Edición especial de CORPUS CHRISTI 2020

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Ediciรณn Especial Revista Catรณlica

Especial sobre:

Corpus

Christi


Festividad del

Corpus Christi 2020 Hemos vivido semanas sin poder participar física y plenamente de la Eucaristía. Poco a poco volveremos a una cierta normalidad al poder recuperar la participación del Pueblo de Dios en la mesa del Señor. Confiamos en el Señor que esta situación de ayuno eucarístico haya acrecentado en nosotros el deseo de la Eucaristía.

Eucaristía: fuente del amor Jesús, durante la última cena con sus discípulos, quiso dejar un memorial de su obra de salvación instituyendo la Eucaristía. Durante la celebración, pide a los discípulos que renueven aquel gesto y aquellas palabras en memoria de su vida entregada por amor. Con las palabras “haced esto en memoria mía”, confía a la comunidad cristiana el encargo de reunirse con asiduidad para celebrar este misterio de amor y comunión. La Eucaristía es, por tanto, para el cristiano, el memorial del amor de Dios hacia cada ser humano, que se manifiesta en la entrega de su Hijo Jesucristo. Al participar con fe en la celebración eucarística nos unimos profundamente a Cristo y recibimos de Él la fuerza y el amor necesarios para vivir nuestra entrega generosa y servicial a los hermanos.

En cada Eucaristía, actualizamos sacramentalmente este misterio de amor, pero un día al año, el día del Corpus Christi, lo hacemos con una especial solemnidad. Al recibir al Señor, recibimos el don de la comunión (física o espiritualmente) para vencer el virus de la división y el don del amor para hacer frente a la pandemia de la indiferencia.

La Iglesia invita a orar con intensidad para que el Señor nos regale fortaleza de espíritu y lucidez para afrontar la nueva realidad de necesidad y pobreza que está emergiendo. Y, también invoca la especial intercesión de María para que nos libre de la pandemia provocada por el coronavirus y de tantas otras pandemias que a veces nos quedan lejanas pero que provocan sufrimiento a muchos hermanos de aquí y del mundo entero.


Tratar a Jesús en la Palabra y en el Pan Jesús se esconde en el Santísimo Sacramento del altar, para que nos atrevamos a tratarle con el fin de que nos hagamos una sola cosa con Él. Cuando nos reunimos ante el altar mientras se celebra el Santo Sacrificio de la Misa, cuando contemplamos la Sagrada Hostia expuesta en la custodia, debemos reavivar nuestra fe, pensar en esa existencia nueva, que viene a nosotros, y conmovernos ante la ternura de Dios. Jesús, en la Eucaristía, es prenda segura de su presencia en nuestras almas; de su poder, que sostiene el mundo; de sus promesas de salvación, que ayudarán a que permanezcamos perpetuamente en la casa del Cielo. Es toda nuestra fe la que se pone en acto cuando creemos en Jesús, en su presencia real bajo los accidentes del pan y del vino. Para vivir cristianamente debemos tener una necesidad genuina de una amistad constante con Jesús en la Palabra y en el Pan, en la oración y en la Eucaristía. Ante todo, hemos de amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día. Si vivimos bien la Misa, ¿cómo no continuar luego el resto de la jornada con el pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos de su presencia, para trabajar como El trabajaba y amar como El amaba? Aprendemos entonces a agradecer al Señor esa otra delicadeza suya: que no haya querido limitar su presencia al momento del Sacrificio del Altar, sino que haya decidido permanecer en la Hostia Santa que se reserva en el Sagrario. El Sagrario ha sido siempre el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro. Por eso, nuestro corazón hoy es un nuevo Sagrario donde recibimos a Jesús con amor.


Oremos: Creo Señor mío que éstas realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas

y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma; pero, no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Y como si te hubiese recibido: Me me separe de Ti. Amén

abrazo y me uno todo a Ti.

Oh Señor, no permitas que

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