Revista fabula número 3

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Cultura, arte, literatura. N° 3. Coro, Venezuela, Junio 2016. Colaboraciones solicitadas. Director: Gabriel Jiménez Emán. RIF J-31218464-7. Email:gjimenezeman@gmail.com

MARVELLA CORREA / HOMENAJE

En el mes de abril dejó de existir nuestra amiga, poeta, artista plástica y profesora Marvella Correa, una de las figuras más apreciadas de la cultura falconiana, fundadora del Instituto de Cultura del Estado Falcón (Incudef) y del Instituto Tecnológico del Estado Falcón. Marvella fue un derroche de amistad, celebración y buen humor, que embargó los espacios de la ciudad de Coro, donde dejó una huella imborrable de afectos, de gente que se nutrió de su cercanía, generosidad y de su excepcional calidad humana. Tanto en el

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ejercicio de la amistad como en el de su pública gestión en el campo cultural, Marvella se desempeñó como una poeta, una artista genuina que conmovía con su sola presencia: un halo mágico la rodeaba, una efervescencia permanente era el sello de su personalidad creadora. Fábula rinde homenaje a esta sin igual artista nacida en Zea, estado Mérida, en 1950, y que dejó un sello imperecedero en la geografía humana del estado Falcón, a través de un grupo de poemas breves que sus amigos poetas le han dedicado.

MARVELLA Douglas Salazar

Marvella nos llegó profusamente vestida, con ese marcado acento andino. Llevaba un sinfín de emociones que inundaban cualquier espacio penetrado por sus ojos. Demasiado viva, no como las muertas de ahora; abismalmente vacías.

LA ÚLTIMA PÁGINA Marta Marín “Marvella, terminó el final de un trayecto. Tu libro llegó a la última página. Pero seguiremos releyéndonos palabra a palabra, cada una de tus luces, cada expresión lírica y cada espacio combativo en aras de la “Rosa blanca” de Martí.”

UN NUEVO TRÁNSITO Milagros Escobar “El devenir apertura un nuevo tránsito, el encuentro de las aguas. Son otros Horizontes donde el espíritu se recrea en constelaciones infinitas. Marvella no existe el adiós, sólo la permanencia en la esfera multidimensional y a veces desconocida de los afectos, el eco de la voz se repite confiada siempre en el eterno Retorno, en el próximo encuentro.”

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Obra de Marvella Correa

MAR DE SONRISAS FUISTE José Gregorio Noroño

Mar de sonrisas fuiste, Bella como siempre, Corre a otro lugar tu alma ahora, Pero tus palabras e imágenes Te han eternizado entre nosotros.

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MARVELLA Enzio Provenzano Clark

Vuela mariposa, levanta las olas. Fue tu silencio abrazo y penumbra. Parpadear de colores. Canto de pájaros. Flauta de Maíz. Tiempo y danza Respiras. Pigmento. Palabra.

ESE SOL QUE SE VE Rubén Tinoco Gómez

Ese sol que se ve sumergiéndose hasta su mentón de luz en esa Mar Bella soltó amarras de su ramillete de estrellas zarpando desde el puerto de la silaba herida su equipaje de palabra que une a la noche y su día en un lirico viaje donde la belleza aguarda el frágil emprendimiento.

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EN ESE LUGAR TE IMAGINO Yariza Rincón En ese lugar te imagino, un claro bosque rodeada con tus sueños. Gracias por acompañarme en la solidaridad más pura. Siempre creceré con tus palabras. Me abrazare a ellas. Últimamente tu voz casi fue texto y oración para ti.

CADA QUIEN TIENE SU JARDÍN José Millet Cada quien tiene su jardín y en él brilla Marvella como su flor preferida. La recordaré siempre por el instante primero en que nos conocimos en Coro, en un evento de los acostumbrados que se realizaban en el arranque del 2000...y establecimos una amistad que desafía el tiempo y la desmemoria. Y la recordaré la última vez en que nos vimos, ella en compañía de uno sus novios, el hermano Benito Mieses, rumbo a un restaurante coriano donde iban a compartir como lo hacían siempre, con poemas y alegrías que engrandecen el alma de los seres sensibles a la belleza. Quedaste como vuelo de mariposa que se pasea por el jardín y entre sus flores deja un polen de cariño...

VOY A EXTRAÑAR TU VOZ Simón Petit Voy a extrañar tu voz y acento. Voy a extrañar tu andar. También extrañaré las tardes de café y nicotina. De música y vino, de queso y aceituna. De esa pasión por la tertulia y tu amor por los amigos. Tantas cosas extrañaré que seguramente uno de estos días en Adícora te veré sentada en la orilla de la playa, contemplando la inmensidad de tu nombre, riendo y leyendo, esperando la noche, tan fría, quizá la muerte.

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LA NIÑA DEL CUADRO Celsa Acosta

Vuelves como la niña asustada por la niebla, en tu ojos una plegaria canta salmos y abriga la tarde. El gesto de tu mano simiente contenida es amparo y regazo de un tiempo que no termina.

SIÉNTATE CONMIGO Gabriel Jiménez Emán

Anda, Marvella, siéntate conmigo a la mesa Y vamos a charlar de tantas cosas. Sirve la cerveza En este vaso y hablemos de esos asuntos del corazón, De los artistas y poetas que tanto amas y defiendes. De tu poesía olorosa a tura y a tierra quemada, De tus personajes perdidos en la densidad de esos óleos, Ellos ahora surgen de tus cuadros para recordarnos Que existimos.

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LA METÁFORA DE LA BALLENA Alejandro García

Cuando

en 1851 el escritor norteamericano Herman Melville publicó su novela “Moby Dick”, críticos y público la recibieron tibiamente catalogándola simplemente como una historia fantástica de aventuras marítimas. Lejos estaban de saber que Melville se inspiró en un hecho verídico, el naufragio del barco ballenero “Essex” en 1820, quien mientras cazaba ballenas cerca del Ecuador fue embestido por un gigantesco cachalote blanco dejando a los sobrevivientes a la deriva en medio del océano, a merced de las inclemencias de la naturaleza, las bestias marinas, la locura y el hambre. Este olvidado episodio conocido por Melville lo llevó a escribir su inmortal novela, posteriormente este fatídico naufragio fue narrado por Nathaniel Philbrick en su novela “En el corazón del mar”, ahora adaptada al cine con maestría técnica por el laureado director Ron Howard. “En el corazón del mar” es un aleccionador relato que recrea las dos caras del emporio mercantilista del comercio de aceite de ballena en la naciente Norteamérica de comienzos del siglo XIX, beneficiando a la sociedad al utilizar el aceite como combustible para el alumbrado, lucrando a los usureros empresarios navieros y deviniendo la caza de ballenas en el más sanguinario e indiscriminado exterminio de cetáceos. El actor Chris Hemsworth sorprende con un personaje con mucho temple, su transformación física para interpretar a

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un experimentado Primer Oficial y posteriormente un desvalido náufrago dice mucho de su profesionalismo y entrega, el resto de los protagonistas como Brendan Gleeson, Ben Whishaw, Benjamín Walker, Cillian Murphy y Tom Holland, componen un dramático cuadro de vencedores y vencidos a merced de la tragedia y las circunstancias económico sociales de la época. Ron Howard (Cocoon, Apollo 13, Una mente maravillosa) demuestra lo que mejor sabe hacer, un cine cargado de sentimentalismo, hermosamente dibujado, magníficamente representado aún en los pasajes más oscuros del relato, pero carente en su totalidad de la profundidad filosófica, de ese simbolismo religioso y bíblico que Melville transformó en una epopeya épica entre el vengativo Capitán Acab contra el terrible leviatán Moby Dick. Entre múltiples interpretaciones la monstruosa ballena blanca simboliza la encarnación del mal sobre la tierra, el miedo a lo desconocido, la persecución de lo inalcanzable, la venganza de Dios contra el hombre; toda esta polisemia mística, asomada apenas en el filme, termina limitando la historia como si la blancura de la ballena hubiese enceguecido al director.

