Revista mitología mexicana

Page 1


Revista Temática Literaria Los Tlacuaches, Mordiendo la Razón

Revista Los Tlacuaches

Ilustración de Portada: Soat Mc Street Videos Prod

Ilustración de contraportada: Febe Zavaleta Jaimes Febe Zavaleta Jaimes

Escriben los siguientes tlacuaches: Antonio Guevara, Azul Corona, Juan Rodríguez, Jesús Topillo Tau, Latrodectus Mactans, Laura Ximena Gutiérrez Rodríguez, Mama, Marja, Perro Rabioso, Rubí Rocha, Tania Salgado Villanueva.

Dudas, comentarios, agradecimientos, mentadas, invitaciones, parrandas, tertulias, bohemias o lo que sea. Escríbenos a: revista.tlacua@hotmail.com


Demiurgos del siglo XXI Tania Salgado Villanueva Hace un calor infernal, pero nosotros no nos preocupamos pues aquí aires acondicionados sobran. Si tenemos hambre no hay ningún problema, nosotros siempre celebramos un festín, sólo tenemos que llamar a la secretaria para que ella se encargue de eso. Aburrido, monótono, pero, ¿qué más da? si estamos aquí sabemos que es para mandar. Después de un rato de estar divagando una idea fluyó en nuestras cabezas, esto es extraño pues estamos conscientes de que pensar no es necesario, ese no es nuestro trabajo. Queríamos que nos idolatraran, ya saben, que nos vean en la calle y rueguen por una foto con nosotros; que laman el suelo que vamos a pisar para que esté limpio. Salimos a fumar un puro a nuestra lujosa terraza, aunque es vano, bien sabíamos que no se nos iba a ocurrir algo y solo nos gusta fumar. Decidimos salir a la calle para ver si ideamos la forma de llevarla a cabo, pero odiamos el tráfico, odiamos el calor, odiamos todo. El clima actúa de manera homologa a nuestro carácter, es decir, empezó a llover, Entramos a un café del centro mientras esperamos a que todo se calme. tardamos unos minutos, una hora, dos. Por fin la lluvia cesó. Pagamos la cuenta y salimos a caminar, llegamos al fin del mundo y ¡Eureka! Recogimos el barro de nuestros zapatos y tratamos de darle forma, ya va quedando. Ya hemos terminado. ¡Mal, mal, mal! ¡Habíamos creado un ser sin alma, no podía permanecer de pie y, para colmo, sin movimiento! Pero por obvias razones no nos íbamos a rendir, nosotros no nos rendimos. Otra forma de hacerlo se nos tendría que ocurrir. ¡Madera, sí!, así no sería blando. Seguro que la madera funcionaría. Empezamos a trabajar y aunque nos llevó más tiempo que el anterior lo terminamos. ¡Mal de nuevo!, éste no tiene sensibilidad


¿Cómo se supone que nos idolatraría? Nos enfurecimos tanto que ni siquiera lo pensamos, mandamos un diluvio para él. Tanto trabajar nos abrió el apetito, así que decidimos regresar a la oficina, Como les dije en un principio, aquí siempre hay un banquete. Se nos ocurrió otra idea ¿Y qué más daba intentarlo una vez más? La tercera es la vencida ¿No? Empezamos a trabajar de nuevo y al contrario de las veces anteriores está ocasión estábamos muy satisfechos; era inteligente, sensible y fuerte. Perfecto, pero… ¿Realmente lo queríamos tan perfecto? No, por supuesto que no, no íbamos a arriesgar nuestros puestos. No lo pensamos mucho, así que lo único que se nos ocurrió fue un poquito de vaho. Lo tomamos y se lo aventamos a la cara. Habíamos dañado su vista, pero nos agradaba el resultado. Bendito corazón de maíz, de haber sabido que era tan efectivo nos hubiéramos ahorrado tanto trabajo. Pero bueno, todo sea por la empresa. Ahora seguimos como de costumbre fumando en la terraza o comiendo desmesuradamente, y la verdad todo es por nuestras pequeñas creaciones. ¿Quién iba a decir que rendirían tanto? Trabajan mucho y casi ni les pagamos, a veces se nos muere uno que otro de hambre o porque se matan entre ellos, y ni hablar de cómo se reproducen, a nosotros nos conviene la verdad. Si no son ellos, ¿quién iba a querer trabajar en Corazón del Cielo S.A. de C.V.?


