FANMUNDIAL

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LIBRO DE ILUSTRACIONES Y TEXTOS

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PALABRAS PRELIMINARES

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Sí. Somos amigos del hacer. Nos hicimos amigos sin esfuerzo, armoniosamente: ahí estábamos el uno para el otro. Sin lugar a dudas, FAN el programa es un proyecto con ganas. Y en ese gesto, nos conmueve y ocupa el hecho de dejar obra. Nuestra discusión está puesta en el hacer. No en romper ni en provocar: en hacer. Desde ahí atamos, desde un programa de radio que sueña con convertirse en un faro, en un fotógrafo del presente, en un hechicero del futuro. Y todo eso, siempre, respetando el pasado y a los grandes. Por eso, #FANMundial es la muestra que sintetiza una manera de pensar: la obra por delante de las personas. La flecha del fútbol y su magia nos atravesó. Cuando al aire, durante un programa, deslizamos la posibilidad de celebrar los 30 años del Mundial ‘86 sabíamos que –por tratarse de la última gesta futbolística de la Selección Argentina, por la canonización de Diego Maradona, por el gol con la mano a los ingleses, por el mejor gol de la historia de mundiales y por tantas cosas más- no podíamos hacer algo pequeño. Ni algo previsible. Entonces, comenzamos a tejer e ir contra eso.

Arrancamos con la idea de pasar el partido de la final completo, en el mismo momento pero más de 10.000 días después. Luego sumamos la posibilidad de armar una muestra con ilustraciones. Y nos levantamos la vara solitos: “Que haya artistas de todo el mundo”, dijimos. Más tarde pensamos en sumar reflexiones, textos y artículos de especialistas. Cerramos la fecha y hacia allá fuimos. Como se trataba de un evento netamente futbolero, decidimos sumar a Bestia Bebé, conjunto que responde a esa demanda. Hubo risas y hubo llantos. Y hasta regalamos la celeste y blanca campeona. El evento fue impresionante y explotó de gente. A tal punto que quedó afuera un buen número de personas aglutinadas en una cola de más de una cuadra. Un delirio hermoso. Pero, como creemos en el legado, soñamos en seguir democratizando la idea del hacer. Que no pare nunca más: que siga, que se lea, que se baje, que circule. Acá está, para ustedes y para siempre, nuestro gesto: la muestra #FANMundial en formato libro con acceso libre y gratuito. EL STAFF DE FAN EL PROGRAMA


ÍNDICE ORDEN CRONOLÓGICO DE LAS IOS PARTIDOS DEL MUNDIAL DEL 1986

Palabras preliminares Staff Prólogo

02 04 06

ZONA DE GRUPOS Italia 1 - Bulgaria 1 España 0 - Brasil 01 Canadá 0 - Francia 1 URSS 6 - Hungría 0 Argentina 3 - Corea del Sur 1 Marruecos 0 - Polonia 0 Bélgica 1 - México 2 Argelia 1 - Irlanda del Norte 1 Portugal 1 - Inglaterra 1 Paraguay 1 - Irak 0 Escocia 0 - Dinamarca 1 Italia 1 - Argentina 1 Francia 1 - URSS 1 Corea del Sur 1 - Bulgaria 1 Hungría 2 - Canadá 0 Inglaterra 0 - Marruecos 0 México 1 - Paraguay 1 Irlanda del Norte 1 - España 2

08 10 12 14 16 18 20 22 24 26 28 30 32 34 36 38 42 44 46

Polonia 1 - Portugal 0 Irak 1 - Bélgica 2 Alemania 2 - Escocia 1 Dinamarca 6 - Uruguay 1 Hungría 0 - Francia 3 URSS 2 - Canadá Corea del Sur 2 - Italia 3 Argentina 2 - Bulgaria 0 Paraguay 2 - Bélgica 2 Irak 0 - México 1 Inglaterra 3 - Polonia 0 Portugal 1 - Marruecos 3 Irlanda del Norte 0 - Brasil 3 España 3 - Argelia 0 Dinamarca 2 - Alemania 0 Uruguay 1 - Alemania 1 Escocia 0 - Uruguay 0

48 50 52 54 56 58 60 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80

Francia 2 - Italia 0 Alemania 1 - Marruecos 0 Inglaterra 3 - Paraguay 0 España 5 - Dinamarca 1

92 94 96 98

CUARTOS DE FINAL Francia 1 - Brasil 1 Alemania 0 - México 0 Argentina 2 - Inglaterra 1 Bélgica 1 - España 1

100 102 104 106 108

SEMIFINAL Alemania 2 - Francia 0 Argentina 3 - Bélgica 0

110 112 114

TERCER PUESTO Francia 4 - Bélgica 2

116 118

OCTAVOS DE FINAL México 2 - Bulgaria 0 Bélgica 4 - Unión Soviética 3 Brasil 4 - Polonia 0 Argentina 1 - Uruguay 0

82 84 86 88 90

FINAL Argentina 3 - Alemania 2

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Epílogo Agradecimientos

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STAFF

HERNÁN PANESSI Conductor

VALERIA LUGOSI Coordinadora de aire

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En todos los proyectos donde participó, siempre le dijeron lo mismo: “Estás muy arriba, Hernán”. Enfermo del trabajo, Panessi juega de 10 en FAN pero no es ningún morfón: también hace jugar. Se considera un inútil social y el Periodismo es lo único que hace más o menos bien. Tuvo un sueño: ser futbolista. Cumplió otro: vivir de la palabra. Sacó un par de libros, editó setenta y pico de películas, tiene dos licenciaturas, escribió en todos lados y no claudica ni en chiste: quiere ganar hasta en la bolita.

“La música que más me gusta es la que hace ruido”, dice Vale con el oído en los sonidos nuevos que aparezcan. Habitante declarada del under, vio más shows de los que puede contar. Hace el fanzine Elige tu propia aventura y sobrevive gracias a Mil Nueve Noventa y Dos, su feria americana. En FAN hizo carrera: empezó de pinche y ahora es tira-tira. Colaboró con Ni a Palos, Escrituras Indie, Rocktails, Acá pasan cosas, entre otros medios. Y acaba de pegar el salto: debutó en la Rolling Stone.

LUIS HITOSHI DIAZ Co-conductor

EUGENIA MARILUZ Productora

Cascarrabias y perfeccionista, hace radio desde los 23 años. En su DNI dice que acaba de cumplir 40 pero nadie le cree. Alma de niño, cultor del do it yourself y coleccionista incurable, Hitoshi eligió como religión a Los Ramones y lleva en su piel tatuada la frase “Hacelo vos mismo”. Dirigió una película sobre el amor por la radio (Lexter la ola perfecta) y sueña con vivir de contar historias. “Trabajo solo con los mejores”, grita y proclama. Por eso, va a trabar fuerte con la remera de FAN.

Salida de un film Nouvelle Vague, Buji sabe de sus encantos. Entonces, en su vida, jamás recibió un “no”. Ventaja que, para producir, usa y abusa. Comenzó en FAN como movilera pizpireta pero se destacó como traductora canchera. Por cierto, está por recibirse de Traductora Literaria y colabora con la producción del Festival Cría y del ciclo Rucho Fest. Es fanática de la saga de Harry Potter, motivo por el cual se mencionó tantas veces al aire esta “cuestión”. ¿Quién le dice “no” a Buji?


NAHUEL RODRÍGUEZ Productor

TASA Productor

JUANMA LAVOLPE Ex co-conductor y sex symbol

Nahuel es como un ninja: silencioso y efectivo. Cuando las cosas no le salen, se enoja. Cuando le salen, ríe socarrón. Es productor todoterreno en FAN, fanático hardcore de Las Tortugas Ninjas y se desvive por los Power Rangers. Heredó de su padre el oficio de las manos: Nahue es el único del grupo que sabe usarlas de verdad. Junto con Hernán son los sobrevivientes de la camada original del programa. “Si alguna vez hacés radio, quiero ser productor”, le dijo allá lejos y hace tiempo. Nadie sabe bien por qué pero el Tasa estudió Derecho en la UCA. Hace dos años que se enamoró de la radio y entró en una relación enfermiza con ella: no puede ni quiere salir. Trabaja como productor en POP 101.5 y hace el famoso “Bancame la parada”, en Accidentes Ácidos (por Radio Colmena). Se sumó al plantel de FAN con el objetivo de embellecer su artística y elevar la producción. Nunca para de laburar y no duerme hace más de 600 días. Pero él es feliz así: haciendo. Por alguna extraña y marciana razón, Juanma es el miembro de FAN más amado por nuestros oyentes y seguidores. Después de dos años y medio de faena, este Kevin Smith criollo abrió sus alas y despegó solito. Para sorpresa de muchos, no sólo no se estroló sino que le va de maravillas con el Muere Monstruo Muere, su ciclo de cine de culto. Fue canillita, distribuidor de cine, peleador de lucha libre, comprador serial de porno, fanzinero, podcaster y nunca pudo abandonar los juegos de rol.

CRISTIAN CALAVIA Productor

MELISSA CROCE Diseñadora

CRISTIAN BARAL Amigo y militante del under

Hacendoso como pocos, Cala fue de las últimas incorporaciones. A puro perfil bajo, matices de gentleman y laburo implacable fue ganándose el respeto de todos. Músico profesional egresado en CAEMSA y periodista salido de ETER, colaboró con A Sala Llena y Revista NAN y llegó a FAN después de mostrar sobradas condiciones en el #TallerFAN. Le gusta más Racing Club que el fútbol y Batman que los cómics. Logro desbloqueado: obtuvo una “medalla de oro” tras FAN Mundial. Talentosa y adorable, Meli es capaz de resolver los pedidos más insólitos de los FAN y lo hace siempre en un tiempo record. Estudió Diseño Gráfico en la FADU y demuestra su magia en todo el imaginario visual del programa. También en Revista Chocha, proyecto del que forma parte de su mesa chica. Ah, es astróloga y cree que los astros tienen más verdades de las que imaginamos. Cada dos palabras mete un “hermoso” y no hay ser humano que no la quiera. Anda contenta con FAN y nosotros con ella. Cristian Baral es la clase de persona a la que uno le compraría un auto sin mirarle los papeles. Buen tipo, simpático y compañero, Baral le puso garra y corazón a la producción de FAN Mundial. Conduce Banda de Bandas (por Radio Colmena) y, desde hace un puñado de años, difunde a los márgenes en Cinema-Scope, su programa histórico. Alguna vez, en un cumpleaños, Los Coming Soon le cantaron: “Nunca te vi, bailando en una pista con Baral” y él flasheó una semana seguida.

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PROLOGO COSTHANZO de Argentina 6


HERNÁN PANESSI, PERIODISTA Y CONDUCTOR DE FAN EL PROGRAMA Los pequeños detalles engrandecen las historias. En una de las paredes de azulejos beige de ese pequeño espacio que une el baño con las piezas (eso de llamar “cuarto” a las piezas es cosa de porteños), la casa de mi mamá tuvo durante muchos años dos cuadros. Nunca nadie les prestó atención pero ahí estaban: era un cuadro por cada hijo, un hijo por cada cuadro. Se trataba de una suerte de lámina (creo que mi madre les decía “papiro”) con un año y un punteo con los hitos correspondientes a esos 365 días. El de mi hermano César, nacido en 1976, diez años antes que yo, tenía como destacado, al menos es lo que recuerdo, la salida del disco “La máquina de hacer pájaros”, de Charly García. A su lado, otra lámina, la mía, la de 1986. Entre sus destacados, el que me quedó: Argentina se coronaba campeón del mundo en México ’86. Pero a mí me daba igual. Cuando mi mamá colgó esos cuadros con un clavito de acero, a mí ya me gustaba el fútbol. De hecho, esos cuadritos me parecían feos. La presencia de esa copa en ese detalle de hitos era algo que daba por sentado: ya éra-

mos unos ganadores. Por eso, cuando jugaba a la pelota en el descampado que había en el fondo de la casa de mi abuelo, yo quería ser Pascualito Rambert, ni me calentaba Maradona. Para ese entonces, el Diego era un gordo que jugaba en Boca, se teñía el pelo de colores y se daba besos con Caniggia, otro tipo. O, a lo sumo, era ese señor que aparecía de vez en cuando en tevé queriendo comerle la trompa a alguna movilera, manejando un Scania, disparando balines desde un auto bordó o escupiéndole a un referí eso de que la gente no se iba a comer un garrón. Maradona y México ’86 eran la montaña que tenía adelante y solo supe apreciar a medida que me fui alejando. Los pibes con los que jugaba a la pelota querían ser el Bati, el Burrito o el Pupi y, para ese entonces, no estaba mal soñar con ser Romario, Ronaldo o Bebeto, unos brasileros. En esos picados, gambeteando escombros, botellas vacías y yuyos extra large, pocos evocaban a Maradona. Y todavía no soñábamos con Messi. Ahora, con el tiempo, teniéndolo a Messi fresquito y con la plena conciencia de lo que

significa Maradona, pienso en la importancia de tener un héroe, un póster, un Superman. El fútbol es irracional así que ni siquiera puedo explicar por qué. Pero lo siento bien adentro. Tuve la suerte de ver a Diego Armando Maradona en actividad. Verlo por la tele, claro. La que me tocó es flashear con el ’86 vía unas imágenes brillosas de unos libros que, cuando podía, en las fechas importantes (cumpleaños, navidades, etc), mamá compraba para aplacar mi emoción futbolera. Tiempo después, con el lanzamiento de Olé, le insistí a mi vieja para que me lo regalase. Era un denso total. La plata no sobraba y, hoy, ese pedido insolente me da culpa. Recuerdo que los sábados el diario venía con la Revista Mística. También recuerdo a mi madre preguntándole al diariero: “Esto no es para chicos, ¿no?”, sospechando por algún culo que a veces se asomaba. Esa fue la época en la que el fútbol se me clavó en algún rincón de las emociones y no se me despegó nunca más. Años después, cuando la humedad empezó a asomar, mi mamá retiró los cuadros aquellos para volver

a pintar esa pared de color beige. Y nunca más los colgó. Me puso un poco feliz. Por ese mismo momento fue cuando comencé a recortar imágenes del Diego, a hacerlas parte de mi vida. Ya tenía noción de que aquello que figuraba en ese cuadrito era algo más que una frase para recordar como si fuese la tarea. Así que, tijera en mano, empecé a tenerlo en siluetas, a conservarlo para siempre. Ya había entendido lo que Maradona significaba y mi sueño era que, en lugar de esos cuadritos, mi mamá subiera uno de mis recortes. Compraba diarios y revistas para romperlos, para hacerlos mierda. Era mucho más que un denso. También les pedía a mis vecinos que me guardaran el Clarín. El destino era el mismo. “Quiero ser periodista deportivo”, le dije un día a mamá, maestra. Ella sonrió y dijo: “Está bien, mi vida”. Los pequeños detalles engrandecen las historias. Quise ser futbolista. Quise ser el Diego. Pero, lamentablemente, no hubo fútbol ni Diego. Como con las montañas, uno no las ve cuando las tiene adelante: ya de grande entendí que mi mamá y Maradona me hicieron ser quien soy.

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ZONA DE GRUPOS

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AGUSTÍN GENONNI, CONDUCTOR DE RADIO

Estaba por cumplir 11. Ese verano del ‘96 hice mi primer viaje sin mis viejos: la canchita de 5 donde jugué toda mi infancia al fútbol organizó una especie de gira a Mar del Plata con todas las categorías del club. Del viaje solo tengo algunos flashes pero sí me acuerdo que recién había salido “Tercer Arco” de Los Piojos y que fue el disco que nos acompañó toda esa semana. Con los pibes, el éxtasis se alcanzaba con la voz de Ciro recitando “dicen que escapó de un sueño en casi su mejor gambeta” en esa

intro que a partir de ahí se fundió en la cabeza. Después sí, venía la canción para el Diego. Y me detengo en “Maradó” y en “si vos no fueras no habría tanto yuyo”, porque años después resignifiqué esa canción y esa parte para encontrarle un sentido a lo que me pasa con él. Para mi, Diego Armando Maradona fue y será el baldío de Emilio Mitre y Chacabuco en Moreno. El olor a la tierra que se levantaba y las “frutillas” que se te iban haciendo. Esas ganas que teníamos todos de que nos digan “¡buena,

Diego!” después de una jugada. Por eso creo que ese Mundial ‘86, aunque muchos ni siquiera hayamos visto en vivo y en directo, nos dió las ganas de ser el Diego de nuestro equipo y que se nos pinte un 10 en la camiseta. De ser el vivo, el picante y el capitán que levanta la copa. El de la mano y el del otro gol que nos va a seguir emocionando. Del Estadio Azteca nos robamos el pasto que hoy se sigue plantando en cada cancha y en cada potrero. Ese yuyo que nos hace ser quienes somos.

