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Sumario
marzo 2021
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Editorial
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Expreso móvil
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Doble sentido
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Perdigones
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Extramuros
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Publicación de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador Dr. Fernando Sempértegui RECTOR Dimitri Madrid Muñoz DECANO COMITÉ EDITORIAL María Eugenia Garcés, Subdecana y Presidenta del Comité Editorial Fabián Guerrero Obando Coordinador del Comité Editorial y Director de La revista Miembros: Juan Pablo Castro Manuel Espinosa Fabián Guerrero Fotografía portada: Juan Carlos Morales Mejía Del libro El poeta y la amada Diseño y diagramación Sonia Vega Burbano
Los criterios vertidos en los artículos son de estricta responsabilidad de sus autores. No reflejan necesariamente el pensamiento de La Revista.
Fabián Guerrero Obando
CALIGRAFÍAS DE LA FACSO. Una muestra literaria de los que pasaron por sus aulas.
3 Fabián Guerrero Obando
La idea es un tanto antigua: que quienes pasaron por las aulas de la FACSO vuelvan en forma de texto, de literatura. Supuesto el hecho de que la literatura, en su acepción general, es creación y, específicamente, creación artística; esto es, trabajo, rastro de la experiencia del hombre en el mundo. El eje temático, clave de este número, es una suerte de rastro de esa experiencia. Como abrir una ventana al mundo. Y que la ventana que se abre deje ver la casa, la huella del tiempo. La metáfora de la ventana, así, se esperaría que nos remita a la memoria, porque lo que se abre es el recuerdo. Que nos remita, también, al ejercicio del conocimiento o a la búsqueda del mundo; y, claro, si eso es así, debe llevarnos a la literatura: abrir un texto y que nos dirija al lenguaje.
Caligrafías de la FACSO nos remite, también, a aquello lejano que se avizora y se pierde en un vaivén. Y se asume en la paradoja del estar y no estar al mismo tiempo.
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Editorial
La posibilidad única de permanencia real en el texto literario. Es el caso de los escritores Juan Pablo Castro, Raúl Serrano Sánchez, Paúl Hermann, Javier Lara Santos y Juan Carlos Moya, cuyos textos son decisivos para comprender no solo el sentido de la literatura, sino el de la vida misma, de la nobleza de la vida, en el momento mismo en que todo tiende a vulgarizarse rápidamente.
Fabián Guerrero Obando
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Un poema de la memoria, entonces; un poema del poema, como todo poema; y, sobre todo, un poema filosófico en términos de conocimiento poético. Así los poemas que recogemos en esta entrega. Los de Rocío Soria, Juan Carlos Morales o Edison Navarro; los de Ana Minga, Xavier Oquendo o Cristian López; o los de Cecibel Ayala, Patricia Noriega, Carlos Vallejo o Walter Jimbo. El poema es la ventana, pero la poesía es la morada, el lugar que habitamos, desde donde nos asomamos al mundo. El poema como vida vivida. Como experiencia viviente. Así debe leerse CALIGRAFÍAS DE LA FACSO. Una muestra literaria de los que pasaron por sus aulas. Porque el ser humano no es sino lo que la educación hace de él. La Universidad debe ser, por principio, el sentido de la apertura. Un lugar en que encuentren acomodo las distintas regiones del saber y no solo las frases hechas con la que se nos vende el supuesto conocimiento. Los autores de los textos que conforman la presente entrega de La Revista son inconformistas con las palabras y por eso llegan a ser inconformistas con los hechos. Son formas de libertad. La literatura es un principio de libertad. Frente a lo ya sabido, como informaciones repetidas y vulgarizadas, por ejemplo, la literatura siempre nos da más y otra cosa. Sin miedo a desarrollar ideas frente a las incesantes amenazas de la novelería, la insensibilidad programada y el olvido reglamentado. Porque la literatura, cualquiera sea su modalidad, antes que un hecho estético, es un acontecimiento ético que involucra a los otros y a nosotros mismos en una responsabilidad compartida.
Editorial
Aquí están los textos literarios que conforman esta entrega. Ábranlo por cualquiera de sus páginas y déjense arrastrar como en un viaje que no siempre les deje a salvo, digamos, del temblor que equivaldría a saberse ante lo que se bifurca. Son todos suyos.
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El jardín de los amores caníbales (Fragmentos) Juan Pablo Castro Rodas ..........................................................................................
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Sonata para un iniciado Raúl Serrano Sánchez ................................................................................................. 17 Outsider Paúl Hermann ..................................................................................................................... 25 El vacío Javier Lara Santos ........................................................................................................... 31 Moya: un laboratorio de fascinantes personajes para el cine Juan Carlos Moya ............................................................................................................. 41
Juan Pablo Castro Rodas*
El jardín de los amores caníbales (Fragmentos)
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o harás de la memoria un refugio obsesivo.
En la memoria solo quedan los restos: la ceniza, las siluetas del fuego, apenas un hueso que se resiste a la cremación. Miro o creo mirar el cuerpo de mi hermana, inerte, vaciado de sus órganos. Ella expresó en vida su voluntad por la donación de todo lo que pudiese ser útil para otros seres humanos. Imagino el rostro de un niño quemado que recibió fragmentos de su piel; el paciente que ahora disfruta de su hígado o de sus riñones; la señora que ve el
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mundo a través de las corneas de mi hermana. Hermana, en estado de final silencio. Veo el trazo de su cuerpo, pero me resisto a recomponerla a ella, ahí, sobre la cama fría del hospital. Un aneurisma cerebral ha quebrado su vida en una madrugada. ¿Qué queda de la familia, de lo que fue, de su pasado, qué de nuestros años de infancia?: ¿te acuerdas, hermana, cuando te subiste a los tejados de la casa vecina? Tenías cuatro o cinco años: desde esa ocasión, cada vez que desaparecías nos preguntábamos dónde estarías, pero siempre, siempre estabas ahí mismo, sobre
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Juan Pablo Castro Rodas* El jardín de los amores caníbales (Fragmentos)
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los tejados; ¿qué te queda de nuestra vida recompuesta entre girones de luz y sombras, ahora que ya no eres entidad, sentido, signo?, ¿qué de ti puedo encontrar en mi madre? Las conexiones de la memoria son insólitas, y, sin embargo, luego de evocar esos momentos del pasado, resultan tan irremediablemente necesarias, que del estupor inicial pasamos a la certeza de lo que nunca perece. Mientras tocaba una de sus piernas, debajo del agua caliente, Ofelia me vio, con esa mirada que ella todavía desconocía: una mirada de amor, oculto, suspendido todavía en el temor. Creí que podría revivir el estado de la felicidad y sentí que traicionaba la memoria de mi hermana. Ella ya no podría nunca más emocionarse con el contacto de otra piel: las caricias ligeras que incendian el cuerpo, el contacto con los
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labios de ese otro que es deseo, ceremonia y porvenir. Así fue. En un segundo, luego de sentir los labios de Ofelia, camuflados los dos, desvaídos casi entre el vapor que nos ocultaba del mundo, pensé en la desolación del cuerpo de mi hermana, cremado, desprovisto de humanidad, carente del dolor, de las alegrías, disuelto en el enjambre de hojas de fuego que se han llevado lo poco que le quedada de ser humano. Nunca más la sensación de que todo puede hacerse cuando las primeras luces del día invaden la habitación; nunca más sus hijos pequeños jugando a su lado, saltando en la cama, o camino al colegio, o en el gimnasio o la playa, nunca más el amargo estado del desamor y la traición, del silencio vago del marido, los meses de tortura cuando sabes que tu matrimonio se deshace como ella misma envuelta en
En la memoria ya no puedo ver el cuerpo de mi hermana en la morgue, cubierto por una sábana, tampoco las instalaciones del hospital de Siena, la funeraria, los girasoles que mi hermano dispuso para que la acompañaran. En ese segundo,
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Juan Pablo Castro Rodas*
a miles de kilómetros de distancia, mi madre y yo pensábamos en mi hermano menor, apresurado por cumplir con los trámites frenéticos que requiere la muerte, el pasaporte final para dejar este mundo: los papeles, las personas que los sellan, los papeles. Pensaba en Adriana cuando me contó sobre la muerte de su madre, no recuerdo si fue lo primero que quiso que supiera de su vida, pero creo reconocer su mirada oblicua sentenciando cada expresión de mi rostro. El llanto y los rasgos genéticos. Mira, pero no a mí, con esa mirada que se aleja del centro: cada ojo genera su propio campo de visión, un ojo hacia el centro y el otro desplazado hacia arriba. Y pienso en mi hermano menor, con su familia en Santiago de Chile, recibiendo la noticia, la información que yo le doy, como puente entre él y mi cuñado, en Italia. Debido a que se ha casado con una portuguesa mi hermano tiene pasaporte europeo y puede viajar sin las complicaciones que nosotros, mi madre y yo, debemos soportar. ¿Hay otro rasgo tan inhumano, tan burocrático y pueril, como el que precede al funcionario de una embajada que rechaza a la familia de-
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el manto del fuego, nunca más el Ecuador –el país que dejó quince años atrás para estudiar su doctorado en Biología en Florencia–, sus primas, sus tías, sus amigos, los enamorados de la juventud que, cada vez que nos visitaban, la alegraban con sus bobos coqueteos adolescentes, como si todos –ahora viviendo sus cuarentas– pudiesen regresar a los quince años, al colegio, a la festiva ingenuidad con que se mira la vida, el mundo, inconscientes todavía de que más adelante solo puede estar el dolor, la tragedia. Nunca más el crepitar del corazón que se acelera al mínimo contacto de la piel de otro, de ella, que es Ofelia. La noche sigue estática: cómo quisiera que este segundo dure para siempre, le dije, le quise decir, te hubiera dicho, a no ser porque, como ahora, me prometí que no le prometería nada si antes ella no me prometía todo.
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sesperada por acompañar a su hija, a su hermana, en los minutos últimos, cuando su cuerpo es todavía cuerpo, aunque sea vaciado de órganos? Entonces no pensaba, como ahora, en el cuerpo sin órganos, ese insoportable texto que tuvimos que leer en el doctorado: nos reímos, Miguel y yo y todos, imaginando los gaseosos cuerpos inertes, como globos de colores, que se alzan por los aires, inflados con helio: cuerpos sin órganos, como el de mi hermana –¿cosido, pegado?– antes de ingresar al crematorio. ¿Para qué el cuerpo?, tendría que preguntarle a Octavio. Él, probablemente, tendría alguna respuesta: una salida alimentada de poesía, cine gótico, cadáveres, suicidas, huérfanos, quizás saldría mal parado, pero al menos pensaría en las palabras, tratando desesperadamente de enmascarar las emociones en los sonidos convencionales de los adjetivos: Todas mis horas están hechas de jaspe negro. Añoro el futuro que ya no tendré con mi hermana. Las credenciales para morir en paz.
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El amor es caníbal. No desearás a la mujer del prójimo. No harás de la memoria una obsesión que te aniquile. Veo desfilar a todos mis muertos en una fiesta de máscaras, vestidos negros y brillantes, y oropel de copas, reverberaciones, pelucas y guantes, zapatos de plataforma, largas blusas con puños de araña; una sala enorme, vacía, pero estando vacía también está llena, como si los dos estados de la materia pudiesen compartir un mismo instante; al otro lado, a través de las ventanas despejadas, se ven prados verdes, cielos azules, estáticos, y una bandada de cigüeñas; no logro determinar la música, pero parecen cantos gregorianos, techno house, tango y fados, flamenco pop y salsa presidiaria. Esos cuerpos bailan, no son cadáveres purulentos ni hediondos, no hay gusanos emergiendo de las hendiduras de los ojos, ni vísceras expuestas, no abren los brazos y las manos tratando de agarrarse entre sí, no gimen como muertos temerosos, olvidados, no exponen sus pies morados ni ríen envueltos en capas satinadas de colores mejicanos, no sonríen mostrando hi-
Veo desfilar a todos mis muertos: a mis tíos, mis abuelos, los amigos de la infancia. Aquella niña de cabello negro, largo y negro, que cursaba el cuarto grado B, yo estaba en el A, esa niña que apenas recuerdo, que anhelo recordar: ¿lle-
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vabas vinchas, blusa blanca, zapatos negros de charol, cuando la muerte te tomó de adentro hacia afuera en forma de tumor, estabas sobre tu cama, reposabas con la biblia sobre el pecho, un peluche, un cachorro, cómo fueron tus últimos días?, ¿tosías, llorabas, estabas aniquilada o sumida en el desconcierto que propicia la morfina? Los amigos de la infancia y los amigos de la adolescencia. Todavía puedo traer a la memoria la sonrisa franca, abierta, como la de un caballo, de Pablo, uno de los tantos hijos del exilio chileno que emigraron al Ecuador entre los setenta y los ochenta; como nosotros, Pablo vestía de ninja y escapaba de su casa en la noche para jugar a convertirnos en los avezados delincuentes de la Iñaquito (robábamos tapacubos, señales de tránsito, acompañados de ron barato, marihuana y los Dire Straits) ¿Intuiste, Pablo, la amenaza horas antes de salir esa noche, diez años después de aquellos juegos adolescentes, dejaste de lado algún signo premonitorio que pudiese evitar que subieras a ese auto que manejaras hacia ese bar, que tomaras algunas copas? ¿Qué debe beber el
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leras de dientes amarrillos ni gritan ni bufan ni disparan al aire, tampoco se bañan desnudos, descarnados, o apelmazados en capas superficiales de células, ni se tocan, no hay olores a carne descompuesta, podrida, a desinfectantes, cloro, desodorantes ambientales. Nada que disimule esa pestilencia a la que llamamos muerte. No, nada de eso: son muertos bien educados, sentados en sillones de cuero blanco, vestidos para la ocasión con trajes simples del diario, pero correctamente lavados y planchados, casi parecen vivos a no ser por el silencio, o por el simple hecho de que una oreja o una nariz cae –sorpresivamente y ante el disimulo de los otros: apenas unas risitas, algún susurro o una tos seca–, dejando un agujero de roja sangre en el rostro, en los cientos de rostros, multiplicados ahora, como panes y peces.
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sujeto que morirá en unas horas? ¿Hay algún protocolo oculto en el que se consignen los procedimientos técnicos por considerar en tales circunstancias? ¿Cómo fue ese segundo cuando el manto de la noche fue desgarrado por un corte asimétrico de luz, lograste tener conciencia de la embestida violenta del otro auto, siquiera pudiste escuchar con el otro oído el estruendo milimétrico de tu cuello?
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Veo desfilar a los muertos que no murieron pero que se han ido, que es otra forma de morir. La amistad también es una forma de amor y, como tal, una forma de muerte también.
Hermana, nunca quise que nos adentremos en ese bosque, y menos aún esos días en los que una persistente lluvia medieval nos cubría, pero ya sabes, las cosas a veces operan a partir de elementos misteriosos, o por la gracia de esas pulsiones incontrolables que nos gobiernan con sadismo. No fue algo planificado, eso te dije hace años, como te ratifico ahora, ahora que solo veo tu estela de
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fuego consumiéndose en el crematorio. Nos tomamos de la mano, tú tan confiada en la aparente sabiduría de tu hermano mayor. Tendría entonces dieciséis años, tú catorce. Nunca debiste hacerlo, me dirías ahora mismo si pudiésemos dotar al espíritu de cuerpo y de voz. Nunca debiste tomarme de la mano, porque yo carecía de voluntad y de conciencia para evaluar lo que podría pasar, pero me dejé llevar por ti, y aunque llovía – mamá siempre nos había advertido sobre la enfermedad que acecha entre la lluvia, esa fuerza oscura que aniquila el cuerpo– continué tras de ti. Tú ibas callado, en un estado de mutismo apenas quebrado cuando me decías: vamos, vamos, como si notaras algún signo de debilidad manifiesto en mi mano, pero yo no sabía a dónde me llevabas, y solo al tiempo –me dolían los pies, me caía agua sobre la cara, sentía un dolor en la espalda– me detuve en seco y te dije: Bernando, ¿a dónde vamos?, ¿cuánto falta?, pero tú no respondiste, te bastó apretarme más la mano y jalarme para que me callara. No recuerdo que hubiera truenos o relámpagos o embates de viento, solo la lluvia
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Las cosas habían tomado el rumbo que debían, mi ex no se arrepentía por su decisión de abandonarme (no me quedé a mirar como armaba sus maletas, preferí esconderme esa noche en un cine). Si nuestra madre moría, hermana, desaparecía todo lo que me unía al Ecuador. Vendería lo que pudiese. Me refugiaría contigo. Tu marido habría para entonces asumido con valentía el divorcio. Se habrían dividido los bienes. Nos reencontraríamos como siempre debió ser. Tú fuiste mi primer amor, y a ese amor deberíamos regresar sin el temor a la condena social. No nos importaría nada. Solo nosotros hasta que tus hijos crezcan y se lancen al vuelo. Entonces, tomados de las manos, recorreríamos el mundo, hermana, ese mundo que soñamos desde el día que nos internamos para descubrir que nuestro destino estaba cifrado en la piel húmeda del bosque. Ese futuro me fue arrebatado. Llegué a creer que las conjeturas
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hasta el segundo en que el cerebro me estalló, mantuve la promesa.
