Reflexiones de Adviento 2024

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Reflexiones Para el Adviento 2024

INTRODUCCIÓN

¡Apreciados (as) hermanos (as) en Cristo!

Por la gracia de Dios, el 2025 ha sido declarado el AÑO DE LA CARIDAD. Será nuestro tema principal de meditación, de pastoral, de espiritualidad y de vida comunitaria. Deseamos que sea un tiempo de introspección, meditación, “recogimiento” y sobre todo de mucha oración. Les invito a asumir este tema con responsabilidad a fin de que nuestra vida crezca en los aspectos básicos de la vida cristiana, puesto que, si no tengo caridad, nada soy (1 Corintios 13:1-13). Recordemos que el evangelista Lucas en su capítulo 6, nos dice que nosotros hablamos o hacemos las cosas según lo que está en nuestro corazón (San Lucas 6:45).

Esperamos que este año sea una oportunidad de oro para echar una mirada hacia nuestro interior y sembrar tanto en nuestros corazones como en el de nuestros feligreses, buena semilla a fin de que demos buenos frutos, reflejo del Reino de Dios.

Proponemos estas cuatro reflexiones para este adviento 2025 como puntos de apoyo para nuestra reflexión. Se trata de que tengamos a nuestra disposición elementos que nos ayuden a nuestro discernimiento diario, en lo que al tema de la Caridad se refiere. Estas reflexiones no agotan ni agotarán los temas, queda de nuestra parte buscar otros recursos o elementos que nos ayuden a profundizar y vivir el tema de la caridad.

Al final ofrecemos el texto bíblico, que servirá de guía a lo largo del año, a fin de que nos sirva como motivación para nuestras meditaciones diarias tanto personales como en la comunidad de fe.

Rvdo. Can. Gilberto Garcés Canónigo de Evangelismo, Pastoral y Misión Deán Seminario Diocesano San Pedro y San Pablo

Primera Reflexión: La Caridad y Justicia Divina

“A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, les dijo esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh, Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como esos publicanos. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias”. En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevió ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh, Dios!¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” les digo que éste bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado.” (San Lucas 18, 9-14).

En este Evangelio de San Lucas, Jesús cuestiona y reta la hipocresía de los mal llamados “justos” de su época (y aún en la nuestra), que son los meros fieles cumplidores de la ley. Llama la atención que, en el caso del fariseo, se dice que él se tenía por justo, y que, por razón de su cumplimiento de la ley, al compararse con los demás, podía entonces despreciarlos, “…no soy como los demás hombres… ni tampoco como esos publicanos”. Razones por las cuales le daba gracias a Dios. El fariseo en realidad no necesita de Dios, no necesita del Justo, porque según su criterio él ya era justo, él era su medida, su regla, él se autoproclamó cumplidor de la ley y, por lo tanto, “justo delante de Dios”. Sin embargo, el publicano, pecador ante los ojos del fariseo, reconoce la necesidad que tiene de Dios. Este reconocimiento de confesar, aceptar y necesitar la relación íntima con Dios es

el principio de toda verdadera Justicia, pues de Él la bebemos y en Él saciamos nuestra sed de justicia. Esta sed de justicia, que todos tenemos, se va colmando y satisfaciendo precisamente en la medida que somos justos y vivimos la justica de Dios.

Jesús con su vida y sus palabras nos mostró lo que es la Justicia Divina. En la Parábola de los obreros de la viña (San Mateo 20, 1-36), Jesús nos relata que el propietario salió a distintas horas del día para contratar obreros que trabajaran en su viña. El propietario salió temprano en la mañana, al mediodía, por la tarde y a última hora. Contrató a todos los que estaban disponibles, conviniendo con ellos pagarles un denario a cada uno. A la hora de pagarle a los obreros, les da a todos el mismo salario convenido. Pagándole primero a los últimos contratados y de último a los primeros que llegaron. Los que habían llegado desde más temprano protestaron, pues habían trabajado más horas. Pero el propietario les dijo que no estaba haciendo ninguna injusticia, pues le había dado a cada uno lo que les tenía que dar. La justicia de Dios es pura gratuidad e infinita bondad. Da a cada cual, no según se merece, sino lo que cada cual necesita. La justicia de Dios es la “saciedad” de que se habla en las Bienaventuranzas. Por lo que la justicia divina, la que estamos llamados a vivir y realizar como discípulos del Señor, se trata de ofrecer y dar a cada ser humano lo que más necesita, para que pueda ser redimido, salvado de la situación de injusticia en que vive. Ser seguidor de Jesucristo necesariamente nos tiene que llevar a ser instrumentos al servicio de su justicia. La justicia de dar vida brindándole a cada uno según su necesidad, de tal forma que pueda vivir en plenitud la dignidad de los hijos de Dios.

