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Reivindicación y elogio del mestizaje

A la caza de la víctima: los intelectuales orgánicos y los indígenas en Ecuador

Reivindicación y elogio del mestizaje

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Hemos afirmado que uno de los hechos fundamentales de la humanidad es el mestizaje. Este, en términos culturales, puede entenderse como la combinación de elementos culturales diversos, pero, también, como la unión de personas con rasgos culturales –y hasta fenotípicos– distintos en torno a un elemento aglutinante: la lengua.

Alrededor de la síntesis, producto de la combinación, y del eje vertebrador de la lengua, se yuxtaponen otros elementos y filiaciones que dan variedad a la síntesis y a la lengua común. Con el idioma nacional conviven otros idiomas. Coexisten, así mismo, expresiones musicales, productos gastronómicos, fiestas, que pueden mantener una relación conflictiva, de negación y rechazo, con el todo en el que se han fundido elementos de diverso origen.

La combinación, hemos dicho, lleva a la síntesis. Y esta es siempre un producto nuevo, distinto de los componentes que la originaron. El español es la lengua de los ecuatorianos. Hay que conocerla y hablarla bien. Pero los estudiantes del país tienen muy malas notas en lenguaje, cuya enseñanza es uno de los mayores problemas que el sistema educativo hasta ahora no ha sabido resolver.

En la prueba regional TERCE, realizada en el año 2013, Ecuador ocupó, en lectura, el décimo lugar entre dieciséis países. Sobre el rendimiento del país en esta materia, la UNESCO señaló que su promedio era significativamente menor que el pro-

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medio regional. En escritura, en sexto grado, Ecuador se ubicó también por debajo de la media regional. El nivel de rendimiento de la población indígena, en ambos aspectos, fue menor que el del resto de la población.

Los problemas de manejo de la lengua se expresan, además, como analfabetismo funcional. Según una nota del diario El Telégrafo, del 16 de septiembre de 2017, el 18,9% de habitantes de la zona rural tenía este problema, frente al 7% de los pobladores del área urbana. Es posible que estos datos no reflejen la magnitud real del problema. Quienes se desempeñan como profesores universitarios en el país saben, lo han constatado en sus clases, que la gran mayoría de estudiantes no entiende lo que lee. Y que, tampoco, es capaz de expresarse por escrito con claridad y corrección. Es frecuente, y no como un rasgo estilístico, que un profesor se encuentre, en los trabajos presentados por sus alumnos, con oraciones sin verbo. Gabriel Zaid (Los demasiados libros, 2010) afirmaba que muchas personas, profesionales incluidos, no lograban integrar el sentido de textos mayores que un párrafo. Estos, en su opinión, serían “analfabetos funcionales del libro”.

Manejar una lengua con suficiencia no equivale solo a hacerse entender por otras personas en la conversación cotidiana. La lengua es un instrumento de conocimiento y de expresión escrita. Si los habitantes de un país no la dominan, tendrán dificultades para entender los textos en los que se encuentra escrito el pensamiento científico, social y filosófico, y para, con esa base, “leer” la realidad y dar un punto de vista sobre

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ella, que supere el impresionismo y los lugares comunes.

Sin el dominio de la lengua común, la cohesión de los ciudadanos de un país se dificulta, y se limitan las posibilidades de construcción de valores y objetivos compartidos. La enseñanza de las lenguas originarias, como un medio para fortalecer la diversidad cultural del país, es importante, pero aún más importante es la enseñanza de nuestra lengua de unión: el español. Pablo Neruda hizo, en su libro de memorias Confieso que he vivido, un homenaje al español; la lengua de cohesión e intercambio diario entre los ecuatorianos. Decía el poeta en este libro:

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos…Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo…Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas…por donde pasaban quedaba arrasada la tierra…Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de la herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes…el idioma. Salimos perdiendo…Salimos ganando…Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo…Nos dejaron las palabras…

En torno al español nos hemos constituido como nación y como Estado unitario. En español están escritas nuestras leyes: nuestros acuerdos de convivencia. Conocerlo y usarlo bien es

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una condición imprescindible para ratificar estos acuerdos o mejorarlos. Su conocimiento adecuado nos obliga a ser objetivos y precisos a la hora de expresar las reacciones que nuestro contacto con el mundo produce en nosotros. Utilizar las palabras correctas en los casos pertinentes es una manera de acercarse a la verdad de los hechos; de afirmar el valor de la verdad. Cuando la verdad es valorada socialmente, la corrupción tiene menos posibilidades de medrar.

