JESÚS ES EN TODO COMO NOSOSTROS: “MENOS EN EL SEXO”
¿Podemos hablar hoy de un cierto docetismo en la teología actual y en muchas personas espirituales? La encarnación y una noción de Jesús sin sexo fueron producto de filosofías, antropologías, teologías y de fuentes devocionales posteriores al Evangelio y demás escritos del Nuevo Testamento. La mayor parte de la gente espiritual y piadosa ha desexualizado a Jesús. Mi experiencia pastoral como sexólogo me ha enseñado y demostrado, una y otra vez con múltiples ejemplos, la negación de la sexualidad de Jesús. La presencia real de Dios en un cuerpo sexuado y erótico ha sido un escándalo demasiado grande, de modo que la mayor parte de la Iglesia no ha creído en profundidad en ello. Ayer y hoy un Dios pietista y espiritualizado, que tuviera buen gusto, simplemente no haría, ni hablaría de esas desvergüenzas. Para los gnósticos y dualistas actuales una fe profunda en el misterio de la encarnación sigue siendo una asignatura pendiente y sin aprobar. La divinidad dominó, y hoy en gran parte sigue dominando sobre la humanidad hasta tal punto que la humanidad sexuada y erótica de Jesús pasa a ser una ilusión, como ocurre hoy en muchos creyentes. No creen en profundidad en el misterio de la encarnación, raíz y base de nuestra fe cristiana. Si la fórmula “Jesús es como nosotros en todo menos en el pecado” se entiende popularmente que “es como nosotros en todo menos en la sexualidad”; así queda claro al menos, cuál es el gran problema para la teología cristiana del sexo. Tal vez la forma más efectiva de negar la plena humanidad, ha sido negar, no hablar o guardar silencio de la sexualidad de Jesús. Es la misma táctica usada por los padres cristianos en el derecho a la educación sexual de sus hijos. Los hijos al no oír a sus padres hablar ni bien, ni mal de la sexualidad, llegan a creer que es mala, sucia, vergonzosa, pecado y terminan culpabilizándose. La piedad popular se ha horrorizado y sigue horrorizándose ante la idea de un Jesús con excitación, erección y orgasmo sexual; en el mejor de los casos, lo ve de muy mal gusto y, en el peor, como algo blasfemo. Lo mismo ocurre con la mayor parte de los teólogos, que simplemente guardan silencio y evitan hablar del sexo de Jesús, excepto para afirmar su celibato. Raramente algún teólogo aborda la cuestión de la sexualidad de Jesús directamente. Los pocos que lo han hecho, han llegado a la conclusión de que probablemente estuvo casado durante algún tiempo y posteriormente al iniciar la vida pública opta por la vida célibe. Afirmando que no encuentran pruebas bíblicas ni para afirmar lo uno ni lo otro con toda claridad.
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Los hombres del siglo XXI no están ni más ni menos obsesionados por el sexo de Jesús que sus antepasados; simplemente su antropología del sexo y erotismo tienen formas diferentes. La antropología actual lo concibe y define de forma sana, positiva, compleja, unitaria, evolutiva, realizadora, gozosa, etc. Lo tratan de aceptar, afirmar, conocer, investigar, educar y hablan sobre él hasta el punto de trivializarlo y malgastarlo. Nuestras declaraciones solemnes de que es algo natural, sano, positivo, gozoso y muy humano nos ocultan, a su vez, nuestros miedos y el desprecio que sentimos por él y esto sigue explicando la no aceptación de muchos del sexo y el placer erótico en Jesús. La lectura del evangelio nos descubre la imagen de un Jesús plenamente inmerso en la cultura judía que afirmaba la sexualidad, una cultura que de hecho rechazaba el celibato en la teoría y práctica. El silencio puede ser usado para negar que estuviera casado, pero también puede usarse para afirmar que no fue célibe. Pero el núcleo de la cuestión no es si estuvo casado o fue célibe, sino tomar en serio su sexualidad para afirmar o negar su encarnación. Si quienes nos llamamos cristianos no estamos seguros de la plena humanidad sexuada de aquél a quien llamamos verdaderamente Humano, estaremos inseguros de lo que la plena humanidad significa para nosotros. Si nuestra imagen de la personalidad auténtica en Jesús denigra la sexualidad, haremos lo mismo con la nuestra. El enfoque centrado en la sexualidad corporal de Jesús demuestra la totalidad, la perfección de la encarnación, el hecho de que Dios decidió encarnar la divinidad en la humanidad. La fe en un Dios que se encarnó una vez en la naturaleza humana, es confesar que Dios, allí y entonces, se hizo sexuado, sexual, erótico y mortal. Las excitaciones, erecciones, poluciones…, son la mejor prueba del pene de Jesús