, y un acoplado sobre el que se amontonaban los diferentes materiales necesarios para montar las instalaciones. Un Ford 8 amarillo con

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lunares rojos y azules, llevaba adosadas a sus guardabarros sendas bocinas altoparlantes coloreadas de blancos y rojos. En sus puertas resaltaba, en rebuscada caligrafía, el nombre del Circo. “Hoy viernes a las 21 horas, Gran Debut”, anunciaba un gran cartel de chapa junto a un payaso de nariz roja y boca gigante, que quietamente reía, inmortalizado por un pintor de finos trazos. Otro cartelón proclamaba: “Hoy DRAMA EN 4 ACTOS. JUAN MOREIRA”. Llegaron juntos y ocuparon una buena parte de la primera fila, junto a la pista de aserrín. Ferri y sus amigos eran infaltables en las funciones cirqueras. La carpa estaba casi colmada, la música indicaba que ya comenzaría el espectáculo. Un hombre de raros bigotes, vestido con un ajetreado smoking, se acercó al grupo para explicarles que uno de los actores había enfermado y necesitaba a alguien que lo reemplace. Todos miraron a Ferri, que, sin hacerse rogar mucho, partió tras el hombre de los singulares bigotes. Todo transcurrió normal, divertido, tenso a veces. Los caballos sabían sumar y restar, el mago hizo que el conejo se esfumara en su galera, la gallina bailó sobre su escenario que era una chapa caliente, pobre. Comenzado el drama todo fue bueno hasta el último acto. El público esperaba la actuación del artista local. Ferri apareció con un gastado uniforme de milico, y debía, según el argumento de la obra, morir al enfrentarse con Juan Moreira. Pero el “mono” era habilidoso para vistear, demasiado vehemente en su lucha, tanto, que sus amigos de la primera fila y el resto de los espectadores después, le dieron su aliento enfervorizado con un ¡NO AFLOJES FERRI! , repetido hasta el cansancio. Y Ferri no aflojó, atacó a Moreira con tanto ahínco, con tanto ímpetu, que el protagonista del drama, huyó en un susto del escenario y el telón cayó bruscamente… El mono Ferri nunca explicó cuál había sido la opinión del hombre del bigote raro sobre su calidad actoral, pero el hecho quedó guardado para siempre en la historia de Pilar. EDELMIRO ÁNGEL MOLZONI PILAR 88


EL REÑIDERO Los domingos por la mañana iban llegando con sus envoltorios y se perdían por una puerta falsa. Eran hombres rudos, muy distintos a los rostros que conocía mi poca experiencia de niña llegada a un país extraño. Frente a la casa de mis tíos, calle de por medio, había un largo tapial con una puerta destartalada. Los días de semana todo era tranquilo, pero los domingos comenzaba mi curiosidad. De vez en cuando, mi tía me mandaba a llevar alguna cosa a los habitantes del misterioso lugar. Allí vivían dos ancianos amorosos. Ella, Doña Flora, era una dulce señora que apenas se podía levantar de la silla de paja. -¡Pasá chinita! ¿qué me manda tu tía en esa cacerola? Ah… parece que está bueno… - decía, destapando la olla. Luego pasaba el contenido a otro recipiente. En un fuentón que tenía con agua, sobre un banco, lo enjuagaba y me lo devolvía seco. Yo la saludaba con respeto y un poco de temor. Su ropa emanaba un leve olor a fritura: Decile a tu tía gracias por lo que me mandó el otro día, me vino muy bien. Y toma unas tortas fritas. Me quedaba un rato observando a la anciana. Todo su entorno era muy pobre. El parral cubría gran parte del rancho de barro y techo de paja. La puerta lucía una cortina con flores multicolores y el piso era de tierra, muy prolijo. Desde el fondo aparecía el esposo, Don Rufino, caminando lento y apoyándose en un bastón. Eran muy dulces ambos. Luego de saludar con afecto y ellos darme saludos para mis tíos, me retiraba de ese lugar tan pobre en comparación con la casa de mis tíos.

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Mi curiosidad era saber qué pasaba los domingos detrás de ese tapial. Veía autos que llegaban cargados de señores muy bien puestos. En algunos momentos, se escuchaban gritos, como de aliento y aplausos. Yo siempre espiaba cuando mi familia no me veía. Pero un día me animé y le pregunté a mi tía qué pasaba los domingos en casa de Doña Flora. Entonces, como en secreto, ella me contó que hacían apuestas. Y como yo no sabía qué era eso ella me lo explicó, recomendando que no lo comentara con nadie, porque las riñas de gallos estaban prohibidas. Me dijo que los dueños de los gallos de riña les colocaban en las patas unas púas de acero y los hacían enfrentar con otros animales. A veces el perdedor moría por las heridas sufridas, y la gente hacía apuestas por dinero. Me pareció espantoso y no quise ir nunca más a ese lugar. Un domingo llegó la policía y se llevaron a todos detenidos. Se comentaba que el dueño del terreno quería hacer un loteo así que desalojó a los viejitos. Nos dio mucha pena cuando los despedimos. Por suerte, ellos tenían unas hijas de crianza y una de ellas se los llevó a su casa y en el fondo les construyó un ranchito mejor, pero muy similar al que tenían en el reñidero y allí terminaron sus días Doña Flora y Don Rufino. MARÍA ESTHER GONZÁLEZ ANSEDE PILAR

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Antología de una Provincia que escribe

CARRERAS CHOVET GODEKEN HUGHES SANTA TERESA WHEELWRIGHT ZABALLA

USINA lll Escritores de pueblos y ciudades que integran el Ente Cultural Santafesino

DE PUEBLO EN PUEBLO

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HACE MUCHO TIEMPO UNA TARDE DE VERANO Ubiquémonos en el año 1948, cuando no existía la televisión, ni el celular, ni la compu. Apenas la radio y menos todavía el teléfono, salvo alguna cabina telefónica para casos de emergencia. Nuestras vivencias en la niñez ¡Las disfrutábamos tanto! Aquel que tenía una bicicleta era como Gardel si viviera. Solamente en esa dimensión del tiempo, y con mucha fuerza de voluntad, esta vivencia es un lindo recuerdo y con mucha imaginación para dos muchachos amigos de doce años, que una tarde cualquiera a las trece horas, se encuentran a la sombra de unas plantas frondosas ya que el sol picaba rabioso. Pero lo mejor para ellos era ¡Escaparse de la siesta!!. Aburridos ya de charlar, decidieron recorrer un tramo de las vías del tren, para cazar lo que se ponga a tiro de sus flamantes gomeras, hechas con tiras de goma de cubiertas viejas de camión que el tío del flaco les regaló. Caminaron un rato y no salía nada, ningún animal terrestre o volador, tal vez por la hora seguramente. Entonces se acordaron y decidieron ir a sacar unos frutos de tuna que Doña Felisa, vecina del gordo, tenía en el fondo de su gallinero, las que se resguardaban del fuego de la tarde a la sombra del tunal. Había un tejido en esquinero, bastante precario, porque un palo de mala calidad y ya viejo hacía de puntal sosteniendo el alambre que hacía de divisorio. Las tunas estaban tentadoras, pero un poco altas y algo alejadas del alambre. Lograron sacar dos o tres, pero querían más. Las pusieron en el sombrero que habían hecho con hojas de zapallo. ¡Se daban maña para resguardarse del sol los chicos!! En aquella época había que echar mano a lo que venía. Sigo contando: El gordito dijo: ¡yo subo al alambre y te las alcanzo! Esto no le gustó al flaco que le respondió: ¡No ¡! Déjame a mí que yo peso menos y soy más alto! voy a llegar mejor. Después de todo la pensó bien y así lo hizo, siempre usando el sombrero de guante. Sacaron unas cuántas, el flaco empezó a estirarse más y más para alcanzar las mejores, era mucha la angurria. Era tanto el entusiasmo, que no se percataron que el palo comenzó a ceder y pasó lo que tenía que pasar: Alcanzó a gritar el flaco ¡tenelo! y respondió el gordito: ¡Dale que yo empujo! Pero la fuerza de gravedad era mucha y no hubo palo ni alambre ni tunal que se resista, gran alboroto y polvareda. Allá fue a parar el flaco entre las gallinas, que

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armaron gran alboroto y polvareda entre tantos cacareos, que llamaron la atención de doña Felisa, la dueña del lote, quien escoba en mano corriendo como podía y con gritos destemplados, venía por el fondo diciendo que otra vez las comadrejas le atacaban las gallinas. El accidentado alcanzó a salir como pudo sin ser visto. Su amigo lo espero y se quedaron un rato largo escondidos entre las quínoas cercanas, hasta que todo se calmó, pero sin olvidarse de las tunas!!... ¡Que esperanza!... Con el trabajo que les dio como las iban a dejar! Pero el compañero estaba muy molesto con las espinas las que sentía por todo su cuerpo. Como la casa del gordito estaba ahí nomás, este entró sin ser visto a buscar una pincita de las cejas que su mamá guardaba en el botiquín del baño. La dueña ni lo escucho ya que estaba haciendo su siesta. Luego fueron al galponcito y con total tranquilidad, alivió a su amigo del alma, sacándole todas las espinas que pudo, y de los lugares más insólitos que puedan imaginar hasta dentro de las orejas que es el único lugar que quiero nombrar, porque olvidé decir que cayó sentado entre las tunas ¡Ay Ay Ay Ay!!! Como corre la imaginación! Pero no importa!... Se dieron el festín de su vida con las tunas que fueron el premio final y todavía estaban calentitas pero exquisitas. Se separaron los amigos no sin antes prometerse silenciar este acontecimiento. Sería un secreto absoluto. Era ya la tardecita cuando el pobre flaco se fue a su casa bicicleteando sin usar el asiento, estaba un poco más aliviado claro, pero no tanto. Como nunca esperaba llegar a su casa para darse un buen baño!!! Después de una tarde tan ajetreada y tan calurosa de la que ni siquiera iba a poder hablar. Y a fresco, disimulando sus dolores y sin-decir ni pío, se fue a dormir no sin antes escuchar a su padre que mirándolo fijamente le dijo ¡Estás muy colorado vos! ¿Te estarás por enfermar ?..Pero a ver ..? ¿Y esos puntitos rojos que tenes por todos lados? -------AY NO!!!!... Dios Mío!! Este chico se contagió del Sarampión Por un tiempo no podrás salir hasta que te compongas!!... ¡Cuando el diablo mete la cola!Las Tunas tienen fama de provocar estreñimiento, pero al estar a pleno sol y comiéndolas calientes, el efecto es todo lo contrario .Por eso los dos amigos estuvieron bastante tiempo sin verse pero sin romper esa promesa mutua de silencio y sin salir a la calle para encontrarse. El pobre flaco sólo, todo ese tiempo, ya que todos creían que tenía sarampión .¡Que raro porque nadie se había contagiado ni siquiera el gordito!!! De esto doy fe!!! Porque él fue quien me contó esta historia, yo lo tengo muy cerca!!! Ya tiene ochenta y con muy buena memoria!!! LUCY NORMA TOLSÀ DE PIETROCOLA CARRERAS

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COSAS QUE PASAN EN MI PUEBLO Hace mucho tiempo atrás, en Chovet, existió una mujer indígena de gran hermosura que se enamoró de un español con quien tuvo dos hijos. A pesar de esto, el caballero nunca la desposó y solo la visitaba en limitadas ocasiones. Años más tarde, por así convenirle, contrajo atracciones con una mujer española. Cuando la mujer indígena se enteró de la traición enloqueció de rabia y de celos a tal grado que asesinó a sus dos hijos ahogándolos en un río. Al darse cuenta de lo que había hecho llena de un gran dolor se suicidó también. Desde entonces, su alma no ha tenido descanso y todas las noches vaga por las calles de Chovet o de los ríos en busca de sus hijos y llorando por su muerte, lanzando gritos y gemidos capaces de atemorizar a todo aquel que lo escuche. Todavía, si se presta un poco de atención, durante algunas noches es posible escuchar su terrible lamento “Hay mis hijos” que repite desde que los asesinó. Hay quienes incluso afirman haberse sentido atraídos por una hermosa mujer vestida de blanco vagabundeando por las noches, de cabello negro y oscuro llenos de mariposas y luciérnagas. En lugar de su cabeza, tiene una calavera y sus ojos son dos bolas ardientes que derraman lágrimas de sangre y en una de sus manos huesudas mece aun bebé muerto. Actualmente, los pueblerinos ven a esa mujer caminando por las calles de Chovet y hay preocupación porque la llorona ya se apareció en varias oportunidades. Fue vista por los trabajadores de la Comuna cuando por las noches recogen la basura. Muchos niños quedaron muy asustados porque la vieron, sus madres hicieron denuncias, pero los policías no pueden detener a un alma deambulando por las calles…

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En altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y solo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el campo, acercándose y alejándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos de aguada de las cercanías, una voz lastimera llama la atención. Es la mujer que está buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Cuenta una abuela con sus labios marchitos que la mujer quiso entrar en su cuerpo y ella se lo impidió. A altas horas de la noche, la abuela fue al cementerio y encontró la tumba de los hijos de esa mujer y al acercarse vio a la llorona meterse dentro de ella y agarrar las manos de sus hijos y prometer no lamentarse más… NAIR TATIANA CIMOSSA CHOVET

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HISTORIA DE UN MALEFICIO Realidades y ficciones entrelazadas en una de las historias que se contaba durante las sobremesas de mi pueblo. Había festejos de bodas, aquel viernes de septiembre, en una estancia cercana al pueblo. Se casaron Laureana Benitez y Aniceto Fuentes, los dos, hijos de peones, que vivían allí, junto a sus respectivas familias, desde que eran gurises. Tanta algarabía parecía irreal y en el corazón mismo de la pampa gaucha, se presagió una desgracia. Esa noche, Laureana se quedó sola en el rancho. Una acuciante necesidad llevó a su amado a ganar la intimidad del monte. Pero ella lo ignoraba. Desesperada, dio aviso a los seis hermanos mayores de Aniceto. Tras una infructuosa búsqueda, el mozo apareció por sus propios medios, recién al día siguiente y sin recordar nada. Aconteció lo mismo durante los sucesivos viernes. Estaba raro el Aniceto: huraño, intratable y con cara de enfermo. Preocupada, la joven esposa visitó a Doña Jacinta, la bruja de la estancia. “Veo un par de ojos endiablados. El viernes antes del amanecer irás al monte llevando un trabuco cargado con una bala bendita. Y sabrás sobre quién descargarla…” Al lugar señalado fue la moza y de pronto, el espectáculo escalofriante: un perro negro y corpulento de mirada fulgurante que dejaba entrever algún rasgo humano, le congeló el alma, aun a la distancia. Entonces, como una premonición, recordó la visita de Benancio, un gaucho que la amaba desde siempre. “Ya le vendí mi alma al diablo con tal de tenerte” le había dicho el hombre. Ella le imploró que desapareciera de su vida. A duras penas, pudo la mujer salirse de ese recuerdo y volver a la realidad: ¿Debía matar a ese perro con aspecto de lobo? Sus sentimientos se lo prohibieron.

