Por los niños antología de cuentos Dian Cruz Everardo Martínez compiladores
Por los niños, Antología Varios autores Compiladores: Dian Cruz Everardo Martínez Paco Primera edición, México, 2017. Diseño y producción: Fondo Editorial Guadalupe Posada Director Casa de la Cultura Guadalupe Posada: Maestro Juan José Acevedo Pliego Ilustración de portada: Enrique Barrios Balanzar Cada una de las obras es propiedad del autor. No se permite la reproducción total, ni parcial de ninguna de ellas. Hecho en México.
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El hombre más correcto del mundo Agustín E. Bataz El hombre más correcto del mundo falleció. No bebía, pues era malo para la salud. No se enamoraba, pues conocía que unir tu alma a alguien más, es una causa muy común de dolor en el ser humano. Casi no salía, por el crimen rapaz que asolaba su pueblo. Todo en su vida era control, comodidad y tranquilidad. –Tuvo una vida feliz–, alguna persona relativamente cercana comentaba en el velorio, – jamás tuvo problemas, siempre estaba sereno–. Los demás asistentes al evento asentían, aunque casi nadie lograba expresar alguna anécdota o situación que lo involucraran. Mientras tanto, él llegaba al cielo. A las puertas, un joven ángel ocupaba el puesto de San Pedro, quien se encontraba un poco ocupado en asuntos celestiales de tremenda importancia. –Ehm… –titubeó el novato angelical– ¡Saludos, querido humano! Yo seré quien te dé la bienvenida al cielo, al menos por el momento. –La brillante entidad guio al Señor Correcto (sí, así se llamaba) por un largo pasillo, a través de cuyas puertas se podían ver a varios ángeles haciendo labor de oficina: organizando papeles, tecleando en máquinas de escribir de oro; incluso algunos estaban charlando junto a un garrafón de agua, como si esperaran la hora de la salida. –¡Llegamos! –exclamó el entusiasta guía– aquí esperarás tu juicio. El Jefe y dos ayudantes revisarán tu expediente: pecados, buenas acciones, sacramentos, etcétera. Posteriormente, deliberarán por un rato. Al término, saldrá 5
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alguno de ellos para avisarte si te quedarás aquí arriba, si tendrás que volver a la Tierra, o, en caso de que te hayas portado muy mal… ¡Ay, Dios no lo permita! Tú me entiendes, ¿no? Je, je. ¡Venga, no te asustes, será rápido! Correcto se sentó, con desgano, en un sofá marrón de esa sala de espera. Su guía se sobresaltó. –¡Ah! ¡Me olvidaba! Mientras ellos revisan, también tú puedes hacerlo; te dejaré este sobre. –El ángel salió corriendo en camino a la recepción, en las puertas del Cielo, dejando al confundido hombre allí. –Terminemos con esto– dijo para sí mismo. Abrió lentamente el sobre y descubrió otro sobre, más pequeño, y una hoja blanca que tenía varias líneas escritas a máquina, con letras doradas: “¡Saludos, humano! Según tu expediente, no hay pecados graves. Fuera de eso, nada importa. Aquí arriba, lo único que nos es significativo es que ustedes tengan una vida feliz, llena de experiencias y aprendizajes, para que sus espíritus continúen evolucionando. Por ello, en este sobre únicamente encontrarás tus vivencias más importantes: si son las suficientes y estás feliz, podrás quedarte. Si no, debes volver a la Tierra una vez más, no sin antes pasar por un pequeño proceso de Purificación (eso se te explicará más adelante, según sea el caso). Podrás revivir cada una de tus vivencias con solo desearlo, así que ¡diviértete! Te mando un saludo.” La carta estaba firmada como “El Jefe”, con una exquisita letra cursiva. El hombre más correcto del mundo intentaba pensar qué vivencias aparecerían en el sobre, aunque no logró recordar ninguna digna de ser repetida. Antes de abrir el sobre, una lágrima de frustración recorrió su mejilla, y mientras quitaba el broche del mismo, su pesar y melancolía fueron en aumento. –Creo que no viví–, sollozó, y al terminar de abrirlo, no fue sorpresa lo que sintió, sino la tristeza que sólo un hombre que ha desperdiciado su existencia puede manifestar. El sobre estaba vacío. 6
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El cuero que no quería ser cinturón Analu A. Garduño Había una vez en una conocida peletería de León Guanajuato un cuero. Si, ¡un cuero!, como tantos otros que sirven para hacer carteras, bolsas, cinturones o zapatos. Este joven cuero les contaba a sus amigos que él no quería ser procesado, pues últimamente la mayoría de los cueros conocidos, eran llevados para ser cinturones y eso no le causaba ninguna gracia. Pues sabía que los cinturones eran utilizados para sostener los pantalones que quedaban aguados, pero esa no era su preocupación. Lo que más le preocupaba es que los cinturones eran utilizados para otras causas que no eran precisamente las del buen vestir. La mayoría de ellos eran usados por padres furiosos que azotaban sin piedad a sus hijos y la sola idea de escuchar llorar a un niño le aterraba. Así pasaron los días en la peletería y cada vez que requerían pedazos de cuero para fabricar cinturones, el joven cuero se escondía hasta el fondo, en la parte más baja, hasta el fondo del montón de cueros enfilados. Y pasaron los días, las semanas y los meses. Un día se corrió el rumor que una empresa muy importante llegaría a comprar todos los cueros en existencia. Eso le preocupó muchísimo pues no tendría manera de evitar transformarse en otra cosa. Así que con mucha pena y dolor se dejó llevar por aquella gente que pretendía utilizar los cueros en sus productos. ¡Oh!, que desgracia tan grande caía sobre el joven cuero que imaginaba cada día lo triste de su vida, al tener que hacer algo que no era lo que él quería. 7
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El día llegó y se vociferaba que no era solo una empresa la que se llevaría los cueros, al parecer eran dos y una de ellas buscaba cueros jóvenes y suaves sin dar explicación para que serían utilizados. Resignado se dejó llevar. Cuando lo eligieron se dieron cuenta que era joven y suave, por lo que lo dejaron aparte. El joven cuero tragó saliva y dijo: –¡Que suerte!, parece que me quedo y no seré un cinturón más para maltratar a los niños –pero cuál sería su sorpresa que él fue llevado junto con otros a una fábrica. Sin poder creerlo fue desmembrado en varias partes y cocido sin piedad, fue un proceso doloroso, pero al final valió la pena. Ahora cuando sale a la ciudad y ve a sus amigos transformados en cinturones le preguntan: –¿Y cómo fue? ¿Qué tal te sientes? –el joven cuero responde: –Me compró la fábrica de zapatos “Tres hermanos” y ahora soy un bonito par de tenis que ayuda a un pequeño a correr mucho más rápido, y a saltar mucho más alto. –¡Wow! Tú sí que tuviste suerte. –¡Nooo! Ni creas en tanta belleza... Lo único malo es que a mí dueño le huelen los pies.
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Daniela, piel de canela Dan Rosendo A mi Daniela, piel de canela Daniela, piel de canela, busca en la orilla del mar a una estrellita viajera que, juguetona, callera para envolverla con seda y regalarla a papá. Pero la mar, de traviesa, gasta una broma a Daniela, entre sus olas, la estrella, al fondo lleva a guardar y el viento junta las perlas que caen como húmedas gotas de los ojos de la niña que llorando triste está. ¡Daniela, piel de canela, no debes nunca llorar! así dice una sirena que ha venido a consolarla desde el fondo de las aguas al oírla sollozar. 9
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La estrellita que tú buscas no está en las olas inquietas, sino guardada en los labios de los que saben amar y puedes darla a tu padre en forma de un dulce beso que le ilumine en las noches el difícil caminar. Los niños tienen guardados en el beso de sus labios aire, cielo, tierra y mar y hacen feliz a sus padres cuando les sanan con besos las dolencias de la vida a las que deben enfrentar. ¡Anda Daniela a los brazos cansados de tu papá!, ¡corre a llenarlo de besos que han de brillar como estrellas cuando sienta que se pierde en los días de oscuridad! Daniela, piel de canela, vuelve a su casa contenta para esperar el momento en que a su padre verá y ha de alegrarle la vida con el regalo más bello que puede darte un pequeño: sus besos de cielo y mar.