sirve como garantía de la humanización verdadera de Dios hecho hombre. La encarnación, en sentido real, no estará completa si los cristianos no hemos descubierto a Dios revelado en su propia humanidad. Mientras sigan faltando imágenes de un Jesús sexuado, sexual y erótico, seguirá faltando un elemento muy importante hoy de la cristología, que nos ayude a formular y profundizar en su sexualidad como lo hemos hecho de otros elementos. El mejor ejemplo de cómo debemos seguir nos lo ofrecen los pintores y escultores del Renacimiento. Jesús asumió una humanidad completa en todas sus partes. La referencia a todas sus partes era una forma de reconocer explícitamente la anatomía genital de Jesús y, por tanto, la integridad incuestionable de su humanidad. Para los primeros cristianos era impensable incluir en el estereotipo o modelo de la humanidad normativa de Jesús las realidades asociadas con la antropología sexual del presente. Actualmente se ha producido un giro de noventa grados. Cualquier formulación sobre lo humano, que no tenga en cuenta la experiencia de un ser sexuado, sexual y erótico, es simplemente errónea y no representa la norma del ser humano. Nuestra época como las anteriores intenta ver sus propios valores sexuales preferidos en la imagen del Dios-hombre. Cuando en el pasado se formularon las descripciones clásicas de la humanidad sexuada, sexual y erótica de Jesús, se hizo de acuerdo con el modelo convencional del momento. Diferentes culturas y antropologías pasadas se han apropiado la humanidad de Jesús en función de la época, como ejemplo podemos ver las siguientes: como un eremita del desierto; como un gobernante real del reino imperial; como un obispo que apacienta el rebaño; como un médico divino que cura apestados; como un reformador que purifica las viejas formas institucionales; como el liberador, que urge al pueblo a defender su
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dignidad intrínseca; como el célibe supremo que, libre de toda concupiscencia, ni siquiera se vio nunca tentado a tener relaciones con mujeres… Lo escrito por los evangelistas y autores del nuevo testamento, más que un relato auténtico sobre la sexualidad de Jesús, nos ofrecen lo más apropiado a figura mítica o paradigmática. Pero lo mítico se vuelve pernicioso cuando sus seguidores lo comprenden y aplican de una manera literal. Son muchísimos los cristianos del pasado y del presente los que interpretan las afirmaciones confesionales del pasado referidas al sexo, sexualidad y erótica de Jesús como literalmente verdaderas y absolutamente fundadas. La doctrina de la fe, el contenido formulado de la revelación, lo único que dice es que Jesús es completamente humano y completamente divino. Traducido desde la antropología holística actual, es igual a decir, que Jesús es un hombre sexuado, sexual y erótico como los demás. Las afirmaciones dogmáticas, escritas o no escritas, referidas al tipo de realización sexual que plenifica la humanidad de Jesús, o la nuestra, están sujetas a cambio en su manera de explicarlas y comprenderlas. Se han escrito y formulado de acuerdo a las ideas antropológicas y limitaciones históricas y culturales, y los cristianos que pretenden otra cosa es considerar erróneamente las palabras de los hombres como Palabra de Dios. Para un cristiano es imposible creer y aceptar en Jesús un sexo como el nuestro sin volver primero al valor de que Dios ha dotado a la carne humana y de los cuerpos sexuados, sexuales y eróticos, el lugar privilegiado de encuentro de la humanidad con la divinidad. Quizás a medida que seamos capaces de profundizar y conocer más nuestra propia realidad sexuada, corporeizada, encarnada, holística y terrena y un don que nos ha sido dado por el Dios que se encarnó para habitar con nosotros como un cuerpo sexuado, podamos aceptar, vivir y poner en práctica lo que esta realidad corporal sexuada implica. Si Dios ha puesto su confianza en el cuerpo humano sexuado y erótico y lo ha honrado al tomar forma humana y aceptar la sexualidad humana como una forma de entablar relación con toda la humanidad, cuando más tenemos que aceptar e imitar la sexualidad que nos ofrece las Palabra-hecha-carne. Estoy persuadido como sexólogo que muchos cristianos simplemente tienen demasiado miedo de tomárselo en serio y de actuar con la madurez de Cristo como nos indicaba S. Pablo en su carta a los Efesios. En el momento en que la persona de Jesús en su encarnación no expresa esta verdad, nuestra fe es una falsedad. Si entierro en la persona de Jesús el sexo y placer erótico como