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Con las primeras luces del alba, sus ojos vieron algo que nunca imaginó: la bestia de mirada luminosa sufrió la transformación que le dio nuevamente el aspecto de cristiano. ¡Allí estaba su Aniceto! Ambos volvieron al rancho, pero sin verse uno al otro. Ella celebró no haber usado aquella bala asesina. Enloquecida, volvió a lo de Doña Jacinta. Su relato aclaró aún más la perspicacia de la vieja. “Benancio vendió su alma a Mandinga. En el precio entró la maldición a tu Aniceto. Ahora termino de entender. Él es séptimo hijo varón y habrá sido fácil hacer el gualicho que lo transformó en lobizón. Solo la muerte de Benancio puede cortar ese maleficio”. Aniceto nunca se explicó lo de su rara enfermedad, ni supo del encuentro de su mujer con Benancio. Laureana se resignó a su suerte, ahuyentó el miedo que le estaba quemando las entrañas y se aferró a su fe, en Tata Dios. Ni siquiera el diablo con sus maleficios, tendría poder contra ese gran amor. Desde entonces, los viernes, Laureana eleva sus plegarias para que en el amanecer del sábado, acontezca con las primeras luces del día, el esperado milagro de la metamorfosis. Desde entonces, durante las noches de los viernes, se comenta que con las primeras sombras de la noche sigue deambulando el mismo perro negro y corpulento de mirada fulgurante que no logra aun abandonar los montes… LILIANA BELKIS DUBOCOVICH CHOVET

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EL HOMBRE DE NEGRO Cuenta la leyenda que en la estancia “La Indiana”, un señor muy anciano llamado Raúl oía ruidos escalofriantes que le helaban la piel hasta al amanecer. Una mañana, luego de no haber podido dormir debido a los sonidos, el anciano cerró la puerta de su casa y se dirigió al pueblo más cercano, un pueblito llamado Godeken. En el trayecto del camino tuvo un problema, pinchó una rueda; de repente escuchó el ruido de un vehículo que sonaba hora tras hora, pero parecía no acercarse. Cuando por fin logró arreglar su auto, emprendió el camino de regreso; por el espejo logró ver a un hombre vestido de negro, con un perro sin cabeza que lo perseguía. Cuando finalmente llegó al pueblo el hombre aterrorizado fue a la policía a contarle lo que le había pasado, pero los oficiales se rieron de él. Cuando el hombre volvió a su casa, vio que la puerta estaba abierta, pero claramente él la había cerrado antes de irse. Entró su auto, tomó su revólver, se dispuso a entrar, pero rápidamente vio a ese extraño perro sin cabeza saltar por la ventana, le disparó pero las balas no le hacían nada. En el momento que ingresó a su casa, vio al misterioso hombre vestido de negro, aunque al pestañear el hombre desapareció y no lo volvió a ver en una semana hasta el funeral de su prima, quien había muerto inexplicablemente. Luego del entierro volvió a su casa, tomó el teléfono y llamó a su amigo de la infancia, el Cura José, para poder erradicar todos los malos espíritus que lo acechaban. Lamentablemente el Cura nunca llegó, ya que en el camino a la casa de su amigo Raúl murió en un extraño accidente que hasta ahora no tiene explicación.

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Ya en el funeral del cura, Raúl volvió a ver a ese hombre, lo insultó y lo culpó de la muerte de su amigo, nuevamente el hombre desapareció. Él, aterrorizado, se dirigió rápidamente a su casa, fumando y pensando quién sería ese hombre. Pero en medio del camino, su cigarrillo cayó al suelo del automóvil, se inclinó para tomarlo y cuando se levantó vio a ese hombre, al tratar de esquivarlo su auto volcó y tuvo que caminar hasta su casa. Al llegar a la estancia, su casa estaba en llamas. Debido a esto el hombre murió quemado tratando de salvar su hogar. En Godeken, se corrían rumores de que se había quemado la Estancia “La Indiana”. Su hijo al escuchar esos rumores tomó su vehículo y se dirigió hacia ella. En su trayecto se encontró a un hombre vestido de negro y le preguntó si no sabía dónde quedaba la Estancia “La Indiana”. Este hombre lo tomó del cuello y le dijo que su padre había muerto, al escuchar esto el muchacho le preguntó quién era el asesino, y con una exagerada sonrisa le respondió: “Yo soy el asesino”. El muchacho lo golpeó y se alejó pensando que lo había matado, pero el hombre despertó y fue a buscarlo. El joven se percató de esto, tomó la rama de un árbol, lo esperó, y cuando se acercó lo golpeó con la rama en los ojos, impidiendo que pudiera ver. Luego se subió a su auto y lo asesinó. Desde entonces todo está tranquilo en ese pequeño pueblo, aunque se dice que al acercarse a esa estancia se puede ver a un perro sin cabeza esperando a su dueño. FAUSTO RUCCI GODEKEN

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ESTÁ AUNQUE NO LO VEAS… En una mañana como otra cualquiera, el tren salía a la madrugada como siempre. Pero había ocurrido un choque y muchas de esas personas habían muerto. Algunas sobrevivieron y se quedaron con problemas mentales. Uno de ellos fue Stan, quien dice que había visto una luz muy fuerte que los otros no podían ni ver , otros contaban casos muy rarísimos como el de Stan, pero nadie creía en esas teorías. Nadie sabía cómo había chocado el tren. Era un caso muy raro, no podían averiguarlo. Entonces nadie le dio importancia. Stan advertía que tuvieran cuidado durante la madrugada, porque él escuchaba gritos y llantos de las personas que habían fallecido en ese accidente. Pero todos se reían de él, pasaban los días y no ocurría nada, mientras que Stan vivía aterrorizado por esas voces horribles. Unos meses después, un par de niños estaban jugando en las vías del tren. Uno de ellos desapareció y no volvió más, los que lograron salvarse dijeron que habían visto una sombra con un aspecto aterrorizante. La madre del niño culpó a Stan de haberlo secuestrado porque era el único loco que vivía muy cerca de allí. Él estaba asustado porque lo habían culpado, entonces se fue del pueblo y les dijo: Ya van a ver, ustedes, que se burlan de mí y que me culpan, van a tener más miedo que yo. Los días pasaban rapidísimos y los vecinos estaban muy tranquilos. Ellos pensaban que desde que se había ido el viejo había desaparecido todo. Pero una noche uno de los vecinos dijo que había escuchado gritos y lamentos; todos le decían que ya se parecía a Stan. Aunque también, otro dijo que los había escuchado.

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Los vecinos no le dieron importancia y se fueron pensado que era una burla. Pero no lo era, todos y cada uno empezaron a escuchar esas voces horribles que no los dejaban dormir ni salir. Pasó todo un año y se volvió a inaugurar el tren. Muchos subieron, y volvieron a morir. El Intendente ordenó que llamaran a Stan, todos decían que no. Pasaban días, semanas, meses y todavía se escuchaban esos gritos y lamentos. Finalmente, pensaron que lo mejor era llamarlo para pedirle disculpas y calmar a la gente porque él había sido el primero en advertirlo. Y así fue. Se le ocurrió que sacaran las vías y el tren para quemarlos, hacer una estatua representando al tren y los nombres de los fallecidos. Y desde ese entonces se dice que se escucha una vez al año, cuando menos lo esperan, el tren pasar. AIMÉ ORTIZ GODEKEN

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LA SILUETA NO ESPERADA Cuentan que en un pueblo llamado Godeken, una chica cuyo nombre era Camila vivía junto a sus padres en una casa muy linda llena de alegría. Una mañana, los padres de Camila le avisaron que se iban a trabajar fuera del pueblo una semana, y le advirtieron que no se acercara a la estancia de la familia Olsson, porque los vecinos escuchaban ruidos extraños. Como ella sabía que en esa estancia vivía un chico muy guapo de cabello rubio y ojos celestes, después de que sus padres se habían ido decidió escaparse por la ventana, tomó su bicicleta y se fue a la casa de su joven amado. Cuando iba rumbo a la estancia se encontró con una señora vestida con una capa negra, ella muy cansada por su viaje le preguntó si no le daría un vaso de agua, pero la señora nunca le respondía porque era un espíritu. Muy asustada, tomó la bicicleta y siguió su camino a la estancia; ya veía a lo lejos la casa del muchacho, pero se le interpuso en el camino una especie negra de un solo ojo y cinco patas, se bajó de su bici, se inclinó y observó que era la misma señora y prestó atención como vomitaba huesos humanos. Asustada, llorando de miedo, levantó su cabeza y vio a su amado joven que se acercaba con su caballo hacia ella, quien le preguntó: ─¿Por qué una chica tan bella anda sola en el medio del campo? ─Ehh...tee…buscaaba aaa tii ─ella le respondió tartamudeando.

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El chico asombrado la observó, la tomó de la mano y le dijo: ─¡¡Ven conmigo, te llevaré a mi hogar!!! La muchacha, feliz y con un poco de timidez, subió al caballo, y se fueron a la casa del joven. Ella, tan aterrorizada, le preguntó, si no había visto a esa extraña mujer. Él le respondió que no, pero que años atrás decían que por esa zona andaba una señora muy extraña. Eso se comentaba porque un día a una tal mujer, dos hombres la habían matado con fuego y atada a un palo, debido a que había descubierto un secreto que nadie tendría que saberlo. Tal señora, cuando gritaba, les decía a estos hombres que se iban arrepentir por haber hecho eso y que no los iba a dejar vivir tranquilos, porque ella quería seguir con su vida. Por eso el espíritu anda por estas zonas reclamando por su vida. Camila cuando oyó semejante noticia, se olvidó de que estaba con su amor platónico y quiso regresar a su casa, para poder estar segura, protegida de su vida y poder contárselo a sus padres cuando volvieran. Eric, amablemente, la llevó a su casa y le pidió que cuando estuviese más relajada fuera a su casa a visitarlo, para poder conocerse bien. Al día siguiente de este hecho, volvió a ir a la casa del chico, pero esta vez no se interpuso el espíritu de la señora. Durante un tiempo, fueron varias las personas que la vieron y que contaron haber observado a la señora vomitando huesos de humanos. Pasado un tiempo nunca más volvió a suceder. BRISA JEANNETTE MIÑO GODEKEN

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LOS ESPIRITUS En las noches oscuras de luna llena, la gente comentaba que en el camino del cementerio de Godeken se veían sombras blancas, grandes y chiquitas que se movían de aquí para allá. Cierto día, Toni, el cuidador del cementerio, decidió ir a ver si era verdad lo que comentaba la gente. Al llegar vio cajones abiertos, herramientas rotas y se escuchaban ruidos y gritos en el fondo. Entonces se acercó más para a ver de dónde provenía todo ese lío. En el camino, pasó una de las cuatro sombras detrás de él, con mucho miedo se dio vuelta y no vio nada. Al llegar al fondo se encuentra con una casa construida que antes no estaba allí, en la puerta se encontró con un cajón en donde había un papel que decía: ¡ENTRÁ! Al girar su cabeza hacia la izquierda vio tres cajones cerrados y al dar vuelta hacia la derecha observó otros dos cajones, uno abierto y uno cerrado. Quedó muy asustado y al dirigirse a la puerta se encontró con una niña que le dijo: - Hola, ¿quieres jugar conmigo?. Toni le contestó: -NO, ¿quién eres? Ella le respondió que era una de las cuatro personas accidentadas. Sus familiares eran almas en pena. A él le dio lastima y a la vez miedo. Emilia, ese era su nombre, le dijo que se marchara porque lo querían matar y encerrar en el cajón abierto que se encontraba en la pared derecha, Toni no sabía si creerle, pero igual se enojó porque para él le había mentido. Se dirigió hacia la puerta, al llegar se encontró con la familia de la niña, él quiso escapar pero las almas lo detuvieron y como Toni estaba enojado con Emilia, los padres lo empujaron hacia atrás. 104


Eran las 8:30 PM, cuando la familia de Toni se preocupó porque no había vuelto a su casa. Entonces decidieron ir al cementerio a ver porque no regresaba. Cuando llegaron escucharon gritos y llantos en el fondo. En el camino se encontraron con charcos de sangre, huesos de cadáver y cruces tiradas. Más tarde vieron una casa extraña, de donde salían los gritos y al entrar observaron que sombras blancas estaban atando a Toni en un cajón. Los hijos, Martín y Magali, gritaban: ¡No! Y Cecilia, la señora del hombre, le quería pegar y gritaba: ¡DÉJENLOOO! Entonces las sombras se asustaron y desaparecieron al instante. Ya eran las 9:30 PM y la familia de Toni, decidió volver a su casa, él dejó su trabajo por miedo a que sucediera nuevamente la misma situación. CAROLINA SOSA GODEKEN

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LAS CENIZAS DEL MAL Hoy es domingo y voy a ir al cementerio solo, debido a que mi familia está de visita en la casa de mis suegros. Al llegar, fui directamente al panteón de mis familiares donde encontré un jarrón extraño, pero hermoso, anormal en otras palabras, por lo cual decidí agarrarlo y llevármelo a mi casa. Estaba tan emocionado por ponerlo en mi hogar que apenas lo vi, me fui. Cuando llegué lo coloqué enseguida en la estufa. De repente, se escuchó un ruido, pero no le presté atención y seguí con lo mío. Pasaron unos días y mis hijos, Lucas y Lucía, me insistían que se oían extraños murmullos en las salas y los objetos aparecían en lugares distintos de donde se los dejaba el día anterior, lo cual les parecía extraño. Mi esposa aparecía cada día con más marcas en su piel y eso me asustaba mucho. Ya nos habíamos acostumbrado a esto, pero cada vez eran mayores los sonidos, los moretones más raros y algunas cosas no volvían a aparecer. Un día un amigo del pueblo me aconsejó llamar a un sacerdote para bendecir el lugar, lo contacté y me respondió que tendría que verlo en persona para que revisara el hogar. El cura vino un día domingo, entró y nos dijo que había energía negativa en este lugar e inmediatamente sacó agua bendita y la roció por todas las habitaciones, aconsejándome que dejara todas las aberturas cerradas para que se conservase por varios días. Mi mujer, Soraya, empezó a actuar de una manera que nunca me lo habría imaginado. Caminaba por las paredes y los techos mientras giraba su cabeza como si estuviera loca y me sorprendió al darme cuenta que estaba totalmente poseída por un espíritu, también la obligó a decir palabras escalofriantes, que hasta parecían maldiciones. El monje sacó su cruz y empezó a rezar para expulsar al espectro demoníaco del cuerpo de mi esposa. Por más que lo enfrentó, ella mató a nuestros dos niños y a los pocos minutos al padre. Me quedé traumado por unos segundos y

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recordé que todo iba bien antes de que trajese el jarrón. Con lo que se me vino a la mente que tal vez fuera todo por esa maldita cosa que pasaron estos hechos horrible. Así que me dirigí rápidamente al comedor a revisarlo y al momento que lo abrí encontré ceniza. Asombrado, me dispuse a devolver los restos de alguien a su tumba, me escabullí por la puerta trasera dejando a Soraya aún endemoniada en la sala, recogí las llaves del auto y conduje hacia el sitio donde se había iniciado todo. Pensaba en millones de cosas a la vez, tenía muchas preguntas sin respuestas, que nunca iban a tener solución y repentinamente aparece mi mujer llena de sangre, por la masacre que había comenzado hacía unos minutos. Me decía algo con cara de lástima, como si quisiera que le abriese la puerta porque estaba agarrada del parabrisas, intenté entenderle, pero no pude. Cuando quise observar mi camino ya estaba tocando el borde de la banquina y un pedazo de cascote se atravesó delante del vehículo, entonces nos volcamos en el canal, debido a una precipitación que había sido provocada por la gran inundación del pueblo y la zona. Intentando escapar sentía que me sujetaban de las piernas y lentamente fui viendo una luz que me decía “Ven hacia mí”… DIEGO TROSSERO GODEKEN

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ESTANCIA LA MICAELA Yo soy el peón de campo, Rafael Núñez, de la estancia La Micaela. Recurro a mi diario para contar los hechos macabros, paranormales y escalofriantes que están ocurriéndonos. Mi hipótesis es que el fantasma de Egidio Morales, uno de los legítimos dueños de la estancia, provoca estos sucesos porque sus hermanos lo mutilaron para quedarse con las tierras. Volviendo a los hechos, hoy por la mañana cuando llegué al corral de las vacas, acompañado de Fernando, mi fiel amigo, encontramos cincuenta vacas mutiladas con un grado de violencia inentendible, que parecía hecho por el mismísimo diablo, los patrones no quisieron reconocer el hecho. Por la tarde, mi amigo y capataz, Francisco Gutiérrez llegó al galpón, estupefacto; no entendía lo que le había sucedido, su lengua se trababa inexplicablemente, su sudor recorría su cuerpo entero, sus ojos perdidos y su cuerpo temblaba, su caballo asustado, nervioso; y todo su cuerpo parecía estar poseído. Luego de varios minutos, Francisco pudo tranquilizarse y confesó: “En medio de mi cabalgata me crucé con el mismísimo Egidio, en su caballo veloz como un rayo, me rodeaba, se reía, gritaba; y de pronto desapareció. Yo en ese instante creí que se había marchado. Desorientado y asustado bajé de mi caballo, en ese momento alguien me tomó del hombro y me dijo que me largara de la estancia porque si no iba a sufrir mucho´´. Con esos dos hechos cerramos el primer día de mi diario. Es el segundo día del diario y no escuché ni viví ningún hecho anormal.