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ITALIA 1 - BULGARIA 1 GONZALO VARAS de Argentina 10


AGUSTÍN SUÁREZ DORESKI, PERIODISTA DEPORTIVO

Una puerta que se cierra de golpe, un plato que se destroza contra el piso, gritos, insultos, llantos… Allá por junio del ‘86 yo vivía con miedo. Mi vieja y su pareja discutían a diario. Se mataban por cualquier cosa. La plata que no alcanzaba, que no había trabajo, la comida que hacía falta. Todo era motivo de guerra. Y en el medio, mi hermana y yo. Yo me escapaba. Pero me escapaba en serio: agarraba mis cosas más preciadas, las metía en una mochila y me iba a lo de algún amigo vecino. En esa mochila lo primero que metía era una camiseta de piqué de San Lorenzo que me había regalado mi mamá, unos botines de cuero negros que cada tanto les pasaba grasa para que no se gastaran y una pelota cocida a mano. Y me iba…

Por supuesto que a las dos o tres horas mi vieja me venía a buscar, entre lágrimas, y me llevaba de nuevo a casa… Se había pactado una tregua. Prendía la tele y el hombre de la TV hablaba de “otra guerra”. Me decía que ese Argentina - Inglaterra del domingo era más que un partido de fútbol. Qué se jugaba por el honor, por la memoria de los pibes de Malvinas, que era una revancha. Yo no entendía de qué hablaba ese tipo. Yo sólo quería que llegue ese día donde todos nos juntábamos delante de la tele a mirar el partido de Argentina, a gritar los goles, a cantar… todos juntos en paz. En el noticiero hablaba Maradona y yo subía el volumen para que los gritos no me impidieran escucharlo. Cuando terminaba, agarraba mi pelota, salía por la puerta hacia el jardín y

corría detrás de ella. Escapando, imaginando que yo también jugaba ese Mundial. Que yo también era imposible de marcar, que era un astro del fútbol y que toda la atención estaba puesta en cada movimiento mío… Aquel domingo todo amaneció en calma. Pareció que ambos bandos hicieron un pacto de no agresión. Le dejaron lugar a la otra guerra de la que hablaba la tele. Nos juntamos todos juntos delante del Noblex de 20 pulgadas. Yo bien cerquita del tubo, aunque me haga mal. No me quería perder detalle del partido. Sufrimos, cantamos, gritamos, nos reímos. Nos abrazamos con el primer gol del Diego. Saltamos de alegría. Explotamos con el segundo. Atónitos por aquella jugada antológica. Nos

fundimos en un abrazo de felicidad. Después, sufrimos. Nos metieron un gol y fue taparse los ojos cada vez que la agarraba un negrito inglés, un tal “Barnes”. Llegó el final y otra vez nos abrazamos. “Vamos a festejar”, dijimos. Y nos subimos al Peugeot 504 y nos fuimos al centro de Moreno. La Plaza era un mundo de gente. Todos cantaban por Argentina, por Diego. Las banderas flameaban desde los autos, desde las copas de los árboles, de los techos de los edificios… Volvimos de noche a casa, entre bocinazos, cánticos y cacerolas que retumbaban. Mi vieja entró y se abrazó con su pareja. Lloraban los dos, pero esta vez de alegría. Yo quería que Argentina siga ganando. Que ese Mundial no termine nunca.

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ESPAÑA 0 - BRASIL 1 VICTOR PUCHALSKI de España 12


AGUSTINA GEWERC, PERIODISTA

Nací justo dos años después de que salgamos campeones, el 30 de junio del ‘88, y el recuerdo que tengo de los mundiales siempre está atado a lo más hitero: para mí no son México ‘86, Italia ‘90 o Sudáfrica 2010; son “la mano de dios”, “no-ti-ma-chiqué” y “waka waka”. No me interesa quién jugaba en qué parte de la cancha, quiero recordar cuánto le faltaba a Maradona para empezar a repartir esperma por el mundo. El problema es que en cada mundial pongo en jaque mis sentimientos más duales: me agarra un nacionalismo y un pa-

triotismo extremo, que se conjuga con mi rechazo hacia la idea de patria, a esa construcción persuasiva que busca encontrar un enemigo externo para generar consensos internos. No miro fútbol entre mundiales por la misma razón por la que no entro a shoppings antes de diciembre ni como locro otro día que no sea el 25 de mayo. Me gusta extrañar incluso los sentimientos mundialistas que no viví. No quisiera arruinarlos viendo los partidos de cada domingo y tener que lidiar con esas contradicciones todas las semanas.

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CANADA 0 - FRANCIA 1 CHESTER de Argentina 14


ALBINA CABRERA, PERIODISTA

En medio de un contexto argento que acunaba una definitiva -pero igual compleja- salida hacia la democracia, la sociedad argentina que transitaba sus calles por 1986 encontró en la libertad de las canciones y en el desenfreno pasional albiceleste, la respuesta a un agujero negro-represor y dictatorial que dejó su huella hasta hoy. Incluso para nosotros, los nacidos post México ‘86. No estuvimos en el Obelisco, no logramos ver a nuestros viejos llorar con moco y grito por un cacho de felicidad ni por la venganza que nos merecíamos. Ésos no fuimos. Pero nos bastó un segundo para

saber, entender y sentir que “la felicidad” tuvo un nombre y apellido: Diego Armando Maradona. Creer en D10S nunca fue tan aceptado y la herejía nunca tan condenada como lo que sucedía cada vez que se evocaba y evoca en casa, en la unidad básica que milito y en las bandas que admiro la figura del Diego logrando bocha de cosas (que ni el pensó): objetivos de vida y colectivos, justicia social, triunfo geopolítico, recuperación histórica de identidad, respeto internacional e inspiración artística para millones de argentinos que levantaron La Copa como premio merecido después del plan sistemático de

robo moral y cultural que lograron ésos de allá, para todos los de acá. Fuimos los que aprendimos, con el diario del lunes, de una de las construcciones y realizaciones de orgullo más merecidas de nuestra sociedad. Y con ella, los artistas. El Parakultural, el recién nacido Cemento y los sucuchos, que ya no lo eran tanto, tejieron -cual juglares- la memoria de estos tiempos. Los hilos de acero de ese clima fueron, a mi entender, tres: “Oktubre” de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota; “Signos” de Soda Stereo y un “Llegando los monos” que ya sonaba desde mayo de ese año, de la mano de otros dioses de

la misma familia, Sumo. No es casual que este triángulo amoroso de canciones hayan salido a la luz ése año. El mismo, donde las movilizaciones eran permanentes, el clima agitado, los derechos humanos más importantes que la economía y la política y el mismísimo fútbol como vehículo de una necesidad. La misma, era nada más y nada menos, que la venganza nacional del más argentino de todos. La más dulce y la mas justa. La nuestra. Gracias, Diego.

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URSS 6 - HUNGÍA 0 VALERIA REYNOSO de Argentina 16


ALDO MONTAÑO, CRÍTICO DE CINE

A México ´86 lo viví en diferido, más precisamente en 1993. Estaba con mi familia haciendo las compras del mes en el recién inaugurado Carrefour de Quilmes, relajados, hasta que mi viejo, así como si nada, colocó en la cima del changuito una videocasetera. “Ahora necesitamos algo para ver” dijo y con la mirada me invitó a explorar la batea de VHS. Entre la multitud de cajas, Héroes, película oficial de la XIII Copa del Mundo, relucía como el trofeo más preciado. Es que cuando Diego nos hizo dar la vuelta yo tenía apenas cuatro años y esa hazaña de

la selección me había llegado atravesada por la fritura de una vieja radio. No guardaba imágenes de aquel Mundial. Por eso Héroes llegó a casa casi por obligación, para llenar aquel vacío. El celofán del video nuevo no se dejaba vencer y tuve que abrirlo con los dientes, desesperado. El resultado estuvo a la altura del esfuerzo: un casette de plástico color rojo lascivo, más propio de una porno, que no podía más de hermoso. Un chiche perfecto. En ese momento no sabía de ninguna cinefilia pero esta película me enseñó todo lo que

define a un relato clásico: la construcción de un héroe, su camino, sus oponentes, la épica y la conquista del objetivo como clímax de un crescendo de sudor y lágrimas. Las escenas de Diego llevando la pelota con la ductilidad de una bailarina, el inmenso Brasil-Francia y el magnetismo del relato en off junto a la música -Valeria Lynch estallando desde el océano cósmico creado por Rick Wakeman- detonaban un trance que repetí en loop durante meses grabando a fuego, y para siempre, el contenido de esa cinta en mi cabeza es un divino tesoro.

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ARGENTINA 3 - COREA DEL SUR 1 BRIAN JANCHEZ de Argentina 18


ANDRÉS ACCORSI, PERIODISTA ESPECIALIZADO EN HISTORIETAS

Lejos, mi mundial favorito de todos los tiempos. La canción era pedorrísima, pero los partidos… ¡qué manera de ver partidos! Debo haber visto más del 80%. Incluso esos partidos de primera ronda que no le interesan a nadie, tipo Irlanda-Argelia, que los transmitía Canal 2 (todavía no se llamaba América), con relatos de Quique Wolff y comentarios de Rafael Olivari. El Mundial ‘86 fue una fiesta futbolera inconmensurable. Estaba el Diego en su mejor momento, Francescoli prendido fuego, Michel Platini en busca de una retirada gloriosa, Gary Lineker y Butragueño

en su cima, un Brasil picantito, una Bélgica asombrosa y, como siempre, una Alemania temible, con un equipazo basado mucho más en la solidez colectiva que en las figuras individuales. Me acuerdo que vimos un futbol táctico, pero que dejó muchísimo espacio para la belleza y el virtuosismo de equipos como Dinamarca, que jugaba bárbaro, e incluso de Argentina, que llegó al Mundial cuestionadísimo por la prensa y terminó ovacionado por el planeta entero. Tan lindo fue ese Mundial que el equipo de Bilardo empezó jugando “a lo Bilardo” y terminó jugando un futbol mucho más vistoso,

más atractivo, más dinámico. Obviamente acordarse del Mundial ‘86 es acordarse de Maradona, de esos momentos de genialidad pura en los que parecía que el Diego podía ganar los partidos él solo contra los 11 del rival. Pero atrás del crack hubo un equipazo. Otros 10 o 15 guerreros que dejaron la vida y que le permitieron al ídolo brillar como nunca. Me acuerdo de la emoción de ver entrar a la cancha (en la semifinal contra Bélgica) al maestro Bochini, a modo de merecido homenaje a una trayectoria colmada de gloria. Y me acuerdo sobre todo del Vasco Olarticoechea, uno de los sobrevivientes de

la Selección del ‘82, que tuvo su revancha, que se jugó la vida en cada pelota, y que casi mete un golazo en contra en la final, cuando saltó a cabecear un centro en el área de Pumpido y le pegó con la nuca. Como hincha de Racing, mi amor y respeto hacia el Vasco son infinitos. Seguramente en los años que me quedan por vivir, veremos mundiales tan increíbles como el del ‘86, e incluso (no tengo dudas) volveremos a ver a Argentina dar la vuelta olímpica. Lo que no creo es que un Mundial me atrape y me emocione tanto como lo hizo aquel inolvidable México ‘86. A rodar, mi amor.

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MARRUECOS 0 - POLONIA 0 ยกUps! Este era Polonia - Marruecos ALAN STUPNIK de Alan Stupnik 20


ARIEL CRISTÓFALO, PERIODISTA DEPORTIVO

A veces me gusta pensar que uno nace en mundos aleatorios. Que en el instante previo de la vida hay un tipo que hace girar una especie de rueda de la fortuna o que aprieta un botón que dice random en la app de mundos y especies. Nací el veintiséis de abril de mil nueve ochenta y siete con indumentaria de ser humano en un hospital de Palermo, Argentina, planeta Tierra. Siento que el Mundial del ochenta y seis es parte del mundo que me tocó en ese random. Uno no elige en qué universo aparece y a mí me tocó éste, tan poco ecléctico, con naturalezas hermosas como el jazz, el glaciar Perito Moreno, el

gol de Maradona a Inglaterra y naturalezas horribles como la historia de exilio de mis viejos en el setenta y seis, la gente que muere de hambre, la guerra, que desde que nací aprendí que era mala. Heredé todo. Pero ese Mundial siempre me inquietó en un punto. La diferencia de la gesta de Diego en México con el resto de las maravillas del planeta es que nunca la voy a poder ver, porque es irrepetible (y más de una vez he pensado que no es cierta, que si no lo vi en vivo no ocurrió). Y tuve que aprender a vivir con eso: de entrada, es un bajón. Pero con el tiempo intenté convencerme de que Maradona en el ochen-

ta y seis es algo que me mantiene vivo, como funcionan los sueños, porque nunca lo voy a poder alcanzar, como el conejo persiguiendo una zanahoria, cierta magia, cierto misterio que te deja alerta. Porque conocí el Perito Moreno, porque escuché jazz en el Blue Note de Nueva York, vi a los Rolling Stones, pero nunca llegué a ese clímax que tuvo que haber sido ver el derrumbe vivaldiano de ese dominó de inglesitos con el relato de Víctor Hugo, cada palabra clavada en el ángulo de la argentinidad. Con el tiempo terminé agradeciendo haber nacido D.M., Después de Maradona: cómo se hace para vivir después de eso,

con qué motivación, qué aspiraciones, si sabés que el resto de tu vida va a ir en baja, con qué apetito uno ve arte posmaradoniano, si es que sigue siendo arte, qué hay después de la muerte. Las esperanzas de los que vivieron eso con sus propios ojos en vivo por tevé murieron en ese instante para siempre. Ahí nacieron las mías: yo nací en un mundo más bello que el anterior. Aunque al final siempre gana la envidia: ese instante tuvo que haber valido como una vida entera y, ahora que me aflojé, tengo que confesar que es intolerable no haber estado ahí para morir con una sonrisa.

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BELGICA 1 - MÉXICO 2 Le pedimos Bélgica - México pero hizo lo que quiso. ¡Crack! TOM SCHAMP de México 22


CAMILO DE CABO, PERIODISTA Y GUIONISTA DE CINE

Aunque tenía fama de amuleto, nadie le creía a Bilardo cuando batía que Galíndez les iba a hacer ganar México ‘86. A lo sumo, decían, iba a ser el Diego. Pero el Doctor la tenía clara, y Maradona también. No por nada ya se lo había llevado a Europa con él. ¿O alguien todavía piensa que era por los masajes? ¡Ja! Igual, es cierto: con el tema de la suerte es creer o reventar. Más con tipos como el Loco. Y más con historias como la que cuenta siempre el futbolista este. Fue apenas terminó el partido con los piratas. Estaban todos festejando cuando este jugador, que pidió no ser deschavado, vio a Galíndez con una cara de susto tremen-

da. Se le acercó y el Loco le dijo que estaba preocupado, porque se había acordado de un sueño. “Soñé que un día se me terminaba la buena suerte. Y tengo miedo de habérmela gastado toda en la mano y el golazo que hizo Diego hoy”, le tiró. Estaba mal en serio y miraba para todos lados: a las banderas, los carteles, a los ingleses, los árbitros… El jugador le preguntó qué buscaba. Y él le respondió: “Es que en el sueño había un número y estoy viendo si lo veo, porque para mí es una señal”. Al final no lo fichó y se tranquilizó. Sobre todo después, cuando salieron campeones. Y lógico, con la gloria, se olvidó. Nunca más

lo buscó. Hasta que el número lo encontró a él. Y a todos. Aquel jugador lo intuyó cuando vio por primera vez el logo, con el perrito yanqui ese. El número de Galíndez no estaba en una camiseta, una bandera o un cartel. El número era ese año, ese otro Mundial que Argentina tendría que haber ganado. Terminó siendo el 25 de junio del puto ‘94 que había soñado. El Loco no se iluminó y le dio la maldita pastilla. El día en que a Maradona le cortaron las piernas a Galíndez se le murió la buena pata. ¿Sabían que en la Quiniela es “El Cementerio”? Creer o reventar, nomás.

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ARGELIA 1 - IRLANDA DEL NORTE 1 ANDRÉS INGLESIAS de Argentina 24


CARLOS MAIDANA, PERIODISTA

La Copa del Mundo de 1986 es una epopeya, es motivo de orgullo incluso para aquellos que no la vivimos de manera contemporánea, pero la vivimos durante mucho tiempo. Y es, por sobre todas las cosas, al menos para quien escribe, la reconciliación eterna con Diego Maradona. Él, por encima de cualquier otro, él por fuera de cualquier análisis. Su paso a la inmortalidad y al cariño popular por siempre y para siempre. Hay un cuento muy bello de Eduardo Sacheri que bien habla de ello: “Me van a tener que

disculpar”. Si no lo leíste, hacelo. Y pensalo. Porque aquel Mundial, aquellas hazañas le alcanzan y le sobran a ese superhombre lleno de imperfecciones para que lo dejemos en paz. Para quitarlo de las comparaciones, para sacarlo de las objeciones, para evitarle los disgustos. La emoción que ese pibe de Fiorito vestido de Patria le dio a la Argentina es suficiente mérito como para no cuestionarle sus fallas de ser humano cotidiano. Te hablo de él y te hablo de nosotros con él. Y de él hacia no-

sotros. Un abrazo inquebrantable al que el paso del tiempo no debería hacerle mella. Y si así fuera, ahí deberíamos estar para atender que sería una injusticia grande. Futbolera, sí, pero injusticia al fin. Porque el fútbol es eso, un absurdo gigante capaz de hermanarnos en un grito ahogado de alegría y de felicidad. Un grito como el del 29 de junio de 1986 con epicentro en el Azteca, tan fuerte como para romper la estructura del tiempo y erizarnos la piel, incluso a los que no estuvimos allí, pero estaremos ahí siempre.