Una de las herramientas más fundamentales en la transformación del mundo y de sus injusticias sociales estructuradas

es, sin duda alguna, el ser humano nuevo, el hombre y la mujer que a la luz del Evangelio y que, por razón de su íntima relación con Jesucristo, sea lo suficientemente libre y responsable como para servir, en su vida diaria, en el amor y en la justicia, a aquel que sufre el dolor, la opresión, el discrimen, el hambre, la falta de oportunidades y de todas las formas de injusticias simples o dramáticas que impiden que descubramos y construyamos una sociedad, una civilización fundamentada y alimentada en nuestra dignidad de Hijos de Dios y de hermanos en Cristo. Tiene que ser un hombre y una mujer nueva, siempre en proceso de liberación, puesto que la obra de Dios es liberar al ser humano, en todas sus dimensiones, de la opresión personal, familiar, comunitaria y social. Justicia, dignidad y caridad cristiana, en ellas se basa la transformación del individuo y del universo. Y es en Cristo, con Cristo y por Cristo que se esclarece y devela el misterio de la salvación y redención de los seres humanos y de toda la Creación. Jesucristo es la Justicia Divina y el Justo delante de Dios. Por eso hizo que los ciegos comenzaran a ver, los mudos a hablar, los cojos e inválidos a caminar, los sordos a escuchar, los hambrientos y sedientos a saciarse, los olvidados, marginados y rechazados a integrarse en la comunidad, los que no podían participar a tomar parte, los que sufrían el desamor, a vivir, experimentar y compartir el verdadero amor. Es decir, Jesucristo vino a vindicarnos y a ponernos por encima de cualquier obstáculo que nos impida, limite o retrase la vivencia del amor de Dios en comunidad. Por lo que la Justicia de Dios no se trata de darle a cada cual lo que se merece, sino lo que necesita para su redención. Liberar al ser humano de sus ataduras, desequilibrios, carencias, para que pueda vivir en comunidad la dignidad del ser hijo de Dios, en hermandad cristificada.

Cuando nos esforzamos por vivir y hacer la justicia, somos liberados, sanados y redimidos pues estamos en la dinámica corredentora de Dios, construyendo el Reino de Dios, aquí y ahora. Hacer la justicia nos reconcilia, regenera y nos va transformando hasta convertirnos en justos delante de Dios. Estamos claro de que Jesucristo es el único, verdadero y auténtico Justo delante de Dios. Pero en la medida en que nos dejamos transformar, restaurar y comenzamos a trabajar y colaborar en la implantación de la Justicia Divina, en esa medida nos convertiremos en seguidores de Jesucristo y nos ponemos en camino para vivir como hombres y mujeres nuevas, construyendo una nueva Humanidad en Cristo Jesús, en caridad y justicia.

En este tiempo de Adviento, en que nos preparamos para recibir al Emmanuel, al “Dios con nosotros”, pidámosle al Señor que podamos seguir acrecentando nuestra relación íntima con Él para que se vaya encarnado y haciéndose vida en nosotros, cada vez más y mejor, los valores del Reino de Dios de la justicia y la caridad.

Reflexionemos:

1. Reflexiona y medita sobre el concepto de justicia que tienes. ¿Cómo lo comparas con la justicia basada en el amor y la caridad que nos presenta Jesús en los Evangelios?

2. Para tu conocimiento y reflexión personal, ¿en qué momentos o circunstancias durante todo este año has ejercido la justicia y la caridad, o pudiéndolo hacer no lo hiciste? Piensa como lo has vivido en tu hogar, trabajo, comunidad, feligresía…. ¿Qué harás, de hoy en adelante, para crecer en el amor, la justicia y la caridad?