Panteón azteca Latrodectus Mactans Antes de la conquista existían costumbres y creencias espirituales propias de las culturas mesoamericanas. Cada una tenía su propia representación de dicha cosmogonía, pero el caso de la Cultura Azteca ha sido una de las más estudiadas hasta la actualidad. El Panteón Azteca era una representación clara de las diversas manifestaciones espirituales en las que el pueblo creía, en él albergaban dioses que representaban la estructura del universo y principalmente el respeto y culto que tenían sobre todo lo que era importante para ellos. Los teomamas (chamanes), se comunicaban con los dioses a través de sueños y/o visiones, y además se encargaban de organizar las tribus. Para ellos, las manifestaciones sagradas partían de lo más elemental como el viento, la lluvia, la tierra, el trueno e incluso en algunos de sus reyes, por ello los dioses que posteriormente conformaron el Panteón Azteca tienen apariencia humana. Ometéotl era considerado el creador del Universo. Se le atribuyeron cualidades específicas como la omnipresencia. Lo constituían dos aspectos: masculino y femenino, que a su vez se asociaban al fuego, la fertilidad y la Tierra. Tezcaltipoca, representaba el cambio, la magia, la noche y se consideraba protector de los esclavos. En algunas pinturas, aparece en forma de jaguar. Xiuhtecuhtli fue el antiguo dios del fuego, por ello la asociación de la luz en la oscuridad y el fuego que ardía en el corazón de los hombres (vida). Tláloc, quién es considerado el dios de la lluvia desde épocas ancestrales, dotaba de agua y fertilidad a las comunidades. La importancia del Panteón Azteca creció hasta que llegó a ser conformado por más de sesenta dioses y varias clasificaciones.


Por otra parte, las asociaciones que se fueron integrando en cada una de ellas resultaron bastante interesantes y hasta controversiales, como el caso de la diosa Coatlicue (diosa de la vida y muerte) representada con una falda de serpientes y un collar de corazones y manos, obtenidos de los sacrificios humanos. Por esta razón, se ganó el respeto y la devoción en este panteón. Otros dioses que lo integraron fueron Ehécatl (dios del viento), Meztli (diosa de la luna), Chalchitlicue (diosa del agua), Huehuetéotl (dios del corazón y el fuego), Xochipilli (dios del canto y de las flores), entre otros. Actualmente pocas de estas deidades son veneradas debido a la gran diversidad de nuevas religiones impuestas por los españoles, pero siempre es de suma importancia conocer el valor y sobre todo el respeto que tuvieron las primeras civilizaciones de México tanto a la vida, como a la muerte.


ITZPAPÁLOTL Azul Corona

Itzpapálotl de negros abrojos. Tornasol de cantos que revolotean, vaivén de granos de cacao que caen al suelo como joyas en movimiento, como caricias elevadas. Tzitzimimes puntiagudas que alcanzan el firmamento descienden en picada, con velocidad, en cada descenso toman podredumbre, lo estrujan con furia sonora. As de espadas que se encuentran dentro de una boca. Crujir de hojas, de almas, de trozos de cuerpos, árboles magullados, verdes, que terminan rodeados de flores, cantos y sombras, diosa oscura. Luz de seres para los que han perdido el paso decorado con hojas, con tajados movimientos simples caminos de tzitzimimes que entretejen los capullos, y capullos, miel resumidos capullos. Cargadas vasijas de energía transmutadora no es movimiento de otro cuerpo al que llegas con movimientos fuertes, con muerte, con violencia, con amor. Para siempre es de noche y para siempre es de día flores blancas del mictlán catártico una muerte antes del nacimiento, y segunda muerte antes de un segundo nacimiento espiral entre nacer y morir, día a día, después de devorar los pecados, ¿qué hago yo?, soledad amada, me dejas como hija de la sombra mirando mi futuro a través de él.


