Tierra de Mis Amores, 2013

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Dolorosa, AcrĂ­lico sobre tela, Gabriel GarcĂ­a Quevedo


ontenido Sobre costumbres y creencias: la tradición del Viernes de Dolores Luis Rionda Arreguín..............................................3 Guanajuato, lugar de poesía Benjamín Valdivia...................................................6 Cierzo A. J. Aragón...........................................................7 ¿Aquí no lloró la virgen? El Viernes de Dolores en Guanajuato Gabriel Medrano de Luna........................................7 Un poema en Guanajuato Manuel Quiroga Clérigo..........................................11 Jesús Elizarrarás Jesús Antonio Borja................................................12 La margen derecha de la Juárez Benjamín Valdivia..................................................13 Las Cofradías en Guanajuato novohispano Laura Gemma Flores García.................................14 José Moreno Villa: su Dolorosa y Guanajuato Artemisa Helguera.................................................17 El contenido de los artículos publicados en esta revista, es responsabilidad de cada autor.

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Sobre costumbres y creencias: la tradición del Viernes de Dolores Luis Rionda Arreguín

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a festividad de la Virgen de

los Dolores se remonta a la Edad Media. La solemne celebración de los dolores de la Virgen María de mayor antigüedad, la establece la Iglesia en el siglo XV por diversas regiones del Viejo Continente. Tiempo después, la formalidad con que se llevaba a cabo el acto cambió por órdenes eclesiásticas, concediéndole a partir del siglo XVIII la denominación de los Siete Dolores. El fervor y la veneración por los pesares de María fue en aumento hasta el punto que la Iglesia accedió a recordar con una fiesta, el tercer domingo de septiembre, los mencionados dolores de la Santísima Virgen María. San Simeón, hombre justo y piadoso que poseía el don de conocer lo que habrá de venir por iluminación, había manifestado a María: “una espada de dolor traspasará tu alma”. A partir del vaticinio que este profeta le hiciera sobre lo que el futuro le deparaba a su Hijo, María lo verá como alguien destinado a ser sacrificado para redimir a los hombres de sus culpas. No hay madre más triste y apesadumbrada que María. El amor que tuvo por su Hijo sólo es comparable al inmenso dolor que sufrió viéndolo

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caminar hacia el Gólgota, para ser posteriormente sacrificado y bajado de la cruz. El haber sido detenido y después vejado por sus adversarios, desencadena en su Madre una aflicción que se incrementará al verlo acongojado por el dolor. Si el estar en compañía de un hijo es causa de alegría para una madre, el verlo partir es motivo de angustia y aflicción; pero contemplarlo suspendido de tres clavos, recibiendo después la Madre en su regazo los restos de su cuerpo sin vida, no puede sino producir en ella un dolor que no puede ser descrito con palabras. La relación Madre-Hijo está sustentada en un vínculo de amor y de dolor inseparables. El sufrimiento del Hijo que muere en la cruz, se traduce en el ánimo de María, en espada de dolor que consterna y abate su corazón. Quién lo iba a decir, María estuvo presente en el Vía Crucis atestiguando la despiadada y sanguinaria muerte de su Hijo indefenso: “A los pies de la cruz de Jesús estaba la Madre”. El amor infinito y maravilloso de María se convierte, desde antes, en dolor al descubrirlo camino al calvario jalando la cruz. María es una madre doliente, sufre en la intimi-

dad de su alma el amargo dolor de las siete heridas. Frente a las blasfemias de una multitud encolerizada, los lamentos de Jesús en la cruz anunciando su final, desatan en ella exclamaciones de pena y dolor. Por las calles de la muy Noble y Leal Ciudad de México, capital del virreinato de la Nueva España, circula un gran número de personas. Se distinguen unas de otras por la carencia, abundancia y variedad de vestidos que portan, así como por las categorías en que se podían clasificar de acuerdo a su condición racial, social y económica. En la antigua ciudad de México había, según cuenta don Luis González Obregón, calles mitad de tierra y mitad de agua. Una de ellas era la calle de las canoas, cuyo canal para conducir las aguas fue dejando de existir hasta transformarse en una calle de tierra firme. Refiere este historiador, en su célebre obra Las calles de México, que cuando aún conservaba su doble función “[…] por ella entraban multitud de canoas llenas de legumbres, frutas y flores, que cultivaban los indios en las pintorescas chinampas… Principalmente, en los días de la Semana Mayor, y más particularmente

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desde el Viernes de Dolores, muy de mañana, se veía surcado el canal por infinidad de chalupas que llegaban cubiertas por completo, de toda clase de flores, que se realizaban en grandes cantidades. Este fue sin duda el origen del paseo que se hacía en la Viga, y antes en el puente de Roldán, y que poco a poco ha ido desapareciendo, como muchas costumbres esencialmente mexicanas […]” En el periodo inmediatamente posterior a la Independencia de México, el culto a “la Dolorosa” es ya una realidad que se hace evidente en los altares que se construyen de magnífica hechura. De ellos habla don Guillermo Prieto, específicamente del que dispuso su abuelo, el señor don Pedro Prieto en el año de 1825, cuando aquél contaba con siete años de edad. Según confiesa el liberal que salvó la vida a don Benito Juárez en la ciudad de Guadalajara, el altar que dispuso su antepasado tenía la característica de haber sido demasiado fastuoso. Las observaciones que hiciera Madame Calderón de la Barca, durante su estancia de dos años en México, le permitieron conocer más profundamente cómo transcurría la vida de la sociedad mexicana en la década de los años cuarenta del siglo XIX. Cuenta en su libro La vida en México que al aproximarse la gran procesión que se realizaba en Semana Santa por las calles de México, ella y sus acompañantes se trasladaron a los balcones de la Academia, desde donde pu-

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dieron contemplar ese espectáculo. En primer lugar, “avanzaba la protectora predilecta de todas las clases, la Virgen de los Dolores, bajo un palio de terciopelo sentada en fulgurante trono vestida de negro, con la aureola de brillantes rayos y una acentuada expresión de agonía… Desfilan después, el Salvador crucificado: la Virgen sosteniendo la cabeza de su hijo moribundo[…]” La concurrencia en todas las iglesias era numerosa. El pueblo se abría paso hasta cada uno de los altares montados en cada templo, en los que “besaba la mano del Salvador, o el borde de su túnica, o dábase golpes de pecho ante nuestra Señora de los Dolores”. En el periodo comprendido entre el atardecer del siglo XIX y los inicios del XX, la vida en México se caracteriza por una prolongada paz que la nación pudo aprovechar para su progreso, después de siete décadas de motines, revueltas y revoluciones. El prosista Ángel de Campo (1868-1908) es el que mejor ha expresado “el genuino sentimiento del pueblo”. No sólo vivió y estudió el ambiente popular de la capital de México, sino que trató de descifrar los trazos que definen ese mundo. La atmósfera de la ciudad de México estaba impregnada de modas, gustos y estilos venidos de Europa. Éstos tenían o parecían tener un carácter francés, incluso el positivismo era una filosofía importada de Francia. Durante este periodo, de notable afrancesamiento, carecía de importancia en México la expresión del sentimiento popular; sin embargo, fue a través de la prosa de este ensayista que se puso de manifiesto el lamento