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PORTUGAL 1 - INGLATERRA 1 JUAN PEZ de Argentina 26


CRISTIAN CALAVIA, PRODUCTOR DE RADIO

“Con suspenso y con fervor, ¡allá vamos, México!”, tituló El Gráfico aquella apaciguadora mañana del 30 de junio de 1985. El día anterior, un agónico gol de Gareca a diez minutos del final marcó el empate frente a Perú que hizo estallar el Monumental con la clasificación argentina. El mismo resultado -y contra el mismo rival- había dejado al equipo albiceleste fuera del Mundial de México a comienzos de los setenta y hacía que los fantasmas agitaran los trapos en las tribunas de Núñez. Si es verdad eso de que “el fútbol da revancha”, en este caso la premisa se convertiría en un hecho para siempre.

En rigor de la estadística, el Mundial ‘86 dejó un saldo de 52 partidos disputados por 24 selecciones en los que se convirtieron 132 goles. En relación a lo anecdótico, el mismo torneo consagró al paraguayo Cayetano Re como el primer director técnico en ser expulsado en un Mundial y al lateral charrúa José Batista como el jugador que más rápido vio la tarjeta roja. La previa montaba un escenario en el que el equipo de Carlos Bilardo no la había pasado bien en las eliminatorias y a un Michel Platini que venía de ganar el Balón de Oro y salir campeón de todo lo que tuviera enfrente con la Juve. Sin dudas, la prensa

alrededor del mundo vaticinaba un retiro idílico para el goleador francés de 30 años. Al margen de todos estos factores y los pronósticos eruditos del deporte, la épica decretó que “la mano de Dios” y el “barrilete cósmico” en la voz de Víctor Hugo Morales impregnaran aquella competencia de los condimentos irrefutables de la hazaña. Diez jugadores y la leyenda insolente de Diego Armando Maradona transformaron a la Selección Argentina de fútbol en un emblema de la cultura popular que, hasta el día de hoy, continúa gambeteando réplicas. 27


PARAGUAY 1 - IRAK 0 CJ CAMBA de Argentina 28


DIEGO TREROTOLA, CRÍTICO DE CINE

La única pelota que tuve en mi infancia en Lanús era de plástico, ni de goma ni de cuero: el material más berreta y menos adecuado para el fútbol. Cuando la pateaba contra el paredón del galpón abandonado de al lado de casa, sonaba con un ruido seco y sucio, que tenía poco que ver con el fútbol, pero que igual me gustaba. Era mediado de los ‘80, una invernal primavera democrática que explotaba en mi conciencia de adolescente flamante de 11 años gracias a un Mundial que se escuchaba más en radio que en TV, que tenía menos imágenes que voz. De hecho, no guardé ningún re-

cuerdo de haber visto algún partido durante México 86 pero sí conservo nítidos los zumbidos radiales de los relatores. Recuerdo el fervor de ese Mundial como un grito primario, pero ciego. Eso hasta que pintó el cine para completar la experiencia, para hacerla imagen indeleble: fui a ver Héroes, que en Avellaneda se daba en doble programa con una película de aventuras con Richard Chamberlain. La grandeza de ese Mundial necesitaba una pantalla a su medida. Y fue terminar de ver el documental en el cine para volver a darle a la pelota contra el paredón, con furia victoriosa, con adrenalina

de Copa del Mundo en alto, con la felicidad total de llamarme como el más grande. Y recuerdo perfecto que pegaba patadas hasta que la pelota rebotaba con ruido demencial, y creo que ese sonido me hizo punk, porque tenía el pulso al taco de la batería de Ramones, esa que en esos mismos años descubría en cassettes piratas. Es que el fútbol que vale tiene un arco tan grande que permite patear la pelota para cualquier lado. En mi caso, para el lado del cine y del punk. Porque la sabiduría de ese Mundial y del DIY Maradona es que para la gloria del gol alcanza con hacer la tuya.

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ESCOCIA 0 - DINAMARCA 1 MICHELLE SENDEROWITSCH de Argentina 30


EDU BENÍTEZ, PERIODISTA

Primero fue el ritual y después el festejo. Más tarde, la aparición de un objeto berreta que vertebró alegrías y pesares de la infancia. Para el gurrumín de cuatro años que era entonces, la experiencia del Mundial ‘86 se impuso como aprendizaje de esos actos ceremoniales que nos vamos forjando para enfrentar el costado lábil de las cosas más mundanas. Como cuando creemos que el bondi llega, por fin, porque encendimos un pucho. La cuestión fue así. En plena final, mi viejo improvisó una especie

de altar dispuesto frente al televisor. Constaba de un álbum de figuritas, una camiseta desplegada, velas de variados tamaños. Allí, una serie de frases impulsadas por toda la parentela se sucedían como mantras: fundamentalmente un mix de puteadas contragermánicas. Ya triunfantes, toda esa orquestación se tradujo en la obtención de un plato decorativo -de plástico, difícil de apreciar en términos estéticos- donde figuraban las banderas de los países que habían llegado a cuartos de final y en el centro: “Argentina Campeón”.

Colgado en el living, durante cuatro años ese plato fue la síntesis del esfuerzo y de nuestra capacidad de magia, el resultado de un rito pagano que explicaba todo. Ese “ovni casero” era nuestro premio familiar, un remedo doméstico de aquella Copa gloriosa obtenida en México por la Selección. En el Mundial ‘90, mi viejo ya no estaba en casa. El ritual familiar no se llevó a cabo como en el torneo anterior y, por lo tanto, perdimos la final. Por eso, después del ’90, el plato gozó de los peores

improperios. Fue desterrado y viajó desde el living hacia un cuarto polvoriento ubicado en la terraza, uno de esos rincones de la casa donde, como decía Leopoldo Marecehal, “van a parar las ontologías en derrota”. Hoy -menos mágico-mítico y más bien neurótico obsesivo- ese plato kitsch volvió a estar presente y engalana la casa materna. Como custodio y recordatorio de vaya a saber qué recuerdo triunfal, paterno, patriótico; augurando las futuras gestas de nuestra Selección.

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ITALIA 1 - ARGENTINA 1 FRANCO VIGLIANO de Argentina 32


ESTEBAN VERA, PERIODISTA

Por aquellos días de México ‘86 estaba en otra. Tenía cinco años y pateaba una pelota plástica color naranja. Es decir, no tengo recuerdos atesorados de la Copa del Mundo, como el reciente zapatazo de tiro libre de Leo Messi a Estados Unidos en la Copa América. Con el tiempo se aprende que en junio de 1986 nació Maradona (a secas, como Sócrates o Fogwill), el poeta maldito del fútbol, el héroe más amado y odiado, el de las gambetas y frases malvadamente geniales (“Pasman, vos también la tenés adentro”) al

coronarse “Rey del Mundo” con la Selección, pero se olvida o empequeñece el trabajo del equipo o del infame Doctor Bilardo, que armó un equipazo, con mucho esfuerzo y piernas inspiradas, como las de Valdano y Burruchaga por nombrar algunos o la solidez de Ruggeri y Batista. Y solo se cuentan las cosas increíbles de Maradona. ¿Alguien sabe qué se decía de Diego antes del Mundial? Sólo había palos para él. Fue el punto de quiebre en la mitología maradoniana. La cuestión es que en los últimos años esa entele-

quia llamada “pueblo futbolero” es realmente injusta con Messi, como sucedía con Maradona. Hoy, sin discusiones en el resto del mundo, con talento constante y personalidad, Messi es el mejor de todos, es indiscutible. Y bien merecido lo tiene. Mientras escribo estas líneas, faltan dos días para la final de la Copa América y solo quiero que el equipo del Tata Martino alcance el éxito para que de una vez el pueblo futbolero comience abandonar las injusticias con el heredero de la 10. 33


FRANCIA 1 - URSS 1 JULIÁN MONO de Argentina 34


FACUNDO CALVO, FUTBOLISTA DEL WAIHEKE AFC DE NUEVA ZELANDA

Nací en el ‘87, como Lio Messi. Somos la primera generación post-Mundial ‘86, una generación llena de fe y esperanzas, llena de creyentes que siguen soñando con ver a la albiceleste ganar nuevamente otra Copa del Mundo. Somos una camada que presencio los últimos destellos de Maradona y hoy disfruta de la magia del nuevo 10, un iluminado de este deporte tan lindo. Siempre tengo la idea de que, en el fondo, hasta los mismos rivales de Lío lo quieren ver levantando el trofeo. Todos sentimos que se lo merece. Volviendo a la consiga inicial, lo primero que se me viene a

la cabeza cuando pienso en el Mundial ‘86 son esas tribunas cosmopolitas que vi en videos y repeticiones. Esa mística que tiene este evento de juntar gente de todos lados del mundo en un mismo tiempo y espacio. Esos looks ochentosos de los jugadores, con sus shorts al huevo y cortes de pelo de la época. El relato inolvidable de Victor Hugo, con su famoso “barrilete cósmico”, imágenes y sonidos que me emocionaron al borde de las lágrimas más de una vez. Siempre pienso en la frialdad que tubo el Burru para definir a un palo después de esa corrida épica, esos pocos segundos que en

su mente deben haber sido siglos. Tener la decisión de querer triunfar. Tener en su botín la ilusión de todo un pueblo. Como pasar por alto la actitud de Diego Armando, se veía en sus ojos , en su sonrisa la confianza que él mismo se tenia. Las ganas de pedir la pelota, de levantarse después de cada patada, de ir para adelante dejando rivales en el camino como si fuesen conos. Un tipo que se puso un equipo al hombro ,y a fuerza de talento potrero y picardía, dejó su nombre grabado en la historia para siempre. Por siempre hincha de nuestra selección. Volveremos…

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COREA DEL SUR 1 - BULGARIA 1 LEA CABALLERO de Argentina 36


FACUNDO ENRIQUE SOLER, PERIODISTA

Me gusta perimetrar mi cerebro. Esta sección de acá es para recordar a todas las chicas que besé, esta otra va dedicada a los teléfonos de línea de mis compañeros del primario y está de acá atrás es para recordar cuándo pagar el alquiler. Una de las secciones favoritas de mi masa encefálica es la que lleva el rótulo “películas de acción”. Ahí está lo mejor de la historia del cine: Rambo, Alerta Máxima 2, El Demoledor y demás exquisiteces del cine fantástico. El Mundial ‘86 está cómoda-

mente ubicado en ese área, ni en pedo lo mando al sector “épica deportiva” ¿Por qué? Primero porque lo viví solo en reproducciones, sucedió dos años antes de que naciera, pero principalmente porque jamás me van a convencer de que la Copa Mundial celebrada en México en 1986 es real. Ficción pura y de la buena. Maradona, un petiso, despeinado y flacucho que contra todo pronóstico le pinta la cara a un montón de villanos con acento extranjero, con la misma cantidad de fútbol y picardía (a mi humilde entender,

la mejor manera de entender el gen argentino). Es una obra maestra del manejo del suspenso y la exageración, en dosis irreverentes. Con un reparto con personajes tan variados como Bilardo en el papel del viejo chiflado a cargo del grupo (capaz de envenenar bidones en la secuela) o Ruggeri como el sidekick sádico que siempre relaja al espectador con alguna monería. El Mundial ‘86 es mi película de acción favorita, ideal para ese momento en el que necesitas relajar con explosiones, tiros y gritos.

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HUNGRÍA 2 - CANADÁ 0 VICTORIA MONTÉ de Argentina 38


FERNANDO LOZANO, ESCRITOR

La sociedad moderna (mi, tu, nuestra sociedad) NO es hija del final de la Edad Media en el siglo XV: se erige tras la inversión de la sociedad preindustrial, rural y tradicional hacia una sociedad industrial, citadina y progresista. Revolución Industrial, Triunfo del capitalismo, consumismo y otros tantos conceptos que hartos filósofos, primero, y sociólogos, luego, debatieron durante años; mismos filósofos y sociólogos que, para ordenar y etiquetar aún más la cuestión, definieron al barrio como la unidad mínima que morfológicamente da forma y sentido a la ciudad. Es decir, un entorno que permite desarrollar las relaciones sociales

y laborales entre sus habitantes. Sociedad, trabajo, ciudad, barrio, habitantes, relaciones: el todo. Entonces, pienso, compartiéndotelo, ¿y si la Selección Argentina que participó del Mundial de Fútbol celebrado en México ‘86 fuera la fiel representación de un barrio? Pero, momento, no un barrio, sino EL barrio, TU barrio. ¿Por qué? Porque, ¿no conocés a un trabajador que de tan obsesivo roza la locura, lo gracioso y lo entrañable como fue la figura de Carlos Salvador Bilardo? Porque, ¿acaso en tu barrio no camina un de esos buenos tipos que son tan leales y compro-

metidos que te da bronca que no tenga trabajo, o sea, un José Luis Tata Brown que llegó a la disputa libre, sin club? Porque siempre hay un sujeto en el grupo mínimo que es conflictivo, con una ambición voraz de estrellato y hasta podríamos decir narcisismo, como lo fue Daniel Alberto Passarella. Porque en la sociedad moderna nunca falta el sabio del grupo social mínimo, ese que destaca por su conocimiento intelectual, ese Jorge Valdano que viajó al Mundial con dos valijas, una repleta de libros, y que conocés muy bien. Porque, me pregunto, ¿el ateísmo te rodea? No, en algo

creés. Y muchos, vos también, creyeron desde ese momento que Diego, EL DIEGO, es un ser que cayó de una manera muy extraña en esta Tierra. Porque los héroes anónimos, los Pumpido, los Ruggeri, los Giusti, los Olarticoechea, los Enrique y finitos etcéteras, abundan y le dan el color necesario a la comunión. Porque, en el fondo, tu barrio es tu sociedad (moderna), es tu país. ¿Argentinidad al palo? No, al palo no: a la red, inflándola de golazos, uno tras otro. A los 22 (más Bilardo): gracias por existir.

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BRASIL 1 - ARGELIA 0 SILVIA BROS de Argentina 40


FERO SORIANO, PERIODISTA

Me miró sacado. Nunca lo había visto así. Sus ojos verdes estallaban en fuegos artificiales, pero a la vez, como si tuvieran un sistema anti incendio hecho por Dios, escupían lágrimas. No las derramaban. Las escupían. Verlo así me dejó turulato. Era la primera vez que mi viejo lloraba delante de mí y también era el debut de mi cogote apretado por sus manos: con una técnica similar a la que usa Homero cuando zamarrea a Bart, durante no más de cinco segundos que parecieron mil me probó como coctelera, para adelante y para atrás, para adelante y para atrás, mientras lloraba fuego y me miraba a los ojos y gritaba poseído.

Si como escribió William Faulkner “la memoria cree antes de que el conocimiento recuerde”, en ese momento entonces una parte del Todo se detuvo para siempre, ahí: en la foto de mi viejo desencajado a una distancia tan corta de mí que 30 años después aún puedo sentir el aroma de su emoción (olía a venganza) y puedo escucharlo gritarme, como si me hubiera atrapado in fraganti afanándole billetes a mi abuela (nunca me descubrieron). “¿Viste lo que hizo este hijo de puta? ¿Vos viste lo que hizo? No puede ser, es lo más grande que hay, no puede ser. Es un genio, es un extraterrestre, es un hijo de puta. Lo viste

Ferito, decime que lo viste. La puta madre que los re mil parió. Ingleses de mierda. Gracias Diego, gracias hijo de puta, gracias”. Después se dio cuenta. Me soltó y miró extrañado alrededor. Mi vieja se reía. Mi hermano, que tenía seis y estaba colgado de su espalda, también. Fue como si se hubiera clavado una pepa del tamaño de un plato y de repente hubiera bajado al frescor de la conciencia limpia. Entonces me abrazó y me acarició la cabeza y me susurró al oído: “Sos un pibe con suerte vos, lo viste, qué bueno que lo viste porque esto no va a pasar de nuevo”.

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INGLATERRA 0 - MARRUECOS 0 LEANDRO CARO de Argentina 42


GABRIEL PATRONO, GESTOR CULTURAL

El ‘86 fue muy intenso. Terminaba el colegio secundario y no quería saber nada con las instituciones. Me lo pasé en la esquina. Coco y Mingo contaban sus aventuras al frente de la barra de Almirante Brown. Yo trataba de reunir gente para armar una banda. El verano fue algo bizarro. Con algunos amigos salimos rumbo al carnaval de Gualeguaychú con intenciones imprecisas. Pasamos varios días en una carpa vieja, chiquita y rota tras una semana de lluvia intensa. En marzo vino The Cure en su mejor momento. Con los amigos de San Justo arrancamos temprano para Ferro. Si no se tiene ni entrada

ni plata siempre es bueno llegar temprano, para ir viendo qué se puede hacer. No logramos ver el show pero no nos importó. Lo importante, como siempre, estaba pasando en la calle y los mejores conciertos en estadios se viven en los alrededores. La policía montada nos corrió por todo Caballito y adentro del estadio las cosas no estaban mejor. Ese año me hice un posgrado en el Estadio Obras. Fui a ver en vivo a los mejores grupos de rock que jamás existieron: Virus, Sumo, Los Abuelos y Riff. Mi imaginario cultural está anclado en esas noches urgentes y en las charlas con los geniales y divagantes pibes del barrio.

