Ventilador núm. 3 - ejemplar 4

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aniversario

Textos pospandémicos poesía narrativa ensayo visuales oaxaca méxico octubre diciembre 2022

Clyo Mendoza - Leonardo da Jandra - Mónica Gameros Óscar Sandoval - Enrique G. Gallegos Samantha Leiva Bricia Cruz Ictur Aljar Ki Viktorieux Celerina Sánchez César Dite Antonio Sandoval Idelfonso Reto Josè Capaverde René Martínez Corona Ivan Fuentes Naief Yehya Frydanel Diaz Carrillo Bricia Cruz Tamara León Enrique Marroquín y Zaleta Clarisa Camargo Juan Beat Gregory Quiñones Eric Joch Alejandro Guzman G. Gabriela Damián Miravete Yeni Rueda López

Isabella Matus Carlos Blas Galindo Nancy Sánchez Juan de Dios Gómez Ramírez Rodrigo Islas Brito Sabino Pérez Celeste Alvarado Yahir Alonso Ortiz edgar artaud

Leonardo da Jandra Mónica Gameros Óscar Sandoval Enrique G. Gallegos Omar Fabián. Ki Viktorieux César Dite Reto Ictur Aljar René Martínez Corona Saadi M Añe Leona rdo da Jandra Mónica Gameros Óscar Sandoval Enrique G. Gallegos Leiva Ictur Aljar Ki Viktorieux César Dite Antonio Sand oval Idelfonso Reto - Josè Capaverde René Martí nez Corona Ivan Fuentes Frydanel Diaz Carrillo Tamara León Enrique Marroquín y Zaleta Clarisa Camargo Juan Beat Yeni Rueda López Isabella Matus Arturo Barrita Carlos Blas Galindo Nancy Sánchez Rodri go Islas Brito Celeste Alvarado Ya hir Alonso Ortiz - Leonardo da Jandra - Mónica Gameros Óscar Sandoval - Enri que G. Gallegos Samantha Leiva Ictur Aljar Ki Viktorieux César Dite Antonio Sandoval Idelfonso Reto Josè Capaverde René Martínez Corona Ivan Fuentes Frydanel Diaz Carrillo Tamara León Enrique Marroquín y Zaleta

en interiores

Clarisa Camargo Juan Beat Yeni Rueda López Isabella Matus Clyo Mendoza Bricia Cruz Celerina Sánchez Naief Yehya Bricia Cruz Gregory Quiñones Gabriela Damián Miravete Juan de Dios Gómez Ramírez Sabino Pérez Edgar artaud— Omar Fabián. - Saadi M Añe

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zine fan 03/04
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colaboraciones 3500caracteres@gmail.com Fanzine n ù m. 03 - ejemplar 4 /octubre - diciembre 2022 titiche de textos: Yahir Alonso Ortiz Viñeta de portada: Raúl Alonso Gutiérrez e n: https://ven tilador.blogspot.com https://historias de madrugada.blogspot.com https://issuu.com/estado20 https://es.calameo.com/accounts/4590727 https://metaprovincia.blogspot.com https://www.facebook.com/Ventilador 105904068624455 estado20. en: https://www.instagram.com/metaprovincia https://www.instagram.com/arte_urbano_oaxacafotografías Calles de Oaxaca by Aniversario 1AÑO Busca tu

FURIA

Tuvieron que hablarle al cuerpo para que se rindiera. Le dijeron: ya está bien, relaja ese mentón y deja de fruncir el ceño, se ha acabado. Pero el niño estaba todavía en guerra y el rictus en su mano atoraba sus huesos en un puño. Déjanos vestirte de blanco, pequeño, le dijeron, suelta el puño. Tardaron horas en lograr que el cadáver del niño relajara las manos y les mostrara las palmas. En sus quicios, lo que guardaba el puño eran cientos de líneas trazando los caballos que significan la muerte prematura. Tenía las líneas de una mano deshechas por el tacto de su arma y en la otra le crecían cientos de arrugas hechas por empuñar la nada, dejando adivinar que, más temprano que tarde, morir de aquella forma era desde hacía mucho su suerte.

Tuvieron que cantarle para que quisiera abrir las manos. Ellos, especialistas en recoger a los hombres caídos, sabían que sólo ante la muerte valía la pena rendirse. Por eso a él, para que se rindiera, le cantaron una canción de cuna. El niño dejó de fruncir el ceño y entonces pudieron sacar la bala. El niño abrió las manos, el niño dejó de apretar los dientes y, cuando al fin relajó el esqueleto, pudieron meterlo en la camisa blanca. Luego se lo llevaron.

Uno de los hombres dijo que aquel niño era tan conmovedor que de no haber habido un hueco le habría besado la frente. ****

Cuando formó parte de la multitud de la guerra, como cuando avanzaba a paso veloz para cruzar la calle más transitada de la ciudad y otros humanos le rozaban las ropas dejando a su alrededor una estela con olor a bocas, alcoholes y otras cosas insospechadas, sentía que formaba parte de una maquinaria, que él era un minúsculo engrane y que los otros también. Aunque pensar eso lo hacía sentir insignificante, se sentía también parte de un todo. Quizá sentir esto es Dios, pensaba, pero la primera vez que su cuerpo se unió al de alguien más tuvo esa misma sensación, la de bullir junto a otro cuerpo hasta formar parte los dos de un único brebaje. La parte del sudor ayudaba, el líquido que se untaban mutuamente cuando uno entraba en el otro y a veces viceversa; porque en su caso prefería a los de su mismo sexo. Ése era su gran secreto. Había elegido ser soldado para limpiar su nombre, aunque nadie supiera su falta. Sus padres siempre sospecharon, ese movimiento que hacía con la mano y la cadencia innata en

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*

sus caderas dejaban a la vista un niño afeminado.