Un pasado para el presente Laura Ximena Gutiérrez Rodríguez

Era inmortal nuestra impaciencia por conocer del mundo sus misteriosas razones de ser y así nació nuestra realidad como parte de nuestra esencia, manteniendo un vínculo creciente con la naturaleza en esta tierra que florece y mantiene el paso constante del tiempo. Desde siempre gozando de ser humanos, de no saberlo todo (en realidad no saber nada) y buscar el conocimiento perpetuo. El hombre en su eterna soledad trató de indagar en sí mismo, hallar una mística razón de su existencia y de la existencia de todo, dándole un nombre, una razón y un porqué a cada fenómeno con el que interactuaba. Nosotros y los que fuimos también seguimos el paso del tiempo. Existía entonces la necesidad de conocer nuestro entorno para conocernos a nosotros mismos, aceptamos así que somos parte de la tierra, tratando de mantener el vínculo que desde siempre tuvimos con ella, y posteriormente surgió el deseo de darnos un motivo y una explicación a nuestro papel en el mundo: dado que somos parte de la tierra (puesto que venimos de ella como todos los seres que nos rodean) adquirimos un papel adyacente a esta. Colocándonos por debajo del poder desconocido del mundo, atribuyéndole a cada fenómeno el papel de deidad, nos manifestamos siempre por debajo de todo poder natural ajeno y más fuerte que nosotros, dedicándole tributos y sacrificios. Los sabios miraron las estrellas, contemplaron el cielo y descubrieron así a Nanoatzin ardiendo en fuego, convertido en sol, y a Tecucistécatl iluminando la noche transformado en luna, los aztecas se alimentaron del maíz que Quetzalcóatl, de su arduo esfuerzo, les brindó. Todos y cada uno de los fenómenos


conocidos recibieron un nombre y un poder divino bajo el cual nos colocamos indefensos y exigentes. Aceptamos y asumimos entonces nuestra condición en la tierra creando una identidad propia que nos daba un papel con la naturaleza. Ahora, con el paso del tiempo, conocemos y admitimos el poder filosófico de cada argumento y evolución en el pensamiento que hemos tenido como humanidad desde el pasado, avanzando constantemente, dando pequeños pasos en el razonamiento. Cabe preguntarnos entonces: ¿por qué si lo conocemos y aceptamos no admitimos ese pasado filosófico como nuestro, como parte de nuestra historia y, sobre todo, de nuestra identidad? Anteriormente, nos aferrábamos al vínculo que nos mantenía unidos con nuestra naturaleza; con la llegada de influencias externas, esas ideas tuvieron que verse forzadas a ser olvidadas y enterradas. Ahora es la misma usurpación del pasado la que estamos viviendo. Hemos superado cada etapa del razonamiento más nos rehusamos a comprenderla y apropiarnos de ella. Nos avergonzamos de lo que fuimos porque poco conocemos de nuestro pasado, nuestra mitología y nuestros conocimientos. Los subestimamos y preferimos dejarlos enterrados justo donde en el pasado las conquistas los dejaron. Nuestra ciencia, nuestras matemáticas, nuestra medicina, nuestros aportes a la filosofía y a la evolución del pensamiento son nuestra identidad. Podemos afirmar ahora que tenemos un hogar, un lugar importante en el curso del tiempo sobre las mentes y las ideas humanas que nos ha pertenecido desde siempre, tenemos una identidad. Nos hace falta saber quiénes fuimos para saber quiénes somos ahora, y es necesario saber quiénes somos para saber a dónde vamos. Nos hace falta comprender, asimilar y apropiarnos de cada rasgo de nuestro pasado para poder conocer cada rasgo de nuestro presente.