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Miércoles por la noche, tercer día. Hoy aparecieron algunas gallinas muertas, por la tarde los caballos se soltaron magníficamente, el candado y las cadenas se partieron en mil pedazos. Con eso finaliza el tercer día y cada vez pienso más en marcharme de la estancia. Cuarto día. Con suerte puedo escribir los mensajes que recibí. Durante la mañana, estaba en el galpón; y oigo que desde el establo provenían chillidos de los caballos. En ese momento, tomé mi escopeta y salí para el lugar, cuando llegué encontré a tres percherones colgados de las patas y degollados. En este instante, divisé letras rojas en la pared, cuando me acerqué y logré leer, el mensaje decía: “Váyanse o lo lamentarán´”. El mensaje estaba escrito con la sangre de los caballos. Por la tarde, regresando del pueblo en carreta, comenzó a temblar la tierra, como si viniera una estampida, era una tropilla inmensa a toda velocidad por detrás de mí. Cuando finalmente lograron alcanzarme se pusieron a mi lado, en uno de ellos iba Egidio que me lanzó un cuchillo con un papel atravesado que se clavó en el asiento, luego me pasaron y en ese mismo segundo desaparecieron. El papel decía: “No creo volver a repetírtelo vete o sufrirás”. Por eso ahora estoy armando los bolsos, voy a marcharme junto a Fernando. Ha pasado ya una semana y media que nos fuimos de la estancia. Por el pueblo, como en todo pueblo, corren rumores no confirmados de que todos los que estaban en la estancia habían muerto a causa de un incendio en la mansión. Hoy aquí cierro mi diario de los hechos en la estancia La Micaela. JUANCARPINETTI GODEKEN 109


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LA JOVEN DE BLANCO Érase una vez una joven llamada Luana, quien tenía ocho años, vivía con su madre y su hermano mayor Jonatan de doce años de edad, en la ciudad de Firmat, pero eran oriundos de Godeken. Un día, la madre se reunió con unas amigas que estudiaban magia negra. Luego la llamó y empezaron a decir unas palabras confusas; Luana no las conocía, se asustó y empezó a llorar. Al día siguiente, ella sintió un dolor extraño, llamó a su madre y ella le dijo que todo estaría bien. Pasaron los días y la mujer los abandonó, quedaron ellos a cargo de su padre. Transcurrieron siete años y Luana sintió una vez más ese dolor extraño que había tenido días antes de que su madre los dejara, no le dio importancia, pero eran cada vez más frecuentes. Días después, los sintió más fuertes y se desmayó. Estaba con su abuela, ella la levantó inmediatamente. Como la abuela estaba muy asustada llamó al médico, aunque ella insistía en que se sentía bien. Le hicieron muchos estudios y le diagnosticaron esquizofrenia, aunque las demás personas creían que estaba poseída ya que sabían a lo que se dedicaba su madre. Cierto día, ella empezó a temblar y a hablar con una voz extraña, que no era la suya. Su familia se asustó, no creían lo que escuchaban porque ella era muy devota de la religión cristiana. Luego comenzó a torcerse toda, se rasguñaba todo el cuerpo, gritaba en distintos idiomas que ni ella conocía. Ante esto el padre y la abuela llamaron a los sacerdotes de la ciudad, quienes decidieron hacer un exorcismo. La ataron de pies y manos, le pusieron un camisón blanco, luego hicieron un símbolo en el suelo, prepararon velas a su alrededor y empezaron el ritual. Ella se retorcía, decía que mataría a todos, los sacerdotes empezaron a pronunciar las mismas palabras extrañas como las que decía su madre. 110


Luana se enojó demasiado y se liberó de las ataduras, comenzó a caminar por encima de las paredes, luego se tranquilizó y cayó desvanecida, la llevaron a su cama. El exorcismo no había funcionado. Una noche tormentosa, ella se escapó de casa, llevaba un vestido color blanco, su familia la buscó desesperadamente. Luego la encontraron empapada de sangre, su vestido estaba todo rasgado, el cuerpo lastimado. La llevaron a su casa y le curaron las heridas, llamaron a los sacerdotes, quienes intentaron nuevamente el exorcismo, esta vez parecía que había funcionado, pero era un engaño del demonio. Posteriormente, ella mató a su padre y hermano, prendió fuego el taller en donde estaban, quedó a cargo de su abuela, quien llamó a los sacerdotes para que se quedaran con la joven y se fue a un viaje. Luana se enfureció tanto que causó que su abuela falleciera en el accidente durante el viaje. Un día después, los sacerdotes le hicieron otro exorcismo al que no resistió, aunque lograron sacarlo de su cuerpo, ella ya había muerto. Dicen que los fines de semanas, a la medianoche aparece por las calles de la ciudad, trae puesto un vestido blanco manchado con un poco de lodo, es largo hasta las rodillas, y que pregunta con una voz quejosa de niña si pueden ayudarla, si le responden que sí, los lleva a un lugar alejado y los mata. LAURA CUEVAS GODEKEN

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LA RÁPIDA VELOCIDAD DE LA INFANCIA La pelota. La pelota y la televisión. Llegan a media mañana, vienen caminando, algunos en bicicleta. A las nueve, empiezan a llegar. Uno a uno, de todos los hogares y de todas las condiciones sociales. Hijos de carniceros, de peluqueros, de obreros de fábrica. Todas las cabezas son iguales. Pelo corto, prolijo y engominado. Si no hay gomina, el agua sostiene los pelos fijos a la cabeza. Lucen brillantes con las orejas descubiertas. Hay rubios, castaños y alguno de pelo más renegrido. Cuando comienza el juego, el silencio desaparece entre malas palabras y reproches de todos los calibres. Agitan las manos y gritan y corren como locos de aquí para allá. Se gritan los goles. Carlitos estrella el tiro en el palo. Carlitos siempre le apunta al palo, le gusta más el sonido de la pelota en el palo que cuando entra en el mismísimo arco. El sonido del gol es insignificante, vacío, hueco. Es solo eso, un grito. La acción del gol por sí misma transmite silencio, no finaliza en ningún lugar, en ninguna red o ninguna pared. La pelota pasa al baldío de al lado sin dejar huella, depositada en ninguna parte, inaudible. El sonido en el poste es distinto, espectacular, como un trueno. Los niños transpiran sin cesar, con los diminutos cuerpos desnudos al sol de noviembre. Huelen a sal. No es el asqueroso sudor de los adultos. Es un aroma inocente y suave. Hay viento. El viento tórrido del norte hace silbar a los sauces llorones. La intensidad del viento produce todo tipo de tonos, desde imperceptibles murmullos hasta silbidos tétricos, que asustan. El órgano del Santuario Della Santa Casa de Loreto emitía angelicales sonidos y estruendos imposibles como el viento. El anciano se hamaca. El viento le llega al mismo tiempo que la música al cuerpo. El abuelo Antonio mira por la ventana, atento a cualquier ráfaga que le recuerde alguna melodía. Lleva dos horas en esa posición. El día es inmaculado. Sigue a los niños desde su sillón de mimbre. Un día no mirara más por esa ventana, un día morirá. Él lo sabe, por eso el tiempo que se toma para observar sin prisa. Parecen tábanos, los niños parecen tábanos. Cambian de direcciones, suben, saltan. Como bailando una tarantela. En el puerto de Ancona, ellos también parecían tábanos. Las diez.¡ Los tres chiflados! Se ordenan increíblemente despacio, frente a la puerta. Ahora parecen soldados. No lamentan la finalización del partido.

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─¡ Avanti! ─dice Antonio─ Piano piano se va lontano. Los chicos caminan lento, uno detrás de otro, forman una extensa fila de más de quince niños.─Buenos días, don Antonio ─Bongiorno, ragazzos. Los pies del abuelo se empecinan en raspar el piso. Tiene un andar cauteloso, no es pereza, son los años. La respiración le roza la garganta o la boca y le hace un ruido que duele. Se dirige afuera, a la antena de TV.. Los niños recorren el largo pasillo desde la puerta del patio a la cocina. Se paran frente a la puerta. Esperan la orden. ─Adelanti, bambini. La abuela María está de espaldas a los niños, encorvada sobre la cocina de leña. Tiene su pelo blanco, como Antonio. El cuerpo carga el desgaste del tiempo. Ella también construye sus últimos días. Ella también morirá, tarde o temprano. Los ancianos enloquecen o mueren. Una decena de los niños va a parar abajo de la mesa, y las seis sillas son ocupadas por los otros. Uno de ellos también morirá, pero no lo sabe. Todavía no saben nada del futuro. Conocerán el sin sentido de la muerte, o el de la vida, más tarde. Ya nada será igual para el niño muerto ni para los vivos. Ahora son felices. María maneja varios recipientes a la vez sobre la cocina. Como una experta alquimista, sabe de dónde sale cada sabor. Todo es un solo aroma, formado por cientos. Tostadas, mate cocido, hierro caliente, puchero, zapallo, caracú, patatas, fluido, hervor, revoque, manteca, algodón, cocina a leña, bizcochos. ¿En qué parte del cerebro se separan los aromas? Ahí, adentro de la cabeza, se apartan unos de otros y se etiquetan y se guardan en frascos o en sobres. "Zapallo". "Tostadas". "Mate cocido". "Carne hervida". De otra manera no se explica cómo los identificamos, uno a uno, después de haber recibido esa maraña toda junta. Cosa compleja la bendita cabeza. Ahí sabia delicioso todo junto. El mate cocido humeante descansa en una olla enlozada, listo para ser servido. Las tostadas están arriba de la mesa. Cada uno retira su taza de mate cocido y vuelve a su ubicación original. El abuelo fija la antena al norte, hacia Rosario, sintoniza el canal 3 y pregunta desde afuera ¿Va bene? Todos asienten. Están impávidos, con la vista fija en el artefacto. Moe le pega un buen sopapo a Larry. Una tímida carcajada. Consumen el líquido verde con el pan, como zombis, sin dejar un segundo de mirar la pantalla. Moe estampa la cara de Curly en un pastel, apenas se le ven los ojos detrás de la crema blanca. Los niños ríen, como nunca después. HUGO TOSCANO HUGHES

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EL COMISARIO ¿Qué cómo se hizo Comisario?...Todo el pueblo lo sabe. Dijo el tuerto a los que rodeaban la mesa, mientras orejeaba las cartas. Llevaban varias partidas de truco, una por la copa, otra por los cigarros y así los alcanzó la noche. La verdad, ¡no sé!...pero que metía miedo… metía miedo! Según dicen, por entonces andaba un gracioso que lloraba para asustar a la gente, la llorona le decían. Aparecía en el monte en el horario que la gente iba a trabajar al frigorífico, a eso de las cuatro de la madrugada. Giró su cabeza suavemente, mirando a cada uno de los integrantes de la mesa. Había logrado la atención de ellos. Una leve sonrisa de satisfacción se instaló en su boca, de cuyo extremo pendía un palillo. Como era su costumbre. Y siguió con su relato: Pero un día a la llorona se le terminó la buena suerte. ¡Contá, contá! qué pasó? dijo otro desde la mesa contigua. Él también había escuchado de boca de otras personas la historia de la llorona. El tuerto se acomodó en la silla y continuó con el cuento. Él…(refiriéndose al comisario) vivía atrás de la vía y ese día volvía tarde a su casa. Y lo escuchó...lloraba detrás de un eucalipto de tronco grande. No lo alcanzaba a ver. El monte estaba muy oscuro, no había las luces de ahora (y señaló para la calle). Sus manos eran grandes y torpes y todo el auditorio siguió el movimiento de las mismas. Seguro salió corriendo del susto! Se escuchó decir a uno en tono bajo y tímido. No, No. Contesto meneando la cabeza de un lado a otro. No se asustó, lo buscó, lo corrió y según dicen, a la rastra, lo llevó a la comisaría. Y entonces, ¿qué pasó después? Esa misma noche no sé. Comentó esto y levantó los hombros como lo hacen los niños en respuesta a algo que no saben. Pero a la mañana siguiente a primera hora, el Jefe de Policía se presentó en su casa para ofrecerle trabajo. ¿Qué trabajo? dijo el que tenía en frente, recostado en la silla y con expresión de no creer una sola palabra. ¡De Comisario del pueblo! SILVIA BERCOVICH HUGHES 114


LA LECHUZA Y LA MUERTE Hubo un tiempo...Un tiempo en que el hombre de mi pueblo recibía del suelo, "Madre Naturaleza", o "Pachamama", o como se la quiera llamar, sus mejores obsequios: cosechas abundantes...Ahí los animales, aquellos compañeros diarios, no vivían en cautiverio y esto favorecía la cadena alimentaria...nadie los molestaba. Pero ese tiempo pasó y la tierra, hoy, transformada por el humano, se siente cansada... como Don Luis, quien sentado en su silla, tan destartalada y vieja como él, trata de transitar la recta final de la mejor manera. Entre los recuerdos y el presente, me esperaba. La noche de luna clara y cálida, sirve como testigo de aquel encuentro. Al rato de estar ahí se siente: ¡Chist! ¡Chist! un sonido tan estridente que me sobresaltó, y al ver a esa lechuza, estuve a punto de alejarla arrojándole una piedra, pero una mano me aferra y me hace desistir...y mirando hacia el palo de la luz ubicado sobre la calle polvorienta, el viejo me pregunta: ¿Por qué hace eso?...me dice mientras me mira furioso y amenazante... Nací con la creencia de que eran pájaros de la noche y de ahí su asociación con la muerte y lo mágico, contesté como queriendo disculparme de mi actitud. Pero al instante, don Luis recorriendo las fronteras de su memoria, continúa hablándome, ya en un tono más confidencial...que apenas se escuchaba: ...Ellas, las lechuzas, nada tienen que ver con los significados que se les atribuyen...y usted me tiene que jurar que no las va a atacar, al contrario, deberá protegerlas, ¿Me lo promete?...Y los pensamientos del viejo se alborotan y al instante lanzó una catarata de palabras indescifrables. No le entendí nada y regresé a mi casa pensando en lo que el viejo me había dicho. Al otro día, bien temprano, me despertó mi madre informándome de la triste noticia: Don Luis había fallecido a la noche. Nada dije de nuestra última conversación....pero jamás volví a amenazar a las lechuzas. Si lo hacía, el viejo me estaría observando. EDDA ROHR DE CATALÁ SANTA TERESA 115


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HISTORIAS DE PUEBLO Sur de la provincia de Santa Fe, uno de los tantos pueblos que nacieron y crecieron junto a la estación de ferrocarril y que hicieron grande a nuestra Patria. Pueblos conformados por una mayoría de inmigrantes que con esfuerzo e ilusiones fueron creando un futuro para sus hijos, involucrándose en todo proyecto que fuese útil para el desarrollo de su localidad. Aspectos de cómo se vivía en aquellas décadas nos llegan a través de la forma oral, que se transmitía como anécdotas, cuentos o historias más o menos fidedignas. Quienes hablan y logran mediante esa comunicación que otros se diviertan o conmuevan, hacen obra, crean. ¡Tantas historias! Rescatemos una: Tarde calurosa de verano. Los rayos del ardiente sol caían de lleno en las polvorientas calles que, de tanto en tanto, eran humedecidas por el camión regador. El pueblo dormía su siesta, pero alguien se aventuraba por las desiertas veredas, era Juana, como durante todo el año, vistiendo su gastado tapado marrón -semejaba la Penélope de la canción de Serrat. Sus ojos negros miraban como sin ver, su rostro era enjuto, por debajo de un viejo pañuelo asomaban algunos mechones de renegrido pelo. Avanzaba con paso cansino para hacer su diaria recorrida por los negocios del pueblo; se paraba en la puerta y esperaba pacientemente, como sin notar el transcurrir del tiempo, hasta que alguien le tendía un paquete con algo de comida. Entonces, como una autómata lo agarraba y emprendía el camino de regreso a su rancho, donde vivía sola. ¿Qué dolor en la vida puede causar el extravío mental de una persona? Contaban los más viejos del pueblo, que Juana había sido una hermosa joven, infaltable en las fiestas del lugar, por cuanto el baile la atraía profundamente. En una de esas veladas, conoció a un joven muy apuesto del que se enamoró perdidamente. 116


