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WOLFGANG AMADEUS
MOZART (1756-1791)
Sinfonía no. 20 en re mayor, K. 133
Allegro Andante
Menuetto – Trio
[Allegro]
Muy de vez en cuando, suele asumirse que la producción sinfónica de Wolfgang Amadeus Mozart es un ciclo unitario, homogéneo y uniforme, en el que todas las sinfonías, de la no. 1 a la no. 41, son obras maestras indiscutibles. La verdad, sin embargo, es mucho más complicada… y más interesante. Para empezar, la lista de las sinfonías de Mozart no es tan fácil como uno pudiera suponer. Para empezar, después de la Sinfonía no. 1, K. 16 (1764-1765) vienen un par de sinfonías, la 2 y 3, consideradas hoy como espurias. Y entre la no. 4 y la no. 41 aparecen varias sinfonías que estrictamente son anteriores a la última del catálogo, pero que llevan números más altos, hasta llegar a la Sinfonía no. 52, que data de 1775, es decir, fue compuesta trece años antes que la famosa sinfonía Júpiter, la no. 41. No son estas las únicas complicaciones relativas a la lista de las sinfonías de Mozart porque, por ejemplo, algunas de ellas no son estrictamente sinfonías, sino que siguen más bien la forma de la obertura del siglo XVIII. Entre toda la información fascinante que hay respecto al catálogo sinfónico de Mozart, vale la pena recordar un dato que suele ser bien conocido por los melómanos estudiosos: de entre todas las sinfonías del gran compositor salzburgués (auténticas o no) sólo dos de ellas fueron escritas en tonalidad menor. Se trata de las sinfonías 25 y 40, que comparten además la misma tonalidad, sol menor.
En general, y con las excepciones del caso, suele hacerse una gran división en el catálogo sinfónico de Mozart, una división ciertamente subjetiva porque alude al elusivo concepto de “la obra maestra”, o “la obra de plena madurez”. Bajo este enfoque, suelen encontrarse dos opiniones distintas: la de quienes afirman que la parte sustancial de la producción sinfónica de Mozart inicia con la Sinfonía no. 29, K. 201 de 1774, y la de quienes prefieren marcar el límite a partir de la Sinfonía no. 25, K. 183 de 1773. Si usted, lector, quisiera tomarse unos días para escuchar atentamente la riqueza monumental de la producción sinfónica madura de Mozart, hágase un favor y comience con la no. 25, cuatro sinfonías más de Mozart no harán sino enriquecer su alma y su entendimiento.
Dicho todo esto, la costumbre musicológica indicaría que la Sinfonía no. 20, K. 133 de Mozart no es, todavía, una obra cabalmente madura, aunque hablar de madurez o inmadurez en el caso de un niño que compuso sus primeras obras hacia los seis años no tiene mucho sentido. La partitura de la obra, escrita en Salzburgo, está fechada en julio de 1772, un año en el que la labor más importante de Mozart fue su música para la escena. En mayo se representó su serenata dramática El sueño de Escipión, K. 126, en honor del recién nombrado príncipe arzobispo de Salzburgo, Hieronymus Colloredo, quien habría de ser su detestado patrón. En el otoño, Mozart y su padre iniciaron su tercer viaje a Italia, llegando a Milán a principios de noviembre. Hacia el fin de diciembre se puso en escena en Milán su drama en música Lucio Silla, K. 135. Sin embargo, Mozart no estuvo ocioso el resto del año 1722 ya que antes de emprender el viaje a Italia había escrito, además de la Sinfonía no. 20, las sinfonías 15, 16, 17, 18, 19, 21 y 50.
Es interesante notar que entre las sinfonías anteriores a la K. 133 hay al menos una decena que constan solamente de tres movimientos, es decir, que están construidas sobre al modelo antiguo (por así llamarlo) de la obertura/sinfonía. La Sinfonía no. 20, en cambio, ya contiene los cuatro movimientos contrastantes tradicionales. Entre ellos, el último movimiento tiene la peculiaridad de no llevar indicación de tempo, pero se asume que, siguiendo la usanza de la época, debe ser un allegro. Otra característica destacada de la Sinfonía no. 20 es su singular orquestación. Como puede verse no sólo en el catálogo sinfónico de Mozart sino también en el de su ilustre predecesor, colega y amigo Franz Joseph Haydn (1732-1809), la orquestación convencional (sobre todo en el caso de las sinfonías tempranas) constaba de dos oboes, dos cornos y cuerdas; en su Sinfonía no. 20, Mozart añade una flauta y dos trompetas, y la presencia de estos dos instrumentos es particularmente extraña, ya que por lo general su inclusión en una partitura orquestal implicaba casi automáticamente la de los timbales, que aquí están ausentes y, por costumbre, se extrañan. El segundo movimiento de la Sinfonía K. 133 está delicadamente orquestado para cuerdas y flauta, mientras que el movimiento final avanza extrovertidamente con el impulso de una brillante giga.