de los afligidos y humillados de nuestro país, así como el haber recordado la trascendencia de algunas costumbres mexicanas. Con la llegada de la Cuaresma los hábitos en la comida del mediodía cambiaban. Ahora los platillos que se consumían consistían en caldo de habas, sopa de lentejas, tortitas de camarón con nopalitos, y de postre la consabida capirotada o las deliciosas torrijas. En una hermosa narración nacida de la sensibilidad de Ángel de Campo, referida a esa etapa que va del Miércoles de Ceniza al Domingo de Pascua, que lleva por título “Pascuales”, dice en uno de sus párrafos: “Nuestros abuelos, desde el Miércoles de Ceniza, se dejaban crecer la barba, le echaban al clavicordio doble llave y preparaban a la servidumbre para cumplir con la iglesia; previos, a manera de instrucción elemental, no pocas pláticas doctrinales y rosarios y aprendizaje lírico de lo más urgente de Ripalda […] Puesto el altar donde salían a lucir los jarrones de sala… las naranjas con banderitas […] Mucha chía y horchata circulaban entre las piadosas visitas que, entre trago y trago, contaban los milagros patentes hechos por intercesión de la Dolorosa”.


El Viernes de Dolores en la ciudad de Guanajuato. Tradición nacida en esta localidad hace ya muchos lustros y que sus habitantes han sabido preservar y proteger, manteniendo hasta donde es posible su autenticidad; porque suele suceder que nuevas tendencias se añadan a la práctica original cooperando a su deformación. Entre las gentes del terruño existe un antiguo culto mariano; luego no resulta extraño que el culto y veneración a la virgen de los Dolores se haya transmitido de unas generaciones a otras de guanajuatenses, las cuales fueron propalando la costumbre de erigir anualmente un altar a la Dolorosa, en casas particulares, edificios públicos e incluso en las mismas calles. Por las callejas, plazas y callejones de la urbe guanajuatense es común contemplar ese día, escenas de personas jóvenes y adultas llevando plantas y flores de la temporada, elementos indispensables para instalar y arreglar un fastuoso o modesto Altar de Dolores. En su composición debe disponerse de lo necesario: de vasos de barro o de cualquier clase de vasija, en las que hay semillas de trigo y lenteja recién germinados. Pero no faltan tampoco el papel picado, las banderitas y los consabidos recipientes conteniendo aguas de sabores: de limón, naranja, chía y horchata. El piso del altar se cubre con semillas de maíz, café y otras. Una vez puestos todos estos accesorios en el suelo dan como resul-

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tado verdaderas alfombras que embellecen el altar. En España hay esculturas de cristos modelados por artífices populares y de renombre. Todos ellos son manifestación de la fe del pueblo español: “Hay en mi patria española, en mi pueblo español, pueblo agónico y polémico –dice Miguel de Unamuno– un culto al Cristo agonizante; pero también lo hay a la Virgen de los Dolores, a la Dolorosa, con su corazón atravesado por siete espadas […] No se rinde culto tanto al Hijo que yace muerto en el regazo de su Madre, cuanto a ésta, a la Virgen Madre, que agoniza de dolor con su Hijo entre los brazos. Es el culto a la agonía de la Madre”. Este pueblo tiene devoción, como el nuestro, por el Cristo que agoniza, no por el Cristo yacente, tendido, ya muerto. Si la agonía es lucha, Cristo no hizo sino “traernos agonía, lucha y no paz”, dice el rector salmantino, para quien el Cristo no muerto, el Cristo agonizante, al que se venera en la cruz, es al que se le rinde culto; por el contrario, el Cristo muerto es el que descansa, tendido en su sepultura. La agonía es, precisamente, un fallecimiento gradual de la vida, aquella en que la Virgen se siente morir por el dolor de ver el suplicio a que es sometido Jesucristo en la cruz. Por un lado está el culto a la agonía de la Virgen que sufre por su Hijo y, por el otro, la veneración a la Madre que concede la vida. En ambos

casos, María y Jesús representan un amor y un dolor recíprocos. Puesto que la muerte de Cristo está implícita desde su venida al mundo, a María le corresponde, en las distintas etapas de su existencia, sufrir y sobrellevar de manera tácita el martirio de su Hijo. Esto es darle al Hijo una condena anticipada de muerte, con lo cual la aflicción de su Madre pasará por distintos momentos hasta que se realice la pena de muerte. Por la tarde y noche del día previo al Viernes de Dolores, en la ciudad de Guanajuato los comerciantes dedicados a vender flores en un día tan señalado, buscan el lugar mejor y más cercano al Jardín de la Unión; estos comerciantes son los que con su venta ponen el colorido de las flores. Éstas son el componente para que un varón ofrezca su cumplido a una hermosa adolescente. Ese día la ciudad se agita con la alegría desbordada de los jóvenes y el recogimiento de otros en casas y en iglesias. Por todas partes se ofrece a los paseantes aguas de sabores que representan las lágrimas derramadas por la Virgen “bendita entre las aguas de cielo, mar y tierra”, como lo expresa Manuel Ponce en su poema: María en la metáfora de las aguas. Las lágrimas que por su rostro se deslizan dejan de ser agua, para convertirse en símbolo de la pena que embarga a la Virgen en cada uno de los siete dolores.

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Guanajuato, lugar de poesía Benjamín Valdivia

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ntre las cosas que mejor suceden en la ciudad de Guanajuato está la poesía. Claro, la poesía en su sentido más amplio, ese que trata de conmover las almas con un poco de belleza en plena mitad de las angustias de la vida cotidiana y el aquelarre de las ocupaciones. Me refiero al gusto con el que se pueden encontrar recovecos sorpresivos, algún balcón hablándonos con sus flores, los prodigios de un medio día en que la luz puede tocarse en el aire, los espacios – íntimos o abiertos– en los que sucede el comercio, la alimentación o el intercambio de saludos, expresiones y besos entre la población. Poesía que también es música en las noches festivas de la ciudad, el recorrido de las estudiantinas, tan buscadas por los visitantes que jamás encontrarán algo semejante en sus sitios de origen. Y los grupos deambulantes que ofrecen sus servicios sonoros: mariachi, banda, grupero (como “Los norteños del sur”) o bien tríos o trovadores solistas y hasta algunos aficionados que estridecen por necesidad. Poesía que igualmente es un poco de locura en las conversaciones exóticas o la gramática peculiar de quienes tocan el piso de la ciudad creando proyectos, imaginando leyendas o por medio de imágenes que fluctúan entre lo más reconocible y lo más disparatado en sus distintos ornamentos y exhibidores.