Se casaron y ambos se mudaron a la ciudad. Con el paso de algunos años, Juana regresó al pueblo sola. Los comentarios eran que su marido la había abandonado, quitándole al único hijo fruto de su matrimonio. De ahí en más, Juana comenzó su caída, hasta convertirse en un ser enajenado por el dolor que causa el desamor. Tal vez en algunos momentos, su mente tenía chispazos de cordura, como cuando en el pueblo se escuchaba música proveniente de alguna fiesta, y Juana estaba allí, como un espectro, de pie durante horas frente a la entrada, escuchando, escuchando y tal vez danzando con la imaginación como cuando había sido joven y bella. INÉS GUARDIA SANTA TERESA

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EL VIENTO MECEDOR En la oscuridad, cuando los sueños deshilachados y medio olvidados se enredaron con las cálidas sábanas, el cielo se oscureció por completo en un manto gris y la luna desapareció. El viento era testigo de todo aquello que los ojos somnolientos no presenciaban a esas horas de la noche. Deambulaba por el pueblo, llevando consigo secretos silenciosos que nadie descubriría. Los hacía zigzaguear, los colaba entre las hojas de los árboles, lo mecía suavemente; el viento era dueño de lo que los ojos no podían ver. Pero consigo había algo oscuro, un misterio polvoriento y cubierto de telarañas que estaba en boca de todos y de nadie. Era la leyenda urbana del pueblo que todos creían conocer, pero que ninguno sabía que había pasado en realidad. Y allí estaba una vez más, haciéndose presente en el frío y la oscuridad del invierno. Cinco amigos vagaban por las calles entre risas, gritos e insultos amistosos. Eran adolescentes llenos de valentía y excitados por la oscuridad de la noche. Nadie podía detenerlos, por supuesto. Se sentían invencibles. Caminaban sin rumbo alguno, con el frío pasado a segundo plano. La noche era normal por el momento, así que sin darse cuenta recorrieron calles hasta que sus pies se cansaron cuando llegaron a la vieja vía del tren. Fue por eso que allí se encontraban, lanzándose piedritas que hallaban alrededor de la vía, pasando el tiempo hasta que se aburrieran y decidieran volver. Pero la tranquilidad y los juegos fueron interrumpidos con el primer sollozo ahogado, a lo lejos, que los paralizó con el miedo a flor de piel. Las cinco sonrisas fueron reemplazadas por una expresión de asombro. ¿Qué había sido eso? Se mantuvieron callados y agudizaron su oído; otro sollozo más prominente. Se miraron intrigados. Por supuesto, nadie se atrevió a reconocer que tenía miedo de aquello. ¿Qué fue eso? Fue lo que pronunciaron primero. Lo dijeron en un susurro, con los sentidos alertas. Nadie respondió, sino que una sugerencia salió de la boca de uno de los chicos. Por supuesto, nadie pudo decirle que no; era el líder del grupo. Tendríamos que ir a ver. Las cabezas no tardaron en asentir, excepto por una que miraba atemorizado hacia los lados. Yo me quedo, anunció. Si encuentran algo me llaman. Después de que sus supuestos amigos se burlaran de él por miedoso, se sentó bajo un árbol a esperarlos. No tenía nada de divertido para él buscar a aquella cosa, sea lo que fuese.

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Desde niño, lo atemorizaban con historias para dormir y él creía que algo bueno no había de dónde saliese el llanto. Algo interrumpió sus pensamientos. Eran esos llantos otra vez, pero ahora eran más persistentes y no le gustaba la forma en que le hacía sentir. Se paró y con la poca valentía que le quedaba, le gritó a sus amigos que dejasen de asustarlo. Pero no eran sus amigos; se dio cuenta de ello cuando los sollozos fueron reemplazados por gritos tan fuertes y desgarradores que tuvo que taparse los oídos. Estaba desesperado, y los gritos lo volvían loco. En un momento no supo si era él quien gritaba o eran los sollozos desgarradores de aquella mujer. Estaba comenzando a ponerse paranoico y quería buscar una salida, ayuda, algo. Pero ¿dónde estaban sus amigos? Gritó sus nombres, pero la garganta le ardía, sentía como si se le quemara por dentro. La locura no le dejaba pensar con claridad, y como acto reflejo intentó correr, pero cayó a los pocos metros cuando tropezó con la vía. Sentía un intenso calor en la pierna cuando intentó levantarse. Cuando miró, un líquido rojo cubría gran parte de su jean y sobresalía un trozo de vidrio prominente. Trató de arrastrarse, pero era demasiado el dolor. Pronto, sintió una suave vibración. Su corazón se paralizó y se le cortó el aliento. Temía darse vuelta y encontrar aquello, pero tuvo que hacerlo para comprobarlo. La curiosidad era más fuerte. Efectivamente lo vio. Una tenue luz que crecía a cada segundo y un ruido de motor. Las vías vibraron más cuando el tren tocó bocina y se desesperó cada vez más. Su corazón parecía a punto de estallar; golpeaba con fuerza dentro de su pecho, como martillazos. Sus manos arañaban el suelo con frenesí, pero no consiguió arrastrarse ni un milímetro. Todo era en vano. Como última voluntad, soltó una lágrima y miró hacia el tren. Pero sus ojos no se encontraron con la luz cegadora del faro, sino que hizo contacto con un par de ojos más. Eran negros como el maquillaje corrido que caía a raudales por el llanto y como su cabello lacio, que hacía que contrastaran con la piel pálida del rostro. No llores susurró dulcemente cuando acarició el rostro del muchacho. Sintió como si se le clavara una daga fría en el pecho y antes de que el tren lo arrasara por completo y sus restos se esparcieran en todas direcciones posibles, gritó. Pero los gritos se perdieron en el aire y el viento se llevó consigo como un secreto más. CELESTE DÁVILA WHEELWRIGHT

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RECUERDOS DE MI PUEBLO Es un pueblo tranquilo, de nombre difícil. Se llega por la ruta Nacional Nº 8, donde un acceso de tres kilómetros te acerca al lugar. Aquí pasé mi infancia, mi adolescencia, mi vida. Hace unos años atrás, los barrios parecían islotes, con sus calles de tierra, sus personajes. De casas bajas, con jardines perfumados de jazmines y patios con higueras y limoneros. Los vecinos, durante las noches de verano, se sentaban en la vereda. Ahí contemplaban la luna, las estrellas, y se las llevaban a sus sueños. Ahora la vida ha cambiado, las calles asfaltadas, los terrenos vacíos son bellas casas. Tenemos tecnología, aire acondicionado como las grandes ciudades. Los días de semana, desde la salida del sol hasta el mediodía, todo se transformaba. En el aire se percibía el aroma del pan recién horneado. El almacenero levantaba la metálica persiana esperando su primer cliente. Las señoras iban y venían con su canasto lleno de alimentos. Siempre apuradas, pero claro, dejaban un momento de su tiempo para intercambiar las últimas noticias del barrio. Había que preparar el almuerzo familiar. El hombre de la casa y los chicos llegarían al mediodía. Entre tanto, transcurría la tarde, con el bullicio de la vuelta a casa de los niños recién salidos del colegio. En la tarde, existía un personaje insólito, extraño, concentrado en sus pensamientos. Era Manuel, el churrero. Todos los días, salía en su bicicleta a vender las confituras que preparaba su madre. Se paraba en la esquina de mi casa. Conversaba con cada cliente y una vez que este se retiraba, seguía hablando solo. Quién sabe adónde lo trasportaba su misteriosa mente… Pero lo que más quedó en mi memoria son las tardecitas de los domingos, donde toda la familia unida salía a dar una vuelta en auto por la avenida San Martín comenzando en la Juan B. Justo hasta la estación de trenes.

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Ahora cuando paso por mi cuadra siento nostalgia. El barrio no ha cambiado tanto. Pero sí, ha crecido. Faltan mis queridos vecinos, que tantas veces me han ayudado. Me quedo con el recuerdo del perfume de los paraísos en noviembre, el crunchcrunch de las hojas secas en otoño, la luna gorda entrando en mi pieza y el coro de los pajaritos en el amanecer. Y así fueron pasando los años, de una niñez feliz en este rinconcito de nuestra querida Patria. Dejo atrás también la adolescencia, con la llegada de la madurez. Y en el camino del descenso, la añoranza no afloja. Es la serenidad lograda: no hay nada más poderoso que perpetuarse en los recuerdos de una vida pueblerina tranquila y feliz. MARTA COVACEVICH SARIO WHEELWRIGHT

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LA VIEJA COMISARÍA Durante las noches de verano, para inicios de los años 80, solíamos encontrarnos en la vieja y abandonada Comisaría. Edificio imponente para el pueblo, de color blanco, con paredes altas, con balaustradas en su terraza, ventanales con rejas en su frente y en el centro, una amplia escalera semicircular que remataba en una enorme galería donde, por distintas puertas era posible acceder a las dependencias, unas veces utilizadas como despachos, otras veces como juzgado de paz y algunas veces como centro de vacunación. Para llegar hasta sus blancos peldaños de mármol, había que recorrer una vereda de mosaicos a lo largo de unos treinta metros a cuyos costados se erguían dos gigantescas palmeras, las que ante nuestros ojos parecían perder su follaje en el cielo. Éramos unos cuántos amigos de la barra, compañeros de andanzas desde pequeños. Para esos momentos habremos tenido trece o catorce años. El Gringo, Pocho, el Enano, el Turco, Juanqui, Huguito, Gage, el Cordobés, Frata, la Gárgola y yo, el Colo. Después de la tardecita, entrada la noche, con las piernas doloridas por algún picadito en la canchita de Tonetti, luego de recorrer en bici cada una de las calles de nuestro pueblo, o jugar a la paleta en el viejo Club Zavalla, nos juntábamos en el ancho tapial para contar historias y esas historias muchas veces tenían por escenario ese mismo lugar, la Vieja Comisaría, otrora hogar ─según los más ancianos─ de la legendaria Ágata Galiffi. Con la poca luz ambiente de un foquito que alumbraba desde la esquina, normalmente, Enzo, la Gárgola, era quien comenzaba contando las más terroríficas historias. Relataba como ciertas escenas de presos sufrientes, de torturas, de extraños sonidos y voces fantasmales hasta que, con su habilidad, lograba impresionarnos alcanzando ese clímax en donde nos asustaba todo lo dicho. 122


Sucedió una noche, de pronto, en que se nos ocurrió la idea de enfrentar nuestros miedos. Quizás por esa adolescente rebeldía, quizás solo por pura aventura. Quedamos de acuerdo, que a la noche siguiente, nos reuniríamos a medianoche para ingresar allí, al lugar de nuestros miedos, a enfrentar lo desconocido. A esta altura de mi vida, no me cabe duda, que Enzo, el Enano y seguramente, el Cordobés, tenían todo planeado para darnos un gran susto. Ellos, siempre se las ingeniaban, para divertirse con los más pánfilos, y yo, era uno de esos. Será por estar haciendo mi secundario en colegio de curas que, llegada la noche, preparé mi aventura colgando de mi cuello, a modo de amuleto, un rosario fosforescente escondido debajo de mi campera de gimnasia, con el cierre bien alto para evitar las cargadas. A la medianoche, ingresamos temerosos forzando la pesada y crujiente puerta. Quedamos adentro, a oscuras. El Enano cerró la vieja puerta y allí estábamos, esperando algún suceso terrorífico o sobrenatural. Nada pasaba, hasta que de pronto, el ruido de cadenas arrastradas por el piso nos heló la sangre, crujidos de maderas y voces. Parecía que las historias eran realidad. El miedo hizo aferrarme a mi única protección, el rosario, el cual busqué desesperadamente abriendo el cierre de mi campera para usar a modo de amuleto, creyendo alejar de mí todo mal. En la oscuridad, el rosario brilló con magnífica luminiscencia. Curiosa fue la reacción, cuando de inmediato, las puertas se abrieron y vimos correr como desesperados, sí correr por esa vereda amplia a los tres vivos creadores de historias, Enzo, el Enano y el Cordobés ─los que quisieron aterrorizarnos─ asustados, porque un brillante rosario fosforescente casi flotando en el aire pareció surgir de la nada para hacer de su propia picardía, justicia. PABLO DIEGO PRÓSPERI ZABALLA

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Antología de una Provincia que escribe

GÁLVEZ MONTE VERA RECREO

USINA lV Escritores de pueblos y ciudades que integran el Ente Cultural Santafesino

DE PUEBLO EN PUEBLO

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LA CUEVA En el cincuenta o en el cincuenta y tres, se generaron las primeras habladurías. Fue después del espeluznante hallazgo, aunque ya se hablaba muchos años antes. Se dijo que en la bajada de la calle principal del pueblo, donde surge una bifurcación que se torna en una peligrosa y pronunciada curva que muere en el arroyo. El Espinillo, una tempestuosa noche después de una gran crecida fue rescatado el cuerpo de una joven mujer, comprobándose luego que la misma estaba a punto de dar a luz. Un solo grito en la noche. Sin vacilar el médico colocó sus pesadas manos sobre los ennegrecidos y duros cabellos del recién nacido. Se detuvo unos instantes; miró fijamente a la enfermera buscando ayuda, los dos colocaron eso que acababa de llegar a la tierra, sobre el frío mármol de la Sala de Guardia. Eso no se parecía a nada que ellos hubiesen visto antes, en otros alumbramientos. Bajo los efectos del estupor la enfermera continuó con su trabajo mientras el facultativo anotaba en su cartilla del hospital la hora del nacimiento (a la cero hora del día 12 de Diciembre de 1912), a la vez preguntó a la madre que nombre llevará el niño; Dilfo contesto ella. El ser respiraba suavemente emitiendo rarísimos sonidos que no salían de su boca: si de sus fosas nasales. Sus ojos eran alargados como el entorno de su rostro y los dedos de sus manos, su torso demasiado corto, sus pies chatos nacían a la altura de sus rodillas y comprendían seis dedos unidos por una membrana. En la guardia, los padres de la joven lloraron abrazados. Luego, la puerta vaivén de la sala cesó en su frenético movimiento y el silencio se agudizó. Durante años nada se supo de Dilfo hasta aquella furiosa noche de Diciembre cuando Matilda salió a la búsqueda de su cachorro que llevaba años de perdido, llegando hasta el final de la calle (o el mal llamado “Callejón de las luces” por algunos, o “Callejón de la muerte” según otros). 125


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En ese lugar se encontró con características. Comentó que los abalanzaban hasta el suelo de un arreciado por un huracán; y ese ser entre las aguas y las malezas.

un ser de las mismas matorrales del lugar se lado hacia el otro como extraño se discurría luego

Muchos dijeron que el tiempo, la verdad y la razón habían puesto las cosas en su lugar. Porque supuestamente el hijo mayor de Frida, una anciana del lugar, había sido sorprendido la noche anterior y dijo que vio entre un tumulto de cenizas humeantes la figura del tal Dilfo enroscándose y saltando desaforadamente al final de la calle y se introducía en algunas de las cuevas de las paredes del arroyo. “Ojalá fuera cierto” acotó la mujer dueña del animalito que con tal pretexto salía todas las noches a la búsqueda de su cachorro. “Tengo —dijo la anciana— la misteriosa intuición de que él sabe quién soy”. JULIA RAQUEL VERGARA GÁLVEZ

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EL TÍO CHICO Cae la tarde, triste y dorada, como todas las tardes de otoño. Camino por las veredas, hacia la casa de mi tío. Mis pasos forman una melodía de hojas secas y pies cansados. Desde la calle, lo veo, sentado en un sillón de ruedas, perdido en la oscuridad de su ceguera, pensando quién sabe qué cosas o tal vez preguntándose qué mal pudo haber hecho en su vida para terminar sus días así, con solo la mitad de su cuerpo, porque la diabetes le robó las dos piernas y lo dejó completamente ciego. Entonces, oye mis pasos, levanta la cabeza y pregunta ¿”Quién sos”? El tío tiene sesenta y tres años, pero no toda su vida la pasó en ese sillón, el que lo atrapó un día y no lo dejó nunca más. Un día cualquiera allá por el año 1958, le dijeron que tenían que partir a un lugar remoto, lejano, para mejorar sus condiciones económicas. Así que trató de guardar todo lo que pudo en su memoria, por eso, sus hermosos ojos negros, miraban cada paisaje, cada callecita, cada quebrada y aun las piedras de aquel precioso y humilde pueblito, el que lo había cobijado desde que nació y en el que fue feliz hasta ese día. También se empachó de bananas, de aquellas plantaciones en las que tantas veces se escondían con mi papá, cuando no querían ir a la escuela, subió también a los árboles de mango y de chirimoya y saboreó cada fruta como nunca. Cuando el tren arrancó por fin, se quedó con su nariz pegada a la ventanilla y de vez en cuando limpiaba el vidrio con la manga, porque su respiración lo empañaba. Y así fueron viendo a medida que avanzaba el tren, cómo el paisaje iba cambiando, ya no había cerros, ni montañas, sólo campos, de vez en cuando una laguna y muchas vacas y así, sus ojos de niño comenzaban a conocer el espacio de lo que sería su vida: la quinta. Al llegar a Santa Fe, enseguida los llevaron a “La Jujeña”, una quinta en la que casi la mayoría de los trabajadores eran paisanos, como suele llamarlos aun hoy.