Serpiente emplumada Perro Rabioso

En los principios de la humanidad el gran Kukulkan gobernaba con cierto rigor y nobleza a los magníficos y sabios mayas; pero el cacao maldito hizo estragos en aquel ser místico. Las adicciones se pagan caro, pensaba uno de los sabios que convocó al consejo para determinar la situación de aquel Dios supremo. No había otro remedio que expulsarlo, la fruta sagrada no se puede comer, así como así. Cabizbajo y con la mirada perdida tuvo que buscar un lugar para llorar su pena. Después de arrastrarse 400 días y 500 noches, se encontró de frente con un grupo extraño. Ataviados con trajes de águila y jaguar, rodeaban un lago casi extinto. Estamos en Aztlán, gritó uno de ellos. Kukulkan giró rápidamente, se posó sobre su humanidad y se levantó majestuoso, todos lo vieron. Lucía magnifico, imponente, estaban convencidos, Quetzalcóatl había venido a ayudarlos. A veces es bueno cambiar de nombre, se dijo a sí mismo. Y Kukulkan se convirtió en Quetzalcóatl de la noche a la mañana. Le gustaba ser venerado y sentir que gobernaba a la raza inferior. Templos, santuarios y obeliscos fueron creados en su honor. Pero las adicciones se pagan caro, y los mexicas tenían la bebida de y para los dioses, el extracto sagrado del maguey, el pulque embriagador. Y pasó que Quetzalcóatl no pudo hacer nada cuando llegaron los invasores, ninguna de las deidades pudo hacer nada, estaban totalmente borrachos en el templo mayor. Cuando despertaron todo estaba en ruinas, no había nada qué hacer, cada uno vagó buscando un lugar en el que pudieran ser aceptados. Quetzalcóatl, al que le gustaba ser venerado, después de ciento ochenta y tres mil quinientos noventa y cinco días encontró el lugar indicado. Se posó alrededor del cuello de aquella perversa mujer, y no tenía qué hacer nada para que las personas con las que


se encontraban de frente dijeran: “¡Pero qué bonita serpiente emplumada!”.


El Sacrificio Marja Lugo

Al caer la noche tocaba la tierra un primer rayo de luna, iluminando los restos de una masacre acontecida escasas horas antes. Se veían rodeados de hedor humano, aquellos antiguos guerreros de incontables victorias y aguerridas batallas. En el lugar, aquel donde hace tiempo se arraigaron las gloriosas bases de su imperio, esta vez no se encontraba el lujo de anteriores ceremonias, vastos plumajes y piedras preciosas cubrían sus pies teñidos de tierra y sangre. Alzaban la mirada dejando a la vista un semblante agrio, el vientre les rebosaba en bilis, se sacudían el cráneo con ira insaciable de pieles color alba. No quedaba tiempo para comprender la situación en que se encontraban, todo era ajeno a su parecer, aquel templo que fuera alberge de majestuosas festividades y extensos rituales, de un modo distinto al habitual, se hallaba tapizado de vísceras, miembros, cabezas y cuerpos, reflejo de quien los tomó por sorpresa y a traición, sin permitirles defensa alguna. Se avivaban altas hogueras fuera de aquellos muros donde fuesen acorralados, humo y fuego en honor a la memoria de quienes ya no estaban, feroces lamentos y un llanto desesperado perforaban la negrura en los cielos con la esperanza de albergar un amanecer que les iluminara el rostro de una manera distinta, despertando la fiereza de una identidad perdida, el dolor de sentirse arrebatado desde adentro, cual cuchillos y espadas perforándoles la piel, arrancándoles los ojos, decapitando a cada uno por la espalda. De pronto el silencio colmo el lugar, la bravura y el grito fueron súbitamente acallados. De entre la muerte y los mutilados erguía una silueta avasallante, una mujer, vestigio de diosa. Sus pies descalzos simulaban insaciables garras aferrándose a la tierra. A paso firme y con el torso desnudo, recio cual temple de guerra,


caminó haciendo frente a la extrañeza de quien profanaba suelos y arrancaba las raíces desde sus entrañas. Rostro conocido entre los dolientes para devolverles la justicia que les fue arrebatada. Sus caderas adornadas de feroces reptiles desfilaban entre unos cuantos sobrevivientes a pie de lucha, venerando la simbología de aquel manto de vida con el que cubría su cuerpo, cráneos y corazones al rojo vivo, aun latientes. Sus campos fueron fecundados con sangre y no conocería de olvido. Coatlicue buscó y encontró a la villanía oculta entre los muros, aquellos quienes con un breve y limitado triunfo le habían ofrecido la más extensa ofrenda a su grandeza y poderío. La mirada que posó sobre sus rostros era una profecía, hacía de su conocimiento que, cegados por la codicia anhelaron poseerlo todo sin saber, que inexorables de condena tendrían del mismo modo que fecundar sus suelos. La conciencia colectiva guardó en su memoria el haber despertado en aquella madre un apetito insaciable, que a través de los tiempos continuaría siendo exigido como tributo a pago y traición. Se posó intransigente sobre aquel vasto territorio, anhelando cada cuanto continuar reclamando esa misma ofrenda para sí, donde algunos fueron llorados y lo continuarán siendo cual lamentación de los muertos, aquellos sus hijos quienes sin piedad le han sido arrebatados.