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Si bien Guanajuato, como todos, tiene un poco de poesía, música y locura, también es y ha sido lugar para la poesía en el buen sentido de la palabra. Distintos autores, en cada generación, tomaron a su capricho la ciudad para verterla en versos conforme a las modas de la época, cada cual con su audacia o alcance personal pero siempre con el mismo tema: lo que Guanajuato muestra, oculta y hace percibir en cada momento: lo que hace que sea un sitio interesante para vivir o para visitar. Como sucede, pues, los que tenemos ese vicio feroz de la poesía tratamos de entender mediante los significados de las palabras el significado del mundo. En este caso, el mundo inmediato y sensorial de la ciudad en que se habita. Ya en 1985, cuando la SEP publicó mi primer libro, incluía algunas interrogaciones acerca de Guanajuato. Por ejemplo, cuando subía a la mitad de la noche hacia el callejón de La Sepultura: “Hay una luz ciega por los callejones. / la noche resuena / (¿alguien está pisando las estrellas?)”; o, en otra dirección, en la hora previa al alba, cuando bajaba hacia la central camionera junto al mercado para viajar a dónde y a quién sabe: “Huele a jazmín la luna llena. // Y, en los primeros de octubre, / está a punto de amanecer”. Y en esas mañanas cuaresmeñas en que el viento está que se decide y no:

“Con las hojas tejidas en las tejas / anda el aire enredándose”. Perseguir la captación de Guanajuato era una afición satisfactoria, pero un día decidí ocuparme del tema y atender sistemáticamente esos misterios que nos reserva la ciudad. Pensé que se podría hacer un paralelismo entre la gran ciudad del mundo, París, y la pequeña ciudad de la comarca, Guanajuato. Ambas cruzadas por el río: célebre uno, entubado el otro. Y, al modo de Baudelaire, recorrer el spleen de Guanajuato, las riberas de la calle Juárez, desde el mercado hasta el panteón de San Sebastián. Allí encontrarme con los tan conocidos rincones: el Callejón del Beso, el Jardín de la Unión, el monumento al Pípila, la Dama de las Camelias (antes Rocinante), la gente, lo caminado, el asno. De todo ello resultó un libro, publicado en 1997 con el volteriano título de Paseante solitario. Guanajuato prosigue y los recuerdos se trenzan con las percepciones actuales. La ciudad ha desaparecido como era y aparece como es. Los poetas, donde los haya, verán si nos comparten esas interrogaciones resueltas por medio de la iluminación de las palabras. Mientras tanto, caminaremos otra vez por la ribera superior del río entubado, por su esqueleto sinuoso hecho de piedra, para encontrar otra vez la noche, el aire, las tejas, el amanecer, cosas todas ellas que pertenecen a la arquitectura de tiempo con la que, desde su origen, se sigue edificando esta ciudad.


Cierzo

¿Aquí no lloró la Virgen? El Viernes de Dolores en Guanajuato

A. J. Aragón Penumbra de las palomas llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde J. L. Borges

I Viene la música del cierzo navegada por estrellas ciudad escrita por tus manos oleaje de sal antes de ser de piedra llana la habitaba el mar Caribe dice lo propio en voz de todos

II A las cuatro de la tarde termina el día en Guanajuato las calles se vuelven senderos de viento crece el musgo en paredes de cantera se abren los poros de la noche las lámparas se encienden el ánimo también

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Gabriel Medrano de Luna

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as historias y tradiciones guanajuatenses son una de las expresiones más importantes de la identidad y cultura de sus habitantes. Desde años atrás, los abuelos narran que Guanajuato es una ciudad encantada y desde su fundación se han ido creando numerosas leyendas; la geografía misma del lugar permitió que los españoles descubrieran ricos 1 yacimientos de minerales , lo que atrajo a muchas personas en busca de riqueza. Se decía que en este lugar había una gran cantidad de oro y plata, que estaba a ras de la tierra y que sólo había que tener suerte para hallarlo... eso también dio origen a múltiples historias... y la gente piensa que son sólo invenciones. Con el paso del tiempo los reales se multiplicaron y las poblaciones se desarrollaron, pasando de congregación a pueblo, villa y ciudad. El título de villa a Guanajuato lo concedió Felipe III en 1619 y Felipe V la elevó a ciudad en 1741, ya para el 4 de diciembre de 1786 adquirió el rango de capital de intendencia. En ese contexto, el descubrimiento y explotación de las minas y por ende la llegada de numerosas familias, las cuales traían sus propias vivencias, costumbres, creencias y anhelos, que al paso del tiempo fructificaron en nuevas manifestaciones culturales, muchas de las cuales perviven hasta nuestros días. El auge minero confirió a Guanajuato un nivel especial a nivel regional, la ciudad capital también adquirió particularidades especiales debido a la urbanización de las calles, porque

no siguió el patrón establecido como en muchas otras ciudades, es decir, a partir de una plaza central donde confluían los distintos poderes civiles y eclesiásticos: [...] Se puede decir que Guanajuato se configuró en las cercanías de las minas. No existió un plan determinado para su urbanización, como en otras villas, donde se seguían al pie de la letra las disposiciones reales, según las cuales, en torno a una plaza central en la cual convergían los poderes civiles y eclesiásticos, partían las calles tiradas a cordel.2 1.-Fue hasta 1556-1560 con el descubrimiento de los primeros yacimientos de minerales, uno de los cuales se llamó San Bernabé, cuando realmente se sentaron las bases de lo que sería el Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato. De este descubrimiento también da cuenta el padre Lucio Marmolejo en sus Efemérides guanajuatenses. Véase: Aurora Jáuregui de Cervantes, Relato histórico de Guanajuato, México, Ediciones La Rana, 1a reimpresión 1998, Col. Nuestra Cultura, pp. 19-20. Pbro. Lucio Marmolejo, Efemérides Guanajuatenses, Reedición Conmemorativa del VIII Concurso Fraternal, con motivo del CCXXXV Aniversario del Antiguo Hospicio de la Santísima Trinidad, hoy Universidad de Guanajuato, México, Universidad de Guanajuato, 1967, p. 115. Consúltese también: Rosalía Aguilar Zamora y Rosa Ma. Sánchez Tagle, De vetas, valles y veredas, México, Ediciones La Rana, 2002, Col. Nuestra Cultura, p. 23. 2.-Aurora Jáuregui de Cervantes, op. cit., Relato histórico de Guanajuato, p. 23.

