Periodismo que integra
Falcón, viernes 1 de marzo de 2013
Año 4 Nº 288
Gabriel
Jiménez Emán La letra que discurre entre lo fantástico y la imaginación
N
arrador, poeta, antologista, investigador literario, ensayista, editor, son muchos los oficios en el campo de la literatura venezolana en los que se ha destacado Gabriel Jiménez Emán, nacido en Caracas (1950). Actualmente es uno de los escritores más importantes en la literatura nacional, su obra como narrador y poeta ha sido traducida a varios idiomas y aparece en las antologías publicadas en América Latina y Europa, obteniendo además los reconocimientos Premio Municipal de Narrativa del Distrito Federal, el Premio Romero García de Narrativa del Consejo Nacional de la Cultura, el Premio Nacional de Narrativa Orlando Araujo y el Premio Solar de Ensayo de la Fundación de Cultura del Estado Mérida (Mérida, 2007) por el libro El espejo lúcido. Durante algunos años residió en España ( 1978-1982) tiempo en el cual se desempeñó como corresponsal de la revista venezolana Imagen ,conferencista y colaborador de otros medios impresos; además pudo compartir con escritores como Eduardo Galeano, Augusto Monterroso, Jorge Luis Borges, entre otros. Su estilo como narrador ubica a su obra dentro de la litera-
tura fantástica, en la cual maneja de forma magistral elementos del juego, el humor, el absurdo o lo sobrenatural que fisura la realidad y se hace presente en el mundo cotidiano. Posee un extenso número de libros publicados tanto en poesía, cuentos, ensayos y novelas, en el campo narrativo destacan Los dientes de Raquel (La Draga y el Dragón, 1973), Saltos sobre la soga (Monte Ávila, 1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980), Relatos de otro mundo (1988) Tramas imaginarias (Monte Ávila, 1990), Biografías grotescas (Memorias de Altagracia, 1997), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (Imaginaria, 2002), El hombre de los pies perdidos (Thule, España, 2005), y La taberna de Vermeer y otras ficciones (Alfaguara, Caracas, 2005), Había una vez… 101 fábulas posmodernas (Alfaguara, 2009); entre las novelas están Averno y, la más reciente Sueños y Guerra, presentada la semana pasada durante la XXII Feria Internacional del libro Cuba 2013, publicada por la editorial Arte y Literatura. Desde hace unos años, Gabriel Jiménez Emán reside en Coro, enriqueciendo con su presencia el campo literario falconiano.
Falcón, viernes 1 de marzo de 2013
2 “Vive y acepta la cultura no como un sistema de sutiles imposiciones sino como un tesoro de dádivas radiantes, libremente elegidas y aceptadas”. Esto lo dice, de manera genial, el maestro mexicano Juan José Arreola al referirse al escritor ruso Viacheslav Ivanovich Ivanov, y bien podría decirlo yo –si tuviera el genio de Arreola- sobre el también escritor, poeta, crítico literario, cuentista y antólogo venezolano Gabriel Jiménez Emán a quien hoy Letra Viva rinde justo homenaje. Viene de las misteriosas montañas de la Reina Universal y desde hace algún tiempo se avecinó entre nosotros para regocijo de amigos y de quienes siempre hemos sido sus fervientes lectores, en donde continúa sus calladas actividades de permanente y reconocido creador literario. Jiménez Emán es autor de una vasta obra reconocida dentro y fuera del país por sus acertados logros puestos de manifiesto en los diversos
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Apasionado por los libros y la creación literaria
Ramón Miranda
géneros donde ha impreso su talento y genio creativo. Cuentista de amplia labor, su libro Dientes de Raquel es ya un clásico de las letras venezolanas al igual que Piedra de Mar, de Francisco Massiani y Los platos del diablo, de Eduardo Liendo. Ha dado muestras de sabiduría literaria en el cuento corto y como antólogo destacado del género. En el campo de la crítica literaria y de cine ha sido abundante su indetenible quehacer, solicitado por editoriales y revistas especializadas. Su labor como ensayista y periodista literario ha sido objeto de permanente reconocimiento. Son varios los libros dados a la luz sobre estas específicas disciplinas literarias. Especial mención merece su laboriosa y amplia recopilación del pensamiento crítico venezolano en su imprescindible El Ensayo literario en Venezuela (6 tomos). El otro lugar donde brilla su personalidad es en el de la generosidad literaria. No hay lugar donde haya vivido donde no haya estado atento al quehacer creador de los jóvenes escritores, atendiendo sus requerimientos y prestándoles el auxilio profesional solicitado en detrimento del tiempo dedicado a su obsesiva y tenaz pasión por la literatura. El actual director de la prestigiosa revista Imagen lleva en su sangre la invalorable impronta genésica y literaria de su padre Eliseo Jiménez Sierra, escritor de destacada huella en la historia de las letras del país. Comparte la pasión por los libros y la ficción literaria con su hermano Ennio Jiménez Emán. Amante de la cocina y el trago generoso, de sus manos me he comido el más sabroso pan de jamón. Su conversación es una fiesta del saber y del humor. Sus agudas observaciones y comentarios literarios mantienen vivo el interés del privilegiado oyente.