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monocorde que descendía del cielo como un manto. Años después recordé aquella tarde, mientras me hallaba en la zona de Mindo recolectando mariposas para una clase de biología: también llovía y los insectos habían desaparecido, refugiados entre las hojas, mimetizados con la vegetación. Entonces, me miré en ese bosque tomada de tu mano, y vi que el bosque no era un escenario fantástico, no había duendes, brujas, conejos ni hadas madrinas, tampoco dragones o príncipes maravillosos. Todo en ese bosque eras tú, tú la lluvia que nos cubre, la tierra y las rocas, tú la fuerza que no logro descifrar, tú el dolor, y también ese segundo de desconcierto que anticipa el único relámpago, el camino que anduvimos, el refugio, la cueva donde dormimos. El lobo, la niña. Después, al día siguiente, fue como el resto de la vida que está por vivirse, como si esas horas atrapada en el bosque fuesen la prueba necesaria para descubrir que la vida, la vida que todavía tendría por delante, se anclaría en ese frágil estado de seguridad que otorga el secreto. Nunca le cuentes a mamá que vinimos acá, me advertiste, y yo,
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de nuestra madre no eran descabelladas como me parecieron la primera vez que las exponía. Mamá decía que él, tu marido, era responsable de tu dolor. Que no debía haberte llevado a la casa de tus suegros, dos días después de haber sido operada de un quiste de útero. Ella me dijo –me dijo mamá, una y otra vez, los días siguientes a tu muerte– que le habías expresado tu miedo a la operación, y que después de la operación, cuando te veías en franca mejoría, le habías dicho a mamá, con una seguridad aplastante: sabe, mamá, creo que me voy a morir, pero estoy tranquila. Era el miedo, creo yo, creía entonces, como no sé si creer ahora. ¿Miedo a qué le tienes?, te pregunté, y rematé: ¿a la muerte? No, respondiste, a que mis hijos se queden solos. Nunca te gustó hablar de la muerte, te producía pavor, por eso preferías cambiar de tema, mientras yo te decía: uhh, la muerte, la muerte te coge los pies. Cuando fuimos con mamá a Livorno para mirar donde yacían tus cenizas, tu marido, tu exmarido –¿el esposo viudo, el padre sufrido, el hombre golpeado por la vida?– me preguntó sobre
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mi idea de la muerte. Me asusta, le respondí. ¿Por qué ustedes, tú y tu hermana, le tienen, ella lo tuvo, miedo a la muerte? No sé, le dije, es un miedo atávico. Me parece un rasgo tercermundista, dijo. La vida entraña la muerte. Es un hecho natural. No hay que tenerle miedo. Estamos en una cafetería, solos, tomando expresos. Afuera, en una pequeña plaza, la vida estalla en las diversas formas de la alegría: los niños corren de un lado para otro, algunos jóvenes ríen y coquetean a las chicas que pasean; el humo de los cigarrillos, el tintineo que los hielos producen dentro de las copas, el aroma a pizza. Habíamos almorzado juntos –nuestra madre, tu exesposo, tus hijos–, y luego de terminar una botella de vino, ¿espontáneamente?, le habíamos pedido a tu esposo viudo que nos relatara la noche aciaga. Nos fuimos a dormir, empezó. A eso de las dos de la mañana, ella vino a mi habitación gritando (sabíamos que no dormían juntos hacía más de un año) y me dijo: ¡Me duele la cabeza, me duele, me estalla, no puedo más! Su cabeza cayó sobre mi pecho. Miré cómo su rostro se volvía como una hoja pálida. Abrió la
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ese abrazo, mientras tus hijos se habían recogido en su habitación, conscientes, sobre todo el mayor, de que algo pasaba entre los adultos, le perdonamos todo el sufrimiento que habías padecido los últimos meses ante sus evasivas por decidirse a solucionar las cosas, aun cuando esta solución supusiese el fin del matrimonio. Siempre fuiste, hermana, una enamorada del amor. Pero ahora, mientras tomamos los expresos, solos los dos, en medio de una multitud, tengo la necesidad de gritarle que es un imbécil, un cretino: solo a vos se te ocurre, hijo de puta, debí haberle dicho, decirme que nuestro miedo a la muerte es un signo tercermundista. Pasados los días, ya en Quito, empecé a coincidir con la versión de nuestra madre. Tu amante esposo, de alguna manera, había precipitado tu muerte. Los médicos dicen que la causa fue congénita, nos había dicho cuando habías muerto. ¿Congénita? ¡Qué diablos suponía eso! Era como la respuesta obvia que dicta el protocolo médico. No había rasgo de humanidad en ese diagnóstico, como si todo estuviese tenido que ser así. Mi hija estuvo estresadísima los últimos
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boca, torció la lengua y la volvió a cerrar con fuerza. Grité. Metí mis dedos en su boca –pobre y hermosa y monstruosa hermana, pienso, mientras imagino el horror de esos segundos¬– para que no se ahogara. Se despertó mi madre, sigue tu exesposo, y también la vio ahí: el cuerpo que se comprime, la vida que se te va, mi bella hermana. Llamamos a la ambulancia. ¿Sufrió?, preguntó mamá. Unos segundos, respondió, todo fue violento, veloz. Te veo, hermana, veo como tu cuerpo se marchita, como se consume en el fuego que estalla en tu cabeza. Veo ese segundo de miedo cuando descubres que estás muriendo: debieron ser uno o dos o tres segundos de conciencia: te estás muriendo. En el vuelo Ecuador-Italia habíamos recordado con nuestra madre sus primeros años del matrimonio. Fueron felices, coincidimos. Nunca, hermana, habías estado tan dichosa. Se veían bien juntos. Había un intenso amor que los cobijaba. Cuando tu marido nos contó sobre esos últimos minutos de vida, ese pasado luminoso nos llevó a que abrazáramos a tu marido, a ti te habría gustado, ¿cierto? En los segundos que duró
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meses, le dijo nuestra madre a tu esposo, minutos antes de ese abrazo del aparente perdón. Gracias por haber estado con mi hermana, contigo, le dije, mientras contenía todo el llanto que había guardado durante los últimos meses. Pero ahora, como entonces, tengo la absoluta certeza de que nunca podré perdonarle por no haberte cuidado, por no haber celebrado la vida como te merecías, hermana. Miro otra vez por la
ventana y veo a ese mismo sauce batiéndose entre las ondas del viento. Busco alguna pastilla que me calmen. Te busco, hermana, entre las ramas lánguidas del sauce que caen hasta la tierra, pero solo hallo el mismo ritmo pausado del mundo que sigue girando a pesar de que todo parece morir. Cierro los ojos y miro tu sonrisa. En ella me refugio. Todavía el eco de tu risa no se ha ido. De alguna manera siempre vivirás en mí.
* Juan Pablo Castro Rodas. (Escritor y profesor universitario. Doctor en literatura latinoamericana por la Universidad Andina “Simón Bolívar”. Es autor del poemario El camino del gris; las novelas Ortiz, La estética de la gordura, La noche japonesa, Las niñas del alba, Carnívoro, Los años perdidos (Premio de novela “Joaquín Gallegos Lara”, 2014), La curiosa muerte de maría del río (Premio de novela corta “Miguel Donoso Pareja”, 2015, premio de novela “Joaquín Gallegos Lara”, 2016), El jardín de los amores caníbales; los libros de cuentos Miss Frankenstein, Crueles cuentos para niños viejos (Premio nacional de cuento “José Félix Silva, 2015), el libro de teatro Los invitados, y del ensayo Las mujeres malas)
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l SE LLAMA O dice llamarse mister Karson. Paul Karson para quienes no lo conocen de cerca ni de lejos. Afirma, entre otras cosas, ser un hombre dichoso desde que una madrugada despertó en su tálamo de sábanas de seda y colchón circular tocado por una luz que trastrocó su vida y la de la enviada, Mata Hari, la espía de tantos enredos en una de las guerras mundiales. Durante los primeros meses –época de inauguración de sus dones– mister Karson estuvo al margen de ciertos placeres terrenales que hoy prefiere
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obviar ante toda queja; piensa que salió de esas abstinencias con pausa, conforme el sol descubría para sus ojos las maravillas que antes, ocupado por consolidar su fortuna (Karson es hombre de negocios exitosos), había postergado. El retorno se dio a través de la reencarnación palpable de Mata Hari. Fue un retorno triunfal, tan sorprendente que, cuando el sol de ese viernes se extinguió, mister Karson se dio cuenta de que el don que le había sido otorgado o revelado, a la vez, era una cuenta
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regresiva, por lo que debía manejarlo con suma cautela, sobre todo para evitar quedar preso del otro lado de la realidad, quizás el de las tinieblas del que retornar no sería nada fácil. Mister Karson está contento con el comportamiento de sus dones, claro que no todos los días se encuentra con Mata Haris en la calle o en esos cafés de la Plaza del Teatro en los que no hay otro tema de conversación que no sea la suerte del país en manos de un gobierno de desalmados. Pero él gusta de esos lugares porque ahí puede contactarse con mujeres que le permiten vincularse con lo que el día le oculta a pesar de mostrarle todo. Con dones como los que posee, mister Karson está seguro de hacer lo que le viene en gana. Es consciente de que al inicio tuvo que cometer algunos errores, sobre todo porque durante ese período no tenía otra arma para combatir el aburrimiento que la de observar la vida de los otros, que
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de pronto fue como asistir a un exterminio parsimonioso de los vestigios de lo que hasta hace poco era su país, este en el que nunca ha dejado de reconocerse como un forastero, razón por la que decidió mudar su nombre original por el de Paul Karson. Se queja de la ciudad en la que la gente estira la mano a cualquier paseante sin ponerse a la defensiva; tiempo en el que mister Karson no sabía si sonreír por no estar en la lista de esos condenados a los campos de muerte o fungir de vampiro al revés; vampiro que supo atacar mientras los demás se dormían o ahogaban los muertos de la soledad en algún burdel disfrazado de sala de masajes. De pronto, mister Karson se sabe un escogido del cielo, premiado cuando menos lo pensó, ni siquiera se siente merecedor de un espaldarazo como el que recibió
El período de prueba concluyó, lo hemos dicho, cuando mister Karson se encontró con la reencarnación de Mata Hari en uno de esos jardines inundados de niños ciegos y desnudos; piensa que la mujer cumplía una misión encomendada por quien le envió los dones para que viera, probara y consumiera lo que más de una vez postergó. No duda que los dones, si no lo transfiguraron por completo, lo han hecho en parte. Cree que es así porque antes de tenerlos fue dueño de un talante poco ejemplar, cargado de verrugas que se reproducían como lunares que
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en ningún lugar del mundo existió médico o fórmula alguna para eliminárselos. Sabía que podía superarlos con una intervención quirúrgica, pero se empeñaba en llevar la contra porque no tenía a mano razones para arrastrar una máscara cuando antes había heredado un rostro, por lo que decidió, como alternativa, incursionar en los negocios y levantar una fortuna que le permitiera adquirir todo, incluso una mujer, no necesariamente hermosa, pero sí saturada de miel y dispuesta a permanecer en la cama y hacer lo que él dispusiera todos los días del año. Plan que al chocar con la realidad le demostró que nunca llegaría a contar con la sonrisa limpia y fresca como la lluvia de una mujer como las de quienes (mister Karson los envidia) no se las merecen. Consiguió superarlo siendo indiferente, pero no dio resultado; tenía que ir cada vez más allá, incluso pisoteando lo que en su momento tuvo un aura sagrada; nos referimos a los amigos que en la guerra de los negocios, no cuentan, sobre todo cuando ellos poseen los rostros perfectos y las mujeres que ni Marlon Brando pudo pedir para él, mientras que
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cuando estuvo a punto de abandonar la ciudad para dedicarse a recorrer el mundo. Mister Karson no sabe explicarse cómo es que una madrugada despertó en medio de su cama inundado de sudores y emanando esa luz tan fuerte, tan intensa, que lo primero que se le cruzó por la cabeza fue que era un ángel que se le anunciaba. Pero sucede que ese despertar cayó en plena madrugada, entre sombras, cuando la ciudad dormía y desde algún lado le venían los insultos de unos beodos que le pisoteaban el sueño.
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mister Karson tenía que llenarse la cabeza con ideas, planes, proyectos para engordar una fortuna que puso a buen recaudo cuando su olfato felino le sugirió que la economía del país tocaba fondo. Dijimos que mister Karson era hombre de negocios, que supo armar y amarrar acuerdos sin necesidad de cometer las tropelías que dejaron muy mal parado a sus colegas (culpables de que sobrevivan los Raskólnikov y sus hachas por montones), sobre todo a los incautos. Desde luego que mister Karson hizo lo posible por no mancharse más de lo indeseable, al fin de cuentas (Karson lo sabe) en la guerra como en el amor las cosas son parecidas. Cree que el cielo se acordó de él y le envió esos dones que le han permitido, entre otras cosas, disfrutar de licencias y privilegios con los que todo mortal sueña. Mister conoce de algunos –la lista es enorme– que invierten y han invertido sumas descomunales con tal de conseguir lo que a él le vino sin haberlo pedido. No es que se autoconsuele pensando que se trata de una bendición o un milagro, sí cree que es un regalo por sus ac-
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ciones buenas (ha contribuido con varias organizaciones de beneficencia y un tradicional equipo de fútbol de la ciudad, lo que ha posibilitado que su fotografía aparezca en varios periódicos y revistas especializadas). Karson sabe, también, que nadie podrá acusarlo de no haber compartido con el prójimo lo que el destino, la suerte y el sentido común le han permitido poseer, nadie; quizás el cielo, o quien esté allá arriba han sabido valorar a plenitud esas acciones por las que recibir los dones que recibió fue justo. Mister Karson recuerda que hasta Jesús supo aquilatar la destreza de los mercaderes cuando habla en la parábola del patrón que encarga (¿o presta?) unas cuantas monedas a varios hombres. Karson piensa que es posible que todo obedezca a un error, que el cielo se haya equivocado; claro no faltarán quienes supongan –se consuela– y determinen que lo que posee o experimenta es uno de esos males de los tiempos que corren, que según Nostradamus pronto serán ruinas. Es probable que así sea. Al comienzo mister Karson no lo des-
En cierto momento pensó que se trataba de una maldición y no de un don. Supo que era un don cuando pasó el tiempo de adaptación y asimilación de su nuevo estado en el que suponer que era víctima de una enfermedad incurable quedó descartado cuando se enteró que el día era la pecera en
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Dijimos que lo más lamentable es que, con sus dones, mister Karson no puede conseguir hacerse de un horario para reposar: ahí no tiene tregua, durante la noche debe contemplar, desde lejos, el sueño de los mortales que en la ciudad son un ejército de derrotados, gentes que no lograron superar los barrotes de una memoria que los azota y condena. En el día los espejos le dan a Karson el rostro que quiere, así lo han contemplado las mujeres (todas con el nombre de Mata Hari) con las que
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la que podía nadar con libertad, haciendo uso de todos sus dones que entre otras opciones le daban la de adquirir el rostro de la mujer que siempre había deseado, por eso no podía dejar de reconocer que ese primer encuentro con Mata Hari le sirvió para romper los hilos y cadenas de un pasado al que rendirle tributo como santo no servía de nada; además poseía una fortuna lo suficientemente sólida (la tiene a buen recaudo fuera del país) como para no quejarse de la vida, aunque a veces no ha dejado de perturbarle el hecho de que en otros lados todo se acercaba al abismo.
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cartó, hasta llegó a suponer – antes del encuentro con Mata Hari– que todo era un mal sueño, una prolongación de esas pesadillas que lo asaltaron cuando corrió el rumor de que una crisis brutal amenazaba con reeditar el fantasma de la gran depresión norteamericana que a muchos convirtió en dementes, pero gracias a las maniobras de rigor (Karson sabe que no puede hacer negocios al margen de la política) salió del pozo antes que otros; de ese túnel en que volvió a verse desnudo, demasiado íngrimo cuando el rato menos pensado descubrió que por las noches su piel, todo el cuerpo, despedía esa fosforescencia que desde entonces le impide circular por las calles o al menos cerrar los ojos por unos minutos como lo hace cualquier mortal.
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ha logrado entenderse con cierto éxito. Nunca sospechó que las horas de un día productivo pudieran servir para algo, incluso para explorar las manías y recovecos del deseo que durante mucho tiempo fue un recuerdo que ahora no para de invadirlo, de colmarlo sin llegar jamás al hastío. Poseer dones –sostiene mister Karson– como los que le han sido regalados, me han permitido pensar en determinadas desventajas, una de esas carecer de la torpeza innata de los mortales para abordar a una hembra. Karson fuma Kent para sentirse dentro del mundo, lamenta que otros no intenten reinventar algo que huela, que les haga palpar que corre sangre por sus venas, que el viento es una música que puede rasgarles la piel, o que esa mujer que persiguen el rato menos pensado les recordará que son un caso perdido. Desventajas que los dones (Karson lo ve con soberbia) anulan de un plumazo, porque cualquier mujer al verse en esos ojos firma su sentencia, pues una vez que descubren la fosforescencia superando la oscuridad, se sienten bañadas de sudores, delirios que no las perturban hasta no lle-
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gar a la entrega de su alma que Karson debe recoger sin saber quién ni cómo lo conducen hacia ese oasis sin fin; después de haber compartido la cama, las pobres (lo dice sin falsas lamentaciones) ya no son las que recogió en el parque o las calles por las que suele caminar preguntándose dónde fue a parar lo que la vida, en su momento, le arrebató. ¿Dónde? No son ni pueden serlo por una simple razón. El poder de los dones de mister Karson es tal que ellas no consiguen olvidar ni tienen cómo defenderse de su influencia, de esa sensación de que todo está por comenzar. A veces piensa que las noches del hombre que buscaba sin contemplaciones acumular una fortuna tenían su encanto, al menos Karson podía asomarse a la ventana con un ron entre manos a contemplar la luna sobre los collados, mirar galopar la lluvia sobre los tejados, salir a vagar por esos bares en los que se encontraba con viejos aprendices de guerrilleros que hablaban de la revolución como una religión partida, actores que discutían con boxeadores caídos de todas las
Karson extraña a ese hombre, al que ahora disfruta de unos dones que le han permitido transferir su memoria. Ni siquiera le afecta lo que sucederá mañana en las ca-
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lles, amén de que pueda resucitar a cuanta Mata Hari se le cruce por sus sueños, siempre y cuando no sea por la noche, porque simplemente en la penumbra es un cuerpo que flota, que no puede abandonar su celda, este cuarto gélido entrampado en una opulencia excesiva, saturado de fosforescencias que Karson debe tener el cuidado de que otros ojos no descubran (podría ser su ruina), especialmente porque no cuenta con los argumentos para explicar semejantes diferencias –trata de justificarse–, lo que provocará que lo miren (el poder, la concentración de luz en su cuerpo crece, cada vez es más luminoso, divino) como a una de esas criaturas de otros mundos que el gobierno y la iglesia (están buscando con urgencia nuevos milagros) querrían preservar para lavar los pecados de tanto impío, que nunca faltan a la misa de domingo. Karson no piensa en los que han buscado – sin tregua– poseer tantas maravillas, mientras que lo único que él anheló en esta vida fue derrochar una fortuna con la mujer que pudiera sorprenderlo (mejor si fuera Mata Hari) diciendo esas palabras por las que hoy mister Karson (co-
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lonas, de pronto enrolarse con una extranjera que lo veía como un semental que buscaba sus tarjetas de crédito. Extraño a ese hombre y su nocturnidad –dice mister Karson nostálgico–, sobre todo porque podía pasar como otro más de los que no saben qué hacer con su desdicha, la búsqueda de razones que de pronto ni el ron ni los cuerpos llenaron, más bien lo agotaban hasta dejarlo a solas con su imagen, las ganas de contar que era un hombre de negocios al que todo empezaba a olerle mal porque no solo en Dinamarca la cosa estaba podrida, todo este paisito estaba descompuesto, y Karson sabía que lo que se venía era como para pegarse un tiro; pero tenía que ponerse a salvo antes de hora, al menos buscaría cómo escapar de este infierno, mudar de rostro, tener la compañía deseada que desde luego no era una Mata Hari exacta, pero sí alguien que se le parecía.
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nocido en ciertos ámbitos de la burocracia como Juan José Sangurima) es capaz de convertirse en un improbable asesino con tal de oírlas pronunciar sutilmente, sin apuro, despilfarrando esa coquetería de Marilyn Monroe en esas películas que siempre lo hechizaron, en medio de ese sol que
hacía mucho no había sentido caer a lo largo y ancho de todo su cuerpo. (Quito/mayo/1999-agosto/2004) (De Catálogo de ilusiones, Buenos Aires, Final Abierto, 2010)
* Raúl Serrano Sánchez. (Arenillas, El Oro, 1962). Estudió comunicación social en la Universidad Central del Ecuador; Literatura Hispanoamericana en el Programa de Maestría de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Forma parte del Consejo Asesor de las revistas Anales de la Universidad Central y del Comité Editorial de Pie de página de la UA y PixeLetras, de la ESPOL. Es Editor de Kipus: revista andina de letras y estudios culturales. Ha publicado varios libros de cuentos, una novela, algunos ensayos de crítica literaria y diversas antologías temáticas. Actualmente forma parte del Área de Letras y Estudios Culturales de la UASB.
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o único que quería hacer después del partido era volver a la caleta, sacarme las medias y meter el pie en una lavacara de agua caliente, con harta sal. “Si en lugar de hacerle el túnel al backcentro del Gremio probaba puntería al arco, no me clavaban tan salvaje guadañazo”, iba lamentándome. Pero, para qué también, cuando la pisé y giré y me colé entre dos volantes y salté con el balón y el stoper –que se había barrido con los pupos en alto- pasó de largo, los pocos panas que habían ido a vernos al estadio de la Ferroviaria empezaron “ole, ole, ole”, y me acaramelé.