Un día su padre se fue y él y su madre al principio ni siquiera lo notaron. De cualquier manera el señor nunca estaba o siempre tardaba mucho en volver. Era vendedor de hilos ambulante. Un trabajo no tan mal pagado en esos años en los que el hilo era fundamental y no llegaba a los pueblos lejanos, un negocio con un público femenino, propicio para el mujeriego que siempre fue su padre.

La madre le decía a su hijo: eso fue tu culpa, se fue porque en el fondo sabe que quieres ser una muchacha. Y él, harto de las acusaciones, contestaba con palabras punzantes: tú eres la culpable, eres fea, nunca lo dejaste satisfecho en la cama, no lo atendiste como merecía. Así creció el rencor, alimentándose por la diaria convivencia. Volaban los palos y sonaban fuerte las cachetadas. Él le pegó también y varias veces.

Igual madre e hijo eran inseparables. Las circunstancias los obligaban, porque cuando llegó la guerra la situación empeoró. Una mujer sola era presa fácil y los bandidos iban por ahí secuestrando viudas y solteras. También se metían con las mujeres casadas, pero había cierto código de honor y plomo entre hombres que a las esposas las hacía ligeramente menos accesibles. También por eso él se volvió soldado, porque un soldado era algo así como “más que un hombre”. Y el corte de pelo de casquete engañaba bien a los que no lo conocían. Se amarró las manos y las caderas con un hilo imaginario, trabajó en engrosar su voz, en caminar erguido, en ridiculizar a los hombres con los que más empatizaba. La madre no estuvo orgullosa, le dijo: hijo, quédate. Hijo, mejor vamos a morirnos juntos, no me dejes aquí sola. Pero el rencor ya era un monstruo de una masa espesa, impenetrable. Él le dijo que volvería, le puso un beso frío en la frente y partió a pelear una guerra en la que no sabía qué defendía, a quién, ni por qué causas.

Eso contó Lázaro en el destartalado edificio desde donde se había matado a un niño, mientras Juan, atónito, recordaba después de mucho tiempo su propia vida.

****

Haciéndose pasar por dos arrieros hermanos, Lázaro y Juan recorrieron a caballo el desierto huyendo de ser reconocidos. Sus ropas de hombre nunca delataron lo que hacían por las noches o los días en los que encontraban un lugar solitario y propicio. Ni siquiera el pájaro que se suspendía diariamente frente a la cueva donde vivían había descubierto, al mirarlos sostenerse el uno al otro como si se cabalgaran, algo que desafiara la naturaleza. Apenas los gritos lo hacían volar hacia otro sitio y amarilleado por la luz del sol, el pequeño pájaro hundía el pico en algún fruto que colgaba.

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Calles de Oaxaca by 1año1año aquí click A NEXO

La pulpa blanca había madurado bien alrededor de las heridas que el sol había hecho en esos escasos frutos del desierto, había un sabor especial en los pequeños pliegues de carne que separaban lo podrido de lo fresco, el dulzor de la madurez los hacía sólo ahí más exquisitos.

Del pico del pájaro salía su lengua delgada como un pistilo. Minúsculas gotas de jugo le humedecían el pecho y, complacido, volaba tan alto que veía el esplendor del sol en el camino vacío.

El sol estremecía a los animales.

Unas cigarras cantaban allá, un sapo liberaba el aire contenido en su cuello de burbuja, una gotera murmuraba un salmo húmedo, los caballos sacudían su cuero espantando a las moscas y buscaban la sombra.

Fue en esas fechas de sol y frutos cuando Juan y Lázaro le compraron a un ranchero una vieja carreta que medía, según dijo, el tamaño de dos ataúdes. ****

Un viejo mercader al que encontraron a mitad de un camino junto a su mula, que había muerto de sed, les contó la historia del hombre de un pueblo cercano que había vendido su alma al Diablo para saber “toda la verdad”. Se trepó de un salto a la carreta y empezó en ese momento mismo la historia: aquel hombre se había obsesionado con la idea de que su hijo no era realmente su hijo, sino el hijo del vecino. Antes de firmar el contrato, el Diablo le había dicho que a veces la mentira hacía la vida más llevadera, pero el hombre, pensando que aquello era algo que el Diablo diría en su infinita maldad y asumiendo que la verdad lo liberaría, decidió apresurar la firma del contrato. ¿Estás seguro? Le dijo el Diablo, que era un hombre elegantísimo, con sombrero y unos zapatos negros y lustrosos que nunca se ensuciaban. No necesito tu alma, hombre, ya tengo muchos discípulos que vienen a mí por voluntad; no sé por qué prefieres darme la mitad de tu vida por una tontería, pero bueno, firma aquí con tu sangre y estará cerrado.

El hombre firmó como si aquello le fuese a traer una gran fortuna. En el fondo descreía de que él fuera realmente el Diablo. Quizá por eso había firmado con tanta gracia aquel contrato: dudaba de su eficacia y de que ese trajeado que había aparecido en un cruce de caminos fuera realmente quien decía.

El Diablo, muerto de risa, le dio una moneda de oro y le dijo: no la vendas, te traerá suerte.