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Lo que más llamó su atención fue el río, tan cerca, que podía verlo cada mañana al levantarse y en las noches de verano, correr hacia él y darse un chapuzón para aliviar el calor, junto con los demás changos. Los domingos a la tarde iban con mi papá a jugar a la pelota, jugaban muy bien y al día de hoy el que los vio en aquel tiempo, todavía se acuerda de los hermanos Valdivieso. Tuvo dos novias, pero se ve que con ninguna pudo armar una familia. Cuando todos nos vinimos a vivir al pueblo, él siguió trabajando por muchos años en la misma quinta, se levantaba a las cuatro de la madrugada y hacía los cuatro kilómetros de ida de vuelta, cuatro veces al día, en bicicleta, porque cultivar la tierra se había convertido en su pasión. Así, casi sin darse cuenta se le pasaron los años y un día, el médico le dijo que tenía diabetes y quizás, por no conocer esa enfermedad o porque como a todos nos pasa, no creyó que era tan grave lo que tenía, no se cuidó lo suficiente y para cuando quiso darse cuenta la luz escapó de sus ojos dejándolo en la más completa oscuridad. Pero no solo eso le quitaría la enfermedad, también y en menos de dos años, lo dejó sin sus dos piernas, condenándolo, para siempre, a un sillón de ruedas, que no se merecía porque era y es más bueno que el pan. De lo que nos dimos cuenta, es que nunca perdió su buen humor, porque siempre bromea con su condición, como la vez que lo fuimos a visitar y nos escuchaba renegar con los mosquitos y preguntó:¿Hay muchos mosquitos? Sí, Tío, tenemos los tobillos como batatas le contestó mi hermana. ¡Ah! Yo por eso me las corté contestó riéndose. Nosotras no supimos cómo reaccionar, pero al verlo reírse de su propia desgracia, nos reímos con él. ¿Quién sos…? Deposito un beso en cien encanecida y le digo: ¿Quién soy? Entonces como siempre, nombra a todas mis hermanas, porque dice que todas hablamos igual y por último dice mi nombre y me abraza con la misma ternura con la que nos trató toda la vida. Me gusta imaginarlo así, trabajando la tierra, pararse un rato, sacarse el sombrero y quedarse mirando los pájaros que vuelan. Y aun veo el brillo de sus hermosos ojos negros al ver asomar las hojitas en el mismo lugar en el que días atrás había dejado semillas. ELIZABETH YOLANDA PEÑA MONTE VERA

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REDOMONES Daniel, que hoy tiene cincuenta años y vive desde siempre en Ascochinga me narró la historia que voy a contar, en el mes de mayo del año dos mil nueve. Cuenta Daniel vecino nacido y criado en esta zona, en la cual residimos hoy, que este pequeño paraje del distrito de Monte Vera está situado a la vera de la Ruta Provincial Nro. 2 de nombre Ascochinga, el que toma su nombre de la antigua estación de ferrocarril Gral. Belgrano plantada en el kilómetro 20. Aquí los trenes circulaban con horario, trasladando a los pasajeros vía norte con coches que llevaban y traían al personal de los Talleres de Laguna Paiva. También venía gente de Santa Fe a comprar sus provisiones. Como siempre esta zona fue de quintas había quien vendía leche y huevos, lechones y corderos y verduras de todo tipo. En ese momento en que no circulaba ningún colectivo y el medio de transporte era el tren, la directora y maestras de la Escuela Mariano Moreno viajaban a dar clases a sus alumnos desde Santa Fe. Daniel sigue diciendo “…que en esa época llegábamos a la Escuela a caballo, caminando o en sulky, que era como un carrito de madera en el cual podían viajar hasta cuatro personas. La escuela tenía un edificio de madera, en mi niñez en este edificio se dictaban las clases, de primero a sexto grado, no seguí estudiando por la razón de que mis padres me necesitaban en las tareas rurales. Hoy, estoy muy orgulloso del profesor que me tocó en la escuela de mi vida: él fue mi padre, que con ayuda de mi madre, criaron un puñado de hijos, aquí en este paraje. En los tiempos en que el profesor de la familia era el padre aprendí a tirar semillas a la tierra, para después recoger la cosecha, con los años que fueron pasando, amansé redomones, pialé terneros en las yerras, aprendí artesanías en cuero, viviendo siempre de este paraje, donde resido desde que he nacido. Formé mi familia con cinco hijos, los que van ya camino a sus futuros. No obstante queda para ellos esta historia, en homenaje a mi antepasado, en este trozo de tierra que hemos llevado adelante”.

GABRIEL BENITEZ MONTE VERA

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LA CASONA Desde muy pequeña me gustó escribir historias. Una mañana al despertar, encontré junto a mi puerta un sobre cerrado. En ese momento, la intriga por saber qué habría en él invadió todo mi ser. Pero lo que más me llamó la atención fue la frase escrita al final “¿Qué sería de las personas sin sueños y de los sueños sin las personas que se atreven a soñarlos?...” Fue en ese momento cuando decidí escribirla. Gertrudis y Manuel, oriundos del pueblo de Rincón al casarse querían comenzar su historia en estos lugares. Tomaron lo poco que tenían y en su jardinera partieron hacia el nuevo hogar. Llegaron a Monte Vera allá por el año 1905, en esa época un pueblo con callecitas de tierra, el ferrocarril, y muy pocas casas por los alrededores. El lugar era tranquilo, sereno, solo se escuchaban en el silencio de lugar ladridos de perros cada tanto. Manuel detuvo finalmente su jardinera muy lentamente, tomó la mano de Gertrudis y juntos supieron que desde ese momento, allí frente a la casona comenzarían su nueva vida. La casa que habían elegido era la segunda de este lugar. Manuel y Gertrudis trabajaban en el campo. Hasta aquí, una parte de sus sueños se había realizado, pero un vacío profundo existía en aquel matrimonio, en esa pareja. Gertrudis no podía engendrar hijos, aun así jamás perdieron la fe y la esperanza de que algún día Dios le hiciera llegar su bendición. A los pocos años, la comadre de Gertrudis murió al dar a luz a su sexto hijo. Decidió entonces entregar al recién nacido a Gertrudis y a Manuel para que lo criaran como hijo propio. Sebastián fue su nombre, así lo llamaron y desde ese día fue su hijo del corazón. El tiempo fue transcurriendo con alegría. La desgracia tocó a su puerta cuando un abogado codicioso vio la oportunidad de su vida. Manuel y Gertrudis no sabían leer ni escribir, de modo que este individuo se aprovechó de ello. Cuando se dieron cuenta de tal atrocidad ya era demasiado tarde. Lo único que les había quedado era la casona y dos o tres terneros contiguos a esta. Ese fue el principio del fin. 130


Manuel enfermó poco a poco y al tiempo partió. Gertrudis, su compañera del alma no pudo soportar esta ausencia y poco tiempo después se reunió con Manuel. El abogado desapareció, pero seguramente Dios se encargó de él. Nita, la bisnieta de Gertrudis y Manuel, nació, creció en esa casona. Fue muy feliz en ella. Cuando Nita cumplió cinco años, sus padres decidieron separarse. Nunca quiso preguntar el por qué. Después de eso, su madre, durante un tiempo deambuló por las casas de familiares hasta que nuevamente volvió con Nita a la vieja casona. Nita concurrió a la Escuela Nro. 40 Bernardino Rivadavia, que en ese tiempo era la única del pueblo. Allí conoció a su amiga del alma… Daniela. Crecieron siendo inseparables. No recuerda ahora cuándo fue ni en qué momento, pero sentadas en esa enorme galería Daniela le contó que iba a ser mamá. Como el tiempo, también pasó para Nita los años pasaron, se casó, formó su familia y vive en el pueblo desde entonces. Para la casona también los años transcurrieron, ya no aparecía tan imponente, tan acogedora. Dentro del sobre que dejaron bajo mi puerta había una foto en blanco y negro, en ella se podía observar aunque en forma borrosa a Gertrudis y Manuel. Me invadió la nostalgia, la tristeza, una mezcla rara de emociones al ver esa foto tan desgastada, pero sabiendo que no era solo una foto, eran sueños que se habían hecho realidad. Fue tanta mi curiosidad que decidí caminar por calle Chaco y admirar la tan añorada casona de Nita. Al pasar frente a ella comprendí la tristeza de sus palabras. Esa casa que un día allá por 1905 compraron sus bisabuelos y en la que murieron, sufre un gran deterioro. Se la puede ver con sus ladrillos a flor de piel, asentados en barro, su galería hoy está casi en ruinas, descolorida, vieja, tiene el color del último suspiro. Me fui alejando muy lentamente y pensé…,” ¿”Qué será de esa casa?” ¿”Qué será hoy de los sueños de Nita”? Tantos años han pasado y aun así, todavía sigue siendo… nido de pájaros. KARINA VILLALBA MONTE VERA 131


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LA LEYENDA DEL POETA DE LOS PÁJAROS Cuenta la leyenda, que hace mucho tiempo en el litoral vivía un muchacho de tez trigueña y brazos robustos, que lo único que había aprendido a hacer era a trabajar. Su padre, hijo de un hachero en el frondoso quebrachal, había quedado huérfano justo el día de navidad. Es así, que después de grande, siempre en ese día de fiesta de guardar, su casa se vestía de tristeza, porque se decía que cada 25 de diciembre no había nada para festejar, que nada podría remediar semejante dolor paternal. Entonces, el muchacho de tez trigueña y brazos robustos como no quería ver sufrir a su papá, se internaba en el medio de la llanura a trabajar en la cosecha, en la inmensidad del campo, de sol a sol, y a la noche volvía solamente a descansar, pensando en lo desgraciado que sería, sino respetase aquel ritual de duelo eterno que había heredado por la muerte de su abuelo, en un obraje de La Forestal. Ha sido así, que aprendió a observar y a escuchar el canto de los pájaros, sus vuelos libres. Los extraordinarios relatos que mantenían contando de sus travesías por islas, chacras y arroyos y de los cortejos y coqueteos con sus hembras, y de lo alegre y pura que eran todas aquellas escenas, para la época de las fiestas navideñas. Entonces entró en reflexión, ¿Qué impedimento tuviese el actuar como los pájaros con sus melodiosos trinos y vuelos lejos, y coqueteos sutiles a sus hembras, más allá de la pérdida de un familiar de la especie, si esto sucederá inevitablemente cuando tenga que suceder, porque tanto ritual en honor a la tristeza? Desde ese momento, ese mismo muchacho de tez trigueña y brazos robustos, para cada fiesta de navidad y año nuevo, le hace honor a la alegría (aunque respete el sentimiento de su padre), y escucha la música que nace desde las entrañas de la tierra y entonan las aves, y escribe poemas donde se cuentan historias de

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largas travesías y de cómo cortejar a una dama, como lo hacen los pájaros con sus hembras, si estos con sus gestos, no ofenden la naturaleza en la que viven… Aquel muchacho del litoral jamás aprendió a bailar, porque lo suyo fue siempre trabajar, aun solía concurrir a las reuniones, pero si adquirió ese Don Divino que es observar, que en cada vuelo es oportuno enviar un mensaje, aprendió a coquetear a su amada, sabiendo que su proceder, si es como el de los pájaros, no lastima, y anidar. Descubrió que todas las aves anidan, en algún momento de sus vidas… Pero en una tarde, una tormenta fortísima de verano, un viento huracanado desató una increíble lluvia y granizó, y caída de árboles, como la terminó con la vida de su abuelo allá en el monte, golpeó su cabeza, su cuerpo, sus manos grandes, hiriéndolo profundamente… ¡Quisieron matar el mensajero! Pensó. ¡Estuvo toda la noche solo, dolido, malherido… sintió morir! Hasta que, al amanecer, convaleciente creyó escuchar una dulce voz que le hablaba al oído: “Palabras, las palabras, tus palabras son las que cambiaran este mundo…” Y entonces aquel muchacho de tez trigueña y brazos robustos se incorporó despaciosamente, y envuelto en un plumaje brillante como su piel, se fue convirtiendo en ave, en un palomo macho; poseedor del Don Divino de escribir poemas que dicen del amor, de la paz y de la vida… Y cada vez que se inspira o decide iniciar un vuelo, siempre lo hace llevando un mensaje consigo, nacido desde su corazón. JOSÉ LUIS BENITEZ RECREO

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Antología de una Provincia que escribe

AMBROSETTI ARRUFÓ CERES MONTE OSCURIDAD SAN GUILLERMO SUARDI

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Escritores de pueblos y ciudades que integran el Ente Cultural Santafesino

DE PUEBLO EN PUEBLO

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MILONGA PARA UN CAMPEÓN Oiga, amigo Sebastián, esta milonga relato y con estas letras trato de homenajearlo ¡Campeón! Su condición de gran jinete ya es por muchos conocida, pero en esta ocasión la dejo bien asentada, pues copó la parada con su vasto y encimera allá en Diamante, Entre Ríos al consagrarse ¡Campeón! Es mucha la admiración de nuestro pueblo Ambrosetti por habernos representado con humildad y coraje, porque usted se jugó entero para lograr con destreza este premio tan soñado. EDUARDO SALERA AMBROSETTI

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PERTENENCIA Frondas llenas de templanzas. Aire cálido que me hamacas. Susurros lejanos que llaman. Esteros marcados en mi pampa. Senderos que no saben bifurcarse, bordeados de algarrobos tuscas, aromitos, talas y sombra e’toro en soledad, lo transito… Luna, que en lejano relumbrar, guías… Grito, de chajá en la laguna, o de tero en descampado. Carancho que solapado, vigila su próxima presa. Perdiz volátil, esquiva presto el alambrado. Cuis, a la vera del camino, espía mi pasado.

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Zorros en acecho, lechuzas vigilantes. Cardenales, horneros, calandrias y benteveos.

