¿Cómo fueron sus primeros Años? Domingo Faustino Sarmiento nació el 15 de febrero de 1811 en la ciudad de San Juan. Sus padres fueron José Clemente Sarmiento y Doña Paula Albarracín y tuvieron quince hijos, de los que sólo sobrevivieron seis. Don Clemente y su hermano José Eufrasio Quiroga Sarmiento le enseñaron a leer a Domingo a los cuatro años. En 1816, mientras se reunía el Congreso de Tucumán, ingresó a una de las llamadas “Escuelas de la Patria”, fundadas por los gobiernos de la Revolución, donde tuvo como maestros a los hermanos Ignacio y José Rodríguez.
¿Cómo era la relación con su madre? El padre de Domingo no tenía un trabajo fijo, de manera que la tarea de mantener la familia recaía sobre doña Paula que instaló un telar en el patio de la casa. Sus clientes eran sus vecinos, y los conventos de San Juan que le encargaban las sotanas para sus frailes. Cuando Domingo terminó la escuela, Doña Paula quiso que estudie para sacerdote en Córdoba, pero el muchacho se negó.
¿Cómo continuó con sus estudios? En 1823 quiso estudiar en Buenos Aires y tramitó una beca. En su época las becas se daban por sorteo. Sarmiento no salió sorteado y, al no contar con el dinero suficiente, no pudo continuar sus estudios y tuvo que quedarse en San Juan. A partir de entonces será autodidacta (estudiará por su cuenta). Un amigo ingeniero lo ayudará con las matemáticas, su tío José de Oro, con el Latín y la Teología. El francés lo estudiará solo en sus ratos libres.
¿Cuándo conoció a Facundo? En 1827 los montoneros federales de Facundo Quiroga invadieron San Juan. Sarmiento quedó muy impresionado por el episodio y decidió oponerse a Quiroga e incorporarse al ejército unitario del general Paz. Con el grado de teniente, participó en varias batallas. Allí conoció al personaje de su libro más importante, Facundo, que tomó San Juan y gran parte de Cuyo. Tras la derrota de Paz en 1831, Sarmiento decidió exiliarse en Chile. Allí consiguió un puesto de maestro en una escuela provincial en un pueblito llamado Los Andes. Sus ideas innovadoras no le gustaron al gobernador. El maestro sanjuanino renunció y fundó su propia escuela en Pocura. Allí se enamoró de una alumna con quien tendrá su primera hija, Ana Faustina.
¿Quién era Facundo? Juan Facundo Quiroga fue un caudillo riojano. Luchó en las campañas libertadoras junto a San Martín. A partir de 1825, junto a los caudillos 04
federales Bustos e Ibarra enfrentó el proyecto político unitario de Rivadavia. Invadió Córdoba y se apoderó de la ciudad pero fue desalojado por el general unitario José María Paz, que lo venció en La Tablada el 23 de febrero de 1829 y en Oncativo un año después. Mantenía con Rosas una relación de aliado y era considerado por don Juan Manuel como su hombre en el interior. Las diferencias entre Rosas y Quiroga se centraban en el tema de la organización nacional. Mientras que Facundo se hacía eco del reclamo provincial de crear un gobierno nacional que distribuyera equitativamente los ingresos nacionales, Rosas y los terratenientes porteños se oponían a perder el control exclusivo sobre las rentas del puerto y la Aduana. Facundo fue asesinado el 16 de febrero de 1835.
¿En qué se diferenciaban los unitarios de los federales? Los unitarios eran partidarios del control administrativo y político de todo el país por parte de un poder central. Los federales proponían el respeto a la autonomía política y económica de las provincias asociadas. El federalismo acepta un gobierno central pero moderado por el poder de cada provincia.
¿Cuando se inició como periodista? En 1836 regresó a San Juan y concretó un sueño: fundar un diario desde donde poder transmitir sus ideas. Así nació El Zonda. Parece que las críticas de Sarmiento fueron muchas y alcanzaron al gobierno sanjuanino, que lo persiguió hasta lograr que cerrara el periódico en 1840. Decidió volver a Chile, con una vocación clara: el periodismo y un interés obse-
sivo, la educación, en la que veía la solución a la mayoría de los males que asolaban a la América Latina de su época.
¿Quién era el enemigo número uno para Sarmiento? Juan Manuel de Rosas, que en 1829 había asumido la gobernación de Buenos Aires y tenía una enorme influencia a largo de todo el país. Rosas era uno de los estancieros más poderosos de la provincia. En 1835, la muerte de Juan Facundo Quiroga creó una difícil situación. Los estancieros porteños pensaron que hacía falta “mano dura” para controlar la situación y le otorgaron la suma del poder público. A partir de entonces y hasta su caída en 1852, ejercerá el poder en forma autoritaria, persiguiendo duramente a sus opositores y censurando a la prensa, aunque contando con el apoyo de amplios sectores del pueblo de la provincia y de las clases altas porteñas. Muchos intelectuales, entre ellos Sarmiento, decidieron abandonar el país y oponerse a Rosas desde el exilio. Así, Montevideo y Santiago de Chile se transformaron en focos de la oposición antirrosista.
¿Qué hizo durante su exilio en Chile? La estadía de Sarmiento se prolongará por casi once años, de 1840 a 1851. Serán años de mucha creatividad y actividad intelectual. Allí publicará en 1845 su obra más importante, Facundo, Civilización y Barbarie, y fundará dos periódicos, La Tribuna y La Crónica, desde donde atacará a Juan Manuel de Rosas. Entre 1845 y 1848, el gobierno chileno, a través de su ministro Manuel Montt, lo envió a un largo viaje por el mundo, con el objetivo de estudiar y evaluar las nuevas corrientes pedagógicas. Visitó Uruguay, Brasil, Francia, España, Austria, Argelia, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, EEUU, Canadá, Panamá y Cuba. Sus experiencias quedaron reflejadas en el libro Viajes por Europa, África y América. El 19 de mayo de 1848, a poco de regresar a Chile se casó con la joven viuda sanjuanina Benita Martínez Pastoriza y adoptó a su hijo Dominguito.
¿Qué participación tuvo en la caída de Rosas? Cuando en 1851 el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, armó el Ejército Grande para derrocar a Rosas, Sarmiento sintió que el momento que había esperado durante veinte años había llegado. Se incorporó con el grado de teniente coronel y participó, el 3 de febrero de 1852, en la batalla de Caseros. Derrotado Rosas, entró a Buenos Aires y se dio el gusto de instalarse por unas horas en el escritorio de Rosas, de donde habían salido miles de órdenes de captura, de opositores, varias de ellas contra el propio Sarmiento. Allí escribió el último parte del Ejército Grande.
Por fin la Constitución Rosas había postergado sin fecha la sanción de una Constitución Nacional reclamada por todas las provincias. Era consciente de que ello hubiera significado nacionalizar la Aduana, el puerto y los recursos de Buenos Aires. Tras su derrota, ya no había excusas, había que organizar el país y Urquiza convocó a un Congreso Constituyente en Santa Fe para mayo de 1853. Pero aunque ya no estaba Rosas, los intereses de la clase alta porteña seguían siendo los mismos y Bartolomé Mitre y Adolfo Alsina dieron un golpe de estado, conocido como la Revolución del 11 de Septiembre de 1852. A partir de entonces, el país quedó por casi diez años dividido en dos: el Estado de Buenos Aires y la Confederación del
resto de las provincias con capital en Paraná. Poco después de estos hechos, Sarmiento se distanció de Urquiza y volvió a Chile.
¿Qué entendía Sarmiento por civilización y barbarie? Sarmiento subtituló su libro más importante, Facundo, con la frase que para él sintetizaba su pensamiento: civilización y barbarie. La civilización era para Sarmiento la expansión de las ciudades, el desarrollo de las comunicaciones, el progreso, la cultura europea, mientras que a la barbarie la situaba en el campo con sus costumbres atrasadas y las características de los gauchos y los indios, mezcladas con el atraso que nos venía dado por la tradición hispánica. En una carta de la década le aconsejaba a Mitre: “no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”.
¿Cuáles eran los temas que preocupaban a Sarmiento? Básicamente dos: la educación y la política. En Facundo hace una notable descripción de la Argentina y de lo que para él eran sus males. Centra sus críticas en Rosas y los caudillos, símbolos para él del atraso. En Viajes (1849) difunde los avances y el progreso de los países que visita y que él quisiera ver en Argentina. Su modelo ideal es el sistema económico y social de los Estados Unidos y así lo expresa en Argirópolis (1850), donde expone un proyecto para crear los Estados Unidos del Sur, uniendo Argentina, Uruguay y Paraguay con una nueva capital en la Isla Martín García y propone fomentar la inmigración, la agricultura y la inversión de capitales extranjeros.
¿Qué opinaba de la educación popular? “Los pueblos se encaminan a la igualdad y al nivelamiento posible en la distribución de los goces que la sociedad debe asegurar a cada uno de sus miembros, para que la asociación no sea en ventaja exclusiva de algunos cuantos nacidos para la riqueza, los honores, la ilustración y las ventajas de la vida civilizada, en detrimento del mayor número condenado a permanecer siempre en la miseria, el embrutecimiento y el vicio.”
¿Cuándo y por qué se instaló en Buenos Aires? En 1856 el gobierno de Buenos Aires lo convocó para hacerse cargo del Departamento de Escuelas. Inmediatamente puso manos a la obra y ese primer año creó 36 nuevos colegios. Junto a su colaboradora, la educadora Juana Manso, escribió Anales de la Educación Común. En 1857 es electo senador provincial. Desde su nuevo puesto presentará innovadores proyectos, como el que permitió confiscar 100 leguas de campos a orillas del río Salado para entregárselos a agricultores que no tenían tierras. Así nació Chivilcoy. Fomentó la extensión de la línea ferroviaria y la creación de nuevas ciudades. En 1860 el gobernador Mitre lo nombró su ministro de Gobierno. Pero al no encontrar el apoyo necesario para sus proyectos, renunció a su cargo.
¿Cuándo y dónde se inauguró el primer tren de la Argentina? El 29 de agosto de 1857 se inauguró el Ferrocarril del Oeste, primer tren del país. Unía la Estación del Parque -hoy Plaza Libertad- y el actual barrio de Flores. “No menos de treinta mil espectadores saludaban con aclamaciones, pañuelos y sombreros a la primera locomotora que, adornada con flores y
banderas, corría a triunfar del desierto. En el centro de la plaza se alzaba el improvisado altar y el arzobispo Escalada bendecía a La porteña y La Argentina. Al pasar el tren sobre el elevado puente del 11 de Septiembre, un compadrito cruzó al galope debajo de aquel golpeándose la boca y dando vivas. Un gaucho viejo venía entrando con su tropa de ganado; desmontóse, e hincado sobre el pasto, se persignó al pasar la locomotora. (...) Al regresar en treinta minutos, cinco menos que en el viaje de ida, para recorrer los diez kilómetros, no faltaron episodios curiosos como el muchacho que por apuesta se tendió sobre la vía, pasando el tren sobre él; y el cacique Yanquetruz, que, al subir, buscaba dónde escondían al caballo.”
¿Cómo fue su obra como gobernador? Urquiza fue derrotado en Pavón por Bartolomé Mitre quien se convirtió en el presidente de una Argentina que volvía a estar unida. Esta unidad se hizo desde Buenos Aires y en su beneficio. Mitre nombró a Sarmiento gobernador de San Juan. A poco de asumir, impuso en toda la provincia la enseñanza primaria obligatoria y creó escuelas para los diferentes niveles de educación, entre ellas, una de las más grandes del país para mil alumnos, el Colegio Nacional de San Juan, y la Escuela de Señoritas, para la formación de maestras. Sarmiento se propuso cambiar su provincia. Lo modernizó todo, trazó el primer plano de la ciudad, caminos, calles, construyó nuevos edificios públicos, hospitales, fomentó la agricultura y la minería. Y como si fuera poco, volvió a una vieja pasión: editar su diario El Zonda.
