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Iztaccíhuatl

Por: Claudia Holguín

Desde que recuerdo siempre he tenido gran admiración por la naturaleza, en especial por aquellos gigantes que viven entre nosotros; algunos son cerros, montañas o volcanes, todos ellos con su encanto especial, es como si me invitaran a que los escale.

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De adolescente, subía los cerros que estaban próximos a mi casa, y ahora lo hago en mi tiempo libre y en cada oportunidad que se presenta.

Una vez, platicando con mi esposo le dije; “me encantaría subir el Everest, ver ese paisaje majestuoso que desde su cima se debe observar”. A lo que él me respondió, “primero deberías de subir las cumbres más altas que hay en nuestro país, México”; así empezó mi aventura de querer subir el Iztaccíhuatl.

Las 3 cumbres más altas de México son los volcanes Iztaccíhuatl, Popocatépetl y Pico de Orizaba, todos ellos con glaciar perenne, y a excepción del popocatepetl, los otros dos sí se pueden escalar.

A través de una agencia con guías profesionales, decidí partir rumbo al Parque Nacional Izta Popo que se encuentra en las faldas de ambos volcanes. Llegamos a las 2 pm, estaba un grupo de jóvenes que no había podido llegar a la cima, o como dicen los alpinistas “hacer cumbre”, ya que una fuerte lluvia caía justo sobre el volcán; la nube estaba situada justo en esa zona, de tal modo que resultaba peligroso atravesar el glaciar en esas condiciones climáticas.

Al llegar, instalamos las casas de campaña, fuimos a una caminata de aclimatación y cenamos a las 7 pm para irnos a dormir porque a las 2 de la mañana empezaríamos el ascenso. En ese lapso de 7 horas, solo se escuchaban unos fuertes tronidos que emitía el Popocatépetl, fuera de eso era un gran silencio y paz.

Iniciamos el tan anhelado ascenso, preparados con casco, piola, botas, vestimenta en capas y lentes para cubrirnos de la radiación del sol.

Subimos con entusiasmo paso a paso, el recorrido total de 10 km, con variaciones de nivel de 1 km. Al llegar al glaciar disfrutamos una vista espectacular, son aproximadamente 800 m de glaciar y a 1300 metros de la cima. Al pasar por este lugar sentimos correr por el cuerpo ¡la adrenalina! Que sensación tan impactante al hundir los pies 20 o 30 cm. hasta alcanzar al piso, esperando tocar suelo y no caer en grietas de hielo. Al llegar a la cima, entra una alegría inmensa, porque significa que el objetivo ha sido logrado, sabes que detrás de eso hay perseverancia, constancia, fuerza física y mental.

De regreso nos apresuró un poco el guía, ya que las nubes empezaron a subir de forma inesperada, justo al ir a medio glaciar, ver las nubes moverse rápidamente y oír el hielo crujir, fue lo más aterrador que me pasó, y en ese momento pensé “quién me trae aquí”. Pasamos el glaciar, tocamos suelo firme y entonces nos relajamos y realmente disfrutamos el descenso. Algunos hicieron el recorrido en 12 horas, nosotros lo concluimos en 15 horas, con un sándwich de crema de cacahuate, agua y electrolitos fue suficiente para mantenernos con energía.

Sin duda alguna, fue una experiencia genial. Espero volver a hacerlo, pero esta vez conquistaré la cumbre del Pico de Orizaba.

Nos vemos en la siguiente aventura...

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