Tilcoate La Culebra Negra Juan rodriguez

Fuimos a trabajar al campo con m’ijo y mi sobrino, siempre nos vamos temprano como a las seis o siete de la mañana para que no nos agarre la noche en el campo. Llegando empezamos a preparar las palas para redondear y los machetes con los que vamos solando. Las resorteras no pueden faltar, para las tórtolas; si se atraviesa una la botaneámos. Siempre llevo un poco de pegue pa’ no sentir la insolación y un poco de bajón pal’ hambre. Pues empezamos a chambear y nos echamos un pegue de mezcal. Como a las once de la mañana le paramos un rato pa’ tomarnos otro traguito y comer unas galletas que pasé a comprar a la tienda. Abajito de un árbol de amate a lado de un apancle que pasa por el terreno es donde siempre nos sentamos para echar la papa. En eso, comencé a sentirme como adormilado, estaba que no aguantaba los ojos, sentía que me pesaban, como si algo me estuviera provocando el sueño. Entonces nos pusimos a chambear de nuevo, se me quitó la flojera en cuanto nos fuimos de donde estábamos sentados. Eran las tres de la tarde cuando le paramos a la chamba, nos fuimos al cerro a ver si encontrábamos unas chachalacas o algunas iguanas para el caldo. No que nos salió una víbora de cascabel y que no echamos a correr, patas pa’ que las queremos. Ya nos fuimos a la casa, como a eso de las seis de la tarde. Íbamos llegando y mi vieja ya nos tenía la comida en la mesa, nomás nos estaba esperando; que nos dice –ya los iba ir a buscar, me tenían preocupada de que no llegaban, vénganse a comer pues–. Total, que nos pusimos a comer y le contamos de la cascabel que vimos en el cerro, y nos dijo –eso les pasa por andar en donde no les hablan–. Después de la comida nos fuimos a dormir para el otro día madrugarle. Esa noche tuve un sueño muy


feo, soñé que me ahorcaba algo, pero según yo no sabía que era lo que me apretaba el cuello. Al otro día nos levantamos temprano con m’ijo (ese día no pudo ir mi sobrino), desayunamos agarramos las bicis y que nos vamos a la parcela. Llegando allá nos echamos un pegue y empezamos de nuevo, pero esta vez mi chamaco se había ido del otro lado. Yo me quedé del lado por donde pasa el apancle.

No hombre, yo estaba desyerbando con el machete cuando de repente veo una culebrota bien negra con anaranjado de la parte de abajo, estaba enroscada entre la zacatera, en eso que abre su boca y que me empieza a aventar el vaho y que me empieza a hipnotizar, pero fui fuerte, mejor me eché a correr y le grité a mi hijo que le callera pues, que se echara a correr. De repente empezamos a escuchar que nos chiflaban y le decía yo al chamaco que se me había aparecido el tilcoate, que si le daba sueño que no se durmiera porque lo iba ahorcar la culebra. Pues dicen que cuando el animal te chifla es para que uno se duerma y lo ahorque,