Ficha técnica: En el corazón del mar, EE.UU, 2015. Director: Ron Howard Guión: Charles Leavitt, Rick Jaffa, Peter Morgan, Amanda Silver (Novela: Nathaniel Philbrick) Productora: Warner Bros. / Village Roadshow Pictures / Cott Productions Fotografía: Anthony Dod Mantle. Música: Roque Baños. Elenco: Chris Hemsworth, Benjamin Walker, Cillian Murphy, Tom Holland, Ben Whishaw, Brendan Gleeson, Jordi Mollà, otros.

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LAURENCIO ZAMBRANO

Poemas

El trovador Laurencio Zambrano

LUTERIA DEL CORAZON

Doquiera que lo lleve la rosa de los vientos, el mortal nunca cesa de horadar en su acorde: silba algo de sí, ¿Efímero? ¿ Eterno? ¿ Partituras del otro fraseadas en el viento? Solfea lo que ignora, incluso, tararea lo que apenas comprende para fundar memorias..

A pesar de las máculas, su vanagloria es óntica. No es pecado emular las biotas de un arpegio, ni mucho menos ser adicto del hormonal coloquio entre gredas y vientos. ¿Y por qué no? ganarse la gloria, lidiando en la epopeya

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de los pájaros que —sin asueto— trabajan remozando la sempiterna lutería del corazón.

Inexorablemente, prólogo y epílogo tienen música: Cada quien será músico de miedos y corajes, lutier de opacidades y destellos. Sabemos que el alma tendrá ecos, si, ad honorem, instigamos contrapuntos a lo que yace silente en los caminos. Si, ad libitum, vendimiamos lo cantable en coplas de octosílabos andares.

Por fa mayor afina dios los clavicordios del tiempo en los collados. Por la natural, lo humano canta: Letra y músicas de sí, ¿del otro? ¿tuyas? ¿de adverbios? pero jamás de nadie. ! Oh! filarmonía eterna de las almas! Omnisciencia que expande el diapasón de todos los espejos y ecos.

Por la mayor, ampara el canto y afina el albedrio. Al silencio le arranca pasiones y avatares, cantatas y decires que la mudez codicia. Tal vez por eso, se no vaya la vida buscando los adagios, la melodía que ahuyente la agonía de vivir abstemio y sordomudo. Lejos de la semiótica percusión de las mortajas.

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LA BELLA

No sólo porque es antelación y zaga de lo que está por crearse o es memoria, ni porque profese mancias o devele los alfabetos que inventa el sol en cada rayo, en justicia, ser ungido por la Bella es el máximo honor —y desagravio— de quien elige a La Belleza por oficio.

Cada quien tiene su historia con La Bella: a cada cual le da su merecido. De mis encuentros —y desencuentros— con su enigma, atesoro un fabulario de improntas inasibles y perpetuas; cuando no artilugia— con vida— cuanto miro, se antoja de escribirme — y me ficciona— con tinta de espejos y laudes.

La Bella le quita la soledad al más pintado: lo va duplicando en cada sílaba, y es probable que lo escarmiente —como a mí— exigiéndole que ausculte — de por vida—, la fastuosidad de los acordes que tañen las vocales en el párrafo.

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Existen impostores a granel. Envanecidos que pretenden usurparla y adulteran su transparencia en criptogramas... ¡Pero qué va! ella sólo devela su hermenéutica a quien ame — como a sí mismo — su diáfana caligrafía de selva y ríos.

De tanto sentirla señorear en la existencia, me crece —como dogma— la certeza de que la Bella es: la estética ubicuidad que ejerce el tiempo para haya a maravilla en cada cosa; la polifónica compasión que esparce el viento para que a nadie le falte la mitad del canto en cada ruido; de manera que, quien la invoca tenga a mano, la metáfora redentora que exorciza los viacrucis de habla y escritura.

Como anfitriona, La Bella se las trae. Sin reposo, hace turismo con el alma. Por efímeros collados, como a un niño, te lleva de la mano a buscar la voz del espejismo, para que los ojos ensayando vayan viendo —según ella— las artes que profesa el diccionario para ser y seguir siendo el ventrílocuo — primigenio — de las huellas.

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Dicen —lo que de eso saben— que La Bella reina en mis adverbios, sin embargo, persisten desacuerdos en cómo somete a mis sentidos. Para unos, La Bella es mi chamana, otros, la presumen, mi nodriza, al extremo que, muchos juran, (me incluyo) que me obliga a beber leche de mitos, aguardiente gramatical de cuanto escribo.

Nadie sabe quién la manda a ponerle bandadas a mis pasos, o cantarle nanas a las piedras… Sólo sé, que en mí, de súbito se anuncia como garua de letras, llovizna gramatical que reverdece la barroca escorrentía de mis palabras.

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El poeta Laurencio Zambrano

CORRECTOR DE ESTILO

El arrendajo cree que su pico es la punta de mi lápiz. ¿estará confundido?. Sólo sé, que escarba, come frutas y anida en cualquier hoja de mi cuaderno.

Es probable que yo, alguna vez, con unos tragos de más, trovando para mí, haya pactado interinatos o algún tipo de esenciales cambalaches; y él, literalmente, valiéndose de eso, (cómo, dónde y cuándo a él le dé la gana) me solfea huellas, mirada y pensamiento.

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El hecho es, que si no le suena a canto lo que escribo, me enmienda la plana, ay, me corrige el estilo. imagínense ustedes, me tiene escribiendo partituras, preferiblemente para espejos y poetas

ADVERBIO QUE VAS TAN LEJOS

Adverbio que vas tan lejos y tan solo, acorta el paso. Déjame demorarme, esperar contigo a la otra mitad del río —mitad de mí— que viene atrás —espumas de verbo y sol— en la naciente. En este recodo hay Estado de Gracia. Enamorada, el agua pulsa madrigales como un viejo laúd que aún espera núbiles bandolinas o guitarras.

¡Ay, entrañable adverbio mío! —siamesito de mis gestos y lenguajes— El amor nos dio la vida que quisimos… Pudo haber sido peor la travesía. Por eso no pienses en sarcófagos, ni en el último delta que seremos, Quédese aquí conmigo, enamorado, mire que ya, ni la esperanza tiene prisa.