No es necesario aclarar que fui un pésimo deportista. Desde chico me relacioné con la música y la movida cultural. Eran mundos irreconciliables en esos años. Participaba en algunos partidos del equipo de futbol barrial distraído y sin aportar demasiado. Por las mañanas trabajaba en el negocio familiar Raúl Sport, la pintoresca tienda de ropa deportiva frente a la estación de Castillo. Estaba bastante informado de los detalles previos al mundial. Monté un puestito de banderas y gorras de Argentina. Vimos con los amigos el primer partido en la casa de mis viejos. Estaba Mono, Copito, El Oso, Rapu,

Mazza y los hermanos Faraone. A partir de ahí, por cábala, seguimos juntos todo el mes con mucho entusiasmo. Me deslumbraba la figura heroica de Diego. Seguía los detalles a través de la revista El Grafico. El día de la final fue muy fuerte. Nos trepamos al camión de un vecino con rumbo al centro a festejar. Fue una noche mágica. Pocas veces vi a tanta gente emocionada en las calles. Al amanecer, borrachos y felices, volvimos a la ternura abismal del conurbano cantando viejas canciones de rock. 43


MÉXICO 1 - PARAGUAY 1 BUDA TOM de Argentina 44


GUILLERMO COURAU, PERIODISTA

Tenía 13 años. Mis recuerdos de los mundiales eran más que nada flashes: sobre el capot del Fiat 1600 de mi viejo tocando bocina por Caballito en 1978, una “foto” pálida y demacrada a tono con los colores que devolvía ATC despidiéndonos de España en 1982. ¡Italia nos había dejado afuera y encima ganado el mundial! Cuatro años mayor contaba los días para el reencuentro con los tanos. Una ansiedad de revancha tenía… Me acuerdo de prender un rato antes la tele y clavarla en Canal 13. Era el 5 de junio de 1986 y Argen-

tina volvía a jugar contra los tanos. Veníamos de debutar ganando frente a Corea del Sur, pero eso no quería decir absolutamente nada. Y más cuando Argentina no pasaba de mitad de cancha… Y más cuando nosotros teníamos al zurdo Maradona, pero ellos al zurdo Conti, un tipo que me daba bronca admirar… Y más cuando a los 7 minutos el árbitro cobró un penal que solo vio él… Y más cuando Pumpido se preparó y voló pero… Gol de Italia. En la adolescencia todo se

magnifica, así que multipliquen mi bronca por 10 mil y por veinte minutos más. Porque pasada la media hora, un pase de Valdano, un salto de Diego con la pierna estirada y apenas una caricia dejó al arquero duro y a la pelota rebotando contra la red italiana. Me abracé a mi vieja, con la emoción de ser argentino como ese tipo, que nos había “vengado” de los tanos con el MEJOR GOL que se había hecho en un mundial. Dos partidos después, “El 10”, contra Inglaterra, me cambiaría el libreto… Pero esa, esa es otra historia.

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IRLANDA DEL NORTE 1 - ESPAÑA 2 JUAN APEN de Argentina 46


JAVIER DIZ, PERIODISTA Puedo decir de memoria el plantel completo del equipo argentino que ganó el mundial del ‘86. Les puede parecer que no es tan complicado. Pero hagan la prueba. Van a ver que se hacen bardo con dos o tres nombres. No descubro nada al creer que esta proeza innecesaria es algo lógica, tratándose de un equipo del que la mayoría de los jugadores vienen desfilando desde entonces por cualquier recuento deportivo nostálgico que se arma de tanto en tanto, sumado a la repetición de aquellos partidos hermosos. Pero no. La posta es que cuando pasó yo tenía trece años. Y a esa edad, cuando uno está virgen de todo, sabemos que la información de aquello que nos vuelve locos (fútbol y música, de este lado del mostrador) se clava con una intensidad descomunal (también puedo cantar, completos, los solos de guitarra y teclado de muchas canciones de Dire Straits, y ya no puedo hacer nada con esa maldición). Y si ese “aprendizaje” es estimulado con algún que otro ritual obsesivo, ya está.

La cuestión es que en junio de 1986 me levantaba todos los días a las 7 am para ir al colegio. Y en junio de 1986 hacía ya tres años que compraba todas las semanas la revista El Gráfico. A veces la compraba en el kiosco, otras veces me la traía mi viejo. Pero por alguna razón, ese año la acercaba el diariero a mi casa, casi al mismo tiempo en que yo encaraba para el colegio. Así, solía ocurrir que solo tenía tiempo para pispear la tapa, ojearla en cinco segundos con mi mochila ya colgando, y dejarla en casa para leerla con tranquilidad a la vuelta. Pero la previa del mundial me había enloquecido. Me comía los codos el hecho de esperar los martes, los días en que la revista salía. Estaba tan on fire que ni siquiera podía esperar a que la revista pase por debajo de la puerta, y mucho menos a leerla a la vuelta del colegio. Había que hacerse detripascorazón: levantarse una hora antes, caminar dos cuadras al kiosko –de noche, y cuando los inviernos eran de verdad-, y traer-

se la revista bajo el brazo. Después, la mejor media hora de toda mi vida. No recuerdo sentir tanto placer como aquel escalofrío que me provocaba devorarme la revista, café y tostadas en mano, y el sonido de la voz de mi vieja a mis espaldas, que trataba de decirme alguna cosa que yo no podía atender. Dejé de comprar El Gráfico un año o dos después de todo eso. Argentina no volvió a ganar un mundial. Tampoco recuerdo el plantel completo de ninguna otra selección argentina de ninguna época. Y fue en algún momento después de la catástrofe de Corea-Japón 2002 cuando recordé con fuerza ese ritual de los martes helados y felices. Solía decir, en joda, que Argentina no ganaba un mundial porque yo no me levantaba los martes a las 6 para ir a comprar El Gráfico. Lo dije una vez. Lo dije dos. Pasó el mundial 2006. Lo dije tres. Alguno empezó a chicanearme con que iba a tener que repetir aquello. Pensé en hacerlo como un juego simpático. Cada uno con su

locura, pero en la mía yo era el responsable de que la selección no llegara siquiera a la final (¿habré sido, de paso, el responsable de que hayamos salido campeones en el ‘86?). Y esa cuestión se volvió uno de esos temas a los que uno se refiere entre risas pero interiormente siente que hay algo que se retuerce, incómodo. ¿Y si de verdad era culpa mía? No lo había intentado, así que no lo podía saber. Para mí era “fifty-fifty”, como dicen por ahí. Había que hacerlo en 2010. Porque estaba “eldiego”, por eso de la mística del ‘86. Y no existía algo con más mística que aquel bello y poderoso ritual personal que tenía que repetir. Pero el universo me traicionó, me olvidé, me distraje, y nunca lo hice. Y nos comimos el chamuyo de Alemania. “Ya fue, el próximo lo hago de una”. Pero en 2014 El Gráfico ya era mensual. ¡Mensual! Así que sonamos. Pasó lo que pasó. Y no habrá más martes helados, ni más rituales, ni gloria. Juro que lo intenté.

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POLONIA 1 - PORTUGAL 0 LUCÍA ROVIRA de Argentina 48


JUAN FERRARI, PRODUCTOR DE RADIO

En los ‘90 veraneaba con mi familia en Brasil. En 10 años recorrí el país de sur a norte: Camboriú, Florianópolis, Guaruja y cualquier otro lugar donde mi papa pudiera tomarse una cerveza fría y olvidar ese jefe garca que lo explotaba todo el año. Era pendejo y cuando llegaba a un hotel lo primero que hacía era salir a buscar a “la pandilla del verano”, esos otros pibes de mi edad que serían mis amigos por quince días. Y no se cómo funciona ahora, pero para mi la mejor manera de conocer gente siempre fue hablando de música o fútbol. Pero en estos hoteles también veranean familias brasileras con

padres que escapan de otros jefes explotadores e hijos que usan remeras del Flamengo o Gremio. Ellos también hablan de música y fútbol, pero cuando hablan de fútbol es para enrostrarte sus copas mundiales. En el verano de 1994, en el Praiamar Hotel de Camboriu, yo ganaba uno a cero con la Copa América del Coco, pero unos meses después Bebeto y Romario, en la voz de estos niños brasileros, me dieron vuelta el partido. Es difícil ser chico y que te festejen esa alegría brasileña. Lloré. Lloré en castellano y en portuñol.

Cuando volví a Buenos Aires, la tradición familiar siempre fue comer un asado en lo del abuelo Oscar para que, garotos por medio, viéramos como el rollo de 24 se puso generoso y nos regalo dos fotos más. El abuelo me pregunto si había hecho amigos y yo, entre lágrimas, le cuestioné por qué sólo teníamos dos mundiales. Oscar me contó una novela fascinante, llena de héroes y villanos. Me habló de Menotti, que para un pibe de mi edad con poco fútbol no era alguien importante. Me habló de Bilardo. No el que yo conocía que dirigía el Sevilla, el Bilardo

técnico de Estudiantes. Y obviamente me habló de Maradona. Cuando llegó el próximo verano yo tenia 10 maneras distintas de explicarle a estos pibes porque Diego en el ‘86 era mas grande que cualquier mundial de estos brazucas. Pero, claro, por esas cosas de la vida, ese verano no tuvo ni un brasilero. Pero sí encontré un argentino con remera del Rojo y le conté todo lo que me había dicho el abuelo por si el día de mañana se enfrentaba con un Joao o un Robertinho. Esa historia me acompaña hasta hoy en día, 30 años después de aquella conquista. Una historia que no viví pero que siento propia.

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IRAK 1 - BELGICA 2 FALOPAPAS de Argentina 50


JUAN IGNACIO PROVÉNDOLA, PERIODISTA

Hace 30 años que Argentina ganó el mundial de México. Hace 30 años que Argentina no gana un mundial. ¿Por qué? En la noche previa al debut ante Corea del Sur, varios se escaparon a un restaurant de un argentino y comieron hamburguesas a escondidas. Los jugadores confesaron el desliz con el resultado consumado y entonces Bilardo ordenó repetir el ritual en cada víspera de partido: todos a comer al local “Mi viejo” (aunque nada de pollo, considerado de mal augirio). Aquella fue la primera de una larga lista de cábalas que acompañó a Argentina en México

86 hasta la mismísima final, ocasión en la que, tal como había sucedido en los seis partidos previos, el micro que trasladaba al plantel atravesó el portón de acceso al estadio al ritmo de la canción “Gigante chiquito”, de Sergio Denis. Estaba prohibido armar las valijas antes de un partido. Además, todos debían respetar su ubicación en el micro y los policías motorizados de custodia eran siempre los mismos. Nery Pumpido atajó siempre con la misma ropa, Oscar Garré se colocaba un ramo de ruda en las medias y el Chino Tapia se afeitaba cada mañana de competencia. Mientras se colocaba

las vendas en el vestuario, el Tata Brown debía atender una llamada telefónica hecha solo para tal fin. Y el Gringo Giusti hacía algo que da ganas de revisarlo en YouTube: enterraba un caramelo en el punto central justo antes del pitazo inicial. “Hubo tantos ritos acumulados durante el Mundial que el último día ya era una cosa tremenda. Uno se daba un masaje, se sacaba la camisa, otro tiraba la toalla y un compañero la levantaba para guardarla…”, protesta más cerca en el tiempo Jorge Valdano, el único rosarino que pudo anotar en una Final del Mundo. ¿Qué tuvo más mérito? ¿La magia de Maradona o la fuerza

de las cábalas? Ambas cosas: el fútbol nunca es épico sin fe. Bien lo supo el plantel, que antes del Mundial hizo escala en Tilcara para aclimatarse a la altura mexicana y también para escapar de las críticas que brotaban desde la ciudad capital por la desalentadora preparación previa. Despreciados y recluidos, varios fueron a rezarle a la Virgen de Copacabana de Abra del Corral. Prometieron volver a agradecerle si salían campeones. Algo que ella espera desde la consagración en el estadio Azteca, última gran hazaña nuestro fútbol. 51


ALEMANIA 2 - ESCOCIA 1 EL WAIBE de Argentina 52


JUAN MANUEL STRASSBURGER, PERIODISTA

Para mí, México ‘86 es un bar oscuro de Guatemala lleno de ingleses lamentándose frente a esas dos maravillas del Diego que nos quedaron en loop para siempre. Yo tenía 8 años y estábamos ahí con mi viejo porque no daban el partido en el hotel (vivíamos en Honduras y habíamos ido a Guatemala de vacaciones) y esa taberna fue la única que encontramos para ver el partido. Hasta ese momento el fútbol me importaba, pero no tanto. Tiempo atrás había vivido en

Bogotá, Colombia, y los partidos que se armaban en los recreos no llamaban tanto la atención. En Honduras, ya más grande (hice de segundo a cuarto grado en ese país), fue diferente. Era el “argentino” que había salido “campeón mundial” y no me quedaba otra que demostrarlo. Con el tiempo crecemos y perdemos ese tipo de sensaciones. Pero viendo ahora a mi hijo de tres años festejar como loco cuando me gana en los penales (y anunciar feliz que salió campeón) vuelvo a tomar con-

ciencia de lo mucho que te puede animar y alegrar un título como ese cuando sos niño y vivís en otro país. Recuerdo cómo me felicitaron mis amigos apenas llegué y la confianza que depositaron en mí (y no tardó en hacerse realidad). El que mejor jugaba en el grado, un amigo llamado Carlos, se acercó y me dijo: “Ahora contigo no perdemos más”. Por eso, años después, a principios de los ‘90, cuando un día me levanté y escuché a Magdalena

en la radio quejarse de la gente que tenía ídolos y “cómo uno podía idolatrar a alguien, cualquiera sea esa persona” (aunque era obvio que se refería a Maradona), recuerdo que pensé: “Lo que pasa, Magdalena, es que vos no eras chica en el ‘86 y no te hicieron campeón mundial. Sino tal vez no dirías eso”. Y ahora todavía pienso eso: que Maradona y los demás hicieron campeones a toda una generación Y que eso es una marca de infancia que no se borra así nomás.

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DINAMARCA 6 - URUGUAY 1 PUERTO DIBUJOS de Argentina 54


JULIÁN DESBATS, CANTANTE DE LOS RUSOS HIJOS DE PUTA

Yo quería un He-Man. No una pelota. Corría el año 1993 y tenía 9 años. Mi viejo eligió regalarme una pelota. Recuerdo mi berrinche y mis pataleos en el suelo. Mi viejo me dijo que dejase de patalear por un muñeco, que era hora, tal vez, de encarar algún deporte. ¿Y qué mejor que empezar con el fútbol y más teniendo a una cuadra de mi casa al club Central Buenos Aires? Entonces me agarró, me sentó frente a la tele, preparó la videocassetera y me puso dos VHS: uno eran de los mejores goles del Diego y el otro era Héroes, un documental europeo que

relataba la epopeya maradoniana en 1986. Empezó a correr la cinta y no podía ni siquiera parpadear ante los despliegues del Pelusa. Terminó la cinta y empecé a patear y patear la pelota en el fondo del patio de mi casa. Quería ya mismo ser el sucesor de Maradona. La imaginación vuela, todo lo puede. Y bueno, así arrancó mi romance ad eternum con el fútbol y con nuestra querida Selección. Porque soy hincha de River pero me chupa un huevo lo que haga. Pero de la Selección te veo hasta un amistoso contra Deportivo Riestra. Y ¿cuántas veces habré visto

todo lo relacionado a México ‘86? Sin ir más lejos, hace poco miré dos veces el documental “La historia detrás de la copa”, donde se desempolvan todos los tesoros ocultos que hicieron grande a esa inolvidable Selección, vapuleada previamente por un montón de panqueques que mataban al genial Bilardo y le decían “gordito” al Diego. Qué Mundial. Nuestro único Mundial. Porque el del 1978 fue un tremendo bolazo. También quisiera venir un poco más al presente y reflexionar acerca de cómo, una y otra vez, la historia se repite. Resulta que ahora “Messi

es un pecho frío”, según dicen los panqueques. Qué falta de respeto, qué poca capacidad de disfrute. El ojete que tenemos que ganamos el mundial en 1986 y en 1987 ya nacía el sucesor del Diego. Mi deseo es que el domingo 26 de junio corte esos 23 años de sequía de títulos con la selección mayor . Saldré salir a festejar por partida doble: por nuestro equipo y por tener el placer de poder contemplar el atragante de festejos de todos esos panqueques, que aún siguen hasta hoy, criticando a nuestro equipo nacional. Como en el ’86, ¿no?

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HUNGRÍA 0 - FRANCIA 3 IVANA BOULLON de Argentina 56


LAURI FERNÁNDEZ, ILUSTRADORA

Luchi hizo una pirueta hermosa. Impecable. De artista. Desapercibida en el fragor de ese 31 de mayo. A toda velocidad, encaró a la abuela Rosa que venía munida de una fuente de pollo. La esquivó por el costado, sin inmutarse ante los gritos de la sexagenaria ni bajar el ritmo para tomar impulso ante un obstáculo mayor, conocido como tío Poroto. En el sillón, frente al nuevo tele Noblex a color, vermouth en una mano, salamín en la otra, el tío analizaba la apertura, desde el indio volador hasta los chiflidos de medio estadio azteca para el presi-

dente mexicano. Pataleando en el aire, Luchi superó al tío-valla quien, inmóvil desde su espacio privilegiado, le gritó: “¡Te vas a perder la apertura del mundial, chambón!”. Desde los patios del barrio, el parloteo de los vecinos y el perfume asado alcanzaba las veredas. Ya en la plaza, Luchi vio que Matías lo esperaba. Envueltos en un silencio cómplice, los dos se sonrieron. Hacía semanas que Matías, por accidente, había encontrado el tesoro en lo de los primos grandes.

