REVISTA DIGITAL LUMEN EL SALVADOR MAYO - JUNIO

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Edición Especial Revista Católica


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oración a San José para pedir un favor: Amadísimo Padre mío San José: confiando en el valioso poder que tenéis ante el trono de la Santísima Trinidad y de María vuestra Esposa y nuestra Madre, os suplico intercedáis por mí y me alcancéis la gracia... (hágase aquí la petición). José, con Jesús y María, viva siempre en el alma mía. José, con Jesús y María, asistidme en mi última agonía. José, con Jesús y María, llevad al cielo el alma mía. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

CONTENIDO: Pág. 2

-Oración a san José para pedir un favor. -Un mensaje para ti mamá.

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Editorial.

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Mensaje de la Virgen de Fátima sobre el poder del Santo Rosario.

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Pentecostés, Espíritu Santo Renueva la faz de la tierra.

Pág. 5y6

Los dones del Espíritu Santo, el Papa nos explica.

Pág. 7

Santísima Trinidad.

Pág. 8

Las Virtudes Teologales, III Parte.

Pág. 9

Cristo Salva.

Pág. 10

Eventos Lumen.

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Un mensaje para ti mamá: Ser madre es un don maravilloso, inmerecido, extraordinario, es también una verdad indiscutible. Una mujer que toma conciencia de lo que el Señor ha hecho con ella, al permitirle ser madre, debería matar dentro de sí toda semilla de mal, de rencor, de crítica, de calumnia, de malos pensamientos y deseos, de vanidad y de orgullo, porque todo eso desdice de su vocación de madre, porque ser madre es dar vida y todo eso trae la muerte no sólo para ella, sino también para su propio hijo y para la sociedad entera, porque ser madre es acoger, comprender y perdonar y esas malas semillas dentro del corazón separan, rompen y condenan; porque hablar de una mamá es hablar de ternura, de cariño que nada conviene con la palabra agria y desconsiderada que, con demasiada frecuencia, sale de nuestra boca; y porque ser madre es tener aguante, es no decaer, es soportar sin límites, lo cual está peleado a muerte con un corazón que sólo se ocupa de sí mismo en mil vanidades. No traiciones lo que ya eres. ¡Felicidades mamá!


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Edi to ri al Gracia y paz a sus corazones, amados hermanos en el Señor. Nos encontramos situados en una época del año propicia para crecer en el ser hijos de Dios y, servidores suyos a la vez. En la presente edición, apreciado lector, colocamos frente a usted artículos de suma importancia sobre nuestra fe cristiana: en mayo celebramos de una manera singular las apariciones de la Virgen María a los pastorcitos en Fátima, dejándonos en herencia mensajes sumamente importantes para nuestro peregrinar en la fe. En dichas apariciones se nos invita a rezar el Santo Rosario en cualquier situación que nos encontremos (alegría, tristeza, prosperidad, adversidad, etc.), convirtiéndose así en la principal devoción mariana de todo creyente. Otra fecha importante en este período del año es la celebración de Pentecostés, evocando la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles, infundiendo en ellos los siete dones que representan la plenitud espiritual en el corazón de quien los recibe: SABIDURÍA, ENTENDIMIENTO, CONSEJO, FORTALEZA, CIENCIA, PIEDAD Y TEMOR DE DIOS. Transformando así, la vida del cristiano y a la vez, haciéndole servidor de Cristo y de la Iglesia. Amparándonos a la misericordia de Dios, rogamos por usted y por lo suyos, que su fe se vea acrecentada, que su salud se encuentre preservada y, lo más importante, que la gracias de Cristo le asista siempre.

PBRO. LUIS ALVARADO ASESOR ESPIRITUAL LUMEN EL SALVADOR


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Me nsa j e de la V i r ge n de Fátima sob re e l Sa nt o Rosa r io

