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face to face
POR MAR DE OLIVEIRA @EMEDEMAREA ILUSTRACIÓN @MARMARMAREMOTO
No me enorgullece decirles que como mujer gorda, soy la primera gordofóbica. Tampoco me hace feliz recordar la voz de mi mamá, una mujer occidentalmente “hermosa” que nació bendita por la genética, repitiéndome desde mi adolescencia que estaba engordando y que, sin darse cuenta, contribuyó a que se me deshiciera la confianza que hoy intento recuperar.
Me duele darme cuenta de que descuidé mi cuerpo, que empecé a decirme cosas feas al verlo, que dejé de aceptar invitaciones a viajes que implicaran un bikini y me perdí de muchos, pero muchos días alegres. No sé cuándo empezó a darme pena ser yo, y hace poco me di cuenta de que casi todas mis amigas, sin importar su supuesta belleza, se sentían igual: insuficientes.
Por ahí de mis catorce me volví una persona muy gorda para las flacas y muy flaca para las gordas, me sentí rechazada por crushes y marcas, y empecé a maltratarme, más confundida que nunca, porque como hija de una brasileña nunca sería como Gisele Bündchen, y como hija de un venezolano nunca sería como una Miss. Con los años empecé a sentir cierto tipo de molestia hacia mis amigas flacas, quienes al verme, lo primero que me decían era que qué flaca estaba, cuando yo sabía que no era así (aunque por dentro le agradecía al color negro por hacer su chamba de ocultarme bien), comprendiendo que ellas eran (duele: aún son) tan gordofóbicas como yo y no estaban conscientes de que no todas podemos ser flacas. No me encanta darme cuenta de que me molesté con el sistema que diario nos vende una manera de lucir a la que nunca me he parecido, aunque esa manera hoy está cambiando (¡por fin!). Por suerte empecé a descubrir marcas y modelos plus size y empezó a darse la conversación sobre todos los cuerpos y tamaños: hubiera amado que pasara en mi adolescencia, pero bueno, heme acá con 34 años empezando a sanar. Por eso, no tan querido cuerpo, es hora de rehabitarte.
No quiero hablarte mal, voltear la mirada cuando salgo de la ducha, cubrirte, criticarte, negarte, descuidarte. No quiero que me des vergüenza porque no tiene sentido que me des vergüenza. Batallo diario para quitarme esos pensamientos que tienen tanto tiempo conmigo que parecen normales. No quiero verte con rabia ni que me des asco. Quiero poder darte las gracias, verte y sonreír. Hablarte bonito. Vestirte con gusto. Volver a moverte y disfrutarte.
Ahora que recuerdo, cuando me empecé a sentir “gorda” solo veo a una Mariana de catorce, dieciocho, veinte años, hermosa, a la que me gustaría abrazar y decirle que es perfecta como es. No sé por qué todavía no me siento así. Y hoy escribo esto, a pesar de sentirme incómoda y claro que sí, desnuda, porque sé que no soy la única que se mira al
espejo y se critica, comparándose con no sé quién. Lucho por no querer operarme para “mejorar”, por no comprarme pastillas quemagrasa, por no regresar a un nutricionista y volver a “fallar”(me) en una dieta que odiaré y dejaré, por dejar de compararme con mujeres que no tienen mi vida. Odio no caber en la talla L de Inditex y que las marcas de slow fashion que sí me quedan bien no estén en México (y se me haga más difícil pagarlas porque dólar). Odio tener una fecha especial y que me dé ansiedad tener que ir a comprarme algo porque SABER VER sé que no lo conseguiré. Odio descuidar
Elegir a quién seguimos es editar qué todos los demás aspectos de mí porque no vemos. Las RRSS de mujeres como la puedo enfrentar uno fundamental: mi relatallerista y activista Isabel Sesma ción con mi propio cuerpo. Siento que yo le (@isabelsesma), la modelo y escritora hice esto a mi cuerpo, porque fueron mis de-
Charli Howard (@charlihoward) y la cisiones, pero también sé que nos hicieron modelo y mamá Ashley Graham esto. Y por eso escribo estas líneas: porque (@ashleygraham), ayudan a sentirnos hay millones de voces que nos dicen cómo más normales y poder estar más a gusto debemos lucir, pero también hay otras que con nuestros cuerpos. nos invitan a habitarnos como somos. Yo quiero sentirme bien, amar mi cuerpo, ahora gordo y tal vez por siempre gordo, disfrutarlo sin pedirle que sea flaco, gozar comprarme ropa, vestirme, arreglarme, no compararme, no ocultarme. Quiero que de verdad la única aprobación que me importe sea la mía, y no porque me lo dicen las cuentas que sigo o los artículos que leo. Quiero dejar de juzgar a otras personas gordas, porque no sé nada de sus vidas. Quiero dejar de esforzarme por tener un cuerpo imposible y dejar de pensar: “No me gusto, no me gusta lo que ven”. Porque tal vez lo verdaderamente revolucionario es abandonar todas esas ideas y construir nuestra propia autoimagen, con base en lo que somos y vivimos, y no con lo que vemos en pasarelas, revistas, páginas y redes sociales. Quiero decirme, sin dudarlo, que como estoy, estoy bien. Voy a construir mi propia imagen. Y me voy a querer un chingo. Por mi amiga que como yo, y como tantas, se metió más de diez kilos en la pandemia y ya no “cabe” en su clóset, y se siente culpable. Por los quince kilos que subí al migrar, olvidarme de mí y enfocarme solo en el trabajo, por el miedo a volver a perderlo todo. Quiero ser feliz y que todas las mujeres lo seamos, en los cuerpos que tenemos y no en los que soñamos. Porque nuestros cuerpos son nuestra casa y es injusto que los tratemos así. No tan querido cuerpo, te pido que lo entiendas.