Carlos Jurado
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El misterio de la cueva en el campo de tiro Primera edición 2020
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EL MISTERIO DE LA
C U E VA
EN EL CAMPO DE TIRO
Carlos Jurado
2020
EL MISTERIO DE LA CUEVA EN EL CAMPO DE TIRO
UN PERIODISTA DE INVESTIGACIÓN Soy Rafael Lucas, o tan solo Lucas1. Un periodista curioso que le gusta investigar sobre cuestiones histórico-militares por haber nacido muy cerca del entonces Fuerte Independencia, cuna de la ciudad de Tandil. En especial, me dedico a indagar acerca de nuestra historia local regional para buscar las raíces poblacionales del lugar. Además, por no haber podido hacer el Servicio Militar Obligatorio estoy muy interesado en temas militares, y más aún al tener un comando militar en la ciudad: el Comando de la Primera Brigada Blindada “Brigadier General Martín Rodríguez” (ver il. 1). Su nombre me permite unir mis dos pasiones: investigar la historia del llamado “Capitán Grande”, Martín Rodríguez, y conocer el accionar actual de una fuerza blindada. Además, de este comando dependen un grupo de elementos militares que evidencian un gran poder de combate.
1 Lucas comenzó a trabajar de cadete en la redacción del diario Nueva Era de Tandil (fundado el 1 de octubre de 1919 por José A. Cabral) y se recibió de periodista a los 19 años. Gracias a su esfuerzo y dedicación logró ascender, transformándose en el cronista más destacado.
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Cuentos de Ficción Histórica Militar
Ilustración 1. Elementos dependientes del Cdo Br Bl I en Tandil
Conociendo mis inquietudes, mi jefe, el director editorial del periódico Nueva Era de Tandil, me asignó para cubrir la ejercitación que estaban por realizar algunos de los elementos militares que dependían de esta brigada. Así fue que, en razón del éxito alcanzado el año pasado, por los ejercicios militares “Mata Negra”, ejecutados en los campos de Tandil, había un gran interés entre la población de nuestra ciudad y también en la vecina localidad de Azul.
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Gentilmente, el comandante de la Brigada, que ya había enviado una invitación al diario para que un periodista pudiera participar de la totalidad de las actividades de algún elemento dependiente, sugirió que se iniciaran los relatos de los acontecimientos desde los preparativos iniciales. Por eso, no solo eligió la Unidad más lejana, sino también la que tenía al jefe de menor edad, para que se entendiera con el cronista. A tal efecto, el ayudante del comandante me avisó que el mayor Alberto Maren, el jefe del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 1 “Isidoro Suárez” (Esc Expl C Bl 1), con asiento en la localidad de Arana (cercana a La Plata, Provincia de Buenos Aires.), ya sabía que me iba a presentar en su unidad para acompañar y relatar todas las actividades que realizara el escuadrón. A su vez, el ayudante me adelantó que el mayor estaría inmerso en la ejercitación, desde la marcha de los vehículos hacia el Regimiento de Caballería de Tanques 10 “Húsares de Pueyrredón” RC Tan 10, ubicado en la ciudad de Azul, lugar de reunión de los elementos, hasta la culminación del ejercicio de tiro de los tanques en el campo “Los Cerrillos”.
EL ESCUADRÓN SE ALISTA PARA LOS EJERCICIOS El 27 de septiembre de 1992 me presenté en la guardia de prevención del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 1 “Coronel Isidoro Suárez”, en Arana, con una carta del comandante de la Brigada Blindada 1. Al ingresar, el jefe de guardia me hizo acompañar por un soldado hasta el despacho del jefe de escuadrón, quien me recibió con gran cordialidad. Sus palabras me dieron tal impresión cuando me dijo: “¡Lucas, bienvenido a la Unidad!”
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La primera conversación, mate de por medio, comenzó con trivialidades para ambientarme acerca de lo que haríamos y así saber qué era lo que yo buscaba relatar. En el transcurso de la charla le pregunté si durante el año se realizaban cursos de entrenamiento para la capacitación y preparación del personal de su escuadrón. Maren, orgulloso de la formación de su gente, me explicó que antes de hacerse cargo de esta jefatura había sido Oficial de Operaciones del regimiento de Azul, donde experimentó, con gran éxito, un sistema de entrenamiento para las tripulaciones de tanques muy similar al que utilizaron en la guerra del Golfo (Iraq), que había finalizado en 1991. Habiendo adaptado ese modelo de entrenamiento para las distintas dotaciones de todos los tipos de vehículos que poseía, por ser un elemento de exploración, me dijo que desde principios de año estaban repitiendo el método y, mientras terminaba el mate, agregó: “la calidad de los procedimientos la verás reflejada en la rapidez para adquirir un blanco y batirlo con eficacia”. Además, me mostró imágenes de un “torneo” que se había realizado para que el personal estuviera más motivado y que le sirvió, además, para comprobar el nivel de instrucción de las distintas tripulaciones. Mientras yo seguía su relato con gran atención, continuaba mostrándome fotograf ías del lugar donde ejecutaban el disparo a las más largas distancias: el polígono de tiro del Regimiento de Caballería de Tanques 8 “Cazadores General Necochea” (RC Tan 8). Su nombre me hizo recordar las glorias del valiente que se inició como oficial del Regimiento de Granaderos a Caballo (RGC) de San Martín, para terminar como Mariscal del Perú. En un momento de la conversación, Maren me preguntó si le estaba prestando atención, pues debió haber visto que mi mente volaba al pasado. Para salir del paso, le respondí que era un apasionado de la historia militar. Como se había dado cuenta del tiempo que llevaba hablando, me ofreció recorrer las instalaciones del escuadrón para que luego yo pudiera ponerme cómodo y descansar del viaje.
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Esa noche, Maren me invitó a una cena en un restaurante del lugar, durante la cual conversamos de temas variados, entre ellos, mi interés por la historia regional. A los postres, el mayor me preguntó si deseaba recorrer la localidad y los alrededores de La Plata. Me aclaró que, si bien él no podía acompañarme porque debía madrugar para continuar con los preparativos, podía hacer que me fueran a buscar a la hora que le dijera. Le respondí que deseaba dar unas vueltas por el centro y que después me tomaría un remis o un taxi para volver al regimiento, así no causaba molestias. La realidad era que el nombre de Martín Rodríguez y de Mariano Necochea me hicieron fantasear con la posibilidad de iniciar una aventura en el pasado de la provincia de Buenos Aires. Necesitaba ordenar mi mente para participar decididamente en este desaf ío. Al día siguiente, me encontré con el mayor Maren para desayunar en el casino de oficiales. Cuando terminamos, me hizo saber que iniciaríamos un recorrido por el sector del parque automotor para que viera los distintos procedimientos técnicos para el mantenimiento preventivo y el alistamiento de vehículos y armamento, con miras a las ejercitaciones “Mata Negra”. Allí me surgió la intriga y le pregunté el porqué del nombre de la ejercitación, que era utilizado por segunda vez. Maren me respondió que el comandante de la brigada había sido jefe de regimiento en el sur del país donde crecía la mata negra: un arbusto muy duro y rudo, capaz de sobrevivir a las más duras inclemencias. De ahí el motivo de la denominación, por su similitud con las características de las ejercitaciones. Al saber a qué me expondría, mi asombro se acrecentaba. La recorrida finalizó a las 12:00 h, cuando nos dirigimos al casino para almorzar. Mi curiosidad se incrementó durante el almuerzo, así que aproveché la ocasión para preguntarle a Maren acerca de cómo operaban los vehículos blindados en los campos de batalla.