te empiezan apretar en el cuello hasta que te asfixian (también me contaba mi papá que a las mujeres cuando están amamantando les avienta el vaho, las duerme y les empiezan a chupar la leche y que a los bebés les pone la colita en la boca, para que no lloren). Total, ese día nos fuimos, ni hicimos nada –no pues nos quedamos bien espantados– ya ni quería ir al otro día a trabajar. En la tarde que voy a ver a mi compadre, una vez me contó que él se agarró con un tilcoate y que lo mató, pero dice que son bien bravos. Me decía que se paran como las cobras, se te ponen enfrente, que te empiezan a echar el vaho cuando abren su boca, eso para debilitarte y que dan chicotazos con la cola. Pues él comentaba que no los puedes matar enfrentándote a ellos; para matarlos necesitas ponerles una trampa. Dice que él clavó un machete bien filoso sobre el piso, en la parte de arriba le puso un sombrero y que se escondió atrás de un árbol. Después llegó la tilcoate, que la culebra confunde el machete y sombrero con una persona, se enredó sobre el machete que se apretó y se trozó solito; cuando se trozó, dice que como que empezó a escurrir harta leche, de la que les roban a las mujeres recién paridas. Según esa es la única forma de matarlos. Me dijo que al final lo colgara en una rama de un árbol con el cuerpo a la mitad para que los demás tilcoates que lleguen cercas del lugar, de ahí vean que es lo que les va a pasar si se acercan. Al otro día que me voy con mi chamaco y mi sobrino, fuimos a buscar al condenado tilcoate, le pusimos la trampa; como esa vez lo encontré cerca del apancle, colocamos todo cercas de ahí (mi padre me comentó que esos animales también pueden vivir dentro del agua y que hacen hoyos en la tierra para refugiarse), nos fuimos a esconder arriba de un guamúchil y que se aparece el pinche animal. Estuvimos ahí encima del árbol desde las diez de la mañana hasta las seis y media de la tarde y nomás no llego el cabrón. Pasó como una semana cuando fuimos a fumigar, pues ya habíamos sembrado. Le tocaba el sellador a la parcela y en eso que


me grita mi sobrino (el que siempre nos hecha la mano en el campo) –tío allá va la culebra negra–. Que vamos corriendo a verla y la empezamos apedrear, pensamos que como éramos tres, se iba a ir, pero se nos regresó y que nos echamos a correr, se calló m’ijo, me regrese por él y se nos paró la culebra enfrente de nosotros. Agarré valor y que le doy unos machetazos en su cabeza hasta que la desfiguré; empezó a soltar leche de la parte de abajo se su cola y futa, olía bien feo, como a rancia. Cuando se murió el animal, lo colgué en una rama como me dijo mi compadre y ya de ahí para acá nunca he vuelto a ver otras cercas de mi terreno. Creemos que los demás tilcoates vieron a su compañero muerto y así fue como se fueron de ese lugar. Características reales del tilcoate. El tilcoate (Drymarchon melanurus) es una culebra (las culebras no son venenosas) negra con un abdomen color anaranjado-rojizo. Comúnmente la cabeza es del mismo color –negra– y la parte de abajo es anaranjada, pero con una franjas verticales, diagonales y negras entre los ojos y la


boca. Se encuentra cerca de los arroyos, apancle o ríos –ya que sus hábitos son semi acuáticos– y entre las hierbas puesto que suelen comer roedores (ratones, ardillas y conejos entre otros animales de no gran tamaño e inclusive otras serpientes como de cascabel). En la zona acuática llegan a comer ranas o peces. Al reflejo del sol, en la parte superior del torso (la espalda), se pueden ver colores tornasol. Al sentirse amenazadas empiezan a soltar una sustancia llamada almizcle de color blanco con un olor muy desagradable; en estado de estrés pueden llegar a soltar chorros de este líquido con la intensión de alejar a sus depredadores, es un método de defensa como el de los zorrillos. Tienen un comportamiento agresivo y pueden llegar a morder si se les molesta. No pueden chupar o mamar leche puesto que carecen de labios, aparte de que no tienen el paladar para poder succionar, asimismo esto hace que no puedan chiflar, los labios son algo muy particular de los mamíferos y las serpientes son reptiles. No existe una sustancia como tal que se llame VAHO, cuando la gente se queda paralizada es por miedo no por hipnosis. La importancia de estos animalitos es que hacen un trabajo de control biológico, disminuyendo las poblaciones de roedores, animales que comparten muchas enfermedades con los humanos y además suelen comerse las cañas o el tallo del maíz, eso atrae problemas económicos que afectan a la sociedad, por eso la importancia de dejar a las culebras en su hábitat natural y dejarlas trabajar para no acarrear estos y muchos otros problemas.