La imaginación y el asombro Gabriel Jiménez Emán forma parte de la generación de escritores venezolanos nacidos en la década de los cincuenta, cuya obra se inicia tempranamente teniendo como postores tutoriales a los rebeldes de la generación anterior, quienes se habían agrupado en la línea de fuego con El techo de la Ballena, En Haa, Tabla Redonda y su entorno de los años sesenta. De dilatada trayectoria como ensayista, antólogo y poeta, Jiménez Emán es reconocido especialmente
por su maestría en el cuento corto o minicuento, lo que lo convierte en verdadera referencia internacional en este género, común a grandes maestros y cultores entre los que debemos citar a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Garmendia, Eduardo Galeano y Luis Brito García. El minicuento, o cuento breve, ha sido caracterizado de muy distintos modos. Los especialistas coinciden en que es un texto de pocas palabras, con una capacidad de síntesis
similar a la del poema, contenedor de un mundo, una circunstancia, una anécdota en su totalidad. El suspenso es esencial en este tipo de relato, y generalmente la frase final es el botón de cierre maestro de la circunstancia. Jiménez Emán ha definido esta forma narrativa como un texto de corte minimalista “ que intenta condensar, en el menor número de palabras , experiencias y situaciones de los personajes, sin perder el tiempo en situaciones prolijas…” Laura Antillano
Falcón, viernes 1 de marzo de 2013
3 Cuentos mínimos Dios Dios mío, si creyera en ti, me dejaría llevar por ti hasta desaparecer, y me he dejado llevar y no he desaparecido porque creo en ti.
El hombre invisible Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.
Los 1001 cuentos de 1 línea Quiso escribir los 1001 cuentos de una línea, pero sólo le salió uno.
La brevedad Me convenzo ahora de que la brevedad es una entelequia cuando leo una línea y me parece más larga que mi propia vida, y cuando después leo una novela y me parece más breve que la muerte.
El laberinto Al salir del primer tramo del laberinto, al hombre le esperaba lo más difícil en el segundo tramo: entrar a sí mismo.
El método deductivo Al abrir el periódico, vio que el asesino le apuntaba desde la foto. Lo cerró rápido, antes de que la bala pudiera alcanzarle en la frente. Dejó el periódico a su lado, todavía humeante.
Hasta el infinito Aquel señor pensaba tanto en el infinito, que una tarde se quedó dormido y desapareció.
INUNDACION Una mañana, la mujer de Tesalio lo despertó para decirle: “ Mi amor estamos inundados”. “No importa”, respondió Tesalio entre los dientes, dando vueltas en la cama y sin abrir los ojos. “Sacamos el agua y asunto arreglado”. “ Es imposible”, replicó ella. “Estamos en el mar”. “Ah, entiendo”, dijo Tesalio. Y se ahogaron.
EL SUEÑO Y LA VIGILIA Había confundido tanto la vigilia con el sueño, que antes de acostarse clavaba con un alfiler cerca de su cama un papelito que decía: “Recordar que mañana debo levantarme temprano”. DEL LIBRO LOS 1001 CUENTOS DE 1 LÍNEA
CECILIA Y NAPOLEÓN Cecilia y Napoleón volvían a encontrarse en silencio. Habían acumulado ya otro centenar de fotografías y recuerdos de sus vidas en uno de los gigantescos estantes ( algún día recordaré que en este momento estoy pasando la página de este álbum tomándola por la punta de arriba con suavidad, viéndome la uña algo comida y que la misma página tiene en uno de los bordes una salpicadura de chocolate – pensaba Cecilia). Los años seguían su marcha y Cecilia y Napoleón continuaban en aquel proceso de recordar detalle a detalle los momentos de sus vidas, con la convicción de que era aquella la única forma de soportar la inmensa tortura de no morir nunca, de ser eternos.
