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Economía y Agenda 2030: una aproximación a la crisis global Elena Pérez Lagüela Economistas sin Fronteras
#DesafiandoLaCrisis desde los IES: por una economía que ponga la vida en el centro
Economía y Agenda 2030: una aproximación a la crisis global Elena Pérez Lagüela Economistas sin Fronteras
#DesafiandoLaCrisis desde los IES: por una economía que ponga la vida en el centro
Las herramientas que nos proporciona la Economía convencional resultan insuficien tes para poder analizar, abordar y explicar los desafíos que las sucesivas crisis del sis tema capitalista (económica, financiera, climática y, más recientemente, sanitaria) no han hecho sino evidenciar. Las contradicciones estructurales que estas dinámicas han puesto de manifiesto reflejan cuestiones que habían sido ya anticipadas por diversas perspectivas heterodoxas de la Economía, principalmente por la Economía feminista y por la Economía ecológica; cuestiones que serán abordadas en los módulos que siguen.
El origen de estas contradicciones sistémicas se puede hallar en una incompatibilidad fundamental que es la que se deriva de la pugna entre los procesos de acumulación ca pitalista y los procesos de sostenibilidad de la vida de la mayoría de la población. Esto se ha dado en llamar el «conflicto capital-vida» y hace referencia a la necesidad de visi bilizar el espacio de sostenibilidad de la vida que, al mismo tiempo, resulta esencial para la reproducción del sistema capitalista y que se desarrolla en dos dimensiones: en la es fera ambiental y en la esfera de los cuidados.
Lo que las sucesivas crisis ponen de manifiesto es que las condiciones marcadas por el sistema capitalista para su supervivencia ponen en peligro, de manera constante y con tinuada, las posibilidades vitales dignas de la población. Cada vez con más frecuencia se hace referencia a la responsabilidad que la depredación ecológica sistemática tiene sobre la exacerbación del cambio climático de origen antropogénico y sus corolarios: la pérdida de biodiversidad; el incremento de las enfermedades de origen animal y su mu tación en pandemias de orden global o la alteración de los patrones climáticos; la seve ridad de fenómenos como los incendios o las inundaciones, el aumento de las sequías y los problemas relacionados con la seguridad alimentaria derivados de todos ellos. De otro lado, se desvelan tendencias como la precarización deliberada de los sistemas sanitarios públicos y de cuidados, y se evidencian aún más las asimetrías de género y clase en las responsabilidades sobre el cuidado.
1. Este apartado ha sido elaborado en base a los textos de Agenjo Calderón et al. (2020) y García Quero y Ruíz Villaverde (2016).
En suma, las últimas grandes manifestaciones de la crisis global (ambiental, económica y financiera y social) han dejado al descubierto una crisis similar en la disciplina de la «Ciencia Económica». Como argumentaremos en los epígrafes que siguen, a pesar de que la Ciencia Económica cuenta con herramientas analíticas muy potentes, asentadas sobre instrumentos, herramientas y dispositivos matemáticos y econométricos que han alcanzado unos elevados niveles de desarrollo, perfeccionamiento y formalización, la disciplina ha sido incapaz de advertir la insostenibilidad de los múltiples desequilibrios que han confluido en el estallido de las crisis más recientes. Cabe recordar que la Eco nomía es, ante todo, una Ciencia Social, y que como tal debería ocuparse del análisis de las formas sociales de organización de la vida, de modo que se garantizasen las mejo res situaciones posibles de habitabilidad del planeta dadas las condiciones materiales existentes.
Parte de las limitaciones de la Economía como Ciencia explicativa de la realidad se de ben a que su docencia en la gran mayoría de universidades del mundo se ha reducido a la enseñanza de un único corpus de pensamiento basado en una serie de supuestos al tamente simplificadores de la realidad económica. Así, la deliberada transformación de la Economía en una suerte de Ciencia «exacta» no hace sino evidenciar lo inservible e irrelevante que resulta ser el paradigma dominante (el de la Economía neoclásica o mar ginalista, cuyas características desarrollaremos a continuación) para el análisis de los fe nómenos que intervienen directamente sobre nuestras posibilidades vitales.
En la imagen que sigue, tomada de García Quero y Ruíz Villaverde (2016: 29) se re cogen los principales axiomas y postulados en los que se fundamenta la Economía convencional:
Primacía de la relación sujet¡-objeto.
Visión atomizada de la sociedad.
Independencia de las preferencias individuales
No consideración de los determinantes culturales, sociales y políticos en el análisis de lo económico.
Teoría subjetiva del valor (utilidad marginal).
Creación social de escansez en aras del lucro privado.
Supeditación del factor trabajo a los intereses del capital.
Análisis del problema ambiental a través del concepto de externalidad.
Distribución del producto reducida a la teoría de los precios de los factores.
Racionalidad instrumental.
Economía ajena a juicios de valor.
Imposibilidad de cuestionar los resultados económicos desde dentro de la disciplina.
Las preferencias de los individivuos son datos para el análisis económico.
Supeditación de la cobertura de las necesidades en el lucro privado.
Manipulación de la demanda (marketing, publicidad,…)
Las necesidades humanas quedas inestudiadas
Reconocimiento de la primacía de la relación entre sujetos en la actividad económica.