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Pero cuando llegué, casi sin poder asentar el talón, encontré a mamá llorando en la cocina. Por un momento pensé que era a causa de las cebollas que rebanaba sobre la carne que guardamos para los domingos, pero no bien le pregunté cómo estaba, supe que hecho mierda; ¡no veía que mi taita se había vuelto a escapar con el pretexto de ir a comprar una CocaCola! “¡Mucha pena pero yo no salgo a buscarlo!”, iba a decirle, pero me dolió verla sin ánimo de quitarse el único vestido decente que guar-
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daba para misa de domingo. Y es que cada vez que al viejo le daba por chupar, regresaba a los tres días, como salido de una mina de carbón, tembloroso y endeudado, pues no dudaba en gastarse de contado lo que a cuotas le daban los clientes de la fábrica para la que vendía desinfectante para escusados. Qué chucha que mi vieja tuviera que ir a la tienda a fiar algo para la olla, que no pudiera dormir pensando de dónde sacar plata para los pasajes de mis ñaños. Así que, adolorido y todo, salí diciéndole que se tranquilizara, que por ahí ha de estar, que volvía en seguida, pues tenía la esperanza de encontrarlo en el campito de indor en el que de pelado me creía Maradona en el Azteca, mandándose media de trago a pico de botella mientras veía a los panas del barrio jugar contra los roscas pataeplayos que los fines de semana salen de sus cuartos pulguientos, apestosos a
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pecueca, a intentar ganarse las cervezas… “¿Vamos una jaba o jugamos por deporte?”, preguntan haciéndose los dignos antes de sacar de media cancha. “¡Vamos la jaba!”, responde alguien de su mismo equipo antes de que algún chiro se ahueve y les proponga que por sudar un chance nomás. Al verme llegar, el Topo Carrión pensó que quería jugar y le pidió a alguien que me cediera su lugar en la cancha. “¡Oigan, no; con ese man se cargan!”, protestaron los del equipo contrario mientras su arquero corría a buscar la bola tras la valla. ¡Y para qué también!, por un momento olvidé que el entrenador de la Liga me había dejado afuera de la juvenil por falta de talla y me sentí como cuando regresaba al barrio vacilando la sudadera del equipo. Así
Pero como también era posible que estuviera en un chongo de la 24 o en una cantina de la Marin o de San Blas o de la Plaza del Teatro, y yo estaba rechiro y superadolorido, decidí regresar nomás a la casa. A media cuesta vi un grupo de mujeres no tan jóvenes que bajaban a jugar fulbito, uniformadas con pantalones azules y casacas y calcetines amarillos, y me dieron
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ganas de decir ¡qué mierda!, esas pobres, si sus maridos las llevaran a comer al peor de los salones no protestarían al encontrar cucarachas en la sopa; si las sacaran a pasear, aunque sea a La Alameda, no dudarían en ser ellas las que remen los botes esos a los que hay que sacarles el agua con un balde, pero, en cambio, ha terminado por adoptar hasta los gustos de sus maridos convencidas de que así es la vida de los pobres. Aunque pensándolo bien, consideré que la verdadera pobrecita era mi vieja; todo es guisar ella, planchar ella, zurcir ella, desear ella la vida de las novelas que mira en la tele que en entre todos los de la casa sacamos a crédito para ver los goles del domingo.
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Casi llegaba cuando me topé con el Camioncito Correa. -¿Qué fue, Capi? –me saludó mientras abría la puerta de su casa- Tu viejo te andaba buscando. -¿Mi viejo…? -Sí loco, está abajo, en El Fuera de Juego, mandándose bielas con los cuchos del pasaje.
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que me agrandé y les dije que no se preocuparan, que sólo había bajado a buscar a mi viejo. “¿Lo han visto…?”, pregunté. “Por aquí no ha venido”, me contestó el Topo mientras corría a rechazar de cabeza una bola aérea. “Qué mierda!”, suspiré del despecho y me pregunté si no sería conveniente ir a buscarlo a las cantinas de Chimbacalle, el barrio del que salió cuando se casó con mamá, pero al que siempre regresa cuando la vida le gana una partida. Ahí, con tal de que pague los tragos, los canallas en que se han convertido sus amigos de juventud siempre están dispuestos a escucharlo hablar de cuando era futbolista.
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-¡Ah, bacán!, me voy para allá entonces –me despedí con la mano. El Fuera de Juego es un salón de focos amarillentos, mesa de vinil y sillas de cuero sintético que un vecino pastuso ha montado en el primer piso de una casa en eterna construcción, para que la gente del barrio tenga donde ir a chupar y a jugar futbolín y billar al volver del trabajo. Encontré al viejo bebiendo cerveza con dos vecinos a los que apenas conocía. Tenía los ojos rojos, el cabello desordenado y la camisa desabotonada hasta medio estómago. -Hola, papá.
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-¡Ve! ¡Este es mijo! –alargó el brazo como para abrazarme- Estaba jugando en la juvenil de la Liga pero el hijueputa del Armijos los sacó dizque por falta de porte. Pero qué importa mijo –continuó tomándome de la cintura-, en las barriales les haces un toque a todos esos malos. “Siempre que estás borracho dices lo mismo, pero bien que en el fondo consideras que soy un maricón al que le faltaron huevos y no
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talla para ascender a primera y sacarte de la pobreza”, estuve a punto de soltarle de una puta vez, pero uno de los tipos de la mesa me interrumpió para preguntarme que de qué jugaba. -De volante –le contesté de mala gana y le dije a mi viejo que ya, que era arde y que mi mamá nos estaba esperando para almorzar. Y mi viejo: “No mijo, no jodas, todavía es temprano, tómate una cervecita mejor”. Y yo: “No, papá, mi mamá está cabreada, vamos a la casa”. Y mi viejo: “Luchito, traígase unas tres cebadas”. Y yo: “Papá por favor”. Y mi viejo: “No me jodas el único día libre que tengo a la semana,y tómate tu biela, salud”. Y yo: “Salud…” Pero en el fondo, pensando: se acaban las bielas y nos vamos; ojalá chupando se me pase el dolor del tobillo. Pero hablando de los goles que la Liga le clavó al Emelec en la final del 98 se acabaron las bielas y mi viejo pidió tres más, y los manes que estaban con nosotros, para no quedar mal: “Una jaba mejor traígase, Luchito”. Y yo, diciéndole con la mirada: ¡qué verga!, para chupar si tienes, pero cada vez
Entonces, los manes de la mesa me pidieron que me fresqueara y me sentara y que, en todo caso, si estaba preocupado, fuera a la tienda a llamarle a mi vieja. Pero mi viejo me dijo que si hacía eso lo cagaba. ¿No veía que era capaz de salir a buscarnos? Y, “siéntate hijo”, me pidió en tono de súplica, y a mi como que me dio pena y lo obedecí, pues, a fin de cuentas, el único momento en que mi viejo era feliz, era cuando hablaba de fútbol. Y es que de joven, mi viejo jugó un par de temporadas en el Quito; Pito Freire lo llamaban, porque cuando algún delantero lograba burlarlo, imitaba el silbido del árbitro y detenía la jugada. Había sido rebueno mi viejo, pero como todo futbolista salido de potrero, no podía creer que le estuvieran pagando por divertirse, por hacer algo que él habría hecho incluso
Así que en lugar de bielas, que siempre lo tienen a uno mea y mea, sugerí que nos mandáramos un frasco de ron con cola. “Simón, de una, qué nos vamos a estar engañando”, contestó mi viejo encantado, y empezamos a darle duro y parejo mientras recordábamos, cada vez más entusiasmados, los partidos que había jugado la Selección en el mundial JapónCorea. Y cuando mi viejo se puso de pie para recordarnos cómo la había chuteado Edison Méndez cuando le clavó el gol a Croacia en el estadio de Saporo, el balón de los manes que estaban jugando voli en la calle le llegó a los pies. Fue entonces que empezamos a retirar las mesas, hicimos arcos con sillas y, hecho mierda de borrachos, nos pusimos a meterle goles a la vida por más arqueraza que esta sea…
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gratis, y en lugar de invertir, se chupó la plata, lo que a la larga también lo dejó afuera de las canchas. Así había sido mi viejo, un outsider en la cancha y en la vida…
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que mi vieja te pide una crema o un tinte para el pelo, le preguntas que si cagas plata. Así que me puse de pie, lo tomé del brazo y le dije que ya estaba bien, que mamá debía estar desesperada.
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* Paúl Hermann. Licenciado en Comunicación Social y Magister en Literatura Hispanoamericana. Se ha desempeñado como editor de las revistas La Casa y Casa Palabras. Coordinó la sección Cultura de diario El Telégrafo. Ha colaborado con publicaciones como CartónPiedra. Gkillcity, Labarraespaciadora, Ha ejercido las cátedras de preceptiva literaria y de redacción periodística en la Escuela Politécnica del Ejército y en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. Ha publicado los libros de cuentos: Puntos de Fuga (2001) y Cazador de Brujas (2008); la novela: El Danubio Azul (2012), y el libro de entrevistas: Patente de Corso (2012). Cuentos de su autoría forman parte de diversas antologías. Ha participado en las ferias de libro de Ceará, Brasil (2009); Caracas (2010), Quito (2013 y 2020) Actualmente coordina la Carrera de Comunicación Digital en el Instituto Superior Tecnológico para el Desarrollo, Ispade, y coedita la revista Caracteres.
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En el fondo usted no está enferma, no. Usted morirá de agotamiento, morirá de haber mirado demasiado el mundo, de haber tomado demasiado whisky, vino tinto, vino blanco, todo tipo de licores. Muerta de haber fumado demasiado, muerta de haber amado demasiados amantes, todo tipo de amantes, muerta de demasiadas iras en contra de las injusticias del mundo.
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a mujer miraba a las olas con los ojos húmedos, bien abiertos; ojos que querían gritar, vencer, alguna vez, por una sola vez, vencer, para que ese mar impío -como todo lo natural- no se lleve el pequeño muro que, incipientemente y con los pocos recursos que tenía, había construido en los linderos de su casa. Ese muro era lo único que podría proteger a esos sembríos de arroz del embiste del clima, siembra que tanto esfuerzo le había costado bajo ese sol pe-
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renne y tropical, que le exprimía el sudor apretujándole la frente, bajo su nón lá, su sombrero vietnamita. Años después, ya adulta, Marguerite recordaría los ojos de su madre. Esa mirada, pensaría la entonces niña, es algo nuevo y terrible en el mundo. Ahí se resume un dolor atávico, una pérdida implacable, el amor -dirá su madre en sueños- es lo que queda para los que pueden, para los que logran, para los que tienen tiempo de partirse el corazón en lugar de partirse el lomo.
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Eso veía la niña Marguerite en los ojos de su madre. Entonces esto era la frustración, se diría en el sueño, recordando esos ojos húmedos frente a las olas, mientras respiraba, adentro, nítidamente y sin edad, el aire amarillo de la casa de su infancia.
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Él la contemplaba dormir, la veía ahí, en el sofá de la sala, sumergida en aquel otro mundo, que sin embargo era tan o más concreto que el mundo de la vigilia. Él, más que nadie, lo sabía. Ahí está la materia de su grandeza, de su furia, pensó, y desistió de la idea de despertarla para desayunar; era ya cerca del mediodía, y la luz entraba rauda por los grandes ventanales del departamento; el tráfico parisino reverberaba como un ronroneo de una inmensa bestia dormida sobre la ciudad. No, no la despertaré, se dijo, y se levantó para preparar tostadas, huevos revueltos y café. ¿Qué hace? Le dijo ella, sorprendiéndolo en el inicial acto de poner la cafetera en la hornilla; estoy despierta, mon petit, le dijo, mientras estiraba los pequeños brazos regordetes, desperezándose.
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Soñé con mi madre, dijo. Lo sé, contestó Yann, siempre que lo hace, en su rostro se forma una cara que parece ser muy antigua, ese rostro usted siempre lo utiliza cuando sueña con su madre, prendió las dos hornillas, puso la sartén y la cafetera, hasta podría hacerle un diccionario de sus rostros, de cuando sueña con Kiwi, con Robert, o con Dionys, incluso cuando sueña con Jean, que, por cierto, hizo una pausa, puso los huevos en la sartén y continuó, llamó esta mañana; pero le dije que usted descansaba, que llame más tarde. Ah, entonces dice usted que tengo una galería de rostros para cada sueño, dijo ella con los ojos aún hinchados por el descanso. Me gusta, ya quisiera yo poder tener esos mismos rostros en la realidad, pero ya ve, la vigilia es la madre de lo predecible, y de ahí que todos tengamos un mismo rostro; carraspeó la garganta, y volvió a desperezarse. Hizo bien en no despertarme para atender a Jean, no estoy ahora para peroratas de nadie, así sea él. Se quedó pensando y continuó: me gusta la idea de los rostros, en
También llamó alguien más, dijo él, mientras sacaba los panes de la tostadora y los ponía en los platos, ¿ah, sí? Inquirió Marguerite, ya sentada frente a la humeante taza de café que empañaba sus extensos lentes de montura gruesa; déjeme adivinar, dijo ella, con sorna. Alguien de Gallimard. No. Dijo él, divirtiéndose como un niño en un juego de adivinanzas. Su delgadísimo y proustiano bigote se remojaba con delicadeza en la taza de café, mientras sus lentes delgados, mucho más pequeños que los de ella, se empañaban haciendo un
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Pues no lo sé, ¿algún periodista inoportuno? Pero no lo creo, por su tono de voz y por su carita de intriga, seguro que llamó alguien más relevante, ¡ya lo tengo!, dijo, juguetona, Dionys, seguro que fue él, ya que llama el hijo, ¿por qué no el padre? Intentó bromear. Yann rio con ojos dulces; y al fin la lengua le venció: no, fue su hermano, Pierre, dijo. Marguerite miró fijamente a los ojos de Yann, atravesando las nieblas de sus lentes y las nieblas parciales de los de él, como queriéndolo sentenciar por algo, pero luego cambió el semblante y solo preguntó si quedó en llamar nuevamente. No lo sé, dijo él. Creo que llamaba de alguna estación de trenes, había
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diminuto círculo de niebla en el centro del cristal.
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la vigilia la cosa es demasiado estática, por eso será que todos estamos condenados a llevar una sola máscara, ya sea horrible o encantadora, además, eso es relativo, todos al final llevaremos esa máscara incluso a nuestro funeral, y eso es todo, dijo, mientras veía a Yann verter el café en las dos tazas y apagar las hornillas.
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mucho ruido, se limitó a preguntar por usted, y cuando le dije que dormía, contestó, ah, bien, y cerró. Seguro llamará esta tarde, lo sé, lo presiento, como se presiente la guerra, dijo ella, intentando bromear nuevamente. Yann tomó el último sorbo del café y puso un poco de huevo en la tostada. Si quiere le digo que no está. No, eso es descortés, es mi hermano, no la guerra, dijo ella, y se sacó los lentes para limpiarlos con el filo del mantel, se los puso nuevamente y miró por la ventana, luego miró su taza de café; sus ojos ahora se veían nítidos tras los cristales, como si fueran un microscopio y no un lente común; luego miró, por unos segundos, las partículas de polvo en el aire, flotando dentro de un haz de luz: así debe ser la vida cotidiana, se dijo para sí. Tomó una servilleta, se limpió la boca y se levantó en dirección al pasillo del departamento. Hoy pediremos comida, le dijo a Yann. No, no es buena idea, amor, hoy prepararé pasta, dijo él. Como desee su majestad, dijo ella, haciendo una venia
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entre seria y bromista. Yann le mandó un beso volado desde la cocina, ella, sin verlo, pero oyéndolo, lo agarró con la mano levantada tras su hombro, de espaldas, en dirección al baño; y suspiró, sonriendo. Mientras Yann ponía los platos en el lavabo y abría la llave para remojarlos, recordó, sin saber exactamente por qué (siempre pasa cuando uno lava platos, se decía) la primera vez que la vio. Él apenas sería un tímido muchacho homosexual viviendo en el pequeño pueblo de Caen. A donde ella fue invitada por un Cinema Arte a tener un conversatorio luego de la proyección de India Song. Fue en 1975, rememoró, él había acabado de graduarse en filosofía y participaba en el panel sobre la película; fue allí que la tuvo tan cerca físicamente, que Yann, luego de hablar, concentrado en el filme, decidió acudir con el resto de los graduados y Marguerite a un bar cerca del centro, donde ella se tomó dos whiskies y conversaba con más soltura sobre la película, él estaba nervioso, recordó también que le había preguntado a cuánto manejaba por la noche en su auto, a 90
Esa primera noche Yann también le habló de la fascinación que le había causado la lectura de Los caballitos de Tarquinia, ese, en el fondo, fue el inicio de todo, de todo esto, pensaba él ahora, mientras secaba los platos y escuchaba a Marguerite tararear algo de Alessio, tal vez Blue Moon, desde el baño. La lectura de aquella novela había sembrado algo en él, algo que respiraba y crecía dentro como un árbol perenne, como una avalan-
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Luego de aquel bar, esa noche, recordó también, mientras enjabonaba los platos, que la había acompañado al estacionamiento donde ella había dejado su Renault 16. Fue allí que soltó la pregunta como si fuese una roca que se desprendiese de un peñasco en dirección a un río profundo: ¿Usted tiene amantes? Le dijo el chico de 28 a la mujer de 65. Él recuerda la mirada de Marguerite justo antes de subir al auto y despedirse, fue sonreír con los ojos. Ya no, contestó, y cerró la puerta del coche.
cha lenta que, sin embargo, cubría todos los espacios allí y entonces, aquí y ahora. Así se vio a sí mismo, parado ahí, en aquel estacionamiento, ondeando el brazo a manera de despedida en el medio de la noche, viendo partir al Renault 16 con sus luces delanteras desintegrando las tinieblas, las tinieblas que rodean todo, pensó.
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Fueron cinco años de enviarle cartas casi todos los días, algunas eran muy cortas, de una frase, otras un poco más extensas, hablaban de todo; pero siempre había en ellas algo de desesperación o de ayuda requerida, algo como una urgencia de saber de ella, de saber que esté bien; pero Marguerite no contestaba nunca, o casi nunca, recuerda él, porque cuando desistió de la idea de seguirle escribiendo cartas, tal vez un mes después, sin enviar nada, sorpresivamente, llegó una carta de Marguerite, donde le preguntaba por qué había dejado de escribir. Luego hablaron por teléfono, quedaron en un encuentro, él iría a visitarla a Roches Noires, donde
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por hora, dijo ella, como cualquiera que tenga un R16.
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vivía por aquel entonces, sola en un cuarto de hotel en Marruecos, al borde de la playa. El resto sería su historia, aquella historia que estaba sucediendo en ese preciso instante, en ese piso de París, en donde los dos vivían homenajeando sus soledades, como diría el poeta Rilke, en ese pequeño universo en donde compartían el alcohol, el humo, las pastillas (mucho más ella que él) y una que otra pelea, como es normal en las personas que se aman y que han sobrepasado el enamoramiento, para entrar en el amor real, en el verdadero rostro del otro, en la desacralización del otro; en ser, de alguna manera, el otro.