Segunda Reflexión:

La Caridad, Apertura de Corazón

“A cualquiera que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda al que te pida prestado”. (Mateo 5:42)

La caridad es una de las virtudes considerada universales. Por esta razón es por lo que es el fundamento de muchas de las tradiciones espirituales y religiosas del mundo. Para los judíos, Tzedaká, hace referencia a los actos de caridad y filantropía cuyas raíces se encuentran en la justicia, la equidad y la rectitud. De acuerdo con la ley de la Torá dar al necesitado es un mitzvá, o sea, un mandamiento y una buena acción, por lo que lejos de ser un acto arbitrario, es un deber y una obligación. Mientras que para los musulmanes el zakat (caridad obligatoria), forma parte del carácter del musulmán (significa estar sometido a Dios) y es uno de los cinco pilares de la práctica islámica. Todos los que han sido bendecidos con riquezas están obligados a ayudar a los necesitados, pero no solamente proveyéndoles sino motivándolos a valerse por sí solos.

En el caso de nosotros los cristianos, la caridad es la más grande e importante virtud, que nos es dada por Jesucristo a modo de mandamiento. Al cumplirlo, amamos a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo de la misma manera que nosotros nos amamos y queremos ser amados por los demás. Ese amor a Dios y a los demás se manifiesta por la entrega personal y desinteresada en favor de aquellos que más lo necesitan por medio de la fraternidad y la justicia. Fraternidad entendida como amor y no solo como amistad, y justicia que se convierte

en una exigencia para vivir la caridad y se presenta como el primer camino que hemos de andar todos los cristianos. La caridad es esa apertura de corazón que nos mueve a, ver al prójimo como otros cristos redimidos por su sangre preciosa, y al reconocimiento y respeto de sus derechos por ser hijos e hijas de Dios, creados a su imagen y semejanza. Este tiempo de adviento nos debe servir como el preámbulo al año de la caridad que fue inaugurado con alegría y regocijo el día de Cristo Rey en Mayagüez. Es un año ciertamente especial en el que la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la virtud de la caridad, como el amor perfecto de Dios que se ha manifestado a la humanidad en Cristo. Podemos sentir dentro de nosotros mismos la grandeza del Dios Trinidad que habita en nuestros corazones por la gracia del Espíritu Santo. Es éste, el Espíritu de Dios, Señor y dador de vida, el que desea dirigir nuestros pensamientos, sustentarnos y protegernos durante nuestro peregrinar en la tierra. Andando por el camino que el mismo Dios vivo y verdadero nos muestra, con esperanza e ilusión y en comunión con la totalidad de los bautizados, hemos de tener la certeza de que el mismo Jesús nos acompaña, y es él quien con su presencia silenciosa y continua provoca que nuestros corazones ardan en todo momento (Lucas 24:32).

El adviento es también un tiempo que nos permite reflexionar sobre la caridad como esa apertura de corazón que nos motiva a comprender, acoger y brindar amor a los demás, como lo hizo Dios por medio de la encarnación del Verbo. Nos dispone a dar de aquello que tenemos sin esperar nada a cambio; nos impulsa a ser empáticos y compasivos como el mismo Jesucristo enseñó a sus discípulos (Jn 6:26). Esta apertura de corazón nos empuja a ofrecer no solo bienes materiales sino dar de nuestro tiempo, nuestra atención y protección a quienes lo necesitan. En la comunidad de fe significa fomentar la unidad y la solidaridad, la

aceptación, valoración y apoyo los demás. Apertura del corazón es también estar ocupados en las cosas del Padre (Lucas 2:49).

Reflexionemos:

1. ¿Qué me enseña el ver la caridad desde la perspectiva de la justicia y solidaridad?

2. ¿En qué momentos de mi vida he sentido con más intensidad la necesidad de hacer la caridad?

3. ¿A quién o quiénes beneficia la práctica de la caridad cristiana?

Tercera Reflexión: Servir al Necesitado

“En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad” (San Agustín de Hipona).

El concepto de caridad en el cristianismo, tal como se expresa en Mateo 25:35, se fundamenta en el amor y el servicio a los necesitados: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis.” Este mandato bíblico invita a una acción concreta y genuina hacia quienes requieren ayuda, un acto que Justo González define en su Diccionario teológico como caridad desde el “ágape” o amor incondicional. Según San Pablo, la verdadera caridad va más allá de una simple acción, siendo una virtud que beneficia a la sociedad y se demuestra en la generosidad del corazón, al ejemplo de Jesucristo.