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El mayor comenzó dándome una introducción histórica y tecnológica en la que demostraba su capacidad docente al explayarse en los distintos temas. De esta manera, explicó el origen de las maniobras a partir de un ejercicio británico en el cual se habían enfrentado vehículos comunes, con cartones cuadrados en sus laterales que daban la impresión de un tanque de agua (de allí su nombre), contra un elemento de caballería a caballo, donde el objetivo había sido alcanzado más rápidamente por los vehículos motorizados. No obstante, la indiferencia de los oficiales de caballería británicos de ese momento hizo que nadie quisiera comandar una unidad de ese tipo y el proyecto fue desechado. Los alemanes, estudiosos y conscientes de las asfixiantes cláusulas de entreguerras, habían desarrollado un proyecto británico escrito por Fuller, llamado “Memorias de un soldado no convencional”2, en el cual se planteaba la guerra escalonada: primero un ataque de aviación ligera para luego emplear los primeros tanques en masa como forma exitosa de quebrar el frente enemigo. Su principal impulsor fue Heinz Guderian, por lo que lo apodaron Heinz “el rápido”. El mayor prosiguió con la exposición. Para ello, dibujó un triángulo equilátero y en cada vértice ubicó el blindaje, el cañón y el motor, señalando que debía haber un equilibrio entre los tres. También me explicó de la carrera entre el blindaje y los proyectiles que los penetran: “a cada nueva invención surge otra que se le opone”—agregó—. Hizo una pausa para el café y, como yo no tenía la capacidad para recordar tanta información, le pregunté si podía grabar las explicaciones. Luego de su afirmativa siguió exponiendo sobre el empleo operacional en el campo de batalla. Me habló del poder de fuego y de la velocidad y la capacidad para avanzar pese a la oposición del 2 Se encontrará el detalle en el libro de Kenneth Macksey, Fuerzas Acorazadas Aliadas, pág. 10.
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fuego enemigo, lo que hacía que, más allá de las actuales críticas al tanque, siguiera siendo un factor decisivo en el combate terrestre. Además, me recordó una frase sobre una experiencia que vivió en carne propia: “la guerra no la ganan los tanques, sino los hombres que los tripulan”. Para no aburrirme más, solo añadió que a partir del empleo del blindado en la Segunda Guerra Mundial se habían conformado unidades de armas combinadas, es decir blindados con tiradores montados que echaban pie a tierra para eliminar resistencias que los tanques no podían hacer como posiciones antitanques. Le agradecí estas explicaciones y continuamos con el postre. Finalizado el almuerzo, Maren regresó a la unidad, mientras que yo aproveché el resto de la tarde para visitar la Casa Arana, donde vi una réplica del patio del Palacio de los Leones de la Alhambra, el único exponente de la arquitectura hispanomusulmana construido en una clásica residencia privada de la etapa fundacional de la ciudad de La Plata. El 30 de septiembre, cuando Maren estaba en su oficina recibió un mensaje militar que le indicaba la fecha y hora de la presentación de su escuadrón en el Regimiento de Caballería de Tanques 10 (RC Tan 10). Entonces, inició los preparativos para cargar los blindados en varios transportes y llevarlos hasta la zona de operaciones en Azul (ver il. 2). Ese fue el comienzo de mis crónicas para el diario: indicar que esa mañana se había interrumpido la paz monacal que reinaba en el escuadrón, pues en el playón de maniobras del parque automotor rugían varios motores al unísono y todo el personal tenía alguna ocupación, mientras Maren dirigía todas las actividades como si fuera un director de orquesta.
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Ilustración 2. Carga de un tanque en un transportador antes de la marcha
COMIENZA EL DESPLAZAMIENTO HACIA TANDIL Finalmente, a las 17:00 h, cuando todos los blindados ya estaban en sus transportes y encolumnados, Maren me sugirió que fuera a comer y descansara, porque al otro día iniciaríamos la marcha a las 0:20 h. Obviamente, le pregunté: “¿Por qué tan temprano?”. Con su habitual paciencia me explicó que de madrugada la ruta se encontraba más despejada y de este modo la columna de transportes militares afectaba menos el tránsito de camiones y vehículos particulares (ver il. 3).
Ilustración 3. Columna de marcha lista en una ruta lateral del cuartel
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A las 0:00 h habían comenzado los movimientos del personal que realizaba los chequeos finales de los vehículos para iniciar la marcha, cuando sonó mi despertador. Me quedé remoloneando un rato en la cama hasta que me levanté para ducharme. Mientras desayunaba unos mates con galletitas en la habitación, de pronto sonó el teléfono. Atendí el llamado y escuché la voz de Maren que me decía jocosamente: “¡Soldado! lo espero en diez minutos en el parque automotor, porque si no irá corriendo detrás de la columna.” Después de cinco minutos, alguien golpeó la puerta. Era un soldado que, con un uniforme de tanquista en la mano, me dijo: “Se lo envía el jefe de escuadrón para que viaje más cómodo y sienta lo mismo que nosotros”. Rápidamente finalicé el armado de mi valija, me vestí con el uniforme y fui al encuentro de Maren. Al llegar, noté que no paraba de dar órdenes y se fijaba en todos los detalles. Me sorprendió su diligencia en el control, que iba desde el estado de las luces de los vehículos —en especial las de los transportadores—, hasta la tensión de las eslingas que sujetaban a los blindados. Cuando estuvo todo listo, Maren subió al Jeep y se instaló en el puesto del conductor. A su lado se sentó el sargento Esquivel quien, según me había comentado el mayor, era su conductor de confianza para todos sus vehículos, desde el jeep hasta el tanque. Yo ocupé el asiento trasero y supuse que, además, debería ser el cebador del mate. Casi en un susurro, el sargento me explicó que en los casos de una gran columna le gustaba manejar al mayor para regular debidamente la velocidad de marcha. El desplazamiento continuó sin novedades. Después de unos kilómetros, me hice cargo del mate para amenizar el viaje. Cuando se agotó el segundo termo, como estaba muy cansado, me quede dormido. Desperté sobresaltado en el momento en que el Jeep detuvo su marcha, y desconcertado pregunté qué había pasado. Maren me contestó que ya estábamos llegando al destino y simplemente nos habíamos detenido para controlar todo y hacer una entrada decorosa.
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COMIENZAN LOS EJERCICIOS “MATA NEGRA II” Al llegar, me enteré que el Comando de la Brigada había difundido —para tranquilidad de la población— que se iban a realizar los ejercicios anuales de instrucción y de conducción en el campo “Los Cerillos”. Además, informaron que se tomarían las medidas de seguridad necesarias para evitar que los pobladores pasen por las inmediaciones de la zona afectada, por error. Incluso, el diario Nueva Era explicó en detalle las unidades que participarían en estas actividades: el Comando de la Brigada Blindada 1 y su Estado Mayor, con el apoyo del Escuadrón de Comunicaciones Blindado 1, y la Base de Apoyo Logístico Tandil (ver il. 4).
Ilustración 4. Portada del diario con la alerta de los ejercicios militares
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El campo de instrucción “Los Cerrillos” tiene aproximadamente 1200 hectáreas y está ubicado en la jurisdicción del partido de Azul. en la zona de las sierras, cerca de los denominados “cuarteles viejos” que se encuentran situados detrás del Arsenal Naval Azopardo, a la altura del kilómetro 9 de la Ruta Provincial 80. Cuando llegamos a la localidad de Azul entramos al regimiento de Húsares (tal su nombre en recuerdo de Juan Martín de Pueyrredón, creador del cuerpo), donde quedó la columna estacionada en las calles internas de la unidad. Mi experiencia de matero hizo que Esquivel me incorporara a una rueda con un grupo de militares reunidos alrededor de los vehículos. Maren se dirigió al despacho del jefe de regimiento, el teniente coronel Darío Mauricio Rey, para realizar su presentación oficial. A su regreso, ya estaba colaborando en las tareas para descargar los blindados que luego harían una marcha táctica a los campos de instrucción en “Los Cerillos”. En la marcha del día siguiente, mientras preparaba un resumen de los sucesos vividos, pude obtener algunas imágenes del ingreso de los tanques en el campo de instrucción, antes de su ubicación definitiva en los distintos sectores. Maren me explicó que estos vehículos quedaban en sus lugares para cuando mañana, al traer el resto, ya estén en posición de iniciar el tiro. A mi retorno al regimiento me fui al casino de oficiales para compilar mis apuntes y resumir las actividades, a fin de completar mi crónica diaria para, por la tarde, poder enviarla por fax a la redacción. Al día siguiente, 2 de octubre, se realizó una formación especial en la plaza de armas del regimiento con todos los blindados (ver il. 5), como muestra de su poderío, en razón de la presencia del general comandante para dar inicio a las ejercitaciones.
