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La migración venezolana en el fútbol
Jugando desde el fondo - Artículos cortos de periodismo deportivo
La migración venezolana en el fútbol
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Jueves 15 de agosto de 2019 Bendito Fútbol
En 2003, Manuel Sanhouse era contratado como refuerzo de Espoli para el campeonato nacional de fútbol. Era el segundo arquero de la selección venezolana por detrás de Rafael Dudamel. Espoli adquirió una suerte de gusto por reforzarse con extranjeros de países poco usuales para nuestro medio, incluso en 2005 trajo desde México a Gustavo Nápoles, que había jugado antes para Chivas y América, y que lo recordaban en su país por aquellos simpáticos festejos simulando ser un gusano.
Y es que un refuerzo venezolano era infrecuente en Ecuador, cualquiera que pisaba nuestro fútbol profesional, al menos debía haber defendido a la selección “vino tinto”, como lo hicieron los cracks Gabriel Miranda (2006) o José Manuel Rey (1999 y 2003/2004), quienes ficharon en su momento para Emelec. Sanhouse volvió en el 2017 como preparador de arqueros en el cuerpo técnico de Santiago Escobar, el estratega colombiano que fue contratado por Universidad Católica. Vino junto a su esposa e hijos, luego ha traído a su madre y se encuentra alistando todo para también traer a su suegra. Su futuro profesional, por ahora, está lejos de su natal Venezuela.
Pero no es el único futbolista de ese país petrolero que busca un futuro en Ecuador (o donde sea). Juan Alvarenga llegó al país para encontrarse con la madre de su hijo, quien había emprendido un negocio en Quito. Ella y el pequeño se han embarcado hacia Chile, pero Alvarenga se quedó jugando
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fútbol amateur. Junto a su compatriota Luis Rivas, son las figuras del Deportivo Quito y eventualmente redondean sus ingresos en campeonatos barriales. Pero el fútbol, uno de sus mayores talentos, no siempre dio para subsistir.
Como muchos otros venezolanos talentosos en este deporte, empezó a “trabajar” haciendo apuestas en La Carolina. Una vez, jugándose entre uno y dos dólares por encuentro, llegó a disputar diecisiete partidos en un mismo día; esa noche, mientras su fatigado cuerpo apenas respondía a los impulsos, recibió la llamada de otro migrante, un amigo colombiano quien lo invitó a trabajar en un negocio de venta de empanadas, que es lo que lo sustenta por ahora.
La historia de la humanidad es la historia de las migraciones y la historia del deporte también lo es. Así como llegó el fútbol británico a los puertos de América Latina, también en los últimos años han viajado los deportes del Caribe a los Andes ecuatorianos. Como Alvarenga, otro grupo de venezolanos, colombianos y haitianos llegaron al Parque Bicentenario para permitirse dibujar con cal una cancha en forma de diamante y formar la Liga de Softbol de Pichincha, el deporte nacional venezolano. Los entrenadores profesionales dirigen a sus “parroquianos” en las destrezas de la “Bola Suave”, mientras que a los ecuatorianos los aleccionan en bailoterapia. Los domingos se juntan entre quienes por ahora conforman su familia, para bailarle a la tristeza, meterle goles a la pobreza y enseñarnos a batear la xenofobia.