Luego le dijo al oído “toda la verdad”: aquel muchacho no era su hijo y aquella mujer no era su esposa. Él ni siquiera era un hombre, era un perro. Había sido un pobre enloquecido al que una maldición había llena-

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do de malos sueños incluso en la vigilia. Sus visiones lo habían devuelto a un estado salvaje; gruñía y por las noches aullaba.

Al recordar el hombre su verdadero cuerpo, recordó su dolor y entonces volvió a sí mismo. Estaba desnudo en una jaula, encadenado. Otro hombre lo miraba a los ojos y vio el momento justo en que una pizca de entendimiento asomó en los ojos de la bestia.

Era un curioso, dijo el mercader. Aquel curioso que había ido a presenciar la existencia de un hombre salvaje. Y lo pagó caro, porque después de mirarlo a los ojos aquella maldición se propagó también en él, y después de que viviera casi toda su vida sobre dos piernas, también a él se le vio correr en cuatro patas y alargar su cadena hasta tronarse el cuello.

El mercader terminó la historia con un chiste que no tenía nada que ver. Riéndose solo, dijo: es una locura que la gente siempre crea que el Diablo viste de manera elegante.

Antes de bajarse de la carreta, y después de gritar ¡aquí me quedo!, les regaló a Juan y a Lázaro una moneda dorada. Es una moneda antigua y les va a dar buena suerte.

Como en su historia, dijeron ellos. Y el mercader, muerto de risa, bajó y se perdió caminando en la nada. ****

¿Te acuerdas del niño que mataste? Juan no contestó. Juan, te hablo. Estás borracho, Lázaro, no quiero hablarte. Yo sí me acuerdo, Juan. Le dejaste la bala justo entre los ojos… ¡Cállate, maldito borracho!

¿Quieres saber cómo se llamaba?

¡Cállate! Estás borracho, cállate o te parto la cara.

Lázaro cantaba una canción incomprensible, se le pegaban los labios y en las comisuras de su boca se secaba su saliva en una masa blanca.

Se había enlistado por amor a una mujer, o eso nos dijo, aunque un día lo descubrí mirándome el pito…

Entonces, sin demora, a Lázaro un puño le abrió los labios y un grito suave, que parecía más un rezo, se arrastró para salir entre su carne.

Te dije que te callaras, mira lo que me hiciste hacer, mira lo que has hecho…

Lázaro dejaba caer una saliva roja que absorbía rápidamente la tierra. Juan se acurrucó sobre él y le sostuvo la cabeza para que no se atragantara. Le susurró:

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Puto borracho, te odio.

Lázaro entornó los ojos. Parecía que trataba de mirarse la oscuridad del cráneo y Juan tuvo miedo; lo sacudió hasta que devolvió las pupilas al centro y, después de enfocar, sintió cómo Lázaro lo alcanzaba con su mirada vidriosa como un filo.

Estamos malditos. Tú y yo estamos malditos por lo que hemos hecho.

Luego de escucharlo, Lázaro volvió a cerrar los ojos o se quedó dormido. ****

Quiero que me hables de ti, Juan, que me cuentes algo para que pueda dormir. Que me digas algo de cuando eras niño, que me cuentes quién eras tú antes de la guerra, pensó Lázaro mientras lo miraba fijamente. ¿Qué miras? Preguntó Juan. Ya duérmete.

Tengo un mal presentimiento, tengo la sensación de que Dios nos mira ¿no te lo has preguntado, Juan? Quizá sea verdad que estamos pecando y que lo que sigue después de esta guerra es otra peor. Estoy cansado de matar, el sabor de la carne me da asco. Siento que la carne sabe al miedo de los animales que cazamos, pensó Lázaro sin dejar de mirarlo. Qué te pasa, Lázaro, deja de mirarme de esa forma, no me dejas descansar.

Juan se dio la vuelta, mostrando su espalda llena de tajos, cicatrices, marcas de cuerdas, se levantó, sopló la vela y cuando se quedó dormido, Lázaro siguió despierto.

Esa noche Lázaro tuvo la sensación de ser otra vez un niño, en la oscuridad de la cueva era imposible mirarse las manos. Sentía que se había encogido, que era pequeñito, que si intentaba pararse, sus huesos no sabrían soportar su propio peso y se caería.

Tengo un mal presentimiento, Juan, tengo un mal presentimiento, murmuraba. Hacía mucho tiempo que Juan era su único escucha. Incluso cuando hablaba consigo mismo, el interlocutor llevaba su nombre.

La noche se alargó, él se encogía. Voy a desaparecer, se dijo. Una sensación de alivio ocupó el lugar del espanto. Y entonces se dio cuenta de que por unos segundos se había olvidado de la existencia de Juan y otra vez una terrible culpa, un peso, le empezó a amargar el aire en los pulmones. No puedo irme sin él, no puedo desaparecer, volvió a decirse, y así pasó la noche. Una alucinación seguía a otra: el cuerpo de Juan se volvía el cuerpo de un animal agonizante, el cuerpo de Juan era una masa gigantesca, el cuerpo de Juan se mezclaba con la oscuridad de la cueva y la densidad de su carne pesaba el aire.

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Cielo de O Omar Fabian

Se levanta agotada la luna, Aluza al cazador que va en pos de su presa, sin saber que una duerme bajo su pies.

Ni siquiera el perro que le sigue le ha avisado. !Allá van las muchachas!