Pero no fue gil, no se lo llevó como arrebatado. Como todo gran descubrimiento, necesitaba contárselo a alguien y quién mejor que su gran compañero de la primaria. Lo único que importaba era hacerse de ese botín fantástico mientras los primos estaban bien distraídos. Era la fecha justa para entrar sin vigilancia por el fondo del chalet, para que no se avivaran los vecinos. Como ladrones, sí, pero para darle un poco de justicia al mundo. Porque cualquiera sabía quiénes lo necesitaban más: el derecho a las Playboys, era de ellos.

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URSS 2 - CANADÁ 0 ALEN BRUNO de Argentina 58


LAUTARO ANDROSZCZUK, PERIODISTA

Podría ser uno más de los que insultan al almanaque o al destino que me hizo nacer post México ‘86, pero no. Prefiero ser agradecido de ser del mismo país que tuvo un mundial perfecto. Fueron de punto y volvieron con la copa. Fueron con un diez y se vinieron con un Dios. Podría extenderme en el maravilloso partido ante Inglaterra. Mezclar política y fútbol, hablar de los mágicos goles de Diego y más, pero no. Me voy una llave más adelante, a las semifinales ante Bélgica. El mejor jugador de todos los tiempos volvió a marcar por duplicado y Argentina

avanzaba sin problemas al ansiado partido definitorio. Un puñado de minutos antes del final, Ricardo Bochini se disponía a entrar a lo que sería su único mundial. Tal vez por los nervios o por el griterío de la gente nunca escuchó el “Pase maestro, lo estábamos esperando”, que le propinó Maradona, quien lo idolatra desde chico. Entonces, ¿cómo podría enojarme con el tiempo? Si ni Dios logró modificarlo para jugar más minutos al lado de su héroe.En el fútbol hay cientos de experiencias intransferibles, es imposible explicarle a alguien ajeno, la felicidad

de un gol, la tristeza de una derrota, pero vaya uno a saber por qué hay sentimientos que se heredan. Será que ese amor que generaron Maradona y Bochini fue tan grande que rompieron esa barrera. El fútbol tocó el cielo en ese mágico mundial y un poco también en esa porción de minutos en la que jugaron juntos. No, no lo pude ver en vivo, pero elijo ser agradecido, con Maradona, con Bochini y con el fútbol. Para creer hay que ver, pero para querer no me hace falta. 59


COREA DEL SUR 2 - ITALIA 3 SIMONE ANGELINI de Italia 60


LEANDRO DE MARTINELLI, PERIODISTA Y ESCRITOR

Fue el año en que las calles se llenaron de gente porque un pescador de Villa Fiorito sacó del río un surubí de 65 kilos en el mundial de pesca. Le llevó días. La pesca mantuvo en vilo y vigilia a un país entero; hablamos de 30 millones de personas que, abrazadas a una caña de pescar o una colección de boyas y anzuelos, cantaron y lloraron y se abrazaron con su amigos y hermanos cada vez que Pedro Armando Fontana, “el mejor pescador del mundo”, le presentaba batalla al surubí, le soltaba la línea, lo malgastaba, y de

pronto, de un tirón, le hacía sacar la cabeza del agua. La pesca en mi tierra es cosa seria. “Vamos a matar a tus hermanos / clavándoles en el culo una caña Shimano”, cantamos abrazados cuando el gordo Fontana besó al surubí de 46 kilos y lo alzó sobre su cabeza para que todo el mundo viera que Argentina es potencia, y que Fontana es Dios. Es también un deporte de claroscuros. De vez en cuando un pescador profesional saca una trucha arcoíris, un espectador festeja efusivamente, y alguien le clava un puñal en la pan-

za. Sonará ridículo, pero algunas pasiones también son eso. Conozco a un sujeto que no entiende nada de pesca, no le interesa. Entonces mira perplejo el revuelo histórico alrededor de una caña y un anzuelo, las muertes, las caravanas de amor, y se burla porque hay un país entero que sostiene que un gordo pendenciero es Dios porque hace treinta años sacó un surubí de 46 kilos. No conecta con la alegría de su pueblo. Pobre de él. 61


ARGENTINA 2 - BULGARIA 0 CAPITÁN MANU de Argentina 62


LOLA SASTURAIN, PERIODISTA

En el Mundial ‘86 yo tenia 4 años. Nací pocos meses después de la fallida final del ‘90, y si bien siento esa bendición cósmica de haber nacido en ese año cada cuatro, no haber visto nunca a Argentina campeón es algo que me importa tal vez más de lo que debería. El triunfalismo y la épica ganadora de la selección Argentina todavía laten como eco de ese mundial. Y la argentinidad en sí, guste o no, tiene mucho que ver con este sentimiento futbolero. Con esa matriz, con esa nostalgia de lo no vivido, me enfrento a cada mundial como si fuera una cuestión de vida o

muerte, desde aquel amargo 2002 que es el primero del que tengo real consciencia. ¿Por qué? Porque ya hay un precedente. Mis hermanos, mis viejos, sus amigos, todos lo vieron y aún lo buscan. Y yo lo busco desesperadamente, porque la gloria en el sentido más abstracto de ser campeón es de las pocas cosas en las que todos estamos de acuerdo, en la que nos dejamos simplemente llevar por el éxtasis sin preguntarnos ni por un segundo si realmente tiene sentido, si importa o qué hay detrás. Pocas cosas hoy en día tienen ese poder de recordarnos que la felicidad, que siempre es algo profundo,

no tiene por qué ser racional. Lo más parecido que acaricié fue la semifinal contra Holanda. Hace no mucho, con unos amigos, volvimos a ver esa definición por penales y se escaparon un par de lágrimas. Así que no me puedo imaginar lo que es ver al Diego haciendo el gol a los ingleses, con el relato de Víctor Hugo y a pocos años de Malvinas… entra en orden de lo mitológico. ¿Que no es relevante? ¿Que es el opio de los pueblos? No puede importar menos. Es cosa seria si después de tantos años todavía es fuente de felicidad, aún para los que no lo vivimos.

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PARAGUAY 2 - BELGICA 2 FEDE CALANDRIA de Argentina 64


LUCIANO ALONSO, ESCRITOR

En 1985, se reinstala la democracia cuando Alfonsín (surgido del mismo magma de la UCR) era elegido como presidente de los argentinos, luego de sucesivos gobiernos de facto. A 24 años de la guerra fría, EE.UU. negocia con URSS el desarme nuclear. Mi papá era herrero, mi mamá, ama de casa. Mi hermano tenía 5 años. Nací yo. En 1986, Argentina ganó la Copa Mundial de Fútbol, tras vencer a Alemania, 3 a 2. Desde luego, no me acuerdo nada del año 1986. Lo supe luego. Por aquel entonces, vivíamos en el barrio obrero, Valentín Alsina, en el conurbano bonaerense.

Barrio pobre pero honrado (mayormente honrado, al menos). Era ley: peronismo y fútbol. Casi no había otra cosa. Algunos borrachos en la esquina. Aunque, más que nada, el paisaje se completaba con los partidos en el descampado Campomar, una fábrica abandonada que todavía permanece abandonada. Mis recuerdos de aquellos años son confusos. Aunque puedo dar fe que a mí me interesaba más el desarme nuclear que el fútbol. Siempre lo sentí como un defecto. Los vecinos del barrio no sabían muy bien qué hacer conmigo. Nunca me sentí discriminado. Todos éramos ami-

gos, buenos vecinos, buena gente. Pero, en la cancha yo no servía para nada y eso representaba un problema. Nunca supe patear una pelota, nunca sentí la emoción del fútbol. Ni de los partidos que jugábamos en el descampado, ni de los partidos que pasaban por la tele. Aparentemente, vine fallado de fábrica. Tal vez fue culpa de mi viejo, que nunca demostró interés. Sin embargo, a mi hermano lo bautizaron Diego, en honor a Diego Maradona. En la escuela, más de diez compañeros suyos se llamaban Diego. Posiblemente, un enorme porcentaje de chicos que nacieron en los ‘80 se llamen así. Por lo menos

mi hermano jugaba a la pelota. Una vez le rompieron un diente de un pelotazo. Pasó toda su primera juventud marcado por esa ventana en su sonrisa. Crecí con la emoción revisitada continuamente del Mundial ‘86 y el gol de Maradona a los ingleses. A medida que fue pasando el tiempo, yo pensaba que esa emoción, que todo ese fervor, se repetiría con cada mundial. Yo pensaba que habría un Diego Maradona siempre. Me costó entender que no era así, que cada momento es único y que la literatura sobre fútbol no existe. Por eso escribí este texto.

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IRAK 0 - MEXICO 1 DIEGO YAMASATO de Argentina 66


JAVIER HILDEBRANT, GUIONISTA

Empezamos mal: el primer mundial del que tengo memoria es el de 1990. Noches mágicas, el bidón de Branco, Goyco y los penales, el Diego puteando a los italianos, Codesal pelado botón. Italia ’90 es la secuela directo a video, la segunda parte que quiere emular a la primera con menos presupuesto, copiando lo que salió bien en la anterior. Craso error. Si hay una cosa en el mundo que no puede repetirse es la magia. Son fuerzas que se alinean en las sombras, que nada tienen que ver con la técnica, el trabajo, el esfuerzo. La magia no tiene fórmula ni explicación: sucede y punto, no

hay segunda vez. Y eso fue lo que pasó en el ’86. Porque, si te ponés a pensar, no había manera de que Argentina no ganara ese Mundial. De todas las imágenes que construyen el mito, la que se me viene a la cabeza es la del Diego festejando en el balcón de la Casa Rosada con la copa en la mano. Esa foto solo podía ser posible en ese Mundial, con ese Maradona, en esa Argentina, con ese pueblo ansioso de alegría y liberación después de tanta tiniebla. ¿Alguien se imagina a otro que no sea el Diego en ese lugar, cantando con la gente? ¿Se puede empardar la potencia, la soberbia

impúdica de esa foto con otros jugadores, por más buenos que sean? Creo, sinceramente, que si Argentina no ganaba la copa, alguna descompensación a nivel cósmico se hubiera producido. Una ruptura espacio-temporal, un error en la Matrix. Pero el universo, ya sabemos, tiende al equilibrio. Las cosas son como deben ser. Por eso es hora de que corrijamos ese error en los registros. Que se haya disputado en México es apenas una circunstancia, un capricho del azar: el Mundial ’86 se jugó en Argentina. Los demás países –como los ingleses en aquel gol- sólo lo vieron pasar.

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INGLATERRA 3 - POLONIA 0 MACARENA EIRAS de Argentina 68


LUIS PAZ, PERIODISTA

Nací como cinco meses antes de México ‘86 y casi un año antes de que River ganara la Intercontinental, pero no fui campeón del mundo de selecciones ni de clubes. No me sabía limpiar el culo, ¿cómo podría ser campeón del mundo? La canción de Italia ‘90 no me gusta pero por snobismo seguramente algunas veces la vindiqué. Mi primer recuerdo de un mundial es ajeno por todos lados. USA ‘94, penales entre Italia y Brasil, viviendo en Chile por el laburo de mi viejo, que falleció hace más de cuatro mundiales. Como emergente del magma joven, ese

equipo –que podía armar una barrera sub 24 con Islas, Clausen, Ruggieri, Batista, Borghi, Burruchaga, Enrique y Tapia– no me parece más importante que el grupo que puso su integridad en Malvinas o las bandas del primer rock argentino. Los tres casos me son distantes, aunque el de la selección fue en todo caso menos trascendido como tal: nadie habla de ellos como de un grupo de pendejos con un logro paradigmático, ejemplificante. No son pibes de la guerra ni pibes chorros. Y aún así son admirables. Pero no como jóvenes, ya no es tiempo. Habitan

la misma lontananza que Puskás, Best o Pedernera. Pero que me sea un dolor de pelotas que Argentina haya ganado México ‘86 no es por el hecho histórico ni la juvenilia perdida sino por una incomodidad de acá y ahora. Déjenme ver a mi generación en paz, porque en Funes Mori, Rojo, Mercado, Di María y Lavezzi pispeo mi barrio y oteo mi era, y en Messi veo el fútbol. Quien tuvo al dos en uno Diego Maradona, popular y marciano, que lo siga chupando. Yo acá Play, faso y banca a los de hoy. 69


PORTUGAL 1 - MARRUECOS 3 KOKIN KOKAMBAR de Argentina 70


MALÉN DENIS, ESCRITORA Y POETA En el mundial ‘86 yo tenía menos 3 años. Hubo un baby boom de Diegos ese año, yo conozco al menos 10, ¿vos? Hay algo que me hace pensar que eso era fútbol, que eso era EL fútbol; quizás por la imagen cristalizada del Diego besando la copa, la copa gigante, lírica, la medalla, la “C” de capitán. Veo todo en la calidad de las fotos analógicas y ese otro celeste y blanco, que es EL celeste y blanco por excelencia. Un aluvión visual como diapositivas, como recuerdos vividos: los cortes de pelos y el corto de los shorts, el diseño de las figuritas, el escudo de la AFA en el traje de Bilardo y las camisetas Le Coq. Un algo, ¿o un todo? que se hizo emblema y el tono de Víctor Hugo como un eco en la mente, eso que pasaba antes de Internet que las cosas se volvían a contar una y otra vez; y mi papá

en un asado actuando el relato del gol a los ingleses y todos volviéndolo a vivir, volviéndolo a ver: la situación una que sepamos todos, pero del fútbol. Lo que queda en la cabeza como parte de la identidad, como cuando a Diego le cortaron las piernas, aunque eso haya venido después. Sigo: el “México 86” en verde en la retina cerebral, los sombreros, la mascota, la victoria contra Alemania y las herencias, la angustia de no haberlo podido repetir. Para mí Argentina son un montón de televisores con el pasto verde en cafés, para mí Argentina es gente asomada para pescar una jugada desde la calle, las banderas en los balcones, los gritos y los bocinazos. Porque Argentina también -o antes- es genio, genio, tatatatatá, en el Estadio Azteca. 71


IRLANDA DEL NORTE 0 - BRASIL 3 ZIM HERNANDEZ de Colombia 72

BRASIL (3) V.S. IRLANDA DEL NORTE (0) COPA MUNDIAL DE FÚTBOL DE 1986


MARCELO ACEVEDO, PERIODISTA

La primera vez que vi un partido de la selección argentina del Mundial ‘86 fue un fin de semana de principios de los ‘90 cuando pasaron Héroes en algún canal de aire. Ciertos fragmentos de esa película se clavaron en mi memoria como esquirlas de una explosión emotiva. En aquella época no existía la televisión por cable, ni los DVD’s pirata, mucho menos You Tube. Todo lo que teníamos los niños de clase media sin videocasetera eran los canales de aire y nuestros recuerdos para atesorar aquello que nos había impactado. Con tal solo 8 años, el futbol no tenía un papel relevante en mi vida, pero de alguna manera lo narrado en ese documental a través de

imágenes de archivo guiadas por un relato frío y mecánico, la banda sonora compuesta por el tecladista de Yes, Rick Wakeman, y las escenas en cámara lenta, me dejaron fascinado. Fue también a mis 8 años cuando descubrí El Eternauta, la obra maestra de Oesterheld y Solano López. El mismo fin de semana en que pasaron Héroes yo me encontraba abstraído en la lectura de la historieta y, como de futbol mucho no entendía, comencé a divagar comparando a los protagonistas del mundial con los personajes de El Eternauta. Así Maradona se convirtió en Juan Salvo, Burruchaga fue un émulo de Favalli, los técnicos de las selecciones rivales representaban a

los Ellos y, por lógica, sus jugadores eran los Manos, mientras en la hinchada que los alentaba veía a los Hombres-Robot. Gracias a mi instinto lúdico –y a pesar de que la película es un culto al héroe solitario- nunca viví ese mundial como el campeonato de un solo hombre, y con el paso del tiempo entendí que la copa la ganó un equipo, elevado a un nivel extraordinario gracias al mejor jugador de la historia, es cierto, pero un equipo al fin. La teoría del héroe colectivo aplicaba perfectamente a ese grupo de guerreros albicelestes que, liderados por un ser eterno, se volvieron inmortales para todo el pueblo argentino. 73


ESPAÑA 3 - ARGELIA 0 AMADEO GONZALES de Peru 74


MARÍA FLORENCIA ALCARÁZ, PERIODISTA

Cuando hay partidos internacionales en el Estadio Azteca, a los periodistas argentinos los reconocen con facilidad: son los que están arrodillados manoteando un pedazo de pasto. Para cualquier argentino, el significado de México ‘86 se concentra en ese gesto de quién se agacha y, como si fuera una travesura inocente, se roba una pedacito del césped. Los hayamos vivido o no, los dos goles a los ingleses y la final son mucho más que vídeos que vimos mil veces. Crecimos con el relato de Víctor Hugo Morales como un narrador de una versión de Cuentos

Asombrosos nacional y popular. Y con Maradona como protagonista de esa historia parada en el camino donde se bifurcan la ficción y la realidad. Por eso nos sentimos con derecho sobre el pasto del Azteca. Forma parte de esa trama en la que alcanzamos una especie justicia poética. Durante los nueve meses que estuve en la panza de mi vieja fui Diego, Dieguito. Recién en el momento del parto, un año antes del Mundial, mis viejos supieron que no iba a llevar el nombre del Diez y que iba a entrar el suplente femenino. En algún momento pensé en

tatuarme el nombre que fue un poco mío. No lo hice, la marca está. Me crié en un ambiente futbolero y fierrero. Los domingos en casa eran de carrera-asado-partido-mates. Lo que vino después del Mundial ‘86 sintetiza los recuerdos felices de aquella infancia de los ‘90 donde todo era goles. Hoy nos parece lejana. Aunque tenemos -y los más pibitos también- a Messi y sus goles imposibles para proyectar más capítulos del Cuentos Asombrosos argento. La anécdota familiar cuenta que la mano de Dios la vimos en

un parador al costado de la ruta en Dolores. Volvíamos de Mar del Plata en un Dodge 1500 color blanco después de pasar un fin de semana en La Feliz. La estampa conurbana y peronista se completa con una nena -yo- arriba de una mesa agitando: cachetes pintados celestes y blancos, pelo revuelto, remera de Argentina talle XL. Esa foto es mi pedacito de pasto. El que muchos y muchas argentinos llevamos como recuerdo apretado en la mano con una mueca de picardía en la cara. Aún aquellos que no visitaron en su vida el Azteca.