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Remedios caseros Dian Cruz A mi hermano Francisco Sebastián, nunca dejes de jugar Nunca he podido decir: Plato, plátano, tren, blanco, placa, trenza, planta, plomero, carro, ferrocarril. Tenía un pequeño libro con ejercicios para poder pronunciar las palabras correctamente, que debo decir, nunca sirvió. Cuando decía alguna de esas palabras, tenía que poner un lápiz debajo de mi lengua y hablar. Pero aún con un lápiz en la boca seguía diciendo: “patano”. Estaba a punto de entrar a la primaria y me preocupaba no poder hablar bien y que mis compañeros se burlaran de mí. Mi abuela mencionó que tenían que meterme una cigarra en la boca y tenía que cantar, después de eso iba a poder pronunciar bien las palabras. A mi cómo que me daba un poquito de asco. Una tarde estando en casa de mi tía, mientras jugaba con mis primos a “policías y ladrones”, mi abuela me gritó: “Laura, ven, te voy a dar algo”. Fui corriendo, creí que me iba a dar unas papas o un jugo. Ella estaba con mi tía y mi prima la más grande. Me dijeron que me sentara y cerrara los ojos. Lo hice muy emocionada, tenía la ilusión de que fuera una Barbie. De repente abrieron mi boca y vi al pequeño animalito que sostenía mi abuela con tan solo dos dedos. Sin tardarse ni tres segundos, lo metió a mi boca y enseguida la cigarra hizo un sonido y 11
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movió las alas dentro de mi boca, hizo que me diera cosquillas y sentía mucho miedo y asco. La sacaron y se fue volando, hasta el ciruelo de enfrente. Estaba llorando, quería lavar mi boca, todos se reían. Pasó una semana y no había algún cambio, seguía diciendo: “panta”. Era fin se semana y al terminar iba a entrar a la primaria. Se me había olvidado por completo lo de la cigarra y mi problema con las palabras. Estaba sentada en la sala, metiendo cuadernos a la mochila cuando escuché un susurro: “Laura ya va a entrar a la escuela, casi no la veremos, ya casi no va a jugar con nosotros”. Busqué de donde provenía aquel murmullo, pero solo estaban mis perros en la sala. Seguía escuchando susurros y sentí tanto miedo que comencé a llorar. “¿Laurita estás bien?”. No podía ser cierto, mi perro me estaba hablando, estaba asustada que solo dije: “Sí estoy bien, pero tengo miedo”. “Tranquila, no te va a pasar nada en la escuela, además harás nuevos amigos”. ¡No manches!, ¡estaba hablando con mis perros!, podía entender perfectamente que decían, hasta los escuchaba reírse. Le conté a mi abuela y no me creyó, dijo que eso me pasaba por ver tantas caricaturas. Salí al patio y escuché como las mariposas hablaban sobre las flores de la casa de la vecina y como las hormigas decían: Uno, dos, uno, dos, uno, dos, no rompan filas. Sentí que estaba soñando, podía entender que decían los animales y ellos a mí, estaba feliz pero no comprendía por qué pasaba esto. No había estado expuesta a residuos tóxicos como les pasaba a los super héroes. Lo único que me pasó fue que la cigarra cantó y movió sus alas dentro de mi boca. La abuela dijo que esto ayudaría a que pudiera hablar bien, pero lo único que pasó fue que podía hablar con Camilo, mi perro, y con una que otra ardilla del centro.
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Tres cuentos para mi abuela Daría Everardo Martínez Paco “Perro Rabioso” Manjar Mi abuelita es la mejor cocinera del mundo; al huevo le pone cascarón. Enseñanzas “A veces, cuando menos lo esperas, un perro puede hablarte”. Eso me dijo mi abuelita alguna vez, que estos animalitos son casi de inteligentes como nosotros, solo que son más serios, que no les gusta hablar por hablar, sino que hablan cuando tienen algo muy importante que decir. Me acerco muy despacito a la Alesana, come sus croquetas de una por una, la miro con recelo, me gustaría que me dijera algo, me gustaría escuchar la voz de un perro. Me acerco cada vez más. Achico los ojos para poder verla mejor, afino mi oído. Me acerco, me acerco más. Alesana deja de comer, está quieta, no mueve ni la cola, me mira concentrada. –Tú no sabes hablar humano, ¿o sí? –Sí –me dice calmadamente mientras mastica una croqueta. –¿Y por qué nunca me has hablado? –le grito sorprendido. –Porque no tengo nada interesante que decir. O 13
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quieres que te cuente de cómo me la paso mordiendo moscas, o rascándome las pulgas, o de cómo cuando salgo me revuelco en algún animal muerto, o porqué quiero morder al gato, o porqué muerdo tus tenis, o porque cuando abres la puerta salgo corriendo –me dijo y siguió comiendo. Me quedé impactado, sin habla, no pude moverme. Alesana mueve su cola y se sigue comiendo despacito sus croquetas, de una en una. Me mira y tengo la sensación de que me guiñe un ojo. ¡No manches, mi abuelita tenía razón! Remedio Siempre que me siento como enfermo, voy con mi abuelita, ella tiene los mejores remedios. A veces me da Coca con limón, agua con sal, un ajo, a veces me jala el cuero de la espalda, me pone manteca con azúcar en la barriga, o a veces solo me abraza. Haga lo que haga, ella siempre me hace sentir mejor.
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Ñam, Ñam, te come el Coco… Gabriela Soberanis Con alegría y el corazón latiendo a ritmo de marcha, tu, tum; tu, tum. Casimiro arrancó el papel de colores que envolvía su regalo. Ahí estaban apretaditos dentro de una caja, en cada lomo se podía leer los títulos de cada libro: “El príncipe feliz”, “La gallina de los huevos de oro”, “Pulgarcito”, “Las zapatillas rojas”, cuando iba a leer el quinto título su tía Licha le apretó las mejillas y dándole un beso bien tronado exclamó: –¡Para mi chiquito que ya aprendió a leer! Que tengas un feliz cumpleaños. Esa noche, Casimiro, puso la caja que contenía los libros al pie de su cama y tomó el primero: “Simbad el marino”. Comenzó a recorrer cada línea y sin notarlo, muy despacito se fue quedando dormido con el libro en las manos. Al día siguiente despertó y empezó la rutina diaria de desayunar, ir a la escuela, comer y todas esas cosas que hacen los niños. Por la noche se dispuso a seguir con su lectura, busco primero encima de la cama, después debajo de ella, donde guarda su ropa, en la mesita y ¡NADA!, se rascó la cabeza y no se preocupó, eligió otro título y empezó de nuevo. La historia del libro desaparecido se volvió a repetir tres noches seguidas, ya para la cuarta empezó a preocuparse, en la caja sólo le quedan tres libros. “¿Pues a dónde están? y si le pregunto a mamá de seguro se enoja porque ya perdí los libros”. Decidió empezar a leer el quinto título “La casita de chocolate” pero esta vez, en lugar de cerrar los ojos simularía que se dormía y esperaría a ver qué pasaba. Exacta15
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mente en el segundo que sus párpados se cerraron escucho ruido debajo de su cama, rápidamente se tapó con las colchas y respiro muy despacito, estaba seguro que “alguien” estaba ahí, apretó la boca, empezó a tararear una canción y no se volvió a mover. Ni cuenta se dio cuando se quedó dormido con el corazón apretujado y los puños cerrados. “Era el Coco, de seguro era el Coco”, pensó mientras tomaba su desayuno. El Coco siempre viene para asustar a los niños traviesos, pero ¿Para qué quiere los libros? –Mamá ¿El coco puede comer libros? –Casimiro, el coco no existe. Son puros cuentos como los que estás leyendo. –Mamá yo creo que… –Casimiro ¡Ya dije! Los cocos son para beber su agua y después comerlos con chile y limón, ¡Apúrale que se te hace tarde! ¡Hum! Valiente respuesta a su problema. Aunque su mamá no lo creyera, él estaba seguro que era el Coco, el de verdad, el que se esconde y asusta. Por la tarde al llegar de la escuela corrió a su cuarto, cerró la puerta y con gran esfuerzo pudo mover su cama, ¡Lo sabía! Ahí estaba la guarida del Coco, justo en la cabecera, un hoyo en el piso de madera, echó un vistazo y distinguió la tapa de uno de sus libros, cerró los ojos y lo jaló, después el otro y así hasta que los cinco libros estuvieron otra vez frente a sus ojos. Los revisó y notó que algunas de sus páginas no estaban completas, los limpió, los olió y finalmente los devolvió a su caja. El misterio estaba resuelto: El Coco no sabe leer y por eso se come los libros para poder digerirlos; eso le había dicho su maestra “Deben leer y digerir el texto”. –Pobre del coco, dicen que solo sabe asustar, quizá sea porque nunca aprendió hacer otra cosa. Esa noche Casimiro se armó de valor y decidió contarle cuentos al coco, leía unas hojas y antes de que sus ojos se cerraran le daba las buenas noches 16
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–Hasta mañana Coco, ¿Te gustó la historia? Y desde entonces se sabe que, si lees un poco antes de dormir, el “Coco” No te espantará jamás.