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Son varios los autores que en diversas épocas han dado cuenta de la belleza y encanto de Guanajuato, citemos por caso a Jaime Torres Bodet quien en el proemio del libro Guanajuato en el arte, en la historia y en la leyenda, describe a la ciudad como: Ciudad de múltiples dimensiones –de fantasía y de inteligencia, de lucha y tradición, de trabajo y de ocio contemplativo–, Guanajuato se encuentra siempre entre la leyenda y la realidad. Más que verla la imaginamos. Y la inventamos cada vez que la descubrimos. Como sus calles, rápidas y tortuosas, todo nos la revela súbitamente, con lucidez instantánea e inolvidable, y todo enseguida nos la arrebata [...] Unos minutos y algunos pasos la trasfiguran. Era presencia. Y se ha convertido en nostalgia, en ausencia, en sueño.3 El autor tiene razón al decir que Guanajuato es una ciudad de alguna manera surrealista, que está entre la leyenda y la realidad. El aspecto bucólico de la ciudad es una construcción social que se ha ido arraigando a través del tiempo; la apreciación de Guanajuato como una ciudad “española” donde las leyendas y tradiciones juegan un papel importante no es reciente; como muestra citamos lo dicho en 1967 por Ismael Diego Pérez:4 Quizá Guanajuato represente la huella española más pura en México. Sus callejas, sus gentes, sus rincones evocadores, sus casas con faroles, sus puertas y ventanas con rejas, sus patios y calles empedrados, nos hacen evocar sin ninguna violencia a tantas ciudades castellanas, hermanas de arquitectura, de raza. Y los nombres saltan con facilidad en la memoria o en la evocación: Ávila, la ciudad de Santa Teresa; Cuenca, la ciudad de Fray Luis de León; Alcalá de Henares, la de Miguel de Cervantes, etc.5 Un aspecto a recalcar es que las narraciones y tradiciones no surgen de la nada en Guanajuato, sabemos que desde muchos años atrás los españoles, además de

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Fotografía: Gabriel Medrano de Luna

traer herramientas o armamento de hierro, algunos animales como caballos, condimentos y alimentos, también nos trajeron sus historias, costumbres y creencias. Por ello en México contamos con una gran riqueza en cuanto a historias, fiestas y tradiciones se refiere. Una de las tradiciones más importantes que se celebran en la ciudad de Guanajuato es el Viernes de Dolores, festividad que rememora los siete dolores que vivió la Virgen María durante la pasión y muerte de su hijo Jesucristo. Para adentrarnos a la descripción de esta tradición religiosa, considero pertinente dar cuenta de la trascendencia que tiene esta celebración en México, para ello nos valemos de Antonio García Cubas quien hace una muy completa descripción de la cele-

bración del Viernes de Dolores en la ciudad de México, en dicha representación se muestra el significado de dicha celebración: Dos o tres semanas antes del sexto viernes de Cuaresma, que fue consagrado a la Virgen. Como un tierno recuerdo de sus dolores, por resolución del sínodo provincial celebrado en Colonia en 1413, hacíanse los preparativos para los famosos altares que en tal día se levantaban. Esos preparativos consistían en embadurnar de agua recargada de chía, jarros, comales, cantaritos, ladrillos, pinos y otros objetos de barro muy poroso, de diversos tamaños y de variadas formas, cuidando de echarles agua diariamente, en sembrar en platos y en macetillas, trigo, lenteja, cebada, alegría y otras semillas, preservando unos sembrados del contacto del aire, a fin de obtener las plantas amarillas, y dejando libres otros para que éstas se desarrollasen y adquiriesen su verdor; y, por último, en echar el ojo a cuantos muebles, trastos, lienzos y otros objetos existiesen en la casa y fuesen útiles y necesarios para la improvisación y adorno de los referidos altares.6 Sobre la alegría que causaba la llegada del Viernes de Dolores, Guillermo Prieto señala que: Desde las más elevadas hasta las más ínfimas clases de la sociedad, desde el niño que apenas concibe los misterios de esa personificación sublime del cristianismo, de la amargura y de las lágrimas, hasta 3.-Véase: Salvador Ponce de León, Guanajuato en el Arte, en la Historia y en la Leyenda, Ed. La impresora Azteca, México, D.F., febrero de 1973. 4.-Publicado en El Universal el 29 de junio de 1967 y retomado por Salvador Ponce de León para su libro, ya que el texto refiere a su obra. Véase Salvador Ponce de León, op. cit. 5.-Salvador Ponce de León, op. cit., p. 22. 6.-Antonio García Cubas, “Viernes de Dolores”, en: Álvarez, José Rogelio, Costumbres y tradiciones mexicanas, selección, introducción y notas onomásticas, volumen II, España, Editorial Everest, p. 156.


Fotografía: Gabriel Medrano de Luna

el anciano decrépito, todos se conmueven, todos se apresuran como por instinto, a contribuir al lustre y generalización de este culto, lleno de delicada ternura”.7 Este mismo autor hace una analogía entre su amor por México y la llegada del Día de Dolores: Yo que idolatro a mi tierra; yo que soy muy mexicano, por más que sea entre nosotros mismos moda injuriamos y ponemos de oro y azul, para pasar por ilustrados; me regocijo, me reverdezco, me encanto con la proximidad de días como el Viernes de Dolores.8 La celebración en Guanajuato de esa misma festividad también causa alegría entre la gente, tiene la particularidad que el inicio de la fiesta se celebra con el “día de las flores”. Señalar una fecha precisa del inicio de la devoción a la Virgen de los Dolores sería muy aventurado. Lo que sí podemos aseverar es que Lucio Marmolejo menciona el fervor de los guanajuatenses a la Virgen desde finales del siglo XIX y señala sin aseverar que su origen pareciera ser más antiguo: 1880.- Octubre La autoridad civil manda borrar una

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imagen de la Virgen de los Dolores que existía en la calle de los Pocitos, pintada en una pared, frente a la casa que fue de los Marqueses de Rayas. Esta imagen es digna de un recuerdo que gustoso le consagramos. Su origen primitivo nos es desconocido, pues aunque se refieren diversas tradiciones, no los hemos hallado bastante fidedignas para consignarlas en estas efemérides. Pero en lo que no cabe duda es en que los guanajuatenses le profesaban una especial veneración desde tiempo inmemorial; su nicho formado con repisas y cornisamentos de cantería estaba siempre lleno de velas de cera y de diversas ofrendas y presentallas con que le obsequiaban los fieles en testimonio de los beneficios recibidos por su medio y casi constantemente había personas arrodilladas elevándole sus preces.9 Lilian Scheffler nos hace una representación muy puntual de la conmemoración, muy probablemente en un contexto de la segunda mitad del siglo XX: Asociadas a la Semana Santa, están las fiestas del Viernes de Dolores, en las que se hacen altares para la Virgen de los Dolores, con flores, trigo germinado y ofrecimiento de aguas frescas y nieve a quienes van a ver el altar, como es el caso de Dolores Hidalgo, Irapuato y la ciudad de Guanajuato, ésta con su tradicional “Fiesta de las flores”, en el Jardín de la Unión. La fiesta en este último lugar se inicia desde las seis de la mañana con puestos en los que se venden alhelíes, nubes, alcatraces, etc., así como trigo germinado en latas, que va desde el color amarillo pálido (cuando se lo ha hecho crecer en la oscuridad) hasta el verde oscuro (cuando se lo ha dejado a la luz del sol), manojos de manzanilla, romero e hinojo, ramas de álamo blanco, hojas de laurel, incienso y papel picado; o sea, todo aquello con que las personas del lugar acostumbran adornar el altar para la Virgen de los Dolores. Después de hacer sus compras, las personas se dirigen a sus casas para colocar los altares y, más tarde, realizar visitas a las minas, en donde pueden admirar los altares que los mineros instalan cada año en honor de la Dolorosa, la cual es su patrona. En