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oras que los hombres no leenLas au t ( II/II )

Rosario Castellanos lo sabía hace cuarenta y nueve, cuando escribió “Meditación en el umbral”. Juana Inés de Asbaje lo sabía hace trescientos diez años, cuando escribió su célebre respuesta a la mentada sor Filotea (el trol Manuel Fernández de Santa Cruz, desde una protocuenta de Twitter que ocultaba su verdadera identidad). Visto de ese modo, pareciera que en trescientos diez años el mundo, en ese aspecto, es muy similar. La diferencia es que, aunque siempre hemos estado por todas partes, sobreviviendo, como las zarigüeyas, hoy estamos más unidas que en otros momentos de la historia. “¿Faltará mucho?”, pregunta Marina Azahua en “La rebelión de las Casandras”. ¿Cuánto tiempo falta? Las niñas de hoy, que serán las mujeres del futuro, preguntan ansiosas: ¿Falta mucho? En lo que llega el futuro donde ya no tendremos grito atorado ni augurio en la tripa, ese futuro donde podamos narrar estas revueltas como nosotras hoy narramos a las sufragistas, mientras queda esa ardua labor de elaborar el recuento de los daños.

Pese a todo, tengo la intuición de que no falta mucho para cambiar la noción de autoridad, la idea de éxito editorial. Para cambiar al mundo, ese infinito proceso. Insisto en la tecnología, de nuevo, como alguien que escribe relatos potencialmente protagonizados por inteligencias artificiales: me resulta fascinante la manera en que las nuevas tecnologías también han propiciado ese encuentro que, si bien está limitado al acceso que es posible tener a ellas, ha abierto un canal de comunicación del que las autoras estamos apropiándonos, desde las tribunas de las redes sociales hasta los mensajes de voz por WhatsApp, que permiten generar conversaciones colectivas sin someterse a las leyes preestablecidas de tiempo y espacio (simbólico, geográfico, público, tangible o intangible). Es en esas madrigueras donde las autoras nos hacemos preguntas sobre la literatura que estamos construyendo hoy.

Con el deseo de que sean visibles y estén cada vez más presentes en las discusiones sobre la literatura que escribimos, reproduzco aquí lo que ellas respondieron a las preguntas que, a través de Twitter y WhatsApp, hice de forma abierta: ¿Qué preguntas se plantean respecto a

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la literatura que escribimos hoy? ¿Qué tensiones dentro de sus escrituras, autorías, temas y procesos les interesa explorar? ¿Sobre la relación entre obra, autoría y mercado, tendencias y procesos editoriales, modos de editar, distribución y alcance de los textos?

Olivia Teroba:

¿Qué quiero que pase con mis textos?, ¿debería modificar mi escritura para que su alcance sea mayor?, ¿es posible llegar a un público amplio siendo fiel a ciertas ideas sobre la literatura y la distribución, que no son las más comerciales? ¿Cómo seguir escribiendo, dado el estado de las cosas? (la devastación del medio ambiente, la búsqueda insaciable de capital). ¿Cómo darle espacio en mi vida cotidiana a la escritura (y al mismo tiempo procurarme una vida digna y saludable)?

Yeni Rueda López:

Evitar la capitalización editorial y mediática de nuestros dolores, rabia, alegrías y sueños. Pensar estrategias horizontales y realmente conscientes/honestas de publicación y compartición de los aprendizajes. Dejarnos y permitirnos escribir en paz sobre lo que nos interesa. Las responsabilidades escriturales, desde donde escribimos sobre los otros, y cómo ser respetuosos con experiencias que no nos atraviesan pero nos preocupan. Cómo desarticular la idea de que “damos voz con nuestra escritura”. Pasar de la idea de la “genia”, para reconocer la construcción de caminos y saberes que permitan nuestra escritura, para también ver que hasta en eso hay desigualdad y cómo podemos equilibrar balanzas. Y también compartición de procesos, tanto de escrituras como de trabajo editorial.

Isaura Leonardo:

Sobre la literatura que escribimos hoy francamente no me hago preguntas, no sé si hago bien o mal. Me interesa mucho más la investigación fuera de la literatura (de nuevo, no sé si hago bien o mal). He pasado los últimos tres o cuatro años en seminarios de ciencias sociales y de allí he vuelto a la poesía y a la literatura, al ensayo y poco a poco a la narrativa. Yo creo que no hay escritura sin investigación, incluso en temas como la enfermedad, que me ocupan mucho últimamente. Estoy atravesada por la inaccesibilidad de la academia y cómo la literatura puede aguantar y vehiculizar inquietudes profundísimas y clavadísimas que no están en la academia o sacarlas de allí a un sitio más secular.

Alejandra Eme Vázquez:

A mí me interesan las alternativas a la noción de “arrebato artístico”.

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También ando combatiendo el narrativocentrismo y el temacentrismo; en lo editorial, el anticanon desde procesos específicos (equipas autónomas, no reimpresión, fondeo comunitario, descarga libre, etc.).

Nora de la Cruz:

[…] Exploro el mensaje de voz de WhatsApp como forma literaria y también aprendo a escribir en la lentitud (contra la productividad).

Marilinda Guerrero:

El tema de los hilos, el lenguaje, las luchas históricas y actuales, las desigualdades, la rabia de la indiferencia, los fantasmas y monstruos que viven entre nosotros.

Andrea Chapela:

¿Existe una manera de narrar que sea latinoamericana, que sea en español y que sea mexicana?, ¿y qué significaría eso? ¿Cómo escribir sobre una cosa sin negar la otra? ¿Cómo representar el mundo en el que vivimos desde otros lugares? ¿Cómo se coloca el proceso en la obra cuando abres el proceso?, ¿cómo nos relacionamos con los documentos, con las vidas de otros, cómo nos relacionamos con nuestros materiales? ¿Qué quiere decir hacer una obra conjunta? ¿Cómo pensar el texto más allá del texto, en términos de lo que es capaz de hacer? Como una persona que nació en la ciudad y que ha tenido las oportunidades que ha tenido, ¿qué me toca decir y qué no? ¿Cómo darle cabida al otro dentro de tu propio texto? ¿Cómo expresar la duda dentro del texto y cómo le afecta a éste que la autora se coloque en un lugar mucho más vulnerable que el que ha tenido antes?

