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Decálogo de la colaboración en entornos no presenciales / Azu Vázquez y Montse Guitert

DECÁLOGO DE LA COLABORACIÓN EN ENTORNOS NO PRESENCIALES

Azucena Vázquez Gutiérrez

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azu@uoc.edu Doctora en Educación y TIC (UOC). Cuenta con más de 15 años de experiencia docente en diferentes niveles educativos, desde Educación Infantil a Bachillerato, Formación Profesional, Formación para docentes y Universidad. Docente de FP en ETP Xavier. Miembro de la Junta Directiva de Asociación Espiral, Educación y Tecnología. Investigadora del grupo Edul@b (UOC).

Montse Guitert Catasús

mguitert@uoc.edu Doctora en Ciencias de la Educación (UB) y Licenciada en Educación (UB). Profesora titular de los Estudios de Psicología y Educación en la UOC del ámbito de Competencias Digitales y profesora del Máster en Educación y TIC (e-learning). Investigadora principal del grupo Edul@b, focalizado en los usos de las TIC en educación y, en particular, la formación de docentes en línea, la colaboración en red y las competencias digitales.

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Resumen

Ser capaz de colaborar para alcanzar objetivos comunes es una estrategia clave que necesariamente se ha de trabajar en todos los niveles educativos. La situación vivida durante el curso 2019/2020 a causa del COVID 19 y el consecuente confinamiento ha puesto en evidencia la necesidad de que el profesorado sea competente a la hora de diseñar estos procesos también en contextos de no presencialidad, fomentando metodologías que sitúan al alumnado en el centro de su aprendizaje. En el presente artículo se abordará un decálogo sobre aspectos clave para colaborar en entornos virtuales.

Palabras clave: colaboración, educación en línea, metodologías activas, tecnologías digitales.

Colaborar para aprender

Ser capaz de colaborar con otros es una de las competencias más valoradas y reclamadas en la sociedad actual. En este sentido, es clave que la colaboración se integre en el aula como una oportunidad para mejorar las competencias de nuestro alumnado y favorecer alcanzar un grado superior de la misma que permitiría ser capaz de trabajar en equipo pues “saber trabajar en grupo para conseguir objetivos comunes aparece como una competencia transversal de aprendizaje en todos los niveles educativos” (García-Valcárcel y Tejedor, 2018, p. 156). El trabajo en equipo permite llegar mucho más allá de lo que se podría invirtiendo un esfuerzo individual, puesto que el resultado no se focaliza en la suma de las aportaciones de los diferentes miembros, sino en el seguimiento de un objetivo común considerando que el conocimiento generado es “el resultado del trabajo de muchas mentes que contribuyen de forma colectiva a la construcción del conocimiento” (Salgado, 2016, p. 274).

En el contexto del aula, el trabajo en equipo conlleva un aprendizaje colaborativo por parte del alumnado, el cual se constituye como una estrategia clave cuyo uso se ha ido incrementando en los centros educativos (Johnson, Adams Becker, Estrada y Freeman, 2015) y que es efectiva para favorecer la construcción de conocimiento y la adquisición de competencias (Engel, 2015). Dicho aprendizaje se puede definir como un proceso de “actividad, interacción y reciprocidad entre los alumnos, facilitando la construcción conjunta de significados y un avance individual hacia niveles superiores de desarrollo” (Guitert y Pérez-Mateo, 2013, p. 24).

A su vez, el aprendizaje colaborativo se constituye como una metodología activa, que junto a otras, como el aprendizaje basado en problemas, el trabajo por proyectos o la gamificación (Vázquez, 2019), se fundamenta “en que el alumno, guiado por el profesor, asuma una mayor responsabilidad y autonomía

en su proceso de aprendizaje, posibilitando con ello que su aprendizaje sea más eficaz y se apoye en la adquisición de competencias” (Robledo, Fidalgo, Arias y Álvarez, 2015, p. 370). En el contexto de las metodologías activas el alumno se convierte en el principal sujeto activo del proceso educativo (García-Valcárcel, Basilotta y López, 2014) mientras que el docente actúa como guía o facilitador, proporcionando recursos y actividades y asegurando que el aprendizaje sea construido por parte de los alumnos “a través del seguimiento de los grupos de forma activa, próxima y personalizada” (Pérez-Mateo, Romero y Romeu, 2014, p.22).

