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Claves para la innovación metodológica del centro educativo / Rodrigo Ferrer
CLAVES PARA LA INNOVACIÓN METODOLÓGICA DEL CENTRO EDUCATIVO
Rodrigo Ferrer
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@RodrigoFerrerG https://www.youtube.com/channel/UC1ntmuRqlC9ExT7SOT_22ZQ Blog: http://rodrigoferrergarcia.blogspot.com/ Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid (2004). Docente en el Centro Universitario de Magisterio ESCUNI y del Máster de Educación Secundaria en la Universidad Camilo José Cela. Es formador, investigador y consultor habitual de diferentes entidades educativas y editoriales como Edebé. Ha sido docente en la Facultad de Formación del Profesorado y Educación en la U.A.M., coordinador de Máster TIC Universitario en la UAM y director pedagógico del proyecto educ@mos de la editorial SM. Autor de diversas publicaciones y artículos, es miembro del grupo de investigación sobre Tecnología Educativa y el uso de las redes digitales en la formación de profesores, habiendo participado como ponente en numerosos cursos y congresos.
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Resumen
Para innovar en los centros educativos no basta con la simple incorporación de metodologías activas, ni con la adquisición y uso de recursos tecnológicos. Se hace necesaria la planificación de estrategias profundas que aborden los problemas reales y resuelvan propuestas que se arraiguen en lo más profundo de la organización. En este artículo, se presentan de forma muy general, las cuatro claves fundamentales para lograr la innovación en los centros educativos. Palabras clave: creatividad, innovación educativa, metodologías activas, organizaciones que aprenden, plan de innovación.
Si hoy mismo el responsable de un centro innovador nos dijera que su metodología relega las explicaciones del docente a un segundo plano y que basa el proceso de enseñanza y aprendizaje en la investigación por parte del alumno, lo asociaríamos a alguna metodología activa. ¿Quizá Aprendizaje basado en
Proyectos?, ¿método de casos? Incluso lo podríamos representar con una técnica de aprendizaje muy concreta como la WebQuest, que utiliza Internet como recurso didáctico fundamental. Seguramente habrá quien, muy acertadamente respondiera: ¡eso ya lo proponía el experimentalismo y el cientificismo de Dewey y la mayoría de los métodos de la Escuela Nueva a finales del S. XIX y principios del XX! Y alguien podría decir aún más: ya en 1630 se decía: “¿Por qué, pues, ha de darse comienzo a la enseñanza con la narración verbal y no mediante la inspección de la cosa?” (Comenius, 1986, pág. 16) ¡Sí, se está proponiendo un aprendizaje experimental y activo! También hace casi 400 años Comenio, citado por Martínez-Salanova Sánchez (2020), nos decía que la educación no debía ser memorística, sino comprensiva y que debía integrar las actividades creativas humanas (entre otras perlas “proto-pedagógicas”).