Jesús, Modelo de Caridad

Jesús ejemplificó la caridad durante su ministerio, atendiendo tanto las necesidades físicas como espirituales de la gente. Con gestos como lavar los pies de sus discípulos (Juan 13:1-17), mostró que la caridad es un acto de humildad y servicio. En el milagro de la multiplicación de los panes (Mateo 14:16), ilustró cómo la caridad debe ir más allá de las palabras, manifestándose en acciones que buscan el bienestar integral del prójimo. La vida de Jesús enfatiza que el amor y el servicio son elementos centrales del cristianismo, reflejando el amor de Dios por la humanidad.

El Buen Samaritano y la Caridad Cotidiana

La parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37) representa un modelo concreto de caridad en la vida cotidiana. En ella, un samaritano ayuda a un hombre herido que otros religiosos habían ignorado, superando barreras sociales y religiosas. Jesús utiliza esta historia para enseñar que la caridad no tiene limitaciones; debe extenderse a todos sin importar sus circunstancias o diferencias. Este ejemplo subraya que la caridad cristiana es un amor desinteresado y accesible a todos.

Santos y Santas como Modelos de Caridad

A lo largo de la historia, santos como San Francisco de Asís y Santa Teresa de Calcuta han servido como ejemplos de vida en caridad. San Francisco renunció a sus bienes para vivir en pobreza y ayudar a otros, mientras que Santa Teresa dedicó su vida a servir a los más pobres. Estos santos practicaron la caridad como un estilo de vida, viendo en cada persona el rostro de Cristo y recordándonos que la caridad es más que una virtud; es un compromiso diario de servicio y amor hacia el prójimo.

Reflexión Final sobre la Caridad

Casiano Floristán enfatiza que la caridad, como virtud teologal, es expresión del amor de Dios y está intrínsecamente ligada al amor al prójimo (Mateo 22:39). En su Diccionario abreviado de liturgia, define la caridad como un llamado a servir a los demás como hermanos, con un amor que trasciende la ayuda material y se convierte en una muestra de amor divino en el mundo. La caridad, por tanto, es central en la vida cristiana y una invitación a vivir en unidad, libertad y amor en todos los aspectos de la vida.

Reflexionemos:

1. ¿Cómo podemos encarnar la caridad en nuestras comunidades, especialmente con aquellos (as) que viven en situaciones de vulnerabilidad?

2. ¿De qué manera podemos, como iglesia, cultivar un espíritu de servicio constante que refleje el amor de Dios en todas nuestras acciones?

Referencias:

• González, Justo L. Diccionario teológico. 2nd ed. Nashville: Abingdon Press, 1987.

• Floristán, Casiano. Diccionario abreviado de liturgia. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1981.

• Martínez, José Ignacio. Una lectura social del Nuevo Testamento. Salamanca: Ediciones Sígueme, 200.

Cuarta Reflexión: El adviento,

tiempo

para prepararnos en la vivencia y práctica de la caridad

“Pronto será Navidad”

San

El nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, al venir al mundo nos propone la Buena Noticia de que Dios es nuestro Padre que nos ama y da la vida. Nos invita a que vivamos en fraternidad, construyendo su Reino de justicia y paz. Por eso, la venida del Hijo de Dios es una ocasión muy propicia para hacer balance personal y comunitario de la vivencia y práctica de uno de los pilares de la vida del cristiano: la Caridad.

La caridad del creyente en el Adviento tiene como telón de fondo la Navidad que se acerca. La fiesta de la encarnación que celebraremos permitirá contemplar la caridad divina, pero también el hecho de cómo la misma se manifiesta en la presencia de Dios en Cristo, logrando para nosotros la salvación. La caridad está necesitada inicialmente de acciones favorables frente a nuestro prójimo. La caridad se hace realidad en la figura del prójimo. Es un proceso donde unas acciones específicas nos permiten establecer nuestro modo de ser.