¿Qué responsabilidad tuvo en la muerte de El Chacho? En 1863 el caudillo montonero Ángel Vicente Peñaloza, conocido como “El Chacho”, intentó sublevar la zona de Cuyo contra la política centralista de Mitre. Sarmiento decretó el Estado de Sitio y dirigió la campaña que terminó con la vida del caudillo riojano. El ministro del interior de Mitre, Guillermo Rawson, pidió la renuncia de Sarmiento por decretar el Estado de Sitio, una facultad exclusiva del poder ejecutivo nacional. Así, en 1864, tras dos años de gestión, Sarmiento renunció a la gobernación. “No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados aquí he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses. (...) El derecho no rige sino con quienes lo respetan, los demás están fuera de la ley.”
¿Qué misiones cumplió como diplomático? Tras su renuncia como gobernador y para protegerlo de las críticas suscitadas por su actuación contra el Chacho, Mitre lo envió en 1864 a los EE.UU. como ministro plenipotenciario de la Argentina. Sarmiento llegó a Nueva York en mayo de 1865 y comenzará a frecuentar las universidades norteamericanas y será distinguido con los doctorados “Honoris Causa”, por dos ellas: la de Michigan y la de Brown. Allí también vivirá un gran romance con su profesora de inglés, Ida Wilckersham. Su alegría se apagaría de pronto al enterarse de que Dominguito había muerto en la Guerra del Paraguay.
¿Por qué se produjo la Guerra del Paraguay? Los gobiernos argentinos y brasileños habían aislado al Paraguay. Su único aliado era el Partido Blanco en el poder en Uruguay. Ante el derrocamiento de los blancos uruguayos, el presidente paraguayo, Mariscal
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Francisco Solano López, solicitó permiso al presidente Mitre para pasar por Corrientes y auxiliar a sus aliados. Mitre, que había apoyado el golpe en Uruguay, le negó el permiso. Solano López pasó igual y esto fue considerado por Mitre como una declaración de guerra, a la que pronto se sumaron Brasil y los nuevos gobernantes uruguayos, formando la Triple Alianza. Detrás de la Alianza estaba el capital inglés interesado en destruir el modelo paraguayo y obtener algodón para sus fábricas textiles. La guerra destruyó al Paraguay quedó despoblado de hombres y despojándolo de más de la mitad de su territorio usurpado por el Imperio Brasileño.
¿Quien era Dominguito? Era el hijo adoptivo de Sarmiento. Había nacido en Chile en 1845. Su padre, Juan Castro Calvo, murió cuando él era un bebé. A los tres años, su madre, Benita Martínez Pastoriza, se casó con Sarmiento quien lo adoptó. Combatió en la Guerra del Paraguay como capitán del Ejército Argentino. Sarmiento lo quería muchísimo y tras la muerte de Dominguito, ocurrida en el combate de Curupaytí en septiembre de 1866, cuando tenía 21 años, cayó en una profunda depresión.
¿Cuál era la situación del país cuando Sarmiento llegó a la presidencia? Mientras Sarmiento estaba en Estados Unidos, en la Argentina un grupo de políticos lo postuló como candidato a presidente de la Nación. Las elecciones, que se realizaron en abril de 1868, le dieron el triunfo y emprendió el regreso para asumir la presidencia el 12 de octubre de ese año. Cuando llegó a la presidencia Sarmiento tenía 57 años y muchos proyectos por delante. Pero no las tendrá todas consigo. El Senado obstaculizará sus proyectos más progresistas. En la Cámara de Diputados, sobre 50 legisladores, 35 eran opositores. La prensa porteña, por su parte, lo hostilizará por su condición de provinciano. Recibió un país endeudado y con la Guerra del Paraguay en pleno desarrollo que se llevaba la mayoría del presupuesto.
¿Cómo funcionaba el modelo agro-exportador? La Argentina por aquel entonces exportaba materias primas (cereales, lana, carne y cuero) e importaba productos elaborados (muchas veces con nuestras lanas y carnes). Nuestro principal comprador y vendedor seguía siendo como en 1810 Inglaterra, que siempre tenía un saldo a su favor porque las manufacturas son siempre más caras que las materias primas. Además los países productores de manufacturas tienen dos ventajas fundamentales: 1) no dependen de la naturaleza para su producción (inundaciones, sequías, etc. no la afectan) 2) dan empleo a mucha más gente que los que producen materias primas, que ganando mejores sueldos, los gastan en esas mismas industrias, dentro del mercado interno.
¿Qué datos de interés aportó el primer censo? Para tener un diagnóstico claro del país que iba a gobernar, Sarmiento dispuso en 1869 que se realizara el primer censo nacional. El país tenía
1.836.490 de habitantes, de los cuales el 31% habitaba en la provincia de Buenos Aires. Los analfabetos alcanzaban al 72 % de la población y el 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Solamente el 1% de los argentinos había podido graduarse en alguna carrera universitaria.
¿Cuál fue una de las mayores obsesiones de Sarmiento? Las comunicaciones. Sarmiento sabía que en un país tan grande como la Argentina, el progreso dependía en gran parte de los ferrocarriles, telégrafos, teléfonos y canales fluviales. Había comprobado en los Estados Unidos que esa era la única manera de integrar a una Nación tan extensa y fomentar el desarrollo de su mercado interno apoyando el comercio entre las regiones. Logró durante su presidencia que se tendieran 5.000 kilómetros de cables telegráficos y en 1874, poco antes de dejar la presidencia pudo inaugurar la primera línea telegráfica con Europa. Modernizó el correo y extendió la red ferroviaria de 573 kilómetros en 1868 a 1331 en 1874.
¿Por qué se lo recuerda como el gran maestro? Por el gran impulso que le dio a la educación. Durante su presidencia fundó unas 800 escuelas en todo el país, la Facultad de Ciencias Exactas, el Observatorio Nacional de Córdoba y los institutos militares (Liceo Naval y Colegio Militar). Al terminar su presidencia 100.000 niños cursaban la escuela primaria.
¿Qué hizo tras terminar su mandato presidencial? Sarmiento terminó su mandato en 1874 y ya un año después ocupa el cargo de Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires mientras seguía ejerciendo el periodismo, ahora desde el diario La Tribuna. Poco después fue electo senador por San Juan. En esa época vivía con su hermana, su hija y sus nietos en la calle Cuyo, actual Sarmiento 1251. En 1880 el electo presidente Roca lo nombró Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. Desde allí continuó fundando escuelas por todas partes e impulsó la sanción de la Ley 1420, que establecía la enseñanza primaria, gratuita, obligatoria, gradual y laica para todos los habitantes del país.
¿Cómo fueron sus últimos momentos? En 1888, a los 77 años, decidió mudarse al clima cálido del Paraguay. Desde allí le escribe a su amada, Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, autor del Código Civil: “Venga al Paraguay, venga que no sabe la Bella Durmiente lo que se pierde de su Príncipe Encantado. Venga y juntemos nuestros desencantos para ver sonreír la vida”. Aurelia viajó al Paraguay, y lo acompañó durante esos meses, pero tuvo que viajar a Buenos Aires a principios de septiembre. Sarmiento murió el día 11 de ese mes de 1888. De acuerdo a su voluntad, su cuerpo fue cubierto con las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, y trasladado a Buenos Aires. Fuente El Historiador
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El Cabildo de Buenos Aires fue el ayuntamiento o corporación municipal de la ciudad de Buenos Aires que funcionó desde la fundación de la ciudad en 1580 hasta su supresión en 1821. En la actualidad la expresión cabildo de Buenos Aires se utiliza para referirse al edificio que albergó al ayuntamiento, el cual, con modificaciones en su estructura, es hoy el Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo. El cabildo de Buenos Aires fue escenario central de la Revolución de Mayo de 1810, que derrocó al virrey español Baltasar Hidalgo de Cisneros y derivó en la guerra que llevó a la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El edificio del cabildo se halla situado en la calle Bolívar N° 65, en donde ocupa un solar asignado para él por el fundador de la ciudad, Juan de Garay, frente a la Plaza de Mayo, el centro fundacional de la ciudad. Fue declarado monumento histórico nacional en 1933 y fue objeto de sucesivas alteraciones, fijándose su aspecto actual en 1940.
Aspectos históricos del edificio Cuando Juan de Garay fundó Buenos Aires en 1580, la humildad del asentamiento era tal que no fue construido un edificio para instalar el Ayuntamiento, sino que sus reuniones se realizaban en las casas de los vecinos, encerrando a los presos en las casas de los mismos cabildantes. El gobernador Hernandarias primero cedió una de las construcciones del Fuerte para que funcionase como Sala Capitular, y más tarde ordenó la instalación de un horno de tejas para la obra del edificio propio para el Cabildo.
Primera construcción El 3 de marzo de 1608, el alcalde Manuel de Frías propuso la necesidad de construir un cabildo. Ese 30 de junio, Hernandarias comunicó que los trabajos ya habían comenzado. El lote para el nuevo edificio ya había sido asignado por Garay en 1580. En realidad el solar, situado al frente de la Plaza Mayor, se encontraba en contra de lo reglamentado por las Leyes de Indias, que establecían que
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el Cabildo debía ubicarse entre la Plaza y el Templo, junto a las Casas Reales y a la Aduana, en un sector más lejano. La obra se financió por medio de nuevos impuestos a las naves que entraban y salían del puerto de Buenos Aires. La construcción de las dos humildes salas (la Sala Capitular y la Cárcel) estuvo a cargo de del alarife Juan Méndez, Hernando de la Cueva estuvo a cargo de la tirantería, Pedro Ramírez de las puertas y ventanas, Henando Álvarez del revoque y blanqueo y unos tejeros brasileros de la techumbre.Su construcción finalizó hacia 1610, aunque al poco tiempo comenzaron varias remodelaciones a su forma original que terminarían después de 200 años. En 1612 concluyeron las obras de las Casas del Cabildo, que incluían un solar y locales que luego se alquilarían. Después de dos años, y debido a la cantidad de presos alojados, el Cabildo resultó chico y tuvo que ser destinado totalmente a su función de cárcel, con lo cual las reuniones de autoridades se realizaron en la casa del gobernador y posteriormente en el fuerte. Debido a que durante varios años no se hizo un mantenimiento del edificio, pronto se lo vio en ruinas. El primitivo Cabildo comenzó a derrumbarse ya en 1632, con lo cual se emprendió la construcción de uno nuevo, que recién comenzó en 1635 y se extendió durante más de cinco años debido a la falta de fondos. En mayo de 1682, las autoridades propusieron la construcción de un edificio de dos plantas, que contendría: Planta alta: Sala Capitular y Archivo. Planta baja: cárcel para personas privilegiadas, calabozos comunes para hombres y otro para mujeres, cuarto para vigilancia y habitaciones para jueces y escribanos. Sin embargo, el proyecto no progresó, y la ciudad se contentó con mantener el viejo edificio, insuficiente a medida que comenzaba a crecer la población.