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2 Creo que quiero volver a Marruecos, dijo ella, mientras retiraba unos libros de su escritorio para hacer más espacio para más libros. ¿Le gustaría venir conmigo? Es una gran idea, dijo Yann, ayudándola a acomodar los textos que ella levantaba en su mano y que él los tomaba para ponerlos en un estante en la pared. Pues tendría que cancelar las invitaciones pen-
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dientes, decía Marguerite, cuando sonó el timbre del departamento, Yann contestó, y por el citófono preguntó quién es, ah, dijo, e hizo una cara de resignación, d’accord, sube, sí, ella está aquí. Era Pierre, que, en lugar de volver a llamar, simplemente había decidido ir a visitar a su hermana menor. Apareció en el umbral de la puerta, se lo veía saludable, bronceado, había ganado unas libras demás desde la última vez que ella lo vio. Marguerite lo saludó, ¿quieres té? Le preguntó, no, así está bien, dijo Pierre, mientras inspeccionaba con la mirada los cuadros del departamento. Pues he venido por algo puntual, dijo él, y sé que no es un buen momento para nadie, con esto de la crisis económica del país, y bueno, siguió mirando las pinturas mientras caminaba bordeando las paredes. El tema, hermana querida, es que necesito de tu ayuda, solo requiero un pequeño préstamo; nada más, tengo un negocio pendiente, y una vez que pague ese capital podré ganar el triple y podré pagarte. Ella lo miró detrás de sus gruesos lentes, con un cigarrillo en la mano
Ella lo miró a punto de explotar, pero se contuvo y dijo, sí, de pequeños favores está forrado el camino al infierno, le dijo, ¿no es de buenas intenciones? Dijo Pierre, y ¿qué son los pequeños favores sino intentos de buenas intenciones? Replicó Marguerite. Él se detuvo por un momento, hizo una pausa, viendo a sus propios zapatos, luego levantó la cabeza: y pensar que eras una niña tan
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Luego de varios minutos Pierre apareció en la puerta de la cocina. Está bien, sin rencores, hermanita, mejor me voy, necesito conseguir ese dinero hoy mismo. Dio media vuelta y salió por la puerta del departamento, dejándola abierta. Yann se acercó a cerrarla.
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dulce, dijo, volvió a mirar sus zapatos, yo no sé por qué no te quedaste con Kiwi desde un principio, ese chino me caía bien, además tenía mucho dinero. Yann carraspeó la garganta. Pero está bien, dijo Pierre, si así lo decides, hizo otra pausa y retomó su andar por la sala. Voy a preparar café, dijo Yann, tratando de romper la tensión del momento, ¿alguien quiere? Yo no, yo sí, dijeron los hermanos al unísono, sin azúcar, mon amour, le dijo Marguerite a Yann, sí, lo sé, dijo él y se dirigió a la cocina. Necesito el baño, dijo Pierre, y se adentró por el pasillo. Marguerite acompañó a Yann a la cocina y se quedaron conversando en voz baja sobre su decisión de no prestar más dinero a Pierre; ya sabían que siempre hacía eso, y que nunca les regresaba el préstamo, y, además, solo aparecía para eso, nunca para otra cosa.
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que apenas lo había encendido, y le dijo que no, que no tenía en ese momento dinero para gastos extras, que estaba esperando un abono por una nueva obra en la que estaba trabajando; luego pensó, para qué estoy dándole explicaciones, sin embargo, ya había soltado la noticia, que era cierta, sobre el nuevo libro, Yann la miró sorprendido y alegre, pero en ese instante Pierre no dejaba de insistir en el préstamo. No entiendo por qué esa actitud, mujer; por qué siempre tienes que ser tan egoísta, como aquella vez que te fuiste con Dionys abandonando a tu esposo Robert, que estaba en los campos de concentración, por dios; no entiendo por qué eres así; sólo es un pequeño favor a tu hermano.
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Días después, cuando estaban planificando su viaje a Marruecos, Yann descubrió que la cajita de metal, escondida entre el ropero de la habitación, donde tenían un dinero guardado, estaba completamente vacía. Los dos se quedaron viendo, no dijeron nada más al respecto.
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Por la tarde de aquel día en que descubrieron el robo, ella le dijo a Yann que no se preocupase, que pediría un adelanto por el libro que estaba en proceso. Yo tengo algo en el banco, dijo él, pero enseguida pensó en esa nueva obra, y le preguntó, y, ¿puedo saber de qué va el nuevo libro que está escribiendo? Es un libro con su nombre, le dijo ella, además, le judaicé. Ya no será usted Yann Lemée, sino Yann Andréa Steiner. Con ese nombre, amor, nadie se olvidará de usted; además, hay un niño de seis años allí, y también una muchacha que espera el tren a Auschwitz, pero no le contaré toda la historia, solo que ese libro es suyo. Años después, rememorando, Yann Andréa escribirá esto que le dijo a ella, en una de sus variadas discusiones entre botellas y humo: “Si mañana me muero o me mato, usted
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hará un pequeño libro en quince días, estoy seguro”. Marguerite Duras responderá: “No diga eso, Yann, se lo suplico. No diga: un pequeño libro. Diga: un libro”. Así, las horas, los días, los meses, los 16 años, pasaron raudos y felices, con tormentas y remansos de paz por igual. Amor estéril el que no queme, amor inútil el que no prenda. 3 81 años y cáncer de esófago; eso sucede, eso también es la vida, y eso es lo que hay, lo que queda; el vacío, se dijo Yann Andréa aquella mañana de marzo del 96 en el hospital, cuando vio desvanecerse a Marguerite Duras en esa cama de sábanas blancas. No le quedó más que el encierro, la escritura como intento de salvación, y el haber aprendido a mantenerse en alcohol, como parte de la herencia de aprendizaje de ella. Se quedó en el estudio de la calle Saint Benoît, frente al Café de Flore, lugar que ella había legado a su amado Yann Andréa; así como el derecho de ser el albacea de su obra literaria; allí, en el os-
Todos dicen que Yann Andréa murió a los 63 años, olvidado y abandonado en su piso de París, en un día de julio de 2014, pero eso es mentira. Fue una mañana de marzo, del 96, en un hospital de sábanas blancas.
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Unos años después de la muerte de Marguerite Duras, su hijo Jean intentó hacerse de unos dólares al publicar un libro de recetas de su madre. Yann Andréa lo impidió a
capa y espada. Alguna vez alguien le preguntó si esa actitud no había sido un tanto excesiva. No cuando se trata de un mal libro, dijo él.
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tracismo, pasó los días y las noches, en el centro de la nada, en el destierro de su propia razón, que era la razón de ella, en el abandono de su propio cuerpo, que era el cuerpo de ella; en aquel lugar que, coincidentemente, quedaba casi al frente del departamento donde ella vivió casi toda su vida.
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* Javier Lara Santos. Quito, Ecuador. 1978) Tiene publicaciones en poesía, cuento, novela y ensayo. Premio proyectos literarios nacionales, Ministerio de Cultura, 2018. Novela ganadora de la convocatoria nacional de publicaciones, CCE Azuay, 2019. Premio Nacional de cuento PEN 2020.
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Juan Carlos Moya*
Moya: un laboratorio de fascinantes personajes para el cine
Con Caballos en la niebla, su primera novela, Juan Carlos Moya demostró que venía a galopar con una voz sólida y personal en la literatura. En 2014, saltó a la escena literaria estrenándose con el prestigioso sello editorial Seix-Barral, de grupo Planeta. «Colombia me abrió las puertas como escritor. El consejo editorial de Planeta, en Bogotá, acogió mi manuscrito con beneplácito y aprobó su publicación. Este patrocinio se constituyó en mi primer premio literario», señala Moya.
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Caballos en la niebla es una rareza en la literatura contemporánea. Esta obra funda su universo narrativo entre el bosque y el páramo. Y nos concede un personaje inolvidable llamado Lucas Freire, un solitario guarda-
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Juan Carlos Moya* Moya: un laboratorio de fascinantes personajes para el cine
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bosques que vive en una cabaña con su perro Apache. A través de ellos, el escritor indaga los dominios del dolor físico, el pasado como un cáncer y los fantasmas del suicidio. Así, la suerte está echada: apretar el gatillo al pie del volcán Cotopaxi o luchar por la sobrevivencia. «Caballos en la niebla es una lección de vértigo. Con una prosa limpia y bien apuntalada, el autor nos obliga simultáneamente a introducirnos en nuestras propias pesadillas y espectros, esos que no dejamos de ver pero que, no obstante, nos persiguen tanto en las mañanas iluminadas como en las noches más siniestras y atroces», escribió el reconocido escritor colombiano Mario Mendoza. En 2019, Moya atraviesa su propio bosque y en los límites de la ciudad, inventa una nueva novela llamada: El sueño del Arcángel, un laboratorio salvaje, con monstruos, asesinos, ratas, brujas, tormentas y avenidas. En este infierno híbrido, a medio camino entre lo agreste y la civilización, surge la figura de Gabriel,
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el Arcángel. Un ser marcado por una deformación física en su rostro, marginado tanto del amor como de la comunicación. Gabriel es un símbolo de la soledad y la angustia, está condenado a las sombras del desprecio y a los prejuicios sociales; es un ángel caído y desde su sótano privado comete un pecado capital: obsesionarse con Ivonne Casanova, amante de las funciones nocturnas de cine, quien aparecerá, atrozmente, decapitada en las orillas de una urbe habitada por fieras, que no temen romper la ley en su apetito por devorarse o destruirse. La sólida estructura de este libro, articulada con parques, quebradas, edificios, ríos, lagos, cines, cárceles, cerros y catedrales, cuenta tanto con una prosa musical como con pasajes escritos con un afinado ojo cinematográfico. En efecto, El sueño del Arcángel es también una película de suspenso, salpicada de cine noir y, también, con unas dosis de slasher. Tenemos ante nosotros una obra literaria en estado de gracia para ser filmada a blanco y negro, con la mirada de David Fincher o con
A Juan Carlos Moya le podemos reconocer el don de construir personajes fascinantes, anómalos, con una psicología enigmática, mística. Sorprende su capacidad para presentarnos, capítulo a capítulo, uno nuevo, diferente y cada vez más atractivo. Como por ejemplo: el anciano necrófilo que cuida una planta de agua plagada de ratas; el locutor de radio que experimenta orgasmos con su mujer mientras pone música en la cabina; la bruja que lee el futuro acostada en una cama, un grupo de niños asesinos que bailan con los cuerpos decapitados de sus víctimas, o la llamativa mujer asiá-
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Juan Carlos Moya*
El sueño del Arcángel es una novela donde cine y literatura comparten escenas y locaciones. Y se dan la mano para brindarnos un seductor argumento con un final inolvidable.
tica que rompe a cadenazos el cráneo de un maltratador de perros. Desde luego, sin olvidar a Ivonne Casanova, cuya muerte en el bosque gatilla el misterio y expone la violencia imperante y latente en la condición humana.
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Ganadora del Premio Nacional de Novela ‘Ángel Felicísimo Rojas’, 2019, El sueño del Arcángel tiene un mérito indiscutible: es un libro que no se puede parar de leer, cada capítulo es una red tóxica que atrapa al lector de manera sorpresiva y no lo deja escapar. Juan Carlos Moya ha dicho que su novela tiene el eco y el horror de un Apocalipsis entre la ciudad y la montaña. «Los personajes de mis historias a menudo están en busca de una redención. Es como si estuvieran ardiendo en un infierno personal y su único fin fuera hallar el cielo o el amor».
Moya: un laboratorio de fascinantes personajes para el cine
la batuta, siempre amenazante, de Alfred Hitchcock.
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CABALLOS EN LA NIEBLA · su vida. He ahí una noble ambición: ser Dios y dueño de su preCAPÍTULO 9 JUAN CARLOS MOYA
Ahí estaba el fuego, se resistía a morir, sacudía su diabólica cabellera rebelándose contra las voces de viento que llegaban del oscuro pasillo. En algún rincón de la casa, unas ventanas permanecían abiertas y todavía se escuchaba el tambor de la noche, insectos y gotas de lluvia, cúmulos de riachuelos sobre hierbas y guijarros, una brisa subtropical. El doctor Mankell se inclinó lentamente sobre la chimenea, como si fuera a beber las llamas y su rostro pálido y suave —un lado de él— se iluminó en un óvalo rojizo. Su semblante infantil cobró nuevas dimensiones, un aire pensativo y astuto. Finalmente exclamó: —Un suicida sabe, con lucidez y anticipación, que la vejez no es el final, sino el inicio de la pesadilla. Está consciente de que el día de mañana será peor, irremediable. Por ello, busca arreglar todos sus fracasos y desilusiones de la manera más limpia posible, y solo concibe una fórmula: acabar con
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sente, en un solo disparo. ¡Oh, por favor!, antes de calzarnos los zapatos, deberíamos juzgar si merece la pena vivir un día más. Aunque inmediatamente, la rutina (hijos, mujer y trabajo) nos engaña y nos arrastra con ella […] Lucas es un suicida, un pobre diablo obsesivo compulsivo: un guardabosques perdido en la niebla de sus pensamientos. Y para sanarlo deberíamos incinerar su cabeza: el gran hogar donde crecen esas larvas que comen sus nervios. Si descorremos las cortinas de su mente, veremos un barco viejo que viene rompiéndose en pedazos […] ¿Qué decir de las mujeres que poblaron su pasado, sus felicidades de alcoba? ¿Eran varias o solo hubo una significativa a pesar de existir varias? Todo médico debería conocer los entretenimientos románticos de su paciente. Aunque, en el caso de él no se sabe nada […] Quizá este guardabosques, y tiene todo el talante, sea uno de esos solitarios que abomina el amor. Y al olvidar a esa mujer, que fue única en su vida, ha eliminado a todas. ¿Quieres que lo
El doctor Mankell se aproximó a la chimenea. Su sombra tembló en parte de la pared y del tumbado. Dio cuenta del whisky con una larga buchada […] Luego hizo volar un candelabro en la oscuridad y se perdió por el largo y sombrío pasillo.
Juan Carlos Moya*
instante tan sublime! El cadáver allí y tú, vestido de blanco, como un ángel impávido, presenciando el nacimiento de la muerte, la belleza final.
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Moya: un laboratorio de fascinantes personajes para el cine
sane? ¿Consentirías que reviente su hígado con fuertes y escalonadas dosis de químicos? Pero de nada me servirá si aquel invasor en su cabeza persiste en pelar sus nervios. Ya sabemos que los médicos tienen la amabilidad de una lápida […] Un médico no se gradúa en la facultad, en el último año de estudios ni con sus crípticas tesis doctorales. Un médico se gradúa con honores cuando muere un paciente en sus manos. ¡Qué momento tan místico! ¡Qué
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Juan Carlos Moya* Moya: un laboratorio de fascinantes personajes para el cine
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* Juan Carlos Moya. (Cotopaxi, 1974). Escritor y periodista. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega, por el conjunto de crónicas: «El oficio de vivir». Autor de la novela Caballos en la niebla. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano —fundada por Gabriel García Márquez— le hizo merecedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires. Ha trabajado en prensa, radio y televisión. Ha dirigido varias revistas, se ha desempeñado como asesor editorial, ha dictado seminarios de apreciación cinematográfica y literaria. Desde 1995, sus artículos y estudios relacionados con arte, cultura y comunicación han aparecido en periódicos, revistas y editoriales del país y del extranjero. Actualmente se halla culminando su segunda novela. www.facebook.com/juancarlosmoyaescritor
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El jardín de los amores caníbales (Fragmentos)
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Juan Pablo Castro Rodas*
Poemas Rocío Soria R. ...................................................................................................................... 49 Tierra de centaurus Juan Carlos Morales Mejía ....................................................................................... 57 Disparo en la niebla Edison Navarro Cansino ............................................................................................ 61
Rocío Soria R.*
Poemas
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temblar doblarse sobre uno mismo como ante un vertedero hacerse pequeño abrazarse cubrirse el rostro pero no morir ovillarse enfundarse desfigurar el rostro maldecir pero no llorar caminar por las cuchillas del día gritar o enmudecer
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Poemas
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Rocío Soria R.*
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arrodillarse en la puerta de urgencias cagarse del miedo reducir el poema a la menor cantidad de palabras volverlo aullido o pelota de aire en el pulmón
2 constantemente doy vueltas por los pisos de mi cabeza voy a los bajos fondos a las áreas sensibles a los puntos neurálgicos de mi infancia el grito es un habitante que me perturba cava una gran boca en la entrada de la uretra constantemente doy vueltas por los corredores cruzo los puentes de mi cabeza en este mismo puente pernoctó mi padre cuando el fluir de su voz fue detenido por el coágulo del olvido y su cuerpo se convirtió en una máquina fría y silenciosa tanta sonda y ninguna flor tanta sonda y ningún recuerdo tanta sonda y ningún poema
Poemas
3 hay una música precisa para morir un lugar para cada cosa una nota exacta
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Rocío Soria R.*
una rima un trago de vino una voz que hace las veces de acorde un libro un poema una palabra que empuña la pértiga y se hunde en la carne
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en esta ciudadeterna puedes ser libre por ahora hasta que den las doce y tengas que volver a una realidad ajena pero tuya o hasta que el demo de Shadow of the Colossus termine y el juego se vuelva más que guerra cotidiana silencio y el tiempo nuevamente se ajuste entre tu paladar y tu espalda y el bullir tétrico de la avenida sea lo más real que conozcas y ya no el beso ni el abrazo ni la mujer y ni siquiera las canciones o los versos más terribles valgan la pena ser escritos y valga mierda que Galeano haya dicho que uno escribe para juntar sus pedazos qué más da que tus pedazos se queden desperdigados la vida que es más se acaba y solamente nos quedan once años el suicidio es una idea cándida, casta y pura a la que jamás fui convocada de qué serviría a estas alturas juntar las partes luego de la explosión de la mañana si el puzzle es solo un pretexto ingenuo para seguirse quedando a inventar maneras poco estéticas o culposas de morir
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Poemas
POEMA 17
Rocío Soria R.*
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qué más da algo, luego del enorme trago de veneno o de la pena eterna del infierno de Rimbaud solo esta sed, este fuego quemando la entraña la vida que es más se acaba y solo tenemos este silencio o estas palabras no tengo por qué confesar pero qué más da si siempre nos contamos mentiras como posibilidades o ciudades imaginarias o demos de aventuras no tengo por qué hacerlo pero confieso que consumo esta droga fantástica en pastillas para construir un mundo feliz y ver a este hospicio en el que oculto mis derrotas como un parque de diversiones o el sitio en el que vienen a bien morir los cristos urbanos
Poemas
en esta ciudadeterna esta noche esta madrugada esta ingenuidad y lo que resta del juego en esta ciudadeterna tus manos podrían volverse música como otras noches y tu cuerpo la imagen más religiosa a la que me he abrazado y he sacrificado mi sangre y tú hasta podrías ser el Dios que jamás tuve el punto inicial o final el beso que quisiera de despedida cuando me muera o podrías ser el tipo que cuente los cachos en mi velorio o el único al que en realidad espere porque una mujer como yo ya no espera nada de nadie en esta ciudadeterna vos podrías ser la secuencia única de imágenes que dura una hora y veinte sin cortes de cámara y al final podrías ser también la soga con la que aspiro colgarme o el soma con el que aspiro colgarme una sonrisita idiota el lunes
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Rocío Soria R.*
ningún punto la ciudad en mutis Alissa se desangra en guturales la ciudad lluviosa el poema prometido la idea trillada y el ducto de la ventilación de la oficina a la que he trasladado mi ropa la guitarra y algunos libros
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ningún punto y los módulos del joomla ya parecen los bloques del tetris en este momento son las veintiún horas en la maldita ciudad en la que nací las imágenes se superponen debería abreviar la vida y dejar la palabrería o la filosofía de Facebook y atinar una estrategia para ganar el juego pero qué más da no siempre se gana en esta guerra cotidiana o en este silencio no siempre es importante una mujer no siempre es necesario el amor no siempre es trascendente decir te amo no siempre es bien recibida la palabra a veces por miedo a que sea profecía o vaticinio no es importante ni siquiera trasgredir solo lo es darse por vencido y abreviar la vida en un punto
siempre estamos tan llenos de recuerdos la primera vez que vine estaba inquieta por la gente andaba en cierto modo por qué no decirlo deprimida quería que me resultara un empleo en una editora de libros infantiles me emocionaba gestar material de lectura mágico
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Poemas
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Rocío Soria R.*
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llegué a este sitio yo que luego de tanta muerte no quería morir más vine sin querer hacerlo porque seguía soñando con la editora era mayo y yo aterrorizada por el gentío por el dolor porque este era el lugar más cercano a mi propia vida antes de conocerlo ya me sabía de memoria sus pasillos y laberintos yo que viví mi infancia en un teatro abandonado y en una clínica para locos y luego del accidente en una clínica particular yo que viví en una casa en la que la mitad de sus habitantes eran enfermos mentales y la otra fantasmas me consagré a dios y al diablo hice míos los lugares en los que me sentaba a esperar a que mi hermano salga de diálisis aprendí a mentir con convicción para burlar la guardia y a esconderme en los baños miré desde varios ángulos la absurdidad del ser humano y constaté que la muerte está y es simple todos mis seres queridos han muerto
Poemas
aprendí actos sublimes de amor como la eutanasia cuando tuve que asfixiar con la almohada y auxiliar a bien morir ingresé a los lugares más angustiosos de este sitio con la boca seca por el pitido de los aparatos ingresé al otro lado de la historia y constaté la inexistencia del amor entre carnes y bisturíes el amor no está allí sino en los actos supongo también conocí gente muerta que deambula libremente por los corredores creyendo que está viva porque hablan todo el día sin percatarse de su pendejez
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Rocío Soria R.*
conocí a una fauna humana que no tiene otra misión que equilibrar el ecosistema conocí también seres de luz etéreos silenciosos generosos
55 inventé formas y modos de acercarme a ellos presencié escenas que nunca debieron estar en mis recuerdos actos sublimes y situaciones límite he visto llorar a hombres y mujeres y no he podido sostener mi propio grito he visto llorar a un hombre que aceptó entre lágrimas donar los órganos de su joven esposa la conocí a ella y a su madre y a la lucha que ambas libraban contra la leucemia conocí a los NN y al paciente psiquiátrico que quería liberarme de mis agujas y olvidó sus zapatos en mi habitación conocí a tantos y me conocí además a mí misma ahora entiendo que el empleo en la editora de libros no era para mí
Poemas
hay poemas humanos gestando historias mágicas
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Rocío Soria R.* Poemas
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* Rocío Soria R. (Quito, 1979) Comunicadora Social, Diseñadora Gráfica, Diplomado Superior en Arte Ecuatoriano, Diplomado Superior en Edición de Medios Impresos, Magíster en Literatura Infantil y Juvenil. Publicó “Huella Conceptual”, 2003; “El Cuerpo del Hijo”, 2008; “Isadora”, 2010; “Ictus” 2013 y “Deterioro” 2018.