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El gato hambriento Galilea de Yahveh En el corral, de una casa de pueblo, vivía mamá gallina, con su hijo el pollito amarillo. Una vez un gato negro, feo y malo, estaba detrás de un árbol viendo comer al pollito amarillo. El pollito caminaba en el patio de la casa y sin darse cuenta se acercaba al árbol verde y grande, el gato al olerlo, se saboreaba al pobre pollito. Desde el corral mamá gallina cuidaba a su hijito, así que se dio cuenta de lo que el gato quería hacer. Voló hacia donde estaba el gato, el pollito se asustó y corrió muy veloz, la gallina estaba tan furiosa que el gato empezó a temblar de miedo, y a llorar cuando la mamá del pollito le picoteó todo el cuerpo al gato. El gato se fue maullando muy triste y con trabajos podía caminar. El pollito y su mamá se empezaron a reír y estuvieron felices por siempre.
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Ricas golosinas Gonzalo Barrios Flores Quique era un niño que le encantaba mucho leer. Leía tirado de panza en el piso o boca arriba, escondido bajo la mesa, la cama, en un rincón o en el baño. A su mamá, le fastidiaba verlo leer. Cada vez que lo sorprendía leyenda le decía: –¡Quique no te quiero ver leer! ¡Es tu pretexto para no hacer quehacer! –Sí mamá, voy a hacer quehacer. ¿Pero luego me dejas leer? –Él le contestaba. Mamá daba la vuelta y no respondía. Al día siguiente, en el aula de clases, la niña Wendy le preguntaba a su profesora: –¿Maestra, podemos cantar y bailar? –¡No, porque eso es perder el tiempo! Tenemos mucho trabajo y mucho que estudiar –dijo la profesora. Wendy insistió, pero la maestra no dijo nada. Durante el recreo, varios niños jugaban en el patio. El director los llamó y les dijo: –¡No quiero que corran en el recreo! –Pero señor director, estamos jugando con precaución –dijo Dani, uno de los que jugaban. –¡Los quiero sentaditos, como todo niño bueno! – respondió el director. –Pero direc, jugar es una necesidad –replicó Dani. –¡Silencio! –gritó el director. –Además, jugar en el recreo es un derecho de los 21
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alumnos –reclamó Dani. –¡Aquí se hace lo que yo digo muchachitos! Recuerden que yo soy director. He dicho que no jueguen y se acabó –determinó el director. A la hora de salida de clases se reunieron Dani, Wendy, Quique y otros compañeros. Platicaron sobre lo que les había sucedido y, decidieron hacer algo para concientizar a los adultos sobre la necesidad de leer, cantar y jugar. Acordaron componer una canción que tratara de la importancia de leer, cantar y jugar. Días después, los maestros organizaron un programa literario-musical, Wendy, Dani y Quique, aprovecharon para cantar la melodía que habían inventado: Mi mamá me dijo: No te quiero ver leer, ese es tu pretexto para no hacer quehacer. Yo le dije: mami, sí, si voy a hacer quehacer, sí, sí, sí, sí, mami, luego vamos a leer, Los libros, el juego y la música, son como ricas golosinas, los puedes tomar cuando tú quieras, tómalos se feliz, leyendo, cantando y jugando, tómalos sé feliz, leyendo, cantando y jugando. La profa nos dijo: No, no vamos a cantar, es perder el tiempo, 22
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tenemos que estudiar. El canto es recursos para aprender mejor, sí, sí, sí mi profa., tenemos que cantar. Los libros, el juego… El direc no quiere que corran en el recreo. Nos dice: Sentaditos, como todo niño bueno. Jugar en el recreo, es una necesidad, sí, sí, sí, sí direc, si tenemos que jugar. Los libros, el juego… Todo el público quedó encantado. Les aplaudieron y los ovacionaron con mucho entusiasmo y, desde entonces, todos los niños en su casa y en la escuela…leen, cantan y juegan en libertad.
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El Amigo Pu-Pu Guadalupe Ayala Este era un día brillante, el sol bailaba en el cielo, las nubes jugaban con el viento y hacían cabriolas mientras sacaban a relucir sus más bellos colores. El viento mecía las hojas del árbol que daban sombra a Therry y a Pu-Pu, quienes jugaban mientras el sol se colaba por las ramas para acariciar el cabello y la carita del chiquitín. En tanto las hojas del árbol cantaban: Queremos sol, queremos sol, Para tener color, para tener color. Queremos agua, queremos agua, Para reír, para reír. Therry las escuchó; fue a traer una tácita con agua para darles de beber a las raíces. Las hojitas se pusieron verdes de felicidad y alegremente le dieron las gracias. Therry volvió con Pu-Pu, su carro preferido y lo llevaba por la carretera de arena que construyó y platicaba con él de su papá y de su mamá, quienes se fueron a trabajar muy temprano. Pu-Pu le decía que no debía estar triste, que sus papás volverían por la tarde. Therry le decía a Pu-Pu que siguiera caminando y él, entusiasmado decía: –Cha-ca, cha-ca, cha-ca…puu, puuu, puu… Entonces Therry, dijo así: –¿Sabes, Pu-Pu? Quisiera que fueras grande para que me llevaras a conocer otros lugares. Quiero viajar lejos. Y Pu-Pu le contestó: –Therry, yo puedo llevarte a pasear. ¡Vamos! 25
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–¿A dónde? –preguntó el pequeño Therry. –¡Iremos al País de las alas doradas! –Contestó Pu-Pu. –¡Sí! ¡Sí! ¡Vamos! –Afirmó Therry muy contento. Entonces Pu-Pu comenzó a crecer, a crecer y se convirtió en un hermoso carro con dos azules faros y su color rojo encendido. Era tan grande como Therry. Luego le salieron dos preciosas alas de terciopelo verde y amarillo. ¡Therry saltaba de alegría! Nunca imaginó ver a Pu-Pu tan grandioso. Pu-Pu dijo a Therry: –¡Súbete! ¡Vamos a viajar muy lejos! Pu-Pu levantó el vuelo y se elevó por el cielo desde donde Therry podía ver las casas, el mar, los árboles, los animales de los bosques y las montañas. Alcanzó también a ver a su mamá y su papá que iban a su trabajo muy contentos, porque así podrían comprarle a Therry sus zapatitos, su ropa, su comida y todo lo que él necesitaba. Los papás de Therry eran muy trabajadores y él siempre los esperaba cuando ellos volvían a casa. Las nubes pasaban por donde Therry viajaba y retozaban entre ellas. Había nubes rojas, verdes, azules, naranjadas, violetas y rosadas; corrían detrás del sol para atrapar un poco de luz. Allá a lo lejos podía verse ya el maravilloso País de las alas doradas. Pu-pu dijo que ya pronto llegarían, pues se acercaban muy veloces. Therry pregunto: –¿Qué es eso que está allá arriba Pu-pu? –¡Ah! Esas son las mariposas de los mil colores. Te harán soñar con lo que tú quieras –Therry contestó: –¡Sí! ¡Yo quiero soñar con muchas cosas lindas! –¡Claro! Sólo debes atraparlas y pedirles tus sueños. ¡Los mejores! –Contestó Pu-Pu. Therry y Pu-Pu detuvieron su vuelo porque de pronto surgió una terrible sombra en frente de ellos. Pu-Pu cambió de rumbo, pero la sombra los perseguía; entonces Therry preguntó qué podían hacer. Pu-Pu le dijo 26
