Espacios pĂşbicos de la ciudad de BogotĂĄ
Fabio Lozano Uribe
Carrera 12 con calle 18, centro Al acomodarse el palillo entre sus molares Remberto Solís divisa a la Barracuda. Van a ser las dos de la tarde y no ha picado anzuelo por eso se pavonea ansiosa. La media apretada a mitad del muslo tiene el mismo roto de hace un par de semanas y el “body” de cuero carmesí tiene una cremallera, a punto de totearse, que va desde la entrepierna hasta el escote. De inmediato el Remberto se quita un arroz del bigote, escupe para asearse la boca, se aprieta la hebilla ornamentada... y... sin siquiera notar los serpenteantes gestos corporales que ella, al verlo aproximarse, le dedica, ya se la imagina de espaldas, desparramada, mimetizada al catre, con esa cremallera abierta mostrando la sustancia... como una lechona de Sanandresito. Remberto, cuyo orgullo es manejar una buseta decorada por él mismo -timón forrado con
cinta imitación mármol anti-sudor; friso de barbies holográcas, en las dos ventanas frontales, que se excitan de luz cada que frena el automotor; asiento, con apoyacabezas en forma de labio, full capitoneado de cuero blanco y radio de seis bandas engallado con estampitas de Amparo Grisales y de la Virgen de Emaús- comenta, después de subir los escalones desiguales y llegar a un cuarto mal iluminado donde es más limpia la mugre que el resto: -Sería bueno echarle una mano de pintura a este burdel tan pálido y chiteadito... Sí, o qué, madrecita! - Mano! La que te espera de esta hembra carnudita! -Contesta la Barracuda, quitándose el labial frente al espejo. -Y... no te ilusiones demasiado, papito, que bastante vienes para saber que esto no es
burdel... Es puteadero! -Remata ella, mientras se huele los sobacos y guarda el pago anticipado en su carterita de piola. Y... diciéndole, así, cosas de ambiente... en un par minutos Remberto suelta un chillido de mártir y queda tendido, bufando, con los ojos cerrados pensando en Erlinda, su mujer, en sus muslos chicludos y en su sabor a miel. Se le cruza también, durante esa efímera mirada interna, el recuerdo de esa misma mañana en que, bufando igual, tendido al pie de Erlinda, con la cabeza apoyada en su vientre... pensaba en la Barracuda.
Calle 138 con carrera 22, Cedritos Lo único que diferencia a Blockbuster de Betatonio es que en éste último alquilan películas pornográcas. Lo único que diferencia a Vilma de Samuel es que a Vilma le gustan más las pornos orientales que las europeas, al revés que Samuel... aunque los dos gozan compartiendo la cama, el piso o el sofá con otras personas. Violentaron, desde hace rato, la frontera de sus cuerpos unidos y ahora Vilma y Samuel comparten su desnudez con Sandra, la niña que se afeita hasta las cejas; con Sergio y Frank, que patentaron una posición pederasta a la que llaman: el tetero; con Jenny, Paola y Kitty, hermanas, reconocidas como el triángulo de las Bermúdez; con Cata, Jorge, Federico, Violeta, Gustavo, Margarita, Fabiana, Dilia, Camila y Amparo en el Turco Mixto Aguasvivas que queda en El Toberín, donde
juegan a la gallina ciega y se tapan los ojos con la condición de no taparse nada más... Entre los dos, y cogidos de la mano, van al cine o dan paseos por los centros comerciales pero para hacer el amor necesitan siempre de un juez que los sentencie a trabajos forzados. Por eso, en noches de desespero, cuando nadie más aparece por falta de planeación, o de plata, se aferran del teléfono y llaman a Jésica quien por su exclusiva línea caliente dice tener cuerpo de sirena y habilidades de pulpo. -... Samuel! Por Dios! Cómo estás de entrador... Qué rico! Así, mi amor, no te detengas... Úntame de pasión... Sí! No puedo más... Estoy que me exploto... Samuel! Dios mío!.. Me tienes exhausta! Acaba ya! Samuel... No resisto más!...Vilma abre la boca... -Dice por el teléfono Jésica entre gemidos llenos de sudor y de sábana. Subalternos de esa voz
que los cobija Vilma y Samuel dejan de respirar... llegan al borde del acantilado juntos, sienten el abandono extremo de la caída pero quedan suspendidos en el aire abrazados por sus alas, fundidos en su misma arcilla para inmediatamente renacer y aprender a respirar de nuevo y reconocerse vivos y decirse: te amo y despedirse de Jésica y colgar el teléfono y acostarse a dormir y soñar el uno con el otro, la otra con el uno, sin nadie más... porque para soñarse también se bastan ellos dos solos.