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DINAMARCA 2 - ALEMANIA 0 ANDRÉS ALVEZ de Uruguay 76


MARIANO ABRACH, PERIODISTA

Los que nacimos después de 1986 no solo penamos por no haber disfrutado un título mundial y por las sucesivas frustraciones con nuestra Selección Argentina. También (y tal vez mucho más) nos duele no haber podido vivir, sufrir y disfrutar en vivo de aquella épica aventura sobre tierras mexicanas. Pero las proezas de los héroes trascienden su aquí y su ahora, no necesitan ser presenciadas de primera mano para poder emocionarse con ellas. Como los poemas

homéricos, como los relatos de los bardos, como los cantares de gesta, a través del testimonio de quienes sí lo atestiguaron nos trasladamos mágicamente a aquellos meses de 1986. Entonces podemos sentir que también fuimos testigos de aquellos muchachos que partieron desde Argentina hacia México sin que pocos más que ellos mismos creyeran en ellos, y se juraron consagrarse como los mejores del mundo cuando finalizara junio. De cómo vivieron su

propio camino del héroe, retrayéndose dos meses del mundo exterior, superando adversidades externas e internas, enfrentando las más difíciles pruebas ante los más duros enemigos, para al fin alcanzar la máxima recompensa. Y así, derrotando a las trampas del espacio-tiempo, las generaciones posteriores a aquel histórico 1986 también, emocionados hasta las lágrimas como si hubiéramos estado ahí, festejamos la épica de nuestros héroes campeones.

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URUGUAY 1 - ALEMANIA 1 ISMAEL CHERRO de Argentina 78


MARIANO VERRINA, PERIODISTA DEPORTIVO

Es Valeria Lynch con los rulos enormes arrancando la canción. Y es el Diego bajando los brazos hacia el suelo, elogando, flotando. En las buenas y en las malas, a mi lado siempre tú… Sí, Valeria, claro que sí. Es la piel que se estruja al compás de los rulos, pero ahora son los morochos del muchacho que lleva la camiseta número 10 de la Selección. De nuestra Selección. Porque dirán que es incomprobable, pero es muy factible que si el Diego hubiera jugado con otra camiseta el campeón habría sido otro. Y el ‘86 es el Diego porque el ‘86 es un partido. Y el Diego es tan groso porque la mejor página del cuento no la puso al final. Como las películas con su clímax. Vos te quedás recordando esa escena per-

fecta que pasó ahí, por el medio. Y el Diego, para agigantar el mito, encima lo hizo a su manera. Les mostró a los ingleses sus dos caras. Las dos caras de esta extraña argentinidad que hace que algunos giles critiquen a Messi con una infelicidad estúpida aunque en el fondo se mueran de ganas de darle un abrazo. Pero volvamos al Diego. El Diego les hizo un gol con la mano y al toque lo compensó con la mejor obra de toda la puta historia. Esto es lo que soy. Esto es lo que sé hacer. Ni una cosa ni la otra. Las dos. Las dos juntas y separadas por apenas un puñado de minutos. Ahí está el ‘86. Ahí encuentro su magia. Ahí está el clímax. No son siete partidos. Ni una Copa. Ni 30 años. Son dos jugadas.

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ESCOCIA 0 - URUGUAY 0 LAURI FERNANDEZ de Argentina 80


MATÍAS FREY, ESCRITOR

¿Qué haces en dos minutos? ¿Fumar un pucho? ¿Hacer un llamado? Yo salí campeón del mundo. Hice cosas mal. Irme de pibe a España y perderme el Mundial ‘78. Ojo que no siempre es culpa de uno. El del ‘82 pensé que lo jugaba. Había llegado al Pincha del Narigón para ser campeón. Pero el técnico era el Flaco y sabía que no me iba a llamar. Tenía 27 años, la edad justa, pero no quedé. Menos mal. En el ‘86 estaba bien, en un equipo malo. Ahora el técnico era el Narigón y me conocía. Tenía 31

años y México era mi última oportunidad. Arrancamos bien. Con Diego, El Cabezón, El Poeta, el Negro. Y sin mí, por supuesto. No hacía falta en ese equipo. Todavía no. En octavos tocó Uruguay. Ganamos bien. Justo. Faltando 3 minutos salió el Burru. Pensé que entraba, pero no. Lo de Inglaterra fue una locura, que viví desde afuera. El gol de Diego con la mano no lo vi. Igual que el árbitro. En el otro fui un hincha más. Me olvidé de mis ganas de entrar. De la semifinal con Bélgica no se acuerda casi nadie. Lo único

que sé, es que no la jugué. Y la final con Alemania. Brava. En serio. El 3 a 2 lo hizo Burru a los ‘83. El Narigón me llamó a mí cuando faltaban 2. A los ‘90 entré. “Aguantá la pelota”, me dijo. Al minuto lo atendieron mal a Diego. Se levantó y me dio un pase como él sabe. La paré de pecho, y de taco lo dejé sólo al Negro. No fue gol de milagro. 100% de efectividad en los pases. Anoten, genios de la estadística. Y no hubo tiempo para nada más. ¿Qué haces en dos minutos? Yo salí campeón del mundo.

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OCTAVOS DE FINAL

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MATÍAS ORTA, CRÍTICO DE CINE

Yo tenía 5 años durante México ‘86. Me acuerdo de los gritos de gol, de las lluvias de papelitos celeste y blanco. Me acuerdo de los festejos en las calles, de la alegría sin fin. Ya de adulto, fui tomando la verdadera dimensión de lo que significó aquel Mundial. No sólo se festejó un nuevo campeonato: fue un desahogo para los argentinos. ¿Cómo no canalizar tantos sentimientos cuando se venía de una dictadura y de una guerra?

Y además, un certamen deportivo que se ganó sin sospechas ni leyendas oscuras. Ahora lo teníamos a él, al Diego, en su versión definitiva. Él y su zurda lideraron al equipo hacia la victoria, con autoridad, sin discusión, regando las canchas de magia y de momentos únicos. Diego Armando Maradona se consagró como uno de los mejores futbolistas de la historia y, sobre todo, como ícono de la cultura popular, como el abanderado de un

país que volvía a creer y a crecer. Si bien ya estábamos en democracia, ese equipo simbolizó la verdadera levantada de una nación. Aún hoy, 30 años después, hasta para quienes no tenemos un recuerdo fresco (y me atrevería incluir a quienes aún no habían nacido), sigue y seguirá siendo motivo de emoción, de inspiración, de alegría, de orgullo. Gracias, muchachos, por demostrar que siempre se puede. 83


MEXICO 2 - BULGARIA 0 JUANMA LAVOLPE de Argentina 84


MAXI PAPA MAIDANA, PERIODISTA

Cuatro años antes de que nos limaran el cerebro con la mejor canción de todos los mundiales de futbol “Estate Italiana”, de Edoardo Bennato y Gianna Nannini, había existido otro himno, que si bien no estaba a la altura de la tana, es más bien recordada por lo que significó ese mundial. El estribillo decía: “México 86, México 86 donde se vive la emoción, México 86, México 86, el mundo unido por un balón”. Recuerdo que la primera vez que la escuché fue en un capítulo de “Chespirito”, el programa del gran Roberto Gómez Bolaños y su troupe. En aquel entonces, quien escribe, tenía 6 años y era fanático

del Chavo del 8, como todo niño de aquella época. En ese capítulo, Doña Florinda “ladraba” la prosa del himno mundialista mexicano, acompañada por el profesor Jirafales y Jaimito, el cartero. Como era de esperarse, la canción se convirtió en el hit que todos los pibitos cantábamos en el colegio. A medida que nuestra selección ganaba partidos y pasaba, endiosábamos día a día al más grande de todos: queríamos tener el 10 en la espalda, sus rulos en la cabeza, gambetearnos 28 personas hasta en la calle, pero en mi caso, de la mano de mi mamá. Viendo el incipiente fanatismo futbolero que nacía en mi persona, mi

vieja se convirtió en la culpable de alimentar esa pasión comprándome la remerita de D10s con el logo del gallito de “Le Coq Sportif”, su peluca negra (mi vieja adelantaba el futuro porque actualmente soy pelado), una réplica de la copa de plástico que se vendía en los kioscos rellena de pastillitas “la yapa”, la mascota del mundial (un muñeco verde bigotudo llamado Pique que nunca supe si era un extraterrestre o un viejo verde mexicano) y el infaltable álbum de figuritas del mundial hecho, como siempre, por Panini. El ultimo recuerdo que tengo sobre ese mundial, data del 29 de junio, luego de que Argentina le ganara a

Alemania la final por 3 a 2, es de estar sobre los hombros de mi vieja festejando el título ganado por la selección en el Obelisco, mirando una pantalla gigante monocromática de color verde que había sobre la avenida 9 de julio. La gente, totalmente sacada, cantaba: “El que no salta es un inglés”, mezclando Malvinas con el partido de cuartos de final, en el que Maradona había convertido esos dos tantos donde se recibía de “héroe”. Era todo tan confuso y hermoso a la vez, que de alguna manera, explica lo que somos en el fondo: un despelote fenomenal llamado Argentina. 85


BELGICA 4 - UNIÓN SOVIÉTICA 3 NAHUEL ROLLAN de Argentina 86


MICAELA ORTELLI, PERIODISTA

Durante el mundial ’86 cumplí un año en este mundo. Mi papá estaba en México con cuatro amigos y llamó a Chivilcoy para saludarme, pero yo todavía no sabía hablar. Mi hermana, un año y medio mayor, se encargó de la comunicación: “Volvé pronto, volvé pronto, papi volvé pronto”, decía, y yo, cuentan él y mi mamá, repetía al costado del tubo: “Pronto, pronto”. Mi gracia repitiendo “pronto, pronto” se volvió parte del anecdotario familiar, con lo cual me crié sabiendo que mi mamá resintió ese viaje. Y cada vez que en televisión se habló del mundial ’86 y mostraron el gol del siglo y todos los demás y apareció y desapareció Maradona, supe que mi mamá resintió ese viaje. Hace un rato la llamé buscando material para escribir este texto. No recuerda nada de los par-

tidos; recuerda la noche en que se cortó la luz mientras nos estaba bañando, que nos dejó en la bañera y fue a chequear el disyuntor y podría haberse electrocutado porque había un cortocircuito. Entonces, Carlos Argentino Ortelli, mi papá, vio el gol del siglo en vivo en un DF hostil con los varones de remera de Argentina. “Con las mujeres no”, dice. Pero volvió a Chivilcoy antes de la final porque se acercaba el día del niño y tenía que ocuparse de aprovisionar su juguetería. Había llevado dos mil dólares que no podía terminar de gastar y trajo de regalo ropa que nos quedó chica a las tres. El partido contra Alemania lo vieron en casa; mi papá dice que mi hermana y yo andábamos por ahí y mi mamá que estábamos con mi abuela.

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BRASIL 4 - POLONIA 0 MANUEL GOMEZ BURNS de Peru 88


MIGUEL MARTÍNEZ, ESCRITOR

El 1 de junio de 1986 Ricardo Sosa agarró la bicicleta y pedaleó unos tres pueblos hacia el sur. Llegó hasta lo de Manuel Hernández Guadalupe, único mexicano conocido en la región. Charlaron temas menores, hasta que Sosa soltó, haciéndose el distraído: − Vi que tienen un hombre-águila. − Sí, ‘manito -contestó Hernández Guadalupe con esa ronquera clásica de los suyos-. Es nuestro animal sagrado. Representa la fuerza y la

libertad. El poder de Dios, cabrón. Cuando su mujer ya lo creía desquiBajo la mirada del águila somos in- ciado, lo escuchó gritar: vencibles -dijo afilándose el bigote. − ¡Silvia! ¿Qué parezco? − Mirá vos, che. Yo me lo hacía un bicho afeminado -la porfía se le no- La mujer vio una enorme bola negra taba a una legua de distancia. desde la ventana de la cocina. Distinguió el perfil de Ricardo asoman“Ya van a ver estos”, se dijo enfure- do del caparazón gigante de barro. cido mientras regresaba. Él la miró con cara de contento, como gaucho con alpargata nueva, Los días siguientes se la pasó en el y le insistió: fondo del rancho, meta ir y venir del monte, trayendo cualquier cantidad − ¿Qué parezco? de ramas y carretillas de tierra.

“Un tarambana”, pensó Silvia, pero le contestó: − Yo qué sé, ¿un hornero? − ¡JA! -exclamó Ricardo con efusividad-. Ya van a ver esos aztecas, qué aguilucho ni ocho cuartos... ¡el hornero, señores, ave nacional! La mujer lo miró desencajada. - Hacéme el favor, Silvia -le dijo mientras cargaba la estructura en la estanciera-, prepará el mate, que hasta México tengo flor de tirón.

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ARGENTINA 1 - URUGUAY 0 ANGEL MOSQUITO de Argentina 90


LUCILA COMERON, ESCRITORA

Saudade. Sócrates, el hombre. Sócrates y el hombre. Lo último que vi fueron sus ojos de fuego; solos, negros, a mitad de un camino detenido por un círculo que adivina un más allá incierto. Sin distancia. Dicen que no tomó impulso y su pulso en mi cuerpo, transpira. Todavía me duele su pasión. La siento. Todo samba y sudor. Su humo en mi pecho y ese aliento lúpulo, a flor amarga, que comandaba su vida, pero no a sus pies; a esa figura oculta: el taconazo, que representaba la velocidad de sus ideales,

de sus pases picados y ese encanto para mirarme de espaldas. Bailábamos juntos. Con todas las partes de su cuerpo sobre el mío; con esa cadencia única de movimientos y amagues, que se alternaban de un modo armónico y revolucionario. Una vez en sus pies, abandonábamos la tierra mediante su pegada celestial. Levitábamos con su puño en alto y sus ideales envinchados. Entre amagues santos, me hacía única, la Azteca más deseada. Mi héroe romántico, que prefirió el silencio de su boca, inundada de actos, y me ofrendó a ese Che que escondía entre su barba negra: “Dejá

que tus ojos descansen en el conjunto del paisaje. Si pasa algo, los ojos perciben” . Miró. Sin distancia. Pateó. Me dejó en las manos de otro, un francés. Después, qué me importa del después de aquella mirada de dolor sin victoria, que huele a sangre de olvido seca. Aunque perder la victoria no era imprescindible para su fe, porque las cosas imprescindibles, su democracia, no se pierden. Ni mi fe, su fe: una fe que nunca falla porque Dios es brasileiro. Es su nombre, su hombre: Sócrates. 91


FRANCIA 2 - ITALIA 0 JUAN PEZ de Argentina 92


MÓNICA GILARDONI, ESCRITORA

Pedro Pablo Pasculli, con un gol sin estridencias había dejado a Uruguay fuera del campeonato. Después, el equipo de Argentina, con ninguna ficha puesta hasta ese momento, había empezado a brillar. A partir de ese despegue, los niños nacidos en la otra banda sintieron el alivio del compromiso secreto de lealtad, dedicando cada día a seguir atentos el fixture del campeonato. Era la primera vez que se involucraban en ese estado de pasión colectiva, donde el mundo de los

mayores giraba alrededor de cada encuentro; los programas infantiles quedaban supeditados a los horarios de los partidos. Hasta la rutina escolar se veía alterada si Argentina jugaba en horas de clase, con la decisión, largamente discutida, entre la “comunidad pedagógica” de autorizar a verlo, todos reunidos en el gimnasio. Para los niños y la niña, la voz inconfundible del relator servía de guía. Era el lazo que juntaba a los dos mundos. Ella había descubierto Cometa de la Farola; la can-

taba con cierta nostalgia. La letra la transportaba a esos escenarios tan cotidianos de barrios recorridos de la mano de los padres. Por esos misterios del alma, había decidido que el verso de dale más piola que llega hasta el sol, era el ave más piola que llega hasta el sol. Cuando el relator, en aquel grito sagrado, dejó estampado para siempre la imagen del barrilete cósmico, entendió que, al igual que el ave, la jugada había llegado al sol. 93