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EL LEGADO DE SIMÓN NORIEGA: VER, PENSAR Y ESCRIBIR José Gregorio Noroño ...entiendo por rigor...la capacidad de crear y buscar nuevos rumbos... voluntad y curiosidad de saber, de entender el porqué de las cosas. Simón Noriega

El 6 de diciembre de 2014 el profesor Simón Noriega determinó partir a otro lugar, dejando en nosotros un vacío, una pena que logramos redimir gracias a su legado en el campo de la historiografía, la teoría y crítica del arte. Por cierto, él fue uno de los profesores de la ULA a quien más admiré. Con franqueza, fue quien más influyó en mí formación académica. De hecho, gracias a él me incliné por la investigación y la escritura. El tiempo desdibuja los recuerdos, pero algo en mi memoria

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queda de aquel primer momento en que lo conocí. Para ser sincero, al principio me pareció algo almidonado y presumido; fue la impresión que me dio en ese entonces. Yo era un adolescente en busca de no sé qué, quizá de algo que no se me había perdido (por cierto, aún no lo he encontrado); el caso es que en el profesor Simón percibía como si él quisiera demostrarnos lo mucho que sabía, que nosotros éramos unos desconocedores de lo que él dominaba, pues durante sus estudios de Historia del arte moderno, en la Universidad de Roma, Historia de la crítica de arte e Historia de la cultura artística norteamericana, en la Universidad de Pisa, fue alumno de Cesare Brandi y Giulio Carlo Argan, eruditos pensadores que jugaron un papel importante en su formación. Al parecer a él le generaba placer hurgar en nosotros, preguntar por fechas, autores, conceptos, entre otros detalles de la Historia; esa Historia que atesora todo lo que pueda ayudarnos a entendernos ayer, hoy y mañana. Preguntas, como, por ejemplo, ¿en qué año inició y finalizó la Primera Guerra Mundial? Recuerdo que en el momento en que lanzó esa pregunta no entendí qué importancia tenía esa interrogación para lo que había ido a estudiar a la ULA –ni yo estaba claro qué quería de esa casa de estudios–, sólo me gustaba Mérida. Como nadie respondió al instante, lo hice yo: “1939 - 1945, profe”. Él se emocionó porque alguien del grupo de sus alumnos que lo escuchaban tenía conocimiento de ese período en que se desarrolló ese conflicto bélico. Como yo la sabía, no le vi ninguna trascendencia a la pregunta. Para mí sólo eran unas fechas como todas, sin sentido si no se contextualizan. Él la contextualizó y no la entendí en ese momento. De hecho, después de entenderla dudé. Siempre he dudado, incluso desde antes de leer El discurso del método, “cuanto más pienso más dudo”, como decía un antecesor de Descartes, quien tal vez hasta dudaba del título que le puso a su libro, el cual contiene su teoría: la duda metódica. En fin, al profesor Simón, con el tiempo -cuando comencé a entender a medias la razón de mi permanencia en Mérida-, lo fui comprendiendo, valorando y admirando. Como estudiante de Historia del Arte, carrera que él, junto a Juan Astorga Anta, creó en 1974, empecé a entender que a los hechos artísticos había que abordarlos con metodología, con disciplina, sustentándose en teorías y métodos; que había que revisar la Historia del arte y ayudarse con otras disciplinas del conocimiento humano; revisar y estudiar la filosofía, psicología, sociología, arqueología, antropología, semiótica, literatura, e incluso, la ciencia y la tecnología. Al profesor Simón lo vi, además, desenvolverse como docente, jefe de departamento y pertinaz investigador de la Crítica e Historia del arte. También lo vi ser fiel compañero de sus colegas, inclusive, pana de sus alumnos. Dentro de lo que percibí al principio en él (un ser presumido), realmente resultaba ser un gran deseo de compartir lo que sabía -sus conocimientos-, con los demás: con nosotros. Sus preguntas, el hurgar en nosotros, era un incentivo para que indagáramos, investigáramos, buscáramos y descubriéramos. Él siempre quiso inocular esa sustancia: la indagación, la búsqueda, para que cada quien se hiciera

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preguntas y generara respuestas, las cuales siempre arrojarán otras preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué y para qué estoy aquí? ¿Para qué sirve la Historia? ¿Qué es el Arte y para qué? Si desconocemos esto jamás llegaremos a ninguna parte. Y así sucesivamente, sin dejar de preguntarnos, ya que nuestras respuestas, al parecer, de ningún modo terminan por satisfacernos del todo. Aunque el profesor Simón siempre haya respondido a las preguntas académicas que muchos le hicieron, y a sí mismo se hizo hasta el último momento, creo que nunca encontró respuesta a la suya. A esa que uno siempre se formula como individuo a quien le afecta la condición humana (el terror de ser y de la existencia), haciéndola extensiva al mundo. Uno le puede responder al mundo, pero es difícil responderse a sí mismo. Y al no encontrar respuesta para uno, se atenta contra el yo, ese otro que nos habita y agobia, y del que no es fácil liberarse; pero llega el momento en que se decide transformarse en otra cosa, como Gregorio Samsa. Tal vez metamorfosearse en la negación del ser, a pesar de todo lo que se haya legado a la humanidad, como el profesor Simón bien lo hizo. Entre el grupo de los primeros críticos de arte como Lisandro Alvarado, Rómulo Gallegos, Bernardo Núñez, Jesús Semprum, Leoncio Martínez, Julio y Enrique Planchart, Paz Castillo y Picón Salas –si bien no recuerdo donde dejó el profesor Simón a Ramón de la Plaza, aunque sé que en uno de sus libros le asignó algún lugar–, entre ellos imagino se encuentra ahora nuestro amigo y profesor Simón. Tal vez llegó entre ellos sin saber qué decirles, qué responderles a la pregunta: ¿Por qué llegaste aquí antes de tiempo, Simón? Pues, estoy seguro de que ellos –e incluso Boulton, Pineda, Palenzuela y mi eterno amigo Willy Aranguren– no lo esperaban aún. Acá a él todavía le faltaban cosas por hacer, pero se adelantó al vuelo que aún no le correspondía. Él se fue sin despedirse y sin decir por qué se iba. Esa incógnita que nos dejó quizá para él no tuvo importancia. Sé que lo que más le satisfizo y satisfará, donde ahora se encuentre, es que sigamos su legado, que busquemos dentro y fuera de sus libros y tratemos de superarlo. No ser mejor que él, sino mejor que nosotros mismos.

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Gracias por su legado, profesor Simón, entre cuyos títulos -que comprenden la historiografía, la teoría y crítica del arte-, menciono los siguientes: El carácter de la arquitectura colonial en Venezuela (1975), La Crítica del Arte en Venezuela (1979, 2011), La pintura de Héctor Poleo (1983), El Realismo Social en Venezuela 1940-1950 (1989), Ideas sobre Arte en Venezuela en el siglo XIX (1993), Historia del Arte. Problemas y Métodos (1997), Las Artes Visuales en Venezuela desde la Colonia hasta el siglo XX (2000), Venezuela en sus artes visuales (2001), Al filo de los años veinte. Exposiciones y crítica de la pintura en Venezuela (2002), Arte e Historia del Arte (2007), y Arte ¿y eso qué es? (2008).