Carrera 15, de la avenida 72 hasta la 100 En su grupo de adictas al sexo Marta Patricia es la hora en que todavía dice: “Mi problema es que salgo muy tarde del trabajo y para llegar a mi casa me toca obligatoriamente pasar por la quince”. O sea, es una convencida de que su lesbiandad no tiene remedio y que las viejas que recoge en la quince son inevitables, se las puso el destino, ahí, como única manera de saciar su instinto. Igual, cuando llega temprano a su casa -vive sola en un apartamento sin remodelar- Marta Patricia, generalmente, pierde el forcejeo contra lo que ella llama su desviación, interrumpe la telenovela por buena que esté y termina cambiándose el peinado, poniéndose gafas oscuras y saliendo a patrullar -sin importar burundanga, sadismo o atraco- en un carro lujoso que logró quitarle a su ex-marido en la separación de bienes.
Por la calle 72 coge la 15 hacia el norte, disminuye la velocidad, y chequea las mujeres apostadas en la puerta de Porky´s, no hay ninguna, es muy temprano. Sigue derecho y nada... dos travestis en la 85... Eso no le gusta. En la calle 86 Esmeralda, que ya es de conanza, está con una desconocida, se orilla y baja el vidrio... Pregunta un par de cosas pero las ve muy arrugadas... Esta noche no está tan desesperada, preere carne fresca. En la 90 caen los tarjeteros como moscas: “Chicas! Chicos! Reina, le cuidamos el carro. Show oriental. Show mixto: Margalida y sus tiesos”. Por la 95 se acercan dos monas... Buenas piernas. Saca una linterna de la guantera y, sin bajar el vidrio, les alumbra la cara. Bonitas. Baja un poquito la ventana y les pregunta por la mercancía... Se levantan la falda... Alumbra... Mierda! Más travestis! En la esquina siguiente se le botan al carro, es la Gondolera abriéndose la chompa... Esa vieja es peligrosa, se la quita de encima con dos mil
pesos y sigue... Frente a Zhivago hay trancón de taxis y mucha policía ¿qué habrá pasado? Ninguna vieja. Disminuye la velocidad... Una sardina, sola, indefensa, en el parque de la 98 junto a un poste de luz... última oportunidad, después de la calle 100 ya no hay nada... Alumbra de nuevo, con su linterna, sin bajar el vidrio... Demasiado joven pero... qué importa! Le abre la puerta... Se nota a leguas que es mujer, por la voz, sin embargo con sus dedos le busca los muslos, los presiente rosados, le busca su campo de batalla... Ahí está! Lo presiente perfecto para el desembarco... De ahí al motel, a la ducha, a la cama, al sauna, a la cama, al jacuzzi, a la cama, a pagar la cuenta, al carro otra vez... Deja a la niña en cualquier andén para que tome un taxi y Marta Patricia extenuada se va para su casa. Frente al garaje piensa que de pronto a ésta hora ya hay alguna chica frente a Porky´s y... se devuelve...