Al explorar la percepción del profesorado en relación a la implementación del aprendizaje colaborativo en el aula (García-Valcárcel et al., 2014; García-Valcárcel y Tejedor, 2018) sus principales ventajas son el desarrollo de competencias transversales relacionadas con las habilidades sociales, la interacción entre alumnos, el desarrollo de actividades curriculares, la motivación, el aprendizaje del alumnado y las posibilidades de personalización y acompañamiento de alumnos con necesidades educativas específicas. Por otro lado, las principales limitaciones percibidas por los docentes a la hora de implementar el aprendizaje colaborativo con sus alumnos son el tiempo a dedicar, la sensación de pérdida de control en el aula, la diferente implicación de los alumnos y las dificultades a la hora de diseñar los sistemas de evaluación. Complementariamente, y siguiendo de nuevo a los mismos autores, se percibe cierta incoherencia entre la concepción del profesorado y sus prácticas, pues se da un número significativo de docentes que valora positivamente las ventajas del aprendizaje colaborativo pero no lo aplica en su aula.

Colaborar en entornos virtuales

Durante el confinamiento vivido en el curso 2019/2020 se hizo patente un mayor uso de las tecnologías digitales por parte del profesorado. Sin embargo, no se ha podido determinar que este incremento en el uso de herramientas haya ido más allá de un mero uso instrumental y haya implicado también una evolución metodológica en la cual el alumnado jugase un papel activo en los procesos de aprendizaje. Es más, a menudo el uso que se dio sirvió para reproducir modelos obsoletos, focalizados en el profesor y en el papel pasivo del alumnado: una clase magistral típica, sólo que esta vez fuera del aula física y llevada a cabo mediante videoconferencia.

Con el objetivo de acompañar al profesorado en la integración de metodologías que fomenten el papel activo del alumnado en la construcción de conocimiento en entornos no presenciales, a continuación, se exploran diez aspectos clave a la hora de implementar la colaboración en entornos virtuales (Guitert, 2020):

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Tomar conciencia de la colaboración, en el sentido que su implementación requiere del establecimiento de un objetivo común y de actitudes específicas para conseguirlo como son la corresponsabilidad y la involucración de todos los miembros del grupo (Dillenbourg, Järvelä y Fischer, 2009).

Explicitar procesos y dejar evidencias. Siguiendo a Harasim (2012), el proceso de construcción de conocimiento en un contexto de aprendizaje colaborativo pasa por tres fases (generación de ideas, organización de ideas y convergencia intelectual) hasta llegar a su aplicación, la cual sigue siendo permanentemente actualizable.

Complementariamente, es necesario evidenciar y poner en juego actitudes que favorecen la colaboración donde el compromiso, transparencia, constancia, tolerancia, respeto, ayuda y confianza mutua son claves para alcanzar el objetivo común del equipo (Guitert, y Romeu, 2020). A la hora de dejar evidencias, algunos recursos de interés pueden ser el uso de herramientas colaborativas que integran historial de la creación de sus contenidos o la aplicación de learning analytics para analizar la información. Adicionalmente, otro recurso útil puede ser la creación de un e-portafolio de aprendizaje, en el cual el alumnado deje registrado, mediante información multimedia de cualquier naturaleza, las creaciones y aprendizajes realizados.

Sin trabajo individual no hay colaboración. El aprendizaje colaborativo contempla un doble proceso en el cual se desarrolla tanto el aprendizaje individual de cada miembro como el aprendizaje grupal pues “el aprendizaje es un proceso que realiza nuestro cerebro, pero lo hacemos en comunidad” (Rubia y Guitert, 2014, p. 12). En este sentido, la creación de actividades individuales y colaborativas se han de diseñar e implementar de manera integrada, dado que no es posible que las segundas se den sin las primeras.

Colaborar implica tiempo que se recupera en resultados de apren-

dizaje. Una de las principales barreras que frenan al profesorado a la hora de implementar el aprendizaje colaborativo es el tiempo a dedicar (García-Valcarcel y Tejedor, 2018) el cual, en relación con las tecnologías digitales, engloba el tiempo dedicado a formarse y a crear e implementar los materiales (Vrasidas, 2015). Se trata de un tiempo el cual los docentes perciben no disponer o necesitar dedicar a aspectos más prioritarios y que perciben incrementado si han de integrar recursos digitales (Valverde y Sosa, 2014). Sin embargo, ha sido posible determinar que una vez que los docentes han implementado el trabajo colaborativo en el

aula perciben que el tiempo dedicado ha sido invertido de manera muy positiva, dada la flexibilidad de los materiales para ser reutilizados y el potencial real de aprendizaje de las experiencias construidas (Vázquez, 2019). Definir acuerdos y/o normas de funcionamiento. En este sentido, y previo a la frase de trabajo, cabe establecer acuerdos por escrito (para poder ser consultados posteriormente) en cuanto a las normas de funcionamiento del equipo incluyendo, entre otros, factores como la planificación, las normas de comunicación, la periodicidad o herramientas para la misma, el rol que jugará cada miembro del equipo en estos y cómo actuar en caso de que los acuerdos se vean incumplidos. Elaborar una planificación y revisarla periódicamente. Para que la colaboración se convierta en un potenciador del aprendizaje es necesario que la propuesta integre una adecuada planificación, por ejemplo, relacionada con la organización interna del grupo y sus dinámicas de comunicación y colaboración (Hernández, González y Muñoz, 2014). Dicha planificación ha de ser revisada, como mínimo en tres momentos clave: antes de ser implementada para validar su adecuación, mientras se implementa con el objetivo de poderla reajustar en cualquier momento y una vez finalizada, evaluando el proceso para determinar posibles propuestas de mejoras susceptibles a ser aplicadas la próxima vez que la metodología se aplique en el aula.