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Ilustración 5. Los blindados del RC Tan 10 formados en su plaza de Armas.
Para finalizar su alocución, el Comandante de la Brigada Blindada 1 recitó la frase que habitualmente utilizaba para estos acontecimientos diciendo: “La flota zarpa”. Luego de esto, todas las tripulaciones subieron a sus vehículos para iniciar su desplazamiento hacia el campo de instrucción (ver il. 6).
Ilustración 6. Desplazamientos de los tanques dentro del campo de instrucción
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Al otro día, 3 de octubre, comenzaron las actividades en el terreno. Habían sido planificadas previamente en la mesa de arena y, cuando estuvieron ensayadas, se llevaron a la práctica efectuando la simulación de combate entre blindados, las cuales se desarrollarían el jueves 12. Yo estaba fascinado al ver los desplazamientos de los tanques que realizaban estas simulaciones, adoptando distintas ubicaciones en el terreno que parecían montadas para una película bélica. Además, contaba con las explicaciones del jefe de escuadrón quien colaboraba en el desarrollo de mi crónica para enviarla a la redacción. Supongo que para asegurarse de una correcta interpretación de las acciones y conocer el contenido de estas.
LUCAS Y EL TIRO DE TANQUES Finalmente, llegó el jueves 12 de octubre, el día que yo esperaba con gran ansiedad para ver y relatar para el diario el desarrollo de los ejercicios de tiro. El día amaneció despejado, con un ligero viento fresco proveniente del sector sur y un sol brillante que comenzó a bañar el paisaje. Cuando llegamos al polígono de tiro de tanques, el mayor reunió a varios soldados en el borde del campo de tiro para armar una carpa de campaña (ver il. 7). La finalidad era funcionar como puesto de comando y comunicaciones, además de establecer el sector de sanidad para eventuales primeros auxilios. En el momento en que el puesto de comando estuvo armado, el operador de radio comenzó a comunicarse con todos los corresponsales para verificar el perfecto funcionamiento de la red. Una vez co-
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rroborada la red de comunicaciones para el tiro, comenzaron los disparos por secciones de combate con el arma principal de los tanques TAM (Tanque Argentino Mediano): el cañón de 105 mm.
Ilustración 7. Armado de la carpa comando.
Cuando le tocó el turno a la Sección Pesada del Escuadrón de Exploración, el mayor me permitió ocupar una posición preferencial,junto a él en su puesto de Comando Táctico, un VCTP (Vehículo de Combate para Transporte de Personal) de la familia TAM preparado a tal efecto (ver il. 8).
Ilustración 8. El jefe de escuadrón junto a Lucas observando el tiro de tanques
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Durante la observación me explicó que la tripulación de un tanque TAM está compuesta por cuatro personas: el jefe de tanque (quien selecciona los blancos), el apuntador (quien hace la puntería seleccionada por el jefe de tanque), el cargador (quien selecciona el tipo de proyectil a utilizar acorde a las órdenes y lo carga) y el conductor (quien conduce experimentadamente el vehículo). En la ocasión en que Maren ordenó “cuando listo ¡Fuego!” (ver il. 9) se vio la sucesión de disparos de sus tanques para corroborar uno por uno la efectividad de los impactos. Inmediatamente, buscamos los blancos con los binoculares.
Ilustración 9. La Sección Pesada del Escuadrón de Exploración haciendo fuego
Me asombró la rapidez con la que los tanques se alinearon a lo largo de 150 metros para que a la orden de cada jefe de tanque emanen un brillante fogonazo por las bocas de los cañones, expulsando el humo de la detonación (ver il. 10). Casi al instante, pude ver a dos kilómetros de distancia una alta columna de polvo. Sin excepción, los tres tanques dieron en el blanco ubicado en su distancia eficaz.
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El éxito quedó demostrado, no solo por los efectos destructivos en el blanco, sino también cuando los jefes de los tanques levantaban sus banderolas verdes anunciando que hicieron diana. “¡Silencio!”, gritó el mayor Maren. Mientras tanto seguía observando y daba las órdenes para ejecutar otro disparo a las mayores distancias (ver il. 10). Volviéndose hacia mí me dijo: “Ahora vamos a disparar a los objetivos que están situados a tres mil metros de distancia, tiro que es un poco más fino”. El primer proyectil se dispara pero no acierta en el blanco.
Ilustración 10. El primer tanque efectúa el disparo a la más larga distancia.
Los que tienen binoculares los bajan y se miran entre ellos. Se nota la decepción compartida, pero yo también observé con los míos que, al disiparse el polvo, se podía ver un gran hueco en la base del cerro. Maren, un tanto desilusionado, dijo en voz baja: “Han fallado”. Inmediatamente, habló un largo rato por la radio y, con voz pausada, pero firme, corrigió a los ocupantes del tanque dándoles algunos consejos y técnicas para mejorar el disparo. Así, les dijo: “Si hubiera un enemigo real habríamos delatado nuestra posición y dif ícilmente tendríamos tiempo para un segundo disparo. Corrijan y acierten”.
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Me doy cuenta de que sus palabras calaron hondo, pues los restantes tiros hicieron blanco, tanto así que se veía un hueco detrás del primer objetivo donde concentraron el fuego. Nuevamente asomaron las banderolas verdes y resonaron en los auriculares el grito de: “¡Impacto! ¡Blanco batido!”. Mientras el mayor felicitaba el acierto, un soldado me explicaba que al estar los objetivos a gran distancia se veían muy pequeños, por lo que se debía considerar también la influencia de los vientos y la temperatura ambiente para un tiro tan largo. Maren me completó la explicación diciendo que esos datos se cargaban antes y se podían modificar en la CBDT (Computadora Balística de Tiro) con que cuenta cada tanque. Maren baj’o su enorme par de binoculares, haciendo que se le note una gran expresión de satisfacción en su rostro y disfrutando como si fuera el primer ejercicio que dirigía, porque nunca se cansaba de ver los impactos en los blancos. Me recordó, nuevamente, que “la guerra no la ganan los tanques, sino los hombres que los tripulan”. De allí la importancia de su meticulosa preparación. Al finalizar la sesión de tiro, Maren me explicó que esta salida al terreno le había permitido comprobar la impartición de órdenes por parte de todas las cadenas de comando, el empleo de las comunicaciones, las destrezas de los conductores en el desarrollo de la marcha, y la efectividad en el tiro de combate por parte de las fracciones. Cuando llegamos a las instalaciones del regimiento, Maren me preguntó si me quedaría alojado en el casino de oficiales o si prefería volver a mi casa en Tandil para regresar al otro día temprano. La razón de la temprana hora de salida —07:00 h— era para ejecutar la tarea de limpieza de los campos. Acepté agradado la deferencia de su invitación y me fui a higienizarme. A sabiendas de mi tarea, mientras comía algo frugal, llamé por teléfono a la redacción del diario para informarle al coordinador de edición que le enviaría un fax con el relato de los acontecimientos que se habían producido en la jornada, y me fui a dormir.