algo que pertenece a su persona, reconozco que lo entierro como un bien, pero ya no confieso que es una parte de la riqueza y bondad de la creación de Dios. Esto sería además una mojigatería y la defensa de que el sexo es malo, sucio, feo y una vergüenza para Jesús y nosotros. Quienes sean sensibles a sus propias vidas sexuadas, sexuales y eróticas no pueden negarlas. Sienten la necesidad de aceptarlas y lo importante que son en sus vidas. Excluirlas de la vida humana de Jesús parece, efectivamente, negar lo que somos y un gran empobrecimiento. Excluirlas de la humanidad de Jesús, implica negar su humanidad y no creer o tener fe en el misterio de la encarnación. La Iglesia cristiana ha desempeñado el papel configurador central en las dudas, represión, limitación y frustración de nuestra imaginación sexual y erótica de Jesús. Parece que casi todos los historiadores, sexólogos y otras personas interesadas en cómo se ha desarrollado históricamente vivencias, experiencias, practicas sexuales y eróticas están de acuerdo en que el ámbito de las actitudes sexuales de la historia occidental y la
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historia cristiana, que están unidas íntimamente hasta el punto que son indistinguibles. Esto equivale a decir que la Iglesia cristiana ha sido el artífice principal de una actitud determinada hacia la sexualidad de Jesús durante todos los siglos de su existencia, una actitud obsesiva, represiva y condenatoria de nuestra sexualidad y la de Jesús, en contraste con lo que muchos cristianos y no cristianos, pensaban, sentían y vivían como personas sexuadas y eróticas. La preocupación antisexual hacia nuestra sexualidad y la de Jesús en la Iglesia procede de épocas muy antiguas en la historia de la Iglesia. Ya en el origen del Nuevo Testamento las influencias estoicas y gnósticas las encontramos en la comprensión cristiana del sexo. El cristianismo surgió a finales del periodo helenístico, cuando incluso el judaísmo, con su valoración tan positiva del matrimonio y la procreación, esta influidos por las antropologías dualistas de la filosofía estoica y de las religiones gnósticas. Los escritores del N. T. y los padres de la Iglesia se sintieron especialmente atraídos por las doctrinas estoicas del control de la mente sobre el cuerpo y la renuncia afectiva de la razón a todas las formas de deseo pasional. El estoicismo, aunque era de carácter mundano, se fusionó bien con la esperanza del cristianismo primitivo en el fin del mundo. Y lo que es más importante, ofreció una vía de respuesta racional al menosprecio gnóstico del matrimonio y la procreación. El sexo y placer erótico, pese a su cara prosaica y de impureza, fue para la generación de nuestros antepasados un ídolo escondido, misterioso y tabuizado, envuelto siempre en un aura de misterio, fascinación y peligros. Desde donde se ha intentado responder a la pregunta en el pasado y presente: según algunos padres de la tradición cristiana había que oponerse al deseo sexual porque éste situaba a la humanidad en el plano de los animales. Estas interpretaciones pasan por alto la evidencia de que la “animalidad” no es un término peyorativo. Los estudios sobre el sexo que lo explican como un hecho de que los humanos son animales de un tipo especial. Su capacidad para reflexionar de un modo autoconsciente y empático sobre necesidades e intereses propios y de los demás, para discernir cognitiva y afectivamente cuáles se pueden satisfacer de modo inmediato y cuáles a largo plazo, y para actuar a fin de redituar prioridades y redirigir impulsos pensando en el bien común y de otras personas, no tiene con el mundo animal. El sentido negativo adoptado por la comunidad cristiana desde los orígenes parece sugerir que los autores del evangelio adoptaron una actitud negativa hacia la sexualidad de Jesús, que es la que se ha conservado hasta nuestros días. Yo no veo este resultado en la lectura del Nuevo Testamento en absoluto. Jesús critica la familia de aquel entonces, pero no la sexualidad en sí. Lo que se sigue de una lectura reflexiva y adaptada a su tiempo es que ven el sexo como una parte integral de la persona humana, que nos une y debe ser incluido en la trasformación espiritual que sigue a nuestra escucha del evangelio. Efectivamente, el pasado nos ayuda a comprender por qué somos como somos. El gnosticismo y estoicismo que eran profundamente dualistas en su comprensión de la naturaleza humana influyeron en gran manera en la concepción de la sexualidad de Jesús. Ambos separaban radicalmente el espíritu del cuerpo y creían que el espíritu era bueno y eterno mientras el cuerpo era mortal, sospechoso y lugar particular del mal. A su vez, el gnosticismo condujo a dos extremos diferentes: el rechazo completo del sexo y la aceptación de la vida sexual como licenciosa. Fue en la justificación estoica de la relación sexual con el único objetivo de la procreación donde los primeros cristianos encontraron respuesta para los gnósticos. Esta justificación les permitió afirmar la procreación como