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que sacara la espada de fuego que él llevaba en su costado izquierdo, para combatir al monstruo de la Soledad. Therry comenzó a luchar con el monstruo y lo venció. Ya a salvo siguieron su viaje hasta llegar al País de las alas doradas en donde encontraron al hada de la Felicidad, ella los llevó a conocer a su hermana el hada Fantasía, quien acompaña a todos los niños siempre. Ella los hizo transitar hasta su reino para que Therry se diera cuenta de los poderes que el niño poseía, por lo cual pudo vencer al monstruo de la Soledad con la espada de fuego que le dio Pu-Pu. Therry entonces comprendió que tenía grandes poderes que podía usar cuando estuviera en peligro. Las hermanas hadas le hicieron una fiesta a Therry y a Pu-Pu por haberlas visitado y al final les dijeron que podían regresar cuando quisieran. A Therry le entregaron una caja de oro y él preguntó qué cosa era. El hada fantasía dijo: –Son mariposas de los mil colores, ellas siempre están conmigo. Cuando quieras tener hermosos sueños solamente abre la caja y déjalas volar. Antes de que despiertes ellas solas regresarán a la caja. Therry les dio las gracias por el regalo y emprendieron el camino de regreso a casa. Volvieron felizmente y sin problemas, aterrizaron en el patio en donde el árbol de las hojas que cantan los esperaba, para darles la bienvenida con una canción de verano. Therry le dijo a Pu-Pu que guardaría el regalo y fue a colocarlo junto a la caja de juguetes en donde Pu-Pu acostumbraba dormir. En ese momento escuchó que sus papás entraban en la casa y fue a recibirlos muy contentos. Ese día les habían pagado y le dijeron que le comprarían un carrito nuevo, pero Therry les dijo: –¡No! ¡Yo no quiero nada, nada! ¡Yo sólo quiero a mi amigo Pu-Pu! Therry sorprendió a sus papás con la respuesta, pues siempre quería algo nuevo. Entendieron 27
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lo que pasaba cuando les contó su aventura que tuvo mientras ellos trabajaban. Escucharon muy atentos y satisfechos a su pequeñito. Entonces preguntaron: –¿Y la abuela? –Está sentada a la sombra del árbol. Vamos a verla. Contestó Therry. Y los tres salieron al patio para ver a la abuela que descansaba, después de pasar la tarde con Therry. Así termina la historia de Therry y su amigo Pu-pu. Es posible que lleguen a existir otras más y tal vez las lleguemos a conocer. Mientras tanto, Therry es feliz junto a su abuela y sus padres, que luchan cada día por verlo feliz.
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El armadillo Hugo Enrique de la Rosa Carreto He cuidado de mi amigo el armadillo desde pequeño. Cuando lo recogí estaba mal herido, lo encontré bajo el árbol de guayabas de la casa. Era de día y el sol estaba muy alto, hacía mucho calor. Pobre armadillo, supe que un perro lo había mordido. Por su panza le escurría mucha sangre, estaba temblando y escondido. Cuando lo vi, me sentí mal porque el pobrecito armadillo se veía triste, como que le dolía. Me acerqué cuidadosamente, lo tomé entre mis brazos con cuidado y le coloqué mi playera sobre su herida para que su sangre le dejara de salir. El armadillo lamia su herida, y a veces me veía con sus ojos amarillos y negros. Después de un tiempo lo metí a la casa y le brindé hospitalidad, le ofrecí comida en un platito y agua para que no se muriera. Luego mi papá me ayudó a vendarle la barriga a ese armadillo dorado. Estuvo con nosotros dos semanas en la casa y yo lo cuidé mucho porque mi padre me enseñó a proteger a los animales. Durante la primera semana el armadillo prácticamente estuvo acostado y triste, se veía muy mal y su color no era el mismo, comía muy poco y parecía que nos tenía miedo. Le hablaba para que no se sintiera solo, porque él no tenía más familia que nosotros, le sobaba la panza, le cambiaba su vendaje y lo alimentaba. Durante la segunda semana el armadillo dorado se había recuperado y se levantaba de su lugar, se subía conmigo a mi cama a jugar. El armadillo comenzó a perdernos el miedo, y con todos se llevaba muy bien, era obediente y a veces muy hiperactivo. Todo el tiempo se 29
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hacía bolita y se rodaba por todos los corredores de la casa. A veces por las noches se posaba frente a la ventana a mirar a la luna. Además, le gustaba mucho la sandía y el pepino. Es muy ágil y cariñoso, y en sus últimos días en nuestra casa se puso fuerte y grande. Fue hasta el domingo de la segunda semana que nos abandonó. Salió esa mañana de casa, cuando el sol estaba muy alto y hacía calor. Yo me puse muy triste porque nos había dejado, pero mi papa me había dicho que el armadillo tenía que buscar su naturaleza e ir con su familia de armadillos. Durante unos días no supe nada sobre él, hasta después, cuando comenzó a llevar piedras brillosas a la casa. Todos los domingos llegaba a la casa y ponía sobre la ventana una piedra de color. Yo comencé por dejarle una rebanada de sandía en el borde de la ventana. Ahora mi cuarto está lleno de piedritas de colores y cada noche cuando se aparece la luna y la veo tan brillante, recuerdo a mi amigo el armadillo.
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La muñeca pérdida Jair Everardo Rodríguez Pineda y Arleydi García Mendoza Aquella tarde en el parque se encontraba Juanito, un niño flaco, chaparro, moreno, de ojos color café claro. Se encontraba volando su papalote muy feliz, corriendo de un lugar a otro. Mientras jugaba muy entusiasmado, a lo lejos escuchó su nombre: –¡Juanito! –gira la cabeza hacia ambos lados. Después de un rato se percata que era una niña de vestido rosa, güerita, chaparrita. Decide acercarse, solo para darse cuenta que era su amiga María, quien lloraba desconsolada porque no encontraba a su muñeca preferida, aquella que le había regalado su papá. Juanito preocupado le hace unas preguntas: –¿Que tienes? –ella seguía llorando–. ¿Por qué lloras María? Ella le responde: –Juanito perdí mí ¡mi muñeca! –con lágrimas en los ojos. De repente a Juanito se le ocurre una idea, para consolar a su amiga. –Oye María, que te parece, ¡si buscamos a tu muñeca! Tal vez debe estar en los columpios o en la resbaladilla. María secó sus lágrimas con su vestido, borró su tristeza y con una gran sonrisa lo mira a los ojos. Mientras empezaban a buscar la muñeca. Pasaron un rato buscándola, Juanito a lo lejos ve una bonita mariposa de colores muy hermosa, se pone a seguirla, cuando la mariposa volaba cerca del señor de los algodones, Juanito se acerca un poco para aga31
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rrarla cuando repente ve que ahí está la linda muñeca. –¡María, ven! ¡Mira lo que me encontré!