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No obstante, las variadas experiencias vividas, no sabía que las peripecias recién comenzaban. Suponía que la sencillez de la actividad del día siguiente, que consistía en realizar un minucioso rastrillaje con el objetivo de localizar los posibles proyectiles que podrían haber quedado en el predio sin detonar, sería una rutina más. Nunca pude imaginar lo que vendría…
LUCAS Y LA BÚSQUEDA DE LOS PROYECTILES SIN DETONAR La mañana del viernes 13 de octubre amaneció parcialmente nublada, pero sin viento. Como habíamos quedado, fui temprano a los parques donde estaban los vehículos para encontrarme con Maren y ver los preparativos para asegurar a los habitantes del pueblo de que no quedara ningún explosivo sin detonar. Maren ya me estaba esperando. Me saludó con un “¡¡Buenos días, soldado!!” A lo que le contesté con la misma energía: “¡¡Buenos días, mi mayor!!” Se rio y me dijo: “Comencemos la faena que el día es corto, y pasado mañana repliego al escuadrón para Arana”. También, en razón de la afinidad surgida me pidió que nos tuteáramos, pues teníamos casi la misma edad. Abandonamos el regimiento a bordo de un M 113, con Esquivel como conductor. Durante el viaje noté que Maren no tenía la afabilidad habitual, por lo que le pregunté por su estado de ánimo. Me confesó que tenía cierta inquietud por tener que limpiar los proyectiles sin explotar un viernes 13 (ver il. 11), debido a que un día como ese, pero de 1307, habían matado a los Caballeros Templarios y, a partir de allí, fue considerado de mal augurio.
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Ilustración 11. El M 113, se desplaza por el terreno para reconocer proyectiles sin explotar y recoger los restos de los blancos
Cuando llegamos al campo había un montón de soldados recorriendo el sector de tiro, unos caminando y otros a caballo, en busca de los proyectiles sin detonar (ver il. 12). Los soldados llevaban unas banderolas rojas en sus manos para marcar el lugar donde se encontraba el proyectil, así después los técnicos en explosivos los harían estallar colocándoles un detonador N.º 8, (que es una pequeña carga explosiva) y con este procedimiento desaparecía el potencial peligro.
Ilustración 12. Soldados a pie y a caballo recorriendo el campo de instrucción en busca de proyectiles para detonar.
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Entonces, me acordé del hueco que había visto con los binoculares en la base del cerro y le pregunté a Maren si podíamos ir a verlo, pues yo quería comprobar los destrozos que producía un proyectil de 105 mm en la roca (ver il. 13). ¡Ni él ni yo suponíamos con lo que nos encontraríamos al llegar!
COMIENZA UNA INESPERADA AVENTURA Maren tomó sus binoculares para identificar el lugar exacto y comenzamos a caminar para ir a analizar el gran agujero que se veía en la base del cerro. Cuando nos acercamos pudimos comprobar que en realidad no se trataba de un impacto producido por un proyectil de 105 mm, sino que era el ingreso a una cueva que había estado oculta, tapada por una gran roca que al desintegrase en pedazos por una detonación cercana dejó su entrada a la vista, conformada por un círculo casi perfecto.
Ilustración 13 Agujero de entrada a la cueva
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Al llegar nos preguntamos durante cuántos años habría estado tapada esa cueva. Al asomarnos para mirar en su interior notamos una total oscuridad que nos impedía ver. Maren encendió una poderosa linterna que nos permitía escudriñar los primeros metros de su interior. Pero, después de observar las paredes y el techo, decidimos que no era seguro iniciar una exploración porque se veían filtraciones de agua y se podrían generar algunos derrumbes. Viendo este cuadro de situación, Maren me sugirió finalizar la tarea de limpieza y, si estaba interesado, regresar mañana con más equipamiento, acorde a las posibles situaciones que se nos pudieran presentar. De pronto, se escuchó por un megáfono “todos a cubierta”. Maren instintivamente ordenó: “Cuerpo a tierra y tápense los oídos con los dedos”. Todos cumplimos la orden sin dudar. Nos tumbamos en el piso y minutos después se escuchó una gran explosión. Era un proyectil de 105 mm que no había detonado en su momento. La explosión produjo un extraño sonido dentro de la cueva que me motivó, más aún, a volver al día siguiente. Las tareas finalizaron pasadas la 15:00 h y regresamos al regimiento. Durante el viaje Maren cavilando me dijo: “Cuando lleguemos, después de dar la novedad al jefe de regimiento, me voy a comunicar con el jefe de la BAL —Base de Apoyo Logístico— para solicitarle que me preste un generador portátil y un equipo de apuntalamiento para poder inspeccionar la cueva con total seguridad”. Mi ansiedad se incrementaba, pues pensaba que mis instintos de aventura original se estaban cumpliendo con creces. Cuando llegamos al regimiento, Maren me despidió diciéndome: “Vos quedás en libertad para realizar tus actividades. Yo, además de llamar a la BAL, tengo que hacer los preparativos para replegar al escuadrón. Mañana nos vemos en el parque automotor a las 07:00 h, así podemos explorar la cueva con tranquilidad. Si querés, podés venir equipado como Indiana Jones”.
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Me fui raudamente a Tandil, con tiempo para pasar por el diario y entregarle al jefe de redacción mi trabajo periodístico con el relato de las actividades de rastrillaje que se habían realizado en los terrenos y las detonaciones de los proyectiles que no habían explotado. De este modo, mi crónica3 se podía publicar a la mañana siguiente. No hice ninguna mención de la cueva por temor a cualquier insinuación jocosa de un descubrimiento que es natural en las sierras. Al finalizar mis actividades laborales fui a mi casa y cené moderadamente. Después, como me aconsejó Maren, preparé una ropa acorde a su sugerencia e incorporé un sombrero que utilizo para mis viajes de vacaciones. A la mañana siguiente, Maren ya estaba esperándome en el playón del parque automotor con un camión que envío la BAL Tandil. Era un vehículo similar a los utilizados por los bomberos (ver il. 14), que tenía en su interior un grupo electrógeno y unas estructuras metálicas que servirían para, de ser necesario, apuntalar el interior de la cueva. En esta oportunidad nos acompañaban el sargento Salazar (conductor motorista de la BAL), el cabo Robles (especialista en construcciones) y el soldado Lencina (como auxiliar). Sin embargo, Maren, como siempre, prefirió que el vehículo lo condujera Esquivel. A diferencia de la marcha previa, esta vez nos detuvimos en el monasterio trapense, que está ubicado en el primer tramo del recorrido. Maren debía, fiel a su costumbre, entregar unos víveres que había comprado para ellos. Cuando así lo hizo, el único de los monjes que puede hablar, pues el resto son de clausura, luego de agradecer le advirtió: “Hijo mío, no es un buen día para husmear en las reliquias del pasado”, sin agregar nada más. Maren, sorprendido, luego 3
La crónica periodística es un tipo de redacción del periodismo literario, que se caracteriza por relatar de manera ordenada y detallada ciertos hechos o acontecimiento de forma cronológica.
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de despedirse subió al camión y me narró el presagio del monje. Su fe de buen creyente lo preocupó por los augures religiosos. En mi caso de poco creyente, como no creía en las premoniciones le dije: “Solo datos y no relatos”. El trayecto fue cómodo hasta que salimos del camino en donde el terreno se tornó más dificultoso y entramos en un cañadón en el cual el camión se bamboleaba de lado a lado.
Ilustración 14. El jefe de escuadrón, Lucas y el resto en el camión de la BAL camino a la cueva
Transcurridas dos horas de marcha llegamos a la entrada de la cueva y Esquivel estacionó el camión en su frente (ver il. 15). Me asombró su tamaño cuando pude compararla con la silueta del vehículo que, prácticamente, entraba dos veces en ella. Casi al unisonó, los cinco descendimos del camión cuando Maren comenzó a dar órdenes de seguridad al respecto. Todos nos vestimos con trajes de seguridad y comenzamos a armar el sistema de iluminación. Salazar puso en marcha el grupo electrógeno, mientras tanto, Maren y Lencina comenzaron a extender los cables y después Robles conectó los reflectores.