Segunda construcción En 1711 la Corona autorizó a que se realizara una construcción más sólida. Después de rechazar en 1722 un proyecto del ingeniero Domingo Petrarca, por considerarlo demasiado costoso, el 23 de julio de 1725 comienza la construcción del nuevo edificio, según planos de los arquitectos jesuitas Giovanni Battista Primoli y Andrés Bianchi, castellanizado en la colonia como Andrés Blanqui. Inicialmente la planta realizada por Primoli tenía forma de una “u” constituida por una suma de habitaciones, aunque a Blanqui le tocó el diseño de la parte más notoria: la fachada. Siendo Blanqui de origen lombardo, de acuerdo con los estudios llevados en el s. XX por Dalmasio Sobrón- la arquitectura de la fachada está más
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relacionada con el barroco de Lombardía, en donde tuvo vigencia una tradición manierista, que con el típico de España. Por otra parte Blanqui estaba más inspirado por tratadistas italianos del s. XVI como Palladio, Serlio y Vignola; es por eso que, pese a ser un edificio bastante austero, para el Cabildo porteño Blanqui hizo uso del arco albertiano por el cual se retoma el motivo del arco triunfal romano con la peculariedad que en el Cabildo se le utiliza superpuesto en dos plantas: en el centro de la galería superior que da al balcón y en el centro de la galería inferior. Otro elemento de la tradición lombarda son las pilastras toscanas pareadas de modo que forman nichos entre ellas (en la tradición italiana tales nichos servían para ubicar esculturas en ellos, aunque en el Cabildo esto nunca se llevó a cabo), tales pilastras articulan decorativamente al muro de la fachada. Otro elemento del barroco lombardo es la cornisa curva de la torre semejante a la del Santuario della Madonna dei Ghirli.
La construcción se vio postergada con la partida de los arquitectos a la ciudad argentina de Córdoba en 1728 en donde se dedicarían a la prosecución de las obras de la Catedralde dicha ciudad. Los trabajos en el Cabildo porteño se reiniciaron en 1731, a cargo de los maestros albañiles Miguel Acosta y Julián Preciado. En agosto de 1731 se reiniciaron las obras que nuevamente se suspendieron en 1732 por falta de presupuesto. Así, el edificio fue entregado para su uso hacia 1740. En 1748, un conjunto de carpinteros y herreros encabezados por Diego Cardoso dotó de puertas y rejas al Cabildo, y ante la pobreza del Ayuntamiento, se les llegó a pagar por su trabajo con barras de chocolate. En octubre de 1763 fue comprado en Cádiz un reloj para instalar en la torre del edificio, que con sus campanadas se destacaría en la tranquila ciudad, hasta que en 1770 el gobernador Bucarelli ordenó que dejase de sonar. En 1765, se dio por terminada la torre del Cabildo, y en 1767 se amplió la cárcel hacia los fondos del terreno, pudiendo recién entonces separar a hombres de mujeres. En febrero de 1779 ocurrió un suceso casi fantástico, cuando en una tormenta la torre del edificio fue alcanzada por un rayo (según versiones, este tocó directamente la frase “Casa de Justicia”, borrando la sílaba Jus), y los mecanismos del reloj quedaron seriamente dañados. En 1783 se logró finalizar la Capilla y se agregaron más calabozos, y en 1794 el edificio fue sometido a una restauración general. El balcón concejil de hierro fue agregado a fines de s. XVIII. Después de los sucesos de la Revolución de Mayo, de los cuales el Cabildo fue epicentro, este organismo fue disuelto en 1821, y a partir del año siguiente comenzaron a funcionar en el edificio fueros civiles.
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Durante las siguientes décadas el Cabildo se mantuvo sin mayores modificaciones, e incluso su reloj comenzó a sufrir recurrentes averías debido a su antigüedad, en tiempos deJuan Manuel de Rosas, al punto que un cronista francés comentó burlonamente, en 1850, que el gobernador terminó ordenando a los relojeros de la ciudad que ajustaran sus cronómetros al reloj del Cabildo, sin importar la hora que diese. En 1860, este reloj fue reemplazado por uno adquirido en la casa inglesa Thwaites & Reed, mientras que el viejo reloj español fue trasladado a la iglesia de Balvanera.
Torre del Cabildo La torre, elemento característico en los ayuntamientos medievales, se incorporó definitivamente en 1765. Aunque luego sufrió drásticas modificaciones. En 1879, avanzó el proyecto para instalar en el antiguo edificio la Cámara Civil, ya que el Poder Judicial no poseía aún un edificio propio. El arquitecto Pedro Benoit diseñó una reforma integral: elevó la torre diez metros y colocó una cúpula azulejada con aires nórdicos, el techo perdió sus tradicionales tejas y los balcones fueron vestidos con balaustradas, la arcada principal enmarcada por columnatas y toda la fachada recibió un tratamiento italianizante. Los gustos por la moda europea hacían que la arquitectura colonial fuera vista como pobre e insípida, y así el Cabildo fue sencillamente disfrazado, perdiendo proporcionalidad y autenticidad: la desgarbada torre no tenía nada que ver en estilo con las arquerías coloniales ni con las balaustradas. Sin embargo solo duraría así cerca de una década.
Demolición y reconstrucción En 1889, debido a la apertura de la Avenida de Mayo, el ingeniero Juan Antonio Buschiazzo tuvo que demoler un costado del Cabildo, con lo cual desaparecieron los tres arcos del lado norte. Se aprovechó la oportunidad para demoler la torre construida por Benoit, pues su excesivo peso ponía en peligro la estabilidad de la construcción. De esta manera el edificio perdió su simetría frontal, hasta que en agosto de 1931, siendo presidente de facto José Félix Uriburu, se demolieron los otros tres arcos del lado sur para abrir la diagonal Julio A. Roca, a pesar de las protestas generalizadas. Con motivo de esta demolición el Intendente José Guerrico afirmó que se había dado “un paso hacia la total demolición del vetusto edificio que deberá desaparecer cuanto antes pues así lo reclama el progreso de la ciudad” y solicitó al poder ejecutivo nacional que le entregase el edificio a la ciudad. Pero la campaña de los diarios en contra del proyecto de demolerlo, encabezada por La Nación, llevó a una movilización pública que terminó por echar atrás el proyecto. En sus páginas de agosto de 1932 el periódico manifestaba que “ningún interés puede justificar la destrucción de la reliquia histórica más apreciada por lo argentinos” y señalaba “el afán excesivo de la opulencia material”. Entonces, el 19 de mayo de 1933, se produjo la sanción a la ley n° 11 688 (gracias a un
proyecto de Carlos Alberto Pueyrredón) que dispuso la restauración de la Sala de Reuniones del Gobierno Patrio. A partir de entonces y a lo largo de esa década del 30’ se presentaron muy diversos proyectos para conservar el monumento histórico o darle una mayor grandiosidad. El 28 de abril de 1938 el Poder Ejecutivo nacional creó la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, que un año luego de instaló en el Cabildo como sede permanente. Esta comisión encomendó al arquitecto Mario Buschiazzo la restauración de la Sala Capitular y las dependencias de la planta alta. Para lograr esto Buschiazzo se basó en planos del proyecto de Benoit, y logró restaurar las salas en noviembre de 1939, junto con el primer piso. Para la restauración del resto del edificio buscó rescatar los elementos originales, la mayoría de los cuales se hallaban en el depósito municipal. El principal problema lo constituyó la fachada posterior, pues no se guardaba documentación de la misma, de manera que se optó por hacerla similar a la delantera. La torre se reconstruyó en hormigón armado para poder diferenciar las partes nuevas de las antiguas, y se redujo con respecto al tamaño que tenía en la época de la colonia dado que de haberlo conservado hubiese quedado desproporcionada con el menor tamaño de apenas cinco arcos que tenía ahora el Cabildo. La restauración total fue inaugurada el 11 de octubre de 1940 y aunque la obra también tuvo algunas críticas, fue la primera restauración de un Monumento Histórico Nacional realizada en la Argentina que buscó recuperarla científicamente. La obra incluyó la creación de una plaza detrás del edificio, que estuvo ocupada por vendedores ambulantes de libros antiguos, pero en 1960, con la llegada del sesquicentenario de la Revolución de Mayo, se los expulsó con la idea de crear una casa similar a los Altos de Riglos (un edificio colonial que existía en el lote vecino al Cabildo) y modelar un patio colonial que “ofreciera una visión de antaño en el mismo centro delBuenos Aires moderno”. Además, un sector del muro perimetral sobre la esquina de la calle Yrigoyen fue modificado para la construcción de una boca de acceso a la estación Bolívar del subte, inaugurada en 1966.
James Cleveland Owens nació en Alabama el 12 de septiembre de 1913 siendo el séptimo vástago de Henry y Emma Owens. Este hijo de labradores y nieto de esclavos, tenía nueve años cuando su familia, uniéndose a la gran inmigración negra hacia el norte, se afincó en Cleveland, Ohio, donde la maestra de su nuevo colegio le dio el nombre con el que se daría a conocer en todo el mundo. Cuando le preguntó cómo se llamaba, el joven Owens le contestó: J.C; pero ella entendió Jesse. El nombre se quedó y a partir de ese momento fue conocido como Jesse Owens para el resto de su vida. Desde pequeño lucía un cuerpo raquítico y era propenso a las enfermedades. Nadie hubiera dicho entonces que aquel enclenque muchacho, que a los siete años estuvo al borde de la muerte por una neumonía, se convertiría en uno de los mejores atletas de todos los tiempos. Sus compañeros de clase lo apartaban de los juegos y él, para no aburrirse, se dedicaba a dar vueltas y más vueltas al campo de beisbol. Durante una de esas vueltas, su profesor de gimnasia, Charles Ripley, lo vio correr y le dijo: “Dentro de unos años serás el mejor atleta del mundo”. No se equivocó. Jesse había encontrado en el deporte una válvula de escape a su condición de negro, que tantos problemas conllevaba en EEUU por aquel entonces. Y en Ripley, a su gran mentor. Su prometedora carrera deportiva comenzó en 1928 cuando estableció récords en la escuela secundaria en varias pruebas de longitud. Durante esa etapa ganó todas las pruebas de pista más importantes, incluyendo los campeonatos del Estado de Ohio durante tres años consecutivos. En el Interescolar Nacional de Chicago, durante su último año, estableció un nuevo récord mundial de la escuela secundaria en la prueba de 100 yardas, que corrió en 9,4 segundos. Su sensacional carrera en el mundo del atletismo escolar, ganó 74 de las 79 carreras que disputó, hizo que decenas de universidades quisieran ficharle. Owens eligió la Universidad de Ohio State, que a pesar de no poder ofrecerle una beca de atletismo en ese momento, le aseguró un trabajo para él y para su padre. Trabajó como ascensorista nocturno, de camarero, gasolinero, en la biblioteca, y todo esto mientras seguía practicando y perfeccionando el atletismo. Jesse dio al mundo un anticipo de lo que vendría en Berlín durante la Big Ten Conference en Ann Harbor, Míchigan en 1935. En un lapso de 45 minutos, Owens estableció cuatro récords mundiales. Igualó el récord mundial de 100 yardas (9,4 segundos) y pulverizó los récord mundiales de salto de longitud (8,13 metros, un récord que duró 25 20