Los Perros Mama

Le habían contado de las visiones de los perros con el mundo de los muertos. Por eso, desde muy temprana edad había adoptado una manía muy extraña de quererlos. Sus padres, extrañados al ver estas reacciones de su hijo ante esos animales, pensaron que estaba loco. Durante su adolescencia José llegaría a tener a más de 20 perros a su lado, todos ellos de distintas razas y pelajes. En una noche de abril, cuando la lluvia se había precipitado, José recordaría aquella historia que la abuela le había contado: que las lagañas de los perros eran puentes al mundo de los muertos. Así que esa misma noche, inquieto, crédulo y con esas palabras que le zumbaban en la cabeza y que no lo dejaban dormir, José decidió corroborar la teoría de la abuela, entonces se colocó las lagañas de uno de sus perros. Minutos más tarde José se quedó dormido en su cama, y precisamente fue en ese momento cuando miró por vez primera a los muertos, en ese mundo donde había hombres, mujeres, niños y animales, todos estos con aspectos flacos y con los rostros cubiertos por mascaras de perros. Todos caminaban en direcciones contrarias, como si chocaran o si se encontraran los muertos los unos con los otros. Además, sobre el suelo se levantaban como flores miles y miles de velas encendidas que pareciera que nunca se terminaban de derretir. Pasaron tres horas cuando José se asustó y con un movimiento brusco logró quitarse las lagañas de perro que se le comenzaban a adherir a los ojos. Tuvieron que pasar años para que José se volviese a conectar con el mundo de los muertos. En abril de 1990 José conoció a Marcela, de quien se enamoraría y con quien años más tarde contraería matrimonio. Vivieron muchos años juntos entre bajas y altas, como la mayoría de las parejas. Como no tuvieron hijos a


causa de un problema genético de José decidieron adoptar un perro, así Marcela salió con José a un centro de acopio canino y fue en ese lugar donde conocieron y adoptaron a un xoloitzcuintle que bautizarían con el nombre de Tláloc. Dos años más tarde, en una noche de junio Marcela habría de morir en un accidente automovilístico. Así José y Tláloc habían quedado solos. Pasaron los años y José y Tláloc parecían haberse sumido de manera irreparable en la depresión, encerrados en su casa de dos pisos y de un patio cuadrado. El jardín de la casa poco a poco se fue llenando de tonos secos y cada rincón se llenaba de telarañas. El único contacto con el mundo exterior de estos dos amigos solitarios se reducía a una visita por semana al súper y a las oficinas adonde José recibía su pensión de jubilado. El día de muertos de ese año, cuando José estaba colocando la ofrenda de su esposa, recordó las lagañas de los perros, luego miró a Tláloc, se acercó lentamente, le acaricio la cabeza y el cuello; al final le quito aquellas lagañas espesas de color amarillentas y se las colocó pegadas a los ojos. José había decidido que después de 50 años era necesario volverse a poner esos hilos pegajosos en los ojos. Cayó dormido y minutos después allí estaba con los muertos otra vez, mirándolos caminar por un largo tiempo. Fue sólo un instante el que le bastó para volver a ver a Marcela, no se le veían los ojos ni el rostro por la máscara, su cuerpo estaba mucho más delgado, pero le bastaba con el olor a gardenias para saber que era ella. Allí estaba, con su vestido azul y con sus zapatillas negras, así como se había despedido el último día que la vio salir de la casa viva. Marcela lentamente caminaba hacia él hasta encontrarlo. José ya no quiso quitarse las lagañas y por eso quedó ciego por el resto de sus días, solo con Tlaloc a su lado, deambulando por la casa y de vez en cuando tropezando con algún objeto, siendo dirigido por los ojos de su perro.