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PATACOJA EN EL CREPÚSCULO Cuento de José Pérez A Jhosen Daniel, mi hijo.

Cuando mi hijo salía a tomarle fotos a los crepúsculos mientras armaba su teoría de que “nadie olvida las tardes de la vida, en cambio pocos recuerdan cada amanecer”, formando un archivo que ya sobrepasaba las mil tomas, desde rayitos de luz rojiza al borde de espinas de ñángaragatos hasta tortas bien grandes a punto de desbaratarse contra el filo de los montes, Patacoja lo seguía como un perro de oro, amarillo desde los bigotes hasta la punta del rabo. Sus ojos canela y la lengua exageradamente grande y colgante como un puente lo hacían parecer como de otro mundo. Sus muslos traseros habían robustecido las fibras para desarrollar más fuerza de tracción, en cambio las delanteras eran débiles y la pata derecha tambaleaba desde el codo hasta las uñas como un aditamento innecesario. Había nacido así aunque se supone que algún malintencionado le dio una patada al buche de la madre y eso pudo ocasionarle la malformación.

Ilustración de Jesús Méndez

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Era un perro de temperamento fiel y espíritu de nobleza y valentía. Daba leves saltos para balancearse en la marcha y lograba correr casi como un canguro, imposible de reconocer a simple vista. Parecía disfrutar el olor del monte y trataba de morder vanamente las mariposas y los saltamontes que brotaban de la paja peluda, del biribital y los cadillos del camino. En los charcos de agua lapidaba la lengua con mucha bulla y hasta trataba de sacar alguna larva que viera. Tenía la vida en los ojos y sobre los copos de los cerros lucía señorial y altivo como un león. Su instinto de guerra advertía culebras cazadoras y animales encuevados. Por el oído parecía un satélite de alta precisión. Había logrado escapar a los tiros de las metralletas cuando el tiroteo de los ejércitos y la guerrilla y llegó a casa con un rasguño parecido a una quemadura sobre la parte anterior del pescuezo. —El papá de ese perro parecía un purasangre árabe —dijo Guillermo, un viejo amigo del rancho que solía ir a comprar quesos o cambiarlos por miel de abeja. También vendía chimó fresco y hojas de tabacos secadas al sol para las güimas. Guillermo solía contar los desguaces de la guerrilla y las violaciones que presenciaba del otro lado del río en una ensenada que tenían ellos para flagelar sus víctimas. —Hace tres días llevaron una indiecita que no pasaba de quince y la malograron entre cinco. La pobre niña se desmayó dos veces y no podía ya con la carga cuando algunos le repitieron la maldad por pura vagabundería. Después uno de los bandidos se la llevó en hombros seguramente para dejarla botada más adelante. —¿Y usted no pudo hacer nada? —Preguntó don Ricardo, el curador del tabaco. —Si la escopeta mía llegara hasta el otro lado del río ya me hubiera tirado una docena de vagabundos, mi compai. —Del otro lado ya es otro país. —A ellos no les importa la frontera porque igual se pasan para este lado. Al viejo Eloy Azuaje le llevaron los frijoles y los marranos hace unos días. —Pero no avisó nada. —¿Cómo iba a avisar, mi compai? Lo durmieron con formol quemado. Él sintió el olor cuando descansaba enjorquetao en su hamaca pero después quedó inconsciente y no sintió más nada. —Esa gente se sabe hasta las malas mañas de la química. Oír esos cuentos no sorprendía y de tanto traficar con esas historias ya la gente hasta había pasado a descreerlos. Cuando los indios pasaban para nuestro lado a buscar aceite, traer carnes de babos, vender diamantes que recogían de las montañas o a dar cualquier cosa a cambio de algo que

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pudieran cocinar por las noches, les preguntábamos si alguna de sus muchachas había sido perseguida por los hombres armados y sus cabezas marcaban con una tiza invisible una raya horizontal de izquierda a derecha. Pero nunca le pregunté a mi hijo si tras los crepúsculos del viento de las tardes y las borrascas temporales había captado con su cámara fotográfica algo parecido a esos cuentos del viejo Guillermo para tener la certeza de que eran creíbles o verídicos. Agarrado al cuello del perro, mi hijo oía indiferente aquellas fábulas mientras le sobaba la pata colgante como si por allí se le pudiera estirar algún hueso. La idea de que los hombres armados vivían en cuevas como los cuspos y cachicamos y que podían andar largas distancias bajo tierra resollando por algunos agujeros que lograban camuflar para proveerse de oxígeno, la tuvieron las familias de la frontera como eso: historias de una frontera desconocida. Sin embargo, se oían los tiros y se veían los helicópteros del ejército que pasaban a ras de monte y se perdían minimizándose en la blancura del cielo río arriba. Hubo veces que después de esos tiroteos por el centro del agua —donde la corriente era más fuerte—, se avistaban cuerpos flotantes que nadie sabe a dónde iban a parar. Don Guillermo contaba además que en su rancho del hato guardaba una metralleta que se encontró arando el suelo para sembrar, “con las balas completicas y sin oxidar”. Meses después contó también que se le habían metido en la casa cuando salió para vender la miel de abeja y le habían robado casi todo, hasta la metralleta. —Dejaron el piso minado de marcas de botas —dijo, por eso sé que eran militares o guerrilleros. Su hato quedaba bastante alejado en una zona rodeada de árboles de madera. El río se ladeaba hacia la derecha y se alejaba del país hacia un territorio desconocido, sin habitantes a la vista y lejos del alcance de la curiosidad. Seguramente era un bastión cerrado de la guerrilla. Los indios en cambio estaban hacia el lado contrario, río abajo. Según ellos, caminando dos meses se llegaba al océano, o a “la marea”, como decían para referirse a la mar. —Lo curioso es que me dejaron la comida intacta. Yo no hubiese podido comprender nunca el espíritu ni la lengua de don Guillermo si no hubiese sido por las fotografías de mi hijo. Cuando aparecía en su moto ruidosa cargado de frascos y calzado de camisas mangas largas para abatir las quemaduras del sol, saludando como si acabara de descubrir el mundo, la gente se desentendía de la mercancía de la miel y le servían café para alborotarle la lengua. También traía cosas de más allá del mundo pues en la radio que tenía oía las noticias del orbe a través de emisoras antillanas que repetían noticieros franceses y de Centroamérica.