No reducción de lo social a una mera agregación de individuos.
Enfoque institucionalista.
Liquidación de la extracción de riquezas naturales.
Aumento del universo de lo útil, no el de las riquezas particulares.
Construcción de la abundancia sobre materias primas abundantes y renovables.
Explicitar los supuestos éticos de partida.
Situar la justicia distributiva en el ámbito de lo económico.
Consideración del bien común.
Sustituir la lógica de la competencia por la lógica de la solidaridad.
Distinción entre necesidades básicas y datisfactorias.
Delimitación de las necesidades humanas básicas y universales.
Priorizar la cobertura de unos estándares mínimos de necesidades básicas.
De su lectura se puede desprender que uno de los fenómenos que más llama la aten ción cuando nos enfrentamos a la realidad económica de nuestro tiempo con las herra mientas que proporciona la Economía convencional es la incapacidad de esta disciplina para identificar o dar solución a los problemas más acuciantes: el hambre, la pobreza, la falta de equidad en la distribución de la renta y la riqueza, las crisis cíclicas, la especula ción desenfrenada, el deterioro medioambiental, etc. Por tanto, frente a este panorama se hace necesario reflexionar sobre el objeto de estudio de la Economía, para tratar de descubrir cuáles de esas categorías económicas hay que reformular para que la Econo mía sea una disciplina al servicio de las personas y no al revés.
Antes de ello, en todo caso, se impone definir y matizar las categorías de «Economía or todoxa» y «Economía heterodoxa» con objeto de poder establecer una noción común que sirva como base de este primer módulo:
> Definimos «Economía ortodoxa» como la corriente de pensamiento económico prominente que domina tanto el enfoque de la investigación como de la enseñanza de la Economía. El término que se suele utilizar para designar a la corriente económica principal (también denominada mainstream) es el de Economía neoclásica, que incluiría actualmente a autores como los neoclásicos (R. Lucas, R. J. Barro, F. E. Kydland, G. Stigler, G. Becker, R. B. Myerson), a los neokeynesianos (J. B. Taylor, J. Stiglitz, O. Blanchard, N. Kiyotaki, G. Mankiw, D. Romer, M. Woodford, P. Krugman) o a los keynesianos del desequilibrio (J. P. Bénassy, E. Malinvaud, J. Drèze, R. Layard). Estos autores trabajan partiendo de la base de lo que en términos teóricos se conoce como la «síntesis neoclásica»: la integración del pensamiento marginalista (con sus razonamientos en términos de utilidad y coste marginal), del que se nutre la microeconomía desde finales del siglo XIX, con una versión más o menos pervertida del pensamiento keynesiano (la que se resume en las famosas curvas IS-LM), a partir del cual se formó la macroeconomía a mediados del siglo XX.
> Por su parte, definimos «Economía heterodoxa» como el estudio de la Economía —o de algunos aspectos concretos de la misma— desde algún enfoque, tradición o escuela de pensamiento económico distinta a la escuela principal y hegemónica dentro del contexto académico. En España se engloba dentro del impreciso término de «Economía crítica» y en el mundo anglosajón con el término de «Economía heterodoxa» (heterodox Economics, en inglés). Por pura etimología, el término «heterodoxo» se define en contraposición a lo que en cualquier disciplina se haya convertido en dogma o doctrina dominante. Su fin último es construir una visión alternativa a la corriente económica dominante y, por tanto, está basada en preceptos que contradicen radicalmente los principales postulados de la economía convencional. Este tipo de definición nos permite saber en qué tipo de políticas económicas (las de privatización, liberalización y desregulación) está en desacuerdo la heterodoxia, pero no con qué planteamientos está de acuerdo. En la Economía heterodoxa se incluirían todas las explicaciones del funcionamiento de la economía más o menos alternativas a esa síntesis neoclásica. La Economía heterodoxa incluiría actualmente a los autores marxistas (G. Duménil, J. Bidet, D. Lévy, S. Nair), a los postkeynesianos (P. Davidson, B. J. Moore, L. R. Wray, T. I. Palley, M. Sawyer, C. Descamps, J. Soichot, A. Graziani, A. Parguez, M. Lavoie, B. Schmitt), a la Escuela de la Regulación (M. Aglietta, R. Boyer, A. Lipietz, B. Coriat), a las autoras de la Economía feminista (A. Agenjo, A. Pérez Orozco, L. Benerías, C. Carrasco) o a los economistas ecológicos (J. M. Alier, J. Costa, O. Carpintero). Todas ellas coinciden, a priori, en reivindicar una Economía post-autista (post-autistic Economics), menos preocupada de la capacidad de abstracción matemática que tiene la disciplina y más interesada en explicar el funcionamiento real de las economías. De este modo
pretende llevar a cabo prescripciones de política económica menos ideologizadas, y, al mismo tiempo, una enseñanza más pluralista (pluralistic Economics) de la disciplina. Parece, por tanto, que si queremos definir de una manera positiva a la pluralidad de enfoques y análisis que componen la Economía heterodoxa es necesario encontrar un sustrato de ideas compartido tanto por unas, como por otras corrientes. Y, de entre todas las nociones que comparten, con la que se puede abarcar a una mayor cantidad de las corrientes heterodoxas es incluyendo en este término a aquellas que aceptan, explícita o implícitamente, la definición «sustantiva» de la Economía. Según esta concepción sustantiva, la Economía es la disciplina que estudia la manera en que las sociedades satisfacen sus necesidades materiales por medio de distintos tipos de organización del proceso de producción (o transformación) y distribución de bienes (y servicios). Esta definición sustantiva, desarrollada en gran medida por Karl Polanyi, se contrapone a la definición «formal» de la Economía, popularizada por Lionel Robbins. Esta otra concepción, que es a la que tradicionalmente se hace referencia en las primeras clases de «Introducción a la Economía», entiende a ésta como la Ciencia que estudia el proceso de asignación de recursos escasos entre fines alternativos. Pese a que la definición de Polanyi se ha usado principalmente en el ámbito de la antropología, con ella se puede abarcar a una buena parte de las corrientes que conforman la economía crítica.