Si usamos las palabras como trampas, como instrumentos para deformar la realidad, si, en momentos de especial tensión y conflicto social, empleamos, a sabiendas o por ignorancia, las palabras inadecuadas, atentamos contra nuestra unidad en el idioma. Llamar genocidio o masacre a lo que no lo es y acusar a los medios de comunicación de ocultar hechos inexistentes, porque, simplemente, no eran ni genocidios ni masacres, llevó, en las protestas de octubre de 2019, a que personas enardecidas por el uso doloso del idioma de comunicadores alternativos, líderes indígenas y políticos de extrema izquierda, agredieran físicamente a periodistas que cubrían las protestas e intentaran incendiar medios de comunicación, calificándolos de corruptos al servicio del poder.

En torno a la lengua española nos hemos unido. Y esta ha recibido el aporte de giros y palabras de origen quichua. Aporte que le ha dado una calidez y una familiaridad especiales a nuestra habla y que, al hacerlo, nos ha unido más.

A la síntesis cultural, debemos agregar la síntesis genética que hace de los ecuatorianos un pueblo mestizo. Según el genetista ecuatoriano Fabricio González, los ecuatorianos modernos tie-

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nen un origen trihíbrido. Realidad genética que, para el científico, ayuda a “reivindicar una cultura local diversa; el ecuatoriano actual es mestizo, mezclado, y desde el punto de vista social y cultural somos mestizos, y tenemos que generar un ecuatoriano moderno, mestizo, que sea tolerante y respetuoso a todos” (El Comercio, 24 de septiembre de 2017).

Este mestizaje va acentuándose aún más, en la medida en que la movilidad de las poblaciones, y de nuestra propia población, se hace cada vez más intensa. La defensa de la particularidad es un rechazo a la integración, de la que la renovación es un efecto. El encerrarse en la particularidad es negarse a cambiar, a renovarse. Y el encierro nos vuelve incapaces de enfrentar los retos que la cambiante realidad nos impone. Hay que cambiar para procesar el cambio.

No hay un plan para eso. Más allá de toda planificación y de los intentos por separarnos en categorías excluyentes, seguimos integrándonos. Nos vamos integrando, incluso, a pesar nuestro. Y cuando, después de tantos encuentros y desencuentros, volvemos a vernos en el espejo, ya no somos los mismos: los “propios” o los puros o los advenedizos que algunos quieren que seamos. Somos lo que vamos siendo, lo que dejando de ser somos.

*** Uno de los conceptos que los intelectuales ecuatorianos han utilizado para defender la fragmentación identitaria del país es el concepto de alteridad, cuyo eje es la idea de que la existencia del uno implica, necesariamente, la existencia del otro. Esta relación, sacada del ámbito individual, ha llevado a la afirma-

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ción de categorías poblacionales opuestas, de identidades en conflicto permanente.

En efecto, este modo de concebir la alteridad, que confunde, repetimos, la comunidad cultural con la sociedad de ciudadanos (El valor de elegir, Savater, 2003), alienta posiciones políticas que tienden al separatismo y a la ruptura de la unidad social.

Los ciudadanos son individuos y no colectivos. Por lo tanto, son los únicos que pueden ejercer derechos: no las culturas y menos la naturaleza. El haber reconocido, en la Constitución ecuatoriana de 2008, a la naturaleza como titular de derechos, más que un avance en el ámbito de los derechos humanos –si pueden seguir llamándose de esta manera– revela la vía por donde los derechos humanos avanzan a convertirse en un marco de acción ineficaz, anulado por la multiplicación inacabable de derechos y la proliferación, hasta el absurdo, de demandas de realización especiales y excluyentes. La declaración del Estado ecuatoriano como un Estado plurinacional y multicultural va en la misma vía. El intento de golpe de Estado de octubre de 2019 muestra el potencial altamente conflictivo de la letra de la Constitución.

Han afirmado, los intelectuales de la identidad, que el mayor problema político (y también social) del país es el desconocimiento del otro. La sociedad blanco-mestiza, sostienen, no reconoce a los otros: a los indígenas. O, dicho de otro modo, una categoría de personas no reconoce a otra en su especificidad y diferencia. Esta afirmación –y, al parecer, quienes la sostienen

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no lo han advertido– no hace más que replicar las clasificaciones coloniales. Las mismas que los hacendados ecuatorianos establecieron para justificar las relaciones de explotación que mantenían con los huasipungueros.