años), 220 yardas lisas (20,3 segundos) y 220 yardas vallas (22,6 segundos, convirtiéndose en la primera persona en bajar de los 23 segundos). Durante tres cuartos de hora mágicos, Jesse logró lo que muchos expertos todavía consideran como el mayor logro deportivo en la historia de la creación. A raíz de este día, se lo empezó a conocer con el sobrenombre de el Antílope de Ébano. Tras su exhibición en Ann Harbor, Jesse Owens aterrizó en los Juegos Olímpicos de 1936, que se celebraron en la Alemania nazi, en medio de la creencia de Hitler de que los Juegos iban a ratificar su tesis de que los alemanes ‘arios’ eran la raza dominante. Pero el antílope de ébano tenía otros planes. Jesse Owens, el afroamericano nieto de esclavos, se convirtió en el primer atleta en ganar cuatro medallas de oro en una sola Olimpiada, marca no igualada hasta 1984, cuando el estadounidense Carl Lewis repitió la hazaña en Los Angeles. Owens se ganó el cariño de los alemanes en 10 carreras y dos concursos de salto de longitud en el intervalo de seis días de competición. El 3 de agosto ganó la final de los 100 metros, pero en la calificación de la longitud no estaba teniendo un buen día. El norteamericano llevaba dos nulos y sólo le quedaba un intento. En ese momento, Lutz Long, paradigma de la raza aria -blanco, alto, rubio, ojos azules- se acercó al atleta negro en apuros y le dijo “Puedes calificar con los ojos cerrados, sólo retrasa algo tu salto para no hacer nulo”. Se clasificó y al día siguiente batió al alemán en la final, que no dudó en saludarle y acompañarle en su vuelta triunfal ante un furioso fhurer.”Se podrían fundir todas las medallas que gané y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Long”, recordaría años después Jesse Owens. Tras morir Long durante la Segunda Guerra Mundial, el americano se encargó de pagar los estudios a su hijo. El tercer título olímpico llegó el día 5 en los 200 metros y el día 9, el cuarto, en el relevo de 4x100 que dominó Estados Unidos. Owens, corrió con las zapatillas de clavos que le regalaron los hermanos Dassler, que después uno fundaría Puma y el otro, Adidas. Otros atletas han ganado más medallas, pero Jesse Owens fue único porque dejó un legado para la historia. Su gesta en Berlín no sólo desacreditó la teoría de la raza superior de Hitler, sino que también constató que es la excelencia individual, y no la raza o el origen nacional, lo que distingue a un hombre de otro. Jesse Owens fue aclamado por más de 100.000 personas en el Estadio Olímpico de Berlín. Muchos berlineses le pedían autógrafos cuando le
veían por la calle. Durante su estancia en Alemania se le permitió viajar y hospedarse en los mismos hoteles que los blancos, lo cual en ese momento no dejaba de ser una ironía, ya que los afroamericanos en los EEUU no tenían igualdad de derechos. El entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, rehusó recibir a Owens en la Casa Blanca. Roosevelt se encontraba en campaña electoral y temía las reacciones de los estados del Sur (notoriamente segregacionistas) en caso de rendirle honores a Owens. Este comentó más tarde que fue Roosevelt quien peor lo trató: “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”. Tras su vuelta a EE.UU Owens tuvo que trabajar como bedel. El tetracampeón olímpico tuvo que buscarse la vida más como showman que como atleta, con carreras contra caballos o coches. Pero Jesse Owens había demostrado en Berlín que los sueños pueden hacerse realidad. Se convirtió en una fuente de inspiración hacia los grupos de jóvenes más desfavorecidos y dio charlas en organizaciones profesionales, reuniones cívicas, eclesiásticas y en los programas de historia negra, así como en graduaciones y ceremonias universitarias. En 1976, Owens recibió el más alto honor civil en los Estados Unidos cuando el presidente Gerald Ford le hizo entrega de la Medalla de la Libertad frente a los miembros del equipo olímpico estadounidense que iba a participar en los Juegos de Montreal. En febrero de 1979, regresó a la Casa Blanca, donde el presidente Jimmy Carter le otorgó el premio Living Legend. Jesse Owens murió de cáncer de pulmón el 31 de marzo de 1980, en Tucson, Arizona. Aunque las palabras de dolor, condolencia y admiración llegaron de todas partes del mundo, tal vez fue el presidente Carter quién mejor le definió: “Tal vez ningún atleta simbolizó mejor la lucha del hombre contra la tiranía, la pobreza y la intolerancia racial. Sus triunfos personales fueron el preludio de una carrera dedicada a ayudar a los demás. Su trabajo con los jóvenes atletas, como embajador no oficial en el extranjero, y portavoz de la libertad son un rico legado a sus conciudadanos “. El espíritu de Jesse aún vive en sus tres hijas, Gloria, Marlene, y Beverly, y su trabajo en la Fundación Jesse Owens, que mantiene vivo el legado de Jesse, proporcionando ayuda económica, apoyo y servicios a las personas jóvenes con potencial para desarrollar sus talentos, ampliar sus horizontes, y convertirse en mejores ciudadanos. No hay duda de que Jesse estaría orgulloso. Fuente: Diario Mundo Deportivo
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PARÍS 1924 Tras varios intentos por enviar participantes a los Juegos, la historia olímpica argentina comenzó en París 24. El punto de partida fue el 31 de diciembre de 1923 cuando el presidente Marcelo T. de Alvear, por decreto, creó el Comité Olímpico Argentino (COA) y votó una partida de 250 mil pesos para solventar los gastos con fondos de premios no cobrados por los beneficiarios de la Lotería Nacional. En Europa, el recuerdo de la Primera Guerra Mundial todavía estaba latente y aún se veían las huellas de las bombas cuando un grupo integrado por 93 argentinos (todos hombres) se atrevió a cruzar el océano Atlántico en barco. Curiosamente, en ese viaje que demandó cuatro semanas eternas, realizaron la etapa final de su preparación. El COA envió representantes en yachting, remo, tiro, natación, pesas, esgrima, atletismo (100, 200 y 400 metros, 110 y 400 metros con vallas, posta 4x100 metros, decatlon y saltos en largo y triple), pentatlon moderno, boxeo, tenis, ciclismo y polo. Aquel equipo de polo había empezado a seleccionar los caballos que llevarían a la capital francesa un año antes de la partida. Y justamente fue este deporte el que llegó a París con el objetivo y la confianza de ganar una medalla. Y no defraudó. Guillermo Brooke Naylor, Juan Miles, Enrique Padilla, Arturo Kenny, Jack Nelson y Alfredo Peña demostraron que el polo argentino era (y todavía lo es, claro) el mejor del mundo para lograr la primera medalla de oro en la historia de Argentina. En su camino a la gloria, los ‘Cuatro grandes del Sur’ (así fueron conocidos internacionalmente Kenny, Nelson, Padilla y Miles) disputaron cuatro partidos marcando 46 goles y recibiendo sólo 14. Los atletas de Francia y España fueron derrotados por 15 a 2 y 16 a 1 respectivamente, y luego quedaron en el camino los de Gran Bretaña por 9 a 5. Ya en la final frente a Estados Unidos, el partido fue más parejo y se definió para los argentinos por 6 a 5 con un gol agónico de Jack Nelson en los segundos finales del séptimo y último chukker. Sin embargo fue el boxeador Pedro Quartucci (luego sería un reconocidísimo actor) el primero en obtener una medalla olímpica individual al ganar el bronce en la categoría pluma. Desde ese momento el boxeo empezó a escribir la página más gloriosa del deporte olímpico argentino ya que la de Quartucci fue la primera de las 24 medallas que este deporte consiguió a lo largo de los Juegos, algo que ninguna otra disciplina ha obtenido. A esas dos medallas en la primera participación del COA hay que sumarles también las de plata de Héctor Méndez y Horacio Copello en boxeo (categorías medio mediano y liviano, respectivamente) y la de Luis Brunetto en salto triple. Pero hubo además una de bronce, de Alfredo Porzio, entre los pesados de boxeo. El caso de Brunetto fue para 26
destacar ya que siendo un atleta desconocido estuvo al frente de toda la competición con una marca de 15,42 metros. Pero en su último intento el australiano A. W. Winter, con 15,52, batió el récord olímpico y mundial y se quedó con el oro.
AMSTERDAM 1928 La nueva cita olímpica fue en la ciudad holandesa. Cuatro años después y con los sueños renovados, una delegación argentina de 101 deportistas volvió a embarcarse rumbo a Europa. El COA inscribió a deportistas en atletismo, boxeo, ciclismo, esgrima, fútbol, equitación, lucha, natación, deportes de invierno, pesas, remo y yachting. El buque a vapor ‘Andes’ transportó a los deportistas argentinos a Amsterdam un mes y medio antes del inicio de los Juegos, para que pudieran realizar una buena preparación final. Los resultados en esta edición volvieron a dejar un saldo positivo para el deporte argentino puesto que se obtuvieron siete medallas otra vez. Si se tiene en cuenta que en dos presentaciones ya se habían conquistado 14, el panorama era alentador. Igualmente se estaba lejos de las potencias. Las máximas alegrías en Amsterdam las trajeron el boxeo y la natación. Víctor Avendaño ganó la medalla de oro entre los medio pesados de boxeo. Cuatro rivales sucumbieron al poder de sus puños hasta que llegó el 11 de agosto cuando venció por puntos al alemán Ernst Pistulla. Así Avendaño se convirtió en el primer campeón olímpico individual argentino. Arturo Rodríguez Jurado es un nombre que también entró en la historia olímpica argentina al lograr su hazaña de obtener su medalla de oro en la categoría pesado. En su segunda y última participación en los Juegos, Rodríguez Jurado era el de talla más pequeña de todos los boxeadores de su categoría. Tres contendientes quedaron en el camino (uno de ellos por nocaut) hasta llegar a la final frente al sueco Nils Ramm. Rodríguez Jurado subió al ring a pegar sin pensar y cuando terminó el primer round
Ramm tenía su cara ensangrentada y ambos ojos cerrados. El árbitro no dudó en declarar campeón al argentino. Años más tarde continuó la carrera deportiva de Rodríguez Jurado, pero en el rugby, donde llegó a ser capitán del seleccionado nacional. Ante el asombro de todos, la tercera medalla de oro de estos Juegos llegó un 9 de agosto a través del nadador Alberto Zorrilla luego de consagrarse en los 400 metros libre y de establecer un nuevo récord mundial. Zorrilla había sufrido pleuresía a los 7 años, una enfermedad temible en ese entonces, y, para recuperarse, su médico les recomendó a sus padres que hiciera natación. A los 18, en París 24, se había quedado a un paso de las finales de los 100 y 400 metros libre. Pero a Amsterdam llegó en su mejor momento. En la final de los 400 el duelo estaba dado entre el sueco Arne Borg y el australiano Andrew Charlton. Borg se retrasó en la largada y Charlton entabló una lucha con el estadounidense Clarence Crabbe (luego se haría mundialmente famoso en el cine, como ¨Flash Gordon¨). Faltando 25 metros, Zorrilla, que ocupaba el andarivel número 6, de repente se acercó a los líderes y terminó superándolos. La actuación en Amsterdan se completó con tres medallas de plata y una de bronce. Raúl Landini consiguió el segundo lugar en la categoría welter de boxeo, al igual que Víctor Peralta en pluma. La otra medalla de plata fue para el fútbol. Por primera vez el COA participó en este deporte en los Juegos Olímpicos y no decepcionó. El equipo nacional alcanzó la final goleando sucesivamente a las selecciones de los Comités Olímpicos de Estados Unidos por 11 a 2, Bélgica por 6 a 3 y Egipto por 6 a 0. En ese conjunto se destacó la eficacia de Domingo Tarascone, de Boca, quien convirtió cuatro goles en cada uno de estos partidos. Argentina y Uruguay disputaron la medalla de oro en la final. Pero hicieron falta dos partidos para llegar a una definición porque el primero lo empataron 1 a 1. Tres días después Uruguay venció 2 a 1 con goles de Figueroa y Scarone. Monti marcó para Argentina. Así comenzó la odisea por conseguir el máximo galardón en fútbol que recién se lograría 76 años más tarde. ¿La medalla de bronce? Fue para el equipo de florete compuesto por Roberto Larraz, Raúl Antaguzzi, Luis y Héctor Luchetti, Camilo Caret y Oscar Viñas.