Aunque la elección de una u otra definición pueda parecer una cuestión de debate pu ramente intelectual, en realidad tiene importantes implicaciones. Mientras, desde una perspectiva sustantiva, los fenómenos económicos se entienden como parte de una realidad social y natural más amplia, la perspectiva ortodoxa de la economía cree que la racionalidad «maximizadora» gobierna el conjunto, prácticamente, de los fenómenos sociales e, incluso, naturales.
Si hay algo en lo que coinciden las principales corrientes de la Economía crítica es que todas ellas han realizado su propia crítica de los fundamentos de la Economía conven cional. Sin embargo, en su desarrollo posterior todas ellas han realizado contribuciones propias de gran importancia para comprender muchos aspectos del funcionamiento económico sobre los cuales la Economía neoclásica y buena parte de la clásica no son capaces de dar una explicación satisfactoria o ni siquiera consideran como problemas de los que ocuparse. En todo caso, recurrir a una posición ecléctica que combine ins trumentos y herramientas de análisis de distintas corrientes heterodoxas no tiene por qué suponer una merma en el rigor del análisis. De hecho, es necesario apoyarse en va rios de esos marcos para poder adquirir un conocimiento suficientemente complejo de la realidad multidimensional en la que las sociedades humanas llevan a cabo sus activi dades económicas.
Prácticamente todas las corrientes heterodoxas se encuentran con intentos de recupe ración de sus preocupaciones por parte de la Economía convencional (como los análisis desarrollados por la Economía ambiental, la de género, la nueva Economía institucional o la neokeynesiana). Precisamente, para tratar de contrarrestar esta tendencia, conside ramos que la Economía crítica no debe renunciar al rigor, entendido éste no como el in tento de alcanzar una objetividad que, dada la naturaleza social de su objeto de estudio y la especial relación entre este y el sujeto investigador es imposible de lograr (al me nos en las Ciencias Sociales), sino más bien como la necesidad de elaborar argumentos que puedan ser discutidos abiertamente y que se sostengan tanto lógicamente como al ser contrastados con la realidad de la que se ocupa. En segundo lugar, consideramos que, a pesar de esa reivindicación del rigor en el análisis, la Economía heterodoxa no debe caer en el error de tratar de construir un cuerpo cerrado de análisis similar, aun que alternativo, al de la ortodoxa. Por la propia naturaleza histórica de su objetivo de estudio, no es posible encontrar leyes inmutables (a no ser que esas leyes tengan un carácter más filosófico que científico) y tratar de hacerlo solo puede llevar a la forma ción de una nueva escolástica. En relación con ello y, en tercer lugar, la Economía crítica debe aprovechar la potencialidad de sus múltiples corrientes para llevar a cabo análisis que permitan comprender la realidad económica en toda la complejidad en la que se nos presenta. Es por ello por lo que, a pesar de las críticas al eclecticismo, la interrela ción entre corrientes, que como vimos en el anterior apartado ya se está desarrollando, debe seguir siendo fomentada.
En los siguientes módulos de este curso podremos identificar las múltiples relaciones que existen entre algunas de las principales aproximaciones heterodoxas a la Econo mía y detectar, incluso, desarrollos teóricos y análisis empíricos compartidos entre ellas.
Una breve aproximación a las características comunes que comparten las distintas corrientes que conforman la Economía heterodoxa
Una vez realizada la introducción teórica a lo que se conoce como el objeto de estudio de la Economía heterodoxa, planteamos en este epígrafe un ligero cambio de rumbo que nos permite avanzar hacia el segundo eje en torno al cual se articula este módulo. Los conceptos presentados en el anterior epígrafe nos permiten situar la perspectiva heterodoxa desde la cual se impartirán los contenidos de este curso y, así, poder orien tar la aproximación al resto de cuestiones que se van a abordar.
En este sentido, para poder comprender la deriva de las declaraciones internacionales sobre medio ambiente y desarrollo, que son precursoras de la Agenda 2030, es necesa rio realizar un breve recordatorio sobre el origen del ambientalismo y su incorporación a la agenda política global. Este ejercicio nos permitirá contextualizar la concepción do minante del concepto de desarrollo y situarlo en su relación con la noción que de «me dio ambiente» y sus características se tiene en cada momento.