Desde la primera de sus apariciones un 13 de mayo de 1917, la Virgen de Fátima reveló en su mensaje a tres niños pastores el poder del Santo Rosario. En aquella ocasión Lucía preguntó si ella y Jacinta irían al cielo. La Virgen les dijo que sí, pero cuando preguntó por Francisco, la Madre de Dios contestó: “También irá, pero tiene que rezar antes muchos rosarios”. La Virgen de Fátima abrió sus manos y les mostró a los tres una luz divina muy intensa. Los niños cayeron de rodillas y alabaron a la Santísima Trinidad y al Santísimo Sacramento. Luego María señaló: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. En la segunda aparición la Virgen María se les presentó después que ellos rezaron el Santo Rosario, y en la tercera ocasión Nuestra Señora les dijo: “Cuando recéis el Rosario, decid después de cada misterio: ‘Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas’”. Para la cuarta aparición ya muchos sabían de las apariciones de la Virgen a los pastorcitos. Entonces Jacinta le preguntó a la Madre de Dios lo que quería que se hiciera con el dinero que la gente dejaba en Cova de Iría. María les indicó que el dinero era para la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario y lo que quedaba era para una capilla que se debía construir. Más adelante, tomando un aspecto muy triste, la Virgen les manifestó: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quién se sacrifique y rece por ellas”. En el día de la quinta aparición, los niños llegaron a Cova de Iría con dificultad, pues muchas personas se les acercaban para pedirles que presentaran sus necesidades a Nuestra Señora. Los pastorcitos se pusieron a rezar el Rosario con la gente y la Virgen, al aparecérseles, animó nuevamente a los niños a seguir rezando esta oración para lograr el fin de la guerra. En la última aparición, antes de producirse el famoso milagro del sol, en el que el astro pareció desprenderse del firmamento y caer sobre la muchedumbre, la Madre de Dios pidió que hicieran en ese lugar una capilla en su honor y se presentó como la “Señora del Rosario”. Posteriormente, tomando un aspecto más triste dijo: “Que no se ofenda más a Dios Nuestro Señor, que ya es muy ofendido”. Esto sucedió el 13 de octubre de 1917.


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Pentecostés, Espíritu Santo Renueva la faz de la tierra El año pasado fuimos afectados por una Pandemia a nivel mundial, que impidió reunirnos para celebrar juntos como Iglesia la Fiesta de Pentecostés, lo cual nos hace recordar que la iglesia nació en medio del tumulto, y aun así, emergió del caos con un mensaje poderoso y, sin duda, transformador, que es relevante en todas las culturas y contextos, y como en el primer Pentecostés, así ha de ser otra vez hoy". De manera similar, aunque hoy “el nuevo coronavirus ha puesto al mundo entero en jaque, ha sembrado el pánico y el caos, ha enfermado a millones de personas y ha matado a cientos de miles”, causando “importantes estragos en las economías” y trastornando la vida comunitaria y sorteando “los más sofisticados sistemas sanitarios mundiales y locales”,

“los cristianos, estamos vinculados entre nosotros y con los primeros discípulos para proclamar, como hicieron ellos, que el Dios de vida aún está con nosotros”. “El Espíritu nos infunde el valor para hacer frente al dolor y al sufrimiento. El Espíritu nos hace capaces de afrontar y superar este virus a través de una generosa cooperación, con nuestra mejor asistencia médica y pastoral, y, sobre todo, con amabilidad amorosa para todos los hijos de Dios” Recemos juntos en este nuevo Pentecostés “para que la lucha contra esta pandemia derrame las energías del Espíritu sobre todo el pueblo de Dios y renueve, no solo la iglesia, sino la faz de la Tierra”.

Los dones del Espíritu Santo, el Papa nos explica:

¿Qué significa cada uno? El Papa Francisco lo ha explicado en sus catequesis. Te presentamos un resumen de los 7 dones del Espíritu Santo: 1. Consejo En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos conduce cada vez más a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos.


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2. Entendimiento Está estrechamente relacionado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y ha realizado. Comprender las enseñanzas de Jesús, comprender el Evangelio, comprender la Palabra de Dios. Si leemos el Evangelio con este don podemos comprender la profundidad de las palabras de Dios. 3. Sabiduría No se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. La sabiduría es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente eso: ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios. En la Biblia se explica que Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, pidió el don de la sabiduría. 4. Fortaleza Cuántos hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo y su fe. Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo quien les conduce. Y nos hará bien pensar: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no? Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.