Si, como hemos visto, ya estaba todo escrito y bien descrito por pedagogos, educadores y maestros desde los inicios de la didáctica hasta nuestros días, ¿no cabría pensar que lo que hoy entendemos como innovación metodológica no existe? Perfecto; pues entonces, hasta aquí mi artículo, la conclusión es que la innovación educativa no existe…
Está bien, quizá no tan rápido… Si consultamos en el el diccionario de la RAE la definición de “innovación”, encontramos que se trata de la “creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado” (Real Academia Española, 2019). Es esta parte final de “su introducción en un mercado” es la que nos explicaría por qué todas las propuestas (desde Comenio, pasando por La Salle, San José de Calasanz, Giner de los Ríos, Ferrer i Guardia, Rosa Sensat, el padre Manjón e incluso llegando a los Movimientos de Renovación Pedagógica) las hemos considerado novedosas o alternativas pero no como innovación y sí la Flipped Classroom, el aprendizaje basado en pensamiento, en proyectos, en problemas, etc. Quizá se deba entonces a la gran expansión en la implementación, pero también la difusión de las llamadas “Metodologías activas” o “Pedagogías alternativas” (que aún no hay mucho consenso en la denominación de este conjunto de métodos, modelos, estrategias e incluso técnicas que ponen en escena muchas de las bases pedagógicas de la Escuela Nueva, e incluso previas, como hemos visto). Quizá es eso lo que había faltado hasta el momento, una comunicación amplificada de cómo se han implantado nuevos modelos; ha faltado la actual repercusión social de la “[…] emergencia de proyectos basados en las denominadas pedagogías alternativas” (Díaz Abajo, 2019). Hasta el momento se quedaban en meras experiencias aisladas, la mayoría de las ocasiones en un aula y llevadas a cabo por un único profesor. Ahora se han difundido (tanto en entornos profesionales educativos, como socialmente) y diseminado. Es decir, que podemos considerar que ahora sí se han “introducido en el mercado”, motivo añadido por el cual, ya podemos considerarlas
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como innovación. Algunos centros educativos se han encaminado hacia la innovación porque forma parte de su ADN. Otros, se han “subido al carro” para no quedarse atrás y completar una oferta lo más atractiva posible para las nuevas matrículas. Habrá más razones, pero independientemente de ellas y también independientemente del entorno que lo ha favorecido (entre otras la definitiva incorporación de las TIC en la educación) el hecho es que las propuestas meto-
dológicas innovadoras están transformando una educación unidireccional, paternalista y centrada en el docente, en una educación interconectada,
autónoma y centrada en el alumnado. Este marco común es lo que diferencia las pretensiones innovadoras citadas a lo largo de la historia de la educación a la actual situación.
y dada esta situación, ¿cuáles son las claves para lograr una verdadera
innovación metodológica en el centro educativo? Como no tenemos espacio suficiente para enumerar todas, vamos a reducirlas a cuatro, aunque muy amplias y generales.
Para desarrollar la primera clave es fundamental comprender que no pue-
de haber innovación metodológica si el centro no es innovador en su con-
junto, puesto que el sentido innovador, para que sea efectivo (y no como decíamos antes, cuando cada profesor “hace la guerra por su cuenta”) debe provenir de lo que constituye la propia esencia del centro: su ideario, su visión, misión y valores: Difícilmente encontraremos innovación si el centro docente no se define como “organización que aprende”. Una organización que aprende es la capacitada para “[…] procesar la información, corregir errores y resolver sus problemas de un modo creativo o transformador, no meramente de modo acumulativo o reproductivo” (Bolívar Botía, 2001). La pregunta es ahora ¿cómo
transformar nuestro centro docente en una organización que aprende?
Lo primero debería ser identificar los bloqueadores y neutralizarlos. Santos Guerra (2001) establece varios obstáculos: la rutinización de la práctica docente, la descoordinación, la burocratización de los cambios, la supervisión temerosa, la dirección gerencialista, la centralización excesiva, la masificación de alumnos, la desmotivación del profesorado y la acción sindical meramente reivindicativa. Una vez identificados y neutralizados, se pueden poner en marcha las estrategias que también indica Santos Guerra (2001), cuya lectura recomiendo fervientemente a quien desee iniciar un proceso de cambio porque son muchas y convenientemente desarrolladas. Aquí, y para hacernos una idea muy general, podemos agruparlas en torno a: el profesorado (su formación, organización y trabajo), la organización del centro (su proyecto, estrategias de actuación pedagógica y organizativa) y la evaluación (interna y externa) del funcionamiento organizativo.