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Nunca hubiesen muerto los Papas y caído gobiernos o asesinado jefes de estado si don Guillermo no lo hubiese anunciado semanas después. Los terremotos de México, Indonesia y Chile y la tragedia de los mineros así como las embajadas que explotaron en el Medio Oriente jamás habrían sido tales tragedias sin aquel radiotransmisor forrado en cuero, curtido de intemperie y soledad. También se esmeraba en explicar qué era eso del Medio Oriente a cambio de un caldo de gallina porque nadie parecía entender que hubiese un oriente picado por la mitad. La tierra era lo que el sol les permitía mirar de mañana a tarde con la pata coja de sus conocimientos. El sol nacía por el oriente o levante (por eso de levantarse, entendiéndose que bien temprano para más provecho y suerte) y occidente o poniente (que es cuando el perro cachicamea y las sombras se aparecen porque el sol se acuesta). Así que el único medio posible era el del mediodía, la hora de la sopa. Ni Boreal ni Austral, menos Septentrión ni Meridión eran puntos cardinales en sus ingenios. Sencillamente no existían. Pero don Guillermo se ganó muchos almuerzos dibujándoles camellos y pintándoles desiertos que él lograba despoblar aún más con sus hipérboles y culebras monstruosas que llegaban hasta el mismo cielo para explotar luego jartas de tanta agua porque se chupaban las nubes cuando no llovía. A más de un muchacho reacio a tomarse los brebajes para las lombrices se le inculcó miedo y disciplina con esos inventos del viejo solitario. Las culebras del desierto sirvieron para remediar las lombrices más agarradas a los intestinos de los párvulos

. Pintura de Jesús Méndez

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Sin embargo, la fama de pájaro de mal agüero que se ganó don Guillermo entre los muchachos zagaletones cambió por admiración a partir del día que un camión antiguo que parecía de una sola rueda —porque hasta la forma había perdido—, entró a aquellos parajes olvidados para anunciar que en dos semanas llegaba el gran circo Los Celestiales. Nadie había visto un circo por ahí. La idea fue de la misma guerrilla que quiso distraer a la gente y a las autoridades concentrándolas en el pueblo de Tumango durante tres días con ánimos de feria mientras atacaba las guarniciones del noreste y hacía arrase de provisiones en cuanto fundo, hato, siembra y empresa halló a su paso. Esta estrategia, según don Guillermo, les permitía reponer armas y traficar por el río aviones y helicópteros desarmados que después reconstruían en los refugios subterráneos y echaban a volar hacia los países vecinos. —Don Guillermo explíquenos cuál es la jirafa y cuál es el camello— suplicaba un mozuelo. —Dígame cuál es el tigre y cuál es el lión —pedía un morenito careto. —¿El circo también trajo la culebra de las nubes? Don Guillermo dictaba cátedra a chicos y viejos en torno a los animales del circo y algunos que no conocía los inventó. Un mono saki cara blanca del Brasil lo llamó “Payaso” porque creía que era un disfraz y casi pasó una tragedia cuando uno de los jovencitos intentó arrancarle los pelos y el saki lo voló por los aires. Yo lamenté profundamente que mi hijo no quisiera ir al circo esas tardes para tener testimonio gráfico de las especies, en cambio pudo tomar fotos a escondidas de la tragedia de los hombres armados, que en todo caso, fue lo realmente importante para esclarecer posteriormente los hechos. Otro animal raro fue el Proboscis Monkey, un mono ciertamente extraño, cuya nariz debatían que parecía de trapo (por eso lo llamó “Moco de pavo” dada la semejanza con la carúncula y la flor del amaranto), lo cual terminó en trifulca aduciendo que los dueños del circo eran unos sinvergüenzas que andaban por ahí engañando a la gente buena para quitarles la plata. Muchas gallinas y marranos se vendieron para pagar las entradas, y muchas reces desaparecieron de los hábitats de sus dueños para ir a parar en las varas de los pinchos y en los dispendios de ron. —Este es un circo serio, se los aseguro. Aprovechen de ver lo que nunca han visto. —Don Guillermo tuvo una actividad intensa a cambio de nada haciendo el papel de guía de promoción del circo mientras discutía e impartía sus razones y sin razones con quienes escutaba todo tipo de ignorancia. —Tengo entendido que este circo viene del Brasil, desde los puertos de Tabatinga y Leticia, cruzando en pleno el gran río Amazonas.

—Cuando hablaba así don Guillermo parecía un

cartógrafo de la época de los Virreinatos.

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De pronto un tumulto de muchachos desbarató asientos y causó una conmoción. El tropel venía del susto que les causó un trabajador del circo que traía en el hombro un ejemplar de axolotl, una salamandra mexicana de orejas con pelos y cueros transparentes que espeluscaban al más templado. Hasta vómitos hubo y no pocas fatigas del miedo y la calor. A la semana de marcharse el circo quedaron los cuentos de lo que había pasado dentro de la carpa gigante, fuera de la carpa y más allá del pueblo. El combate había sido feroz. Si los guerrilleros financiaron al circo para distraer a los civiles y consumar el asalto al puesto del ejército en nuestro país y en la zona controlada por el otro ejército vecino, eso no se pudo comprobar nunca y quedó en la saliva de aquellas bocas agoreras que destejían la realidad con la sorna de sus antojos o tergiversaban las fantasías más irreales haciéndolos creíbles al primer chisme de carretera o a través de los vendedores de peroles que iban de un lugar a otro entrometiéndose en las vidas plurales de todo el mundo.

Pintura de Jesús Méndez

Mi hijo tenía controlado el nido de una baba preñada y quería captar el momento justo en que nacieran los animalitos a la orilla del agua para seguir armando su álbum sobre la fauna de ribera que ya sobrepasaba las mil tomas. Las fotos de los paisajes incluía los crepúsculos a través de hojas húmedas, ramas quemadas, entre las patas del perro, en medio de horquetas, espinas, camburales, alambradas y otras interposiciones de objetos y partes de los montes, capaces de atar

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aquellos segundos finales irrepetibles de la luz diurna a una pieza cósmica que de seguro amanecería en su sitio apenas amaneciera. Pero nunca se propuso fotografiar un baño de sangre atroz y mucho menos ser perseguido por una inocencia. Prefería internarse en la montaña con Patacoja que ir al pueblo a ver borrachos matraqueros, y gatitas alegres que se ofrecían a los extraños para que desahogaran sus testículos por tres monedas. En secreto, había logrado llevar un registro de las infiltraciones de la guerrilla en nuestra frontera sin decir una sola palabra. Cuando estaba en la capital estudiando, las enviaba con un seudónimo a organismos internacionales de defensa de los derechos humanos, y hasta la cancillería, sin que recibiera de vuelta una sola respuesta de interés por el tema. De hecho, mi hijo suponía que su trabajo secreto no había logrado pasar más allá de las redes inciertas de internet. La masacre de los soldados destapó la olla. El ejército contraatacó de inmediato en una confusión tripartita que terminó enfrentando a los dos ejércitos fronterizos mientras al río caían cadáveres de ambos lados. La guerrilla aprovechó causar bajas por partida doble desde los túneles camuflados lanzando misiles letales a diestra y siniestra. Tres canoas repletas de indios que regresaban de un rito shamánico sucumbieron sin sobrevivientes en medio de las balas cuarenta y cinco milímetros y de los AK-47. Nadie en el circo se imaginaba tal horror. A la distancia se oyeron las turbinas de los aviones a reacción y el ronroneo de los helicópteros, pero no se dieron por entendidos entre la algarabía de ese domingo. A las cuatro de la tarde se inició el ataque guerrillero. Les tomó quince minutos acabar con los treinta y tres soldados del comando de vigilancia, y media hora enfrentar a plomo limpio y sin pausas, al otro batallón, que llegó en las lanchas de patrullaje justo para el reemplazo semanal. Otra media hora tardaron en socorrerlos los equipos aéreos y los paracaidistas. Ya a la seis de la tarde la confusión era total. El crepúsculo era de sangre. La prensa se sorprendió que el gobierno emitiera en menos de veinticuatro horas un informe diciendo que sus servicios de inteligencia habían logrado establecer un registro minucioso de esas incursiones, y mostró en público por primera vez las fotos de mi hijo sin que él se diera por enterado. Por mucho que nos preguntaron e intentaron sobornar para comprobar si alguien de nosotros sabía quién era el fotógrafo anónimo, lo negamos rotundamente. Debajo del colchón del rancho habían crepúsculos escondidos que por suerte nadie registró hasta que se pusieron pálidos y borrosos, pasando de un sepia color médano a un gris almidonado como suelen ser los colores del olvido. Una foto que mi hijo le tomó a Patacoja esos días lo mostraba lamiéndose la patica chueca, y del oro de sus pelos ya no quedaba sino un polvo cenizo como el que tienen las ancianas en sus cabelleras cuando cumplen cien años.