Pampa, cardos y cadillales, gramón, abrojos y pastos puna. Llanura infinita de barabal y espartillos, de horizontes, montes y nostalgias. Esta es mi casa… En ti quiero recostarme, que llenes mis recuerdos con tu presencia de madre, como calmaste, la añorada vida de mis abuelos y mis padres… NESTOR ANTONIO NICOLAU ARRUFÓ

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IMAGINANDO CERES “La historia, es ese lugar en el futuro, que ocupará el presente, una vez que haya pasado”… Y creo que Don Tristán y Don Vicente lo supieron mucho, muchísimo antes de que a mí se me ocurriera plasmar este enunciado. Tanto es así que, cuando llegaron a estas tierras ─allá por el año mil ochocientos ochenta y…─ donde todo se espinaba de chañares, imaginaron el maíz y la cosecha; donde se maldecía la yarará y el viento norte, hicieron realidad el ferrocarril; donde apenas un puñado de gauchos corajudos levantaron unos ranchos, vislumbraron una ciudad. Ya me parece oír sus charlas y discusiones en algún céntrico café de Buenos Aires: ─Yo lo trazaría en cruz y en diagonales… De esa manera, si extiende las calles a los caminos vecinales, facilitará la llegada de la producción hasta el ferrocarril. ─Pues claro, que así será… Ya verá usted la importancia que irá cobrando esta comarca. ─ Oiga… Y una o mejor dos plazas importantes para que los domingos los lugareños salgan a ventilarse. ─ Y no se me olvide de la iglesia eh… ¿Dónde se ha visto una ciudad que no tenga una iglesia? ─Vea y un toque francés en sus bulevares no quedarían nada mal pienso…

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─Eso sí, Don Vicente, la cremería que usted espera levantar, que sea medio retiradita del centro porque al ir creciendo… Por los olores, vio? Tardes enteras discurrían entre inagotables pocillos de café, planos y cigarros de tabaco fino, bajo la mirada de un mozo piamontés que ─aunque no entendía mucho─ estaba siempre dispuesto a servir “otra ronda”. Fue justamente una tarde, cuando discutían sobre cómo se llamaría este lugar, en que mirando al anfitrión le preguntaron casi a coro: ─Mozo… ¿De qué lugar es usted? A lo que el orgullosamente:

aludido,

inflando

el

pecho,

respondió

─Di Ceres, Signori. No recuerdo ahora si fue Don Tristán o Don Vicente quien escribió en la parte superior del plano, el bisílabo que evoca a la diosa romana de la agricultura, la fecundidad y las cosechas… Pero ese fue su nombre desde entonces. GUSTAVO MACHADO CERES

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PAN Y TABACO Monte Oscuridad posee una extensión de veinticuatro mil hectáreas, se caracteriza por ser una colonia sin centro urbano…sus principales inmuebles están emplazados en diferentes sitios. San Juan Bautista es el Santo Patrono del lugar. Monte Oscuridad adquiere el nombre por la frondosidad de los árboles que poblaban el suelo virgen…al unirse sus copas impedían el paso de los rayos solares, a pesar de los desmontes persisten a la vera de los interminables caminos que atraviesan su superficie. Con la llegada de los primeros colonos, comenzaron a tejerse diferentes relatos. Cuentan que una vez, la tranquilidad del lugar se vio interrumpida por la presencia de un mendigo que caminaba errante entre la espesura. Solo se acercaba a pedir “pan y tabaco” y así lo llamaron. Nunca se supo su nombre, él solo balbuceaba que “vino en un gran vapor de Europa”, suponían que había estado en la guerra, su único apoyo era un palo desgastado por el uso. En días de lluvia, se guarecía debajo de algún techo, tenía pánico al estallido de los truenos, no se acostaba, permanecía sentado y dormitaba abrazado a su bolsa de lona; la mirada perdida, como si en su mente, dolorosa imágenes reabrieran profundas heridas. Atrapado en la soledad que lo llevaba a deambular sin rumbo, su figura desaliñada formó parte del paisaje, se fue dejando el enigma de un ser solitario sumergido en sus recuerdos. En la actualidad, permanecen las leyendas y versiones de antaño. Las nuevas generaciones prosiguen la lucha, forjando ideales en bien de la Colonia con la creación de la Bandera representativa se fortaleció su identidad. 140


Monte Oscuridad con su paisaje agreste, con sus mitos, creencias y crecimiento a base de trabajo y esfuerzo…con el paso del tiempo las historias continúan y el progreso se afianza. TERESITA LEDESMA DE MINETTI MONTE OSCURIDAD

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GORRIONES DEL ATARDECER Hace años en nuestro pueblo las calles eran de tierra, casas sencillas de puertas sin llaves, baldíos con niños jugando, hombres y mujeres de trabajo y como todo pueblo no faltaron los entrañables personajes representativos del lugar como lo fue MARIA. MARIA vivía en una casita de pisos de ladrillos y tierra, el patio amplio cercado con grandes tunales, siempre repetía su propia letanía:… “Nací en la miseria y siempre viví en la pobreza”, letanía que a mí se me pegó en el alma y por eso no puedo olvidarme de ella; sus espaldas dobladas de tanto sostener los amargores de la vida MARÍA no sabía leer ni escribir, pero difundía con orgullo su especialidad: Confección de colchones de lana de oveja…también a domicilio… Sus manos vacías de anillos y uñas pintadas, solo apretujaban la aguja de colchonero, todos sabíamos dónde encontrar a MARIA lo delataba el sulky con el caballito atado a un árbol para su regreso a casa. Y así regresaba con la soledad a cuestas, solo la recibía el gorjeo de gorriones que anidaba en la madreselva. Una mañana las campanas de la iglesia anunciaron una muerte, era MARÍA, la colchonera…el dolor de un pueblo la acompañó a su descanso eterno. Meses después llegó el progreso. La ruta 23 y una orden implacable de demoler la casita de MARÍA por obstaculizar el paso vehicular. Cada golpe de martillo era un puñal en el corazón de los pueblerinos.

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Aunque cubran de asfalto la ruta y las calles del pueblo no lograrán borrar las huellas del SULKY DE MARÍA, porque aún se escuchan las pisadas contundentes de su caballo y la mirada fija en el horizonte de sus ojos cansados. ÁNGELA MATILDE BERCA SAN GUILLERMO

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EL MANQUITO BARRIOS Me impactaba su figura corporal. Yo era niña, alumna de escuela primaria -década 1950- y le tenía miedo. Conocido por todos como “El Manquito Barrios”. Su verdadero nombre: Esteban Barrios. Todas las mañanas venía caminando desde el Pueblo viejo de San Guillermo. Cruzaba la ruta hasta San Guillermo Pueblo Nuevo ubicado a orillas del Ferrocarril. Lo veía pasar por la calle de mi casa o en alguna calle del centro donde yo generalmente hacía los mandados. Mi fantasía alentaba algún temor. Estatura baja y cuerpo delgado: un brazo y mano deformes, renguera notable. Yo sentía temor, creo, y trataba de alejarme cuando lo encontraba en la calle, recordando algunos comentarios de los adultos “es malo…, se enoja, tiene mal carácter”. Solía caerse de repente!! con movimientos bruscos y descontrolados sobre la calle de tierra; el rocío mojaba su boca limpiándola de espuma y si el sol brillaba habrá disparado algunos rayos para mitigar el dolor y el frío de su cuerpo. No había que tocarlo hasta finalizar el episodio, eso es lo que recomendaba el médico que hizo el diagnóstico: Epilepsia. Y después…? Cómo imaginar su desaliento, soledad, dolores físicos y temores en esos momentos posiblemente trágicos. Habrá percibido mi temor hacia él y el de otros niños como yo? En el transcurso de su vida, hubo un tiempo en que El Manquito sufrió la muerte de Catalina, su mamá. El ángel guardián no pudo seguir a su lado. Es probable que desde el cielo las madres extiendan sus brazos para mitigar los dolores del alma, los ardores del verano o la brisa helada del invierno. Su papá trabajaba como tropero en las estancias de la zona y debía ausentarse por unos días. Esteban quedaba al cuidado de algún hermano. Uno de ellos era propietario de un horno para fabricar ladrillos y solía contar, poniendo a andar la fantasía de quienes lo

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escuchaban, que durante la larga noche de fabricación de ladrillos se escuchaban bravos estampidos dentro del horno, parecido a una explosión y se imaginaban lo peor, pero no podían hacer nada por el momento. Sin embargo, cuando al día siguiente abrían el horno después de custodiarlo toda la noche, todo estaba en orden y los ladrillos intactos. “Quien quiera creerlo que crea”. La imaginería con brujas y luz mala incluida era tema de conversación y pasatiempo para algunos. Por suerte El Manquito también vivió momentos felices. Su mayor placer, cuidar el caballo que su padre le preparaba para que él pudiera montarlo y andar al trotecito. Solía ocurrir, que a veces sufría el ataque epiléptico sobre el animal; se podría pensar que se caía al suelo. No!! quedaba colgado del estribo. El caballo permanecía inmóvil y juntos miraban como el sol se ocultaba detrás del horizonte. CELIA TERESA FAULE SAN GUILLERMO

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EL LOCO DE LA ROSA “Cuando se intenta recordar hay un punto donde ya no se puede discernir si se está evocando o inventando”.

Rodolfo Fogwil Hoy suenan voces refrescando la memoria, un recuerdo clava en mi pulso aquel personaje de la infancia, al que acudían nuestras madres para intimidarnos, hermosa inocencia que elaboraba teorías de corto miedo y servía de fósforo para el fuego de una nueva travesura. No recuerdo su nombre, si acaso lo supe. Le decían “El Loco” porque siempre pasaba cantándole a una rosa y conste que yo era muy chica, no sabía de la existencia de Saint Exupery, ni de la rosa de su Principito, por eso, que no haya ninguna sombra de dudas que le quite a este “loco” la primogenitura con su rosa. Solíamos calzarnos el traje de diablillos y éramos los dueños de la vereda, pero cuando lo veíamos venir se armaba el desparramo, nos escondíamos esperando escuchar que le decía a su flor y después sentados en el cordón de la vereda, juntábamos todas las hebras para contarnos lo que habíamos oído, lo que nos tendría desatentos el día completo (hasta en la escuela). Un día, alguien, no sé si para sosegar tanto bullicio, o para atarnos la natural impertinencia de volar, nos tentó el asombro con una historia: esa rosa a la que le cantaba, a la que le hablaba, esa rosa que no robaba sino que siempre pedía, esa rosa que llevaba en alto y miraba adorando su bondadosa armonía, era para su madre, una viejita que lo esperaba en la casa humilde donde se pone el sol, en las afueras del pueblo.

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Desde entonces, nuestro miedo- curiosidad se transformó en respeto y nosotros algunas veces le regalábamos una rosa (que sí robábamos, pero él no lo sabía), o se la dejábamos en el bajo tapial de la casa grande de la esquina, antes del camino hacia el oeste. Hoy ya tengo más años que él en ese entonces, todavía me tienta el impulso de conseguir, como sea, esa flor y cuando encuentro pétalos al viento creo que son los de su rosa, que vienen a murmurar, la niñez de los cuentos en el cordón de la vereda y a él, al Loco de la rosa. MARTHA SUSANA ALBERTENGO SAN GUILLERMO

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EL PUEBLO QUE CONOCÍ Hace seis décadas era un pueblo de aproximadamente tres mil habitantes. Hoy Suardi es ciudad. Ayer fue un día gris, frío y lluvioso, estuve recordando con nostalgia las calles de mi pueblo de antaño, eran de tierra y algunas veredas también, estas últimas eran simples caminitos serpenteados, bordeados de gramilla que al pasar caminando no la dejábamos crecer. Al atardecer, en las esquinas se prendía una tenue lucecita hasta la una de la madrugada, hora en la que el pueblo quedaba a oscuras hasta la mañana siguiente. Esa oscuridad se volvía aún más profunda en los suburbios, en los campos. Por aquella época se comentaba que por las noches, allí, aparecía un hombre con su ropa cubierta de plumas. Decían que era el “Plumudo”. No le hacía daño a nadie. Él trataba de no dejarse ver. Algunos decían que habían visto un bulto cubierto de plumas; otros aseguraban que se les había presentado asomando su cara por la ventana, pero…cuando salían no veían nada. Entre el corte de luz y el “Plumudo” la gente evitaba salir de noche. Los policías hacían rondas nocturnas caminando provistos de linternas y se comunicaban entre ellos con silbatos. El tiempo fue transcurriendo y… no se supo mucho más del “Plumudo”. Recordando mi antiguo barrio, vienen a mi mente aquellos bellos y perfumados rosales y malvones multicolores. Mis vecinos eran mayores, con hijos y nietos. Nosotros recién casados. Todo era tan hermoso! Recibíamos el cariño sincero de ellos. Hoy, nos queda el buen recuerdo de haberlos conocido. Sus casas ahora están habitadas por otras personas. Siempre alguien ocupa la vivienda de los que se van.

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Solo quedan dos mujeres de aquella época, cada una en su casa de aquel querido barrio, situado a pocas cuadras de la plaza. Los jóvenes de hoy serán los ancianos del futuro. Nos cuesta pensar así… pero… ahora que pertenecemos al grupo de los adultos mayores, veo que la vida es una rueda y gira sin prisa y sin pausa, todo llega y todo pasa. MADÍ DOMINGA AUDINO SUARDI

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UN CORTEJO FUNEBRE ACCIDENTADO SUCESO OCURRIDO EN SUARDI EN 1945 En la localidad había fallecido la señora Salerna de Bornardi. Como era modalidad, la sala velatoria era la casa mortuoria de la difunta, pues en ese tiempo, ni la Comuna ni la funeraria, disponían de un local exprofeso. De acuerdo a las disposiciones comunales, las veinticuatro horas posteriores al fallecimiento de una persona eran destinadas al velatorio y la misma se representaba indefectiblemente. El día de la sepultura amaneció tormentoso presagiando viento y lluvia. No obstante, el oficio religioso se realizó a la hora estipulada. Finalizado el mismo, se inició el cortejo fúnebre, servicio contratado a la empresa local de los señores Pussetto y Torreta. La carroza, lucía impecable, tirada por cuatro caballos negros conducida por el cochero Sr. Domingo Cunibertti, hombre de baja estatura y rechoncho. Avanzaba el cortejo por las calles de tierra circundantes a la Plaza Pública San Martín y luego por C. de Zavaleta, cuando lo presagiado se manifestó con relámpagos y truenos, seguidos de fuerte viento y lluvia. El acompañamiento seguía sin detenerse. Los pocos automotores al no poder avanzar normalmente se retiraron y solo continuaron las volantas y sulkys tirados por caballos. Con dificultad llegaron hasta el camino de acceso al cementerio y el cochero don Cunibertti al doblar con la carroza para ingresar en él, un fuerte golpe de viento tumba el vehículo. El cochero, flores, ataúd…caen dentro de la zanga con agua, lindera al camino. Estupor, gritos, sollozos… caballos encabritados… todo bajo la lluvia y el viento que no amainaba. Los familiares y amigos presentes, rescatan del agua al cochero y al ataúd… Y con el alma acongojada vuelven a poner la carroza en su estado normal y mojados y embarrados reinician la sepultura de la señora. 150


Así concluyó el cortejo fúnebre. Los restos mortales de la señora descansan en el panteón de la familia Benedetto. LÍDER JOSÉ TOMÁS SOLDANO SUARDI

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El CURA ROJO Y AZUL Como olvidar al padre Garcia!! Parte importante en la infancia de muchos suardenses. El nos bautizaba los muñecos “en el nombre de pan y chorizo”. Valía, para nosotros, venia del cura. La única condición era que seamos de San Lorenzo. Y yo, fiel hasta los huesos, continúo mi promesa. Aún recuerdo la cara de espanto de mi mamá cuando lo veía venir, con su sotana gris y sus pasitos cortos, viniendo hacia casa, mientras yo le decía con absoluta tranquilidad: ”El padre viene al cumpleaños de mi muñeca”. Siiii! Preparábamos una fiesta en el garaje de mi casa, con dos tablones de un portón viejo y con platitos de juguete con masitas y pan con dulce de leche. Y cada niña llevaba su muñeca como invitada. Mi mamá se desesperaba pensando en que el cura no tendría las mínimas comodidades que él merecía. Y música de tocadiscos. Cómo nos divertíamos!!!. Y también había regalos, para las muñecas, obvio, entre nosotras. El padre siempre nos llevaba un puñado de caramelos. MARÍA INÉS HISCHIER SUARDI