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Esta primera clave supone los cimientos de nuestra construcción pedagógica. La segunda será su estructura y se trata del diseño de un Plan de Innovación. Porque la Innovación no supone la mera aplicación de una metodología didáctica, por muy revolucionaria que ésta sea. Y sí, se llama Plan de Innovación y no Plan TIC, porque la tecnología no es el centro de atención ni de importancia. La tecnología supone una inestimable y decisiva ayuda para la innovación, pero no es la innovación en sí, puesto que entonces la solución sería muy sencilla: comprar muchos aparatos. ¡Cuántos centros con alta dotación tecnológica son inmovilistas y reproducen esquemas del pasado! El Plan de Innovación debe
atender a todos los aspectos organizativos y pedagógicos del centro de forma que afecten a lo más profundo, a su cultura propia y así permanez-
can. Como después del diseño, hay que llevar el plan a la práctica como dicen González y Escudero, 1987, citado por (Escudero Muñoz, 1987) deben decidirse las fases de su diseño, sí, pero también de su implementación posterior. El establecimiento de fases nos ayudará a tener como objetivos ciertos hitos a lograr que guiarán nuestro camino sin perder el horizonte ni el tiempo. Para ello, el estilo directivo es trascendental y complejo. Veíamos antes cómo un bloqueador puede ser tanto una Dirección gerencialista como una supervisión generosa. Así, el reto directivo estriba en lograr un equilibrio entre contar con la participación sin olvidar la meta, plazos, tareas, etc. Porque jamás se logrará la innovación si el profesorado, que no olvidemos, es su verdadero artífice, no se apropia de ella decidiendo sobre la misma, controlando sus contenidos y desarrollo (Escudero Muñoz, 1987). Pero, por otra parte, si la Dirección no controla los pasos, no gestiona bien el miedo al cambio, o no exige el cumplimiento de tareas y plazos, tampoco se llevará a término.
La tercera clave es una adecuada evaluación del Plan, creando un “[…] sistema de control y seguimiento de los objetivos para evaluar en qué medida se van cumplimentando” (Fuster Pérez, 2008). Así se garantizará la actuación a tiempo, el logro de los objetivos marcados, la reorientación del plan en caso necesario, etc. En definitiva, su éxito y continuación. Una conjugación de la participación de agentes evaluadores internos y externos en este punto, asegurará una eficiente combinación entre objetividad e interpretación adecuada de los datos y hechos detectados. Pero es fundamental reconocer el valor del fracaso como punto de partida para la mejora, ya que solamente así se evaluará objetivamente y los resultados tendrán su efecto directo en la retroalimentación del plan. Para valorar como positivos el error y el fracaso, para reconocer en ellos la base del éxito, para asumir que antes de un “Eureka” son necesarios muchos previos “Pifia” que nos ayuden a ir descartando alternativas para buscar otras, es necesaria la cuarta y última clave.
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La construcción de un ambiente creativo, es la cuarta clave. La creatividad, que es la base sobre la que se construye la innovación, no puede surgir si no es en un ambiente de libertad. Un ambiente donde no existan prejuicios sobre las ideas novedosas, ideas diferentes e incluso alocadas o aparentemente imposibles, donde se permita un pensamiento divergente, lateral. Pero este pensamiento lateral, no surge espontáneamente, no es independiente de la voluntad. (de Bono, 1991). Vamos, que no nos van a venir a buscar “las musas” pero sí las podemos “cazar”. Para cazar musas debemos preguntarnos, ¿por qué nos surgen las mejores ideas en la ducha o en el estado de ensoñación que se produce entre sueño y vigilia? Porque nos encontramos en un ambiente que nos permite dar rienda a suelta a nuestras ideas sin prejuicios o límites (culturales, morales, de la física…) Así pues, el centro educativo, al igual que cualquier organización, debe preocuparse por generar espacios propicios para este ambiente creativo. Entornos de libertad, sin miedo al fracaso, entrópicos, sin egos y heterogéneos (Pastor Bustamante, 2016).