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J.J. ROUSSEAU Y ROBERT WALSER: FILOSOFÍA Y ESTÉTICA DEL PASEO Ennio Jiménez Emán

Un filósofo “existencial”, pensador y escritor amante de los paseos, es el célebre ginebrino Jean Jacques Rousseau (1712-1778), cuyas ideas influenciaron la Revolución Francesa, autor de El contrato social (1762), del Emilio (1762) -que desató una persecución en contra suya para hacerlo pagar cárcel- y también del menos famoso libro Divagaciones de un paseante solitario (tengo en mis manos la edición de la Editorial Labor, Barcelona España,1976), terminado en 1776, dos años antes de su muerte (publicado póstumamente en 1782). En pleno auge del Romanticismo (que condenaba los afanes fáusticos de la ciencia y proclamaba la vuelta a la naturaleza), durante estos paseos catárticos y reveladores -llevados a cabo de manera frecuente y sistemática y en varias épocas hasta los días de su muerte-, por los bosques y campiñas que circundaban París (en la villa y región de Montmorency, en un paraje boscoso llamado El Ermitage) y antes por las orillas del lago de Ginebra y Neuchatel en su Suiza natal, Rousseau paseaba por el sólo gusto de pasear, “manía obsesiva de Rousseau”, dice José María Valverde. Allí daba rienda suelta a sus pensamientos y meditaciones, se congraciaba y sinceraba con su corazón y fustigaba a la razón. Se sentía

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conectado y a la vez humillado ante y por la grandiosidad e inmensidad de la naturaleza, en tanto que pergeñaba su teoría (opuesta a los postulados de la Ilustración) de la cultura, la ciencia y las artes como una degradación de las costumbres esenciales. Esas páginas se proclamaban como los escritos de “un hombre en toda la verdad de la Naturaleza”. En este libro, pues, Rousseau enuncia su particular filosofía del paseo: “Estas horas de soledad y de meditación son los únicos del día en que soy plenamente yo y para mí mismo, sin diversión, sin obstáculo y en los que puedo verdaderamente decir que soy lo que la naturaleza ha querido”. Es decir, la caminata como una forma de pensar. Tras el proceso del Parlamento de París contra el Emilio y las difamaciones hechas de su persona en Francia e Inglaterra en las postrimerías de su vida por filósofos y escritores antes amigos o correligionarios suyos como Voltaire, los enciclopedistas Diderot y D’Alembert y por David Hume y Horace Walpole se establece en Ginebra una temporada para luego regresar a París y morir allí. En los últimos cuatro o cinco años de su vida y una vez finalizados los Diálogos (1776), Rousseau se dedicó en esos paseos a llevar a cabo también una labor de introspección filosófica que él sintetiza en la máxima “Conócete a ti mismo y goza contigo mismo”, siendo la misma persona de Rousseau su tema no sin antes dejar clara su admiración y correspondencia con los Ensayos de Montaigne, donde el francés proclamaba en el Prólogo: “Yo mismo soy la materia de mi libro”. En Divagaciones de un paseante solitario, escribe Rousseau decepcionado por las traiciones:”Por más que los hombres quieran volver a mi, no me encontrarán. Con el desdén que me ha inspirado su trato me sería insípido e incluso molesto, y yo soy cien veces más feliz en mi soledad de lo que habría podido serlo viviendo con ellos”. Y también para que quede claro: “Han arrancado de mi corazón todas las dulzuras de la sociedad. Éstas ya no podrán germinar a mi edad”. Así, estas Divagaciones constituyen los apuntes o escritos realizados durante los “paseos” (título con el que designó igualmente los capítulos de su obra) cuando anotaba las impresiones en sus caminatas por los bosques y parajes que rodeaban la capital francesa, ya en sus últimos días, a la vez que llevaba a cabo clasificaciones botánicas (otra de sus pasiones al igual que la de copiar música) de la flora del lugar. Allí anotaba: “Los ocios de mis paseos diarios a menudo han estado llenos de contemplaciones deliciosas y cuyo recuerdo lamento haber perdido. Fijaré a través de la escritura los que todavía puedan ocurrírseme”. Rousseau fue un escritor vigoroso de estilo brillante y colorido presa de una embriaguez poética y metafísica, de ideas rotundas y originales

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cuya religión la constituyó la Naturaleza, en la que se imbuyó y de la que extrajo inspiración hasta el final de sus días: su filosofía se redujo “a un deísmo naturalista, saturado de escepticismo”, como precisó certeramente algún comentarista de su obra. Otro suizo, nacido en las cercanías de Berna, Robert Walser (1878-1956), uno de los escritores más elusivos y menos conocidos y difundidos de la literatura en lengua alemana, aunque siempre una presencia activa y elogiada por grandes escritores de su tiempo como Kafka, Musil, Benjamin y Canetti, se ocupó de que su vida y obra pasaran inadvertidas, al no tomar en cuenta la relevancia literaria y el ego del escritor y que sus libros, poco traducidos, circulaban entre un reducido número de lectores El escritor Luigi Amara lo considera con razón una figura fantasmática en las letras alemanas del siglo XX, “un fantasma ya no más errabundo y vaporoso, como correspondería a su condición y carácter, sino anclado a la sombra de un estante, en obras escasas pero fielmente codiciadas”, y reconoce al igual que los escritores antes mencionados la importancia capital que su obra miscelánea tardía que muchas veces alcanza la incoherencia y el sinsentido pero también el deslumbramiento y la revelación, escrita antes de ingresar al sanatorio o asilo de Waldau -o al manicomio, “convento de los tiempos modernos”, al decir de Canetti- y que incluye temas menores y carentes de relieve, comentarios cotidianos, impresiones, ejercicios, borradores, paseos y excursiones anotados, bocetos de personajes erráticos. Dichos temas constituyen parte de una obra que rehúye toda relevancia y que he venido leyendo fragmentariamente en revistas (tengo en mis manos, el dossier que le dedicara la revista española El paseante en 1985) y en antologías, aparte de un valioso volumen de su obra narrativa publicado también en España y que extravié hace ya varios años en alguna mudanza.