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Juan Carlos Morlales Mejía*
Tierra de centaurus
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a planicie era áspera. En medio de los pedruscos, la nube de polvo ascendía, según llegaban los animales: altas jirafas de ojos bucólicos; leones de greñas intensas; pavos reales de colas azules y párpados tristes; lémures, que son como fantasmas de la noche; águilas dominadas por casullas; asnos negros con filamentos blancos; felinos de orejas agudas y colmillos despóticos; equinos sofocados por la prisa; pájaros que imitaban las voces humanas; armadillos de corazas sin brillo; palomas, dispuestas en jaulas re-
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cién construidas, a lado de cuervos separados por el viento... Toda clase de bestias que parecían haber sido arrastradas desde lugares ignotos. Arriba, en el peñasco, observaban el espectáculo hilarante un grupo de centauros, que tenían –como se sabe- cabezas de hombres y guedejas de oro y que eran violentos y libidinosos, propensos al vino y a la carne severa. Se sabían engendrados de actos de lujuria, en el reino de los lapitas. Las nubes se habían arremolinado en el horizonte y ya caía la tarde.
Tierra de centarurus
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Juan Carlos Morlales Mejía*
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Cerca, se encontraba la burra de Balaam, que profería indicaciones en un lenguaje dulcísimo al caballo frigio Men, con patas humanas. Más atrás, cerca de una piedra, estaba el Minotauro, con su cabeza de toro y conocido también como Asterios, en relación a las estrellas. El animal, como si estuviera en el centro de un laberinto, parecía ensimismado. Había llegado sin prisa, como también los unicornios, con sus cuernos erectos y únicos en mitad de la frente, que sanaban todas las heridas, aunque eran esquivos y se escondían en los bosques.
Tierra de centaurus
Eran seres excelsos evocados en sagas antiguas. Sus cunas ilustres estaban emparentadas con los dioses. Por eso, se acercaron a mirar –acaso con soberbia- hacia el descampado, dominado por elevaciones de rocas. Se sintieron seguros, estos animales fantásticos de cascos relucientes, a pesar de las nubes aciagas. Abajo, las bestias vulgares se arremolinaban sin orden. Iban en parejas y entraban torpemente a una embarcación amorfa, construida en medio del desierto. Los de
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arriba, no dejaron de sorprenderse y hubo quienes no pudieron evitar burlarse, de una nave repleta de animales insignificantes. Una lluvia, una perversa lluvia, comenzó a caer mojando sus magníficos pelambres.
Del libro Tierra de centauros El pájaro de Perugia Antonioni da Luca guardaba una imagen: el vuelo rasante de un gorrión entre sus manos de niño. Ahora, a los cincuenta años era un hombre que conservaba en sus ojos miles de horizontes, atiborrados de bandadas en pos de un sol tenue. El embrujo del vuelo de las aves era motivo suficiente para prolongar su vida. Tras estudiar los planos aéreos de Leonardo da Vinci se convenció de que algún día los seres humanos podrían volar. Nadie le creyó. Antonioni, huyó de Perugia cuando los parroquianos lo descubrieron batiendo sus brazos en el campa-
No lo resistió más. Se procuró otro sendero y llegó hasta un acantilado. A lo lejos, el rumor del mar ascendía hasta su pecho. Abrió los brazos y rezó una oración impalpable. La bruma golpeó su cara. Tomó impulso y se lanzó al vacío. En el vértigo de la caída comprendió que los dioses no habían olvidado a su aéreo hijo: en el dedo meñique, de su mano izquierda, comenzó a crecerle una pluma...
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La cucaracha domada Cuando la cucaracha despertó, después de un sueño más bien tranquilo, creyó haber soñado en un escritor llamado Gregorio Samsa quien había creado un alter ego en un tal Fran Kafka, que supuestamente habitaba en la calle Niklas, en Praga.
Juan Carlos Morlales Mejía*
Desde ese día tuvo cuidado de sus experimentos. Por eso, en el invierno de 1558 se escabulló de Glasgow a las costas escocesas para mirar si aún quedaban aves que no pudieran migrar. En medio de su soledad no halló vestigios de plumas de cigüeñas entre la hierba mojada. De regreso, en medio de la niebla, recordó la leyenda de Ícaro que construyó sus alas y fijó las plumas con cera para escapar. El sol lamió esas comisuras cuando Ícaro revoloteó en su torno.
Del libro Fabulario del dragón
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Tierra de centaurus
nario. Tenía atadas veintitrés palomas a su cuerpo y una mirada de ángel del infortunio en sus ojos de almendras.
Juan Carlos Morlales Mejía*
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Del libro Circus
La muralla
El resplandor
Un beso suyo y se desmorona todo el Imperio
Un poeta sueña en su amada bajo la luna nómada, ese instante es más eterno que el resplandor de miles de espadas en el campo de batalla.
Monte Fuji No diviso las luces del Imperio desde la montaña. Frente a la sirena Antes del naufragio, como una estela, el resplandor de tus ojos.
Tierra de centaurus
* Juan Carlos Morales Mejía. 1967, Ibarra, Ecuador, es autor del libro de literatura fantástica Fabulario del dragón –ilustrado por José Villarreal y antes por Jorge Porras- o de la serie de micro poemarios El poeta y la luna, El poeta y el mar, El poeta y la amada… Con una veintena de títulos como Tierra de centauros, Los dioses mágicos del Amazonas, Graffiti: en clave azul (tesis de pregrado), Quito en tiempo de campanas, dirige el proyecto Mitologías de Ecuador. Es magíster en Cultura y posee una especialización en Historia del Arte, por la Universidad Andina Simón Bolívar, comunicador social por la Facultad de Comunicación Social, FACSO, de la Universidad Central del Ecuador, Quito. Es historiador, ensayista fotógrafo, pero se define como poeta. Autor de literatura infantil Animalanzas (ilustrado por Eulalia Cornejo), también ha musicalizado textos de Borges, Huidobro, Vallejo, Whitman, Dávila Andrade, Carrera Andrade y sus propias creaciones. http://juancarlosmoralesmejia.blogspot.com
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Nin!o que mira a su padre caer
-Edison Navarro Cansino-
A mi padre, por el dolor que entendi!en ti cuando buscaste la tumba de tu padre, 52 años después.
Edison Navarro Cansino*
Disparo en la niebla
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+ Somos sin querer el pasado, en mi!, esta!mi padre, y en e!l, su padre, y en e!l, la herida. Mi dolo rradica en su sangre: perdo!n por traer a colación a tanto muerto.
I La virtud del caos ascendiendo desde el suelo es la nada blanquecina de un niño que mira caer el cuerpo de su padre entre la bruma, canto cegador del silencio con el que le habla a la muerte.
La niebla es el cuerpo cayendo de la nada hacia la nada planificada en soledad para repetir una y otra vez que la tristeza no es venganza, que al amanecer con otro sol seguiremos siendo semejantes a un hueso sin médula.
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Disparo en la niebla
¿Qué habría sido del niño sin ver la bala? ¿qué habría sido de la bala sin existir la historia?
Edison Navarro Cansino*
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Un cuerpo cae y es el padre trazando el camino por el que acudirá su infancia a desarmar todas las posibilidades del amor. ¿Qué habría sido del niño si la bala era de viento? ¿Habría volado la comenta tan a ras del suelo? Es blanquecino el silencio penetrado por el ladrido de los perros: una mujer llora un niño mira el cuerpo de su padre caer un hombre ríe perturbado un cuerpo cae, la niebla invade el espacio tan!e el eco brumoso de una bala ladrando en la sien de un hombre. La infancia es silencio infinito y al niño lo llevamos dentro.
Disparo en la niebla
II Perdido en el páramo el niño llora, pero llorando regresa a recoger el arma que lo ha nombrado como heredero del miedo y con miedo juega en la orilla del río, con miedo imita a los patos, abraza a su madre, con miedo toma el arma y apunta a su cabeza y el silencio lo tumba al suelo... ... no hay sangre en la cabeza de un niño que suen!a con ser pájaro.
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La infancia es silencio infinito y al niño lo llevamos dentro dictando cartas al vacío:
Edison Navarro Cansino*
Riendo se levanta porque tiene 5 an!os y sabe que lo amarán y en silencio hará el amor una tarde de lluvia con una mujer afiebrada que le pedirá una canción para son!ar co!mo el vacío atrapa a sus hijos detra!s de la niebla.
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Mañana seré un hombre bueno, no inundaré los campos de arena, ni heredarán la bala que atravesó!el tonel del amor y la memoria. Cantaré mientras escondo el arma en la raíz de un árbol gigante de frutos grises. Abrazaré!en silencio mi propio cuerpo.
III Niño, tu amor es un pájaro con alas de plomo, creciste para golpear el pecho de tus hijos.
llega hasta la montaña do!nde enterraron la rabia de tu padre y despídete de él, busca tu casa en medio de una pradera enorme junto al árbol que no existía hasta hoy y habla, por tu dios o por mi dios creador del desamparo, habla, sostén el cuerpo de la memoria frente al barranco y ponle tu nombre, grita con amor tu soledad encarnada porque no todo es silencio en la orfandad. Ten aquí las cartas amarillas que escribió tu padre para tocarte. ¿Que! dicen esas cartas?
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Disparo en la niebla
Aletea y no llores ma!s,
Edison Navarro Cansino*
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¿hablarán de ti cargando piedras? ¿hablarán de la mujer que dejaste cuidando a los niños? ¿hablarán de tu soledad escrita con los dedos sobre la tierra? ¿hablarán de un niño viejo en un cuerpo grande y fuerte? ¿hablarán de nosotros repitiendo tu silencio genético? Niño, léenos la carta final la línea que cuenta del amor que guardas en los huesos, traga ese nudo en la garganta que apareció 1961 y dí:
Disparo en la niebla
Aquí está de pie un hombre que por corazón tiene espejos.
* Edison Navarro Cansino. Escritor y Comunicador Social por la Universidad Central del Ecuador. Ha publicado “UMBILIKAL”; Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo de Imbabura: Colección de poesía “José Ignacio Burbano” 2011. “DES - HABITADO”; Jaguar Editorial 2012, Consta en varias antologías y selecciones poéticas dentro y fuera del país. Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero con “Perros de Niebla” El Ángel editor 2018.
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Doble sentido
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El jardín de los amores caníbales (Fragmentos)
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Juan Pablo Castro Rodas*
Poemas Ana Minga ........................................................................................................................... 67 Poemas Xavier Oquendo Troncoso ........................................................................................ 73 Poemas Cristian López Talavera .............................................................................................. 79
Ana Minga*
Poemas
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Poemas del libro A espaldas de Dios, 2006. IX Salten como yo ¡bailen! tomen vodka vengan con el pastel hoy celebro mi último cumpleaños con una calavera en el pensamiento no se asusten si al final sólo quedan espejos.
son complicados cuando hablan nadie los entiende. Están claros en el dolor
Doble sentido
Poemas
No Hay Como Confiar En Los Sensibles
Ana Minga*
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lloran cuando ven a la humanidad sus ojos se enredan en las respiraciones. Están en todo y no están en nada. Cuando se callan parece que están serenos pero en realidad sus pensamientos están desordenados se repiten las cosas hasta convertirlas en fuego. Cuando se deciden a vivir encuentran muertos en su cabeza y así caminan por las calles apretando los labios. Como niños silenciosos se sientan a contemplar el horizonte parece que algo se les va a reventar en el pecho y sin fijarse en lenguas mal intencionadas ponen sus ojos frente al suelo como obligándole al cemento a responder los mil porqués. Estos seres son insoportables -eso dicen todosles molesta su existencia ni su propia sombra los aguanta nunca ponen en venta sus sueños siempre están en huída abrazando toda forma de soledad.
Poemas
Aunque no lo dicen no soportan los hastaluegos cuando los visitan todo se les acaba se sumergen en el terror y en su metro de espacio lloran como huérfanos en medio del mundo. No hay como confiar en los sensibles fingen ser de hierro pero sólo una caricia o un soplo en la cabeza
Doble sentido
Poemas del libro Tobacco Dogs, 2013.
Ana Minga*
les basta para romperse entre nuestras manos se quedan como muecas sangrientas y nos hacen sentir seres frívolos incapaces de amarlos.
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I Los perros de la calle no creemos en ángeles de la guarda nos persigue el pecado de ser sobrevivientes con kilos de tos en la garganta somos fieles hasta en la muerte.
Sabemos bien quiénes son nuestros castigadores pero no los mordemos porque dejaríamos de ser perros buenos nos convertiríamos en perros con rabia perfectos terroristas vagamundos para una eliminación con excusas. Acudimos al parque
Doble sentido
Poemas
Mordemos zapatos desconocidos desde el diente amarillo nos sale hambre. Algunas veces damos pena se compadecen en el mercado nos dan un pellejo y con un poco de suerte una mirada pero nada más pues les asusta nuestra inocencia.
Ana Minga*
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para hallar indicios de nuestra espera en la esquina una huella de los colegas que solían descansar bajo los árboles una huella del amigo que cuando aullaba su pensamiento nos daba la vuelta en los huesos siempre creímos que nos “aullaba su último minuto” pues él como nosotros no conoció abuelos ni otros parientes sólo el dolor que balbucea en las botellas de vino. Aunque somos muchos los perros de la calle cada cual transita con su horizonte cada cual tiene su hueso atravesado en la garganta cada cual muerde el silencio. Escribimos sobre lo que nos pasa pues de esa madera estamos hechos. Buscamos lo que no existe como humanos buscando señales de Dios como perros ingenuos creyendo que en la próxima calle está el sol.
Poemas del libro La Hora del Diablo, 2019.
Poemas
XXIII Una vez escuché que somos niños; hasta que alguien nos demuestra lo contrario no lo creí seguí confiando en los cuentos que regalan en los hoteles de paso hasta que una habitación vacía
Doble sentido
Ana Minga*
estalló en lágrimas. Desde esa noche todas las lunas dudan de tu existencia miran mis ojos y sólo hay sombras yo callo el mar cuenta la historia cuando se golpea contra las piedras yo crecí apagando la luz y tu nombre.
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XIV Hay que ser Dios para que te respeten me dijo el artista de la plaza ¿para qué? me basta con saber el lenguaje de los perros. Sé Dios para que te amen insistió ¿para qué? si yo he amado y eso es suficiente además las criaturas salvajes huyen con el buen trato y uno se queda solo mirando al cielo.
Sé Dios para que tengas un hogar seguro. ¡No! Mira Si todas las noches
Doble sentido
Poemas
¿Para qué ser Dios? si no conozco nada del origen las cunas me fueron negadas y prometidas las tumbas.
Ana Minga*
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me junto con lo amorosos se abrirán para mí los hoteles de paso. ¡Finges!, me gritó mientras trazaba en el papel la lágrima que siempre baja de mi ojo izquierdo. ¿Para qué ser Dios? Si la eternidad no existe nadie se quedó para siempre en un abrazo. Amigo soy el humano que sabe del horror de tener los ojos abiertos en la oscuridad. Entre las personas que se quieren existe el punto final y eso ni Dios lo puede impedir. La felicidad hay que inventarla hay que vivir de otra manera irse en la madrugada como si nada hubiese pasado entre botellas con el aliento festivo porque no hay puerto nuestra vida cabe en una maleta.
Poemas
Tú sé Dios ahora dibújame una mueca. * Ana Minga. 1984. Es Máster en Estudios de la Cultura, con mención en Literatura Hispanoamericana. Tiene una especialidad en Perfilación y Comportamiento Criminal. Es Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Central del Ecuador. Hasta el momento tiene publicados cinco libros de poesía: Pandemonium, A Espaldas de Dios, Pájaros Huérfanos, Tobacco Dogs y La Hora del Diablo. Tiene premios a nivel nacional e internacional, entre ellos destaca el reconocimiento que la Feria del Libro de Guadalajara del 2017 le hizo, la nombró una de las poetas transfronterizas más destacadas de la Literatura actual.
Doble sentido
Xavier Oquendo Troncoso*
Poemas
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RÁFAGA DE PENSAMIENTO Aquí, en esta ciudad, parece que dios hubiese parido todas las costillas. Aquí vienen los autos siempre de llenos tras llenos. Una cigarra se hace ceniza y antes de ello, se hace cien cigarros de su leña.
Ya había crecido el cisne del patito feo. Ya estaba todo hecho antes que llegues tú, para pensarme.
Doble sentido
Poemas
Antes de irse, todo hijo pródigo regresa. Antes que el pan leude ya crece la harina de los hombres, ya se hacen levadura las mujeres.
Xavier Oquendo Troncoso*
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PREGUNTAS VALLEJIANAS Dónde irán a parar las horas largas los tiempos cocinados con derrota el puerto quebrantado de los días. Dónde irán a hacerse espejo las lagunas; los cromosomas, sombras; las cacerolas, hambre. Dónde se hará la cáscara del día la mácula de insomnio la araña que me habita. Dónde irá a nacer el pelo largo, el rostro expuesto, la arista disecada de algún triángulo el centeno del pan de la última cena el 20 que no tiene un 21 que le gane. Dónde estará sin horma mi zapato sin cara mi juguete, sin uña la gran bestia. Dónde hallará dolor mi poesía, color, el homenaje de alguna monja muerta de alguna flor sin niño que la arranque sin verde que le hereden sin ojos que se queden cíclopes y tuertos.
Poemas
Dónde irán a vivir los elefantes después de muertos. Dónde iré feliz por esa calle a buscar de cenar solo o contigo o solo contigo.