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la justificación central para el sexo y, al mismo tiempo, sostener la superioridad espiritual de la virginidad. La conexión entre relación sexual y procreación no era idéntica a la afirmación judía de la importancia de la fecundidad, pero estaba en armonía con ella. De esta forma la doctrina cristiana podía sostener la procreación como la razón fundamental de la unión sexual y, al mismo tiempo, defender la virginidad como la opción loable para los cristianos que podían asumirla. Con la adopción de la norma estoica para la relación sexual, se estableció la dirección de la sexualidad para los siglos siguientes. El dualismo del helenismo tardío, no tuvo su origen en fuentes judías o cristianas. Sin embargo, influyó profundamente en todas las comprensiones posteriores cristianas de la sexualidad. El estudio del pasado, nos ayuda a entender que la astrología cristiana de la sexualidad nunca es pura, sino que siempre se encuentra en relación con los contextos corporales en los que viven los cristianos. Pero a su vez nos ayuda a reconocer las formas en que se puede no sólo modificar ese pasado, sino también introducir los cambios fundamentales en la sexualidad humana y para comprender la de Jesús. El sexo hoy ya no es lo que ha sido siempre o en el pasado, una cuestión sencilla, a pesar de lo mucho que, según decimos, lo hemos desmitificado en el nombre de la liberación sexual. El sexo y el placer erótico es un problema porque los humanos son tan capaces del mal, del abuso, explotación, egoísmo y manipulación en estas relaciones como lo son del bien, de la gratuidad, bondad, sacrificio de sí mismos y de la generosidad… La maldad del sexo y del placer erótico, como en los demás ámbitos de la existencia humana, brota ordinariamente del hecho de que los humanos son perezosos, cobardes, miedosos y, por consiguiente, se niegan a asumir el proyecto de reconciliar la realidad humana sexuada problemática con la libertad, finitud, espíritu o naturaleza. La relación siempre variable y dialéctica entre estos polos es lo que hace tan precaria la situación humana sexuada y provoca nuestra angustia. Como no podemos superar este miedo, angustia, nos negamos a soportarla, la evadimos, la reprimimos y algunos hasta la niegan. Llegando a negar lo que es ser humano. Seguimos manteniendo una cierta dualidad en la experiencia sexual. Es física, urgente y omnipresente. Es también una vía para las relaciones afectivas y espirituales entre las personas, para bien o para mal. Sin embargo, la persona humana sexuada no es una dualidad. Al menos la antropología sexual actual occidental nos ha enseñado a oponernos y a superarla. Nos enseña de unicidad de la persona, a pesar de no haberla superado. No dice que dividir la persona en piezas separadas de alma y cuerpo, psíquico y físico, libertad y determinación, es demasiado simple. Nos enseña la complejidad de elementos o aspectos del todo sexual en la unidad de la persona. Nos enseña también a verla como un dinamismo de relación interpersonal como su característica más humana y no la centra en la reproducción sino en el amor. El teólogo dominico Edwad Schillebeeckx ha escrito que nuestro problema al desarrollar una cristología adecuada no es el no conocer bastante acerca de Dios, sino que no conocemos bastante acerca de lo que significa ser humanos sexuados y eróticos. Las antropologías del hombre en el transcurso de la historia humana han sido construidas y son objetos de muy variadas interpretaciones. En el pasado estuvo relacionado con poderes elementales y divinos en algunas culturas y periodos históricos. Jeffrey Weeks me ofrece otra pista por la cual caminar y encontrar luz al problema de dar un sí rotundo a la sexualidad de Jesús. El pone en duda la idea de una esencia