Robert Walser

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La prosa divagante de Walser avanza y registra revelando matices insospechados de las cosas, personas y vistas observados e igualmente ejerce su nomadismo cuando comenta algún tema banal y hasta pueril anotado en sus paseos, alumbrándose -y alumbrándonos- la misma con el escrutinio de su particular mirada. Como afirma Amara: ”El signo de la poesía de Walser es la fugacidad.” Walser desarrolla su obra en el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial, período trágico de angustia, ansiedad, zozobra y desarraigo. Igual que su compatriota Rousseau, la actividad que prefería era pasear y deambular por las vías urbanas o campestres con toda la carga de vagabundeo mental y libertad de imaginación e introspección que ello conlleva. En su texto “Paseo dominical”, un paseante-poeta deambula por el campo entregado al infinito fantaseo de su mente, imaginando obras de arte y recitando poemas de memoria mientras recorre diversos paisajes bucólicos y reflexiona el narrador: ¡Cómo iba a dejar de fantasear y hacer poesía mientras se paseaba! Pero era precisamente esto lo que a sus ojos enriquecía y amenizaba una y otra vez los paseos”. Los “héroes” -o antihéroes- de las prosas de Walser son personas fuera de lo común, con una imaginación hiperactiva, anómala o desproporcionada, poetas, alienados o desocupados; no en balde Walter Benjamin refirió que los suyos “Proceden de la demencia y de ninguna otra parte. Son personajes que han pasado por la demencia y por ello siguen siendo de una superficialidad tan desgarradora, inhumana, inquebrantable”. Los cataloga, pues, como holgazanes, pordioseros o genios. En otra prosa suya, “La calle”, ambientada en una atmósfera urbana, un caminante se siente paralizado en medio de un espacio movido por una dinámica caótica y fantasmagórica que lo vapulea, en la que se encuentra preso y de la que literalmente no puede salir o moverse y menos hablar. Discurre entre un remolino en medio de una galería de prisioneros, de una “totalidad amontonada”. Walser nos introduce en una visión urbana de pesadilla, visión atroz salida de una mente anómala. Apunta el narrador: “Aquello discurría como el fluir de algo líquido, proseguía como si se disgregara; llegaba mecánicamente y se alejaba de igual forma. Todo era espectral, también yo”. En su prosa “Pequeño paseo”, un aldeano va por un camino comarcal admirando la naturaleza y saboreando sus observaciones, llegando en un momento a poner la mente en blanco: “Todo aquel mundo se me antojaba un gigantesco teatro (…) No hace falta ver nada extraordinario. Ya es mucho lo que se ve”, precisa.

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Cuando retrata al poeta Heinrich Kleist, en su texto “Kleist en Thun” -región cercana a Berna-, caminando el poeta por los bosques, hechizado frente al panorama natural de los Alpes suizos y sus innumerables aldeas y villas, se retrata él mismo tratando de asir lo que ve: “Quiere lo inasible, lo inconcebible del paisaje. (…) Quisiera no tener sino ojos, no ser sino un solo ojo”. Y en otra parte del texto, luego de terminar la jornada de la excursión alpina, apunta: “La noche lo alivia. Una vez en su alcoba se sienta a su escritorio dedicado a trabajar hasta el delirio. La luz de la lámpara le borra la imagen del paisaje; eso lo despeja y se pone a escribir”. Fiel retrato cotidiano de su propia actividad de paseante y escritor.

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DE PUERTAS HACIA BIEN ADENTRO Daniel Céspedes El Caimán Barbudo, La Habana

“Tengo sueño ahora, mucho sueño…”, dijo Dios. Luego se quedó profundamente dormido: al poco rato comenzaron a aparecer las imágenes que crearon al mundo y los seres. Gabriel Jiménez Emán, Sueño.

Convocando un aprendizaje universal, todo creador procura tocar sensibilidades ajenas a partir del añadido de la suya. Mas el intento no queda en el hecho de una mera sumatoria, acaso de una prolongación, sino de un diálogo atrevido y atendible por sus porciones de familiaridad. ¿Qué permite en realidad ese contacto, esa posibilidad de integración? Pues el reconocimiento mutuo de lo realizable, aun en los predios de la sorpresa y de la imaginación provocados por la obra. Lo negociable entre escritor y lector —para aterrizar ya en una reciprocidad concreta— se da en el trato de una libertad, aburrida de sus horizontes o límites, con una dependencia dolorosa y placentera, pero ambivalente también en cuanto a las propuestas de caminos vivenciales que ofrece. Esto va tanto para autor como receptor. Lo sabe el venezolano Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950) al examinar el drama del escritor en una de las narraciones cortas de Ficciones, fábulas y microrrelatos (Editorial Arte y Literatura, 2015) y reconocer una secuela casi siempre pasajera: Aparentemente, el drama de un escritor se revela cuando ya no tiene nada que decir y continúa escribiendo, o cuando tiene mucho que decir y no encuentra las palabras apropiada para expresarse. Desde otro punto de vista, podría ser que el escritor escriba para ganarse la vida o tener éxito, y no curra ninguna de las dos cosas. Pero no. El verdadero drama del escritor se produce cuando pone punto final a su obra y se cerciora en ese mismo momento de que esta no existe.1

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Gabriel Jiménez Emán

No por contabilizar sino para reparar en los alicientes y desencantos de la creación, y en los demonios de la autoría, es que bien valen esas páginas como la ya citada y tantas otras en las que Jiménez Emán declara y sugiere como el narrador que es. En “El cuento más bello del mundo” regresa sobre el acto de escribir desde Hugo Han, uno de los personajes más obsesivos de este libro. El mundo ficcional que rememora el fenómeno (re)creador y creativo, al tiempo que la propia experiencia de Emán volcada como confesión en el afán, el placer y la agonía de concebir obra, es fascinante y preocupa por cercano e influyente. El título del libro: Ficciones, Fábulas y Microrrelatos aparenta cierta clasificación o división genérica, cuando en verdad asistimos a todo un inventario imaginativo que se erige sobre los referentes más misceláneos de distintos contextos. Para colmo, mediados por la fascinante y a la vez pavorosa constelación posmoderna, donde olvidamos creaciones primarias por cuenta de atractivos reciclajes culturales. Noventa son los textos que dan fe de ello. A veces prima un encontronazo entre realidad y fantasía, rememorando —a manera de homenaje— el dinosaurio de Monterroso o las greguerías de Gómez de la Serna; otras, fabula y no teme a la lección temática o conceptual, aunque más resuelta al cierre conclusivo y esperado de la historia, si bien

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apetece siempre la reflexión del lector como, por ejemplo, en “La prostituta que vendía sus ideas” y “El caballo que deseaba ser un jinete”. Por si fuera poco, Gabriel Jiménez Emán retoma figuras históricas, literarias mitológicas y reinventa un universo de la probabilidad ficcional. Y aquí destaco: “Diálogo postrero entre Sancho Panza y Alonso Quijano, oído por el autor del Quijote”, “La mano de Cervantes” y “Troya arde de nuevo”; esta última una invención realmente muy bella en tanto impulso de un imaginario cerca de lo testimonial. Y si acaso Jiménez Emán me preguntara cuál yo prefiero en cuanto a relato ingenioso y sorpresivo, me quedo con “El espectador ausente”. En Ficciones, fábulas y microrrelatos asistimos a desiguales tonos porque cada tema pide uno en particular. Es de destacar cómo su autor cuela un existencialismo sin didactismos sociológicos o pseudofilosóficos, aunque sí encontramos aciertos psicológicos que valen incluso por esa hechura harto retocada a lo sentencioso. Al inicio de en “La melodía de las esferas” se lee: «La vida es como es y no admite adjetivos: es todas las cosas y ninguna, es todo y nada».2 Para luego, en esa misma ficción concluir con «la mala suerte no es más que la ridícula traducción de un dato imposible».3 Ello viene a engrandecer un estado anímico legítimo, una verdad generalizada a partir de lo vivencial.