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Ilustración 15. El camión estacionado frente a la cueva
UN INSÓLITO HALLAZGO Después de que todos nos pusimos los mamelucos de seguridad y los cascos —que eran como los que utilizan los obreros de la construcción, que tienen linternas instaladas en el sector de la frente— entramos a la cueva. En ese instante, Robles encendió los reflectores y me asomé a la entrada y pude ver la gran dimensión de la cueva, que además tenía varias bifurcaciones (ver il. 16). Maren, parado detrás de mí, dijo: “¿Qué te parece Lucas? Creo que podemos avanzar, porque la estructura parece firme”. Los tres ingresamos a una gran cámara de roca sólida y caminamos unos treinta metros hasta el final (ver il. 17). El túnel se iba haciendo más estrecho, no tenía más de dos metros de diámetro. Seguimos con cautela recorriendo unos treinta metros más, lo que nos permitió llegar a otra cámara, que debía medir unos cincuenta metros cuadrados.
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Ilustración 16. Lucas en la entrada de la cueva sorprendido por sus dimensiones
Ilustración 17. Los tres exploradores recorriendo el túnel
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Al continuar la marcha notamos que el túnel se hacía más grande y que estaba iluminado por una tenue claridad. En el techo había una gran abertura por donde entraba la luz y la temperatura del exterior. Había allí otro clima, mucho más cálido y hasta se diría habitable. Aprovechando el descanso, Maren se quitó el casco y el mameluco por el calor del lugar. Se adelantó para recorrer la zona y súbitamente se detuvo. Al mirar hacia arriba exclamó: “¡No lo puedo creer!”. En la cima se dibujaba a contraluz un sable clavado en la roca (ver il. 18).
Ilustración 18. Maren observa el sable clavado en la roca
Asombrados, con Robles nos apresuramos a trepar hasta la parte superior del agujero para examinar el hallazgo. Los tres quedamos estupefactos con la imagen que estábamos viendo, entonces saqué mi cámara fotográfica para realizar varias tomas del sable y su entorno. Después, Maren nos pidió que evitáramos tocarlo pues, a su
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humilde entender de historiador aficionado, el sable llevaría, al menos, cien años en ese lugar. Luego de salir del asombro y recuperar el aliento, nos ordenó que señaláramos el lugar y obtuviéramos imágenes creíbles del sable, para su posterior estudio por especialistas. No obstante, supongo que en su mente se preguntaría si debía volver a la mañana siguiente a su cuartel en Arana, con su tropa, o solicitar autorización para iniciar una profunda investigación sobre el tema. El viaje de regreso constituyó un primer foro de debate sobre el descubrimiento y, en especial, cuál sería la causa y el efecto para que el sable quedara tieso en medio de esa roca y en ese inhóspito lugar. Al llegar al regimiento, el jefe —tal como ya lo llamaba, acorde con la confianza otorgada— me sugirió que no especificara el lugar exacto de la cueva, cuando realizara mi crónica diaria, para que los lugareños no afectasen la eventual investigación. Además, me aclaró que por la noche cenaríamos en el casino para hacer el cierre de nuestras actividades compartidas. Una vez más, le agradecí el gesto y me retiré, ya que tenía que comunicarme con la redacción para transmitir mi bagaje de información y enviar las fotograf ías del sable por fax. Cuando el director vio se quedó impresionado, y me dijo: “Lucas, mañana esta será una noticia de primera plana. ¡Te felicito! Pero sería conveniente que realices una investigación exhaustiva para dilucidar cómo llego el sable a este lugar” (ver il. 19). Esa noche seguían las buenas noticias para mí, porque en la cena comprobé que durante estos días se había forjado una fraternal amistad con Maren, y él me expresó su satisfacción por el trabajo que habíamos realizado en equipo. No obstante, no sabía cómo pedirle que siguiéramos juntos en la investigación o que, por lo menos, la pudiera hacer yo.
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Ilustración 19. Fotograf ía del sable en la primera plana del diario Nueva Era
LA NOTICIA CORRE POR EL PUEBLO COMO REGUERO DE PÓLVORA Al día siguiente, el pueblo estaba revolucionado por la noticia que apareció en la primera plana del diario. Cuando me aprestaba a despedirme del jefe de regimiento y del “jefe” para volver a Tandil, Maren ya me esperaba en la mayoría del cuartel. Allí me contó que cuando fue a despedirse del comandante de la brigada e informarle las novedades del hallazgo, este le contestó que ya había sido informado por el jefe del Regimiento 10, quien siempre estaba al tanto de todo. En ese momento, le ordenó, además, que hiciera replegar al Escuadrón de Exploración a órdenes del segundo jefe y, por la trascendencia social que tendría este evento, que debía permanecer en Azul para continuar la investigación. Tam-
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bién le dijo que el comandante, como buen investigador de la historia militar, luego de un debate con el jefe de regimiento, habían considerado que la persona indicada para continuar era Maren. Los conocimientos del jefe del Regimiento 10, por sus estudios en Francia, le permitieron determinar que un sable similar había sido de dotación de la caballería ligera francesa, entre los años 1822 y 1842. Por su parte, el comandante de brigada agregó que también lo habían utilizado los oficiales del Ejército Argentino de esa época y posteriores. Como buen periodista, la base de mi trabajo informativo ya estaba lista como para iniciar la aventura que, en algún momento, percibí que se originaría al entrar en el cuartel del Esc Expl C Bl 1
MAREN Y LUCAS INICIAN LA INVESTIGACIÓN Con esta noticia, de regreso al casino para organizarnos nuevamente, le pregunté a mi amigo Maren qué planes tenía. Me contestó que empezaríamos contactando a un viejo suboficial, natural de la zona, que lo había tenido como subteniente recién llegado a esa unidad. Este hombre, el suboficial mayor retirado Lisandro “el Chino” Pangui, quien fuera encargado de unidad, era chozno de los pueblos originarios del lugar, alguna pista nos daría. Cuando llegamos a la casa de Pangui (ver il. 20), este nos recibió con gran amabilidad. Concluidos los saludos formales, se inició una conversación rutinaria que continuó en la mesa del living, amenizada con unos mates. Entonces, Pangui recordó la experiencia que había protagonizado el año pasado con la visión del “malón fantasma”. Después nos explicó que a partir de ese suceso se dedicaba a trabajar como guía turístico para reforzar sus ingresos.
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A la sazón, Pangui le preguntó a mi amigo Maren: “¿En qué lo puedo ayudar, mi subteniente?”. Luego del relato del hallazgo, se quedó meditabundo y le dijo: “Vea mi mayor, yo no puedo ayudarlo. Sin embargo, usted tendría que hacerle una visita al viejo “don Pedro Melín”, que es descendiente de Ancafilú4 —un cacique que habitaba en la zona— que vive como un ermitaño en un racho ubicado en los cerros”. “El Chino” Pangui suponía que, seguramente, este descendiente del cacique sabría algo o recordaría alguna leyenda al respecto. Para mostrarnos el lugar de referencia, desplegó un mapa de la zona y nos explicó cómo llegar al rancho. A continuación, le agradecimos los mates y la información, y nos saludamos con un gran abrazo, dado el tiempo que hacía que Maren no veía a su encargado de unidad. Nos despedimos en el cuartel del 10 de Caballería —como había aprendido a llamar al regimiento— para regresar a Tandil a fin de tener tiempo de pasar por la redacción y solicitar permiso para continuar con mi nueva función de investigador. Después me dirigí a mi casa y, una vez ahí, llamé por teléfono a Maren para saber a qué hora lo pasaba a buscar para ir hasta el rancho de Melín. Como habíamos quedado telefónicamente, pasé por el regimiento a las 09:00 h. Maren ya me estaba esperando en la vereda. Subimos al vehículo y fuimos a comprar un cajón de ginebra, diez paquetes de yerba, una bolsa de galleta de campo y varias cajas de toscanos “Avanti”, entre otras cosas que nos había sugerido Lisandro Pangui. Pasamos por la estación de servicio, cargamos combus4 Desde 1820 hasta su muerte, a fines de 1823, Ancafilú fue uno de los caciques más belicosos de las tribus pampas que habitaba las sierras de Tandil. Destacándose como uno de los principales enemigos de la Provincia de Buenos Aires.