ALEMANIA 1 - MARRUECOS 0 SOLE OTERO de Argentina 94


NAZARENO BREGA, CRÍTICO DE CINE

Como crítico de cine futbolero, y no siempre en ese orden, es imposible no rendirme a los pies de la consagración en México. Todo estaba en función de la épica: el anfitrión que no fue (¿se imaginan qué hubiera pasado con ese mismo equipo campeón del mundo si Colombia no se hubiera bajado como sede del mundial?), el terremoto a meses del puntapié inicial, la desconfianza generalizada hacia ese equipo del barrilete cósmico más diez y las resonantes peleas internas entre jugadores y con el técnico. Encima el histórico gran capitán, única figura que buscaba repetir la hazaña, se quedó afuera el día del debut por

haberse intoxicado con el hielo del whisky (¡WTF!). Su lugar lo terminó ocupando un defensor con la rodilla maltrecha que por esos días ni siquiera tenía equipo. Y justo fue él quien, durante el último partido, el más importante, encontró la gloria en la (mala) salida de un centro con mucha rosca y, tras una nueva lesión, terminó jugando el resto de la final con el brazo colgando de un agujerito que le hizo a su camiseta. Héroes. Imposible no verlos así cuando la vida se medía en un único dígito. Crecimos treinta años y hoy tenemos la madurez necesaria para entender que todos ellos, menos aquel que hasta entonces ha-

bía sido señalado como el capitán equivocado y apareció en un nivel sublime durante todas las grandes crisis sufridas a lo largo de ese junio, eran tipos comunes enfrentados a una situación extraordinaria. La vida también nos enseñó, al igual que a un héroe cinematográfico durante el repaso de su larga carrera, que cuando la leyenda se convierte en realidad, se imprime la leyenda. Cualquier mitología es exagerada, pero la que creamos sobre estos hombres ordinarios se agiganta cada vez que los comparamos con el tamaño de los ídolos que construimos hoy día. 95


INGLATERRA 3 - PARAGUAY 0 BRIAN JANCHEZ de Argentina 96


NICOLÁS CARRIZO, PERIODISTA DEPORTIVO

El que es futbolero sabe que el fútbol no es sólo fútbol. La pasión que despierta este deporte, sobre todo en nuestro país, rodea de épica a los momentos legendarios. La carga emocional y mítica hace al Mundial ’86 un recuerdo imborrable más allá de la estadística, que indica que esa fue la última gran alegría argentina a nivel selecciones. Es que significó el nacimiento del mito. Por ese entonces, Diego Maradona era uno de los mejores del mundo. Ya había brillado en Argentinos Juniors y Boca, pero le faltaba ese salto mundial, que Barcelona le otorgó a medias. El fran-

cés Michel Platini y su Juventus se llevaban los flashes en la previa pero México marcó la época. Allí Diego sobresalió futbolísticamente y fue la figura para el resto del mundo. Y el héroe para Argentina. ¿Cómo explicar sólo futbolísticamente ese Mundial? Si ese genio llamado Carlos Bilardo trascendió al debate táctico para transformarse en un ícono, el pregonero de un estilo. No de ver el fútbol, sino de vivirlo. Bilardo y el sinfín de anécdotas y curiosidades que lo rodean son la segunda cara importante de México ’86. Para hacer historia hay que transpirar sangre.

El tercer factor clave es la gente. El legado popular. ¿Por qué, después de 30 años, seguimos recordando ese título? Porque ni Brasil 2014 hubiera superado aquella hazaña de los ’80. Se trata de eso que rodea al fútbol: la épica, los dos goles de Diego a Inglaterra, el relato de Víctor Hugo, el pase a Burruchaga para el 3-2 en la final, la visita previa a Tilcara, Bilardo en los festejos del vestuario pidiendo defender la corona cuatro años después. El recuerdo imborrable de los pibes de Malvinas. Porque sí, el que es futbolero sabe que no es sólo fútbol. 97


ESPAÑA 5 - DINAMARCA 1 EL WAIBE de Argentina

ESPAÑA 5 - DINAMARCA 1 JULIO MAS PARRA de España 98


NURIA RODRÍGUEZ CARTABIA, ESCRITORA Y ESTUDIANTE DE LETRAS

Durante mucho tiempo, cada vez que pensaba en el Mundial 86’ se me venía a la cabeza Maradona: Dios, gigante, único, el gran Diego Armando Maradona. En realidad, poco sabía de Maradona y de sus dos goles en la semi con Bélgica, de su asistencia impecable a Burruchaga en el minuto ochenta y tres de la final o del penal que le hizo el arquero Schumacher y que el referí no cobró. Por mucho tiempo, el Mundial del 86’ fue Maradona y la Mano de Dios, Maradona y el Gol del Siglo, Maradona y el relato en la voz profunda de Víctor Hugo,

barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste? El partido contra Inglaterra en los cuartos fue un momento de quiebre y se erigió como una leyenda única y perfecta que opacó todo lo demás. Con el tiempo, gracias a los últimos dos mundiales, a la última Copa América, a las discusiones sobre si Messi ésto o Messi lo otro, sobre el equipo, sobre los técnicos, que si jugamos bien pero pecheamos, que si sólo jugamos bien cuando jugamos con equipos malos, que sí, que no, me acerqué al épico Mundial del 86’ buscando algo,

una respuesta. No podía ser que ese Mundial, el último que ganamos, el último que nos dejó mirando a todos desde la cima, fuera nada más que un hombre, aunque ese hombre fuera el mejor del mundo. Entonces, descubrí que el Mundial del 86’ fue la genialidad de Maradona pero también el ida y vuelta de Burruchaga, la cabeza de Ruggeri, la seguridad de Pumpido, la potencia de Valdano. La campaña de Argentina en el ‘86 fue impecable: en cuartos le ganamos a una de las mejores selecciones, en semis pasamos tran-

quilos con un justo 2 a 0 habiendo ahogado a Bélgica durante los noventa minutos y en la final fuimos simplemente mejores que Alemania: un 3 a 2 indiscutible. Contra los alemanes, Maradona quiso hacer su gol, lo buscó hasta el último minuto y, aunque no pudo, no importó: tenía a Brown, a Valdano y a Burruchaga para meterla en el arco, para entonar el grito sagrado y decir que la Copa era nuestra. El mundial del ‘86 fue la genialidad de Maradona, sí, fue su doblete a los ingleses, sí, pero también fue un equipo, y qué equipo.

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CUARTOS DE FINAL

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PABLO DÍAZ MARENGHI, PERIODISTA Y DOCENTE

No descubro nada cuando digo que, al oir alguna referencia al Mundial ‘86 se me viene inevitablemente la figura de Diego Armando Maradona. Sus goles a los ingleses (la Mano de Dios, la corrida épica) y su estirpe de gigante deportivo que lo erigió como un ser mitológico con rasgos populares/plebeyos. Es el triunfo más conmovedor de la historia de la Selección Argentina de fútbol y, como amante de este deporte, no deja de conmoverme. También vale aclarar que no me tocó vivirlo en carne propia por una cuestión

generacional. Nací en 1991, al calor de la fiesta menemista para unos pocos y atravesé épocas de vacas flacas a nivel de éxitos deportivos (con la excepción hermosa y emocionante de Brasil 2014). Re pensar el ‘86 me produce diferentes sensaciones: pienso en los paradigmas futbolísticos que dirimieron al país. El “buen fútbol”contra el “fútbol aguerrido”, el Menottismo contra el Bilardismo. Luego el ethos de la heroicidad en el deporte. Después, su vinculación con la política (el contexto post Guerra

de Malvinas que, pienso, fue clave a la hora de resignificar la gesta). Por último, entender al ‘86 como el arquetipo del triunfo. En lo personal, el que más me conmueve. Hoy, 30 años después, los rivales perduran en todo ámbito de la vida. Vale la pena tomarse al ‘86 como un relato heroico que ayuda a recordar que no todo está perdido ante la adversidad. Me ayuda a creer que, aún en tiempos de crisis, puede sorprender, en cualquier momento, un barrilete cósmico. 101


FRANCIA 1 - BRASIL 1 DELADESO de Estados Unidos 102


PACO GISBERT, PERIODISTA ESPAÑOL

Aunque pueda parecer extraño, yo no iba por España en el Mundial 86 porque tuviera la nacionalidad españoles. Iba por dos razones muy absurdas. La primera es que ese grupo de jugadores, con Miguel Muñoz al frente, me había hecho vivir algunas de las tardes más gloriosas que recuerdo, dos años antes, cuando disputó la Eurocopa de Francia y vi casi todos los partidos de aquel torneo en la cama, follando con una novia fogosa e insaciable que tenía por aquel entonces, en una perfecta conjunción de las dos cosas que más me gustan en el mundo. La se-

gunda razón tenía que ver con la nostalgia. Yo fui por Argentina en los dos anteriores mundiales por culpa de Kempes. Porque yo vi jugar muchas más veces a Kempes que la mayoría de los argentinos y, con mis ojos de adolescente, El Matador era el mejor jugador del mundo y, además, jugaba en mi equipo. Pero Kempes ya no estaba para muchos trotes en el ‘86 y me hice de España, un equipo que me había dado muchas satisfacciones solo dos años antes. España, en aquellos años, era eliminada irremediablemente en

los cuartos de final de cualquier torneo importante, por lo que, cuando sucumbió en una agónica tanda de penaltis contra Bélgica, me pasé a apoyar a Argentina. Por una razón, porque, en su equipo, había un tipo que cada vez que recibía el balón transmitía la sensación de que iba a ocurrir algo grande. Le daba igual que enfrente tuviera un pelotón de coreanos dispuestos a practicar las artes marciales en vez de fútbol o un batallón de ingleses para hacer la guerra en el césped. Él podía con todos. Como había visto hacer a Kempes.

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ALEMANIA 0 - MEXICO 0 JUAN MARÍN ÁNGEL de Colombia 104


RAMÓN RAGGIO, ESCRITOR

− ¡El bebé, Graciela... Atajame al bebé!

papa. Con los partidos del primer grupo ya podía calcular probabilidades y resultados. La cosa iba − ¿Lo qué Jorge? ¿Lo qué? ¡No te para el lado del Prode. Agarré una escucho! hoja y le escribí a mi viejo lo que tenía que hacer. Intenté dársela en Así se gritaban mis viejos.Era la no- mano. che. Alegría. Bombos. Festejos. Yo − Pá pa-. Así le dije. tenía 3 años. Esperaba llegar alto en mi vida, pero no tanto.Mi viejo: El bestia en silencio, hipnotizado operario y enfermo del fútbol. Mi por la televisión. vieja: ama de casa. La ecuación, simple. − Pá Pa-, volví a decir, más fuerte. Antes de hablar aprendí qué eran los números y para qué ser- Y el bestia, nada. Era una máquina: vían. Eso fue hace mucho tiempo. abrir la cerveza con el encendedor Antes de LA noche. Ahora ya no im- y escarbar la bolsa de manices. porta. Los números, decía, eran una —¡PÁ PA!-, grité.

Desde la cocina mi vieja, escuchó: —¡JORGE! Te está hablando el nene.

tren. Era LA noche y mi viejo gritaba, más fuerte. − ¡El bébe, Graciela!, ¡Que me lo atajés te digo!

Entonces sí, sin mirar y con el verde iluminándole la cara, la respuesta: Esperaba llegar alto en mi vida, su mano, sucia y llena de sal, sobre pero no tanto. mi cabeza. El Obelisco. —Pá Pa. PRO DE. RI COS-, dije, y estiré la hoja dejándola en su rodi- Ahí, arriba, mi viejo y yo. Luces, lla. banderas, canciones. Abajo, mi vieja estirando los brazos, y la gente, —Sí, hijo, sí-, me respondió, sin sa- alentando. carme la mano. Y siguió: —El dibuEl Obelisco. Monumento a la burrajito... qué lindo. da. Y así, el muy bestia, dejó pasar el

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ARGENTINA 2 - INGLATERRA 1 DIEGO GRECO de Argentina 106


SANTIAGO SIRI, HACKTIVISTA

Soy del ’83 y más de una vez miré a mis viejos pensando: “¿Por qué no me tuvieron apenas algunos años antes?”. No tengo el privilegio de poder afirmar que “sí, yo también vi el milagro”. Pero al menos tenía el videoclub del barrio al que iba religiosamente todas las semanas y pedía siempre las mismas 2 películas: “Superman y Héroes, por favor”. Mi debilidad de pibe siempre fueron esos dos, pero la verdad es que al final uno era una historieta yanqui… y el otro era real, y era

nuestro. Cada tanto elijo volver a ver ese documental exquisito. Laudrup, Franescoli, Platini, Maradona… Me acuerdo que un día de 1990, me hermano me dijo: “¿Sabés que ahora se viene un mundial nuevo, no?”. El día que descubrí que mi fascinación por Diego no era única, cuando vi que toda mi patria enloquecía al punto de largar todo y tomar las calles por asalto gracias a la magia de un partido ganado en el último minuto, lo supe enseguida: soy argentino, carajo.

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BELGICA 1 - ESPAÑA 1 EL WAIBE de Argentina 108


TOMÁS RODRÍGUEZ ANSORENA, DIRECTOR DE PLAYBOY ARGENTINA

En abril, Alfonsín había anunciado su proyecto de mudar la capital a Viedma jugándose un pleno a su flamante plan “austral”: iba a hacer frío en los ’80, argentinos, ya lo había dicho Don Raúl. Nos íbamos a cagar de frío. 1986 era el gran año bisagra de esa primera democracia abisagrada. Se habían sorteado las legislativas, con un margen razonable el año anterior, pero se enfrentaba al glaciar político de la economía. Ya se ha dicho: con la democracia ni se comía ni se curaba ni se educaba. El Mundial, en esas circunstancias, era un evento de importancia capital. Lo cantó el Indio en el mejor disco de Los Re-

dondos, también, del ‘86: “Emboquen el tiro libre”. Lo sugirió el Coti Nosiglia rosqueando contra Bilardo frente al Grondona calmo, el impertérrito, que también lo sabía, cómo no lo iba a saber, lo sabía en sus ojos diminutos, lo sabía en los balbuceos de su papada milenaria. La nación toda se iba a México a ver qué onda la nación. Y llegó temprano, en forma de 23 tipos y etcétera comandados por dos fuera de serie: el gran prócer del segundo siglo XX argentino y el prototipo del científico loco, ese nerd antisocial e inescrutable, lleno de cábalas, de tics, esa bola de nervios que hermosamente se llamaba

“Carlos Salvador”. Si Viedma había sido la respuesta republicana pero fallida de los buenos a la aventura enferma de los malos en Malvinas, la selección de Diego diseñaba con goles soleados e imposibles el sueño de una nación feliz. Una nación que ganaba, un pueblo entusiasmado, un aplauso para el asador sobre un mantel engrasado con migas de pan, aceite de girasol y vino tinto, una nación que comía, se curaba, que se educaba con el fútbol. Nada terminó como se esperaba. Pero dame vos un segundo de esa alegría. ¿Dónde carajo está? 109


SEMIFINAL

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LEANDRO PAOLINI SOMERS, ESCRITOR

En el 86’ yo tenía 10 años y no me gustaba el fútbol. Era el más petiso y más flaco del colegio, vivía en un departamento y sufría asma. Tenía menos fútbol que la revista Para Ti. Sin embargo, cuando toda mi familia se juntaba a ver los partidos, yo me acercaba, me intrigaba ver cómo se juntaban, por qué lo hacían. Todos hablaban de Maradona, pero mi favorito era un flaco que corría como un galgo y metía muchos goles: Jorge Valdano. Sí, en el ‘86 mi favorito era Valdano. En medio del Mundial todo se volvió más divertido porque mi familia decidió que nos íbamos de va-

caciones a Miami. Argentina siguió avanzando y ahora no sólo veía los partidos de la Selección con mi familia, sino que también lo hacía con otros huéspedes argentinos que paraban en el mismo hotel, y que de alguna manera terminaban viendo el Mundial junto a mis viejos, todos juntos, en nuestro cuarto. Nuestra habitación era un mini estadio en el corazón de Miami Beach. Un hervidero de argentinidad al palo de la mano del Mesías de Fiorito. En ese contexto, Argentina salió campeón y salimos todos los argentos a festejar a la calle. La policía local vio como una turba argentina espontá-

nea festejaba y copaba toda Ocean Drive. Algunos compatriotas le explicaron a la autoridad lo que estaba pasando, pero ellos siguieron mirando, controlando, asombrados, algo temerosos, bastante apáticos. Cuando volví a Argentina seguí sin jugar al fútbol y continué yendo al cine. Una tarde vi Héroes y ahí me hizo clic la cabeza. Esa tarde empecé a entender todo lo que había vivido en esas calles llenas de palmeras. Ese día también entendí quién era Maradona y qué es lo que había logrado. Ese documental me activó y ahora sí pensaba en Fútbol, con mayúscula, como corresponde,

y ese deporte pasaba a ser una parte importante de mi vida. También por ese film empecé a adorar a ese tipo que es lo más parecido que hay a un Dios Griego, en nuestros tiempos: tan omnipotente en la cancha, tan fallido fuera de ella, tan humano y frágil, y tan semejante a una poderosa deidad, una leyenda inmortal. El Mundial ‘86 fue mi punto cero en mi relación con el Fútbol, con la Selección Argentina y con Maradona. Una relación que ya lleva 30 años. No me arrepiento de este amor, aunque me cueste el corazón. 111


ALEMANIA 2 - FRANCIA 0 RAÚL MURADI de Brasil 112


LUCAS M. ALARCÓN, ESCRITOR

En 1986 yo tenía cuatro años. No tengo recuerdos concretos del Mundial, de la mano de Dios, del barrilete cósmico. Fui construyendo esa parte de mi vida faltante, como la figurita difícil de los álbumes de futbol, con el simple hecho de vivir en Argentina. Quise completar el álbum mirando en You Tube infinidad de veces el gol a los ingleses, viendo la final contra Alemania, leyendo el relato de Víctor Hugo, asimilando que Maradona podía acojonar seis gigantescos belgas con el simple

acto de pisar una pelota, sonriendo cada vez que escucho la anécdota del Negro Enrique. Eso desde lo futbolístico. Como persona entendí que ese momento, en realidad, fue la figurita difícil porque escapó a las limitaciones propias del deporte. Ahí estuvo Argentina, no sólo los jugadores. Ahí estuvieron los pibes de la guerra, los que aún lloraban a sus desaparecidos, los que se ilusionaban con que con la democracia se come, se educa y se cura. Y también los hijos de puta. Porque ellos

festejaron como todos nosotros. Mientras escribo esto en junio del 2016 de nuevo estamos pasando una mano brava. En lo futbolístico, en lo social, en lo humano. Son figuritas de las feas, algunas repetidas, pero que sí o sí integran este álbum. No tengo la difícil, la del Diego. Tengo una muy buena fotocopia a color. A mí me sirve, me recuerda que podemos llegar a ser felices. Solo espero (y deseo) que las imágenes que me quedan por coleccionar sean tan coloridas como esa.