LOS ÁNGELES 1932 Inscriptos en atletismo, boxeo, esgrima, natación, pesas y tiro, los argentinos viajaron, una vez más, con todas las ilusiones. Sólo 36 atletas partieron hacia la costa oeste de Estados Unidos. Una delegación notablemente más pequeña a las que habían representado al COA en los Juegos anteriores. Como ya era habitual, el boxeo aportó la mayor cantidad de medallas: dos de oro y una de plata. Aquellas las consiguieron Santiago Lovell en la categoría pesado y Carmelo Robledo en pluma; y la de plata, Amado Azar en mediano. Lovell, de chico, había sido vendedor de diarios y más de una vez había tenido que defender su puesto a las trompadas. Por eso lo apodaban ‘Terror de Dock Sud’ a quien partió a los Juegos con la convicción de que traería la medalla de oro. Y así lo hizo. Venció por puntos al italiano Luigi Rovati en el combate decisivo y cumplió con su pronóstico. Carmelo Robledo también había sido repartidor de diarios en su infancia, en la esquina de avenida Córdoba y Rodríguez Peña. Allí, en la calle, aprendió a boxear a los 12 años. En Los Ángeles 32, en tres días sucesivos, tuvo tres combates, con tres claras victorias, demostrando toda su experiencia ganada en Amsterdam 28. La pelea por el oro fue ante el alemán Josef Schleinkofer pero para esa pelea hay una historia: increíblemente el transporte que debió llevarlo desde la villa Olímpica hasta el estadio no llegó. Entonces el cocinero de la delegación nacional,
que era un argentino radicado en Los Ángeles, se ofreció a llevarlo en su auto particular. Felizmente llegó a tiempo y derrotó a Schleinkofer por puntos sin dejar dudas ante un rival que lo superaba físicamente. Para recordar, al volver a Argentina le regaló a su madre dos fotos que se había sacado con los actores Mary Astor y Clark Gable, dos estrellas de Hollywood. En estos Juegos se dio una de las hazañas más grandes que el deporte argentino supo conseguir. El rosarino Juan Carlos Zabala, el ‘Ñandú criollo’, se dio el gusto de ganar el maratón. Huérfano desde los 6 años, Zabala se había criado en un orfanato de Marcos Paz donde comenzó a destacarse en el atletismo. A la hora de la largada de aquel inolvidable 7 de agosto, Paavo Nurmi, el ‘Finlandés volador’, se le acercó y le dijo que si corría con la cabeza ganaría. Zabala salió primero del estadio Olímpico repleto por 75 mil espectadores. Siempre se mantuvo entre los puestos de punta y a cuatro kilómetros de la meta recuperó el liderazgo para no dejarlo jamás. El joven con el número 12 en la espalda y una ‘A’ en el pecho de su camiseta de algodón blanca con una franja celeste, cruzó la meta luego de competir durante dos horas, 31 minutos y 36 segundos estableciendo un nuevo récord olímpico y ganándose un lugar en la historia grande del atletismo argentino y mundial.
BERLIN 1936 Con 55 atletas la delegación del COA partió rumbo a una Berlín que vivía e los comienzos del nazismo con Hitler a la cabeza. Los deportistas participaron en atletismo, esgrima, boxeo, natación, polo, remo, tiro y yachting y cumplieron una de las actuaciones más recordadas en los Juegos Olímpicos: nuevamente la cosecha fue de siete medallas (al igual que en París 24, Amsterdam 28 y Londres 48) aunque con la novedad de que por primera vez en la historia de Argentina participó una mujer. Ella fue la nadadora Jeannette Campbell, quien logró la medalla de plata en los 100 metros libre a sólo 20 centésimas de la holandesa Hendrika Mastenbroek. Campbell había comenzado su historia con el deporte a los 6 años en Belgrano, donde jugaba al hockey sobre césped. Diez años después obtuvo su primer título argentino de natación. Su preparación para los Juegos no había sido fácil: para poder entrenarse durante los 24 días que el buque ‘Cap Ancona’ tardó en llevar a los atletas a Berlín, su entrenador Carlos Borras había comprado una soga elástica para que pudiese nadar junto al borde de la pileta, que tenía sólo cinco metros de largo. El boxeo continuó ganando medallas. Como no podía ser de otra manera, la delegación de boxeadores argentinos no se fue de Berlín sin el oro. Esta vez el turno fue de Oscar Casanovas en la categoría pluma, quien luego de vencer al sudafricano Charles Catterall por puntos hizo izar la bandera argentina a lo más alto y provocó que el Himno Nacional se escuchara en el estadio. De todos modos su vida siempre había girado en torno al fútbol. Era una promesa que había llegado hasta la sexta división de Huracán, donde era el goleador y patrón del juego. Pero Berlín fue el escenario de su más grande conquista deportiva. Además Guillermo Lovell en la categoría pesado obtuvo la medalla de plata y Raúl Villarreal en la categoría mediano y Francisco Risiglione en la medio pesado, las de bronce. También el remo aportó lo suyo. El par sin timonel integrado por Julio Curatella y Horacio Podestá fue ganador de otra medalla de bronce. El segundo oro fue conquistado por el equipo de polo. En su última aparición en los Juegos, al igual que en París 24, llegó a lo más alto del podio ratificando el nivel del polo nacional. Los atletas de Argentina, Inglaterra y México disputaron las medallas de oro y plata y los de Hungría y Alemania, la de bronce. En el primer partido, Luis Duggan, Roberto Cavanagh, Andrés Gazzotti y Manuel Andrada aplastaron 15 a 5 a los mexicanos. Y en la 30
definición ante los ingleses dieron la más grande lección de polo jamás vista en los Juegos: 11 a 0. El mundo del deporte cayó rendido ante los pies argentinos.
LONDRES 1948 Con 242 atletas, el COA envió la delegación más numerosa de su historia hasta la fecha rumbo a la nueva cita olímpica en una ciudad elegida luego de la Segunda Guerra Mundial. Los deportistas nacionales fueron inscriptos en atletismo, lucha, basquetbol (dos años más tarde este equipo sería campeón del mundo), natación, boxeo, pesas, ciclismo, pentatlón moderno, esgrima, remo, equitación, tiro, gimnasia, waterpolo, hockey sobre césped y yachting. Una vez más los atletas argentinos cosecharon una buena cantidad de medallas. Y nuevamente el 7 fue el número de la suerte. Mauro Cía logró una de ellas, de bronce en la categoría medio pesado. Entre las de plata se encontraron las de Enrique Díaz Sáenz Valiente en la competencia de tiro con pistola automática y la del bote de la clase 6 metros de Enrique Sieburger, Enrique Sieburger (h), Julio Sieburger, Rodolfo Rivademar y Emilio Homps. También fue de plata la medalla que obtuvo Noemí Simonetto en salto en largo. Justamente Simonetto fue la única de las 11 mujeres argentinas que viajaron que subió al podio y en la capital inglesa se convirtió en la segunda medallista de la historia. Su marca de 5,60 metros fue superada en nueve centímetros por la húngara V. Gyarmati. Rafael Iglesias es otro nombre de oro en la memoria olímpica argentina. Ninguna otra medalla fue conquistada con tanta garra y tanta hombría. Otra vez el boxeo. Y otra vez los pesados. En su segundo combate le aplicaron un golpe en el ojo derecho que lo mantuvo totalmente cerrado hasta el final de la competencia. Luego de dejar afuera a tres rivales (un español, un italiano y un sudafricano), la pelea decisiva fue ante el imponente sueco Gunnar Nilson. En el primer
round Iglesias soportó dos tremendos golpes del adversario pero enseguida se colocó a la ofensiva. En el segundo asalto tiró a Nilson, pero éste pudo levantarse cuando la cuenta llegó a nueve. Entonces Iglesias remató a la mole rubia con otro derechazo que se hundió en su cuerpo. Esta vez el rival no se levantó. Dentro de aquel grupo de boxeadores hubo uno muy especial, muy particular. Su nombre era Pascual Pérez. El pequeño mendocino ya había conquistado todo: la corona de su ciudad, la de su provincia, la argentina, la rioplatense y la latinoamericana, todas en la categoría mosca. Un título olímpico era su próxima estación. Pérez tenía que realizar cuatro peleas para alcanzar la final. Todas las sorteó con su notable técnica, sentido del tiempo y distancia y una pegada sumamente agresiva para su kilaje. Dos nocauts técnicos y dos triunfos por puntos lo depositaron en el combate por el oro, donde aguardaba el italiano Spartaco Bandinelli. Los dos primeros asaltos fueron de guerra, en los que el argentino desplegó su variedad de recursos y actuó siempre de manera exacta en los esquives. Pero el último fue una fiesta. Mientras Bandinelli fue al frente con valentía sabiéndose perdedor, Pérez no se alejó de la lucha y respondió de igual manera, tanto que llegó fatigado al término del combate. Con 22 años tocó el cielo con las manos. Había alcanzado la gloria olímpica. Pero si hay una actuación olímpica que brota con rapidez de la boca cuando se habla de las grandes proezas del deporte argentino, ésa es la que tuvo como inolvidable protagonista a Delfo Cabrera. Peculiarmente sucedió un 7 de agosto, la misma fecha en la que 16 años antes Juan Carlos Zabala había ingresado gallardo y primero a la pista del Coliseum de Los Ángeles. Los 42,195 kilómetros del maratón londinense sufrieron en su recorrido 43 cuestas pronunciadas, 13 vueltas con ángulo cerrado y desniveles de 50 metros de altura en tramos de apenas 400 metros. En el programa, con el número 233, se anunció a un tal ‘Delfio Cabrora’. En el kilómetro 37, Cabrera iba sexto y alcanzó a Eusebio Guiñez, también argentino, quien venía sufriendo dolores hepáticos. Cuando emparejó su marcha, Guiñez sólo alcanzó a alentarlo. El momento más dramático se vivió en la entrada al estadio Wembley. El belga E. Gailly hizo contacto con la pista tambaleándose totalmente exhausto, pero seguía primero. Quince segundos después, Cabrera hizo lo mismo aunque con un estado físico diferente. Con la cabeza siempre al frente fue disolviendo diferencias hasta que, faltando una vuelta, superó a Gailly, que parecía caerse. Todo Wembley se puso de pie y comenzó a alentarlo. Cabrera continuó su marcha y tras 2h34m51 cortó con su pecho la cinta de llegada. Con el arribo de Eusebio Guiñez en el quinto puesto y de Armando Sensini en el noveno, se produjo la más grande actuación del atletismo argentino en la historia de los Juegos. Cabrera y Zabala ganaron el maratón el mismo día. Es por eso que el 7 de agosto es el día Olímpico Argentino.
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En su famoso Cuentos de la Selva de 1918, el gran autor Horacio Quiroga incorpora un relato que para generaciones enteras de chicos resultó fascinante: El loro pelado, una historia que nos envía varios mensajes, entre ellos, la necesidad de ser siempre precavidos y estar atentos. Lo compartimos junto con un breve repaso del extraordinario escritor uruguayo.
Había una vez una bandada de loros que vivía en el monte. De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien. Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después se pudren con la Lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comerlos guisados, los peones los cazaban a tiros. Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo Llevó a la casa, para los hijos del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se Llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y les hacía cosquillas en la oreja. Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche. Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: “¡Buen día, lorito! “¡Rica la papa!” “¡Papa para Pedrito!...” Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras. Cuando Llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco. Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o clock tea.
Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando: —¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La pata, Pedrito!... y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar. Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz. —¿Qué será? —se dijo el loro— ¡Rica, papa!... ¿Qué será eso?... ¡Buen día, Pedrito!... El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente. Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo. —¡Buen día, tigre! —le dijo— ¡La pata, Pedrito!... Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió: —¡Bu-en día! —¡Buen día, tigre! —repitió el loro—. ¡Rica, papa!... ¡rica, papa!... ¡rica papa!... Y decía tantas veces “¡rica papa!” porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.
—¡Rico té con leche! —le dijo—. ¡Buen día, Pedrito!... ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre? Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó: —¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do! El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca dei suelo. —¡Rica, papa, en casa! —repitió gritando cuanto podía. —¡Más cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca. El loro se acercó un poco más y dijo: —¡Rico, té con leche! —¡Más cer-ca toda-vía! —repitió el tigre. El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola. —¡Tomá!—rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche... El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro. Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza. Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia: —¿Dónde estará Pedrito? —decían. Y llamaban—: ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito! Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a Llorar. Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre, Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto. Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, iba a mirarse en el espejo de la co-
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cinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer. Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas. —¡Pedrito, lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito! Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacia sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra. Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que le había pasado; un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando: —¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma! Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos. El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta. Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre. Entonces el loro se puso a gritar: —¡Lindo día!... ¡Rica, papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?... El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esta vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca: —Acer-cá-te más! ¡Soy sor-do! El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando: —¡Rico, pan con leche!... ¡ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!... Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.