La caridad se manifiesta en la Misión que asumimos al vivir como cristianos. No es, en primera instancia, diseñar planes, estrategias, buscar aportaciones económicas y llegar a un lugar a entregar lo que necesitan, eso es hermoso, pero no lo es todo. Misión es siempre formar parte, acompañados por Jesús, en lo que ya está en marcha: la salvación del ser humano. La caridad

es vista como un mandato no solo a nivel sentimental, sino que también se asocia a las acciones concretas que el ser humano debe desarrollar y practicar según su capacidad, comprendida en la figura de su prójimo; no está desligada de la experiencia de la fe, por el contrario, es un componente esencial en la mutua relación caridad-fe.

La caridad es uno de los valores a los que la Iglesia da mayor importancia, sobre todo, en la época de Adviento. Es una época del año en la que se nos recuerda que, como cristianos, debemos ser caritativos para que la llegada del Niño Jesús sea en un corazón feliz. Actuar de forma caritativa es dar sin esperar nada a cambio, por el simple placer de expresar amor puro y por sentirse bien haciendo cosas por los demás. Significa dar y entregarse por completo al prójimo, ya sea en tiempo, trabajo o compartiendo algo nuestro con el necesitado.

Nuestra vida debería establecer un equilibrio donde se vea reflejada una caridad con la que no solo donamos y obsequiamos a los demás con un sinfín de bienes materiales, sino que también les ayudamos, buscando que el prójimo sea profundamente feliz. Sin dejar de lado el actuar del Hijo de Dios en la Navidad, con su amor gigante por los hombres dirigiendo sus pasos hacia nosotros y moviéndose, sacrificándose a favor de cada persona para ayudarla en su vida. Para poder encontrar este equilibrio perfecto, tendríamos que servir a los demás con afecto, en constante gratuidad y, desde luego, con una felicidad nada interesada. Debemos tener en alta estima cristiana las obras sociales y las distintas maneras de hacer voluntariados. En ellos, toda persona puede llegar a ejercitar la caridad más bella al servicio de los más necesitados, ya sea de manera personal o en comunidades completas. Se suele trabajar de manera alegre y, gracias a ello, los demás reciben algo de felicidad.

La comprensión, la dedicación y la preocupación, el colocarse en posición del otro deben convertirse en norma de vida para cada cristiano; previamente, Jesús lo dice: “Por sus frutos los conoceréis”. Como se ha dicho antes, es esta caridad la que en la Sagrada Escritura llamamos ágape, cuya etimología griega quiere decir “dádiva” y “servicio desinteresado a causa del amor a la persona”, en otras palabras, donarse al prójimo sin esperar nada a cambio, porque es la caridad la que nos mueve a hacerlo. A su vez, es el amor de Dios lo que llena profundamente el alma, y por eso da origen al amor del prójimo.

El Adviento es un llamado a prepararnos para celebrar el nacimiento del Niño-Dios, y nos invita a que nos convirtamos y experimentemos la presencia del Señor, la misma presencia que irradia caridad—amor, bondad, misericordia, cercanía, perdón —en un mundo herido, donde hay un clamor desesperado de los más pobres y abandonados, pobres materiales, pero fundamentalmente, pobres de amor. En medio de la pobreza espiritual y material, Jesús aparece como Pastor solidario, lleno de amor, cercanía y compasión, pero al observar la multitud también percibe la falta de pastores compasivos que colaboren con él en la inmensa tarea de llevar y hacer crecer ese amor en el corazón de los seres humanos. Ese amor misericordioso es el mismo amor que respondemos luego hacia Dios y hacia los hermanos. Los cristianos sabemos que la caridad es una consecuencia directa del amor que brota del compromiso adquirido en nuestro bautismo y, por tanto, una obligación para los creyentes.

Que esta navidad sea una distinta para todos. Más allá de ese acto de caridad que los demás pueden ver, practiquemos la caridad silenciosa, esa que es capaz de escuchar sin juzgar, de amar y perdonar, de acompañar y hacernos presencia en aquel que sufre la soledad. ¡Feliz Navidad!

Conclusión

A manera de conclusión ofrecemos esta hermosa reflexión bíblica sobre la caridad, que hace el gran apóstol misionero Pablo de Tarso en su primera carta a los Corintios. Te invitamos a leerla.

1 Corintios 13:1-13

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.

La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy

conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad1”.

Palabra del Señor.

Demos gracias a Dios.

¡FELIZ

AÑO Y BENDICIONES PARA TODOS (AS)!

1 Texto tomado de la biblia de Jerusalén.

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