Fotografía: Gabriel Medrano de Luna

los minerales, la celebración incluye una misa que tiene lugar afuera, o en uno de los niveles interiores de la mina. Éste es el único día del año en que se permite a las mujeres bajar a las minas, ya que éste hecho en otras épocas del año se considera de <<mala suerte>>.10 En Guanajuato esta tradición recobra un significado especial, los altares se instalan desde temprano para que la gente los pueda visitar y darle el pésame a la Virgen, quizá en un sentido más profundo también se le da el pésame a la ciudad por la pérdida del pasado minero glorioso, de la 7.-Guillermo Prieto, “Preparativos, vísperas y Viernes de Dolores, en: Álvarez, José Rogelio, op. cit., p. 397. 8.-Ibid, p. 398. 9.-Pbro Lucio Marmolejo, Efemérides Guanajuatenses, Reedición Conmemorativa del VIII Concurso Fraternal, con motivo del CCXXXV Aniversario del Antiguo Hospicio de la Santísima Trinidad, hoy Universidad de Guanajuato, México, Universidad de Guanajuato, 1967, p. 314. 10.-Lilian Scheffler, La cultura popular de Guanajuato, México, Ediciones La Rana, 1a reimpresión 1997, pp. 22-23.

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Siempre he encontrado estrechos lazos entre las flores y las mujeres hermosas. Símbolos son, en ambas, de la vida efímera, en su belleza fugaz. Ellas, en el frescor de su juventud, que matiza de encanto la vida de los hombres; las flores, en la esplendidez de sus galas multicolores, efímeras como el vuelo de una mariposa. Se hace patente el lazo de unión entre ambos encantadores seres, como nunca, en el romántico amanecer del Viernes de Dolores en Guanajuato. Identidad simultánea en la viveza de los colores, en su florecimiento primaveral, y en el sentido de oblación ante el altar de una Madre atormentada.11 Anteriormente el visitante al llegar a un altar preguntaba “¿Aquí no lloró la Virgen?”, otros decían si la “Virgen ya ha llorado”, y en ese instante se le regalaba agua, por lo regular de sabor limón con chía, que para algunos simboliza las lágrimas de la Virgen. Otro aperitivo que se solía dar es la nieve y en algunos casos dulces tradicionales como el de chilacayote; lamentablemente hoy en día es muy raro ver a una persona que al menos pregunte ¿Aquí no lloró la Virgen? Lo que no se puede negar es la importancia de la celebración del Viernes de Dolores, el fervor religioso que los guanajuatenses le profesan y la belleza de los altares que se instalan en casa, comercios y minas para honrar a la Virgen. Fotografía: Gabriel Medrano de Luna

riqueza que se tuvo y un día retornará, del Guanajuato encantado… es el anhelo de la época romántica de las haciendas y minas guanajuatenses. La tradición también recuerda el sufrimiento que los mineros afrontaban a causa de la explotación y las malas condiciones de trabajo. Otro aspecto interesante es el olor, colorido y belleza de las flores que desde temprana hora se venden para el arreglo de los altares, quizá esto fue lo que motivó a otra celebración conocida como “Día de la Flores”, ese día se acostumbra regalar flores y los jóvenes no pierden oportunidad para mostrar su amor a una mujer regalándole una flor. La relación entre las mujeres y las flores las plasma de una manera muy interesante don Manuel Leal, sobre todo que da cuenta de la relación que hay con el Viernes de Dolores:

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Bibliografía AGUILAR ZAMORA, Rosalía, y SÁNCHEZ TAGLE, Rosa Ma., De vetas, valles y veredas, México, Ediciones La Rana, 2002, Col. Nuestra Cultura. ÁLVAREZ, José Rogelio, Costumbres y tradiciones mexicanas, selección, introducción y notas onomásticas, volumen II, España, Editorial Everest. JÁUREGUI DE CERVANTES, Aurora, Relato histórico de Guanajuato, México, Ediciones La Rana, 1a reimpresión 1998, Col. Nuestra Cultura. LEAL, Manuel, Croniquillas de Guanajuato, notas de Mariano González Leal, México, Gobierno del Estado de Guanajuato, Serie Inclusión, 1a edición 2009. MARMOLEJO, Lucio Pbro, Efemérides Guanajuatenses, Reedición Conmemorativa del VIII Concurso Fraternal, con motivo del CCXXXV Aniversario del Antiguo Hospicio de la Santísima Trinidad, hoy Universidad de Guanajuato, México, Universidad de Guanajuato, 1967. PONCE DE LEÓN, Salvador, Guanajuato en el Arte, en la Historia y en la Leyenda, Ed. La impresora Azteca, México D.F., Febrero 1973. SCHEFFLER, Lilian, La cultura popular de Guanajuato, México, Ediciones La Rana, 1a reimpresión 1997. 11.-Manuel Leal, “Significación espiritual del Viernes de Dolores”, en: Manuel Leal, Croniquillas de Guanajuato, notas de Mariano González Leal, México, Gobierno del Estado de Guanajuato, 1a edición 2009, Serie Inclusión, p. 189.


Un poema en Guanajuato* Manuel Quiroga Clérigo para Félix Grande

Las palabras eran nuestros mayores Félix Grande

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o dejes de escribir un poema incesante en las brumas doradas de esta ciudad en calma. Es una villa hermosa de ventanales limpios con sus cielos y espadas rodeados de azul. Cuando un día te encuentres en pleno Guanajuato, subas hasta los cerros o bajes a las plazas comprenderás de pronto que hay algo diferente. Para poner tus versos en un papel de plata caminarás paciente por calzadas y cuestas. Tú elegirás la musa, el momento y el tema; por ejemplo la lluvia, las mujeres hermosas, la Catedral barroca, las esquinas antiguas. Pero es cierto que nunca regresarás de nuevo al Callejón del Beso o al Teatro Juárez si no escribes entonces una porción de estrofas en un mundo de arraigos llamado Guanajuato. Hablarás de las minas, del olor de la tarde; nombrarás sutilmente tanta belleza intensa que yace abandonada en fachadas y esquinas. Harás algún recuento de las ranas despiertas vigilando la leve ciudad de los tarascos, el Patrón San Ignacio presidiendo los siglos, la piedra humedecida, las calles subterráneas, este cielo sin luna, tan alto, palpitante. Existe un universo abierto a las miradas como fiel laberinto de tantas inquietudes donde existen oficios de poetas y arcángeles. Por eso es obligado que escribas un poema si alguna vez tus pasos te traen a Guanajuato.