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Manzanas acarameladas Jorge Torres Martínez Al ver el mostrador de la tienda, Luis recordaba las ferias de su pueblo. Fue en una feria donde vio por primera vez esas manzanas cubiertas de caramelo, recordaba las manzanas colocadas en un palito formando entre varias un arbolito de navidad. Un arbolito rojo, brillante y acaramelado. Luis aprovechó que el mostrador estaba solo. Finalmente, la oportunidad se presentaría. Le había echado el ojo a esas manzanas azucaradas desde hacía varios días. Trataba de ahorrar para una, pero el precio se le hacía muy caro. Todas las mañanas al pasar por la tienda rumbo a la escuela, pensaba en voz alta –algún día me comeré una–. Luis cargaba su mochila atiborrada de libros; caminaba como seiscientos metros, y de pronto se detenía en la tienda, sacaba su botella de agua, calmaba un poco la sed; de pronto se alejaba hasta la siguiente esquina y se quedaba mirando las manzanas en el mostrador. Cada mañana, Luis se levantaba con la idea de observar ese mostrador con mucho deseo. Porque lo tenía muy claro. Tarde o temprano el hombre de la tienda terminaría por cambiar sus hábitos y se presentaría esta oportunidad. Luis no era un ladrón, pero la obsesión por la manzana día a día crecía, se veía sentado en la sala mordiéndola poco a poco para que no se acabara, saboreándola, disfrutándola. Por fin la oportunidad había llegado, vio el mostrador solo y se acercó, sintió esa carga de adrenalina, sintió que su corazón estallaba, jamás le había latido tan aceleradamente. Debía de actuar rápido antes de que el hombre de 33
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la tienda regresara. Metió la mano, saco la manzana y salió corriendo, al mismo tiempo sentía que por dentro algo se destrozaba. No tardo ni 10 minutos cuando se vio sentado en la sala, suspiró y se hizo un silencio insoportable. Sintió el dolor que le causaba el arrepentimiento, sudaba frio. Qué pensaría su tío Virgilio que le enseñó a jugar futbol y a quien admiraba, su tía Clara que le ayudaba en matemáticas para que no reprobara, sus papás que trabajaban día a día sin descanso, qué pensarían todos sus familiares. Sintió una sed insoportable, tomó su mochila atiborrada de libros para sacar su botella de agua –¿dónde está?, aquí la metí, ¿dónde la dejé?– se preguntaba. La prisa por salir de la tienda hizo que Luis olvidara su botella de agua. Era una botella Tupperware con su nombre rotulado, sintió todo el cuerpo frio, temblaba. A esa hora los papás de Luis platicaban con el hombre de la tienda, era evidente se habían enterado. Luis con determinación aprovechó la hora de la merienda, cuando todos se sentaban a platicar mientras veían el noticiero de la noche, pidió la atención de todos y con voz cortante a punto del llanto inició: – Voy a confesarles algo. Se me cae la cara de vergüenza. Tengo que hacerlo. No puedo más con esta carga. –¡No digas más lo sabemos! – respondieron al unísono sus padres –Te hemos enseñado que las cosas se logran con trabajo, con el esfuerzo del día a día, que se trabaja para llegar a cualquier meta, ¿Por qué lo hiciste? Agachando la cabeza, avergonzado Luis respondió: –Siempre que íbamos a las ferias se quedaban grabadas en mi mente las manzanas acarameladas que vendían en esos palos parecidos a arbolitos de navidad, recuerdo que no me compraban una porque me decían que dañaría el esmalte de mis dientes, y que me saldrían caries. Todos los días al regresar de la escuela pasaba a admirar las manzanas en la 34
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tienda de don Joaquín, nunca logré ahorrar para comprarme una, así que vi la oportunidad y pasó lo que tenía que pasar, la robé, lo hice, estoy muy arrepentido y les pido perdón. El regaño de los padres de Luis fue evidente, a eso le siguió una serie de consejos enfocados a las consecuencias de cualquier tipo de robo, pero los familiares de Luis al final sintieron alivio, ese alivio que sienten los que educan y van por buen camino. Desde ese día cuando Luis anhela algo que no es suyo recuerda las manzanas acarameladas y nunca, de los nunca, volvió a tomar algo ajeno.
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La luna quiere tener novio José I. Delgado Bahena La luna quiere tener novio y bajó a la Tierra a buscarse uno. Caminó por los campos en busca de un guapo galán que le cantara sus canciones y le escribiera poemas. Caminando, se encontró con un caballito blanco que tocaba un violín. Su música era muy triste, y por eso la luna se acercó con su mejor sonrisa para alegrar al caballito blanco. –Caballito –le dijo–, ¿quieres ser mi novio? –¡No! –dijo el caballito, sin dejar de tocar su violín. –¿Pero, por qué? –preguntó muy triste la hermosa luna. –Porque a ti te cantan los enamorados, te dedican sus versos los poetas y te dibujan todos los artistas, y yo soy muy celoso –contestó el caballito blanco–, déjame seguir tocando mi violín, así soy feliz. El caballito se fue por las praderas y la luna siguió su camino. Pronto se encontró frente un arroyo de aguas cristalinas. Entre la corriente, pudo distinguir a un bello pez rayado de colores muy hermosos. –Pececito –dijo la plateada luna–, ¿quieres ser mi novio? –¡Claro que no! –exclamó el rayado pez escondiendo medio cuerpo en una piedra del arroyo– ¿Cómo puedo ser tu novio, si todos mis amigos los peces vienen todas las noches a verse en tu espejo plateado cuando te posas en el fondo del agua? Ahora la luna iba muy triste pensando que nunca iba a encontrar un guapo galán que le cantara sus canciones y le escribiera hermosos poemas. En eso, entre los árboles del bosque se escuchó un horrible trueno, ¡PUM!, y hasta el 37
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blanco manto de la luna llegó corriendo un lindo conejito gris. –¡Señora luna, escóndame por favor! –le rogó el conejito–, ¡vienen los cazadores y me matarán! Entonces, la bella luna extendió su brillante manto, cubrió al conejito con él y lo ocultó de los cazadores que siguieron su loca carrera en busca de lagartijas y palomas, para tener algo que llevar de regreso a sus casas. Cuando el peligro pasó, la luna descubrió al conejito y éste le dijo muy agradecido: –¡Gracias, hermosa luna! Si yo fuera el sol, o el más bello lucero, te pediría que te casaras conmigo, porque eres muy bella, ¿sabes? Tu sonrisa es tan agradable como la más tierna melodía y tu manto es un gran espejo en el que se refleja mi corazón. –¡Qué bonito hablas, conejito! ¿Quieres ser mi novio? –exclamó emocionada la luna. –¡Claro que sí! –respondió el conejito moviendo su colita de esponja. Desde entonces, se le puede ver al conejito gris acariciando los cachetes plateados de la hermosa luna y hasta la Tierra llegan los suspiros de los enamorados por los poemas y las canciones que le dedica el conejito gris a su plateada enamorada.