SEÑORA DE MANOS MUY HERMOSAS Una vez un joven le dijo a una mujer: “ Señora, tiene usted las manos muy hermosas”. -Siempre lo han sido, para jóvenes de ojos tan hermosos como los suyos – respondió ella. -Sin sus manos mis ojos no serían hermosos. -Y sin sus ojos mis manos no serían hermosas. ¿ Ha visto alguna vez sus manos? - Antes de tener los ojos ausentes, advertía en ellas cierta hermosura –dijo él-. Y usted, ¿ se ha mirado a los ojos? - Nunca los tuve- dijo ella-. Pero jamás han existido manos tan hermosas como las mías. Y así finalizó aquel diálogo de ciegos. DEL LIBRO LOS DIENTES DE RAQUEL (1973)
La Excitadísima Antes de llegar a su medio rural, la Excitadísima ha estado la mayor parte de la mañana en el tocador, entretenida en sus afeites. Ha cuidado el mínimo detalle de su vestuario y maquillaje, se ha puesto sus polvos y perfumes, se ha colocado sus aretes y prendedores, se ha metido perfectamente en sus ropas y ha seleccionado a un excitado como ella, mientras le asalta la sensación de que algo en el mundo exterior puede devorarla. Antes de salir se mira en el espejo, y éste nunca le devuelve una imagen que ella se merezca. Se palpa las piernas y las caderas, se toca el sexo suavemente, luego lo va apretando; la resistencia de la falda o el pantalón la excitan, la presencia de las pantaleticas como punto intermedio entre el pubis y la yema de los dedos le aumentan el tacto, y entonces siente que los pelitos quieren erizarse y los labios carnosos de abajo sueñan con un roce de carne real, poderoso, de delicioso castigo. Se pellizca la rodilla, se rasca el tobillo. Si la mañana está fría, se da a sí misma una nalgada antes de salir a la calle. El mundo externo es para la Excitadísima sólo un pretexto para ir en camino hacia algo desconocido. Los hombres le dirigen sonidos anamórficos , le sueltan palabras de un sopor erótico que vibran en el aire con el calor, y tocan los sentidos de ella hasta turbarla. La lengua se remoja, el sudor empieza a bajar en gotitas hasta las perfumadas axilas, y el Monte de Venus sube el nivel de vellos. Su mirada se dirige a ninguna parte: los hombres son para ella como un susurro. Creyendo siempre estar distraída, la Excitadísima poco calibra la belleza física de los hombres, hasta que ve un ejemplar ideal: entonces sus ojos brillan de modo animal, se relame hacia adentro y sus jugos hormonales circulan por todo el cuerpo, que se cubre de un aurora superior, emite un olor penetrante que llega hasta el hombre de modo violento. Cuando la Excitadísima cruza la calle, las mujeres feas lloran por su propio destino, las medianamente bellas sueñan con parecerse a ella y las muy hermosas aprietan los puños. Los choferes de plaza pierden el freno, los ejecutivos maldicen a sus esposas y los desempleados entran al bar más próximo. Ella sigue imperturbable, pisa firme y hace sonar sus tacones de lujo. Compra bombones y arroja los envoltorios a la vía pública para que los mendigos se crispen de amor. Al llegar a la oficina, se sienta cruzando sus muslos con desparpajo, se suelta el cabello, saca maquillaje de la cartera y lo pone sobre la mesa, recibe llamadas anónimas, acaricia el auricular y lo lame con su voz de gata. Revisa con desgano las carpetas vacías mientras espera la invitación a almorzar del jefe, la oferta de matrimonio del Administrador y la mirada lúbrica del joven Secretario con carro propio. Está sentada en el centro de sí misma. Lee novelas románticas y escribe a su madre en el extranjero. Cuida niños rubios en las tardes libres y espera a su amante los sábados a mediodía. Él es un hombre corriente, más bien tímido, que la desnuda cuando ella, ya cansada del ajetreo mundano, se duerme plácidamente en sus brazos. DEL LIBRO BIOGRAFÍAS GROTESCAS ( 1997)
Falcón, viernes 1 de marzo de 2013
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Una casa cerca de Plinca
L