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“Un poema en Guanajuato”, fue publicado en el libro de Manuel Quiroga Clérigo, Volver a Guanajuato, Guanajuato, Azafrán y Cinabrio Ediciones, 2012, y se reproduce con la aprobación de dicha editorial.

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omo buen descendiente de familia de músicos, el joven que alguna vez fue ayudante de contador en la famosa fábrica de cigarros “El Águila”, llegaría a componer algunas canciones, pero sobre todo, tendría el honor de ser uno de los mejores productores en la historia de México en radio y televisión. Chucho Elizarrarás no es sólo el autor de la canción “Tierra de mis amores”, fue un chamaco que tuvo la suerte de crecer rodeado de música y canto gracias a la profesión de su padre y al gusto de su madre por cantar y tocar la guitarra. La pérdida de su padre, siendo Chucho un niño, forja una adolescencia de dificultades y trabajos que pusieron en peligro los sueños de Jesús, quien ya escribía algunos versos y canciones que no llegarían a “mucho”, pero que de un modo u otro eran el inicio de su gusto por componer y hacer sus propios arreglos. Por las mañanas trabaja, por las tardes estudia la carrera de comercio y se da tiempo para asistir a clases al Conservatorio Nacional de Música en donde estudia hasta el cuarto grado de piano; termina su carrera y empieza su trabajo de contabilidad en una empresa en la que poco más adelante le darán la oportunidad de trabajar en el área de publicidad,

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actividad que le permite iniciar sus relaciones con diversos artistas y con muy buenos resultados para su empresa. Con el apoyo de la fábrica de cigarros “El Águila” y algunos artistas, organiza festivales que cobran alta popularidad y con ello empieza la importante y fructífera carrera de Jesús Elizarrarás, ya que sus programas fueron escuchados en las estaciones XETA, XEX, XEQ, XEW y en diversos canales de televisión a lo largo de varias décadas hasta que su vida laboral termina en Radio Educación de la ciudad de México. Los programas creados, dirigidos o producidos por Jesús Elizararás fueron transmitidos de 1932 a 2004, algunos de ellos fueron: “Los catedráticos”, “Quién es Quién”, “Adelita y la guerrileras”, “Mi álbum musical”, “Arriba el telón”, “Poemas y cantares”, “Lunes deportivos casinos”, “Romances”, “Melodías canciones de México”, “Bar de la alegría”, “Noches tapatías”, “Así es mi tierra”, “Joyas líricas”, “Rincón bohemio”, “Serenata”, “El viñedo”, “Las diez mejores canciones mexicanas”,

“Arte y destreza”, “Bajo el cielo de América”, “Cantares de mi tierra”, “La música de hoy”, “La hora del Conservatorio” “Una cana al aire” y diversos programas de Radio Educación. Sería interminable la lista de artistas con los que don Jesús tuvo amistad o dirigió en todos estos programas, basta con mencionar a algunos como José Alfredo Jiménez, Lola Beltrán, Las Hermas Águila, Alfredo Pineda, María Elena Marqués, Agustín Lara, Toña la Negra, Ferrusquilla, Silvia Pinal, Enrique Guzmán, César Costa, Isabela Corona, María Teresa Montoya y todos los grandes artistas de la época dorada de la XEW en radio y televisión. En 1940 gana el concurso de la marcha “Carta Blanca”; en 1945 trabaja con Luis de Llano; en 1949 recibe “Mención de Honor” al mejor programa radiofó-


nico de 1948; en 1951 recibe el premio por uno de los mejores programas de radio por “Mi álbum musical”; en 1961 su programa “Bajo el cielo de América”, es elegido como la mejor emisión radiofónica musical en el país y el programa “Así es mi tierra”, como el mejor programa “mexicanista”; en 1984, don Jesús, recibe el Premio Nacional de Administración Pública como productor de Radio Educación; en 1987 la Universidad de Guanajuato y la Rondalla Santa Fe ofrecen un homenaje a don Jesús; en 1991 el programa “La hora del Conservatorio”, es premiado por la Asociación Mexicana de Periodistas de Radio y Televisión, con el Calendario Azteca de Oro, como el mejor en servicio social y cultural; en 2002, el Festival Internacional Cervantino ofrece su homenaje a este ilustre guanajuatense; en 2009, El Honorable Ayuntamiento de Guanajuato, presidido por el Dr. Eduardo Romero Hicks, otorga el nombramiento de Guanajuatense Distinguido post-mortem a don Jesús Elizarrarás. Chucho Elizarrarás siempre manifestó su amor por Guanajuato, ciudad en la que nació el 26 de junio de 1908 y en la que sus cenizas fueron depositadas en la Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato en febrero del año 2005. En estos días de fiesta en Guanajuato, es motivo de alegría que nuestra Universidad recuerde en Tierra de mis amores al querido Jesús Elizarrarás, inolvidable amigo a quien recordamos de cuando en cuando y de siempre en siempre.

La margen derecha de la Juárez

Benjamín Valdivia

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or la margen derecha, sobre la calle Juárez, memoro la figura de tu morenidad, el tinte de una tarde en una alcoba, la luz de una mañana. Recorro nuevamente las curvas de la calle y me convenzo: puertas existen que no se abrirán dos veces. Te llamo y no te encuentro. Busco por el barrio latino en la Calzada. Para mí la ciudad es una enferma. Ciudad henchida de olvidos y premuras, amor mío.

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en Guanajuato nov s a í d a ohisp ofr C ano s La

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as cofradías, canónicamente instituidas y gobernadas por un superior eclesiástico, dedicadas a promover el culto y la vida cristiana por medio de obras piadosas, ya de culto divino o de caridad, fueron realmente una estructura corporativa de la Nueva España que actuó como red de intercambio social-económico; desempeñando —a través de los lazos de amistad y compadrazgo— un papel estructurador de la sociedad novohispana. En sentido más amplio, la palabra cofradía abarcó otras asociaciones como las hermandades, congregaciones y uniones pías, que hasta tener fondos suficientes operarían como cofradías.i Las cofradías eran instituidas por obispos y/o prelados que tenían el permiso de fundarlas en sus diócesis y por ello obtenían de la Santa Sede el privilegio de gozar asimismo de las indulgencias y gracias espirituales de que gozaba la cofradía. Para su erección frecuentemente contaba la solvencia económica de los contribuyentes que donaban terrenos o casas para su fundación; de ahí se originaba su capital, sumando a esto los testamentos, legados y capellanías, unas veces

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Laura Gemma Flores García propiedad de particulares y otras de las mismas cofradías. Se sabe que la primera cofradía que hubo en Nueva España fue fundada por Pedro de Gante, llamada la cofradía del Santísimo Sacramento;ii posteriormente con carácter de beneficencia pública se instituyó la de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, fundada por Hernán Cortés en 1519. Su organización se fincaba en reuniones esporádicas y juntas extraordinarias cuando había asuntos importantes que tratar: formación de estatutos, extinción de cofrades, etc. Era conveniente que cada cofradía tuviera sus estatutos o reglamentos y nombrara a sus oficiales (mayordomos o prefectos), pero lo primero no era obligatorio para que esa organización fuera reconocida. En caso de haber estatuto éste sería redactado por la cofradía y revisando, corregido y aprobado por el obispo de la diócesis. La cofradía generalmente estaba asociada con algún convento o iglesia, otras estaban agregadas a la parroquia. La asociación personal con alguna orden podía ser motivo para legar a esa orden propiedades urbanas o viceversa.