—¿Con quién estás hablando? —rugió—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol? —¡A nadie, a nadie! —gritó el loro—. ¡Buen día, Pedrito!... ¡La pata, lorito!... Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol, para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con escopeta al hombro. Y llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del tigre, y entonces gritó: —¡Rica, papa!... ¡ATENCIÓN! —¡Más cer-ca aún!—rugió el tigre, agachándose para saltar. —¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO, VA A SALTAR! y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenia el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un rugido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto. Pero el loro, !Qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado —¡y bien vengado!— del feísimo animal que le había sacado las plumas! El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor. Cuando Llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho. Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche. —¡Rica, papa!... —le decía—. ¿Querés té con leche?... ¡La papa para el tigre!... Y todos se morían de risa. Y Pedrito también.
Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay. Era hijo del vicecónsul argentino en Salto y de la oriental Pastora Forteza. Por parte de su padre descendía del caudillo riojano Facundo Quiroga. Su infancia quedó marcada por la trágica muerte de su padre al producirse un disparo accidental de su escopeta cuando descendía de una embarcación, en presencia de su mujer y del propio Horacio. Tras la tragedia la madre se trasladó con sus hijos a Córdoba, donde residieron cuatro años, y regresaron a Salto. En 1891 su madre se casó con Ascencio Barcos. Fue un buen padrastro para el niño, pero la tragedia se cebó de nuevo para la familia ya que éste sufrió en 1896 un derrame cerebral que le impedía hablar y se suicidó disparándose con una pistola. Siempre fue buen deportista y amante de la mecánica y la construcción, pero además a los veintidós años comenzó sus primeros tanteos poéticos. Descubrió la obra de Leopoldo Lugones y Poe, que marcaron claramente su escritura. Mientras trabajaba y estudiaba, colaboraba con las publicaciones La Revista y La Reforma. Durante el carnaval de 1898 conoció a su primer amor, una niña llamada María Esther Jurkovski, que inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas y Una estación de amor. Colaboró con el semanario Gil Blas de Salto, y conoció en esta época a Lugones en una escala durante un viaje fluvial, y se inició una amistad que duraría toda su vida. En 1899 Quiroga fundó en su pueblo natal la Revista de Salto, pero la revista fracasó. En 1900 la herencia de su padre le permitió viajar a París, partió esperanzado en primera clase y vestido de frac, y allí conoció a Rubén Darío, pero volvió tras cuatro meses en tercera clase, hambriento y con la barba negra que no lo abandonaría más. Fundó en Uruguay el Consistorio del Gay Saber una especie de laboratorio literario experimental de cariz modernista. Su primer libro de poesía Los arrecifes de coral, se publicó en 1901. Ese mismo año murieron dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, en el Chaco, a causa de la fiebre tifoidea. A esta desgracia le sucedió la muerte accidental de manos del propio Quiroga de su amigo Federico Ferrando, que iba a batirse en duelo, Horacio lo ayudaba a limpiar el arma cuando ésta se le disparó. Fue detenido y finalmente puesto en libertad, tras comprobar la naturaleza accidental del homicidio. La desolación por este suceso lo llevó a abandonar Uruguay. Fue a la Argentina a vivir con María, otra de sus hermanas, su cuñado lo inició en la pedagogía. Fue designado profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903. En junio de 1903 Quiroga se unió como fotógrafo a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación, en la que planeaba 42
investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas. Esta experiencia marcó de manera absoluta a Horacio Quiroga que se decidió a invertir lo que le quedaba de su herencia paterna en la compra de unos campos algodoneros en Chaco. El proyecto acabó fracasando pero la experiencia fue fundamental para el escritor y provocó un cambio radical en su obra y en su vida. A partir de este momento se dedicó a cultivar la narración breve, y en su estilo. En 1904 publicó El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe. Sus primeros cuentos fueron publicados en la revista argentina Caras y Caretas. Al año siguiente decidió volver a la selva, compró una chacra sobre la orilla del Alto Paraná y en 1908 se trasladó. Se enamoró de una de sus alumnas y consiguió convencer a sus padres no sólo de que permitieran el matrimonio sino de que vinieran a vivir a la selva con ellos. En 1911 nació su hija Eglé Quiroga. El escritor comenzó la explotación de sus yerbatales y al mismo tiempo fue nombrado Juez de Paz en el Registro Civil de San Ignacio. Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. Se ocupó él personalmente de la educación de sus hijos un tanto especial adaptada a la necesidades de la vida en la selva, de modo que fueran autónomos. Su esposa cayó en una profunda depresión y se suicidó tomando veneno. Tras el suicidio de su esposa, Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de Secretario Contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad. Apareció en esta época uno de sus libros más famosos: Cuentos de la selva. Su única obra teatral (Las Sacrificadas) se publicó en 1920 y se estrenó en 1921, El diario argentino La Nación comenzó también a publicar sus relatos, que a estas alturas gozaban ya de una impresionante popularidad. En 1921 apareció Anaconda. El escritor se dedicó a la crítica cinematográfica, teniendo a su cargo la sección correspondiente de la revista Atlántida, El Hogar y La Nación. Regresó por un tiempo a Misiones, allí se construyó una barca y con ella regresó a Buenos Aires. En 1927 se publicó Los desterrados. Se enamoró de María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, se casaron ese mismo año. A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en lo que sería su retiro definitivo, con su esposa y la hija de su segundo matrimonio. Perdió el consulado pero sus amigos consiguieron tramitarle la jubilación argentina. Empezó a sufrir una prostatitis, y su mujer lo abandonó llevándose a su hija. Se descubrió que las molestias eran en realidad de origen canceroso. Tras su regreso a Buenos Aires para ser internado en el hospital, ante tal diagnóstico, el 19 de febrero de 1937 Horacio Quiroga bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos después. Las desgracias siguieron a la familia y más o menos al mismo tiempo que el gran poeta, Eglé Quiroga, hija mayor de Horacio, se suicidó también. Su amigo Leopoldo Lugones se suicidó un año después por motivos amorosos. Finalmente, su hijo varón, Darío, se suicidó en un arranque de desesperación en el año 1951.
La astronomía es una ciencia fascinante. Y buena parte de su encanto está en que todos podemos acercarnos a ella de manera directa: el universo está allí “arriba”, esperando a que salgamos a explorarlo. Y por supuesto, cuando pensamos en observar el cielo y en adentrarnos en el mundo de la astronomía, lo primero que se nos viene a la cabeza es tener un telescopio. Todas las semanas alguien se acerca al Planetario de la Ciudad de Buenos Aires (o se comunica telefónicamente o vía e-mail) pidiéndonos asesoramiento, información y consejos sobre telescopios. Y una de las primeras cosas que acostumbramos decir, es que los telescopios son herramientas. Y las herramientas –especialmente las más sofisticadashay que aprender a manejarlas bien. Pero además, tenemos que aprender a conocer bien el cielo nocturno, que es el “terreno” en el que nos vamos a “mover” con nuestro telescopio. Por eso decidimos armar estaguía práctica, con 10 claves esenciales para iniciarnos en el mundo de los telescopios y de la observación astronómica.
1) Conocer el Cielo Cuando queremos iniciarnos en astronomía y en la observación del cielo, es muy habitual pensar inmediatamente en comprar un telescopio. Pero no hay que apurarse: el primer paso para cualquier futuro astrónomo aficionado será conocer bien el cielo nocturno. Y eso no se logra de un día para el otro, sino mediante cursos, libros, cartas celestes, softwares astronómicos y páginas de internet especializadas. Conocer el cielo, de eso se trata. No podemos apuntar un telescopio al cielo sin saber qué queremos mirar y dónde está. La tarea no es sencilla. Hace falta paciencia, ganas y, al menos, varios meses de metódica y paciente observación a simple vista. Pero es muy gratificante. Una vez que ya estemos medianamente familiarizados con el cielo nocturno, su movimiento aparente, las principales estrellas y constelaciones, entonces si, estamos listos para… ¿comprar el telescopio? Es una posibilidad, si. Pero la experiencia marca que, antes del telescopio, es mejor empezar con otro tipo de instrumento óptico. Más accesible, más barato y más fácil de manejar…
2) Binoculares: lo mejor para empezar Lo más recomendable para comenzar son los binoculares. Son el punto medio entre la observación a simple vista, y la observación con telescopios. Con pocos aumentos y grandes campos visuales, estos instrumentos nos permiten ver el cielo nocturno mucho mejor que a simple vista. Y además, nos muestran generosas porciones de cielo que nos ayudan a saber “donde estamos parados”. 44
En materia de binoculares, existen instrumentos de diferentes tamanos y aumentos. Pero el modelo ideal para iniciarse en astronomía observacional son los modelos 7x50 y 10x50. El primer número indica el aumento, y el segundo, el diámetro de la lente, expresado en milímetros. Para uso astronómico, se recomiendan diámetros a partir de los 45 a 50 mm. No menos. Los binoculares, con sus bajos aumentos, nos ofrecen un buen equilibrio inicial entre potencia y campo visual: imágenes de los astros mucho más luminosas y detalladas que las que podemos ver a simple vista, y campos visuales generosos, que nos permiten ubicarnos mejor en las áreas de cielo que queremos mirar. Un típico binocular de 10x50 tiene un campo visual de 6 grados, es decir, el tamaño de la constelación de la Cruz del Sur. Por regla general –y esto se aplica también en telescopios- debemos recordar siempre que “a mayor aumento, menos campo visual”. Por lo tanto, los binoculares más grandes (como los modelos 15x70 o 20x80) sólo tienen 3 ó 4 grados de campo, y si bien son excelentes herramientas, no son buenos para empezar. Más allá de que más tarde tengamos un telescopio (o varios),un buen binocular será siempre una herramienta ideal e irreemplazable para observar grandes “parches de cielo”, y objetos tenues y extendidos, como grandes nebulosas, cúmulos estelares y, especialmente, cometas.
3) El paso siguiente: el telescopio Los telescopios son instrumentos generalmente mucho más potentes que los binoculares. Son más grandes, más pesados, más complejos y más difíciles de manejar. Y nos permiten ver mucho mejor una amplísima variedad de astros: la Luna, el Sol (con los cuidados del caso), planetas, asteroides, cometas, estrellas, estrellas dobles, cúmulos estelares, nebulosas, y hasta lejanísimas galaxias (probablemente, los “blancos” astronómicos más difíciles, pero a la vez, los más tentadores para cualquier astrónomo aficionado). En suma: un telescopio no se aprende a manejar de un día para el otro. Requiere de tiempo, paciencia, ganas y mucho entusiasmo por la astronomía. Pero a cambio de todo ese esfuerzo, tendremos un premio inmejorable: toda una vida de observaciones, descubrimientos personales e inolvidables vistas del universo.
4) Refractores y reflectores Hay dos grandes familias de telescopios: refractores y reflectores. Los primeros tienen una lente frontal (el “objetivo”), simple o compuesta, que “refracta” la luz y la concentra en un foco. Allí, el ocular (ver más adelante), recibe la luz, y forma la imagen. En los telescopios refractores, observamos por la parte trasera del tubo. La otra gran familia de telescopios son los reflectores: tienen un espejo primario (de superficie ligeramente cóncava) que colecta la luz de los astros, y que se ubica en la parte inferior del tubo, y un espejo secundario (mucho más chico, plano, y situado cerca de la parte frontal del telescopio, con una inclinación de 45º). En los reflectores, observamos por la parte delantera del instrumento. La verdad es que cada uno tiene ventajas y desventajas. Generalmente, los refractores de buena calidad –llamadosacromáticos, y que tienen lentes dobles- son excelentes instrumentos para observación planetaria, lunar y de estrellas dobles. Por su parte, los reflectores tienen una notable virtud: color perfecto (por su propia naturaleza, no tienen “aberración cromática”, un defecto –más o menos tolerable- típico de losrefractores acromáticos). Pero al ser tubos abiertos, los telescopios reflectores clásicos (llamados también “newtonianos”) suelen ser muy sensibles a las variaciones en la temperatura del aire (interna y externa), lo que repercute en la estabilidad de la imagen. La gran ventaja a favor de los reflectores es su precio (mucho menor): con lo que cuesta un buen refractor de 100 mm. se puede comprar un buen reflector newtoniano de 200 ó 250 mm. Y con instrumentos de esos diámetros, pueden verse mucho mejor objetos muy difusos y lejanos, especialmente, galaxias.La relación “diámetro-costo” es la explica por qué la mayoría de los aficionados a la astronomía utilizada telescopios reflectores.