5. Ciencia En el Génesis se pone de relieve que Dios se complace de su Creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: Y vio Dios que era bueno. Si Dios ve que la Creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud. He aquí el don de ciencia que nos hace ver esta belleza; alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta belleza. 6. Piedad Este don no significa tener compasión de alguien, es decir, tener piedad por el prójimo, sino que indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, incluso en los momentos más difíciles y tormentosos. Se trata de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo, de alegría. 7. Temor de Dios No consiste en tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.


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Santísima Trinidad

La Santísima Trinidad nos recuerda el misterio del único Dios en tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo. Y Jesús nos ha enseñado este misterio. Él nos ha hablado de Dios como Padre; nos ha hablado del Espíritu; y nos ha hablado de Sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos ha revelado este misterio. Y cuando, resucitado, ha enviado a los discípulos a evangelizar a todos los pueblos les dijo que los bautizaran «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Este mandato, Cristo lo encomienda en todo tiempo a la Iglesia, que ha heredado de los Apóstoles el mandato misionero. Lo dirige también a cada uno de nosotros, que, gracias al Bautismo, formamos parte de su Comunidad. Por lo tanto, esta solemnidad litúrgica, nos hace contemplar el misterio estupendo – del cual provenimos y hacia el cual vamos – nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la comunión entre nosotros, sobre el modelo de esa comunión de Dios. No estamos llamados a vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de los Pastores. En una palabra, se nos encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que habita en nosotros. La Trinidad, es también el fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación terrenal. El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente ‘trinitario’: el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado.

Su Evangelio; y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este misterio infinito. Intentemos pues, mantener siempre elevado el ‘tono’ de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados. Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En Mayo, el mes mariano, nos encomendamos a la Virgen María. Que Ella – que más que cualquier otra criatura, ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad – nos guíe de la mano; nos ayude a percibir, en los eventos del mundo, los signos de la presencia de Dios, Padre Hijo y Espíritu Santo; nos obtenga amar al Señor Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la Iglesia a ser, misterio de comunión, a ser siempre una Iglesia comunidad hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida.


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Las Virtudes Teologales: Parte 3

La Virtud de la Esperanza La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10, 23). “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7). La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad. La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (Gn 17, 4-8; 22, 1-18). “Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18). La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra... “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12).

Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear. Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)


Cristo

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salva

Jesús cuando se hizo hombre tenía una gran misión y siempre estaba dispuesto a cumplirla porque nos amaba mucho. Su amor era más grande que todas las dificultades. Esta misión era salvarnos del pecado y hacernos posible la amistad con Dios. Él es nuestro Salvador. Para poderla cumplir, Jesús nace en Belén de Judá, en una cueva, aún en su nacimiento nos da una lección de humildad. Durante muchos años, vive en Nazaret con José y María, aprendiendo todo lo que ellos le enseñaban. Esta época de la vida de Jesús la llamamos “vida oculta”. Al cumplir alrededor de treinta años, deja Nazaret y comienza su “vida pública”. Para ella escoge a doce de sus discípulos para que sean sus apóstoles, y empieza su predicación donde nos enseña lo que tenemos que hacer para lograr la salvación. Salvarnos del pecado y devolvernos la vida de amistad con Dios, significó para Jesús, morir por amor a nosotros en la Cruz. Esta muerte era de las más crueles, pero era necesario que Jesús muriese de esa forma para que nos diéramos cuenta de la gravedad del pecado. Al tercer día, resucitó como lo había anunciado a sus discípulos. Con la Resurrección, Cristo vuelve a la vida, vence a la muerte y al pecado. Cuando llegó el momento, sube al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Desde ahí nos ayuda en nuestro peregrinar por la vida para que podamos llegar al Cielo. Esta misión que tenía que cumplir Cristo, se la había encomendado Dios. Y Él, en todos los momentos de su vida, la cumplió, es decir, obedeció a su Padre con mucho amor, a pesar de los muchos sufrimientos. Cristo sudó sangre, fue azotado e insultado, le pusieron una corona de espinas, recibió todo tipo de burlas, fue condenado a muerte, obligado a cargar la cruz, y por último es clavado en la Cruz. Todo por amor a nosotros. También nosotros tenemos una misión en esta vida y la cumplimos cuando obedecemos y hacemos lo que Dios quiere, con amor, tal como lo hizo Jesús. A través de nuestras buenas obras hechas por amor, podemos ayudar a que otros logren su salvación


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