La marca azul Jesús Topillo Tau

Y aconteció que durante el año 90-caña se desató una hambruna dentro de los territorios del gran Anáhuac. Los más viejos y sabios del pueblo entraron en debate, se determinó que la escasez de alimento era un castigo de los dioses por su falta de fe y mal comportamiento. Se decidió enviar a la alta montaña del Técpatl a tres voluntarios que de entre sus recursos pudieran ofrecer un sacrificio propiciatorio y reparador por los pecados del pueblo. Se presentó pues el noble Cipactli con un pequeño costal lleno de valiosas joyas. Ascendió a la montaña y delante del fuego divino y con gran seguridad depositó su ofrenda. La respuesta de los dioses fue mortal: ardió entre llamas el noble a la vez que una voz salía de lo alto de la montaña: "Insensato mortal, ¿acaso crees que a los dioses se nos puede comprar con piedras que ya de antemano son de nuestra propiedad?". Llegó el turno a Ceyaotl, el guerrero y cazador, quien tomó las mejores pieles de su propiedad, desde pieles de ocelote, jabalí y más animales salvajes, hasta plumas de diversas aves, todas muy valiosas. Ascendió con todo el orgullo del mundo y con gran seguridad de que no había en el mundo ofrenda mejor. Nuevamente la sentencia de los dioses fue contundente: "Insensato mortal, todas las criaturas fueron creadas por nosotros, y por lo tanto nos pertenecen, ¿acaso crees que nos puedes regocijar con lo nuestro?" Y acto seguido el guerrero fue consumido por el fuego.


Finalmente se presentó Cuicacani con algunos trozos de pergamino de maguey bajo el brazo, se arrodilló delante del fuego, desenvolvió uno por uno los códices y con gran respeto comenzó a leer lo que había escrito; hablaba de las flores, del sol, del agua, de la belleza y la fealdad del mundo, de los hombres, de los dioses y de las estrellas. Súbitamente el fuego comenzó a ponerse azul y a dejar de ser violento. Los dioses se habían apaciguado. Era la señal de que su furia se había controlado. Bajó pues Cuicacani de lo alto de la montaña, había cumplido su misión. Todo regresó a la normalidad. Y del recuerdo de esa importante ocasión sólo quedaron dos indicios: las crónicas de los viejos del pueblo y una pequeña marca azul en el hombro derecho de Cuicacani.


Josefina se fue Rubí Rocha

Hablaban de noche, toqué mi cama y miré por segunda vez la vela apagada. Las voces de lejos confusas, furiosas. Sentía la temperatura helada, presentía el suceso. Escuche la voz de una mujer, llorando. Creo que era doña Cristeta - ¿Cuándo fue la última vez que lo vio, Cristeta?—La voz seria de mi madre cortaron los sollozos. -La semana pasada, pero estaba muy delgado. No se quería parar de su cama, apenas y comía y esa vieja le decía que siguiera tomando su agua de Jamaica. Deben de hablar de Ernesto, el hijo de Cristeta. -Mezcla su menstruación con esa agua. Te lo dije. ¿Dónde está esa mujer? - ¡Se largó! ¡Josefa no está! La cabrona nunca está de noche. La estuvieron buscando por el terreno y no se ve. Maldita bruja. Josefa la mujer de las hierbas, las buenas damas hablan mal de ella, pero mi mamá dice que, de noche, acudían a ella para una recetita para el marido como lo hacían con mi mama. Las mujeres son damas de día y de noche son del diablo, uno nunca sabe en quien confiar. -Pues sí, pero con todo y eso, su hijo se casó con ella. No sé a qué le jugaba su hijo. ¿No le dijo lo que vio? - ¡SI!, le dije: Cuando te quedaste dormido, yo vi a tu mujer bañarse en la cocina moviendo esa tierra de agua, creo que era barro y se tocaba las piernas hasta que una se zafo y después la otra. Se quita las piernas para volar. Si yo dije: Esta es bruja y está matando a mi hijo. Pero el pendejo no me hizo caso. -Porque le daba sus aguas. ¿No le diste los lavados de estómago que te dije?


-Sí, se los tomaba enfrente de mí, pero esa vieja es la que le daba de comer, ella mato a mi hijo. Por eso se fue. Ya no está aquí, ya la buscamos y no se ve por ningún lado. Ahora no podía dormir, pasé mi mano por debajo de la almohada y sentí el metal templado de las tijeras. Algo rasgo el tejado y me quedé quieta, al levantar la mirada hacia la ventana vi alejarse una bola de fuego de esas que saltan en los árboles. -Josefina se fue—susurró mi mamá con su voz seca.


Mujeres de Quetzalcรณatl Mama



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.