5) Telescopios: lo que importa es el diámetro El principal dato a tener en cuenta en un telescopio no son sus aumentos, sino su DIÁMETRO. Cuanto mayor sea el diámetro de la lente o el espejo de un telescopio, mayor será la cantidad de luz que colectará. Y mayor su resolución de detalles finos. Así, por ejemplo, un telescopio de 150 mm. de diámetro nos dará imágenes de los astros mucho más nítidas, luminosas, y contrastadas que uno de 75 ó 100 mm. ¿Cuál es el diámetro mínimo que debe tener un telescopio para empezar a observar el cielo? Sobre este punto, hay distintas opiniones, pero según nuestra experiencia (y la de muchos observadores), un telescopio verdaderamente útil para iniciarse, y disfrutar luego de varios años más de observaciones, tiene que tener como mínimo 100 mm. de diámetro, si
es reflector, y de 60 ó 70 mm. de diámetro, si es un refractor. Con telescopios de esos diámetros podremos observar bien una gran variedad de astros: especialmente la Luna, los planetas Júpiter, Saturno, Marte y Venus, muchas nebulosas y cúmulos estelares, e incluso, unas cuantas galaxias.
6) Aumento Hablemos ahora del famoso tema del “aumento”. Por empezar, un telescopio no tiene un determinado aumento en particular. El aumento es un valor que surge simplemente de la relación entre la distancia focal del telescopio (que varía según cada instrumento) y la distancia focal del ocularutilizado (ver punto 8). Por ejemplo: un telescopio con una distancia focal de 900 mm, y un ocular de 10 mm, nos dará 90 aumentos (900/10). Y si en cambio le colocáramos un ocular de 5 mm, obtendríamos 180 aumentos. Cada telescopio tiene un aumento límite. Un máximo hasta el cual las imágenes se mantendrán razonablemente nítidas y brillantes. Y ese límite, justamente,dependerá del diámetro del telescopio. Por regla general, el aumento límite útil de un telescopio es el doble de su diámetro en milímetros. Así, un telescopio de 100 mm. de diámetro, puede usarse hasta con unos 200 aumentos. Este criterio es bastante general, y dependerá no sólo de la calidad óptica del instrumento, sino también del objeto observado, y de la transparencia y estabilidad del aire en el momento de la observación. Al observar con un buen telescopio, la Luna, u otro astro muy brillante (como Venus o Júpiter) nos podemos “estirar” bastante más en cuanto a los aumentos máximos utilizados (quizás, hasta el triple del diámetro del telescopio). Otro dato que vale la pena aclarar, porque suele dar lugar a confusiones, es el “alcance” o distancia hasta la cual puede ver un telescopio. Lo cierto es que los telescopios no tienen un “alcance” determinado: todo dependerá del brillo del astro en cuestión y, una vez más, del diámetro del instrumento. Asi, por ejemplo, con un telescopio pequeño, bajo cielos oscuros, podemos observar galaxias ubicadas a 60 millones de años luz. Sin embargo, con ese mismo instrumento no veremos al planeta enano Plutón, ubicado muchísimo más cerca, a “sólo” 6.000 millones de kms.
7) Variantes de telescopios clásicos Las dos grandes familias de telescopios presentas variantes estructurales y electrónicas. Los telescopios reflectores tradicionales han tenido una modificación estructural en los llamados Catadióptricos, en sus clásicos modelos Schmidt-Cassegrain, y Maskutov-Cassegrain. Estos instrumentos se basan en un sistema óptico más sofisticado que permite tubos más cortos, manteniendo distancias focales largas. Tienen una placa correctora que cierra la boca del tubo, en la cual va apoyado un espejo secundario curvo. En este tipo de reflectores, observamos por la parte trasera del tubo (como ocurre en los refractores). En cuanto a las variantes de los refractores clásicos (los “acromáticos”), tenemos los llamados “apocromáticos”, verdaderas joyas ópticas. Los “apo”, como también se los llama, tienen un objetivo compuesto por 3 lentes, y utilizan materiales sofisticados y costosos (como el fluorito). Y como resultado, dan imágenes de exquisita nitidez y color perfecto.
8) Accesorios: oculares, barlows, filtros... Los accesorios esenciales e imprescindibles para cualquier telescopio
son los oculares. Son las lentes donde ponemos el ojo para mirar. Estos pequeños “barrilitos” están formados por varias lentes (desde 2 hasta 7 u 8, según su complejidad), y son los que, según su distancia focal, nos dan el aumento del telescopio (ver punto 5) Los oculares más utilizados, de calidad media-alta, son losPlössl, que tienen un juego de 4 ó 5 lentes. En la línea más baja, están los oculares Ramsden (ya casi en desuso), y entre los más caros y sofisticados están los Nagler, que cuentan con 7 lentes. En cuanto a las distancias focales de los oculares, el espectro es muy amplio, lo que nos permite obtener una amplia gama de aumentos y campos visuales con un mismo telescopio. Hay oculares de 3, 4 ó 5 mm, ideales para lograr altos aumentos. En el rango medio están los oculares de 10 a 20 mm. Finalmente, hay oculares de 25, 30 y 40 mm, que nos dan bajos aumentos, pero grandes campos visuales. Otros accesorios muy utilizados son las lentes de Barlow. Esencialmente, son lentes que duplican o triplican el aumento, y se acoplan directamente entre el ocular y el portacular del telescopio. Los barlow de buena calidad son doblemente útiles, porque nos permiten multiplicar nuestra cantidad de oculares. Y no podemos dejar de mencionar los filtros, cuya variedad es amplísima y, generalmente, se enroscan en la parte posterior de los oculares: hay filtros lunares (que disminuyen la intensidad luminosa, para observar mejor detalles de la superficie de nuestro satélite); filtros de colores (fundamentalmente, para ver planetas); están los llamados Hb(BetaHidrógeno) y OIII (Oxígeno III), ideales para nebulosas; los anti-polución lumínica (que nos liberan parcialmente de la contaminación lumínica de las ciudades). Y claro está, hay filtros solares, que nos permiten ver al Sol sin peligro, dado que sólo dejan pasar 1/100.000 parte de la luz solar. Los más utilizados están hechos con un material muy fino llamado Mylar. Los filtros solares son más grandes, y se colocan directamente en la boca del telescopio. Nunca hay que mirar el Sol con telescopios o binoculares sin filtros especiales, porque sin esa protección podemos perder la vista.
9) Monturas y “Go To” Claro está: los telescopios necesitan de una base para apoyarlos y moverlos en distintas direcciones. En telescopios muy pequeños, puede alcanzarnos con un buen trípode. Pero lo mejor son las monturas. Existen tres tipos de monturas: a) Azimutales: son las más simples y livianas, nos permiten un movimiento en vertical y horizontal del telescopio. b) Ecuatoriales: más pesadas y complejas, pero nos permiten seguir a los astros mucho mejor a lo largo del tiempo, ya sea manualmente o con motores. c) Dobsonianas: son una variante de las azimutales, y se basan en un diseño de “cajoncito” giratorio. Son monturas sencillas, sólidas, y muy apto para niños y principiantes. Hoy en día, los telescopios más sofisticados vienen con monturas y dispositivos motorizados y electrónicos de distinta complejidad. Hay modelos que traen motores ya acoplados a las monturas ecuatoriales, lo cual nos permite –una vez que la montura esta correctamente orientada hacia el Polo Sur celeste- un seguimiento cómodo y continuo de los astros que estamos observando. Otras variantes mas complejas son los telescopios con montura Go-To, equipos computarizados que no sólo siguen los astros, sino que también pueden buscarlos. Los sistemas GoTo cuentan con bases de miles de objetos en su memoria, y algunos hasta vienen con GPS incluido, lo que facilita enormemente el correcto posicionamiento del equipo.