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LA CAJA Tenía que viajar a Rafaela. Me fui caminando lentamente por la Avenida San Martín de Suardi hasta la Terminal de Ómnibus, disfrutando de la tarde soleada y serena y del estallido de los azules y rosados de las flores de los árboles de jacarandá y palo borracho. Era una fiesta verlos y año tras año me he regocijado con ello. Al llegar, había mucha gente en la Terminal. No obstante advertí un lugar vacío y me senté. Dirigí un vistazo distraído a mi compañero de banco. Era un hombre de mediana edad, que llevaba puesta una gorra negra con algún detalle gris, de ojos oscuros e inquietantes que no dejaban de mirarme, mientras en sus labios se dibujaba una burlona sonrisa, Un poco molesto, di vuelta la cara, y en ese instante se oyó el motor del colectivo que se acercaba. El hombre se levantó y yo quedé allí sentado un poco más de tiempo. Al levantarme, de pronto me di de cuenta que a mi lado había una pequeña caja de madera, con la tapa labrada con una extraña forma. Seguramente el hombre de la gorra se la olvidó - pensé. La tomé y me acerqué a él, que estaba primero en la fila para subir al micro. Esta caja es suya? No es mía, quizás sea suya, me respondió, con su sonrisa burlona y clavándome sus ojos inquietantes. ¡Oh no, no es mía! me oí contestar. Él se encogió de hombros. Sin saber qué hacer, guardé la pequeña caja en el bolsillo del saco. A la postre, quedé último para subir al micro. Por suerte, encontré un lugar vacío en la primera fila y observé que el hombre de la gorra negra estaba ubicado en el último asiento. 153


USINA V

Traté de dormitar durante el viaje, pero no lo logré pues sentía un inexplicable desasosiego. Ya cerca del final del viaje y cuando pasábamos por la entrada a Lehman, recordé la caja y la extraje del bolsillo. La abrí y estaba vacía. Pero en la contratapa tenía un espejo. Lo miré y me sorprendió no distinguir bien mi rostro. Y de repente, sin saber cómo, apareció en el fondo del espejo la cara del hombre de la gorra negra, con su sonrisa burlona y sus ojos penetrantes, con un fondo de flores azules y rosadas de jacarandá y palo borracho. Inquieto, miré para atrás… y allí estaba él, en el último asiento. Desconcertado y con miedo, cerré la caja y la volví al bolsillo, pensando en interrogar al hombre a nuestra llegada a Rafaela. Cuando arribamos, bajé primero y aguardé el descenso de los pasajeros. Pero después que aparentemente se había desocupado el coche, el hombre no bajó. El chófer cerró la puerta del micro. Me asombré. Al interrogarlo, me confirmó que ya todos los pasajeros habían descendido y el coche estaba vacío. Entre confuso y temeroso metí la mano en el bolsillo. Sentí un escalofrío... y comprobé estupefacto que, al igual que el hombre de la gorra negra...la caja de la tapa labrada de extraña forma... ¡también había desaparecido!... … Como los sueños... o como las ilusiones... EDGAR MARÍA DE LA FUENTE SUARDI

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SUARDI- BARRIO SAN MIGUELQuiero honrar a mi pueblo, no remendaré los recuerdos, sentiré la furia y las heridas del tiempo. La tempestad discriminatoria divide el amor de los pueblos y su gente. Acá no debe ocurrir, sé que de las ventanas harapientas, surgen grandes historias de vida; solo hay que oírlas. Sucede que el hombre se agota; por sus pies cansados, sus miradas debilitadas y sin horizontes, lo injusto adormece el hacer de sus pasos, conozco casas húmedas, rincones sin empuje, casas con dentaduras de odio, lágrimas grises, calles sin salida, corazones dispuestos a batallar; conozco lo opuesto, trabajo, cultura, dedicación profunda, sudor oscuro. Sumado al pasar del tiempo se levanta victoriosa la Capilla, capitaneada y protegiendo a sus fieles, San Miguel encapsula con fe el amor de hermanos. Fechas que indican el pasar de los años relatan el crecimiento social, no volverá el tiempo subterráneo, florecerá un ramo de ilusión. Ya el barrio no está anegado, cruzó el río, navegamos juntos en un nuevo siglo. El viento sur con su caricia entremezcla sus hojas doradas de igual a igual. Van muriendo vidas, historias y otros días; pero surgen vidas nuevas; generaciones que ponen el hombro para calcinar la desigualdad. MARTA VALAROLO SUARDI

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TITI SOSA Titi fue un personaje de este pueblo, un hombre con la inocencia de un niño, al mirarlo daba la impresión de que solo sabía barrer las calles, aunque los que lo conocíamos sabíamos que él poseía una hermosa cualidad que otros no la percibían, era un agradecido de la vida, feliz de su trabajo, lo disfrutaba. Era de estatura baja, delgado con un severo problema en los pies, pero eso no le impedía caminar con pasitos cortos y rápidos. Era un trabajador municipal que jamás se quejaba, muy cumplidor, estaba siempre tempranito esperando que abrieran el Municipio para sacar sus elementos de trabajo. Él vivía en su mundo una íntima comunicación con su escoba. A veces yo solía decirle ¡Hola, Titi, cómo estás! Él respondía bien, bien, si le decía hace frio o calor el repetía sí, sí, pero seguía barriendo, sin perder jamás la conexión con su herramienta de trabajo. Siendo niños compartimos juegos con Titi, aún recuerdo cuando corríamos jugando a la mancha o a la banderita, él no podía correr rápido, pero siempre alguien del grupo lo ayudaba, entonces compartía la felicidad de jugar sin problema. Él supo ser feliz con poco, su rutinaria vida, su nada de ambición, sin embargo, logró disfrutar su hacer diario con paciencia y con dedicación. SARA GIRAU SUARDI

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SUARDI TE QUIERO Tres surcos vestidos de progreso gris, me custodiaron, uno se llama 9 de Julio, otro San Martín, y quién sabe de mis actuales pasos, lleva el nombre de Belgrano. Pero mi vida se gestó en surcos de Barrio San Miguel, que huelen a simpleza y barro, a gente que regresa cada día del trabajo y espera encontrarse con el calor de la familia. En la residencia de los desechos, donde se distingue a través del cortinado de humo, aparatos jubilados, bolsas perdidas, cartones destrozados, zapatos olvidados, muebles mutilados, chapas, cubiertas rotas, trapos, el más cruel de los olores… Ahí en ese chabacano lugar, sobrevivía Omar Florencio Gomez, como el mismo se presentaba, Gareca para todos. Como uno más de los objetos que uno descarta, así sobrevivía él, embriagado de penas, adicto a la soledad, huérfano de afectos. Su descuido era nuestro descuido, su suciedad era nuestra mugre. Cuando nos atrevimos a acercarnos y conocerlo de corazón, creyéndonos “sus salvadores”, alguien que sabe de nuestras miserias y aciertos, había preparado hace tiempo, con muchísimo amor una gran habitación, lejos, muy lejos de la tierra, nosotros pensamos que estaría muy cerca del cielo. Como en la magia de los cuentos se escucha todas las mañanas el beso constante y a tempo que se dan como fieles y hermanadas, la escoba y la vereda, guiadas por las vecinas que intercambian chimentos. Existen sobre las calles Mitre y Sarmiento dos volcanes en movimiento que a la misma hora de lunes a viernes, emergen en erupción artísticas promesas de blancas palomas queriendo volver a sus nidos.

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De esta tierra emanan aromas que evocan siestas, serenatas a la luz de la luna, nostalgias de largas mesas familiares, y si agudizás el olfato percibirás el penetrante e irresistible olor a guiso, empanada, pan casero y asado. Un viento fuerte que arrastró los barcos del otro lado del océano, se instaló cómodo, buscando un espacio, trayéndonos dialectos en cantos piamonteses, labores nuevas en los campos, la religiosa Vagna Cauda y a San Cayetano.. Amo pedalearte Suardi de mis sueños, amo saludarte en cada habitante de mi pueblo, antónimo de razas, refugio de viajeros, si Dios me lo permite quiero envejecer en este suelo. MARIA SOLEDAD GIRAU SUARDI

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Antología de una Provincia que escribe

TOSTADO

USINA VI Escritores de pueblos y ciudades que integran el Ente Cultural Santafesino

DE PUEBLO EN PUEBLO

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USINA VI

EL SARGENTO CARDOZO En mi pueblo, como tal vez en tantos otros de la provincia y de nuestro país existen mitos, leyendas o creencias que se trasmiten de generación a generación. En mi caso particular puedo hablar del duende, ser fantástico que según nuestros padres a la hora de la siesta se aparecía en distintos lugares y solía capturar a los chicos que no estaban en sus casas; según nos contaron tenía una mano de algodón con la que tapaba la boca de los menores y otra de hierro con la que castigaba sus nalgas. Terrorífico, por momentos nos asustábamos bastante, pero eso no impedía que igual nos escapáramos para cazar pajaritos, matar lagartijas u otro bicho, practicando puntería con la gomera y también para bañarnos en el río o en algún estanque que encontrásemos en el camino de nuestra aventura. Ahora de grandes, discernimos que la historia del duende era para que nos quedáramos en casa y así los mayores pudiesen dormir la siesta tranquilos. Una vez, lo que nos produjo un susto mayúsculo no fue el duende, fue un hombre de carne y hueso, el Sargento Cardozo. Este era real, un agente de policía que montado en un caballo overo ejercía una estricta vigilancia sobre los chicos, andaba por todos lados con un gran látigo amenazando a los que a la hora de la siesta se encontraban fuera de sus casas. En esa oportunidad nos estábamos bañando desnudos en un estanque de un campo cercano cuando lo vimos llegar haciendo chasquidos con el látigo y gritando insultos inentendibles. Salimos rápidamente del agua y aterrorizados agarramos la ropa y las zapatillas y corrimos como si fuese una competencia hasta el alambrado que distaba unos cincuenta metros, pudimos llegar y saltar cuando los bufidos del caballo y el ruido del látigo nos atormentaban produciéndonos una angustia tremenda.

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Ya en el camino vecinal, alejados del peligro y escuchando cada vez más débiles las amenazas proferidas por el sargento, seguíamos corriendo, cruzamos otro alambrado y nos detuvimos cuando creímos que el peligro había pasado. Por un tiempo, interrumpimos nuestras travesuras siesteras, no podíamos borrar de nuestras mentes la imagen terrorífica de lo que nos había pasado. JOSÉ MARCELO GONZÁLEZ TOSTADO

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USINA VI

NICOMEDES RELATO BASADO EN UN HECHO VERÍDICO Un lechuzón, un chistido y se rompe el silencio en la noche cerrada. Rostros fantasmagóricos y la lumbre de un fogón. Sentados en troncos, estaba la peonada de la Estancia “La carreta”. La carne sujeta entre los dientes y la mano era cortada con un afilado cuchillo. Un buen trago, entre bocado y bocado mientras avivaban el fuego. Una mano morena tomó la tiznada pava, la acomodó sobre la parrilla y el cimarrón estaba listo para acompañar la charla. Dos nuevos jornaleros, escuchaban atentos, historias de aparecidos, luz mala y lobizón. De pronto, uno de ellos pregunta: ¿Cómo dicen, que en noches de luna llena escuchan cabalgar a Nicomedes? Así es, le responde uno de ellos. Toma aire y comienza el relato. Él era el capataz de la estancia y vivía con su esposa Thelma y ocho hijos. El campo fiscal estaba poblado con familias muy, pero muy pobres. El hombre carneaba, uno que otro animal, de los miles que había allí, y mataba el hambre de esta gente, que créame, amigo, como decimos por aquí, “Corrían la coneja”. Esto llegó a los oídos de los patrones y vinieron desde Buenos Aires para ver qué pasaba. Cuando llegan, los recibe su esposa y les dice: Nicomedes no está, se ha ido a recorrer el campo. Aprovechando esto y a pesar de la súplica de Thelma, de que no entraran, conociendo cuán celoso

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era por sus cosas, se mandan nomás y comienzan a revisar sus papeles. En eso llega el capataz, los ve en su escritorio, y sin más desenfunda su pistola y dos estampidos retumban en la estancia. Los hijos asustados se abrazan a su madre y él monta su caballo y parte a buscar al comisario. ¿Qué pasó mi amigo, Nicomedes? Pregunta y tras el relato, con el telégrafo de la estación, avisan a los familiares de los dueños. Una avioneta, como un pesado pájaro, aterrizó en el claro del monte y Thelma y sus hijos, lentamente, prepararon la mudanza. Con tristeza desgarradora partieron de la estancia; los perros ladraban, mientras los peones los miraban con sus boinas en la mano, cómo la volanta con capota, se perdía en el polvaderal. Su amigo, el comisario, no pudo dejar a Nicomedes en el calabozo y él no pudo con su conciencia; y le dijo a su esposa: Thelma, me voy a matar. Haga Ud. lo que quiera, le respondió; y así partió Nicomedes, todo el pobrerío lo lloró. Por eso, mi amigo, nada ha cambiado desde ese entonces y en noches de luna llena, se escucha cabalgar a Nicomedes y quienes lo vieron dicen…que monta su hermoso caballo blanco. ZULEMA VENTURA PERALTA TOSTADO

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USINA VI

CUENTOS BAJO LAS ESTRELLAS En las noches de verano, en busca de un poco de fresco para poder dormir, mi madre sacaba las camas al patio de ladrillos que rodeaban el aljibe. Era hermoso acostarse tapados por el cielo, en especial en noches de luna nueva, porque las estrellas brillaban como nunca y podíamos verlas desde la cama que compartía con mi hermano. Ella señalando al cielo con su fino dedo decía: Allí están las siete Cabrillitas, las tres Marías, la Cruz del Sur… Mi hermano me daba un codazo para que abriera los ojos y mirara al infinito tachonado de puntitos luminosos… Otras veces un cometa surcaba la bóveda azul y ella se apresuraba a decir: ¡Pidan tres deseos! Después de hacerlo, empezábamos con mi hermano una guerra sin cuartel para que cada uno develara el deseo solicitado a las estrellas fugaces. No lo cuenten, guárdelo como un secreto, porque los deseos no se cumplen si se cuenta lo que se ha pedido, agregaba mi madre para apaciguar las aguas. Otra veces hacíamos lio y mi madre para callarnos recurría a contarnos “cuentos que daban miedo” que de tanto escucharlos pedíamos que nos los volviera a narrar una y otra vez. El preferido era “El alma mula”. En el silencio del patio, mi madre narraba la historia usando todos los matices de su hermosa voz. Ella contaba esto… Cuenta la leyenda, que en las noches sin luna se pueden escuchar rebuznos desgarradores y ruido de cadenas. Es una mula que tiene los ojos brillantes y rojos como sangre. Alguna vez, fue una persona de la que se sospechaba mantenía relaciones incestuosas y en castigo por sus pecados vagaba por las noches convertido en un animal repulsivo.