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tible y nos dirigimos al rancho de Melín. El trayecto del viaje era de veinte kilómetros, pero cuando salimos de la ruta ya no existían caminos ni sendas, por lo tanto, el recorrido fue a campo traviesa. A pesar de conocer la pericia de Esquivel, Maren se hizo cargo del volante. No obstante, el camino era tan escabroso que en ciertos lugares tuve que bajar del vehículo para guiarlo a fin de evitar desperfectos que nos impidieran volver.
Ilustración 20. Lucas guiando al “jefe” en el camino entre las piedras
MAREN, LUCAS Y EL DESCENDIENTE DEL CACIQUE ANCAFILÚ Cuando llegamos al destino nos encontramos con una construcción de piedra y techos de paja (ver il. 21). Llamamos con el habitual golpe de manos para anunciar nuestra presencia y, como nadie salía, nos acercamos a la puerta que estaba abierta y lo vimos a don Pedro, que estaba tomando mate (ver il. 22).
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Ilustración 21. Casa del descendiente del cacique Ancafilú
Ilustración 22. El descendiente del cacique mateando
En ese momento, el descendiente del cacique se puso de pie y nos preguntó: “¿Qué andan buscando en estos pagos alejados del mundo?”. Luego de saludar nos presentamos. Don Pedro nos hizo pasar al rancho y nos convidó con unos mates. Mientras nosotros le ofrecíamos una caja de cigarros, exclamó: “¡Qué bueno… esto me estaba faltando! Muchas gracias”. Trató de despejar su intriga al preguntar: “¿A qué debo esta visita y los cigarros? ¿O al revés?”. Maren inició el
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dialogo contándole del hallazgo del sable, mientras los cansados ojos del cacique lo escudriñaban. Pedro lo miró fijamente y le contestó con voz pausada: “Vea mijo, yo creía que esta era una leyenda que se comentaba en la tribu y se transmitía de generación en generación. Pero si lo vieron… yo sé de qué se trata y se lo voy a contar”.
EL RELATO CONFIRMADO POR EL DATO El descendiente del cacique cebó otro mate. Lo sorbió y comenzó el relato: “No sé cuándo ocurrió ni en qué año, pero al parecer esta leyenda comenzó cuando un comandante se había alejado de uno de los primeros fortines de la zona como una media legua”. Don Pedro siguió relatando que el comandante, perdido de su rumbo, se orientó por los toques de clarín que emitía el trompa de órdenes, y por el sonido de las descargas de las Remington que hacían varios soldados. Volvió grupas y observó atento el panorama, descubriendo la inminencia del sorpresivo ataque de una partida de indios sobre el pequeño fortín. Inmediatamente percibió la peligrosa situación que atravesaba al quedar separado de su guarnición, y la que afrontaría los sitiados en el fortín. Don Pedro, antes de seguir con el relato, encendió un “Avanti”, tragó una bocanada de humo, y prosiguió: “Mientras que el capitán veía como unos cincuenta o sesenta indios que se encontraban por los alrededores, otros intentaban ingresar a su fortín”. Más allá de su desesperación, notó que su presencia no había sido detectada por encontrarse en una zona a cubierto por las cortaderas del lugar”. Aquí el relator hizo un alto para saborear su toscano y siguió su cuento: “El capitán realizó una arriesgada maniobra que implicaba un peligro real. Se lanzó, recordando a Necochea en el Tejar, y sorteó con suma guapeza el ataque de algunos indios que se interponían en
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su paso para ingresar al fortín”. Tomó otro mate y continuó: “Esta escaramuza que los indios no esperaban logró detener por un instante la arremetida contra el reducto, pues la sorpresiva irrupción del capitán podía ser el preludio de refuerzos y los atacantes debían tomar sus precauciones. Cuando el capitán logró ingresar al fortín ordenó las acciones defensivas para qué su reducida tropa y las mujeres que se encontraban en su interior pudieran repeler a los invasores”. Don Pedro siguió contando la historia: “Pese a la superioridad numérica, solamente se atrevieron a continuar el ataque algunos grupos de exaltados, contentándose el resto con robar algunos caballos que estaban encerrados en el corral de palo a pique, construido detrás del fortín. Sin embargo, la trifulca no terminó, pues un capitanejo renegado de su tribu, que estaba en las inmediaciones, sacó tajada de la situación y arremetió nuevamente contra el fortín, con más de treinta seguidores, y aprovechando la confusión que reinaba en su interior, se alzó con varias mujeres de los soldados, llevándoselas cautivas” (ver il. 23).
Ilustración 23. Los atacantes se llevan a las mujeres cautivas
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Por la rapidez de la huida, se perdió de vista a la indiada que desapareció repentinamente. En forma casi inmediata el salió un “chasque” que iba a pedir refuerzos para tratar de ubicar el lugar hacia donde se dirigía el pequeño malón (ver il. 24). A menos de media legua del fortín, pudo ver una polvareda que se dirigía a la base de uno de los cerros del lugar, que estaba cubierto de arbustos en su base”, agregó.
Ilustración 24. Chasque buscando a la indiada
“El chasque, temeroso de ser descubierto, solo pudo ubicar una cueva en la base de un cerro, pues los indios acostumbraban a tapar la entrada con ramas, aunque esta vez no tuvieron tiempo para utilizar esta treta. Al regreso del chasque, éste indicó lo visto al grupo de soldados del fortín. Como el capitán no encontraba explicación de la espontánea desaparición de la indiada se preparó para dirigirse solo hasta la entrada de la cueva. Cuando le advirtieron de su osadía respondió que prefería morir solo para que el resto pudiera defender otro eventual ataque. Entonces completó las municiones
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de su carabina Remington terciada en la espalda, ajustó su sable al cinturón y se aseguró de tener su revólver Lefaucheux en su cartuchera. Estaba listo para enfrentar lo desconocido a fin de rescatar a las mujeres de su fortín”. Mientras nosotros lo escuchábamos sin interrumpirlo, don Pedro encendió de nuevo su cigarro, echó una bocanada de humo y nos refirió que el capitán se adentró solo en busca de las mujeres. Cuando encontró una entrada, desmontó y ató su pangaré esperando volver a montarlo. Desenfundó su revólver y entró a la cueva. Allí se sorprendió del silencio, casi sepulcral, distinto al de cualquier otro grupo de indios. Al avanzar más de una imagen lo paralizó. Allí estaban todas las mujeres, tanto indias como cautivas sentadas en suelo, en silencio y dando frente a la entrada de la cueva” (ver il. 25).
Ilustración 25. Mujeres sentadas en silencio
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Súbitamente fue rodeado por más de cincuenta guerreros indígenas. Al ver la situación que se le presentaba, sin ninguna salida táctica factible, pues con los seis cartuchos del revólver y uno en la recámara de su carabina se hacía imposible obtener una defensa favorable, enfundó su arma y esperó con los puños cerrados el desenlace de esta peligrosa coyuntura. En ese momento se le acercó el caciquejo, quien con voz sonora lo increpó, diciéndole a los gritos: “¡Huinca! tuviste agallas para llegar hasta aquí solo, pero vas a tener que hacer algo que me sorprenda mucho para salir vivo de este lugar”. En ese instante, el capitán, lleno de impotencia, se acordó de lo aprendido en su formación de oficial. Cuando le entregaron su sable le dijeron “¡No lo saques sin Razón, ni lo guardes sin Honor!” Por ese axioma reaccionó con lo único que se le ocurrió. Desenvainó su sable y en un acto demencial lo clavó contra la roca (ver il. 26).