Doble sentido
Tal vez, si acaso, quedara de ti, entre la ropa de mis recuerdos, alguna sonrisa expuesta al finalizar la noche, cansada de cantar en coro con las agujas negras y los átomos dispersos que hacen lo oscuro en medio de la luz tornasolada, te la devuelvo. No la quiero.
Xavier Oquendo Troncoso*
LOS RESTOS
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Quedará también de ti, estoy seguro, como si fuera un tatuaje brillante de la aurora, algún suspirante cataclismo de tu voz en el que decías apenas nada más que algo que salía como una luna pálida en el momento en el que algún desierto sudaba las aguas de sus nubes utópicas, te la devuelto. Ya no hace falta.
Y de ti: quedo también yo, completo, aun pensándote y a medio hacer la vida, como la torta a la que se le fue el calor entre los bordes. No sé si entregarme a domicilio o mejor llamar a la funeraria y pasarte la factura en plazos fijos.
Doble sentido
Poemas
De ti quedará, también, dalo por hecho, los volúmenes agónicos de las miradas que dabas cada vez que sometías tus propios conceptos a los juicios libres del señor albedrío y esos dolores ya sin ánimo y esas anchuras que se van haciendo en medio del mudo asunto de la lengua sin canario. Te la mando a entregar en un currier de pegasos postmodernos.
Xavier Oquendo Troncoso*
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POEMA EN CAMA Ay soledad seca soledad estatuaria dulce pasado /soledad/. Soledad de clavo alfombra de vidrio la soledad. Soledad dislocada jugo espeso de alfalfa /soledad/. Soledad de cáñamo golpe torcido la soledad. Soledad con sombra hamaca descolgada /soledad/. Soledad que enfurece al artista nota sin clave la soledad. Soledad que seca océanos galope sin las patas del caballo
Poemas
/soledad/. Soledad que vive en pañal abandonado pantalón ajado para fiesta /soledad/.
Doble sentido
Propuestas creacionistas para poetas del principio del milenio Vamos a ver crecer los eucaliptos. Vamos a triturar el maíz tieso. Vamos a fabricar azúcar negra. Vamos a incendiar los cementerios. Vamos a inflamar el agua escasa. Vamos a suplantar al enemigo. Vamos a reaccionar ante las balas. Vamos a procrear hijos del polen. Vamos a masticar estos rastrojos. Vamos a modular canciones falsas. Vamos a escudriñar por los sartenes. Vamos a cocinar lluvias y nidos. Vamos a ver qué dicen los profetas. Vamos a ver callar los lagos hondos. Vamos a calcinarnos en las nieves. Vamos a denunciar a los pantanos. Vamos, que ya no hay tiempo para nada.
Xavier Oquendo Troncoso*
Soledad, única mujer en la fiesta cama sin alas. Almohada sin plumas /soledad/.
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Poemas
Que ya viene el temblor y tengo frío.
Doble sentido
Xavier Oquendo Troncoso* Poemas
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* Xavier Oquendo Troncoso. (Ambato-Ecuador, 1972). Periodista y Magister en Escritura Creativa por la Universidad de Salamanca. Profesor de Letras y Literatura. Ha publicado 11 libros de poesía y 9 libros recopilatorios de su obra poética en varias editoriales de América Latina y Europa. En narrativa un libro de cuentos y dos novelas infanto juveniles, así como una serie de antologías de la poe´sia ecuatoriana. Fue seleccionado entre los 40 poetas más influyentes de la lengua castellana en “El canon abierto”, Antología publicada por Editorial Visor, en España (40 poetas en español -1965-1980-). Su obra está en muchas de las más importantes antologías de la poesía contemporánea de la lengua española y ha sido parcialmente traducido al inglés, italiano, portugués, chino y árabe. Ha sido invitado a los más importantes Encuentros y festivales de poesía en el Mundo Latino. Organizador del Encuentro internacional de poetas “Poesía en paralelo cero”, uno de los más importantes festivales de poesía de América latina, ya con 12 años de edición consecutiva. Es director y editor de la firma editorial El Ángel Editor, en donde ha publicado alrededor de 300 libros de poesía de autores ecuatorianos y del mundo, haciendo una amplia difusión de la poesía contemporánea en la región.
Doble sentido
Cristian López Talavera*
Poemas
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EL RESPLANDOR A Jack Nicholson
Si ves a un muerto
Doble sentido
Poemas
Siempre, cuando veas un charco de sangre Aparecer por la puerta No cierres los ojos, Ni trates de nadar Sumérgete Y siéntele, Ahógate Puede ser el lago en tus sueños; Ese laberinto de la muerte Es parte del libreto en la vida.
Cristian López Talavera*
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Con una copa de vino en medio de sus manos Aparecer como un espectro por la ventana No llores, ni grites Solo sonríele como un gato Puede ser tu abuelo Y solo viene para llevarte a un paseo Por un lugar desconocido -todos ya hemos pasado por ahí en alguna cama de un hospitalO tal vez, tranquilo con nieve y árboles Y nada de gente. Si ves un hacha Que recae sobre tu cabeza del lado derecho de tu cuerpo Ni grites, no llores, No duele; Te puede hacer una melliza Si te cae en la corona de la cabeza. No mires al rostro del asesino Porque puede ser tu padre borracho Y él no quiere que mueras con rencor Solo busca lo mejor para ti… Si ves tu rostro En una caja adornada con flores rojas En medio de lágrimas y sonrisas No te asustes Eres tú al otro lado, Eres el ser que guardaba el espejo Eres vos y eres el otro,
Poemas
Eres el muerto…
Doble sentido
a RS, a las aguas de Manta Son las 12 am en Tarqui, el sol como insomne miente su fugacidad en machetes de pescadores, el estiércol de peces somnolientos pasea su océano en los revólveres de la angustia siento cada vez más fuerte tus labios aprisionarme entre la daga del silencio y este cuaderno que incendia el párpado de la palabra.
Cristian López Talavera*
ATRAVESADOS POR LA IMAGEN DE UN PEZLUNA
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Las piedras tatúan en nuestras piernas
soledades dibujan puntos suspensivos en el talón de la sandalia el vestigio de la brisa peina nuestros cabellos rotos por el movimiento del tiempo. Aprisiono tu mano izquierda tan fuerte que se resquebraja una estrella y el hedor de los niños dormidos despierta a los pájaros de la lluvia, ellos disparan cantos insomnes;
incierto/oblicuo presintiendo los ayeres sin rostro ojos sangrantes despidiendo el sombrero de la infancia ojos agonizantes con sus rostros boca abajo presienten su infancia enferma.
Doble sentido
Poemas
Son las 12 am en Tarqui, aquí solo desidia caminamos comprimiendo el vacío
Cristian López Talavera*
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Son las 12 am y Tarqui es una sábana con arrugas en su haber habitan perros somnolientos
/chubascos como partituras en el ocaso de los cuerpos chubascos aferrados al hueso del fantasma suspenso en la escena de una niña maltrecha ultrajada por manos de hombres sudorosos con aliento a licor, pero nunca la fatiga de los ojos caídos, simplemente un ópalo en el cerebro de la calavera atravesado por la imagen de un pezluna. Ancianos tatuando en sus huesos el espejo de la desdicha malogrados, en sus canas habitan el lenguaje de las lluvias/ en sus ojos candados de arena; lo que queda de sus existencias: residuos de un perro ciego guiados solamente por el rumor de las aguas.
Poemas
En el cielo de Tarqui la caligrafía sucumbe al asombro del cerebro, adentro habitan pájaros enfermos preguntándose su muerte en el hueso de la nube; en esa contraimagen de ciudad permanecemos haciendo circunferencias en el centro del ojo de aquél murciélago aderezado en el tiempo del olvido; contemplo sobre tus párpados de arena ancianos fatigados esperando un amanecer: episodios de una luciérnaga herida. El viento hace rato no despeina aromas de nuestra piel; lluvia trastocada por la medialuna del insomnio, eso parecemos: manuscritos revelados por el pasado
Doble sentido
I
¿Qué palabra puede susurrar el viento en mi sueño fragmentado?
Cristian López Talavera*
¿en qué luz abyecta la tarde de Tarqui convierte nuestros labios en peces aferrados al óxido del horizonte? La soledad es una ceniza que cae del cielo
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Un abismo atormenta lágrimas las madrugadas son insomnios estatuas amparadas en la lluvia mi amor: un gemido incapaz de llevar luz
II
La muerte está en el pasillo. Espléndida revolotea en la mirada de los pájaros sostiene sus párpados en la sal de la agonía es un cuerpo etéreo, roto guillotinado en el patíbulo de la inocencia
III
Levanta tu mirada enreda tu cabello en mis labios muerde la manzana divina derruye tu sombra en mi cuello muerde la manzana aquella que consume el fuego
Doble sentido
Poemas
Levanta tu mirada, entreteje un intersticio en el esplendor de la memoria posa una palabra en mis oídos saborea la yema de mis dedos
Cristian López Talavera*
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que resiste abandonarse en el crepúsculo de lobos escindida en mi sombra
IV
Arropado en tu pensamiento la soledad es una ceniza que cae del cielo transparentes manos sumergen tu cuerpo en un abandono, una sombra roja sin ojos en el rostro. “un dios gravita en círculos” ese vacío que se dirige a ti lleva en su mano al poema ella te abrigará se enroscará lamerá tus heridas ella, que teje el nido de amor encenderá el brillo en tus ojos
V
Poemas
en silencio, tu cuerpo habita en mí * Cristian López Talavera. (Quito, 1985). Ha realizado estudios en Literatura y Comunicación Social. Cursó una Maestría en Políticas de Comunicación (Instituto de Altos Estudios Nacionales). En poesía ha publicado: Casa de Soledad (Quito, 2010), Diálogo con el Ausente (Manta, 2014); y, Bajo las alas hay un hombre (Quito, 2015. Premio de Poesía Paralelo Cero). Dos de sus cuentos integran la Antología: Los Engendros de la Luna (Taller Cultural Retorno, 2010). Dirige la editorial independiente Jaguar.
Doble sentido
Perdigones
Línea recta
El jardín de los amores caníbales (Fragmentos)
85
Juan Pablo Castro Rodas*
Poemas Cecibel Ayala ...................................................................................................................... 87 Poemas Patricia Noriega .................................................................................................................. 91 Poemas Carlos Vallejo ...................................................................................................................... 97 Poemas Walter Jimbo ..........................................................................................................................109
Cecibel Ayala*
Poemas
87
VUELO SUBTERRÁNEO
Poemas
Cuando por fin fuiste el resplandor, el fuego manando de mis manos, justo antes de convertirte en la visión robada de la noche, hundiste el cielo, el azul del cielo bajo mi vientre trizado como un ave degollada.
Perdigones
Cecibel Ayala*
Gota a gota remojaste mis labios, vertiendo agua viva de tu flauta. Todavía no tenías nombre, pero ya viajaba en tu mirada de ramajes oscuros, hasta secretos jardines sin retorno. Y a veces, abrazando una piedra te decía: ¿beso sabio o beso ardiente? Todavía no tenías nombre cuando te miraba, tallo nervioso bajo el clavel en llamas. Gota a gota tu ladrido me recorría como un instante de vana saciedad. Y ahora que ha pasado tanto tiempo, ávida de embriaguez, miro cómo se adormece la tarde. Sé que ya no podré resistir la emboscada final. Todo cae nada más empezar y todo es despertar.
Poemas
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POCIÓN DE MEDIANOCHE
Perdigones
89
Poemas
No existía nada más vano que un instante de inmortalidad perdido. Amanece en el desierto y sigo mirando el resplandor de lo que todavía no he vivido. Tu entrega no hace más que disipar aquellas voces que desde muy lejos resuenan en la superficie como si jamás hubiese buscado tantas veces la soledad para hundirme mejor en tu imagen: tenues ecos que te desprenden el mundo. La sed recobrada en el instante que no acaba. No hay salvación para mí... Quisiera detener la inmortalidad de este amor, y aunque a veces lo consiga, ese aparente dominio no es más que un remolino que me precipita con violencia ante ti. Y cuando al fin me siento libre en medio de mi viaje solitario me pregunto: ¿a qué huele tu lecho por las mañanas? dime... tu silencio revela esa parte de mi salvación, nunca has desmentido ese detalle, ¿acaso no lo sabes? ¿o deberé vaciar mis sentidos por la noche eterna? Dime...
Cecibel Ayala*
AMANECER EN EL DESIERTO
Perdigones
Cecibel Ayala* Poemas
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* Cecibel Ayala. Cayambe, 1986 – Quito, 2013. Realizó estudios de comunicación social en la Universidad Central del Ecuador. Escribió los libros: “El cazador”, 2008 y “Poción de medianoche”, 2013.
Perdigones
Patricia Noriega*
Poemas
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Hay que liberar a la luna contenida en mis ojos Y en los ojos de los gatos que queman al viento La veo diáfana, danzando entre los cabellos de Ilaló, desteje tormentos, su luz ruge como una bestia alucinada. Hay que salvar a la luna, salvarla de mí y de mis ojos que la beben.
Perdigones
Poemas
I
Patricia Noriega*
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II Te he visto Patricia, has pensado en tu infancia fría, en el color de la muerte. Detrás de tus paredes brillaba el sol, pero tú te revolcabas en la tristeza de un ángel ebrio. Tu aire olía a plumas y a llanto. Estabas sola, he visto tus palabras suicidas, donde figuraban tus huesos callados. Te conozco, he visto la lava de tu averno, pero también la espuma del fénix. Ya no eres más la niña de tiza en el muro de la escuela, después de la lluvia. III
¿A dónde voy? Los manicomios y las tumbas están llenos Y yo sigo afuera. Corro con mi corazón aun latiendo en mi mano.
Poemas
IV Entro sigilosa, me doy con tu manía, me beso con tu insomnio abandonado en el pasillo. Llego hecha humo a liberar tu lengua enrollada de miedo, a salvarte de la asfixia.
Perdigones
Patricia Noriega*
Vengo despacio a amarrarme a ti en una armonía arcaica, lágrima helada sobre tu tendón de furia, y me arrodillo al lado derecho de tu cama. Llego silenciosa a cortarte la yugular, con ese esferito de oro que te cuelga en la garganta.
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V
Poemas
La noche es un embrión herido. Adentro de mi cabeza hay otra cabeza pensando dos veces. Hay un cuervo devorando mi médula gris. Está mi pueblo, mi niñez con su vestido negro, están las lágrimas que alimentaron la vertiente donde los domingos hago el ritual de lanzar mi nombre. Está mi corazón adentro de un pez asfixiado. Al fondo de mi cabeza, un museo de angustias y estoy yo golpeando hacia afuera tratando de escapar de mí. Ese es un museo oscuro y estoy yo, parada en medio de fantasmas. Adentro de mi cabeza hay dos corazones que quieren olvidarse de hacer magia. Hay una voz de ocarina invitándome a bailar un yaraví con la muerte.
Perdigones
Patricia Noriega*
94
PÁJARO EBRIO Fuimos al hotel, luego de vernos apenas tres veces. Traía su único baúl colmado de rabia y deseo. Yo llevaba mi corazón en el interior de un pájaro ebrio. El espejo del techo era un caracol que su mano reventó contra el muro. Era yo deshecha en sus mandíbulas. Abrió la nuez y conocí su lengua atravesada de alfileres, y surcó también mi lengua, cosiéndose a mí. Separó sus labios, dejó en el aire un pedazo de sol, como el suicida que deja caer el arma, cuando revienta su cráneo en el asfalto gris de la ausencia. En el espejo del techo miré mis botas negras cayendo hacia un costado. Pensé: ¿Podré aferrarme de una vez y para siempre a su cadencia? ¿Podrá mi carne paladear su otoño? Entonces empezó a serpentear y danzamos en medio del vino. Mi brazo en su espalda y su mano en mis ojos. Nos arrogamos de inmortalidad al ver nuestros cuerpos en el techo, Cuando conocimos la libertad de los animales desnudos.
Poemas
Yo fui la visita que esperaba, antes de ser polvo. La que, desde esa noche, lleva un puñal en cada mano, para ampararlo, para salvarlo. Aunque él tenga los ojos abiertos antes de nacer.
Perdigones
Nunca pensé que sería tan fácil morir. Abandonarme, dejarme ir, volar eternamente. ¡La Noriega por fin ha muerto! A los 37 de haber hurgado en la maleza con mis huesos. Después de lacerar mi corazón con la punta de un lápiz.
Patricia Noriega*
LA MUERTE ANTE EL CARNERO
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Poemas
He atravesado hacia el Oriente Me he soltado de mi mano, dejando mis uñas y mi carne. Me he inflado hasta explotar Hasta que del vientre se expanda un rostro de ternura Inocente cordero, que mañana será lobo. La noriega dejó de existir, para latir en la fosa de un carnero. Carnero de mirada triste y solitaria. Carnero rojo, pintado de veneno. He muerto un 6 de abril, mientras mi matriz se quemaba, mientras mis manos desgajaban mi piel, Cuando comí una parte de mi propio cuerpo. Nido sangriento. He muerto en mí, Mi cuerpo trocó, parió un sabio carnero. Ha dado vida. He dejado de ser yo, ahora vuelo. Sueño, respiro desde su cordón umbilical, por los siglos, de los siglos, de sus siglos.
Perdigones
Patricia Noriega* Poemas
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* Patricia Noriega. Comunicadora Social, Antropóloga y poeta. Sus textos aparecen en Los descarrilados (2001); Saxo Gramático (2004); Los cien años de la poesía femenina del Ecuador (2007); “Palabra de Dragón” (2011); Antología “Paralelo Cero” (2013); Antología “Poetas de la mitad del mundo” (2013); El vuelo del águila y el cóndor (2015). Lírica Vasca-Ecuatoriana (España 2020); Dibujando la geografía de la patria (2020)
Perdigones
Carlos Vallejo*
Poemas
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En tajos de mí corto las legumbres, sirvo, plato a plato, mi mejor ánimo, mi sonrisa de corbatín prefabricado. Oculto bajo charolas antepasadas, reordeno, como flamantes, mis arrugas sucesivas, mi tedio de última hora, mi cáscara de limón en los latidos. Fundido en cortes accidentales me distribuyo en el Todo: frente a todo, contra el Todo, ante todo, por debajo de las aceitosas luces de la experiencia me reclamo Señor y pulpo
Perdigones
Poemas
FUNDICIÓN DEL EGO
Carlos Vallejo* Poemas
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de las parcelas moleculares, tornillo lacio en los andamios de la razón. Me desarraigo mientras me descomprimo, sobrenatural y concreto como un diamante. Hoy me siento felizmente unido a los caprichos de la tabla periódica, alquimista oficiante de las engañosas profundidades de la sartén. Soy el número mediano entre el azogue y los mercurios, el habitante inconcluso de aromados átomos: cedrón, limallas de café, cilantros de la tarde. Estoy dulcemente embebido en distantes núcleos, como un pavorreal enlatado en las cuencas de Birmania o como la adormecida roca de San Pedro agitando las vértebras de Dios. Por nonísima vez soy "Aquello" en mis narices, tan difunto como una notaría dominguera, pero menos errático que un loco enquistado en las naves del Hacer. Estoy aquí y a la vuelta de mi propio yo, eructando
Perdigones
Perdigones
Carlos Vallejo*
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El jardín de los amores caníbales (Fragmentos)
mi misma distancia, sumido por aleación en la topografía del tigre y en los lazos diminutos del mantel. Así que ¡oh, sagrados verbos! déjenme, por ahora, ser idealmente fisiológico con mi hocico promedio en el centro del chancho. ¡Arre, porcelanas cívicas! ¡Que el subsuelo de lo superfluo hable más que las esencias! ¡Arre, Sol vespertino! ¡iza los giros de tu bemol en los Saturnos! Sea, por esta tarde, lo fantasmal y lo táctil una suave trenza, como una médula estrellada en su diametral opuesto. Ícese la copa del nervio y sea bienvenido el colmo vital: el burro gris y su zanahoria cartesiana, el peso de Newton sobre esta rama que, en su sueño, se eleva; ¡abran paso a la llama que viene mi sombra a lomos de hielo!, ¡venga el humo fracturado en sus costillas de paloma! ¡Venga de hinojos el ciempiés y la sirena! ¡Ábrase este champán epidérmico! ¡Hoy hay comunión entre mi alma y todas las cosas que en este mundo han sido!