a casa que tiene Leonora en los alrededores de Plinca presenta problemas para la gente muy ligada al mundo. Para poder abrirla hay que probar 121 tipos diferentes de llaves. Cuando una de las llaves logra abrir la puerta, entonces es la casa que no abre, y el visitante queda implicado en el mismo asunto de la casa: uno se pregunta para qué ha entrado, por qué está uno ahí parado como un imbécil. Si de repente la casa abre, nos acordamos que no hemos abierto ninguna puerta, y es de lo más lógico pensar cómo puede abrirse una casa sin puertas. De cualquier modo, ya estamos dentro de la casa esperando cualquier situación. Estamos bien seguros de tener los ojos abiertos, pero no se ve nada. Si se nos ocurre cerrar los ojos por un momento a lo mejor vemos un poco más, pero de todos modos una sensación de vacuidad no nos abandona fácilmente, pues una vez dentro uno vuelve a preguntarse si aún se está afuera, de tal manera que la casa parece existir dentro del visitante y no en el espacio externo, como se había pensado al comienzo. Cuando el recién llegado considera estar viendo el interior de la casa, entonces es la casa la que seguramente lo está espiando a él por alguna hendidura, está viendo a un intruso dentro de su propiedad, y el huésped empieza a sentirse muy incómodo en un terreno ajeno. Lo más común en esos casos es que el visitante intente irse, que es cuando precisamente sale Leonora a recibirlo con todos los aires espléndidos que la acompañan. Nos invita a sentarnos, a tomar té y a hablar de los últimos acontecimientos. Aunque ya está bastante entrada en edad, Leonora posee verdaderos encantos; una voz y unos gestos de hechizo, una sonrisa muy floreada y una manera
de acercarse dejándonos ese olor a lluvia y esa calidez especial que emana de su tacto, una invitación perenne a desnudarla. Las conversaciones son tan impecables, que la mayoría de las veces no nos percatamos del trasfondo del diálogo, limitándonos sólo a observar sus movimientos . Leonora va y viene, habla de su casa, enciende interminables cigarrillos y nos encierra en un lenguaje de humo y olores funerarios que va apoderándose de los intersticios más pequeños. De
esta forma nos olvidamos casi totalmente de la casa. El asunto a resolver por los momentos es la personalidad de Leonora. Si el visitante anda buscándole tres patas a la cuestión, de seguro va a encontrárselas, porque Leonora no permite que vayan a investigar sus propiedades con aires de vigilancia policial o detectivesca. Si hay algo que Leonora aborrece es a los detectives. Una de las técnicas que utiliza para echarlos a la calle es la de comenzar a fumar copiosamente
hasta desaparecer entre espesas nubes de humo que ahogan al visitante, obligándolo a buscar su manojo de 121 llaves en los bolsillos para tratar de abrir la puerta de entrada. Siempre lo logra con la última llave, cuando ya no cree soportar la asfixia. Una vez hecho esto, el visitante se encuentra inesperadamente en su hogar, en su dulce hogar. Llama a su esposa e hijos, si es que los tiene, para contarles lo sucedido y ocurre algo muy triste para él: ve la cara de Leonora en la cabeza de su esposa. Esto, en cuanto a la gente muy ligada a lo inmediato. Por otro lado estarán las personas con tendencias a la aventura, las cuales no sólo esperar abrir las puertas y entrar a algún sitio, sino desprenderse de la repetición de impresiones que experimentan a diario. Saben de la casa cerca de Plinca por el murmullo general y allá van a parar, guiados por el olfato natural. Así han llegado los más disimiles temperamentos: niños, jóvenes y ancianos atraídos por el olor del misterio. Allá son complacidos. Cuando van mujeres las situaciones son muy peculiares. Aparecen felinos por todas partes: leopardos, tigres, leones y panteras en celo emitiendo ensordecedores rugidos. Si la invitada es muy hermosa, Leonora también siente celos, pues las bestias se van al suelo en inocente actitud, en una exigencia de caricias a la recién llegada. Por supuesto, ésta queda desconcertada, y Leonora opta por hacer desaparecer la casa con todo y felinos, con todo y objetos, con visitante y todo, hasta quedar ella sola levantada en el aire de su propia desaparición, sin saber exactamente dónde se encuentra ni en qué dimensión vive. Para decirlo de una vez: el gran problema de Leonora es el de no haber podido nunca salir de su casa. La primera vez que entró no supo más de ella, ni siquiera si de verdad franqueó la puerta. A veces, ha llegado a pensar que la casa jamás ha existido, sino que es una excusa para engañar a los habitantes de los alrededores de Plinca, cobrándoles parte de su desesperante soledad. Tomado del Libro Saltos sobre la soga ( 1975)