Calle 78 con carrera 26, Alcázares Para Brando Revilla los viernes signican desafuero total. Desde que sale de su trabajo, una empresa de comunicaciones donde ejerce como vicepresidente nanciero, se da permiso para todo lo que pueda exacerbar sus sentidos. Esa es su recompensa... el asesinato semanal de esa depresión y esa ansiedad galopantes que se levantaban cada lunes con más bríos. Cae la noche, llega al Club Botafuego, no está Katerine que es la que le conoce sus gustos, por eso se hace atender por Fátima, famosa por llevar entre su neceser todo lo “necesario” para satisfacer a sus clientes. En el reservado, un mesero de corbatín sirve los tragos de cortesía y una vez armado el primer basuco, antes de prenderlo, Fátima saca de su neceser una bolsa grande y negra
para la basura y mete toda la ropa de Brando ahí para que las prendas no queden impregnadas del penetrante olor del vicio. Embalado, Brando se propone utilizar todo lo que encuentra en esa caja de pandora: Empieza con las velas y se deja quemar con el chorro de cera las tetillas y escribir el nombre de su madre en el pecho. El olor a chamusquina aviva su deseo y en posición de perro resiste las arremetidas de aparatos eléctricos que pasarían por utensilios en cualquier cocina. Los alleres lo asustan un poco pero, con ayuda de crema anestésica, se deja templar las poleas de su puente levadizo. Con espejos y pañuelos negros le aparecen conejos, palomas y tigres blancos en el vientre y un cinturón apretado al cuello le cambia el rumbo de la corriente sanguínea. Con látigos castiga su pecado original, y en eso Fátima dramatiza la escena con una capucha de verdugo confeccionada en cuero negro. Se
niega a tomar Viagra -le da miedo la reacción con el basuco que está consumiendo o con los pases de cocaína que más tarde le ayudarán a tener el valor de salir de ahí antes del amanecer- lo que si se toman ambos es un par de diuréticos y a los veinte minutos cierran la noche orinando hasta la última fortaleza de sus cuerpos. Cansado, Brando no se interesa por saber para qué son las herraduras, las cuchillas y las inocentes canicas de cristal. Llora! Llora como siempre lo hace, y, por último, le pide a Fátima que llore también para probar sus lágrimas... El lunes siguiente, durante el comité nanciero de las 7:30 de la mañana, piensa, con el corazón envejecido, que entre el neceser de Fátima se le quedó la autoestima y que, sin duda, el viernes estará listo para ir a rescatarla.
Carrera 20 con calle 63, Chapinero Cuántas veces había llamado por teléfono. Le contestaba siempre lo mismo una voz de mujer: “Mi amor... te damos masaje relax a dieciocho mil pesos, cuarenta y cinco minutos, absoluta discreción, personal mixto y si quieres relación la negocias con tu pareja”. Ella preguntaba siempre lo mismo también, con la voz ahogada: “¿Mixto es mujeres... y hombres... verdad?” La respuesta, igual, la conocía de memoria: “Sí, mi amor... gran variedad de chicas y chicos sanos dispuestos a lo que tú quieras, te esperamos.” Cuando colgaba quedaba con el corazón a mil... Ahora, es distinto, su corazón parece un motor fuera de borda. La suerte está echada. Liliana se encuentra entre un taxi camino a uno de esos sitios tantas veces presentidos por teléfono. Ha dejado su carro en un centro comercial -no le vayan a echar escopolamina
y robárselo- y tiene llena su cartera de condones para sentirse más segura. Cuántas veces había revisado la página de clasicados, casi al nal, bajo el título: Sólo para adultos. Cuántas veces había leído lo mismo: Contra el aburrimiento, hombre sexy y varonil, atiendo tus fantasías, llámame 0338345187; Pregunta por Eduardo Manos de Seda 033-8465763; Jovencitos cultos, agradables consentidores, total discreción, siempre lo hacen cono si fuera la primera vez, no lo pienses más, llámanos 1546709; Club Caramelo, hombres superdotados y morenos, llama ya 1456576; Club Social Alexander, para ejecutivas, turistas, despedidas de soltera, dese gusto, 24 horas, video bar, reservados, parqueadero vigilado, tarjecréditos, domicilios, hoteles, sede norte, Llama ya 1543786, pregunta por Larry; Casa de Muñecos, machos a la medida, striptís, atléticos, eróticos, potentes...