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predeterminada del sexo, sexualidad y erótica. Estos conceptos están abiertos, fluidos y cambiantes y están influenciados por elementos variables de la cultura, sociedad y religión según los momentos históricos. No son unas realidades fijas, estáticas y eternas, unos conceptos fijos inhiben el torrente de diferentes fuerzas e influencias sobre ellos. Puesto que la historia implica cambio y movimiento continuo, la comprensión de la sexualidad nuestra y la de Jesús implica conocer de qué formas nuestra sexualidad y la de Jesús cambia. Y a su vez, estar abiertos a interpretaciones variables de nuestra sexualidad a medida que continuamos aprendiendo acerca de nuestro cuerpo. No sólo no estamos viviendo en tiempos de Jesús, tampoco vivimos en la década del 1960 en cuanto a la forma en que experimentamos la actividad del sexo, sexualidad y erótica del yo-cuerpo. Entender nuestro sexo, sexualidad y erótica y el de Jesús de un modo histórico exige comprendernos a nosotros mismos como personas como algo que cambia continuamente. Jesús manifestó a sus apóstoles que no podía comunicárselo todo de golpe, que les dejaba el Espíritu Santo, con la función de conducirles y guiarles al conocimiento más profundo y pleno de Cristo. El Espíritu acaba de comenzar a hablar a las Iglesias la sexualidad de Jesús. ¿Por qué? Hoy gracias a la investigación y la ciencia nos definimos como personas sexuadas, sexuales y eróticas, que es lo que nos define al ser humano. Precisamente porque de la misma manera que nuestra valoración de la humanidad de Jesús depende de la idea que tenemos de la nuestra, así también nuestra aceptación de la sexualidad de Jesús está condicionada por la estima que sentimos a lo que somos: personas sexuadas, sexuales y eróticas. ¿Dónde encontrar la clave o explicaciones del tabú, silencio, dudas y negación de la sexualidad de Jesús en el pasado? Sin duda, hay que buscarla en el concepto negativo o positivo; dualista o unitario; parcial o integral; reproductor o relacional; comunicativo o afectivo; el concepto desde el que se abordaba no era correcto. La antropología sexual actual nos enseña, que no tenemos cuerpo, que somos un cuerpo sexuado. Toda persona es sexuada y erótica desde que nace hasta que muere, sólo que las formas de vivirla o expresarla en que se manifiesta nuestra sexualidad varían con la edad, las circunstancias personales y el medio en que habita. Hoy necesitamos en primer lugar tener un concepto integral, un modelo o estereotipo de la sexualidad de nuestro tiempo y cultura. En segundo lugar desde ese concepto y estereotipo someter a crítica el modelo evangélico y la sexualidad de Jesús. Esto no resulta fácil y surgen las dificultades por nuestro mundo y el del evangelio de Jesús. La sexualidad en nuestro mundo ha pasado y esta pasando por un tiempo de grandes cambios, que hacen que nos resulte difícil conocer el concepto y el estereotipo de sexualidad hoy. Por otra parte es probable que el mundo del siglo I fuera más fijo y estable con respecto a este concepto o estereotipo. Pero la labor de la Iglesia sobre su pasado ha estado en continuo cambio y es posible aplicar al presente con sus nuevas situaciones en el tema de la encarnación y sexualidad de Jesús. En general, la visión occidental de la sexualidad fue y sigue siendo para muchos muy restringida, dualista y además la sexualidad se identifica con genitalidad y se espera de ésta que se manifieste exclusivamente en reproducción orgasmo y eyaculación. Sigue centrada o vivida de forma copulativa. Esta visión tan unidireccional crea por si mismo problemas, pues el sexo y la erótica suelen centrarse en la genitalidad y responde a una visión muy parcelaria. Hablar del concepto integral es muy complejo y extenso, implica corporalidad o globalidad y no únicamente genitalidad. Abarca todos los ámbitos de la
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vida del hombre y la mujer: desde el cerebro a todo nuestro cuerpo hasta la autopercepción, relaciones, valores, aproximación al otro, formas de contacto… Existen dos conceptos cuyo análisis en Jesús es de capital importancia para entender si es o no es sexuado y erótico como ser humano. El cristiano no debe olvidar que el principal órgano sexual no le tenemos entre las piernas, sino entre las orejas, como afirma el gran científico judío J. Money. Una de las conclusiones a las que quiero llegar sobre tabúes, ideas, creencias que tenemos sobre el sexo, que a veces lo sobredimensionan, otras lo menosprecian, reprimen o lo niegan, es afirmar que el sexo es aquello que queremos que sea, y que no son los genitales sino la mente y el corazón los que rigen nuestra sexualidad como la de Jesús. Lo que estoy sugiriendo es replantear y encuadrar el misterio de la encarnación y la sexualidad de Jesús desde