Siendo francos, la escasa inversión en materia de educación, junto con lo anacrónico y la rigidez de los sistemas educativos (que se posicionan desacompasados frente a la necesidad de flexibilidad exigida para innovar), no alientan la innovación. Tampoco lo hace que el docente, al que previamente reconocemos como agente fundamental de cambio, no disponga de la dedicación necesaria para la labor innovadora. Sin embargo, frente a estos inconvenientes contamos con el compromiso del profesorado ante a su labor profesional, el apoyo de la comunidad educativa, las posibilidades de las TIC, (tanto para el proceso de implementación de los planes de innovación como para el desarrollo de la propia innovación en sí) y la convicción de que la innovación es posible, gracias a los ejemplos de éxito que cada vez son más numerosos. Dadas las circunstancias, puede llegar a ser fundamental apoyarnos en la seguridad que produce la certeza de saber, gracias a esos casos de éxito, que sí es posible innovar.
Conclusiones
Para que exista innovación metodológica es necesario que el centro educativo sea innovador en su conjunto. Para ello, no basta con pretenderlo, ni con incorporar pequeñas experiencias metodológicas, ni tampoco sirve el simple hecho de adquirir y utilizar tecnología. Es necesario transformarlo en una “organización que aprende”, es decir, que pone en movimiento todo lo que le define y todos sus recursos para la mejora constante. Por este motivo, los Planes TIC de hace una década no tuvieron el éxito esperado; porque se centraron en un pequeño aspecto de la innovación, en lugar de abordar el centro docente en su conjunto. Lo más adecuado es diseñar Planes de Innovación que actúen de manera global, bajo un liderazgo equilibrado y una evaluación construida en torno al gran valor que supone fracasar y errar, como base para el aprendizaje (y por
tanto mejora) de las organizaciones. Es necesario que el docente, que no olvidemos es el verdadero agente de cambio, se apropie de la innovación. Eso sí, para que se apodere de la innovación debe estar completamente involucrado. Y solamente lograremos su implicación, si en nuestro Plan de Innovación hemos considerado la generación de un entorno creativo adecuado que le permita proponer y llevar a término sus propuestas, aunque no nos parezcan convencionales, o que incluso corran alto peligro de fracasar.
Bibliografía
Bolívar Botía, A. (2001). Los centros educativos como organizaciones que aprenden: una mirada crítica. Revista digital de investigación y nuevas tecnologías(18). Obtenido de https://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=2085
Comenius, J. A. (1986). Didáctica Magna. Torrejón de Ardoz, Madrid, España: Ediciones Akal, S.A.
De Bono, E. (1991). El pensamiento lateral. Manual de creatividad. Barcelona: Paidós.
Díaz Abajo, P. (27 de noviembre de 2019). Panorama actual de las pedagogías alternativas en España. Papeles Salmantinos de Educación(23), 247-281. Obtenido de https://revistas.upsa.es/index.php/papeleseducacion/issue/view/8
Escudero Muñoz, J. M. (1987). La innovación y la organización escolar. En R. Pascual Pacheco, La gestión educativa ante la innovación y el cambio (págs. 84-99). Madrid, España: Narcea.
Fuster Pérez, J. P. (2008). La planificación estratégica: una propuesta metodológica para gestionar el cambio en políticas de innovación educativa. Revista Iberoamericana De Educación, 46(1), 1-11. Recuperado el 5 de mayo de 2020, de https://rieoei.org/historico/deloslectores/2202Fuster.pdf
Martínez-Salanova Sánchez, E. (s.f.). Educomunicación. Recuperado el 20 de abril de 2020, de: https://educomunicacion.es/figuraspedagogia/0_comenius.htm
Pastor Bustamante, J. (18 de Enero de 2016). Cuanto más das, más recibes. (Reimagina el trabajo, Entrevistador) Recuperado el 30 de mayo de 2020, de https://www.reimaginaeltrabajo.com/entrevista.aspx?Num=85
Real Academia Española. (2019). Diccionario de la lengua española. Recuperado el 20 de abril de 2020, de https://www.rae.es/
Santos Guerra, M. Á. (2001). La escuela que aprende. San Sebastián de los Reyes, Madrid, España: Morata.