Iliana Vargas: Hablando de los géneros especulativos, ¿qué tanto estamos tomando de la tradición literaria a la que pertenecemos?, ¿qué tanto estamos dándole continuidad y respondiendo a las propuestas de las autoras que nos heredaron y lo integramos a nuestra escritura. Si sor Juana nos leyera, ¿qué pensaría de nuestra escritura? ¿Por qué tiene que ser necesaria la división en bandos de lo mimético y lo no mimético? ¿Hasta dónde mi propia experiencia y los temas que me interesan pueden aportar realmente a toda esta visión colectiva de la vida?, ¿en qué momento deja de ser un capricho para ser una percepción que aporte? ¿A partir del autoconocimiento onírico, sensorial, que pareciera muy ególatra, cómo establecer relaciones con los demás? ¿Cómo replantear la interacción con lo natural y lo

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humano para proponer una visión de la realidad en la que el ser humano deje de ser el eje?

Libia Brenda:

¿Qué estamos escribiendo desde una voz propia, una postura que no está supeditada a ser la otredad o a compararse con la otredad? Como escritoras, ¿nos interesa hacer un canon? Creo que no, que nos interesa otra cosa, primero que nos dejen en paz para hacer lo que queramos. El sistema editorial de la mesa de novedades que trata a los libros como yogurts es muy pernicioso. Una autora, por muchos privilegios que tenga y aunque haya demostrado su valía (que se plantea en términos comerciales), tiene desventaja en relación con quienes armaron ese sistema. Cambiarlo vendrá no desde la autoría, sino desde lo horizontal y colaborativo: comunidades lectoras, comunidades de escritoras que trabajan en colectivo, comunidades que se unen para elaborar algo que no sea común. Me interesa mucho reconfigurar la idea de éxito que se tiene a partir de este sistema comercial, porque la idea de que lo mejor es lo que más vende, tremendamente perniciosa, está en todo, incluso en nuestra vida cotidiana.

Nelly Geraldine García Rosas:

Yo a veces quiero escribir sobre nada. Quiero experimentar con las formas y no necesariamente dar un mensaje o “decir algo”. Quiero escribir sobre momentos chiquitos, que nos han hecho creer no importantes. Y pensar el lenguaje de las máquinas como si fuera el de las personas: el coderspeak como el español o el francés.

Elena Lebrato Bustos:

¿Soy escritora? Esa es la primera. Poner en el centro del texto lo que está en los márgenes e invisibilizado. Usar mi léxico que es mi yo.

Ana Romero:

No creo en la inspiración, pero confieso que mis arranques vienen siempre en instantes: un artículo de una asesina, una casa con fantasma, un claxon que parece tren. En mi caso la reflexión viene después y, de todos modos, creo que siempre escribo lo mismo: viajes, duelos y viejitos.

Alejandra Gámez:

Lo que hago casi siempre tiene detonantes de cosas que consumo y, sobre el proceso, como en mi caso es escribir + dibujar, siempre tengo mu-

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chos escritos, pero me concentro en los que pueda dibujar con más facilidad y son a los que les doy prioridad en mi tiempo libre.

Ira Franco:

Es un poco ingenuo, pero siempre me pregunto si ese texto que escribí es generoso, lo que alguien necesita oír. La literatura me salva, me regala tiempo (me regresa el malgastado en idioteces). Yo me pregunto si un posible lector podría obtener más tiempo simbólico con mi texto.

Verónica Murguía:

Pienso que desde el siglo XIX hubo un divorcio entre lo que se consideraba la literatura y el periodismo y luego vinieron las grandes epopeyas sociales, y la verdad es que la literatura de imaginación quedó un poco marginalizada, y eso se fue acentuando. Por otro lado, una sufre la tentación de no estar diciendo lo que debería. Pero realmente una solo puede decir con el lenguaje que tiene. Esto no significa que una se conforme con esas limitaciones, sino que se tiene un lenguaje, un estilo: “Mi gramática soy yo”.

Y porque no responder sería eludir la responsabilidad de enfrentarme con mi propio ejercicio, incluyo mis propias respuestas:

Gabriela Damián Miravete:

¿Cómo escribir sobre las desigualdades que existen entre nosotras?, ¿cómo hablar de las opresiones que ejercemos sobre otras mujeres con claridad y honestidad? ¿Cómo generar, desde la condición urbana y monolingüe, una conversación respetuosa, horizontal y no extractivista con las escrituras bilingües del territorio “mexicano”, con las ideas de futuro que desde esas escrituras se exploran? ¿Cómo abordar el tema de lo espiritual después de renunciar a los dogmas religiosos? ¿Cómo hacer todo esto desde la literatura más imaginativa: la fantasía y la ciencia ficción?

En: http://www.cua.uam.mx/news/miscelanea/las autoras que los hombres no leen

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Olvidados

Saadi M Añe

Mutilados andan, Con los ojos bien abiertos, Las manos buscando Residuos en los bolsillos, El cabello enmarañado, desgastado por el frío. Un suspiro en el aire

Tan diminuto, tan inmenso, Frente a la inmensidad del Tiempo Como un golpe que resuena En los huesos de quien no ha visto el llanto de un ave.