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Mi sombra Joyce S. Hernández Mi mamá me dice que no debo tenerles miedo a las sombras que hay en el mundo. Ella no le tiene miedo a nada y por eso camina junto a la suya. Yo también tengo una sombra, pero me asusta un poco que en la calle me sigue a donde voy, que da un pasito cuando yo lo doy, que se detiene si yo lo hago y que se apresura cuando trato de huir de ella. No le he dicho nada a mi mamá, porque quiero que siga pensando que tiene un hijo valiente, pero a veces he querido descoserla como lo hacen en la película de Peter Pan. Un día fui hasta la cajita de galletas en la que hay hilos y tomé unas tijeritas, las más chiquitas, y traté de recordar de dónde sale mi sombra. Cuando estoy en el patio, sale de mis pies, así que miré hacia abajo, pero ni debajo de mis calcetas la encontré. A veces la veía salir de mis codos cuando los recargaba en la mesa, pero tampoco estaba ahí. No supe de qué parte del cuerpo sale ni dónde se esconde. Dejé las tijeras en donde estaban, pues mi mamá se pone roja como jitomate cuando no encuentra las cosas donde las deja. Siempre le echa la culpa a mi papá porque él pierde todo, pero yo sé que casi siempre el culpable soy yo, pero me da miedo que me grite y mejor me quedo callado, al fin que a mi papá no le importa ser regañado, porque nunca dice nada ni se pone triste. Él también es muy valiente, principalmente porque no le tiene miedo a mi mamá. Me fui a sentar a la sala, decepcionado, porque no encontré la sombra –que me habría descosido con muchísimo gusto– por ningún rincón. 39
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Mi mamá notó mi cara triste y se me acercó. –¿Qué tienes, Ale? –Nada, mami. –Yo sé que sí, tú solo pones esa carita cuando algo no te sale bien o cuando te peleas con tus compañeros, y creo que eso último no es. –Mami, ¿dónde guardamos la sombra? –¿Eh? –Sí, mira. Mis mocos están en la nariz, mi saliva en la boca y cuando me enfermo, de la garganta me sale una cosa… –Párale, que ya me está dando asco, ¿qué quieres decir? –¿Dónde guardamos la sombra? Cuando vamos por la calle, está bajo mis pies, a veces en la pared, a veces sale de mis brazos, y otras veces sale de mis codos. ¿Pero dónde tenemos la sombra? ¿Acaso no podemos escapar de ella? –Chiquito, nosotros no tenemos un lugar para la sombra, la sombra que ves en el suelo o en la pared, eres tú. Es el sol el que nos hace tener una. –¿Entonces la sombra no es mala? –No, mi vida, no es mala. ¡Cómo va a ser mala si eres tú! Luego de que mi mamá me explicara mejor cómo se hacen las sombras, tengo muchas cosas por hacer, pues ya que la sombra soy yo, no quiero que sea mala ni tenga ese color gris o negro. Mañana veré si le puedo cambiar el tono, tal vez en morado se vea más bonita…
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Aprender J. Carlos Villa Torres “JhonnyMasterV”
Martín tiene 8 años y no sabe leer ni escribir, mucho menos sumar, se rehúsa a aprender. En la escuela no ha pasado del primer grado de primaria y es el chico más rebelde de todo el grupo, se podría decir que es de esos muchachos que necesitan vivir una mala experiencia para empezar a actuar bien. Un día Martín va a aprender la importancia de saber sumar y leer, más cuando la vida de su mejor amigo “Fibonacci” esté en peligro. La señora Graciela, mamá de Martín, es una señora muy amable, trabaja todo el día, su papá decidió emigrar a otro lugar hace muchos años, él no sabe porque se fue, solo sabe que no está. Era viernes por la tarde y Martín salía de la escuela, era el único niño de su edad que se iba solo a casa, afortunadamente su mamá era muy precavida y decidió rentar un cuartito muy cerca de ahí; de hecho, estaba tan cerca que su fiel perro Fibonacci iba a esperar su salida todos los días. El pequeño Martín se sentía muy contento a pesar de ver poco a su mamá, sabía que ella trabajaba mucho para poder mantenerlos, que lo quería mucho y que nada cambiaría nunca esa situación. Sin embargo, a pesar de que vivía feliz, en ocasiones sentía incómodo, una especie de molestia nublaba su mente, tal vez porque era el único niño de su edad en su salón, tal vez porque su empeño por no querer aprender ya no funcionaba para llamar la atención. Esa tarde Fibonacci fue a esperar su salida como 41
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todos los días afuera de la escuela, sin embargo, cuando por fin salió Martín, el peludo se encontraba inquieto, hacia algo que nunca había hecho, su comportamiento era extraño, como si olfateara algo; de repente echó a correr, el niño sin pensarlo corrió detrás de él, corrieron y corrieron, muchas cuadras, dieron muchas vueltas... hasta que reaccionó para darse cuenta de que no sabía dónde estaba. En ese momento Fibonacci entró bruscamente a una carnicería, golpeando una mesa, tirando una charola y devorando todo lo que ahí había. La dueña de la carnicería pegó un grito tan fuerte, que pareció que se había escuchado en toda la ciudad, para mala suerte de Fibonacci la camioneta de la perrera estaba muy cerca, una patrulla llegó antes, se había armado un verdadero relajo. Martín por fin llegó a la esquina donde se suscitaban los hechos y a lo pronto pego un grito cuando vio que a Fibonacci lo tenían sometido y apunto de subirlo a la camioneta. –¡Mi perrito, mi perrito! ¡No se lleven a mi perrito, es mi amigo y no ha hecho nada! –gritaba Martín. –¡Claro que sí! ¡Tiró toda la carne y se la comió! –gritó la dueña de la carnicería. Para ese momento ya se había reunido un grupo de personas que estaban observando la escena, como si de una película se tratara. Los oficiales de policía estaban tratando de calmar a la dueña de la carnicería y alejar a los curiosos. Mientras los señores de la perrera lidiaban con Fibonacci para subirlo a la camioneta sin causarle daño. El oficial de policía se acercó al pequeño Martín cuando escucho que gritaba por su amigo canino: –Hola pequeño, ¿este es tu perrito? Ha causado un gran alboroto, ahora lo tienen que llevar a la perrera municipal y ahí puedes ir a recogerlo, pero primero deberás pagar a la señora de la carnicería toda la carne que se comió tu amigo más una pequeña multa por alterar el orden y por pasear a tu perrito sin collar y sin correa –en ese mo42
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mento sacó una pluma y una libreta de su patrulla, anotó la dirección de la perrera, el importe de lo que se había comido el cachorro y el importe de la multa que debía pagar. –¿Cuántos años tienes? –preguntó el oficial. –Ocho años –contestó Martín, enseñando todos los dedos de sus manos. –Sabes leer y sumar ¿verdad? –preguntó nuevamente el oficial, un poco desconcertado por la anterior respuesta. –Sí, un poco –contestó Martín bastante avergonzado, porque sabía que estaba mintiendo. –Toma, esta es la dirección de la perrera de la ciudad y lo que se debe pagar. Te recomiendo que vayan antes de las 6 de la tarde porque de lo contrario cerraran la perrera y mañana a primera hora trasladan a todos los perritos a la perrera estatal, que se encuentra en otra ciudad y lo más seguro es que no vuelvas a saber de tu amigo –Martín al escuchar esas palabras sintió como si se le fuera el aliento y de inmediato empezó a suplicar a los señores de la perrera que dejaran libre a Fibonacci–. ¡No podemos dejarlo! –dijo uno de los señores de la perrera–. Este amiguito ha hecho una travesura que debe ser pagada, además no trae correa ni collar. Por lo tanto, deberá ir a la perrera de la ciudad y ahí podrás ir a reclamarlo. Martín no sabía qué hacer, sabía que el tiempo corría, fue rápidamente a su casa, quiso llamar a su mamá pero no sabía leer la agenda donde estaban los números del trabajo o de celular, solo veía números y letras pero no sabía cuál era cual o de quien; pensó en ir a pagar el mismo la multa y rescatar a Fibonacci, rompió su alcancía y saco un par de billetes para ver si reunía la cantidad pero cuando reaccionó se dio cuenta de que no sabía cuánto debía pagar, ni cuanto había juntado, se empezó a desesperar, no podía ni leer la dirección donde estaba la perrera, no sabía qué hora era, tal vez era muy tarde. Tomó todo el dinero que pudo, tomó la nota del ofi43
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cial, salió a la calle, paró un taxi, preguntó al chofer cuanto le cobraba por llevarlo a la dirección escrita en la nota, el señor le dio el precio, pero era inútil, Martín no sabía si le alcanzaría y sabía que tampoco debía mostrarle todo el dinero al chofer, estaba atado,su rebeldía por no querer aprender estaban tomando su primer víctima, el siguiente posiblemente seria él. Por fin, derrotado por el mismo, regresó a casa, se acostó sobre su cama y se quedó dormido. Martín despertó al día siguiente, el sol brillaba, pero él no estaba feliz, sabía que había perdido a su mejor amigo. De repente doña Chela entro en el cuarto del pequeño y le dijo: –¡ya despierta dormilón que es hora de aprender! Es hora de ir a la escuela –el niño se levantó súbitamente y preguntó: –¿Qué no es sábado? –a lo que su mama respondió: –¡No! Y no te hagas, que hoy le toca baño al Fibonacci. –¿Qué, Fibonacci? –cuál fue su sorpresa al ver que fu mejor amigo entraba a su habitación, corriendo meneando la cola y saludando al pequeño, era la mañana del viernes, tenía un día más para aprender, todo había sido una horrible pesadilla. Ahora podía cambiar, pensar y actuar diferente, darse la oportunidad de conocer, de saber, de leer, de sumar, de entender, porque no importa cuán difícil sea tu situación, saber y conocer siempre te va a permitir superar los obstáculos. Ese día lo primero que hizo fue pedirle a su mamá que le enseñara a leer la agenda y a sumar monedas, sabía que era una tarea importante y una responsabilidad que debía asumir, por su bien y por el de su mejor amigo Fibonacci.