Carlos Vallejo* Poemas
100
Un minuto es ayer. El reloj es otro. La leche envejeció infinitamente desde que ya no nos hacemos. Ya han pasado nada: diez días. La cama se dio por no mover un músculo y hay algo aún suplicando desde mis pantuflas. Da pena pronunciar ese cepillo de dientes olvidado, o el paraguas lila. (El otro día nos vimos en las páginas de una librería y me dio ganas de llorar, pero estaba muy caro. Ya te habías corrido por mi pantalón. Ya me habías apagado el celular en la cara. Ya me odiaba tu amiguita turgente. Ya se me habían subido las cebollas, otra vez, a la cara, y ya nos habíamos dedicado las consabidas palabrotas luego del llanto común. Así de sucios.) A través de la neblina se cae este hoy lampiño, pálido. Da pena el segundero ahí quedado por esas escalinatas que nunca volveremos. Al apuro te conseguí flores pero siguen tiritando. Y paso y no paso por esta casa en que nada se guarece. Estoy y no estoy a milímetros del timbre. Ya he dejado un papelito en la enredadera. Ya me limpié el lacrimal con el aullido de tu perro. Ya me despedí de tu sombra con todas mis tristes babas. Nunca es facil lidiar con lo que aún no parece haber muerto.
Perdigones
101
Poemas
Tremendo tu pececito nuevo en tu litro de agua y tremenda la hoguera donde puse esa carta en que le dices que ya no me amas. No sé, ahí me dejas todo esto en dos manos a medio llorar, en esta suma de cuartos secos donde no llega ni un rumor de tu sol, ni un pañuelo, ni tus medias: nada. Ha de ser tuyo este plexo irrespirable, este viento frío entre mis nervios. Te dije que te llevaras todo, necia; esta ventana y este olor debieron subir primero en tus maletas olímpicas. ¿Qué dirá nuestro niño y su oso polar de a mentiras? Ya ya ya ya irás entrando en otro líquido que no me sepa, ahí por esquinas musculares que ni conoces; ya tendrás tunas en tu corazón, en tu sexo recién colgado en otros alambres; ahí, de hombro flamante, haraste dura de tan sucia; y cálmate: yo no te he de buscar porque mi profesión no me deja repetir dos poemas iguales para una misma persona.
Carlos Vallejo*
DÚPLEX
Perdigones
Carlos Vallejo*
102
Soy este muerto que te quiere tanto: desde el empeine, desde los pelos y el labio, desde la arista dormida que reclama el cielo con su estaca de rayo imposible. Y no sé entre qué esconderme, qué lágrima hizo mi párpado hondísimo, qué siglo hierve en este minuto degradante, no sé hasta cuántas capas de piedra podrá soportar mi triste cebolla. Mas me arrincono, por mientras, lejos de mis huesos, en el abecé de estas gaviotas ebrias, entre mis sarcófagos de nubes sucesivas, junto a la pus del insomnio y las bacterias. Qué difícil serme, sien dentro de sien, de por vida, de por muerte: pálido, incisivo, como el cuello almidonado del cadáver y terminé aún más muerto, más muerto aún que los escarpines blancos de mi hermanito no nacido. ¿Qué amanece en este entremés de gusanos? Aquí las tablas son siniestras y en las paredes hay un segundero que no puede más con eso. Quepo en un terno que se pudre de costillas y el centro del cuarto se alimenta de tu dardo que aquí sigue alcanzándome, y digo que aún te quiero porque diviso en el lodo un flanco de tus ojos que aún camina conmigo.
Poemas
VIAJE A TIERRA Estoy mucho más lejos, en un lejano cero, de espaldas a las credenciales cívicas y a sus ácidos orfebres. Salí de mi biografía. Estoy enfermo de algo que late solo. No es día ni noche acá en este recodo azul.
Perdigones
Carlos Vallejo*
Bien, gracias, me digo, si por mala costumbre me despierto en una hora en que tampoco hubiese nadie. Pasé acomodando algunas neuronas en mi congelador por si un día, de la pura derrota, se me ocurriera volver a empezar de nuevo todo.
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Van a partirte más que a corazón, va a abrirte como a un caracol estallado en nervaduras. Te partirán, te dejarán más desnudo que al calcio; hueso a hueso, con un sol triste dando vueltas alrededor de tu cráneo. De un certero tajo en tu sombra alguien abrirá la sombra tuya, tuya y de nadie más, y te abandonará como a un niño seco en las trincheras del aire. Vienen por ti, con una hoz caliente a rasgar tu rocío; tu paz de floripondios. Se acercan, pisando la hierba, con su pupila blanquecina, con sus babas crónicas y sus pólvora córnea. Soñolientos, manchados, rasos, con sus manotas de estiércol y su molino de mariposas; vienen
Perdigones
Poemas
VIENEN POR TI
Carlos Vallejo* Poemas
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porque te harán añicos los pelos y el vestido; pisarán tu dulzura y tu mejilla; harán martillos circulares sobre tu garganta azul y tus lagañas. ¡Qué muerte tan nublada la tuya: junto a las costillas del Machángara! Ya ni las ratas quieren morir ahí; las ratas de diente grueso y bazuco, las ratas prestidigitadoras que comerán lo que brille de ti, tu último vaho; las ratas de este mundo tan ciego, las que saben que tu reino de colores lo hemos clavado en el lodo, amigo largo y pequeñito, en el lodo. En inexactos pedazos van a partir tu candor innegociable, tu pestaña lúcida, tu ingle, tu axila, tu último dedo del pie. Te abrirán por archipiélagos y parcelas, suciamente; te cuartearán por geografías, siglos, husos y meridianos. Uña a uña te matarán; de zapato en zapato te examinarán hasta dar con el cordón que izará tu cuello. Te abrirán velozmente por ver de qué tamaño es el ángel que te asoma,
Perdigones
Perdigones
Carlos Vallejo*
105
Poemas
por ver cuántos pájaros escondes en la sangre, por el olor de tus plumas, por tus acordes en el tórax… No, ¡qué les importa!, van a desfigurarte por una alforja de chucherías de grueso calibre, por una funda de nada donde guardas una servilleta, media moneda, dos versos y un perrito de alambre. Te van a dividir unánimemente por sesos y soledad, por soledad y ganglios; porque solo tú veías los amaneceres de Guápulo floreciendo en la trasnochada luz de los mercurios. Te van a dar en la llaga, en los maxilares te golpearán con un látigo de venas, con un chorro de hielos y cloroformo te darán, porque tu nombre suena a cascada porque tu nombre es tuyo y de nadie y de todos; te van a dar en el barro, en tu calavera de maíz, en tu danza junto a los portales -pájaro del mundo-, te van a dar con un foete coagulado, con una estrella de pus, con un palo en tus acuarelas, te darán.
Carlos Vallejo* Poemas
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Verás que bajo la tierra no habrá espacio para ti porque van a despostar los vientos de la primavera, porque quieren arrancarte de las banderas del cielo, de las altas orquídeas que coronan tu aire. Van por tus hilos de cobre y sudor; por tus tesoros de mullo y nylon; van por los seres que diste albergue en tu circo pirata; van por tus tres calcetines y tu franela cosida en medio de los semáforos. Van porque van, van, vienen por ti a acuchillar tus aires… ¡Ah! ¡qué desastre!: todos los balcones se han indignado la víspera, se han caído sus geranios como advirtiendo la hiel, la astilla. Hasta los potreros vienen desbocados desde Bellavista, junto a catsos y libélulas, vienen a advertirte que te escondas; pero, ya es tarde, muy tarde, niño. Ya la neblina entera te llora, como queriendo disfrazarte, pero vienen, a unos metros ya, con sus aspas a ras de veneno, con sus punzones demacrados y su ceniza. Y no podrás levantarte.
Perdigones
Perdigones
Carlos Vallejo*
La triste joroba del Auqui se ha quedado muda, impotente, con sus tres mil brazos de eucalipto quieto. Y esos perros de nadie, hermanos tuyos, vienen desde las cunetas del mercado a lamerte la mejilla, como queriendo que te levantes, que te rías como siempre con tu medio pan, con tu rigor de arlequín flotando entre los trigos y la manzana nueva, ellos, tus compinches de cena, van llegando, pero su marcha no alcanza a evitar el óxido de las dagas, su pústula afiebrada. Vienen: ¡Qué mes para abrirte! ¡qué año! ¡qué siglo! ¿Dios se pondrá a hacer avioncitos de papel con tu corazón? Muy grave hacer el oficio de Dios a estas alturas de peritos forenses, de moretones y huesos descosidos, de tus ojos abiertos como flores, de los justos que llegan en el tren de las bacterias atrasadas. Te vamos a abrir todos: los que te dimos la espalda, los que ahora estamos pálidos, conmovidos, indignados, dolidos, desencajados, parcos, sobrecogidos; pobrecitos, tras el monitor, siguiendo bis a bis
107
Poemas
Hasta el lodo, ahora rojizo, ha querido que te pongas de pie.
Carlos Vallejo*
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tus sucesos en twitter, mirando cómo cruzas unos escalones de chilca para llegar a casa y no hay nadie, y no somos nadie, y te damos un like detrás de la neblina, sentaditos, como si fuera mucho, como si fuera tanto darte un segundo de frenesí y ojeras delante del internet. Te van a dar un tajo los murciélagos, ya verás cómo su odio por la libertad hace bulla en esta franciscana muy noble y muy leal y muy primer grito.
Poemas
Ya verás cómo hieren tus vides y tus mieles, tu árbol azul, la luz de tu perrito, tu libreta en que canta el paraíso, tus costillas donde cabía toda una hermandad de huérfanos. Te van a dar, con sílices y óxidos tridentes, con su espuma fétida y su colmillo supurante, en el eje de tu esfinge, en el centro de tu vuelo: Te lo advierto, alguien será el que lance la primera piedra.
* Carlos Vallejo. Quito. Ha escrito cinco libros de poemas y tres de relatos. Editor, facilitador de talleres literarios. Actualmente coordina la editorial 4Nortes Editores.
Perdigones
Walter JImbo*
Poemas
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Del libro El poema del diablo
Mala mujer. Tremenda mala mujer Tus ojos y tus carros chocados. Los caminos que reinciden en tus caderas. Cómo tu palabra y tus tardes Cómo tu desastre y tu óxido Cómo tu puñal lo llevas a todas partes, en tus zapatos que ya no saben cómo sostenerte vertical. Bosque de fiebre Tus grillos me llevan a ese suplicio del que no se sale Cuando intenté hacerme una patria de cuchillos llegaste Cuando, desnudo, empujaba al ángel roto a las llamas, apareciste. Mala noticia para la arrogancia de la vida: empiezo a buscarte.
Perdigones
Poemas
MEMORIA Y PUÑAL
Walter JImbo*
INFORME SOBRE LA MUJER EXTRAVIADA
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Inútil averiguar por ti Otra tempestad te ha arrastrado Pisas otro fango, otra cantina, no compartes ya el mismo precipicio los mismos ojos de agua ya no te miran los mismos peligros no te acechan tus manos alimentan otro tipo de demonios Un arroyo mudo te desfigura Otros perros llevan tu cicatriz en sus narices Otras tinieblas te esconden de mi ceguera Envuelta en qué fábula estás Qué canción te empuja que yo no la escucho Otro silencio es el tuyo La casa que duerme en otro incendio es tu sueño La casa que no me protege de las tardes. Me arrimo a una ventana. Me caliento al sol, leo los periódicos. La lluvia no es ya mi habitación Los truenos ya no me llevan a ti
Poemas
RAÍZ SIN LUNA Es domingo. El maíz y los sueños están caídos. Del otro lado de mi voz ruge un león extraviado. En este paraíso está ausente el abrazo del niño dormido. Las hojas secas gritan todos los nombres antes de morir No hay regreso a los escombros del tiempo Miro dentro de la casa -ese paraíso inflado de sollozos y lámparas viejas Debo de terminar de quemar los retratos de la infancia Ya no dicen nada de la vida.
Perdigones
Nunca había sentido a la muerte tan cercana como hoy cuando vi a un anciano con un traje color cenizo, arrimado a un árbol, tan derruido como una paloma muerta. Como hoy que escuché campanadas grises que se regaban de la ojiva. Nunca había sentido tan urgente la muerte como hoy, que miro los muebles empolvados, la mesa ausente de manjares, las paredes silenciosas como los ojos de los muertos, como las manos de quien duerme sin sueños. Nunca como hoy he visto la muerte tan cercana, con su olor a crepúsculo, con el color de lluvia de un panteón. Ha venido la muerte hoy y se burla desde la vajilla vacía, desde la chimenea donde se queman hojas de diarios y retratos que creí eternos. He escuchado a la muerte hoy, su instrumento de viento que cuece melodías frías. Nunca había sentido a la muerte tan cerca a mí como hoy en que miro armas afiladas y nadie me detiene, como hoy que leo mis últimas confesiones y ya no me producen vergüenza. Como hoy que tengo en mi cabeza la imagen de una mujer que lamenta mi nombre y mi destino, como hoy que no esquivo el insomnio ni la soledad, que recojo en el vacío de mis manos el vuelo del pájaro vencido. Como hoy, nunca la muerte estuvo tan pegada a mí, cuando me refugio en mi cuarto, donde miro mil filos para los paisajes de mis venas y estudio qué parte de mi cabeza anular.
Perdigones
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Poemas
Doce A Carlos Luis Ortiz
Walter JImbo*
Del libro En la tormenta la música
Walter JImbo* Poemas
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* Walter Jimbo. (Macará, Loja, 1973) ha publicado: La voz del impostor, poesía 2016; El enemigo en casa, cuentos (premio del Ministerio de Cultura del Ecuador, 2009), En la tormenta la música, poesía 2012; Silencios de la isla, poesía, 2017 (Mención de honor en el concurso Ismael Pérez Pazmiño, de diario El Universo, 2016); El poema del diablo, poesía, 2019 (premio concurso binacional GAD-Pichincha); Suelo porno, relatos 2019. Actualmente se desempeña como docente en la Facultad de Comunicación Social, en la Universidad Central del Ecuador.
Perdigones
Extramuros
Línea recta
El jardín de los amores caníbales (Fragmentos)
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Juan Pablo Castro Rodas*
Sobre el libro Las formas de la pérdida Juan José Rodines • Raúl Pérez Torres • Walter Jimbo ......................115 Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales) Silvia Vega Ugalde .........................................................................................................117
JUan José Rodinás*
Sobre el libro Las formas de la pérdida
Fabián Guerrero ha ido desarrollando con los años una obra que bascula entre el susurro y el gemido visceral. En este poemario llamado Formas de la pérdida, encontramos el esplendor de quien se niega a la elocuencia, el bisbiseo en una habitación vacía, el fantasma de quien no ha existido, hablándonos en una lengua escueta, errante, vulnera-
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ble, apócrifa. Esa vulnerabilidad es convertida por Guerrero en unos fragmentos que se mueven entre el estupor y el abandono, entre la sequedad y el sollozo. En estos textos breves, lacónicos, el poeta se arriesga más que en su obra precedente pues revela una espiritualidad aún más desolada, como un niño que llevara la cabeza de su madre por el desierto, como un monje que danzara un rave con el mero eco de su respiración. Juan José Rodinás
Sobre el libro Las formas de la pérdida
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Raúl Pérez Torres · Walter Jimbo*
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He leído esas Formas de la pérdida que en mi corazón se vuelven ganancias. Siempre digo que la poesía es la permanente búsqueda del silencio y de lo que guarda. Cada palabra del poeta Guerrero Obando se encamina al silencio, de la misma manera que el tiempo. Me conmueve la obsesiva metáfora de este autor sobre aquello que ya está en su esencia y que cada vez necesita menos palabras. La palabra de Guerrero Obando, entonces, lleva clandestino un monje athonita con una lámpara viva. Raúl Pérez Torres
Sobre el libro Las formas de la pérdida
La angustia como faro en el entendimiento Al final del libro Formas de la pérdida De Fabián Guerrero Obando. …Su propia humanidad ya no alcanza. Aunque él es la vida, algo se le sobrepone. Le pesa. Evita que la vida que aún le queda en las manos la use. Quiere ver -ese sobrepeso- cómo derrama su
Extramuros
tiempo, cómo lo arroja por la esclusa del no. Campanas llenas de óxido tal vez. Ríos que fueron. Cielos que le adornaron sus pasos en el verano. Ya no. Después de todo el dolor ha dado tregua. El poeta se levanta y se va. La puerta de la jaula siempre ha estado abierta. Pero da lo mismo estar en un lado que en el otro. Aun así, sabe que para siempre habitará entre esos dos hemisferios. Walter Jimbo
Silvia Vega Ugalde*
Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales)
PRÓLOGO, por Silvia Vega Ugalde Mercedes Andrade, la innombrable, es el último libro escrito por Raquel Rodas, prolífica escritora azuaya de varias decenas de obras literarias, educativas, históricas. Dentro de estas últimas, las biografías de mujeres tienen un
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lugar central. Podría decirse, sin exageración, que la historia ecuatoriana y las mujeres del Ecuador, le debemos a Raquel, buena parte de la recuperación de la memoria de varias mujeres valerosas, contestatarias, irreverentes frente a normas arcaicas de vida, que abrieron caminos de libertad individual y colectiva. Las biografías de Dolores Cacuango y de Tránsito Amaguaña , líderes indígenas, nos permitieron conocer sus orígenes, sus luchas por la autodeterminación de sus pueblos y por conquistas de-
Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales)
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Silvia Vega Ugalde* Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales)
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mocráticas y sociales en el Ecuador de mediados del siglo XX. La de Luisa Gómez de la Torre y Laura Almeida , comunista y socialista que se hermanaron en la lucha por las reformas sociales, en las mismas épocas. La de Teodosia Robalino, maestra rural de orígenes sociales humildes que se destacó por su entrega a la enseñanza y por su liderazgo gremial. La de Zoila Ugarte de Landívar, mujer liberal y precursora del feminismo ecuatoriano, periodista defensora del derecho al sufragio para las mujeres. Las de treinta y cuatro “Maestras que dejaron huellas”, reseñas biográficas escritas por varias autoras del Grupo GEMA (Grupo de Educadoras María Angélica) alentado por Raquel, quien hizo de editora de esta publicación . La de la poetisa cuencana María Ramona Cordero y León, Mary Corylé , adelantada de su tiempo, prolífica autora de piezas literarias, algunas de las cuales escandalizaron, por su vuelo erótico, a la pacata sociedad cuencana de inicios del siglo XX. Cierra el repertorio, la biografía de Mercedes Andrade, otra cuencana, nacida en 1877, que llegó a ser visible por su en-
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tronque con la familia Ordoñez Mata, una de las más pudientes e influyentes en la ciudad de Cuenca, en la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX, y que se volvió famosa, pero también innombrable, por su audaz fuga a París, para unirse con el famoso científico francés Paul Rivet, de quien fue su compañera y esposa hasta su muerte. Extractos de esta última biografía, aparecieron como artículos en las revistas AFESE y Revista de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Este libro que ahora tenemos en nuestras manos, Raquel lo terminó poco antes de su muerte, y como lo señala en su introducción, es una biografía inscrita en lo que ella denomina narrativa histórica “por acudir tanto a la formalidad de la historia en la mayor parte del texto, como a la desinhibición de la literatura en ciertos pasajes”. Esto último le confiere una riqueza mayor, puesto que transporta a los lectores y lectoras a paisajes comarcanos y metropolitanos, a sentimientos y pensamientos de las personas que se cruzaron en la vida de Mercedes Andrade y a su
Esto es particularmente claro en la biografía de Mercedes Andrade, de quien Raquel opina “que no fue una heroína de las que son consagradas ante un hipotético altar de la patria. Lo fue de otra manera. Un ejemplo de mujer que cargó todo el peso de la sociedad patriarcal tal como esta ejercía su poder a finales del siglo XIX y la mayor parte del siglo XX. Una mujer al límite, como tantas otras hasta ahora, en perpetua tensión entre lo que buscan y lo que obtienen; entre lo que quieren ser y lo que la sociedad les deja ser” .