Cuántas veces había soñado un nuevo amor, después de que su marido la dejara, y cuántas veces había encontrado sus propios muslos entre las manos y sus cuerdas bucales aullando contra la almohada. ¿Cuántas veces volverá a este sitio?... Donde tímidamente se bajó del taxi, tímidamente golpeó, tímidamente escogió entre cinco muchachos bien equipados, tímidamente se dejó desvestir y tímidamente le contaron lo que no sabía: que su cuerpo era capaz de tener esos mismos ataques epilépticos que su marido tuvo sobre ella un par de veces al mes y las estas de guardar, durante casi catorce años... Donde aprendió también que, sin tantos ruegos y prevenciones, podía demandar el placer que nunca tuvo sin tener que cocinar, vestirse, hacer buena cara, planchar, maquillarse y disponerse para alguien. ¿Y a cambio de qué? De una poca dignidad, que al n y al cabo... le sobraba!
Calle 39 A sur con Avenida 1º de mayo, Kennedy - Es que si yo fuera un travesti del norte, las cosas serían distintas! -Dice Manfredo Vigüela, para sus adentros, mientras se acomoda un relleno de papel higiénico en la copa izquierda de su brassier. La copa derecha no necesita porque con el tratamiento hormonal que se hizo el seno derecho si le creció bien. “Eres un teticojo” le decían sus amigos por morticarlo... y lo lograban! Tanto depile, tanto rubor, tanto corsé en las costillas, tanto rímel, tanta venda fría, tanta liposucción y tanta hormona para nada... O sea, para seguir tocando castañuelas con las nalgas en un local olvidado de la ciudad llamado: La Güisky Frisky. Listo el relleno! Lista la liga! Golpean a la puerta de su pieza: “ Don Rodolfo en el jol! Apúrate Princesa!” Ese grito le recuerda a
Manfredo que nunca ha estado tan cerca -si juega bien sus cartas- del norte, la parte “in” de la ciudad, donde los travestis son admirados y apetecidos por modelos y actores, como los de las revistas y las telenovelas, para lucirlos y ponerles peluquerías. Don Rodolfo viene, precisamente, del norte con su billetera y sus cuentos estrato seis. Es un urbanizador pirata de la costa que se ha vuelto importante en los círculos capitalinos. Darle rienda suelta a sus desafueros en el sur de la ciudad es muy conveniente: nadie conocido que lo pueda identicar. Como buen costeño tiene una esposa insatisfecha que vive su soledad en un caserón de Manga. Como buen costeño se le ve en los sitios de moda con minifaldudas de pelo bronceado y perlas falsas, a las que presenta como sus asistentes. Como buen
costeño critica la homosexualidad y si le hubiera tocado patear travestis en la Carrera 15, como usualmente se hacía, lo hubiera hecho encantado... aunque fuera para pensar en las fustigadas que le da su Manfredito del alma, con quien descubrió por qué nunca se dio placer, como sus amigos, con una burra amarrada a la estatua de la India Catalina. -¿Qué opinas tú y yo en Nueva York Manfredito? -Le dijo y agregó: -En vez de tanta sombra dorada en los ojos, tanto reinado de belleza, tanto viejo verde y tanta pasarela imaginaria, te pongo una peluquería en Queens y te ayudo a escoger los peluqueros, y los manicuristas, y les hacemos bajar los pantalones y les... -Y... Nueva York... -Interrumpe Manfredo con cara de preocupación. -¿Queda en el norte?
Calle 111 con carrera 8ª, Santa Bárbara Gerarda casi nunca sale. Después de una trombosis que le inmovilizó la mitad del cuerpo quedó sin muchas ganas de moverse, o de pensar. Sus hijos pasan de vez en cuando por la casa y siempre le arrancan un pedazo de autoestima porque hacen referencias antipáticas a su gordura, a sus pies hinchados y a su deslumbrante pasado social que nunca más será. Inclusive, una de sus nietas, la noche de halloween en que ella se negó a que la niña se disfrazara con unas coloridas enaguas que guardaba de recuerdo, le gritó: Vieja pecueca! Su vida se limita a su álbum de fotografías. Tiene muchos pero sólo se interesa por uno, el que está dedicado a su marido. Desde su muerte hace casi nueve años lo mira todos los días. Vladimiro arreglándose el bigote. Vladimiro poniéndose la corbata. Vladimiro de
cónsul en Milán. Vladimiro en la embajada de Austria. Vladimiro frente a la Sorbona, donde estudió derecho. Vladimiro con ella en Acapulco. Vladimiro con frac. Vladimiro con sacoleva. Vladimiro con botas en la nca. Vladimiro en navidad, con toda la familia. Vladimiro en Washington. Vladimiro dando una conferencia. Vladimiro cuando joven jugando futbol. Vladimiro frente a su Mercedes Benz. Vladimiro... Su ación por chatear en el computador llegó, gracias a Dios!, como un articio contra la inmovilidad y como un último recurso para evadir la vejez de la mente que es la que, nalmente, nos mata. Al principio, le costó trabajo aprender a manejarlo, pero como no tenía nada más que hacer el teclado y el mouse se volvieron en cómplices irrestrictos de ese nuevo estilo de soledad, compartida con muchos interlocutores que le expresan su afecto anónimo y ciberespacial.