Todos los procesos de acumulación capitalista que se encuentran en la base de los pro cesos de desarrollo económico precisan de un soporte físico, proporcionado y condi cionado por el sistema biogeofísico, para su sustento y su continuidad en el tiempo. Así, los sistemas económicos, como sistemas sociales, se encuentran comprendidos den tro de un sistema natural global que actúa como limitante de sus posibilidades de de sarrollo. Estas cuestiones, que hoy en día parecen contar con una aceptación mayor, pero todavía quizás no suficiente, fueron advertidas hace algunos siglos por los prime ros economistas ecológicos.
El surgimiento del ambientalismo y el paradigma de la sostenibilidad: recursos finitos y límites al crecimiento
A nivel político, sin embargo, el punto de inflexión se sitúa mucho más tarde, en un mo mento más cercano a nuestra contemporaneidad: es en el año 1972 cuando, con la pu blicación del informe «The Limits to Growth», coordinado por Donella Meadows, que comienza a cuestionarse la validez del modelo imperante de desarrollo, asentado sobre el crecimiento económico ilimitado, en parte justificado por la asunción de determina dos presupuestos marginalistas sobre las capacidades de maximización productiva y de internalización de los «costes» de esa producción dentro del sistema. El informe de 1972 fue una de las primeras notas discordantes con el discurso dominante, y su publi cación tuvo bastante trascendencia, ya que en él se aseveraba que «si el actual incre mento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcan zará los límites absolutos de crecimiento de la tierra durante los próximos cien años».
Algunos años más tarde, con la publicación del Informe Brundtland, se iniciaría de ma nera efectiva la concreción de la senda normativa que trataría de corregir los «desequi librios del desarrollo económico» para intentar conjugar el modelo de desarrollo con las capacidades ambientales del planeta, acuñando un término, el de «desarrollo sosteni ble», que ha articulado la agenda política global del desarrollo desde entonces.
El Informe Brundtland (IB), publicado en 1987, fue el primer documento oficial en el que se puso de manifiesto que los países No-OCDE (un eufemismo utilizado para referirse a las economías subdesarrolladas) no podían desarrollarse con el modelo que hasta en tonces habían seguido las economías del grupo OCDE, debido a la escasez de recursos naturales (especialmente «de la energía, de los materiales, del agua y de tierras»). Estos límites, se señalaba en el informe, «se manifestarán como costes crecientes y rendimien tos decrecientes, y no como una pérdida repentina de una base de recursos». Estas ten dencias parecen comenzar a vislumbrarse en la actualidad.
El IB es conocido por su definición del concepto de desarrollo sostenible: «El desarro llo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades». Sin embargo, desde el punto de vista conceptual, podría afirmarse que el concepto de «desarrollo sostenible», como tal, resulta ser un oxímoron, en tanto la concepción dominante del desarrollo, como crecimiento económico ilimitado, lo hace insostenible de base. La cuestión problemática aquí es que la generalización de esta definición legitima el uso tergiversado del concepto de «sostenibilidad» como algo fac tible dentro del sistema capitalista y justifica la constante búsqueda del crecimiento económico como fin último del desarrollo.
La razón de la manipulación del concepto de desarrollo sostenible, según Drexhage y Murphy (2010, en Bermejo, 2014) se debe a su «flexibilidad», que permite a las organiza ciones internacionales e instituciones financieras internacionales «adaptar el concepto a sus propios intereses». Citan como ejemplos de adaptación las versiones de institu ciones internacionales: el Banco Mundial afirma su compromiso con «una globalización sostenible» que «persigue un crecimiento con cuidado del medio ambiente»; el Fondo Monetario Internacional, por su parte, reitera su compromiso con «un crecimiento eco nómico sostenible»; la OMC persigue contribuir al desarrollo sostenible por medio de lograr fronteras abiertas y la remoción de todas las barreras al comercio. Todas estas acepciones tienen en común la asunción de la orientación dominante del desarrollo como crecimiento económico.
Por otra parte, en el mismo informe, al concepto de desarrollo sostenible se le otorga una interpretación tridimensional, ya que aglutina la dimensión económica, la social y la ambiental. Esta resulta ser, para Bermejo (2014), la manipulación más importante del concepto de «desarrollo sostenible», pues termina por diluir el concepto de sostenibi lidad, lo que justificaría el business as usual, es decir, que la sostenibilidad sea simple mente una caracterización cosmética y que no se cuestione el modelo de desarrollo dominante, que defiende ideas como la liberalización, la globalización, el crecimiento ili mitado… estando todas ellas amparadas por el corpus teórico de la Economía ortodoxa. Aun así, esta teoría de las tres sostenibilidades (económica, ambiental y social) aparece replicada en textos de la Unión Europea (UE), el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Programa de Naciones Uni das para el Medio Ambiente (PNUMA), etc.
Para llegar a ubicar el lugar que ocupa la Agenda 2030 en el plano normativo, haremos un breve recorrido por los principales hitos que han marcado las Declaraciones resul tantes de las principales Conferencias de Naciones Unidas que han tratado de cuestio nes relativas al medio ambiente y al desarrollo:
> La Declaración de Estocolmo de 1972 pone de manifiesto que la «protección y mejoramiento constante del bienestar de toda la población». Al definir el desarrollo como derecho se problematiza el cuestionamiento del concepto de desarrollo dominante porque se blinda desde el punto de vista normativo.