Ilustración 26. El sable del capitán clavado en la piedra
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Grande fue la sorpresa de todos los presentes al ver que el sable se hundía lentamente en la roca sólida. El caciquejo no podía comprender lo que estaba pasando y corrió hasta el sable, lo tomó con toda su fuerza y para demostrar ante el resto su fortaleza, mirando fijamente a los ojos del capitán trató de sacarlo de la roca sin conseguirlo. Ofuscado, gritó como un poseído: “¡NEHUEN!”5. Este era el nombre del integrante del grupo que tenía fama de ser el más fuerte. Nehuén se aferró a la empuñadura del sable para sacarlo de la roca, pero fueron en vano sus grandes esfuerzos porque, después de varios intentos, tampoco pudo lograrlo. Viendo lo sucedido, el caciquejo interpretó que el milico era un demonio, y enfurecido le dijo gritando: “¡WEKUFÜ!6 llévate lo que viniste a buscar y que NGUËNÉCHÉN7 se apiade de ti”. Sin vacilar, el capitán lo miró fijamente a los ojos y le respondió con una voz que apenas era audible: “¡Dame los caballos que me robaste y las mujeres para llevármelas!”. El caciquejo temeroso de las represalias del demonio que tenía enfrente comenzó a dar saltos alrededor del capitán y emitió fuertes alaridos de ira. No obstante, realizó una seña que provocó que varios indios sacaran unos cuantos caballos de otro sector de la cueva e hicieran que las cautivas montaran en ellos apresuradamente. Cuando todas estuvieron reunidas, el capitán les dijo en voz baja: “Salgamos despacio y cuando estemos afuera nos vamos a todo galope.” 5 Nombre de origen mapuche que significa fuerte. 6 “Wekufü” o demonio nombre se da al diablo en idioma mapuche. 7 “Ngenechén”, también conocido como Nenechén, Ngünechén, Nguenúechén, Guenechén, Guinechén, Guinechena, Guienapun o Huenechen, es uno de los seres espirituales Ngen más importantes dentro de la religión tradicional y las creencias del pueblo mapuche actual; considerado como el “Ser Supremo” en la religión mapuche.
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Una vez que las cautivas estuvieron montadas en los caballos, el capitán les hizo una señal y salieron lentamente de la cueva. Como estaba previsto se distanciaron unos doscientos metros al paso, para después alejarse del lugar con un galope feroz. El capitán se dio vuelta para mirar hacia atrás y pudo ver a un grupo de indios que los seguían desde lejos, pero no apreciaba que tuvieran intenciones de alcanzarlos (ver il. 27).
Ilustración 27. Indios dudando de seguir al capitán y sus mujeres
Finalmente, llegaron al fortín y todos los integrantes del acantonamiento los recibieron con un gran griterío, ensalzando al capitán por su actitud temeraria. Y concluyó don Pedro: “Hasta ahora todo esto era una leyenda. ¡Ahijuna!”. En ese instante, Maren, demostrando una vez más su impronta docente, nos contó que las mujeres fortineras formaron parte de aquel ejército y compartían la vida en los fortines. La
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masa dio a luz en la vasta soledad del desierto, pues formaban parte de los cuerpos militares y peleaban a la par de los soldados. También, hacían de curanderas, utilizando yuyos y tisanas, cuidaban a los enfermos, lavaban la ropa, cocinaban, cazaban la fauna del lugar para comer y hasta amansaban mejor que los hombres. Como si fuera poco, se jugaban la vida a cada instante. Estas valientes mujeres argentinas escribieron varias páginas de la historia nacional y algunas hasta figuran en los partes de las batallas en que participaron. Cuando todo terminó, muchas mujeres se quedaron para siempre en la vieja frontera. Si tuvieron suerte, el gobierno les entregó alguna parcela. Después, cuando se nacionalizó la totalidad del territorio nacional, ya no hubo pagas ni racionamiento para ellas. No obstante, muchas colaboraron en el desarrollo de pueblos que nacieron alrededor de los fortines. Al despedirmos de don Pedro, le entregamos los víveres que llevábamos para nosotros y nos agradeció exclamando: “¡Cuidado con las partidas fantasmas! ¡Por las dudas aquí seguiré por si necesitan algo más! ¡Aquí los espero!”. En razón de la despedida, no intercambiamos ninguna palabra durante el regreso porque, más allá de meditar la historia que nos contó don Pedro, esperábamos en silencio que el adiós hubiera sido solo una expresión. Luego de llegar al regimiento y ante las curiosas consultas del jefe de regimiento, respondidas por mi amigo Maren, yo fui a la redacción a redactar la crónica develadora del misterio del sable en la piedra. Cuando la envié tuve la impresión de que estaría en la tapa del diario. Nunca supuse que sería también la tapa de diarios nacionales y extranjeros.
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UN FINAL ESPECTACULAR Pasaron dos meses sin mayores novedades relevantes respecto del sable. No obstante, cuando hablé con Maren para saludarlo para las fiestas de fin de año me contó que a principios del próximo año (1993), estaría llegando una visita de varios integrantes del Museo Histórico Nacional, que alertados por la difusión periodística (ver il. 28 y 29) irían a inspeccionar el sable incrustado en la roca (ver il. 30).
Ilustraciones 28 y 29. Difusión periodística del hallazgo
Luego de iniciado el año, también llegaron otros científicos provenientes del Instituto Arqueológico de América (Archaeological Institute of America) y diez días más tarde arribaron a Tandil otros investigadores pertenecientes al Instituto de Arqueología de la Universidad de Londres y del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, más tres arqueólogos de La Universidad de Pavía.
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Ilustración 30. El sable del capitán incrustado en la piedra
Estos científicos e investigadores necesitaban contactarse con “los descubridores”, o sea, con las primeras personas que vieron este objeto para saber sí la ubicación no había cambiado pues, de acuerdo con sus experiencias, estimaban que algún derrumbe o el hundimiento de grandes rocas podía haber modificado la escena primigenia. Con este propósito me fueron a buscar a la redacción y después de las presentaciones formales yo les facilité las fotograf ías con la documentación que tenía guardada en los archivos del diario. Entonces me preguntaron si podían quedarse con el material para estudiarlo a lo que accedí gentilmente, acordándome de la habitual cordialidad de mi amigo Maren. Después de diez días, recibí un llamado telefónico de Maren, que ya estaba al tanto de los acontecimientos por nuestras conversaciones telefónicas anteriores, pero en esta oportunidad me informaba que los investigadores se habían presentado en la brigada para contactarse con él y que el comandante lo había llamado para que viajara y colaborara con ellos.
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Maren llegó al día siguiente y nos encontramos con el doctor en arqueología Idelfonso Calvo Vence, un prestigioso erudito argentino que estaba conduciendo al grupo de científicos internacionales, como director del proyecto de investigación. En la jornada posterior, el jefe del regimiento puso a disposición del mayor tres camiones para trasladar a los científicos a la cueva. Cuando llegamos al lugar pudimos observar que, efectivamente, se había producido el hundimiento del peñón, pues la roca que tenía el sable incrustado se había desprendido y ahora estaba ubicada en el piso de la cueva (ver il. 31). Además, la abertura de la parte superior que permitía ver el cielo se había cerrado por el incipiente derrumbe.