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Muchos hombres con coraje, armados con puñales de plata con el cabo en forma de cruz intentaron matarla. Algunos nunca más regresaron, otros quedaron un poco locos. Algunas veces, los cazadores lograban herir a la bestia, al otro día la persona de la que se sospechaba es el alma mula aparecía lastimada en el mismo lugar que la extraña mula. Esto le sucede a la persona porque vive un amor prohibido, por ellos se transforma en una bestia, sufriendo la vergüenza y el dolor por su falta tan grave. Al terminar el cuento, un silencio se apoderaba de todo el ambiente lo que era aprovechado por mi madre para decir:¡ A dormir!. Una noche, cuando había terminado de contar la historia, un espeluznante gruñido acompañado de ruidos de cadenas nos hizo poner la piel de gallina. Mi madre dio un salto desde su cama, tomó la linterna, manoteó la escoba y se fue al límite del patio ordenando: ¡Quédense aquí! Pero nosotros, temblando de miedo y llorisqueando fuimos tras de ella y justo en el momento en que nos traicionaron los esfínteres, ella dijo alumbrando hacia el bulto que caminaba muy oronda por el patio trasero. ¡Es la chancha de Villareal! Sí, allí parada estaba nuestra “Alma mula” una enorme chancha negra como la noche con una larga y ruidosa cadena atada al cuello que se paseaba por el patio, rompiendo las pocas plantas que mi madre había logrado salvar de la seca que asoló al pueblo ese año. Esta historia y muchas otras que mi madre nos contó en las noches del verano tostadense, me acompañaron a lo largo de mi vida, cuando los avatares del destino me enfrentaban a duras pruebas, me bastaba para sentirme feliz, evocar el recuerdo de mi madre contando cuentos bajo las estrellas. ESTHER SIMÓN TOSTADO 165


USINA VI

DICTADURA, MALVINAS, TERROR… EL RECUERDO DEL HORROR En este Tostado y presente decir lo que uno siente por la verdad y memoria para valorizar la historia. La realidad no miente los héroes están vigentes tuvimos una dictadura perra y en Malvinas, una guerra. Años setenta violentos soplaban duros vientos en un pueblo compungido el Teniente Carbajo es abatido. Surge una dictadura feroz que utilizó un método atroz, a tostadenses secuestraban, torturaban y mataban. Beraztegui-Golzueta la Patria era su meta, Bieckler-Susana, un matrimonio el pueblo su patrimonio. Matan a Cravero Edit, sus restos están aquí. Molina y compañeros fusilados, amordazados y maniatados. En Malvinas, el Crucero aquel llevó a nuestro Abel Coronel. Chaparro logró salvarse, Palavecino en el salvataje. Pusieron el pecho a las balas enfrentando cada Batalla. Banegas-Ceballos-García pelearon con valentía. 166


Zapata-Barreto en portaviones aguardaban las acciones, voluntarios se inscribían. La guerra, así se vivía. Para escribir la historia son necesarias la verdad y la memoria . Tostado ha dado valientes para la Argentina caliente. MIGUEL MORENO TOSTADO

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USINA VI

HOMENAJE A INMIGRANTES ITALIANOS, MARCHIGIANOS, QUE LLEGARON AL DEPARTAMENTO 9 DE JULIO Y ZONAS ALEDAÑAS APARTIR DE 1920. Inmigrantes de mi tierra. Dejaste tu tierra y tu mundo para zarpar en pos de lo desconocido. Al partir, divisaste tu entorno y le dijiste: Adiós a tantos sueños inconclusos. Al llegar aquí ¡Ay Dios mío! Al ver este nuevo suelo te vino a la memoria aquel que dejaste y por un segundo te preguntaste cuál sería tu destino en tu nueva Patria. Y tu destino fue el norte santafesino agreste y bravío. Aquí mostraste tu nobleza de trabajador inquebrantable, y mientas lo hacías padeciste burlas y desprecio que hicieron más duro y tristes tus comienzos. Pero ahí estabas, a pesar de la soledad y el desarraigo callado y sereno obviando el dolor en tu vida. Ahí estabas, tras tus sueños aun sabiendo que lejos estaba la tierra prometida. Ahí estabas cada día tratando de aprender la lengua y la cultura para allanar tu destino. Así fuiste forjando tu historia en el exilio. Y fuiste parte de un Tostado que galopa sobre tu tierra labrada. Así aceptaste y ganaste el desafío de esta aventura aunque algunas veces no llegaste a verlo. Pero seguramente tus hijos verán la herencia fecunda de tu siembra y recogerán el fruto de la vida que soñaste, para ti y para ellos del cual no querrán ni necesitarán emigrar jamás. ALICIA TERESA FEGLIA TOSTADO

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LOS 45 Desde Avería salió con una ilusión en su vida, de recorrer escenarios, radio y televisión. Y lo recibió Tostado con aplausos y ovación, y lo invitó al escenario el Maestro Tarragó. Y al tocar con su acordeón ya fue su sueño cumplido. Seguirá haciendo ese estilo que el Maestro le dejó. Hoy, ya cumplió 45 Años en los escenarios y cuando empieza a tocar un chamamé o algún balseado, cuántos se habrán casado o tal vez se divorciaron. Y nunca quedará ningún amigo sentado, cuando toca Roberto Sequeira en todo el suelo argentino. MARCOS BARRIOS TOSTADO

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Antología de una Provincia que escribe

ALEJANDRA ROMANG VILLA GUILLERMINA

USINA VI Escritores de pueblos y ciudades que integran el Ente Cultural Santafesino

DE PUEBLO EN PUEBLO

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PURO CAMPO Canta el gallo a medianoche anunciando cerrazón. Lejos se oye la lechuza que por algo se asustó. Allá sobre una ribera tengo mi rancho, señor, aunque es frío el viento costero adentro tengo calor, porque el tizón de algarrobo está ardiendo en el fogón. Allí, crece el lapacho y abunda la yarará. Y la perdiz te sorprende saliendo del pastizal. Para comenzar el día con un dulce despertar, el zorzal en tu ventana muy fuerte empieza a cantar. Y el hornero enojado procura hacerlo callar. Para aquel que madruga Dios lo sabe ayudar a terminar las tareas cuando el sol va a calentar de regreso a su rancho. El tero suele gritar evitando que se acerque al nido en el tacural. Brama el toro en el potrero levantando polvareda. En el palenque relincha una potranca mañera porque escucha a la madrina que la tropilla se lleva. 171


USINA VII

Aquellas noches serenas, donde se puede escuchar al grillo que muchas veces a más de uno hizo estallar. El murciélago temeroso de noche sale a cazar regresa antes que amanezca le huye a la claridad. Caracoles, sapos y ranas se apuran para cantar anunciando el aguacero que está a punto de llegar. El mate y la torta frita es típico del lugar generoso el campesino siempre suele convidar. El campo es el lugar de aquel que quiere descansar cambia el ruido de motores por bullicio de animal. Campo, campo, como te quiero aquí me quiero quedar !!! GRISELDA SOTO ALEJANDRA

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EL TATÚ PÓRA Era una noche serena de luna llena con algunos nubarrones dispersos, Juan Chiviro, dormía desparramado en el catre. De pronto, se despierta con los ladridos de su perro "Chirola". Manoteó el rifle y salió corriendo para el lado norte del puesto como a unos cincuenta metros. Chirola corría un tatú a las vueltas, dando círculos sin poder cazarlo y le pareció raro, nunca había visto un tatú que dispare así dando vueltas y el perro acostumbrado a cazar, no lo podía agarrar. De repente, el tatú desapareció, sin saber por dónde. Entonces se dio cuenta; ahí es donde el Guari, una vez, escarbando una cueva de tatú encontró la sepultura de un nativo toda hecha con cucharas del agua, como si fuera alguien importante de esos asentamientos aborígenes que en tiempos lejanos habitaban los albardones del arroyo Llanón; la tapó de nuevo, se fue y nunca más paso por ahí. Juan Chiviro llamó al perro: Vamos Chirola, no ves que es el tatú póra que sale allí, perro tonto, no te vas a dar cuenta, ahora me cortaste el sueño, hablaba Juan Chiviro con Chirola, que lo seguía agachado. Se acostó de nuevo, prendió un cigarrillo y se quedó largo rato fumando, hasta que pudo dormirse. Al otro día, todavía intrigado, a la noche, volvió al lugar, pero ni rastro encontró, busco debajo de los mogotes de los talas y nada, ni una cueva había. Lo seguía retando a Chirola por lo ocurrido: Perro tonto no me dejaste dormir. Póra: del guaraní, significa: fantasma RICARDO ALBERTO HERNÁN ALEJANDRA- Dpto. San Javier 173


USINA VII

EL PANGARE DE ALEJANDRA Como estoy medio inspirau y tengo ganas de versiar señores les voy a contar una historia que yo sé de un caballo pangaré de los pagos de Alejandra. Al compás de mi guitarra yo lo quiero saludar porque es el deber que tengo, a Ricardo Uribe, su dueño con afecto y amistad. Ligero como la luz se lo puedo asegurar, un día lo vi boliar sobre su lomo un ñandú sin titubear un instante lo eligió para parejero, lo cuidaba con esmero para correr en las cuadreras. Gano diecisiete carreras y casi sin exigirlo, corriendo de Norte a Sur, también tengo que decirlo lo montaba Don Elio Tourn. Oh! Caballo pangaré en las tardes domingueras después que el ganaba las carreras, la paisanada contenta se iba a festejar en su homenaje quizás mientras Doña Lorenza lo anunciaba el baile en el cambacúa bailaba la paisanada

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al compás de un chámame y a cada rato gritaban viva, gano el caballo pangaré. Y así fueron pasando los años ya le vino la vejez y aunque a ustedes les parezca extraño llego a tener treinta y tres años el caballo que nombre. Así fue que una tarde el destino le hizo un embrollo enderezo para un arroyo tal vez para calmar su sed por el calor del verano se encontró con un pantano y al faltarle fuerza en sus manos ahí murió el pangaré. Y así termino mi verso que quedara para la historia, que Dios lo tenga en la gloria al brindarle mis plegarias y por el cual pongo mi Fe al caballo pangaré de los pagos de Alejandra. PACHANITO SOSA ALEJANDRA

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USINA VII

ADIÓS CAMPEÓN A Carlos Monzón Yo escuché llorar al indio, pero no como esa vez, un llanto de sentimiento que te hacía estremecer. Por causa de aquel guerrero nacido en San Javier, que luchó en el mundo entero sin que lo puedan vencer. Ese costero de raza de la tribu mocoví, que no necesitó lanza para poder combatir. Fue solo con esos puños que la cima alcanzó, y llevó en alto su terruño porque nunca lo negó. Fue al revés del camino la serpiente la esperó, y en él clavó sus colmillos, la vida lo envenenó. Por eso el monte y el río, con mil voces lo llamó a ese guerrero herido y a su llamado acudió. Contempló el horizonte, su costa donde nació y en el camino de la muerte, el paso se lo impidió. Por eso, lo lloró el indio, el monte y el albardón, y en Santa Fe, el rancherío también lo lloró al Campeón.

JUAN OLIDEN “CUTA” SANCHEZ ROMANG 176


LA TUMBA DE OTTO El sol de enero incendiaba la tarde y el preludio de chicharras coordinaba armoniosamente de árbol en árbol, para concluir en una sinfonía ensordecedora e interminable. En el norte santafesino al verano hay que apechugarlo, es por eso que, el ritual de ir al cementerio para visitar a mamá lo hago sin excusa por más que los treinta y seis grados y pico derrita todo lo que está a su alcance y se manifiesta en un río sobre la piel, que traspasa el algodón más absorbente de la ropa. Camino entre las tumbas llevando velas para ofrecer y más que nada como excusa para entablar esas charlas incorpóreas con la memoria de Amalia. Me gusta caminar por el pasto, que lucía de un verde increíblemente esponjoso amortiguando la temperatura. Apuraba mis pasos, pues tenía otras actividades que hacer más tarde. Realicé ceremoniosamente mis ofrendas y me despedí del sepulcro con la señal de la cruz. No sé por qué mis pasos siguieron otra dirección a la habitual, tal vez por esa rara costumbre de ir viendo los sepulcros más antiguos, leer los epitafios, descubrir fechas o simplemente recordar a aquellos que conocí y que se nos adelantaron a la eternidad. Pero creo más que nada fue un llamado o la acción del hilo invisible, que trasciende dimensiones para encontrar almas iguales. La vi solitaria, gris, casi hundida mostrando años de abandono. La placa de un bronce oscurecido, enviada por la familia desde Austria, perpetúa y testimonia sobre la tumba la existencia de Hernest Otto Hauser. Rápidamente mi mente se iluminó: Otto y los perros. Me detuve, la semblanza surgió de pronto, bohemio, experto armero y habilidoso conocedor de la tecnología de la época. Ese hombre que La Forestal llamaba cuando lo necesitaba para que brinde sus conocimientos, pero por sobre todas las cosas lo recordé por sus perros.

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USINA VII

Había llegado en la segunda década del siglo XX, atraído por la fiebre del oro rojo. Eligió vivir en esta tierra extraña, levantó su rancho a orillas del monte, dos kilómetros antes de llegar al Arroyo Los Amores, a escasos metros de la vía que llevaba al Puerto Piracuacito. Recree mentalmente su imagen, la que me describiera mi padre, de poca altura, regordete, ojos casi azules y siempre con un poquito de alcohol en el cuerpo, como para sobrellevar vaya saber qué historia que lo trajo hasta Villa Guillermina. Era común verlo venir al pueblo con una bolsa sobre sus hombros y una buena cantidad de perros como compañía. Fantasee sus nombres: Negro, Sultán, Lobito… Dicen que los perros eran sus guardines y hasta dicen que dormían en su cama. Lo cierto es que Otto dio amor a esos amigos perrunos. Se cuenta que el día de su muerte, los perros permanecieron debajo de la mesa donde lo velaban y que no permitieron que lo sacaran del rancho para darle sepultura. Me estremecí de emoción y ternura por la fidelidad de estos seres increíbles que el Creador nos ha regalado para amar sin medidas. De pronto, el aleteo de un pájaro buscando sombra me ubica en el tiempo. Sonrío y concluyo. Sí, fue por eso, por el gran amor que siento por los perros, que Otto me indico su tumba. El hilo rojo encontró el otro extremo. Sonrío, lagrimeo y agradezco. Desde entonces cada vez que voy al camposanto también ofrezco flores, velas y mi oración para este personaje extraordinario que dejó su huella en este suelo y que seguirá viva mientras haya alguien que dé alimento, abrigo, agua y cariño a los peludos de cuatro patas. Olvide por completo mi apuro de esa tarde, pero no me arrepiento. Otto tiene quien lo recuerde. SUSANA VERA CORONEL VILLA GUILLERMINA

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Sobre las coordinadoras/es

Catalina Marta SERDAREVICH Desde el año 2012, coordina el Dpto. de Literatura del Ente Cultural Santafesino. Nació en Los Cardos, radicada en Carlos Pellegrini desde hace muchos años. Profesora de Lengua y Literatura. Secretaria de Educación y Cultura de Carlos Pellegrini 2007-2013. Coautora, en 1994, del primer Órgano de Prensa Comunal “Noticias” –Área Prensa y Difusión- Ganadora del 1º Premio –Mi Cuento de Suspenso- Núcleo Centro Oeste Santafesino de Bibliotecas Populares. Autora de caligramas. Público uno de ellos en el libro “Grandes autores, pequeños pintores” de 5º Grado A de la Escuela Sagrado Corazón de Jesús. Participó como Jurado en diferentes concursos literarios y fotográfico-narrativos. Creó talleres literarios en bares, en las Bibliotecas Populares de la localidad y el Taller Literario Comunal.

María Cristina PERRET Vive en Sarmiento. Coordinadora de la Antología De Pueblo en Pueblo edición 2015-2016. Es profesora de Nivel Primario. Durante toda su carrera docente trató de contagiar a sus alumnos el placer por la lectura. Fue Asesora de la Biblioteca Popular Nº 2110 de su localidad. Organizó charlas, capacitaciones y eventos culturales enmarcados en las Ferias del Libro. Actualmente forma parte del Grupo de Teatro “Puertas Abiertas” y colabora con el Centro Cultural Comunal de su localidad.


Ezequiel Hugo GIOANNINI Vive en Montes de Oca. Coordinador y Editor de la Antología De Pueblo en Pueblo 2016. Secretaria de Cultura de la Comuna de Montes de Oca desde el año 2015. Autor de Libros de Poesías: “Secuencias”-1996- “Evocación Poética”-1998- “Vivencias”2002- “Conquistando al Mar”-2004- “Sueños de medio vuelo”2007- “Aventurado Tiempo”-2016-. Participación en el libro “De Pueblo en Pueblo”-2015-. Es Historiador, en el año 2011 publicó la reseña histórica de su pueblo, historias de familias, comercios, deportes, instituciones, etc; el libro lleva de título “A mi pueblo sus recuerdos” Montes de Oca 1888-2010, fue de interés provincial –la Comuna de Montes de Oca imprimió la 1ª edición- La Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe la 2ª edición de 500 ej. Estuvo por varios años en la Comisión de La Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia y Lawns Tenis Club en la cual sigue vinculado como colaborador activo. Participación en revistas, diarios locales y provinciales.



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