> La Declaración de Río de 1992 resultó ser un conjunto de principios sin fuerza jurídicamente vinculante. Sin embargo, su importancia reside en que supone un punto de inflexión en la historia de la sostenibilidad, pues universaliza la concepción de «desarrollo sostenible» planteada por el Informe Brundtland y sitúa la concepción del «derecho al desarrollo» definida por la declaración homónima. En su Principio 3, se insta a que «el derecho al desarrollo debe ejercerse en forma tal que responda equitativamente a las necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras». Además, se indica que «la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo» y se hace referencia por primera vez a las «responsabilidades comunes y diferenciadas» en relación con la rendición de cuentas diferencial entre países desarrollados (más contaminantes hasta la fecha) y países subdesarrollados. En la Declaración, por otra parte, se atisba un ligero avance: aspira a «modificar los patrones de consumo y producción porque se consideran ambientalmente insostenibles»… aunque este avance termina por convertirse simplemente en una concesión discursiva, pues en la propia Declaración se apunta a que esa modificación ha de realizarse sin «distorsionar el comercio ni las inversiones internacionales», lo que implica que el orden estructural de tipo político y económico es inalterable y pone de manifiesto la existencia de pugnas y luchas de poder en la conformación de la agenda global; cuestiones que retomaremos en el apartado relativo a la caracterización de la Agenda 2030.
> La Declaración del Milenio del año 2000, en la que se definen y detallan los Objetivos de Desarrollo Del Milenio, alude directamente a la «responsabilidad colectiva» en materia de protección del medio ambiente. Esta declaración reitera su compromiso con el desarrollo sostenible (y, por tanto, continúa sin cuestionar la noción de desarrollo dominante) y, aunque insiste en la idea de modificar las «pautas insostenibles de producción y consumo» el resultado termina por ser el mismo que en la anterior declaración: se limita a erigirse como la expresión de la buena voluntad de una parte de los agentes encargados del diseño de la agenda
global, pero su concreción efectiva no llega a sucederse nunca pues esto conllevaría la impugnación del modelo de desarrollo dominante.
> La Declaración de Johannesburgo de 2002 reitera los compromisos adquiridos en las anteriores con el desarrollo sostenible y la responsabilidad colectiva para salvaguardar el futuro común y proteger a los países «en desarrollo» de su situación de vulnerabilidad frente a las amenazas económicas y ambientales.
> La Declaración de Río+20, de 2012, recupera la idea del un desarrollo sostenible integral, en el que la sostenibilidad se entiende como una cuestión tridimensional (económica, social y ambiental). Se promueve el crecimiento económico «sostenido, inclusivo y equitativo» para «lograr el desarrollo sostenible» -una cuestión que, como hemos señalado, es cuando menos problemática- y se desarrolla la noción de «economía verde» como un nuevo eufemismo de un sistema económico depredador que se resiste a modificar su esencia.
Finalmente, atendemos al último apartado de este módulo con un doble objetivo: pri mero, trataremos de describir las características de la etapa actual de la economía mun dial. Este ejercicio nos habilitará para poder definir la centralidad del poder corporativo transnacional, lo que nos permitirá a su vez contextualizar la gobernanza del neolibera lismo, una dinámica que se encuentra en la raíz de la configuración de la A2030.
En segundo lugar, propondremos una caracterización de la A2030 en función de los mecanismos que subyacen a su conformación.
Las transformaciones tecnológicas e institucionales han modificado el funcionamiento de la economía mundial desde los años setenta. Las principales actividades producti vas, comerciales y financieras han adquirido una dimensión internacional y su desarro llo está asociado al comportamiento del capital financiero. Por eso definimos la actual dinámica de acumulación como de carácter transnacional y financiarizado.
La capacidad de fragmentar la producción mediante procesos parciales y autónomos ha dado lugar a que las grandes empresas industriales diseñen estrategias para loca lizar las distintas fases del proceso de fabricación de un mismo producto en distintas economías nacionales. De esa manera, se separan internacionalmente las actividades relacionadas con la extracción de inputs primarios, de las actividades de elaboración de bienes intermedios y de las actividades de ensamblaje y preparación del producto final.
Los contenidos sobre la situación actual de la economía mundial han sido extraídos de Palazuelos (2015).
El tratamiento de los contenidos sobre la A2030 ha sido elaborado a partir de los trabajos de Martínez Martínez (2017), Martínez Osés (2016, 2017), Martínez Osés y Martínez Martínez (2015) y Medina Mateos (2016).
Caracterización de la Etapa actual de la economía mundial: régimen transnacional y financiarizado
Esa fragmentación geográfica ha promovido la rápida elevación de las ratios de aper tura (exportación/producción) y penetración (importación/producción) de las econo mías. Se genera, entonces, un fuerte incremento de las demandas entrelazadas entre las economías y entre las empresas de países diferentes que participan en una misma cadena global de valor. Y a la vez se multiplican los intercambios entre empresas filia les asentadas en distintos países que pertenecen a una misma compañía transnacional.