10) Calidad del cielo Es verdaderamente notable la diferencia entre observar el cielo nocturno en la ciudad y en el campo. De hecho, en el campo, un pequeño telescopio reflector (de 100 mm. de diámetro, por ejemplo) puede mostrarnos mucho mejor una nebulosa o una galaxia que un telescopio grande (de 200 ó 250 mm de diámetro) en la ciudad. Es más: en los oscuros cielos rurales, con unos simples binoculares 10x50 podemos ver objetos difusos que son directamente imposibles de ver con telescopios en Buenos Aires. El consejo es simple:para disfrutar a pleno de las maravillas del cielo, lo mejor es buscar cielos oscuros y transparentes. De todos modos, aún bajo las luces urbanas, podemos disfrutar de la observación de los astros más brillantes, como la Luna, los planetas, muchas estrellas dobles, varias nebulosas, y unos cuantos cúmulos abiertos y globulares. E incluso, unas pocas galaxias. Hasta aquí esta guía práctica que, esperamos, les sirva como orientación para comenzar a recorrer el fabuloso camino de la astronomía observacional. Y para saber, fundamentalmente, que cosas esenciales debemos tener en cuenta a la hora de pensar en un adquirir un telescopio. La observación del cielo nocturno nos depara toda una vida de maravillas, descubrimientos personales, momentos inolvidables y profundas emociones. Las puertas del universo están abiertas para todos. Sólo es cuestión de animarnos… Vale la pena! Área de Astronomía Planetario Galileo Galilei
Los orígenes del macaron pueden rastrearse desde la Edad Media. Se sabe que nacieron en la Italia del siglo VIII, siendo Catalina de Médici –esposa de Enrique II-, quien los llevó a Francia en el siglo XVI. En esa época el macaron era una pasta salada. Con el tiempo el producto evolucionó para incorporarse a la pastelería. La receta del macaron, como bizcocho o galleta simple, hecho de almendras, azúcar y claras de huevo, se expandió rápidamente en numerosas ciudades francesas como Nancy, Amiens, Saint-Emilion y Montmorillon, a partir del siglo XVII. El macaron tal como lo conocemos hoy ha llevado décadas de perfeccionamiento y fue Pierre Desfontaines, nieto de Louis Ernest Ladureé y pastelero de la prestigiosa casa Ladureé, quien unió por primera vez dos macarons con una ganache a principios del siglo XX. En esta última década fue Pierre Hermé quien modernizó y popularizó el macaron al relanzarlo con originales combinaciones de sabores y colores. Dentro de la categoría de los petit-fours, el macaron es una joya muy apreciada internacionalmente. La infinita combinación de colores, sabores y texturas hace que sea un producto en constante transformación y evolución. Dulces, salados, helados, basta con probarlos para enamorarse. Ahora bien, no todo lo que reluce es macaron, tal como los franceses lo han concebido. Como suele suceder en nuestro medio, con el surgimiento de un producto aparecen inmediatamente múltiples imitaciones, por lo tanto es bueno hacer algunas aclaraciones y recomendaciones sobre lo que es un auténtico macaron francés, para poder diferenciarlo de aquellos que pretenden serlo, pero que dejan mucho que desear en calidad. En primer lugar, debemos destacar que el macaron es considerado un producto de la alta pastelería francesa, por lo que las materias primas a utilizar deben ser de excelente calidad. En la realización del macaron, se emplea harina de almendras y azúcar glas –una combinación muy utilizada en distintos productos de origen francés, que es conocida como tant pour tant, tanto por tanto o con su abreviatura TxT- en distintas proporciones, de acuerdo al método empleado en la elaboración del producto. Existen dos métodos aceptados para la realización del macaron que difieren en dos aspectos: • El tipo de merengue a utilizar (italiano o francés) y • la proporción de harina de almendras y azúcar glas empleado en el 52
TxT, que va desde partes iguales en uno de los métodos a una relación de 35/65% respectivamente en el otro. La harina de almendras debe ser natural, es decir compuesta solamente de almendras peladas y molidas. La almendra recomendada por los pasteleros franceses para la elaboración del producto es la del tipo Carmel. No se recomienda el uso de la harina de almendras que se comercializa ya procesada, puesto que se desconoce el real contenido de la misma y por otra parte, la almendra procesada pierde propiedades organolépticas con el paso del tiempo, debiendo utilizarse siempre almendra recién molida. Mucho menos se recomienda el uso de premezclas para macarons ya que tampoco puede asegurarse la proporción de ingredientes que requiere la receta. Dado que en general las tapas de los macarons tienen sabor neutro, es relevante el rol del relleno y en su elaboración deberían emplearse únicamente productos naturales, sin ningún tipo de esencia ni conservante. Es sobre todo el relleno lo que da sabor al macaron, y de ahí su importancia, tal como lo destaca Pierre Hermé. Vamos a señalar las características que deberían observar al momento de consumirlo para identificar si se trata de un auténtico macaron francés: • La superficie del macaron debe ser lisa, sin imperfecciones ni rugosidades. • Ambas tapas deben tener, sin excepción, el “pie” o “pollera” típico • Las tapas deben ser perfectamente redondas y los pies estar alineados, es decir, deben ser del mismo tamaño. • El relleno debe verse, es decir no estar escondido, pero no debe sobrepasar el límite de la pollera del macaron. • Al morder el macaron, el relleno no debe expandirse hacia afuera . • La corteza exterior debe ser levemente crocante y desmoronarse al ser mordido, pero el interior debe permanecer con una textura que se conoce como jugosa o “chiclosa” y que es la típica que se busca en el macaron. • No deben ser huecos por dentro y el relleno no debe mojar la corteza de la tapa del macaron. • Una vez rellenos, los macarons deben conservarse al menos 24 horas en heladera antes de ser consumidos, para lograr el punto perfecto en el que se amalgama el relleno con la tapa. • Un macaron crocante, tipo galleta, significa que puede haber sido pasado de cocción o bien estar viejo. • Un macaron demasiado suave, que al morder no mantiene la consistencia, significa que puede estar crudo o bien recién relleno, sin estacionar. El proceso de elaboración del macaron requiere de pericia y experiencia. Cada macaronage es una incógnita, múltiples factores tales como humedad ambiente, temperatura de cocción o cualquier distracción pueden hacer que fallen. No hay forma de transmitir la receta, hay que aprender a conocerlos, sentirlos, desde el origen. Por eso son tan interesantes, tan misteriosos, tan atrapantes, tan pero tan franceses. Gabriela Rodríguez Profesional Gastronómico (IAG) Chef Pâtissier MONSIEUR MACARON https://www.facebook.com/MonsieurMacaronLDZ
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Vito Dumas, “El navegante solitario” nació el 26 de septiembre de 1900 en Palermo (Buenos Aires) y pasó su infancia en un campo de Trenque Lauquen (Bs. As.). Fue boxeador, nadador, aviador y navegante solitario. La formación de Vito Dumas está enraizada con la actividad deportiva. En su adolescencia no discrimina y vuelca su fortaleza en la gimnasia, el atletismo, la lucha, el boxeo incipiente, la natación... En su juventud, a partir de 1923, hizo cinco intentos por cruzar a nado el Río de la Plata, en las que no logró su objetivo pero sí fortaleció y templó su espíritu. En 1923 intenta el primero de sus cinco intentos del cruce del Río de la Plata. No logra su propósito pero establece un nuevo récord de permanencia en el agua. Y años después (1931) decide viajar a Francia con el propósito de cruzar a nado el Canal de la Mancha pero su intento nuevamente falló. Sus decisiones resultan sorprendentes pero las adopta no sin antes meditarlas. Su vivacidad, la poderosa fuerza interior que lo impulsa, configuran una vigorosa personalidad. Se compró entonces una embarcación; un barquito construido en 1918 que nada tenía de seguro, además Dumas no tenía ni brújula ni elementos de navegación. Cargaba agua en damajuanas y algunas conservas, azúcar, unas papas y galletas. Entonces tropieza con el inconveniente de no estar en condiciones de sufragar los gastos de organización y control que impune el cruce...
Su primer raid El 13 de diciembre de 1931 parte de Arcachón, Francia, y arriba a Buenos Aires el 13 de abril de 1932, tras tocar Vigo, Agadir, Islas Canarias, Río Grande y Montevideo. Pero Vito Dumas está ansioso de aventura, y decide realizar el cruce del Atlántico navegando en soledad. Adquiere un barco que hace 4 años no navega y lo bautiza con el nombre de Lehg. El nombre, además de
usarse en las antiguas embarcaciones escandinavas, es una sigla elegida por Vito como un lema: Lucha, Entereza, Hombría, Grandeza. Intentaba cubrir la ruta de Francia a Buenos Aires; y partió de Arcachón, un pueblito pesquero francés, un 13 de diciembre de 1931. En marzo pidió ayuda a su hermano pues su embarcación se moría en bancos de arena en Brasil. El 9 de abril llegó a Montevideo, y el 13 de abril, después de 121 días de su partida de Francia, recalaba en el Yacht Club Argentino y la gente lo esperaba para ovacionarlo. Con muestras de cansancio expresó que se despedía de la navegación, sin embargo...
La vuelta al mundo en solitario Diez años después emprendió la vuelta al mundo, solo con su pipa. El 27 de junio de 1942, Vito Dumas zarpa del puerto de Buenos Aires a bordo de su embarcación Lehg II (9,55 m de eslora y 3,30 de manga) con un objetivo claro y preciso: dar la vuelta al mundo solo. Así el 1 de julio de 1942, zarpó de Montevideo (Los trámites burocráticos no permitían extenderle una autorización en Argentina para emprender una aventura de esa magnitud). Mientras el mundo vivía conmocionado por la guerra y la destrucción, el navegante solitario cumplía su sueño de coraje y emprendimiento. Partió de Montevideo hasta Ciudad El Cabo (55 días de travesía); de allí a Wellington (Nueva Zelanda) a través de zonas de monzones, con olas de 18 metros de altura, requirieron un esfuerzo titánico para sobrevivir (104 días de navegación); desde allí a Valparaíso, Chile, a través del Océano Pacífico (72 días de navegación). Desde Valparaíso, por el Cabo de Hornos, en la unión de los dos océanos, por la ruta de la muerte, hasta Mar del Plata, y de allí costeando a Buenos Aires. Tardó un año y 36 días en cumplir el objetivo que se había fijado. Cuenta él mismo en su obra “Los cuarenta bramadores” que antes de partir, un almacenero de su barrio le cargó un cajón de comestibles y esa fue toda su carga. Al cruzar el Cabo de Hornos una tormenta le rompió el tabique nasal y en pleno océano se hirió en un brazo, por lo que debió inyectarse un medicamento- no existían los antibióticos - y amarrarse al timón durante tres días y tres noches enfebrecido en medio de una tormenta, hasta que la infección cedió. Así, después de 22.000 millas náuticas en 272 días de travesía, de pasar por los 4 puntos de las etapas, Ciudad del Cabo, Wellington, Valparaíso y Mar del Plata y de atravesar el temible Cabo de Hornos, “El Navegante Solitario” cumple el sueño de un país que lo recibe con los brazos abiertos el 8 de agosto de 1943. Es sin duda el viaje más importante de Dumas y el que lo ubica como el navegante solitario más importante de todos los tiempos.
De una punta a la otra En Septiembre de 1945, Dumas, fiel a su temperamento y con su in-
separable Lehg II, decide emprender una travesía más, navegar hacia el Norte, destino: Nueva York en un viaje titulado “El crucero de lo imprevisto”, Buenos Aires – Montevideo - Punta del Este - Río de Janeiro - La Habana - Nueva York – Caerá – Montevideo - Buenos Aires. Cuando estaba a punto de culminar su intento, frente a Coney Island, fue arrastrado mar afuera. El mundo entero le dio por muerto. Hallado por el barco Serantes al sur de las Islas Canarias, siguió navegando y recaló en Ceará, Brasil. Había pasado 106 días en soledad, concretando de esta forma el doble cruce del Atlántico recorriendo 17.045 millas en 234 días.
El último gran recorrido Su último gran raid, con 54 años, lo inició el 23 de abril de 1955 y nuevamente puso proa a Nueva York, en una sola escala, 7.100 millas, 117 días, proeza que logra en 1955 con su nuevo barco, el Sirio, una embarcación más pequeña aún que el Lehg II. También estuvo durante más de 90 días sin conocerse noticias de su ubicación. Desfalleciente, llegó a las islas Bermudas en estado desesperante; se repuso admirablemente y doce días después volvió al mar, arribando a Nueva York el 25 de septiembre de 1955, en medio de un tremendo ciclón. Había necesitado 117 días para cubrir 7000 millas marinas. Y llegó un día, un 28 de marzo de 1965, en que después de una aventurera vida, Vito Dumas falleció víctima de un derrame cerebral. Escribió los siguientes libros “Mis Viajes”, “Solo, rumbo a la Cruz del Sur”, “Los cuarenta bramadores” y “El crucero de lo imprevisto”.
Si usted despierta con dolor en los músculos de la cara o faciales o dolor de cabeza, puede estar presentando bruxismo (apretar y rechinar los dientes). El bruxismo provoca que los dientes duelan o se aflojen y llegan literalmente a desgastarse o desmoronarse. Además de destruir el hueso que soporta al diente y causar problemas de articulación, tal como el síndrome de la articulación temporomandibular. ¿Cómo sé si tengo bruxismo? Para la mayoría de las personas, el bruxismo es un hábito inconsciente. Puede que no se de cuenta que lo hace hasta que alguien más le comente que escucha rechinar sus dientes mientras duerme. También se puede descubrir en la visita dental pues sus dientes se encontrarán desgastados o el esmalte fracturado. El bruxismo puede presentar signos tales como dolor facial, de cabeza y cuello. Su odontólogo puede diagnosticar y determinar si la causa de este dolor es por bruxismo. ¿Cómo se trata el bruxismo? El tratamiento apropiado, dependerá de saber qué es lo que está causando el problema. Con preguntas precisas y un examen dental, su odontólogo determinará la causa potencial del bruxismo y de acuerdo al daño dental y la causa, le puede sugerir utilizar una placa miorelajante dental mientras duerme, la cual es elaborada por su odontólogo con ajuste exacto en su boca, se coloca sobre sus dientes superiores y los protege para que éstos no rechinen contra los inferiores. Aunque la placa es una excelente manera para tratar el bruxismo, no soluciona el problema. Debe buscar la manera de relajarse, puesto que el estrés parece ser la causa principal del bruxismo; cualquier cosa que reduzca efectivamente el estrés puede ayudar, como el escuchar música, leer, caminar o tomar un baño. También se puede aplicar una toalla húmeda y caliente sobre su cara para aliviar el dolor muscular por el apretamiento de los dientes. Se pueden quitar los puntos altos de los dientes para emparejar la mordida. Una mordida despareja, en donde los dientes no embonan, también puede corregirse con nuevas restauraciones, coronas o tratamiento de ortodoncia. Una placa utilizada en la noche protegerá a sus dientes, pero no soluciona el problema. Dra. Patricia Oldani - Odontóloga M.N. 29.4510 M.P. 23.785