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El escarabajito Juan Machín En el tiempo en que el tlacuache todavía no se robaba el fuego, ni las luciérnagas brillaban en las noches, había un escarabajito pequeñito, pequeñito, todo negro y que no era feliz, porque quería tener muchos colores en su espalda. Le gustaba mucho el negro, es más, era su color favorito (le encantaba porque era el fondo donde podían brillar las estrellas durante las noches, porque si fuera, por ejemplo, blanco ¿cómo las veríamos?), pero le aburría tener un solo color. Por lo que le preguntó a su hermano mayor: Oye, hermano, ¿por qué nuestra espalda es toda de un solo color? ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco ese que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda? –Mira hermanito, no entiendo tu pregunta. Nuestra espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Pero, mejor, pregúntale a Mamá... Y así lo hizo, Escarabajito fue a preguntarle a su mamá. –Mamá, tú debes saber la respuesta a una pregunta que no me deja dormir por las noches. –Escarabajo, escarabajito, el más pequeño de mis hijos ¿qué pregunta es la que quieres hacer? Anda, dime. –Mamá, quiero saber por qué nuestra espalda es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? 45
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Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda? –Mmmm... No entiendo tu pregunta. Nuestra espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Pero, mejor, pregúntale a tu abuelito. Y así lo hizo, Escarabajito fue a preguntarle a su abuelito. –Abuelo, abuelito, quiero saber por qué nuestra espalda es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda? –Mmmm... Nuestra espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Y, si no me crees, pregúntale a la Gran Escarabajo, la más vieja y sabia de todos los escarabajos. Y así lo hizo, Escarabajito fue a preguntarle a la Gran escarabajo. –Gran Señora escarabajo, quiero saber por qué nuestra espalda es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué nuestra espalda sólo es negra? –Mira Escarabajito, no entiendo tu pregunta. Tu espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Y, por cierto, ese arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol se llama arco iris y es la paleta de colores con que el Abuelo de los dioses pinta a los animales. Él ha sido quien ha pintado la espalda de los escarabajos negra y sólo él sabe la razón. Si quieres preguntarle tienes que seguir el arco iris y al final lo encontrarás. Y así lo hizo, Escarabajito esperó a que lloviera con sol y fue a preguntarle al Abuelo de los Dioses, buscando el final del arco iris. Bajo la lluvia y el sol, caminó y caminó y caminó hasta que llegó al lugar exacto donde ter46
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minaba el arco iris. Encontró al Abuelo de los Dioses, el más primero de todos, que estaba dormido, cansado de tanto pintar. Escarabajito llegó todo mojado y sobre su espalda húmeda se reflejaban los colores del arco iris. Esperó un rato a que despertara el Abuelo de los Dioses, pero como vio que tardaba mucho, tosió para despertarlo sin parecer mal educado. El Abuelo de los Dioses despertó, miró al Escarabajito con simpatía y le preguntó que hacía tan lejos de su casa. Escarabajito le platicó que no era feliz: “Quiero saber por qué la espalda de los escarabajos es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco iris? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué nuestra espalda sólo es negra?”. También, Escarabajito le platicó al Abuelo de los Dioses cómo le había preguntado a su hermano, su mamá, su abuelito y a la Gran Señora Escarabajo, y cómo todos le habían dicho que su espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos; pero él no estaba convencido: las cosas sí podían ser diferentes. El Abuelo de los Dioses, en silencio, lo observó bien por un momento. Vio cómo la mojada espalda del Escarabajito iluminada por el sol reflejaba los colores del arco iris, y le dijo: Escarabajo, escarabajito, entiendo muy bien tu pregunta y tienes razón dos veces: hasta el Abuelo de los dioses se equivoca y, tengo que reconocer que te ves más bonito con todos los colores del arco iris en tu espalda. Además, las cosas pueden ser diferentes a como son o como han sido: de ahora en adelante tendrás el arco iris en tu lomo. Y así, desde entonces, algunos escarabajos son todos negros, otros tienen el arco iris en la espalda y otros son de distintos colores... porque el mundo es más bonito así... ¿No crees?
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Niño del maíz Kelcy Reyes Hola, soy Carlitos, y aquí como me ves con mi ropita rota y mis huarachitos agujereados, soy el niño más feliz del mundo. ¡Ah! ¿No me crees? Pff, tú que vas a saber si nunca has visto salir el solecito bien tempranito entre las montañas, mientras comienza a calentarnos a los que no tenemos cobijas. Me abraza con sus rayitos, me sonríe con su color. Cómo vas a conocer el verdadero sabor de la carne, si no has pasado días sin probar bocado y cuando por fin comes es jugosito y preparado con esmero por mi viejita. Todo fresquecito del campo. Qué vas a entender tú de satisfacción, si no has trabajado de sol a sol, ganando unos pocos pesos para que mi papito me sonría con su desdentada boca y me revuelva el cabello con su áspero toque. No vas a entender lo que es vivir y sobrevivir todos los días, por que vives apenas, esclavo de tu clase media, tan orgulloso que sé que jamás aceptarías un poco de mi sol, mi piso de tierra o mi carita sucia. Pero espero al menos puedas aceptarme estos elotitos tiernos a diez pesitos. Cinco, si me regalas una sonrisa.
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Un lápiz cualquiera Laura N. Cisneros G. “Este lápiz es mágico, úsalo, cuenta de ti y crea una historia. Con amor Mina” Decía la nota que Mina mi tía, dejó sobre mi cama acompañada de una caja larga de cartón color negro. Abrí la caja, descubrí un lápiz común, amarillo y con la tradicional goma color rosado, creí que se trataba de una broma, “¿qué clase de magia puede tener un lápiz tan ordinario?”, me pregunté. Me sentí decepcionada y triste, mi tía Carmina ha sido mi mejor amiga, compañera y cómplice, hoy después de mucho esfuerzo por fin había alcanzado su sueño de viajar a su país favorito, Japón, no lograba entender por qué me había dejado un lápiz como suplente de su presencia. Me recosté sobre la cama, junto a la caja y pensé en Mina, recordé las tardes que solíamos pasar juntas, disfrutaba observarla mientras escribía, ella redacta cuentos fantásticos, poemas románticos e historias de su día a día, me gusta leer sus textos; ¿qué iba a leer durante su ausencia? Al día siguiente entré en su habitación, me recibió su escritorio y su silla giratoria color morado, busqué entre sus papeles algún cuento o nota que quizá hubiera dejado para mí: “Mi amada curiosa, sabía que vendrías, mi pequeña fisgona que no te preocupe mi ausencia, tu autora personal de cuentos e historias regresará pronto, a mi llegada llevaré miles de palabras para ti, pero hoy tú debes 51
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escribir tus letras, usa el lápiz que te he dejado, créeme es mágico” “¿Otra nota?, ¿lápiz mágico?, ¡tonterías!” ¿Cómo pretendía Mina que yo escribiera?, yo no tenía nada qué contar, ni siquiera sabía qué reglas deben seguirse para escribir un cuento, a mis diez años lo único que había escrito eran apuntes escolares y frases copiadas de algún texto de mi tía, no tenía la más remota idea de qué iba a escribir con ese lápiz. Pasaban los días y me aburría, empezaba a convencerme de usar el “lápiz mágico” y escribir sobre lo absurda idea de ser autora de historias. “¡Eso es! ¡Eso haré!”. Corrí a mi habitación tomé el “lápiz mágico” una hoja en blanco y comencé a escribir. Mientras lo hacia las palabras resplandecían y se proyectaban frente a mis ojos transformándose en imágenes, era parecido a leer, pero yo decidía la historia, los personajes, las aventuras, los villanos, ¡mis palabras eran reales fuera de mi mente! Escribí sobre mi abuelo, pude verlo, su historia de infancia que solía contarme cada noche antes de dormir, un niño pastor acompañado de un burro y su perro Golondrino, Golondrino porque era negro como la cascara de aguacate. Escribí sobre mi familia, con mis palabras logré mirar a mis padres y hermano a mi lado, paseando en el parque, comiendo helado. Escribí de dragones y aventuras medievales, escribí batallas entre caballeros y gigantes, escribí de Mina y su discurso de fortaleza, libertad y resistencia por nuestros sueños y anhelos. Todo era real, todo era visible, mi propia película. No sé cuánto tiempo pasé apoyada sobre el escritorio, con el lápiz mágico escribiendo, entendí que soy 52
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la autora de mis historias, de mis sueños, de aquello que desee y me proponga, entendí que todo lo que imagine será real solo con escribirlo, es un lápiz mágico cuando yo lo hago funcionar. Encuentra tu lápiz mágico, tu pluma mágica, crea tu propia historia y escribe. Escribir me hizo libre, fuerte, y sobre todo feliz, escribir fue el mejor regalo que mi tía Mina me ha dado y hoy lo comparto contigo. Escribe.