Igualmente, la financiación requerida para invertir en la producción de bienes y servicios procede cada vez en mayor medida del exterior, al mismo tiempo que una proporción creciente del ahorro interno de las economías se dirige al exterior. Es así como la mag nitud de los flujos financieros que intercambian las economías es muy superior a la que refleja la posición neta de las balanzas por cuenta corriente de las economías (unas ex cedentarias y otras deficitarias). Por tanto, la actividad financiera se halla también tras nacionalizada a través de la conexión de los mercados financieros nacionales y de la internacionalización de los grandes bancos y otras instituciones financieras.
Consecuentemente, una proporción creciente de la actividad y de los resultados de las compañías transnacionales y de la dinámica interna de las economías nacionales están estrechamente asociados a operaciones realizadas a escala internacional. Así ocurre con los procesos productivos, las redes comerciales, los transportes, las comunicacio nes y la financiación. Y así ocurre también con los beneficios empresariales, logrados mediante la presencia de las compañías transnacionales en multitud de países y distri buidos geográficamente según su conveniencia corporativa.
En este sentido, se ha producido un cambio radical en el diseño espacial del proceso económico (producción-distribución-acumulación) y de las relaciones de poder. Ese cambio supone la desaparición del predominio histórico del espacio nacional como ámbito principal de la dinámica de acumulación de las economías, generándose una nueva dinámica que discurre sustancialmente a escala transnacional. De ese modo, ni las partes que integran el proceso económico, ni las relaciones de poder se pueden ex plicar satisfactoriamente si sólo se analiza lo que acontece en las economías nacionales. El despliegue de la producción, la distribución de la renta, y la acumulación de capi tal son transnacionales, como también lo son los jugadores que dominan el proceso económico.
Simultáneamente, la evolución de la demanda interna y la trayectoria cíclica de las eco nomías desarrolladas y de buena parte de las no desarrolladas han quedado crecien temente vinculadas al comportamiento del capital financiero. Es decir, se han hecho dependientes de las decisiones que adoptan los poseedores y los gestores de la riqueza financiera que operan a través de los mercados en los que se intercambian los activos e instrumentos financieros. La financiarización de la economía puede entonces estudiarse a partir de tres dinámicas interrelacionadas:
1. En lo relativo a las dinámicas de inversión y gestión de beneficios económicos, una proporción cada vez mayor de las inversiones industriales, primarias y comerciales se financia a través de los mercados de crédito (préstamos) y títulos (acciones, bonos). En paralelo, las grandes empresas que se dedican a producir y comercializar bienes y servicios no financieros participan en los mercados financieros con el fin de obtener ganancias. Esa participación financiera condiciona las decisiones de las empresas no financieras en cuatro aspectos fundamentales:
> En primer lugar, la posibilidad de acceder a esa fuente alternativa de beneficios eleva las exigencias de rentabilidad que desean las empresas, lo cual actúa como un factor disuasorio de las inversiones productivas que no proporcionen una alta rentabilidad en un corto plazo.
> En segundo lugar, la incertidumbre que genera la inestabilidad intrínseca de los mercados financieros (desregulados) condiciona las expectativas de las empresas para decidir sobre sus inversiones productivas.
> En tercer lugar, las mayores exigencias de rentabilidad por parte de los accionistas de esas empresas hacen que la mayor parte de los beneficios se destinen a repartir dividendos y no a fortalecer el ahorro interno, lo cual reproduce la necesidad de financiar las inversiones a través de los mercados financieros.
> Y, en cuarto lugar, esa búsqueda de financiación a través de los mercados de capital favorece la entrada en la propiedad de las empresas productivas y comerciales de nuevos accionistas cuya actuación responde a criterios de rentabilidad y a plazos que son los propios de los mercados financieros.
El resultado de todo ello es que tanto los flujos de ingresos y pagos, como la compo sición patrimonial (activos-pasivos) de las compañías no financieras quedan estrecha mente vinculados al discurrir de los mercados y de los agentes financieros.
2. En relación con el consumo y finanzas domésticas, el lento crecimiento de los salarios percibidos por la mayoría de los trabajadores hace que la posibilidad de elevar su consumo y, más aún, la compra de una vivienda, dependan primordialmente de la posibilidad de acceder a préstamos. Pero al mismo tiempo, la participación en los mercados financieros cobra un atractivo creciente como vía complementaria para elevar las rentas domésticas, lo que de nuevo estimula la demanda de crédito con ese objetivo financiero. Esa demanda de préstamos es habitualmente satisfecha (excepto en períodos de crisis) por la continua expansión de la oferta monetaria merced a la multiplicación de los instrumentos y las modalidades de financiación que facilitan y estimulan que una mayor proporción del consumo doméstico, de la inversión inmobiliaria y de la compra de activos financieros se sustente en la concesión de préstamos.
Al mismo tiempo, un número creciente de hogares ha acrecentado su patrimonio finan ciero a través de la participación en fondos de pensiones privados por capitalización. El deterioro de los sistemas públicos de pensiones y de las condiciones laborales de los asalariados, unidos al favorable trato fiscal que han recibido esos fondos privados, han favorecido su rápida expansión y su creciente incursión en numerosas y cuantiosas in versiones financieras.
En consecuencia, como sucede en la relación inversión-empresas, el resultado de los cambios mencionados ha sido que tanto los flujos de ingresos y pagos como la compo sición patrimonial (activos-pasivos) de gran parte de los hogares quedan vinculados al discurrir de los mercados y de los agentes financieros.