Los trabajadores indígenas, para ellos, no tenían la condición de individuos y los explotaban, aduciendo como razón para hacerlo, su pertenencia a una categoría étnica, su identidad colectiva. “Huasipungo” (1934), de Jorge Icaza, la novela mayor de la narrativa indigenista de Ecuador, y una de las más representativas de esta corriente en Latinoamérica, fue criticada por presentar a sus personajes como tipos o clases de personas, y no como individuos con conflictos vitales propios e intransferibles.

El concepto de alteridad aplicado al ámbito social y político tiene como trasfondo el rechazo a los principios de universalidad de la Ilustración. Chantal Mouffe (El retorno de lo político, 1999), una intelectual belga, es el ícono de los propagandistas ecuatorianos de la primacía de la identidad sobre los derechos ciudadanos. Afirma, esta autora, que el proyecto epistemológico de la Ilustración: el universalismo, ha fracasado, pues no hay ninguna naturaleza humana indiferenciada, sino sujetos múltiples y contradictorios, miembros de comunidades diversas. Siendo así, lo político debe entenderse en referencia a la construcción de identidades. Y los derechos, “derechos democráticos”, según la autora, expresarían no la igualdad sino la diferencia. La conclusión lógica de este razonamiento es la negación de la ciudadanía universal, uno de los pilares del republicanismo. Negación que, en Europa, ha favorecido las intenciones contrarias a la integración de los fundamentalistas religiosos, que pretenden llevar la sharía al

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espacio público, en franca oposición al laicismo de las instituciones de la Unión Europea.

El discurso de los otros, más que para cimentar la igualdad esencial de los seres humanos con base en la integración, ha servido para fortalecer los privilegios de la diferencia. Los griegos llamaban bárbaros a todos quienes no eran griegos. Y muchos grupos étnicos consideraban a las personas extrañas a su comunidad como no humanos. Hasta el punto de que el nombre que los identificaba como grupo tenía, y mantiene, el significado de “hombres”. El término waorani, por ejemplo, derivación de la palabra wao: persona, que identifica a uno de los pueblos de la Amazonía ecuatoriana, significa hombres o humanos. Los quichuas de la Amazonía, en cambio, los denominaban aucas, es decir, salvajes. Cada grupo étnico, históricamente, ha tendido a considerar al otro como no humano y a concentrar, de manera excluyente, a la humanidad en sí mismo.

Aristóteles (Política, traducción 1999) justificaba la esclavitud en virtud de la diferencia generada por el origen de los hombres. Unos habían nacido para ser amos, y otros para ser esclavos. Los dirigentes de la CONAIE, basados también en un criterio de origen, reclaman el control político sobre “sus” territorios y la propiedad de los recursos naturales que en ellos se encuentran. De ahí su defensa de la pluralidad y la multiplicidad, que, formuladas en términos étnicos, significan plurinacionalidad y multiculturalidad.

Apoyados en estos conceptos, los dirigentes pretenden que las diferencias entre ecuatorianos son tan grandes que es imposible hablar de valores y costumbres compartidos, de un tronco

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cultural común; aunque la casi totalidad de ellos hablen español, y tengan costumbres gastronómicas semejantes y celebren las mismas fiestas. La realidad, sin embargo, dice que este tronco existe. Y que la solución de los problemas que nos afectan como ecuatorianos solo puede darse a través del fortalecimiento de lo que nos es común. El discurso plurinacional y multicultural, en cambio, opone la separación a la integración, y aspira a crear espacios de convergencia limitados, es decir, excluyentes, que –debido a la dinámica de la exclusión– son potencialmente más conflictivos y disruptivos.

Solo en virtud de la integración es posible la tolerancia, es decir, el “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. En la separación hay, en el mejor de los casos, un equilibrio de fuerzas en disputa permanente por alcanzar el dominio de unas sobre otras. Algo que emociona hasta las lágrimas a los intelectuales gramscianos, pero que mantiene en vilo la democracia y la paz social del país.

Fernando López Milán (Riobamba, 1964), sociólogo, es docente de la Facultad de Comunicación Social (FACSO), de la Universidad Central del Ecuador. Ha publicado siete libros de poesía, así como la edición bilingüe, francés-español, del libro de Paul Eluard Los animales y sus hombres. Los hombres y sus animales. Preparó, para la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, la edición –con un estudio introductorio de su autoría- de la obra poética reunida del autor riobambeño Miguel Ángel León. Ha publicado varios ensayos sobre política y literatura y ejerce el periodismo de opinión en los periódicos digitales Plan V y La República. Su última publicación fue el ensayo “La buena política” publicado por la Facultad de Comunicación Social.

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