«El miedo, la hipocresía y la hostilidad deben dar paso a la autonomía, al amor, a la libertad»; y, sobre todo, hay que lograr que sea feliz, pues es el mejor salvoconducto para su equilibrio y bienestar mental y emocional.
«Con quien primero se debe entender un niño o una niña es consigo mismo. Y eso solo es posible si se participa de un ambiente en el que uno tiene que decidir qué hacer, y se asumen las consecuencias y la responsabilidad de esta decisión» (Contreras, 2004).
Hay que permitir al niño que viva de acuerdo a sus intereses naturales.
Toda persona, desde la infancia, dispone de los recursos suficientes para autorregular su conducta y resolver sus propios conflictos, de acuerdo a su voluntad y no en virtud de una fuerza externa.
Educar no es más que dejar emerger el estado natural del niño y el desarrollo de su bondad.
Adaptación al futuro. Una cuestión previa: ¿Todos los niños se adaptan a este tipo de escolaridad? ¿Y a la sociedad del futuro? Se reprocha a este tipo de centros el hecho de que constituyan unas islas al margen de la sociedad, y que, por tanto, su inclusión en ella va a resultar un choque traumático.
No hay niños-problemas, sino niños infelices.
Las pedagogías libres no directivas. Alternativas a la escolarización ordinaria.
Se critica lo que se hace en la mayoría de escuelas: transformar el derecho de los niños a aprender en la obligación de los niños a aprender.
El alumnado se agrupa por afinidades socioafectivas, elige las materias en las que quiere participar y propone talleres autogestionados para abrir otros aprendizajes que le interesan de forma especial.
Algunas aportaciones de estas pedagogías pueden aplicarse —y de hecho, se aplican ya con éxito— en escuelas públicas renovadoras. Es decir, a pesar de las críticas planteadas también se puede aprender mucho de ellas.