3. Macrodinámica y finanzas. Según lo expuesto, el comportamiento de las economías que relaciona la demanda privada (inversión y consumo) y la distribución de la renta (beneficio y salario) dependen estrechamente del desarrollo de las finanzas. También lo está la demanda pública en la medida en que las decisiones presupuestarias de los gobiernos se supeditan a las condiciones de los mercados financieros.
De ese modo, la producción se eleva cuando lo hacen la inversión y el consumo, alenta dos por la expansión de las finanzas. En sentido contrario, la inestabilidad de las finan zas y sus crisis recurrentes retraen a la demanda y ésta arrastra consigo una caída de la producción. Por tanto, la trayectoria cíclica que caracteriza a la dinámica de acumu lación capitalista queda a expensas del ciclo financiero, de forma que se convierten en una dinámica financiarizada.
Esta conclusión pone de manifiesto la envergadura de las transformaciones institucio nales que han dado lugar a dos modificaciones centrales de las relaciones de poder propias del nuevo régimen de acumulación. La primera es la débil capacidad negocia dora de los asalariados en la pugna distributiva por la renta. La segunda es el predomi nio del capital financiero en la pugna distributiva por los beneficios empresariales y en las políticas económicas de los gobiernos. Expresado de otro modo, el poder econó mico se ha desplazado hacia los grandes propietarios de la riqueza financiera y las em presas no financieras decantadas hacia las inversiones financieras.
En suma, podemos caracterizar la etapa actual de la economía mundial, transnacional y financiarizada, en base a tres dimensiones: a los principales actores con poder econó mico, a las modalidades de intercambio y a la forma en que se insertan las economías nacionales en la economía mundial.
a. Las grandes compañías transnacionales, habiéndose estrechado los vínculos entre las firmas productivas, comerciales y financieras.
b. Los estados-potencia con capacidad para actuar a escala mundial o bien regional, manteniendo vínculos entre ellos y con las compañías transnacionales.
c. Ciertas organizaciones internacionales y otros jugadores, cuya posición de poder es secundaria, pero disponen de algún resorte de influencia en la Economía Mundial.
a. La producción internacional, que alcanza una extensión geográfica y una dimensión cuantitativa inimaginables hace dos décadas, condicionando la actividad productiva interna de las economías.
b. El comercio mundial de bienes y servicios, cuyo crecimiento acelerado y cuya composición y dirección están cada vez más vinculadas al comportamiento de la producción internacional.
c. El comercio de monedas, cuya descomunal magnitud y acusada inestabilidad ejercen una notable influencia en el desarrollo de los demás intercambios.
d. La compraventa de activos e instrumentos financieros, cuyo crecimiento exponencial y cuyos mercados vienen determinando en mayor medida la evolución del conjunto de los intercambios.
e. Los flujos de mano de obra migratoria, sustancias contaminantes, armas y actividades delictivas, que han intensificado su carácter transnacional y su influencia en la Economía Mundial.
c. Inserción exterior de las economías nacionales
a. La división jerárquica entre las economías desarrolladas y no desarrolladas ha experimentado cambios fundamentales que afectan tanto a las posiciones de dominio relativo entre unas y otras, y en el interior de cada uno de los dos grupos, como a los mecanismos de reproducción de la división desarrollo-no desarrollo.
b. La división regional entre bloques o geo-áreas de economías que concentran en ellos la mayor parte de sus intercambios, merced al establecimiento de distintos acuerdos de integración económica.
c. La consolidación de un eje bilateral de relaciones entre Estados Unidos y Asia Oriental (en particular, China), que condicionan la inserción externa de las demás economías merced al acelerado crecimiento de sus intercambios productivocomerciales y monetario-financieros.
Estas transformaciones contribuyen a generar un contexto político, motivado por la reor ganización de la estructura del poder económico mundial que acredita los cambios que se suceden a nivel global y que se materializan en la Agenda 2030. Estas transformaciones encajan dentro del paradigma de desarrollo dominante y legitiman el funcionamiento del sistema capitalista como el sistema «natural» o el «único» sistema posible.
La Agenda 2030 (A2030) constituye, para Martínez Osés (2016, 2017) y para Martínez Osés y Martínez Martínez (2015) un agregado de demandas transnacionales, reflejo de tensiones entre los actores (el poder corporativo transnacional, los Estados, las orga nizaciones internacionales y las organizaciones de la sociedad civil, principalmente) y sus distintas visiones del desarrollo. Es, así, un proceso inacabado, un espacio político en disputa, pendiente de interpretación política, que surge como resultado de la econo mía política internacional del desarrollo en un marco de creciente transnacionalización del poder estructural.
Este hecho explica muchas de sus contradicciones e insuficiencias. La A2030 se erige como producto de un tiempo caracterizado por el agotamiento de un paradigma de de sarrollo que habían preconizado las Declaraciones anteriores. Se puede afirmar, enton ces, que la A2030 es funcional a la hegemonía del paradigma de desarrollo dominante pues no amenaza a ninguna de sus posiciones de poder y se basa precisamente en la imposición global de un modelo de desarrollo basado en el incremento del crecimiento económico, la liberalización comercial y la desregulación de las finanzas globales.