En algunos pueblos de la Nueva España se establecieron las cofradías de Indios que facilitaron la labor misional, debido a que quienes pertenecían a ellas tenían que guardar ciertas ordenanzas, siendo la principal de ellas la curación de enfermos, pagar entierros de agremiados, socorrer a sus viudas y huérfanos, organizar procesiones y actos litúrgicos, y promover el culto del santo patrón venerado. Todas las cofradías debían establecerse en una iglesia u oratorio público o semi-público; sin embargo no se podía erigir más de una cofradía con el mismo nombre ni se le podían dar otras indulgencias y privilegios que los convenidos en su fundación. Existían también las archicofradías que tenían el derecho de poder agregar a sí otras cofradías de su mismo nombre y, ya erigidas canónicamente, comunicarles mediante esta agregación sus propias indulgencias y algunos privilegios. Existieron además dos clases de cofradías gremiales: las abiertas, o sea sin número limitadoiii de sus socios y cerradas o de número limitado. Esto tal vez obedecía a que la cofradía intentó res-


guardarse en todo momento contra el riesgo que implicaba la actividad prestamista. Por lo tanto, para evitar el desequilibrio económico, si moría un fiador o igualmente se iba a residir a otra ciudad, la cofradía pedía que fuera subrogado por otro. En el Archivo Histórico de la Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato localizamos una Tabla de Obras Pías donde, a saber, se registraron las siguientes cofradías: La Cofradía del Curato, que registra limosnas para misas y reparo de fincas, venta a censo redimible, de bienes de zona urbana y ventas de caballerías de tierra en la villa de Salamanca y congregación de Irapuato. La Cofradía del Santísimo. La Cofradía de Nuestra Señora de Guanajuato. La Cofradía de la Señora de la Misericordia. La Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad. La Congregación del Señor de San José La Congregación de Nuestra Señora de los Dolores. La Cofradía de San Nicolás de Tolentino. La Cofradía de las Ánimas de la Parroquia. La Cofradía del Señor San Roque. La Archicofradía de la Santísima Trinidad. La Cofradía de la Iglesia y Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La Cofradía de la Iglesia de San Sebastián. La Cofradía de la Capilla del Señor San José. La Hermandad de Ánimas de San Sebastián. La Cofradía de Huérfanas de la Candelaria. La Cofradía del Santuario. La Cofradía de la Iglesia de San Juan Bautista. La Cofradía de San Juan Nepomuceno. La Cofradía de San Crispín. La Cofradía de la Santísima Trinidad.iv En el Convento de Dieguinos, en 1774 se fundó la Archicofradía del Cordón, en la cual se establecieron los ejercicios anuales llamados de los desagravios, siendo éste el primer año que se practicaron.v Existió también en el templo de San Sebastián una Hermandad de la Vela Perpetua y en la Iglesia del Hospital de la Vicaría de Santa Ana una Cofradía del Santísimo Sacramentovi, además de la Congregación del Oratoriovii. En todas las cofradías se ventilaron tratos y cuentas de bienes muebles e inmuebles particulares o morales. Administraciones e hipotecas de casas, fincas, terrenos, donaciones, herencias, promesas de pago, créditos, réditos e intereses se combinaron cotidianamente con plegarias, indulgencias, extremaunciones, misas cantadas, rosarios y sermones. Hablar de fuentes de primera mano en lo que respecta a cofradías en Guanajuato sería una tarea interminable y habría que dedicarle

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una larga investigación, por ello sólo mencionaremos el resumen de un documento revisado de donde se pueden comprobar los móviles sociales y económicos cofradía: Juan Francisco Saens de Moya, cura de esta dicha Villa, José Ignacio de Urribaren regidor y Alcalde provincial de la Santa Hermandad (vasco y diputado de minería)viii, Juan Francisco de Iberástegui, regidor y depositario general, el capitán de Infantería española Don Joseph de Liceaga (criollo, emparentado con los Busto y Moya)ix Doña Juana de Busto y Moya, Don Antonio Jacinto Diez Madroñero (diputado extremeño)x … Juan Esteban de Bringas (andaluz, Diputado de Minería)xi y el regidor capitular José de Sardaneta y Legaspi (cuya hija María Teresa casara con Esteban de Bringas) xii todos vecinos y mineros de la villa, dijeron cuanto dicho regidor Sardaneta actual Mayordomo de la Cofradía de San Nicolás de Tolentino, padrón jurado de toda esta minería entró a la Cofradía el presente año, oficiosa y voluntariamente y atendiendo al estado miserable a que ha venido esta Cofradía solicitó conmover con rendida pública el ánimo a los demás mineros para que otorguen escritura de la obligación por los días de su vida de servir a dicha cofradía a que condescendieron todos los otorgantes con plena voluntad por el santo fin a que se dirige y para el mayor culto y veneración.xiii Esta cofradía estaba integrada por los dueños y accionistas de una mina, la de Rayas, aunque había elementos de la familia Busto, dueños de la mina de Mellado. Los miembros de la junta de electores en Guanajuato eran parientes de los Diputados de Minería, criollos o peninsulares que casaban con las hijas de

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propietarios de minas, padres a su vez de clérigos regulares o seculares o capellanes que administraban su heredad, para fines piadosos. Sobre de lo que se ocupaban las ordenanzas de los gremios, Marmolejo nos dice al respecto: Postular que el rector debe tener medios económicos suficientes para tener con decencia y reverencia al relicario; que de las limosnas recibidas se debe comprar cera, aceite y tener una lámpara ardiendo siempre; repicar las campanas cuando el Santísimo esté fuera; no admitir en la hermandad. A difuntos, siempre y cuando den limosna doblada; también pueden ingresar las personas que así lo declaren en su testamento, siempre y cuando y manden por lo menos cinco ducados de Castilla conforme a la bula de su santidad pagando la limosna duplicada para que reciba indulgencia y misas… xiv La cofradía, pues resultaría tener, además de su carácter benefactora una expresión de sociabilidad, un medio para afirmar una entidad cultural y acentuar la separación de los grupos sociales, en cierto sentido sería una institución normativa, un núcleo que dirigía y regulaba las manifestaciones y las actitudes del grupo social que por su condición económica presidía. En el caso de Guanajuato la gran diversidad de cofradías no sólo habla de una religiosidad profundamente acentuada, sino de la confluencia de numerosos estratos sociales que buscaban el afianzamiento de su identidad grupal a través de sus prácticas religiosas, protegiendo y acrecentando su capital económico y social.