Comunicarse de manera participativa, cívica y eficiente y poten-

ciando la asincronía. Siguiendo a López (2013) la interacción y las habilidades sociales son dos de los cinco componentes básicos del trabajo colaborativo junto con la interdependencia positiva, la responsabilidad individual y el procesamiento grupal. En este sentido, un principio clave a aplicar para comunicarse de manera participativa, cívica y eficiente puede ser partir de la netiqueta, es decir, comportarse en línea con los mismos valores que se aplicarían en la presencialidad.

Complementariamente, cabe contemplar que la comunicación no sólo incluye aquellas interacciones que se dan en tiempo real. En este sentido, es necesario diseñar una distribución razonable de la sincronía y la asincronía, redescubriendo el potencial de esta última para el aprendizaje, por ejemplo en relación a aspectos como la flexibilidad o la autorregulación del tiempo, facilitando además la distribución de los dispositivos en los hogares (Sangrà, 2020).

Gestión ágil y buena organización de la información. En este sentido, son múltiples los recursos digitales que nos permiten organizar

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la información de forma ágil. Es necesario saber organizar la información de manera colaborativa en carpetas o archivos, explicitando cómo se llevará a cabo el proceso para que sea fácil de gestionar por parte de todo el equipo. Entre ellos podemos encontrar espacios donde almacenar la información, recursos para crear documentos en los cuales trabajar colaborativamente o marcadores sociales.

Utilizar las herramientas más adecuadas a cada situación. La selección se ha de hacer no situando a la herramienta como eje, sino como recurso que facilite dar respuestas a las necesidades de los estudiantes. En este sentido, algunos aspectos a tener en cuenta antes de seleccionar una herramienta podrían ser los siguientes:

Su potencial de desarrollo de las competencias del alumnado.

Su comodidad e intuición a la hora de ser utilizada.

La valoración de los recursos que requiere su uso. Su adecuación al nivel educativo del alumnado.

Su coherencia metodológica con los principios pedagógicos que rigen el aula. Su potencial de motivación entre el alumnado. La posibilidad de dejar evidencias del aprendizaje del alumnado. Sus posibilidades de interacción, por ejemplo en relación al feedback. Su potencial para permitir al alumnado ser creativo. Su coherencia con el nivel de competencia digital de los actores educativos.

Sus posibilidades colaborativas y para facilitar el trabajo en grupo.

Incluir procesos de valoración y evaluación.

A la hora de diseñar propuestas educativas en las cuales se contemple la colaboración es necesario integrar procesos de valoración y evaluación que permitan el seguimiento del alumnado por parte del docente. Tal y como se ha comentado anteriormente, las mismas herramientas colaborativas pueden aportar información a este proceso gracias a los historiales o a las analíticas de aprendizaje. Complementariamente, la implementación del aprendizaje colaborativo en el aula conlleva cambios en los sistemas de evaluación, forjando la necesidad de diseñar estrategias en las cuales el alumnado participe de forma activa (Van

Popta, Kral, Camp, Martens y Simons, 2017). Se debe contemplar la autoevaluación como un proceso clave para fomentar la autorreflexión del alumno y convertirlo en protagonista real del proceso (Villanueva, 2017) a la vez que las estrategias de evaluación entre iguales, permiten que los alumnos valoren el trabajo de sus compañeros, generando procesos que implican gran impacto de aprendizaje tanto por parte de los evaluadores como de los evaluados (Darling-Hammond y Adamson, 2015).

Conclusiones

La situación vivida durante el curso escolar 2019/2020 en el cual se dio una docencia no presencial de emergencia causada por el COVID-19, puso en evidencia la necesidad de fomentar la competencia del profesorado a la hora de implementar metodologías activas en entornos no presenciales. Entre estas metodologías, el aprendizaje colaborativo mediante el trabajo en grupo destaca por su gran potencial como fuente de aprendizaje. Siguiendo esta línea, en el presente artículo se ha querido abordar un decálogo de aspectos clave para colaborar en entornos virtuales, el cual ha desglosado en los siguientes puntos:

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Bibliografía

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