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ARGENTINA 3 - BELGICA 0 JOK de Argentina 114


CRISTIAN BARAL, CONDUCTOR DE RADIO

Desde la gesta heroica, la adversidad que condenaba sin juicio previo y el hambre de gloria que acumulaba cada uno de los obreros de la pasión, resulta inevitable no conmoverse con lo sucedido entre el ocaso de los meses de mayo y junio de 1986. Las proezas de un pueblo fueron seguidas desde el transistor más preacio hasta el cenit más deseado, erigiéndose entre gigantes que contemplaban de rodillas la alegría de estos súper héroes en tierras aztecas. Si hasta la Virgen de Tilcara logró aflorar sus emociones más ce-

losas, albergando a los campeones del optimismo. Hasta el día de hoy sigue esperando un agradecimiento, siendo ésta una acción no concretada y perjudicial para nuestro palmarés futbolístico, según dicen los sabios del esoterismo pagano. El abuelo Pedro me dejó como herencia una revista El Gráfico representada en tapa por un tal Diego Maradona alzando, con una mano, la tan preciada Copa del Mundo y, con la otra, tocando el cielo. Durante muchos años significó mi fuente de saberes e imágenes. Aquella conquista con nobles armas

dejó a los malos fuera de competencia y a los buenos en lo más alto del olimpo, enseñándole a mi generación el concepto heroico mucho antes que la historieta y sus convenciones lleguen a nuestro inconsciente. La emoción de la conquista, la épica del batallar ante los rivales más poderosos y salir victorioso gracias al convencimiento, el trabajo y la buena fe será para toda la vida. Y, desde ese entonces, cada final de mitad de año estará cargado de un sabor épico e inspirador. 115


TERCER PUESTO

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NAHUEL UGAZIO, PRODUCTOR CULTURAL

Cumplí 2 años en pleno Mundial ‘86. Más exactamente el 24 de junio, cuando el mundo todavía estaba revolucionado por los dos goles de Maradona antes los ingleses, apenas dos días antes. Por supuesto no tengo memoria alguna de este mundial pero, aun así, lo tengo integrado en mí, como le pasará a cualquier argentino amante del fútbol, y del Diego. El mundial de México no fue solo la consagración de un equipo de futbol, fue también el reconocimiento de un equipo bastardeado y humillado poco antes de iniciar la copa. Los resultados no eran buenos, clasificaron raspando

y tenían a la mayoría el público y la prensa en contra. Con todo esto, y ya con el diario del lunes en la mano… ¿Cómo no tomar este mundial como una reivindicación de los “hermosos perdedores”? Un equipo que demostró que, aun con malos resultados, con público y medios en contra, se puede llevar todo adelante en una epopeya épica que, no solo consagro al nuevo campeón mundial, sino que dejó bien en claro quién era, fue y es el mejor jugador de todos los tiempos de este deporte. Aquel que no solo le “robó la billetera a los ingleses”, sino que los dejó bien atrás en la jugada de

todos los tiempos, aquel que desparramó belgas, que increpó a los italianos y uruguayos, que se plantó ante los alemanes, aquel que hizo todo para cumplir su sueño, que se cargó un equipo, un país, el karma de la guerra de Malvinas, las peleas con Menotti y Passarella, el periodismo, todo a sus espaldas, y no le pesó. ¿Podríamos decir que Argentina del ‘86 fue un equipo punk? ¿Un equipo al que no le importo una mierda lo que decían de él y que se cargó a todo y a todos con puro huevo y dedicación? Yo creo que sí. 117


FRANCIA 4 - BELGICA 2 LA COPE de Argentina 118


ULISES RODRÍGUEZ, PERIODISTA

El del ‘86 fue el primer Mundial que vi en colores. Tenía 6 años y en muchas casas de Salto, mi pueblo, había gente que tenía un “tele a color” -como se le decía en aquel entonces- hacía ya rato; pero en la mía no. Nosotros seguíamos con el Ranser blanco y negro con dos antenas para captar la señal que se calentaba fiero si lo teníamos más de dos horas prendido. Ni siquiera tuvimos el propio ese año sino que mi abuela Adela, con su jubilación, compró un Aurora Grundig -la publicidad la hacían un hombre y una mujer con caras serias y plumas de indios sioux- a pagar en 100 cuotas. Eran tantas

las cuotas que mi abuela se murió en 1990 y lo terminó de pagar mi madre. A la abuela no le importaba el fútbol en lo más mínimo pero era una buena excusa para que 4 de sus nietos -mis primos Daniel y Omar, mi hermano Lucas y yo- la fuéramos a visitar y viéramos el Mundial en su casa tomando chocolatada con bay biscuits. En ese mes del Mundial la abuela nos hizo una vincha celeste y blanca de tela para que saliéramos a festejar por el barrio gritando “Argentina, Argentina” y nos regaló una pelota Pulpito para que pateáramos en los entretiempos.

Desde aquel momento todos mis recuerdos televisivos dejaron de ser en blanco y negro. No me acuerdo del gol de Diego a los ingleses pero sí de la barba del Checho Batista; tampoco me acuerdo del cabezazo del Tata Brown en la final pero sí del sombrero con forma de ají verde y la camiseta roja de “Pique”, la mascota del Mundial. También me acuerdo de las lágrimas de la abuela cuando corríamos alrededor de la mesa cantando “Dale campeón, dale campeón” mientras en la tele un muchacho de ruliento con el número 10 en la espalda se arrodilla, mira al cielo y llora. Y todo en colores.

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FINAL

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WALTER LEZCANO, PERIODISTA Y POETA

No te das cuenta hasta que mirás para atrás o un almanaque te lo buchonea. Los años pasan y a veces, muy pocas veces en realidad, recordamos esos momentos en los que todos parecíamos estar haciendo Historia, un montón de pechos unidos por un suceso puntual que parecía detener el tiempo. Se trata de la potencia de los números redondos. No puedo evitar que vengan hacia mí algunos ejemplos. El atentado del World Trade Center, el suicidio de Kurt Cobain, la muerte de Rodrigo, el fatal accidente de Pappo. Uno de mis hightligths en esa niebla difusa llamada pasado, donde se unieron trascendencia histórica y papas fritas en un living sin mu-

chos muebles, fue el Mundial ‘86. Vivía por entonces en Morón, en una calle cortada, en una casa de material muy mal hecha y que adentro era, básicamente, un infierno. Pero el fútbol, cierto tipo de fútbol que se juega cada cuatro años, obra milagros; y durante ese mundial inolvidable el calor de los desacuerdos familiares bajó de temperatura. De pronto se pudo respirar. Y logramos sentarnos todos juntos en el piso a ver en una televisión blanco y negro lo que le pasaba a una selección en México y que sentimos, sin dudarlo, que también nos pasaba a nosotros. Nunca me había visto involucrado en algo así. Ese es un camino de ida.

Cuando Argentina ganó el mundial salimos a festejar con los vecinos del barrio, me refiero a mi familia y me refiero a mí. Nos sentimos hermanados de un modo irrepetible. Éramos extraños que, finalmente, se reconocían como pares. Y ese es un poco mi recuerdo de esos días: festejo, hermandad, paz. Sobre todo esto último. Porque, entendí con mis pocos años, que cuando alguien alcanza la gloria deportiva, en este caso un equipo, es una hazaña que inspira hasta las familias más violentas a dejar de lado la miseria y tratar de encontrar un destino mejor: algo así como el paraíso, algo así como la paz.

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ARGENTINA 3 - ALEMANIA 2 PEDRO MANCINI de Argentina 122


RODRIGO DÍAZ, ESCRITOR

Cuando todos gritaron el segundo gol, abrazándose como locos, mi prima, la Sole, aprovechó y se escabulló a la pieza de mis viejos. Los dos éramos rehenes de las cábalas de papá, cuando yo, lo único que yo quería... era a ella. Seamos honestos: sentar a un nene de 11 años a ver un partido, es como pedirle a una ardilla que aprecie el deshielo del Perito Moreno. La Sole me desvelaba, y yo no existía para ella.

“Sí”, contestó, acariciando el grabador de papá. Suspiré aliviado. El dato de mi hermano mayor, había funcionado. “¿Te copan los Beatles?”, canchereé. Me miró mal. “¿Los Rolling?”. “¡No!”, dijo, con cara de asco. “¿Ch-Charly?”, me desesperé. “¿Quién?”, preguntó, levantando la vista, registrándome por primera vez. “¿No tenés algo de “Esta es mi oportunidad”, Valeria?”. pensé. 2 a 0. Partido liquidado. La Tragué saliva. “Valeria... ¿Lyseguí como un ninja. nch?” dije, y sus ojos se iluminaron. “¿Te gusta la música?”, le Metí mano entre los cassettes pregunté, sintiéndome un boludo. de mamá y ahí la encontré, mirán-

dome fijo, rodeada por sus rulos de fuego. Puse play, y sonó la canción del mundial, la favorita de Maradona. Fue como si de la cinta saliera magia pura. Ella la cantó, palabra por palabra, con los ojos cerrados. Hipnotizada. Perdida. No lo podía creer. Me senté al lado de ella. Mis manos rozaron las suyas, y ella no se corrió. Acerqué mis labios. Hice piquito, ansiando, deseando ese primer beso. De lejos, éramos la parodia infantil de una novela. De cerca, era el mejor momento de mi vida.

Pero, de repente, gol. Gol de Inglaterra. Te odio, Gary Lineker. Ella abrió los ojos. “¿Qué hacés, nene?”, dijo, y me empujó. Mi viejo, que Dios lo tenga en la gloria, me llamaba a los gritos. ¿Cómo podría haber abandonado mi lugar sagrado? Me volví a sentar, frustrado y avergonzado, con un vaso de Coca como soborno. Mi momento se había perdido. Tuve que esperar cuatro años para la revancha. Pero, esa vez, estaba preparado. Notti Magiche...

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EPILOGO EL BRUNO de Argentina 124


LUIS HITOSHI DÍAZ, DIRECTOR DE CINE Y CO-CONDUCTOR DE FAN EL PROGRAMA ¿Cuando terminó el Mundial ‘86? En las vacaciones familiares de enero del ‘87, en Mar del Plata. Estábamos mi hermano Julián (de 7 años), mi mamá Ana, mi papá José Luis y yo, que por ese entonces tenía 10 años. De Lucas, mi tercer hermano, no había ni noticias aún. Una tarde-noche de ese enero fuimos al cine. Vaya uno a saber si porque lo pedí o porque mi viejo es así, fuimos a ver un documental. Puede sonar aburrido, pero lo que fuimos a ver era para aplaudir de pie. Fuimos a ver Héroes. Sí, Héroes. En el cine. Estando de vacaciones, en el momento del estreno y en familia: nada podía salir mal. Al salir del cine me compraron el Anuario 2 de la Solo Fútbol. Todo lo que había pasado, a nivel futbol en el año ‘86, en una sola revista. La leí entera todos los días de esas vacaciones y el resto de los años que la tuve hasta que la “perdí”. Del Mundial ‘86 me acuerdo todo: con quién estaba en cada partido, dónde lo vi, qué figurita me costó conseguir del álbum oficial. Todo. Durante los partidos del Mundial, mi

mamá daba vueltas una pareja de gauchitos de cerámica, a modo de cábala en cada partido. En casi todos, bajábamos el volumen de la tele y subíamos el de la radio para que Víctor Hugo Morales relate y haga su magia. Pasó Corea, pasó Italia, pasó Bulgaria (único partido que vi empezado porque estaba jugando a la pelota en la vereda y mi viejo, desde el balcón, me gritó el primer gol y me avisó que había empezado el partido). A Uruguay le ganamos en el medio del festejo de los 7 años de mi hermano Julián, batallamos con Inglaterra, desde el Talent de 14 pulgadas, tomándolo “estúpidamente” como una revancha de una guerra, misma guerra que “escuchaba” mi vieja por Radio Colonia para decirme la verdad. Eso de que “no íbamos ganando”. Es el partido con ese gol que, en la historia Argentina, es casi tan importante como el Cruce de Los Andes (perdón si exagero, pero el futbol también es eso… exageración). Bélgica fue un aperitivo. Y llegó el domingo de la final: Alemania. Toda la familia estaba reunida en la casa de mi abuela Blanca, tirados

en el piso, viendo el Telefunken. Recuerdo a mi tío Jorge, futbolero si los hay. Estaban todos. El 1 a 0 del Tata Brown (para un pincharrata como yo, lo del Tata, y Bilardo dirigiendo esa Selección, era la gloria), el 2 a 0 de Valdano, mi felicidad y la de mi tío, que sabe y sabe de futbol, que me dice, que me advierte: “Falta mucho, Luis”. El 2-1. El 2-2… Y me levanto del piso. Desolado, triste, el fin del mundo en mi cara, el no entender nada representado en un chico de casi 10 años que le pregunta a su tío: - ¿Y ahora? - Ahora hay que estar tranquilos y ganarlo. Y así fue. Con los gauchitos de mi vieja dados vuelta. Con los El Gráfico y las Solo Fútbol que mi viejo me traía del Centro gastados de tantas relecturas. Con los ejemplares de Gente y de La Semana de Argentina ‘78 como cábalas al lado mío (revistas que mi viejo guardaba como un tesoro en lo alto del placard). Con todo en contra, Argentina, la de Bilardo y Maradona, salía campeón

del mundo. Y las calles de mi barrio, fueron felices. La gente de Avenida Segurola, de Floresta, y toda la gente de todas las calles, de todos los barrios, de todo el país salieron a ser felices. Valdano dice que nunca nadie fue tan feliz como Maradona en el Mundial de México. Yo digo que nunca un pueblo fue tan feliz como ese 29 de junio de 1986. Hace unos días, recuperé mi Santo Grial de las revistas deportivas. Un amigo me tiró el dato de quién vendía el Anuario 2 de la Solo Fútbol. Sí, el del año ‘86, el que me había comprado mi viejo en Mar del Plata. La revista que más releí en mi vida, está de nuevo en mis manos. Y me siento un poco más seguro, créanme. ¿Cuándo se terminó el Mundial ‘86? Cuando empecé a pensar este texto, tenía la idea de que mi Mundial ‘86 había terminado ese verano en el que vimos Héroes de vacaciones con mi familia. Hoy creo que, quizás, el Mundial ‘86 no termine nunca. O se termine acá, con la misión cumplida de haber homenajeado a mis héroes de carne y hueso, y de permitirle a mi vieja que dé vuelta esos gauchitos.

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AGRADECIMIENTOS

Agradecemos a todos y cada uno de los ilustradores por los impresionantes e históricos dibujos: salieron más sensacionales que en el más poderoso de nuestros sueños. A los periodistas, comunicadores y amigos que escribieron esos textos increíbles. A Le Coq Sportif, Philips, Libria Store, Remeras de la Patineta, Unitivo, MUCHA, Random House Grupo Editorial, Universo Retro, Robot Negro y Ovni Press por bancar el proyecto desde el primer momento. Al Muere Monstruo Muere, Banda de Bandas y Jarana por ayudar-

nos en la realización. A los chicos de Miernes por la onda. A toda la producción de Radio Colmena: aliados imprescindibles, capos totales. A sus programas por el agite. A la gente del Club Cultural Matienzo por el espacio y por responder siempre inmediatamente. A Vito Andrada, jugadora sacrificada: dejó el alma en la cancha. A Bestia Bebé por tocarse esos temas maravillosos. A Alejandro Almada por la amistad. A Andrea Fischer y Nat Motorizada por dejarnos eternizados con la épica en los ojos. A Nahue Ugazzio y

Golondrina Cine por el video emotivo y por la incondicionalidad de siempre. A Diego Dorado por los #360. A FES por la música. A nuestras novias, novios, compañeras y compañeros por bancar nuestros absurdos. A todos los medios, portales, radios y conocidos que difundieron la muestra. A nuestros seguidores y oyentes: todo esto es para ustedes. A Leo Messi y al fútbol. Al plantel campeón del Mundial ’86. A Carlos Salvador Bilardo. A Diego Armando Maradona. A los que hicieron este sueño posible: gracias.

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FAN EL PROGRAMA TODOS LOS DOMINGOS DE 18 A 21 HORAS - WWW.RADIOCOLMENA.COM.AR


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