Ilustración 31. Nueva ubicación del sable en la roca
Siendo este lugar el escenario central de sus trabajos de campo, este suceso no llamo la atención de los investigadores, por lo que decidieron apresurar sus labores científicas, ya que este cambio en la estructura de la cueva se había producido en tan
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solo tres meses y temían que colapsaran todas las paredes de roca. Maren y yo estuvimos realizando viajes diarios hasta el lugar, durante toda la semana, para observar las tareas que realizaban los arqueólogos (ver il. 32). Pero el viernes la escena fue muy distinta, pues el suelo con el conjunto de rocas que contenían al sable se había hundido más.
Ilustración 32. Arqueólogos trabajando en la cueva
Sin embargo, este día fue muy fructífero, porque los arqueólogos encontraron unos dibujos de cabezas de caballos pintados en las paredes de la cueva (ver il. 33), lo que contribuía a afirmar el relato de don Pedro. Según explicaron los científicos argentinos eran cabezas de caballos pintadas por indios que utilizaban un sector de la cueva como corral. Ese era el motivo de la dif ícil tarea de ubicar a los malones, pues rápidamente se ocultaban dentro de las sierras. Esta táctica les permitía una repentina desaparición cuando otras tribus o los soldados los perseguían.
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Ilustración 33. Cabezas de caballos pintadas en las paredes de la cueva
UN FINAL EUROPEO El grupo internacional de científicos continuó realizando investigaciones sistemáticas y trabajando durante todo el mes de febrero. Sin embargo, la gran sorpresa se produjo el 27, pues comenzó a llover torrencialmente durante cinco días consecutivos. Como era de esperar los campos se hicieron intransitables y recién pudimos ir a la cueva el 15 de marzo. Esa mañana, cuando llegamos a la cueva encontramos que la entrada ya no existía, pues un derrumbe la había tapado. Solamente se veía una enorme pared de roca sólida y grandes piedras desperdigadas por los alrededores. Al ver que las investigaciones arqueológicas no podrían continuar, la decepción se puso de manifiesto en todo el grupo y regresamos a la ciudad, con la certeza de que el sable clavado en la roca se había perdido para siempre. Finalmente, los científicos que trabajaron en este caso dieron una conferencia en el cine de la ciudad de Tandil, a fin de explicar su interés en el tema. En la primera fila de asientos, además de las au-
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toridades civiles, por supuesto que se encontraban el comandante de la brigada, el jefe del regimiento, Maren y yo. Después de escuchar la disertación de los investigadores del Instituto Arqueológico de América, del Instituto de Arqueología de la Universidad de Londres y del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, Octavio Alessandro Livio, un prestigioso arqueólogo de la universidad de Pavía, nos brindó una disertación sobre las dos antiguas leyendas de espadas incrustadas en la piedra. Cuando Livio tomó la palabra explicó lo siguiente: “La historia clásica nos cuenta la leyenda de Excálibur, que es el nombre más aceptado de la espada legendaria del Rey Arturo, a la que se le atribuyeron diferentes propiedades extraordinarias difundidas por numerosas versiones míticas adaptadas a las conveniencias históricas. Sin embargo, la única verdadera es la de Galgano Guidotti, desarrollada en el mismo período. Además, su nombre dio origen a uno de los caballeros de la tabla redonda, llamado Galvano, muy similar al de Galgano. De allí su similitud”. La sinceridad de la disertación fue corroborada cuando manifestó que existe una espada real clavada en la piedra dentro de una abadía, a treinta kilómetros de la ciudad italiana de Siena. La abadía, ahora en ruinas, está ubicada a pocos metros de la iglesia llamada “Rotonda de Montesiepi” donde se conserva la espada de “San Galgano”. La historia había surgido en 1180, cuando en el día de Navidad, Galgano mientras cabalgaba fue interceptado por el arcángel San Miguel, quien le pidió que dejara los malos hábitos de codicia, prepotencia y que, además, se despojara de los bienes materiales. Entonces, Galgano le contestó al arcángel que eso era tan imposible como clavar su espada en una roca y, desafiándolo, la desenfundó y arremetió con esta sobre una piedra. Ante su asombro, la espada se fue incrustando de a poco hasta quedar atrapada en la roca. Galgano pa-
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tidifuso y sorprendido por aquella situación quedó profundamente impresionado y se convirtió al catolicismo dedicándose por el resto de su vida a vivir como un ermitaño. Desde ese momento, Galgano Guidotti rezaba todos los días ante la espada clavada en la roca, como si se tratara de una cruz. Lo hizo hasta su muerte, que se produjo por inanición. Posteriormente, en 1185, el Papa Lucio III lo canonizó. En los últimos años se realizaron varias pruebas metalográficas que confirmaron la autenticidad de la espada de San Galgano y corroboraron que en realidad se trataba de un arma del siglo xi (ver il. 24).
Ilustración 34. Foto real de la espada de San Galgano en la piedra.
Además, las recientes investigaciones sobre la espada, realizadas por la Universidad de Pavía comprobaron que su hoja se encuentra en el interior de la roca, exactamente como cuenta la leyenda. Livio hizo una pausa, tomó un sorbo de agua y agregó: “Sin embargo, este hallazgo sin ser de un santo merecería por su audacia cristiana, si cabe, que también fuera reconocido” Al igual que el relato del cacique, después de algunas generaciones el hallazgo fantástico podría ser contado de boca en boca y transformarse en una leyenda. Una vez más, lo razonable se podría mezclar con la ficción y lo sobrenatural tomarse como tal. Lo que sí
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es legítimo y verdadero es el coraje de hombres y mujeres que, desafiando las habituales inclemencias, hicieron PATRIA con mayúscula. Defendiendo tan solo el eventual lugar donde caerían muertos. Humilde homenaje a esos valientes que sin pedir nada lo dieron todo para el engrandecimiento del suelo argentino. ¡Viva la Patria! Y honra a esos legendarios jinetes y a sus mujeres de todos los tiempos.
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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA Libros Landa, Carlos, “Fierros viejos y fieros soldados. Arqueometalurgia de materiales provenientes de un asentamiento militar de fines del siglo XIX”, en Alicia H. Tapia (ed.), De ranqueles, militares y religiosos en el Mamül Mapu. Enfoque arqueológico y etnohistórico, Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosof ía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2010 Raone, Juan Mario, Fortines del desierto, Biblioteca del Suboficial, Vol. 143, 1969 Toyos, Sergio, Cuarterolo, Miguel Ángel y Alexander, Abel, Soldados. 1848-1927, Buenos Aires, Fundación Editorial Soldados. 2001.
Páginas de internet Portal www.revisionistas.com.ar Sitio Web de la Comisión del Arma de Caballería “San Jorge” Wikipedia Instituciones Imágenes obtenidas de: Archivo histórico municipal de Tandil Comisión del Arma de Caballería “San Jorge” Dirección de Turismo de TandilEscuadrón de Exploración de Caballería Blindado 1 Fundación Soldados I Brigada Blindada “Brigadier General Martín Rodríguez” Página oficial del Ejército Argentino
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Nota aclaratoria: Esta es una historia de ficción y como tal los sucesos, las tapas de los diarios, los nombres, los personajes, y ciertos lugares son ficticios. Sin embargo, es un sincero homenaje a los soldados fortineros y a las valerosas mujeres que los acompañaron.
Un diario local le encomienda a Lucas, un periodista novel aficionado a la historia, cubrir los ejercicios militares “Mata Negra” que se iban a llevar cabo en la localidad de Azul, en 1992. Junto con el mayor Maren, jefe del escuadrón a cargo y guía en su travesía, serán testigos de un sorprendente hallazgo. Ambos, bajo una atmósfera inquietante, intentarán develar el misterioso suceso. Esta es una historia de ficción y como tal los sucesos, las tapas de los diarios, los nombres, los personajes y ciertos lugares son ficticios. Sin embargo, es un sincero homenaje a los soldados fortineros y a las valerosas mujeres que los acompañaron.
Editorial Universitaria del Ejército