este modelo integral, unitario y más amplio. Una perspectiva de la sexualidad y el placer erótico que superan el concepto genital-reproductivo de ésta. Un enfoque que, sin negar el papel capital que cumplen los órganos genitales en la sexualidad, invita a percatarnos de que abarca todo nuestro cuerpo, toda nuestra persona y por tanto si Dios se hizo verdaderamente hombre en esto es como nosotros. No puede prescindir de ningún modo al encarnase. Unas óptica desde la cual, unas relaciones sexuadas o eróticas que no finalicen en coito no tienen porqué se consideras no completas en el orden sexual. Una visión desde la que no haber mantenido relaciones genitales no quiere decir que no te amen o seas menos amado. Una perspectiva de la sexualidad que, indefinitiva, brinda a nuestras mentes una mayor altura de miras. La sexualidad nos enfrenta con la más absoluta ignorancia sobre lo que somos. En realidad, sólo tenemos una pequeña idea de quiénes somos…, entonces no es de extrañar que el sexo genere tantos problemas. ¿Qué tienes en la cabeza cuando hablamos de la sexualidad de Jesús? ¿Qué estereotipos mentales tienes de la sexualidad cerebral? ¿Qué es la sexualidad para ti? ¿Cuándo los genitales no intervienen llamas a eso sexualidad? ¿Por qué dudamos o incluso negamos, que los niños o las personas mayores tengan sexo? ¿Dónde sitúas el límite entre lo que consideras sexual y lo que no es? Una explicación de por qué se dan estas situaciones es el hecho de asociarla exclusivamente a tener hijos. Creo que la base de estas reducciones o sinonimias se hallan en los estereotipos y prejuicios que explican desde factores culturales, sociales, religiosos y económicos. El concepto desde el que intento acercarme para defender la sexualidad de Jesús, la relectura del dogma de la encarnación y la nuestra. Desde la concepción del Ser Humano como unidad interactiva entre lo físico, psíquico, lo social y lo energético que hay en nosotros. La sexualidad es la proyección de esa unidad que somos en aspectos tales como la necesidad de contacto físico, expresión emocional, de intimidad, de ternura,… y, por supuesto de goce sexual. Este concepto de sexualidad supera ampliamente la reforzada por nuestra sociedad que consiste en hacer una sinonimia de sexualidad con genitalidad con el único fin de la reproducción de la especie. La ciencia afirma que no existen receptores señoriales específicamente sexuales; por tanto, la clave para categorizar si un estímulo es placentero o no lo es está en nuestra mente, y por tanto son de capital importancia, la socialización, la educación sexual recibida, procesos de aprendizajes realizados desde nuestra más tierna infancia hasta la muerte. Una educación desexuada de Cristo como hombre en su cultura y en la nuestra, nos llevaría a considerarlo en ser humano anormal, desexuado o asexuado y en la fe a negar su verdadera encarnación.
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¿Cómo fue la vida sexual y erótica particular de Jesús? Esta característica compleja, ambigua y problemática es lo que ha motivado muchas de nuestras dudas, preocupaciones y escritos sobre la sexualidad de Jesús como ser humano como nosotros en la historia del cristianismo. No cabe duda que seguirá siendo un enigma hoy y en el futuro. Sería ingenuo para mí y antihistórico pensar que puedo alcanzar una formulación irrebatible o única del problema de la sexualidad y placer erótico de Cristo. Mi objetivo era comprenderla y explicarla desde una manera más adecuada a la antropología actual. Jesús fue y es el símbolo central de la dialéctica sexualidad-espiritualidad. Es hoy para cada cristiano la esperanza y la posibilidad de fusión entre sexualidad y espiritualidad para que no sigan enfrentadas y enemigos irreconciliables. El evangelio, que penetra en todos los aspectos de la vida, no puede dejar de lado la sexualidad. Si la enseñanza cristiana se echa atrás en el sexo como algo malo, sucio, vergonzoso o sospechoso, es falsamente cristiana. Niega que Dios se haya encarnado y fusionado lo divino en lo humano. Nos llevaría a negarla en Jesús y creer de manera superficial en el misterio de la encarnación. La encarnación es la gran prueba de la sexualidad de Jesús. Debemos aceptar la sexualidad con deleite y agradecimiento. Es un don de Dios en la creación que refleja también para nosotros el gozo de Dios que se da a sí mismo. La sexualidad es una de las mayores bendiciones de la creación y se ha de recibir con placer y acción de gracias. Cosme Puerto Pascual
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