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¿Cómo se forman los arcoíris? Manu Huicochea Un día, el más pequeño de la casa preguntó: papá, ¿sabes cómo se forman los arcoíris? –claro que si hijo, los arcoíris se forman cuando la luz del sol reflecta sobre los cristales de agua. –¡No Papá! –exclamó–. Los arcoíris se forman cuando muchos, muchos niños se encuentran felices. –No Pequeño, así no se forman los arcoíris. –¡Qué si, Papá!, si no me crees ven conmigo. Sin dudar, salió corriendo hacia el patio, tomó la manguera y comenzó a regar las plantas. –Mira Papá, como yo estoy muy feliz, hay un arcoíris pequeño en la casa. En ese momento miré su carita llena de asombro y felicidad, mis ojos se cristalizaron, solo lo abracé y dije: –Hijo mío, tienes toda la razón, mientras en el mundo se encuentre la felicidad en los más pequeños, así como tú. Todo lo que digan, no habrá razón para dudarlo.
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Flor mística Rei Kimura Una flor que habitaba en un prado desconocido, no hacía más que florecer y florecer. Una vez pasó por ahí un hombre alto, solitario y muy extraño, al ver la flor de 8 colores, una idea atravesó su mente y se fue a hacer 8 muñecas del color de cada uno de los pétalos de aquella flor. Al día siguiente, la flor se enteró de que la arrancarían para experimentar con ella y comenzó a llorar. De pronto, una nota musical muy elegante que pasaba por allí le preguntó: –¿Qué te pasa? –Me siento afligida, me quieren arrancar para hacer experimentos –dijo la flor sollozando. –¡Yo te ayudaré! –dijo muy segura la nota– no puedo evitar que te arranquen, pero… sí puedo darte una nueva vida, ¿Qué dices? –Emmmmm, ¿qué tipo de ayuda será? –cuestionaba la flor. –Bueno –dijo muy seria la clave de sol– te dividiré, pero sigues viva; para volver a estar completa deberás de buscarte a ti misma, ¿aceptas o no? –Claro, pero ayúdame. En ese momento los pétalos de la flor se marchitaron perdiendo su color, de ellos salió la esencia de cada pétalo con el olor más agradable para cualquier olfato; éstos se dirigieron a las 8 muñecas quienes cobraron vida, convirtiéndose en bellas mujeres cuya cabellera eran del color de los pétalos de la flor. 57
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Ahora, esas chicas luchan por encontrarse para obtener las ocho esencias y llegar a ser más perfectas, logrando así que la flor, volviera a estar completa y convertirse en… una flor mística del Nilo.
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Peluchín, el perro valiente Sol Manzanares Una tarde, cerca de la casa de Jade, se escuchaba tremendo alboroto. Unos perros estaban revolcando a un pequeño perrito que parecía french poodle, cruzado con mestizo. Jade al darse cuenta salió a quitárselos de encima. Al revisarlo, las heridas nuevas no eran tan graves como las mordidas viejas que ya traía de algunos otros perros. Estaban muy infectadas. Eran grandes y supuraban bastante pus. Jade preguntó a los vecinos si ellos sabían de quién era el perrito, pero casi todos negaron haberlo visto antes. De pronto, la señora que vende los tamales dijo que ella sí lo había visto días antes en la entrada de la colonia. Que miró cuando una mujer lo había bajado de su auto y se marchó enseguida. Ahí mismo fue donde unos perros lo atacaron y el pobre corrió a refugiarse al parque, mal herido. Jade no lo pensó más y lo llevó a su casa. Lavó sus heridas con agua y jabón. Le habló por teléfono a su amigo el veterinario, quien llegó por la noche, una vez que se desocupó. Lo sedó por un momento para evitar que sintiera dolor con el tipo de curación que le hizo, ya que metió una pinza con algodones en las heridas que lograban dejar ver el jugueteo que hacían por debajo de la piel para sacar toda la pus acumulada. Una vez terminada la curación, le dejó a Jade el tratamiento a seguir durante siete días. Cuando llegó doña Lupita, la mamá de Jade, puso el grito en el cielo, pues no le gustaban los perros, pero Jade le explicó que tan pronto se recuperara lo daría en adopción. Jade pensó en que debería ponerle un nombre, así 59
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que, por su color blanco y pelo chino, decidió ponerle Peluchín. Al perrito al parecer le gustó bastante y enseguida se acostumbró a su nuevo nombre. A la semana, Peluchín ya estaba como nuevo y muy contento, aunque no igual la mamá de Jade, quien ya no lo quería en su casa. Había pasado casi un mes y no encontraban quien lo adoptara y el perrito al parecer entendía perfectamente la conversación cuando hablaban de buscarle otro hogar, porque se ponía muy triste. Sin embargo, una noche que llovió muy fuerte, doña Lupita se encontraba sola con Peluchín, cuando de pronto, una rata de alcantarilla se había metido a su casa. Ella tenía fobia por los ratones y más, las ratas. Esa era muy grande, negra y fea, con una cola larga y pelada que daba miedo solo de verla. Doña Lupita lo único que hizo fue brincar al sofá en donde se encontraba su gato Pichitus, y desde ahí lo aventó contra la rata, pero el gato corrió despavorido. La rata, también asustada, quiso atacar a doña Lupita y, entonces… Peluchín brincó y la atrapó. Luchó contra esa rata enorme que lo golpeaba con su cola en toda su cara, finalmente, logró vencerla. La mamá de Jade estaba muy agradecida con Peluchín, tanto que corrió a abrazarlo y a lavarlo. En cuanto llegó su hija le contó la gran hazaña del pequeño. Le dijo que se había comportado como todo un héroe, que ya no quería que lo diera en adopción, que él ya formaba parte de la familia. Peluchín entendió perfectamente porque brincó y ladró de alegría. Esa noche antes de dormir, Jade fue hasta su tapete, le dio un beso en su frente y le dijo al oído: -Gracias por todo, pequeño. Peluchín entre abrió sus ojos y le dio un lengüetazo a Jade. Ella acarició su rostro, revoloteó el pelaje de su cabeza y le volvió a dar otro beso antes de retirarse. Desde entonces, Peluchín se hizo famoso con los vecinos, con los familiares, con los amigos y conocidos, por su gran hazaña, y ter60
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minaron por llamarlo, PeluchĂn, el perro valiente.
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Everardo Martínez, Dian Cruz - Compiladores
Indice El hombre más correcto del mundo 5 El cuero que no quería ser cinturón 7 Daniela, piel de canela 9 Remedios caseros 11 Tres cuentos para mi abuela Daría 13 Ñam, Ñam, te come el Coco… 15 El gato hambriento 19 Ricas golosinas 20 El Amigo Pu-Pu 23 El armadillo 27 La muñeca pérdida 29 Manzanas acarameladas 31 La luna quiere tener novio 35 Mi sombra 37 Aprender 39 El escarabajito 43 Niño del maíz 47 Un lápiz cualquiera 49 ¿Cómo se forman los arcoíris? 53 Flor mística 55 Peluchín, el perro valiente 57
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Por los niños
Registro Safe Creative: 1704171740305 Por los niños, Antología, se terminó de diseñar en los talleres de la Casa de la Cultura Guadalupe Posada, de la Universidad Autónoma del Estado de Guerrero. La compilación, diseño y edición estuvieron al cuidado de Everardo Martínez Paco y Diana Laura Cruz Mora. El costo de la publicación corrió a cuenta de los autores. Taxco de Alarcón, Guerrero. Dos Mil Diecisiete. 63
Everardo MartĂnez, Dian Cruz - Compiladores
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