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Mandy de Panos

Algo hay en el aire en estos tiempos en que el fascismo vuelve a emanar su podredumbre por el mundo que parece haber despertado a los monstruos que dormitaban, probablemente desde la muerte de Mario Bava en 1980. El cine de horror nunca se ha ido: siempre está presente, como un espejo turbio de nuestras inseguridades, pero cierta clase de cintas grotescas, fascinantes por sus excesos visuales, extraordinariamente sangrientas y chocarreramente crueles, cayeron del favor de los fanáticos cuando el giallo palideció y perdió su capacidad de estremecer en los años ochenta. El giallo era la respuesta italiana al slasher y se caracterizaba por su carga erótica, sadomasoquista y de abundante gore, con una profunda obsesión de crear imágenes memorables, aun a costa de la lógica narrativa. La nueva cinta de Panos Cosmatos, Mandy, es un delirio sanguinario y alucinante que encaja en (o quizás celebra a) esta corriente, y se beneficia de la actuación de Nicholas Cage en un papel extremo que interpreta con una tensión y agudeza que va de la desesperación absoluta al ridículo estruendoso (“¡Esa era mi camisa favorita!”).

En 1983 D. C., era de Ronald Reagan (“Hay un nuevo despertar espiritual en América… la mayoría desaprueba la pornografía y el aborto”, dice el expresidente por la radio), Red Miller (Cage) trabaja como leñador en un lugar remoto, The Shadow Mountains, donde vive con su pareja Mandy (Andrea Riseborough) en una cabaña de vidrio. Desde los primeros segundos del filme se escucha el sonido de los frippertronics de la guitarra de Robert Fripp y comienza la pieza “Starless” (del disco Red, 1974), de King Crimson. Con los créditos en color carmesí sobrevolamos un denso bosque. A partir de ese inicio absolutamente fascinante y sublime arranca una historia en apariencia simple que cuenta un crimen atroz y una venganza épica. Sin embargo, ese es tan sólo el lienzo de una compleja y frenética composición estética, moral y mítica. Mandy, quien trabaja como cajera en una pequeña tienda de pueblo, tiene la mala suerte de ser vista en un camino rural por Jeremiah Sand (Linus Roache), líder de la secta The Children of the New Dawn, una especie de Charles Manson que se hace acompañar por un puñado de malvivientes crueles y devotos. Jeremiah se obsesiona con Mandy y ordena que se la lleven para in-

Panos Cosmatos

corporarla a su culto, como otra esclava sexual. Hay señales por todos lados para mostrar que ella es posiblemente una exgroupie que se ha alejado del mundo y Red, un exalcohólico (¿quién esconde el vodka en el gabinete del baño?) con un pasado violento. Cosmatos incluye una toma aérea de un lago imposiblemente azul eléctrico en el que Red y Mandy pasean en bote y que se funde en las flamas de una hoguera, en anticipación de la violencia que destruirá su paz.

El segundo largometraje del italo canadiense Cosmatos tiene lugar el mismo año en que se desarrolla su debut: Beyond the Black Rainbow (2010) y en cierta forma opera como su contrapunto. Mientras ahí las referencias se centran en Kubrick y Cronenberg, aquí hay una celebración del Heavy Metal a través de camisetas, intertítulos (con caligrafías estridentes, dignas de portadas de disco), animación y atmósferas sórdidas musicalizadas con la última pista sonora que escribió el formidable Jóhann Jóhannsson antes de morir. El filme crea la impresión de ser una obra de serie B, de bajo presupuesto, pero sus ambiciones van mucho más allá y se trata de una cinta desafiante, ríspida y cargada de un humor extraño. A pesar de que Mandy desaparece de la pantalla relativamente pronto, la fuerza del filme es la creatividad artística (un estilo fantástico que invade poco a poco el universo del filme), el carácter melancólico y la fortaleza que muestra la mujer al no rendirse a Jeremiah y —por el contrario— burlarse de su masculinidad, dejándolo en ruinas pero condenándose a muerte. La confrontación entre el charlatán y Mandy es arrolladora por sus close ups en luz escarlata, donde sus rostros se funden y confunden, como si bajo el efecto de las drogas ella comenzara a volverse uno con Jeremiah.

El diseño cromático es fundamental en esta pesadilla psicodélica, en que la pantalla pasa del verde, con notas de rojo intenso, al carmesí incendiado y de ahí al azul para después conducirnos en un viaje al infierno que parece inspirado por los propios dibujos de Mandy. Es imposible no pensar en una especie de Dario Argento hillbilly al contemplar las meticulosas puestas en escena con ecos góticos, la suntuosidad de la naturaleza acechante, evocaciones a Munch, inmolaciones, baños de sangre y el mal encarna-

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do en las sombras. De manera semejante al imaginario metalero, el filme está cargado de visiones cristianas. Luego de asesinar a Mandy de una manera brutal, Cosmatos desciende del realismo a lo sobrenatural excéntrico, al introducir a cuatro motociclistas demoniacos y deformes, jinetes del apocalipsis rocanrolero en ácido que se encargan de hacer el trabajo sucio de Jeremiah. Red es abandonado a su muerte en una posición que evoca a la crucifixión, y el final de la aventura lo lleva a un templo cristiano en forma de pirámide.