Obra más reciente de Jiménez Emán editada en La Habana, Cuba

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Ahora, si algo equipara las narraciones de este libro, amén de su espontaneidad expositiva y encanto temático, es sin dudarlo las atmósferas de aislamiento (no de encierro gótico), por lo general vinculadas a esos protagonistas de apartamentos o casas independientes; sobre todo, esos sujetos pensativos y somnolientos en los lechos de sus habitaciones. Pocas veces advertimos en Fábulas, ficciones… una simpatía habitual hacia la calle, el ambiente rural, en fin, el transitar diario. En el presente libro casi prima lo que siente el personaje de “La taberna de Vermeer”, cuando dice: «Cada vez que intentaba meter la llave en la cerradura para salir a la calle el pulso me temblaba, y tenía que regresar». No es que se imponga la agorafobia, sino que se prefiere vivir de puertas hacia bien adentro. Como una buena y larga conversación entre personas que se estiman y no tienen por qué estar de acuerdo en cuánto manifiestan, se dialoga de un tirón con Ficciones, fábulas y microrrelatos, una antología encantadora de un narrador de la vida, acaso porque ha sido un obsesivo y verdadero inventor de mundos posibles e imaginados. Ese hombre es Gabriel Jiménez Emán.

NOTAS 1. Jiménez Emán, Gabriel. Ficciones, fábulas y microrrelatos. Editorial Arte y Literatura, La Habana, Cuba, 2015, p.37. 2. Ibíd., p.158. 3. Ibíd., p.162.

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Reseña periodística POESÍA Y PAZ RECORREN EL MUNDO Marbelia Martínez Senior “El Nuevo Semanario”, Coro, 30 de mayo de 2016

Cartel del X Festival Internacional Palabra en el Mundo 2016

En los hermosos espacios del Balcón de los Arcaya se realizó el X Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo en la ciudad de Coro, que se efectúa de manera simultánea en más de cincuenta países del mundo, para resaltar la vigencia de un evento universal en donde los poetas alzan sus voces por la paz y por la creación literaria. El escritor Gabriel Jiménez Emán, coordinador de este evento, resalta que se trata del

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quinto año consecutivo de la celebración del Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo en el estado Falcón, con el apoyo de instituciones con los escritores de acá, hay mucho entusiasmo pese a la crisis, dice, pese a las cosas que se dicen del país, la poesía siempre está apuntando sus voces por la paz, porque lo que queremos es paz y concordia”, destacó Gabriel Jiménez Emán. Al hablar sobre la poeta Marvella Correa, destaca sus grandes virtudes, fue una gran artista plástica, una defensora de la cultura, una mujer llena de alegría, en ella se encuentra la voz muy singular de la poesía venezolana, hizo mención a sus libros como “Hablas del Silencio”, “Ofrendas de la Caza” y otros que expresan el mundo interior de la artista, resaltando la simbología de los mitos ancestrales presentes en su poesía.

EL REENCUENTRO Por su parte la profesora María Elvira Gómez indicó que esta actividad reunió a los poetas de Coro, “fue una hermosa oportunidad para el reencuentro, para escuchar lo que la gente está escribiendo, lo que la gente está haciendo, para reivindicar la poesía en general y particularmente este año, el evento tuvo una significación muy especial porque se hizo en homenaje a Marvella Correa, insigne poeta falconiana, recientemente fallecida y venimos justamente a hacerle honor a ella a través de la lectura, lo que la gente ha producido, lo que ha podido crear y a vernos las caras que siempre es tan importante”. Señala que Marvella Correa manejó la plástica y la escritura, a partir de la imagen escribió los textos, cada trabajo es un viaje interior.

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Grupo de poetas del Festival Internacional Palabra en el Mundo, Coro, 2016

El escritor Gabriel Jiménez Emán resaltó la importancia del Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo realizado en la ciudad de Coro, y que ha contado con la colaboración en varias de sus ediciones de instituciones como el Museo de Arte Coro, el Instituto de Cultura del estado Falcón, la Alcaldía del Municipio Colina en La Vela, el Gabinete de Cultura del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, y este año de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda. En Venezuela este evento se ha realizado en el estado Falcón, así como también en Caracas, Mérida y otras ciudades del país. En el encuentro llevado a cabo en homenaje a los grandes poetas falconianos Rafael Rossell, Marvella Correa, y Ramón Miranda, participaron las poetas Celsa Acosta Seco, María Elvira Gómez, Yariza Rincón, Jennifer Gugliotta, así como los poetas Simón Petit, Ennio Jiménez Emán, Antonio Robles, José Gregorio Noroño, Rubén Tinoco, Camilo Morón, Ennio Tucci, Olimpio Galicia, Enzio Provenzano, Israel Antonio Colina, Juan Francisco Lara, entre otros. En horas de la noche en el marco de este festival se realizó un foro sobre la trascendencia de la literatura falconiana, en la que los asistentes dialogaron sobre el quehacer literario en la región. Luego se presentó un concierto de música, a cargo del Duo Paicagüi, Javier Leen en la guitarra y en el cuatro su padre Ángel Gabriel Leen,

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quienes interpretaron valses venezolanos y boleros latinoamericanos. “Se trata de la convocatoria para la poesía que cada día se nutre más en el estado Falcón”, agregó, Jiménez Emán, coordinador general del evento, junto a la poeta falconiana Celsa Acosta Seco, quienes dirigen las Ediciones Fábula y forman parte de la Directiva de la Red Nacional de Escritores de Falcón, agrupaciones promotoras del evento.

Vista parcial del evento

A su vez María Elvira Gómez se refirió a la obra del poeta Rafael Rossell, a quien calificó como uno de los grandes poetas falconianos, a la vez que leyó uno de los textos del libro “Proa al norte”, de Rossell. Por su parte Ennio Jiménez Emán habló del poeta Rafael Rossell, destacando el viaje interior del escritor, un regreso hacia sí mismo, refiriéndose al libro “Caravanero”, de este autor. Subrayó Jiménez Emán, la presencia del poeta como trashumante, el eterno viaje en la búsqueda de sí mismo.

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