Quinto cumpleaños.
–¿Dónde vamos, mamá? –A un sitio muy especial, donde vas a poder jugar con otros niños y hacer nuevos amiguitos. –¿Y vas a venir a por mí luego? –Claro, mi amor, yo voy a volver a por ti. Poco a poco empezó a entrar por la puerta de la verja exterior. Se giró, pero su madre ya había cerrado la puerta, habiéndose quedado ella fuera. La miró con curiosidad, inclinando su pequeña cabecita a un lado de manera que algunos rizos oscuros le taparon los ojos. Cuando se los apartó, ella ya se había ido. Se acercó a la puerta de lo que parecía una especie de hospital. Había una señorita con una sonrisa demasiado amplia en la cara esperando a que entrase para cerrar la puerta de nuevo. –Hola, cielo. Yo soy Laura. ¿Cómo te llamas? –Yo soy Guille–susurró él con timidez. Su mamá le había enseñado a ser educado, pero esa señorita le daba miedo. –Muy bien, Guille. ¿Qué te parece si nos vamos a dar una vuelta por el hospicio para que puedas ver a los otros niños? Guille se limitó a encogerse de hombros. Con los adultos siempre es igual, hacen lo que ellos quieren, así que, ¿para qué hacer el esfuerzo?
–¡Guillermo! ¡Como no bajes ahora mismo a limpiar esto te juro que esta vez sí que te pongo de patitas en la calle! Guille resopló y puso los ojos en blanco. Llevaban con la misma cantinela diez años. Laura era una pesada, pero Mercedes era mil veces peor. Le odiaba. Le odiaba con todo su corazón reseco y ennegrecido desde el primer momento en