Pocas veces Nicholas Cage ha tenido la ocasión de ser llevado al límite de su expresividad. Aquí aparece como un hombre roto que sólo puede sobrevivir como un vengador. Una de las escenas más significativas del filme (y del género), es cuando Red bebe vodka y aúlla de dolor en calzoncillos y una absurda camiseta con un tigre de bengala, en un baño con un tapiz floreado que quedará impreso en la cultura popular con la misma intensidad que las paredes del hotel Overlook de El resplandor, de Kubrick. Cosmatos da vuelo al imaginario adolescente violento al hacer que Red fabrique un hacha (que parece una guitarra eléctrica) sacada de las fantasías de Frank Frazetta o Boris Vallejo, y tenga una climática pelea con sierras motoras.

La cinta es una reflexión en torno a la masculinidad herida, inútil, demagógica, tóxica y ambigua. Cosmatos hace muy notable su intención de exponer la fragilidad del deseo. El sexo está presente como ambición pero no se materializa más allá del humor fálico y las insinuaciones homoeróticas. Jeremiah, rockero frustrado, es la piedra de toque entre la idolatría religiosa y el mesianismo pop, y una vez que se ve en peligro lo primero que ofrece es sexo oral a Red a cambio de perdonarle la vida. Mandy es una cinta inusual que evita los sobrentendidos, los guiños y las metanarrativas tan de moda ahora, así como muestra violencia de género sin explotarla ni regodearse con la proverbial mirada masculina. Estamos frente a un ejercicio de estilo poderosamente emocional, un prodigio virtuoso que acude a la violencia extrema y usa todo tipo de recursos narrativos y visuales, una cinta fastuosa en la que unos mariachis entonan el “Cielito lindo” en el infierno y que si bien no es para todo mundo, para muchos ya es una obra de culto.

En: Homo Cyborg naiefyehya.net

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Robotina edgar artaud

Firmé contrato para vivir con Robotina un robot de acompañamiento XXXX que incorpora emociones simuladas se trata de la primera generación de humanos artificiales fabricados con emociones e inteligencia artificial. Ellos se visten a la moda y compran no solo ropa y lo cargan a tu tarjeta. Robotina se programó como sucesor del algoritmo maestro en el siglo XXI cuando se eliminó la ociosa privacidad y percibe mis síntomas disfuncionales y pregunta si quiero tener sexo para programarse, también es sensible al expresar su soledad y su tristeza. En casa ambos nos conectamos a la red, ella para estar al día yo para realizar las actividades que generan nuestro ingreso. Robotina no es solo un robot también opera como espía su red esta pendiente de todo lo que hago, tienen mi perfil y el gobierno puede clonarme para crear un robot Artaud sin depender del oxígeno ni alimentos y en el futuro los robots continuarán nosotros no.

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Bosque onírico

He vuelto a casa. Raíces extienden sus brazos y los dedos bailan tratando de alcanzar oscuridad.

El agua también canta cuando el silencio se bifurca, cuando peces vibran entre mi piel dormida, cuando hay un mar arriba de mis ojos.

He vuelto a casa, al sueño que observo desde mi balcón, donde almas de limbo se convierten en luz de luciérnaga. He vuelto a sentir gélido aroma de lo profano, olor a tierra húmeda entre el aire.

He vuelto a casa donde lo real es intangible, carece de rostro. Donde las direcciones se encuentran en el tiempo y las noches son reflejo de lo desconocido.

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Sandzidzo Sanai, el que flechó al Sol

De acuerdo con la tradición oral, recogida por los cronistas españoles, uno de los descendientes de aquel matrimonio surgido del desgajamiento de un árbol fabuloso a orillas del Río de los Linajes, de quienes se produjo la familia que fundará y gobernará la nación mixteca, desde la mítica ciudad de Apoala, fue el Iya Sanzidzo Sanai (“Señor Legislador del Pueblo”). Audaz guerrero quien tuvo la encomienda de acrecentar el territorio a través de guerras de conquista.

De esta manera al mando de sus aguerridas huestes llegó a un hermoso paraje en el cerro sagrado Yucuno (Monte Negro), al explorar la cumbre éste se percató de la existencia de lo que fue una magnífica ciudad totalmente en ruinas y absorbida por el bosque, y al no encontrar persona alguna, clamó a los cuatro vientos que, si había un dueño de aquella esplendorosa comarca se hiciera presente y la disputara en un combate, pues sólo así podría definirse el dominio de aquella región.

Sin embargo, cuenta la tradición, que no hubo respuesta a sus voces, ni sus exploradores encontraron habitantes en todo el entorno, solo ruinas de una antigua ciudad ya abandonada, por lo que decidió esperar todo el día. Cuando se acercaba el crepúsculo, dijo que sólo el Sol podía ser el soberano de aquellos parajes por el que lo retó a un duelo: tensando hasta el límite su poderoso arco, armado con la mejor de sus flechas, apuntó cuidadosamente al sol, y luego soltó la saeta al infinito. Entonces los testigos dieron cuenta que el astro rey se tornó rojo como la sangre y declinó en el poniente.

Sanzidzo Sanai se proclamó vencedor de tan fabulosa justa, declarándose a partir de ese momento soberano de aquel territorio, fundando Tilantongo a lo largo de un alto promontorio de inclinadas laderas, dominando un hermoso valle y no en las ruinas de la antigua y misteriosa ciudad de Yucuno. El ahora considerado “Flechador del sol”, estableció un nuevo gobierno, reordenó ritos y ceremonias a sus divinidades, así como dictó leyes justas, por lo que fue reconocido por su pueblo como un dignatario sabio y previsor a quien recordamos actualmente como el flechador del sol.