José Moreno Villa: su Dolorosa y Guanajuato

i.-Lavrin, Asunción, “Mundos en contraste: cofradías rurales y urbanas en México a fines del siglo XVIII” en Bauer, A. J. (Comp.) La iglesia en la economía de América Latina, México, INAH, 1986 (Col. De Bibliotecas del INAH), p. 238. ii.-Ricard, Robert, La conquista espiritual, México, FCE, 1986, p. 290. iii.-Fernández, Martha, Arquitectura y gobierno colonial: los maestros mayores de la ciudad de México, México, UNAM, 1985, 418 pp. iv-Tabla de Obras Pías de esta Parroquia de Guanajuato y sus Cofradías, 1979, AHB. v.-Abascal Vélez, Catalina et. al., Presencia de las órdenes religiosas franciscanas, agustinas y jesuitas en el estado de Guanajuato, Universidad de Guanajuato, 1981, (tesis), 162 pp. vi.-Marmolejo, Lucio, Efemérides guanajuatenses, 4 vols., Guanajuato, Ed. Imprenta del Colegio de Artes y Oficios, 1884. vii.-Idem, p. 29. viii.-Brading, David A. Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), México, FCE, 1983, Apéndice 5, 491 pp. ix.-Idem, Apéndice 2. x.-Idem, Apéndice 11. xi.-Ibidem. xii.-Idem, Apéndice 3. xiii.-AHG, Ramo Protocolo de Minas T., 1732-39, fs. 67. xiv.-Marmolejo, Lucio, op. cit.

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Artemisa Helguera

osé Moreno Villa (1887-1955), algo olvidado en la actualidad, fue un destacado y reconocido poeta, pintor, ensayista, crítico e historiador del arte que llegó a México como consecuencia de la Guerra Civil española. La poca difusión de su obra poética se debe, en parte, a la construcción de un canon fundamentado en la clasificación generacional de la literatura española, según el cual Moreno Villa es un poeta de transición entre la llamada “generación del 98” y la “generación del 27”; categorización que ubica su obra en una posición de marginalidad respecto al canon consagrado. La recuperación y análisis de la obra de los poetas españoles llamados de transición y el estudio comparativo con la producción poética hispanoamericana que va aproximadamente de 1910 a 1920, ha puesto en relieve la existencia de una estética posmodernista, que coincide justo con la disolución del modernismo lírico y el surgimiento de las vanguardias. Una tendencia poética caracterizada principalmente en la literatura hispanoamericana por la presencia de la ironía, el prosaísmo, la aparición de lo cotidiano y mínimo y por el retorno a la provincia y a lo familiar, en general. Una estética poética representada por los poetas hispanoamericanos como Ramón López Velarde, José María Eguren, Regino E. Boti, José Manuel Poveda, Evaristo Carriego, entre otros. En España se reconoce a un grupo de poetas de difícil caracterización por la heterogeneidad de su obra, pero que tienen en común un viraje hacia la sencillez lírica, un especial interés por la realidad inmediata y la elección de un tono menor respecto a la musicalidad del modernismo lírico, la voz asordinada. Entre ellos Alonso Quesada, Mauricio Bacarisse, Antonio Espina, Ramón de Basterra y Juan José Domenchina. Precisamente en esta estética posmodernista podemos ubicar el libro Garba publicado en el año de 1913, al cual pertenece el poema “Dolorosa”, de José Moreno Villa, su primer libro de poesía; seguido de El Pasajero en el año de 1914, que llamó la atención de poetas como Juan Ramón Jiménez. La crítica, y los poetas, coinciden en señalar Jacinta la Pelirroja. Poema en poemas y dibujos, publicado en 1929, inspirado en su historia amorosa con la norteamericana Florence (Jacinta), como su mejor producción poética.

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La extensa obra de Moreno Villa que abarca poesía, estudios de arte, historia, artículos periodísticos y ensayo se puede dividir en dos etapas: la escrita en España y la producida en México. Entre los textos escritos en México destaca su interesante autobiografía Vida en Claro, en la cual aparece como motivo recurrente la idea del cuarto, la habitación, como un espacio que influye en la vida de sus habitantes, “…un cuarto y en él un mundo”; un espacio en el cual se revela el infinito. Inicia el texto describiendo cada una de las habitaciones de los miembros de su familia, en el suyo, como si el destino se asomara, destaca el único adorno de su cama dorada: un escudo de México, país al que llega en el año de 1937 por intervención de Genaro Estrada y en el cual muere en el año de 1955.

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Además de su autobiografía y de varios libros de poesía, publica con éxito en su nueva patria Cornucopia de México, un conjunto de artículos que reflejan la experiencia de Moreno Villa por integrarse y comprender el ser mexicano, así como sus variados intereses que van de la escultura, la arquitectura, la lingüística hasta la gastronomía y la vida cotidiana del mexicano. Libro que fue reimpreso en el año de 1952 y en 1976 con la adición de la Nueva cornucopia mexicana, ambas agotadas. José Moreno Villa visitó la ciudad de Guanajuato invitado por Armando Olivares Carrillo, entonces rector de la Universidad, como él mismo lo refiere, la cual le causa una honda impresión y le recuerda a su querida Toledo. Guanajuato es para Moreno Villa la “ciudad de los pies de plata”, que surgió sin trazado:

“No hubo más que un grito de anunciación y un ansia de posesión”. De su gente recuerda que parece estar no en la calle, sino en el patio de su casa y “conoce a todo transeúnte”. Los nombres de sus callejones, calles y plazuelas le causan “un ligero, pero verdadero temblor”; la variedad y la belleza de los nombres de Guanajuato son para Moreno Villa “un sobresalto con tendencia al remojo de lágrimas”. Moreno Villa recuerda Guanajuato, sus templos, monumentos y casas particulares, en la Cornucopia de México haciendo uso de sus notas y fotografías; legándonos como tantos viajeros que han visitado Guanajuato, un cuadro que refleja el encanto de la ciudad.


Dolores U

n carmín tenebroso. ¡Dos ramitos de azahar —tela y talco— te acompañan, Virgen de la Soledad!

U

na luz de mariposa pone un horrible fulgor en las cejas y la boca de la imagen del dolor.

U

na imagen con un manto de velludo funeral, ¡ay! una imagen que llora gotas de limpio cristal,

Y

tiene oblicuas las cejas, estirada la nariz, desencajada la boca, y contrahecho el perfil,

Y

siete enormes puñales perforando el corazón, hincados por aquel mismo pueblo de compasión. José Moreno Villa (1913)

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