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Silvia Vega Ugalde*
La narrativa histórica de Raquel Rodas sobre Mercedes Andrade, aparte de los giros literarios que le dan belleza y profundidad subjetiva y que transmiten la empatía de la autora con su protagonista, no es equiparable con la producción novelística que ha empezado a aparecer sobre este personaje. Todos los géneros son válidos para reinventar y redescubrir personas que confrontaron los paradigmas femeninos del patriarcado y, en ese sentido, son bienvenidos, pero el sustento histórico de la larga y paciente investigación de Raquel, que le tomó, a decir de su hijo Juan Pablo, nada menos que diez años, no tiene precedente. Sesenta y ocho textos consultados, nueve entrevistas realizadas y la indagación de fuentes primarias en veintiséis archivos, le permitió a Raquel ofrecernos un libro que, partiendo de la vida de una cuencana valiente, nos conecta con la historia económica, política y cultural de Cuenca y el Ecuador en el siglo XIX y XX, con la del mundo occidental de entreguerras, y con el conocimiento de una parte de la historia científica mundial enraizada en el descubrimiento de dimensiones desconocidas de
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Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales)
propio mundo interior, imaginado a partir de la inmersión de la autora mujer en la historia de la otra, la protagonista. Y es que Raquel Rodas cuando escribió biografías de mujeres, lo hizo con alma y corazón; identificándose con sus vidas, con sus anhelos, con sus luchas; comprendiéndolas. Son biografías “intencionadas”, porque ponen de relieve no sólo las vidas biografiadas sino sus contextos difíciles, ásperos, marcados por paredes, murallas o rejas culturales –y a veces materiales- que han configurado las sociedades patriarcales y clasistas en las que se desenvolvieron.
Silvia Vega Ugalde* Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales)
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nuestro país, por parte del etnólogo Paul Rivet, que unió su vida a la de Mercedes Andrade. En realidad, se trata de una doble biografía, la de Mercedes Andrade y la de Paul Rivet, intercaladas en la narrativa porque intercaladas estuvieron sus vidas, desde los años mozos de ambos personajes. El tiempo histórico que les tocó vivir, los espacios que transitaron, y la trascendencia intelectual de Rivet, obligó a la biógrafa a una amplísima investigación histórica, para recrear los contextos en los que vivieron, con la profundidad suficiente para entender y comprender sus trayectorias humanas. El libro se organiza en tres partes que describen a Mercedes adolescente y precoz esposa y madre; a la audaz enamorada que huye del cautiverio social; y a la mujer madura que enfrenta las vicisitudes de una relación compleja, en cuyo marco se reconfigura como mujer y ciudadana. En la segunda y tercera parte del libro, es Paul Rivet el protagonista descollante, primero por su transformación humana acaecida en el encuentro con el otro americano y luego por su proyección mundial como cien-
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tífico y como político comprometido con las causas de la justicia y la supervivencia humana, en el contexto desgarrador de las dos guerras mundiales. En la primera parte del libro, se atisba la procedencia familiar de Mercedes, sus años juveniles, tempranamente coartados por su boda arreglada a sus espaldas, y la desventura de los primeros años de matrimonio que provocaron su primera fuga para separarse de su esposo. Esta historia se imbrica con acontecimientos derivados de las realidades económicas y políticas de Cuenca en el siglo XIX. La descripción de la familia paterna del esposo de Mercedes, Ignacio Ordoñez Mata, es la trama que hilvana la comprensión del tejido de poderes que sustentaban la vida de las élites cuencanas. Los Ordoñez Lazo, dinastía familiar a la que pertenecía José Miguel, padre de Ignacio, basaban su poderío en los negocios de la cascarilla y del cacao, en el mercado mundial y de los cereales, en el mercado interno. En lo político, se hallaban entroncados con el presidente García Moreno, de cuya administración fue Gobernador por algu-
Se relata los distintos brotes de oposición de los cuencanos al garcianismo y, por ende, a los Ordoñez Lazo. La reticencia a la construcción de la vía Cuenca-Molleturo-Naranjal que atravesaría los fundos de varios terratenientes y propiciaría la movilidad de los indios, fue una de las razones principales de confrontación, pese a que aquella vía servía a todos para sacar sus productos hacia el litoral y traer los bienes importados para adornar las suntuosas casas de
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Algunos terratenientes cañarenses levantaron a sus peones contra el garcianismo, aliándose con el urbinismo; otros terratenientes cuencanos que eran competidores de los Ordoñez en el negocio de la cascarilla, como Miguel Heredia y Luis Cordero, usaban los periódicos para hacer su oposición. Obispos cuencanos como Tadeo Torres y Estevez de Toral, no fueron sumisos a las políticas garcianas, especialmente a las restricciones del Concordato al poder de la iglesia, específicamente en los curatos rurales. Intelectuales y estudiantes también se oponían a lo que consideraban excesos de autoritarismo en la conducción del Estado. Este hervidero de luchas y confrontaciones es el telón de fondo, muy bien expuesto, de la historia de Mercedes. La otra veta de la narrativa se refiere a la suegra Hortencia Mata, una poderosa mujer, madre de innumerables hijos, dos veces casada con dos Ordóñez Lazo, promotora de toda obra cultural y filantrópica de la
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las élites; no obstante, se hacía todo a lomo de mula y de guandos, por lo que no urgía la necesidad de mejorarla.
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nos años, el tío Carlos Ordoñez Lazo, quien luego de la muerte del padre de Ignacio, contrajo nupcias con su madre, la señora Hortencia Mata. Y no faltaba el poder religioso, ostentado por el otro tío mayor, Monseñor Ignacio Ordoñez, Arcediano de Cuenca, a quien el Presidente García Moreno le encargó negociar la venida al Ecuador de las religiosas francesas de los Sagrados Corazones, que fundaron sendos establecimientos educativos en Quito y Cuenca, en julio de 1862. Monseñor Ordoñez fue un fiel defensor de las políticas garcianas, cuando actuaba, entre el púlpito y la legislatura, como en ese entonces era común.
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ciudad, y dueña de la más grande fortuna, administrada y heredada por ella, al quedar viuda del segundo esposo. Ella se atribuyó el acuerdo para la boda de su primer hijo Ignacio con la guapa quinceañera Mercedes Andrade, para desviarle al chico de su amorío con una pueblerina, que resultaba inadmisible en los círculos cerrados de su élite. Ella fue también el ojo vigilante de la vida de su nuera, a la que cedió la casa diagonal a la suya, en el parque central de la ciudad, para que se instalara con sus pequeños hijos, una vez que Mercedes escapara de Paute, para huir de su marido. El misterio rodea la historia de Hortencia Mata. Raquel Rodas expone algunas hipótesis referidas a la predilección que tuvo por ella el presidente García Moreno, quien, al parecer, fue el artífice del relacionamiento de Hortencia con la familia Ordoñez Lazo, a través de la alianza matrimonial con su hijo menor, que determinó su venida desde Guayaquil a Cuenca, donde se afincó hasta el final de sus días. En la segunda parte del libro, el protagonista es Paul Rivet, médico francés que acompañó a la se-
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gunda misión geodésica francesa, y llegó al país en 1901, para prestar atención médica a sus integrantes. En su experiencia en Ecuador, además de médico tuvo que suplir en su trabajo a varios de los expedicionarios, que no resistieron las condiciones difíciles, climáticas y sociales, en las que se desenvolvía la investigación científica. Pero, sobre todo, a partir de su encuentro con este otro mundo, otras gentes y otras culturas, se transformó en un científico amante del conocimiento de los pueblos originarios del país y de América. En esta segunda parte, el escenario que describe Raquel Rodas nos traslada a la recién inaugurada época liberal, luego de la revolución alfarista. Ya no es solo Cuenca y su relación con un gobierno, sino el resto del país y, en particular las ciudades y regiones donde instaló sus operaciones la misión geodésica, que son retratadas en sus características físicas y sociales. También alude al acervo creciente de conocimientos e impresiones que acumula Rivet en sus sitios de visita, en su contacto con los pacientes, especialmente indígenas, y en la relación
La misión geodésica llegó a Cuenca en diciembre de 1905 y Rivet se dedicó frenéticamente a continuar sus investigaciones; fue a pueblos aledaños para conocer otros grupos autóctonos y realizó varias excavaciones arqueológicas. Este capítulo desentraña los hitos de la transformación humana y científica de Paul Rivet y la influencia que tuvieron en el algunos ecuatorianos, así como su contribución al mejoramiento de los horizontes investigativos en el país. “Impactado por los hallazgos arqueológicos y antropológicos que obtuvo a la par de su trabajo geodésico en el Ecuador, el joven francés al regresar a Paris, se dedicó al estudio de la antropología cultural y particularmente al de la etnografía”, señala Raquel. El libro reúne al final una lista de veinte artículos de Rivet sobre el Ecuador
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Se relacionó con Mercedes Andrade en una visita casual a casa de su hermana Leticia, que lo requirió para una consulta médica, situación que fue aprovechada también para otra atención a la quebrantada salud de Mercedes. De ese encuentro surgió el flechazo de Cupido en los corazones de ambos jóvenes, que continuaron viéndose discretamente bajo el amparo de su hermana y su cuñado Federico Malo, floreciente empresario de la comarca. Aquí se relata la segunda audaz fuga de Mercedes, disfrazada de monja, por los difíciles parajes del Cajas, hacia Naranjal y Guayaquil y la posterior despedida del científico Rivet de la ciudad de Cuenca, fingiendo no conocer nada de este escape, que había sido planeado por los dos, minuciosamente. En el puerto principal, otra hermana de Mercedes, Gertrudis, que residía allí, les daría abrigo, antes de su partida al otro lado del Atlántico. “La conmoción en la ciudad de Cuenca fue tremenda. Entre el si-
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y otras treinta y tres obras escritas por el científico con base en sus investigaciones en el país.
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Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales)
con investigadores como Federico Gonzales Suarez y otros, que le acercan a descifrar nuevas lenguas, costumbres, ambientes naturales y sociales, de los que no había tenido idea antes de pisar el Ecuador.
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lencio y la rabia no encubierta, el drama no se desvanecía. El nombre de la fugitiva no volvería a ser pronunciado en la ciudad deshonrada”. La tercera parte del libro está ambientada en el regreso a Paris del ya renombrado científico Rivet, en 1906, y el descubrimiento y adaptación de Mercedes a la gran metrópoli y a su nueva vida de pareja, que es descrita como desafiante, placentera, pero también difícil, en tanto la vocación científica del francés y luego, su opción política como diputado socialista, le ocupaban la totalidad de su tiempo y su atención. Mercedes añoraba a sus hijos, a quienes pensó unirse pronto, acariciando la falaz ilusión de que el padre y la abuela procurarían que no estuvieran lejos de su madre. No obstante, estuvo presa de la formalidad de su matrimonio, del que no pudo liberarse sino hasta la muerte de su esposo Ignacio Ordoñez, en 1931. Fueron vanas sus peticiones al Obispo de Cuenca, al Santo Padre y también las de su suegra, que en 1918 le comunicó que buscaría la autorización eclesiástica para anular el matrimonio de su hijo, a que él pudiera contraer nuevas nupcias.
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Mercedes y Paul pudieron casarse recién en 1932. El libro sintetiza varios de los aportes epistemológicos del científico Rivet, que combatió las teorías biologistas de la antropología, que daban pie al racismo y a una visión discriminatoria de las culturas y de los pueblos; también su defensa del internacionalismo científico frente a las visiones sectarias de otros científicos que se negaban a relacionarse, por las diferencias nacionales en la conflagración mundial de la primera guerra (1914-1918). La guerra fue el atroz escenario en el que le tocó vivir a la pareja. Rivet hizo un forzado paréntesis en su actividad científica y se enroló en las filas socialistas para luchar por la paz. Actuó como médico de los heridos de guerra y Mercedes lo acompañó como enfermera, sufriendo una herida de bala que comprometió parcialmente la capacidad de movimiento de su brazo derecho. Concluida esta espantosa guerra que devastó varios países del norte occidental, con la muerte de cerca de setenta millones de com-
Rivet viajaba mucho a los países latinoamericanos, asiáticos y africanos, promoviendo discusiones, dictando conferencias y alentando investigaciones, pero llegó la segunda guerra mundial, frente a la cual redobló su activismo político antifascista y de oposición al
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Por el retorno de Mercedes, vuelven las páginas sobre Cuenca, en los inicios de la cuarta década del siglo XX, una ciudad de cincuenta y tres mil habitantes, “de aire recoleto, sobrio y sosegado”, donde todos se conocían. Ella fue recibida hasta con un Te Deum de acción de gracias en la Catedral, porque ya era Madame Rivet, legítimamente casada. Rivet no regresó con ella; en esos años publicó su obra cumbre “El origen del hombre americano” que le catapultó a la fama mundial. Con el fin de la guerra, él regresó a Paris,
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avance del antisemitismo. El libro detalla su batalla por resistir a la invasión de Francia, hasta que finalmente emigraron, para salvar sus vidas, primero a España y luego a Colombia. Mercedes regresó a Cuenca, no solo para encontrar reposo de la tensión guerrerista del momento, sino para intentar recuperar el amor de sus hijos que se mostraban distantes, y al parecer también por un distanciamiento con su amado Paul, que se había involucrado en una relación con una científica matemática, de quien él decía que era una compañera intelectual.
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batientes, Paul Rivet profundizó su actividad científica. Fue nombrado autoridad de instituciones académicas francesas de prestigio y fundó otras, siendo la más significativa el Museo del Hombre que “se convirtió en una especie de laboratorio de investigación antropológica para el orbe entero, un espacio científico al que podían asistir investigadores de cualquier parte del planeta, a estudiar las muestras recogidas en el museo”. En el último piso del palacio de Chaillot, donde este funcionaba, Paul y Mercedes tenían su departamento, incluso después de que le retiraron de la dirección del Museo, por su opción política de izquierda. Allí se hicieron vibrantes y enriquecedoras reuniones de intelectuales franceses y de otros países y llegaron también ecuatorianos, que fueron amablemente acogidos por la pareja.
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pero para dedicarse de lleno a la política, contribuyendo desde la diputación, a la redacción de la nueva Constitución de la IV República francesa. Las últimas páginas del libro, basadas en varias cartas entre Paul y Mercedes, retratan el tipo de relación entre ambos, afable, amistosa, pero marcada por un tono de fatiga, debido a la enfermedad que a él le aquejaba y las decepciones que vivía por la actitud displicente de las nuevas autoridades del Museo, sumadas a las carencias que se experimentaba en la ciudad de Paris, después de la guerra. “Desde que me instalé en el departamento del museo, desde que Mme. Voucher me dio su criada Ana y vino a ocupar una parte del piso bajo de la habitación, mi vida ha cambiado del todo. Como bien, mi ropa está cuidada. La criada no me roba y gasto la mitad de lo que gastaba antes…..Yo comprendo que esto te disguste, pero no hay duda que Mme. V. después de haberme salvado la vida en febrero de 1941, me la salvó una vez más en el último invierno. Todo esto debes saberlo. Como te dije, ella no fue ni es mi querida, pero es
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una amiga incomparable” le decía con franqueza en una de sus misivas, en 1947. En ese año, Mercedes dejó nuevamente Cuenca y regresó a Paris, pero de lo que se desprende de las cartas, siguió sola, por los constantes viajes de Paúl a distintos países del mundo, y a disfrutar de días de descanso en casas de amigos, en las afueras de Paris. En 1951, pasó por Cuenca, en una de sus giras, y fue recibido con amabilidad y muestras de afecto por familiares de Mercedes y por las familias prestantes de la ciudad. Siguió viajando febrilmente, como para no tener tiempo de pensar en la cercanía de la muerte, que al parecer le aterraba. Esta llegó el 21 de marzo de 1958, a los 82 años de edad. Vivió sus últimos días y murió rodeado de cuatro mujeres: su hermana Madeleine, la señora Voucher que fungía de secretaria particular, la criada Ana y la cuencana enamorada, Mercedes Andrade. Ella regresó dos años después a radicarse definitivamente en Cuenca, donde vivió hasta los 89 años. Con el patrimonio dejado por su esposo Rivet, compró una casa
Silvia Vega Ugalde*
Gracias Raquel por dejarnos este último legado de tu lúcido y comprometido trabajo intelectual! Gracias por donarnos la memoria de las Dolores, Tránsitos, Luisas, Lauras, Teodosias, Zoilas, Ramonas y Mercedes, que abrieron caminos por los que hoy transitamos las mujeres! Gracias por haber rescatado las contribuciones científicas de Paul Rivet, inspiradas en el patrimonio de la maravillosa diversidad de nuestros pueblos americanos!
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Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales)
y pudo vivir con una cierta holgura, recibiendo además una renta vitalicia del estado francés otorgada a la viuda de su ciudadano ilustre. “Inauguró un nuevo modo de envejecer que desconcertaba a las cuencas. Caminaba sola, viajaba a la playa, vestía con gracia y no se sometía al traje oscuro que las mujeres de su edad usaban. Leía y recibía a sus escasas amigas de antaño. Enseñaba a sus sobrinas nietas los bailes de salón y a hablar en francés, su segunda lengua”.
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Índice
ÍNDICE GENERAL
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Línea Recta El jardín de los amores caníbales (Fragmentos) Juan Pablo Castro Rodas ..........................................................................................
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Sonata para un iniciado Raúl Serrano Sánchez ................................................................................................. 17 Outsider Paúl Hermann ..................................................................................................................... 25 El vacío Javier Lara Santos ........................................................................................................... 31 Moya: un laboratorio de fascinantes personajes para el cine Juan Carlos Moya ............................................................................................................. 41
Expreso móvil Poemas Rocío Soria R. ...................................................................................................................... 49 Tierra de centaurus Juan Carlos Morales Mejía ....................................................................................... 57 Disparo en la niebla Edison Navarro Cansino ............................................................................................ 61
Poemas Xavier Oquendo Troncoso ........................................................................................ 73 Poemas Cristian López Talavera .............................................................................................. 79
Perdigones Poemas Cecibel Ayala ...................................................................................................................... 87 Poemas Patricia Noriega .................................................................................................................. 91 Poemas Carlos Vallejo ...................................................................................................................... 97 Poemas Walter Jimbo ..........................................................................................................................109
Extramuros Sobre el libro Las formas de la pérdida Juan José Rodines • Raúl Pérez Torres • Walter Jimbo ......................115 Mercedes Andrade, la innombrable (Raquel Rodas Morales) Silvia Vega Ugalde .........................................................................................................117
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Doble sentido Poemas Ana Minga ........................................................................................................................... 67
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https://issuu.com/home/published/la_revista10 http://www.dspace.uce.edu.ec/handle/25000/22597