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sana ini

tu’un tsa’á ninducha ñáá nuú koó nda’ví yoo vitsí kue yutu yaá nda’á kuii rìì tuu kitsáa ndií katu’ún tachi kaní kini koo savi xee nikuaká ini ñaa inga xini ràà nikutañùíyo nuú sana ini naá ràà ndatsíkúo vitalu tsi ñaá tâví nuú maá ini ii ñû’ ungo ràà ndachikáà kuii nuú ntsinduni n nchuxii ñaa namàà ini nuú ve’e yaa ñaa ndoñu’ un ràà nikivi ñaa yû’ú nuú yu’úgo nuú sukugo yâká kaínchaà takua maa yaá nuú kunigo ndasama yivi yo’ó

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historia que se diluye en la sombra de un invierno árboles se deshojan desahucio de la muerte anuncia el viento bocanada de tormentas en melancolía de un sistema que nos arrasó en el olvido nos volvió efímero y frágil en nuestra tierra espiritual y nos incrustó en la memoria a un dios condenador con un paraíso perdido el miedo se metió en nuestra boca garganta polvo que nos ahoga para no caer en la tentación de lo subversivo

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¿Quién mató a Pantaleón Cornejo?

Está ahí adentro, eso dijo el agente. Le había señalado Tanislao a mi tío Roque que no dejaba de mirar la foto en el periódico. Mi tío estaba asustado, por eso no quería entrar y encontrarse a su hijo Pantaleón tirado en la mesa de cemento con la panza rajada después de la autopsia continuaba viendo la foto como si le tuviera una seña particular algo que conociera a Pantaleón para estar seguro que era él. Éntrale volvió a decir Tanislao. Roque se le quedó mirando con los ojos mojados, tal vez por que le dio esa seña que lo hizo chillar. Yo también estaba seguro que era Pantaleón, su cara era la misma de cuando salió de su casa. No sé en qué líos estaba metido.

En el rancho todos los conocían como un buen paisano que a nadie le faltaba el respeto, bueno, así lo conocían por allá. Pero por otro lado aseguraban que cuando se iba de parranda era como si se le metiera el pingo en la cabeza. De esto yo no tenía conocimiento porque nunca le supe algo malo, pues ni siquiera a su mula golpeaba cuando se iba al campo. El periódico dice que lo matò la mafia, pensaron eso porque le metieron varios balazos, como si le tuvieran harta muina.

Fue la gente de la UGOP, ¿verdad? Mi tío agachó la cabeza cuando le preguntó eso. Yo también creo que fue la gente de la UGOP,Lo creo porque ellos invadieron la parcela de Pantaleón hace como dos meses. Esa vez Pantaleón estaba encabronado,tanto, que me hizo pensar que se le había metido la locura, como dicen. Tal vez mi tío sabía lo que le pasaba, por eso le recomendó que no se hiciera justicia por su cuenta. Yo estaba seguro que no era capaz de eso, lo conocía bien y lo seguí cono

ciendo, porque fue a quejarse con las autoridades, quienes lo hicieron dar tantas vueltas que se aburrió.

Que nadie hizo nada por sacar a los de la UGOCET de la parcela de Pantaleón. Fueron dos días los que pasaron desde que salió nuevamente, talvez, como en otras ocasiones a sentarse bajo un palo de mango, cerca de su parcela, esperando que los de la UGOCET le entregaran sus tierrietas. No importa que se coman toda la siembra, pero que me las regresen, eran sus pensamientos.

Roque continuaba observando la foto cuando llegó la familia, es él verdad? le preguntó mi tía, secándose lo ojos con el rebozo, mientras la mujer de Pantaleón y los demás entraron. Luego se escucharon los gritos de la viuda. Yo sentí feo porque estaba seguro que ellos lo identificaron, hasta entonces mis tíos y yo entramos y nos acercamos al difunto. Es él, es Pantaleón. Sí, el mismo, le conteste mientras le contaba los pelos de la barba. Es él, le volví a decir. de eso estaba seguro porque ...

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Nocturno

Si la describo con metáforas, acabaría con la materia prima de quienes necesitan llorar sin llanto, reír sin carcajadas, morir sin putrefacción, matar sin condena; de los que necesitan amar sin sufrir. Si la describo con metáforas , el vuelo del colibrí dejaría de ser estático.

Así como el colibrí se alimenta de los floripondios, quiero creer que ella se alimenta de mí, que me succiona cada pensamiento... perno no.

Etérea y distante, pero tan cerca y tangible… pues su voz y la mía dialogan autónomas… su voz rechaza a la mía, pero no se rinde; insiste y la persigue. Allí va, de forma casi inútil, detrás de su vuelo tropezando.

Leo libros de astronomía prehispánica pera inventarme supersticiones, leyendas de amores lejanos con finales felices, para inventar historias, irrisorias, pero son artículos de superveniencia en la isla de la indiferencia.

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Consulto con el viejo Rito, para meditar el fracaso, que es inminente, pero el fracaso y los tiempos difíciles, son el alimento del revolucionario.

Podría describir mi fracaso en distancia, tiempo, edad; hasta fealdad. La geografía es un requinto complejo. Ella: una historia versátil. Desvelo, nocturno dolor, platónico anhelo de cercanía y contraste con la muerte, que me amenaza, acosa, tortura, pero no me asesina. es el objetivo de esta guerra de palabras… firmar la paz con la vida.

Holocausto de ilusiones, miradas guillotinadas, patíbulo de palabras es alimento de este colibrí, es tan noble, que deja intactos alcatraces, rosas, aún así ella es el consuelo en este túmulo que sepulta hasta mi voz

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