Pese a ello, la A2030 quiere mostrarse como un consenso despolitizado, con objeto de enmascarar la ideología dominante como la única realidad (y no como una de entre tan tas) y evitar que se abran posibilidades indeseables que puedan desestabilizar el sistema. Así, la A2030 reproduce mecanismos del neoliberalismo, tanto en términos de estructura de poder, como en su concepción como proyecto político y económico:
> Como estructura de poder: la A2030 asume una distribución de poder que sitúa a las clases corporativas y financieras en la cúspide del poder social, lo que explica la importancia que tienen las empresas transnacionales y el lugar central que ocupan en el proceso de construcción de la A2030. Este hecho se traduce en influencia política y capacidad de intervención a través de la organización de una «estructura de escucha» (Medina Mateos, 2016) que se puede definir como «la proyección institucional de las capacidades materiales, de generar influencias, de establecer contactos, publicar ideas o propuestas en medios de comunicación…» lo que implica que hay actores con más poder que otros y que los fines con los que intervienen en el proceso de construcción de la Agenda no son los mismos, sino que pretenden salvaguardar los intereses de cada grupo.
> Como proyecto, la lógica neoliberal se fundamenta en la centralidad de las empresas privadas, en la preeminencia de una dinámica de mercado y en la función limitada del Estado. Dentro de esta subjetividad, las empresas son protagonistas y agentes del desarrollo. Esto podría explicar el lugar prioritario que ocupa la actividad comercial y la inversión privada en la Agenda frente al papel del Estado, que simplemente se limita a garantizar el marco legislativo necesario para el correcto desarrollo de la actividad económica.
Sin embargo, la A2030 no es la imposición unilateral de preferencias de unos actores sobre el resto y cuenta también con elementos emancipadores que reflejan la contradic ción de su esencia y la pugna entre el proceso totalizador de neoliberalización y ciertas resistencias que han ido emergiendo. Es, por tanto, resultado de la influencia del sector privado transnacional, lo que favorece que la visión que propugna la Agenda se man tenga anclada en el desarrollo económico como objetivo último y que el marco general de actuación se base en la voluntariedad y buena voluntad de las partes. Pero también está abierta a interpretación por parte de los actores implicados encargados de su im plementación, lo que permite cierta confrontación a ese poder estructural transnacio nal que configura las reglas del juego.
En lo que respecta a la conformación de la agenda como hoja de ruta, encontramos en ella algunas limitaciones, pero también diversas potencialidades:
> En cuanto a las limitaciones, la que resulta más evidente es la brecha que existe entre el diagnóstico que realiza y las propuestas que enuncia. El proceso de negociación y elaboración de la agenda provocó que muchas de las propuestas iniciales se rebajasen y se limitase el alcance de las cuestiones críticas como resultado de la cooptación de asuntos problemáticos y sistémicos (como la caracterización del modelo de desarrollo por el que apostar) por parte de los actores con mayor poder. Otra gran limitación de la agenda es su limitada lógica de aplicación, pues se circunscribe al ámbito de la voluntariedad, lo que puede conllevar que la Agenda 2030 se torne en un nuevo caso de compromiso retórico e inacción política.
> Sobre sus potencialidades, cuenta con un carácter universal que, si no cuestiona, al menos señala algunas áreas problemáticas en el modelo de desarrollo dominante. Al mismo tiempo, aporta una perspectiva integral, fundamental porque implica que los grandes avances en uno o varios objetivos no pueden realizarse de manera aislada o desconectada: las grandes transformaciones sistémicas dependen del avance en su conjunto. También se caracteriza por ser el resultado de la interdependencia entre desafíos y entre actores, lo que le otorga una naturaleza multinivel y le brinda un papel fundamental en el plano normativo y discursivo, en la construcción de sentido y en la praxis transformadora del desarrollo.
Como novedades, la A2030 modifica algunos patrones de entendimiento respecto de las prácticas políticas más habituales e incorpora tres principios rectores y dos ejes de transversalidad:
> Principios rectores: universalidad, integralidad (todas las metas son igual de importantes) y carácter transformador (invita a abandonar posiciones de carácter economicista y parte de un diagnóstico compartido, llevado a cabo por distintos actores).
> Ejes de transversalidad: La Agenda 2030 ha sido elaborada dentro del marco de la sostenibilidad y promoción de la equidad entre colectivos y personas. En este sentido, el compromiso con los ODS implica que ningún país del mundo puede considerarse adecuadamente desarrollado. Por ello, se asume que las dinámicas de empobrecimiento, exclusión e inequidad son de carácter transnacional y por tanto comunes al conjunto de países.
Pese a ello, el lenguaje utilizado en la Agenda, y caracterizado por expresiones positivas y alentadoras, no oculta el enorme calado de los desafíos que precisan triplicar o cua druplicar el ritmo de los progresos (según el informe «Projecting progress» del Over seas Development Institute).
En suma, la Agenda 2030 se encuentra en una disyuntiva de calado, pues puede actuar como una declaración del ámbito de la soft law, incorporando un discurso normativo a la tradición de declaraciones que detallamos en el apartado anterior, o bien se aprove cha su impulso para ser utilizad como palanca y construir un nuevo marco político que cuestione los fundamentos prácticos y discursivos de la vigente noción de desarrollo.
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