Todos esos hombres sin rostro que tienen contacto con ella escribiendo a través del internet, la conocen como Mimosa: una jovencita epidérmica y extrovertida que gusta de ciertas poses amorosas aprendidas en Bangkok; que conoce el verbo chupar en más de veinte idiomas; y, que se declara abiertamente promiscua en el buen sentido de la palabra, o sea... con distintos hombres, pero pensando en su marido. Frente a la pantalla, su cuerpo es el protagonista de sus fantasías que suceden, entre otros, con un negociante de tabacos cubanos, un heredero del ducado de Berensford, un conocido del Gran Gatsby, un jockey, un vikingo, un tártaro, un zulú, que son siempre el mismo... Lo imagina, a veces, como un diplomático de acento francés y bigote cosquilloso, vestido con mallas de mujer, quien, dentro de una limusina Mercedes Benz, se deja acariciar su torre de babel.
Avenida Pepe Sierra, arriba de la autopista Cualquier cosa podía pasar por la mente de Zabala: el precio de las Holstein que remataría mañana; el lustroso prado de la Hacienda Capitana y la brillante garganta de cisne por donde salía el agua de la piscina. La música vallenata y los gemidos apagados que venían del cuarto de al lado, indicaban que había un señor también “pensando en sus vainas” y haciendo lo mismo que Zabala: desprestigiando una universitaria con escasa mayoría de edad, depilada y con necesidades de bikini line y rumba en la Calera. Cualquier cosa podía pasar por la mente de Zabala... menos que esa niña bien podía estar pasando la caída de la tarde en el mismo club con sus hijas, sudando en el mismo gimnasio y comprando el mismo lipstick a la señora que cuida los lockers.
Cualquier cosa podía pasar por la mente de Zabala... menos que los griticos de esa niña eran de auténtico placer y que la bocanada de su alivio era como una inyección de heroína para la colegiala uniformada. Llegaba por las tardes con los zapatos, de dos colores: blanco y azul, desamarrados, con la falta escocesa sostenida por sus escasas caderas, con su piel rosada orecida, augurando el trato callejero que estaba buscando y las palabras que la hicieran sentir sojuzgada, subalterna de una situación vergonzosa que la animaba a buscar un rincón para arrodillarse, poner las manos en el piso y ponerse a ladrar, con la lengua afuera, la falda levantada y los calzones blancos a mitad de camino. Inclusive la niña, dentro de una intuitiva ética humana, regalaba la plata a las otras chicas que conocían de sobra las riquezas de su
padre y que conocían los cuentos, pormenorizados, de cuando él de cumpleaños le regalaba caballitos de madera, barbies, rompecabezas, juegos de astucia, Nintendos, vestidos de gala, pasajes a Disneylandia, bicicletas y los consabidos paseos nocturnos en su auto deportivo y descapotado... en los que ella recibía el muñeco, de su bragueta abierta, con una cinta de colores, amarrada en la punta, que ella debía desatar y anudar repetidas veces al vaivén de maquinaciones adultas que incorporó, como normales, a su mundo cortesano. Cuando en clase de historia se hablaba de Luis XIV, el Rey Sol, ella conocía, de sobra, el tamaño de dicha calentura.
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