CUENTOS PERVERSOS Y Otras Narraciones

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Título original: Cuentos perversos y otras narraciones.

D.R.

2012 Gabriela Rodríguez Martínez

ravnairogaro@prodigy.net.mx Primera edición: Junio de 2012 D.R.

Cubierta: El abrazo del árbol. Fotografía de

Gabriela Rodríguez Martínez ISBN: 978-607-00-5685-7 Impreso en México: Todos los derechos reservados: Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por copia o cualquier otro sin el permiso previo, por escrito, de la autora.

Este libro se terminó de imprimir en Junio de 2012 En: FAST PRINT GTO Av. Municipio Nº 60 Col. Municipio Libre Guanajuato, Gto. 36080

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“Para Ianvar, siempre Ianvar, por despertarme en su ternura, sensibilidad, rebeldía, inteligencia; que a sus nueve años sólo sabe de otros cuentos”

Gabriela

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“Partir la bóveda que resguarda la oscuridad, Hay un sueño inconcluso, ¿Por qué precisar muerte?, Dime quién te apremia, toma mi mano, podré ser en ti; Entre cada ola que rompe en las rocas, hasta el mar se da un silencio.”

Gaby Roma

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Prefacio Todos mis senderos confluyeron en la ruta de mi imaginario y las anécdotas, historias diversas, que en algunos casos se engarzaban con la otra historia, la de los procesos sociales, pero más allá de voluntades colectivas, todas nos llevan al encuentro de seres humanos especiales que desde sus minúsculos entornos emergen, exponen su voluntad y nos conducen a su parte memorable insumisa, que irremediablemente no se entiende sin las sensaciones del dolor, angustia, soledad, y muerte, porque se convierten las más de las veces en víctimas de los terribles, de aquellos que semejan iguales. Aún así, desde lo contundente de su silencio gritan su presencia. Mirar a todos mis personajes desde su rabia, su desesperanza, su desolación, su tristeza, su sencillez, y en algunos casos su transgresión como Justino en La casa de Dios, Lourdes en 5 de Mayo 20, o el discernimiento entre la frontera de lo frágil, inquebrantable y lúcido de Agustín Jiménez en Recorrido turístico; la disertación a partir de una mirada en Transparente; la acción de unas débiles manos y su implicación, fue un desafío a mi propia realidad. Llevar a estos entrañables personajes a vivenciar los límites de estas emociones frente a la injusticia, la violencia, la muerte, confrontando desde sus bellas e ingenuas almas, las almas yermas de sus verdugos; me condujo en el sinuoso camino de su dolor a su resignificación. Incluso Abril en La Silueta, elige, no

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le concede anuencia a él o al otro, es ella quien se destraba no del verdugo, sino de sus propios demonios permisiblemente aceptados.

Entre un momento y otro, entre el más vívido y sublime placer, los más oscuros y sórdidos sentimientos, entre la vida y muerte, subyace una delgada línea que imperceptiblemente trastoca los espacios; pendemos de ella, nos columpiamos sabiendo que en la libre elección podemos saltar para uno u otro lado, pero cuando esta sucumbe, es el poderoso quien toma el control, y allana toda posibilidad de elección. Es esta circunstancia la que intenta nulificar el ser, sumiéndolo en los más inciertos senderos, donde aquel poderoso cree apropiarse hasta de los espíritus, creyéndolos cercenados, inermes. Para tragedia de todos, el hilo conductor más desgarrador es la violencia, ejercida por propios, extraños o la más convincente, de propia mano. Y en esa vorágine de inquebrantable sordidez, me pregunto si llega la redención. ¡Hasta aquí permito, busco redención! Redención para aquellos, cuyos despojos yacen en la fosa clandestina de ese campo militar, en el sencillo panteón del pueblo, en el césped humedecido por la lluvia, en el piso de ese baño, en el camellón de la avenida, en la firma de la rendición incondicional, en el destino a cuestas visto en unas manos, que después de lo que consideró hurto corrió por la angosta calle.

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La injusticia campea aún desde la contemplación inclemente. Si bien la más feroz, despiadada, premeditada, y alevosa, emerge desde arriba e incluye aquella que desde el poder es cobijada. Alguna vez escuché a todo un verdugo, en reflexión, –No se imaginan cómo cambia un hombre cuando lo desnudas y arrinconas en una celda, hasta el más bravo se doblega. Ignoro a cuántos doblegó, cuántos sucumbieron en sus fauces, lo que sé, es que nunca cambiará, los cuerpos que laceró, enmoheció y desangró ya no existen, pero las almas que intentó robar, presumiéndose Dios, se fugaron de sus garras, porque éstas serían manos, diferentes, cálidas, besables, acariciables, y no son más que extensiones putrefactas de un ser semejante. ¿Quién teme ahora? Esos seres, convertidos en espectros deambulan en su vasto infierno, no les cabe razón para mirar al otro, ni cordura para la introspección; presos de sí mismos contemplan la exigua figura de su tótem envuelto en llamas.

Gabriela Rodríguez M. Junio 2012.

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INDICE

La casa de Dios

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Recorrido turĂ­stico

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Transparente

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Con todos

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Manos

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La silueta

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5 de Mayo 20

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“Lo hicimos como nosotros, le pusimos palabras en su boca, lo convertimos en nuestro juez, y le dimos potestad de venganza; ¿Por qué ahora nos estremecemos?”

La casa de Dios No recuerdo exactamente la calle, pero fue en esta colonia.

-Perdone, ¿Para dónde está la iglesia? -No sé, no vivo aquí, sólo me alquilo como peón, allá en esa construcción. Porqué tuvo que dar tanta información, con el no sé, bastaba. Pero no era sólo eso, había algo más, ser ajeno sin serlo, dar sentido de pertenencia para sus pasos en ese lugar. La calle no estaba transitada, ni peatones, ni coches, bardas altas, bien aplanadas, como lijadas con las manos, pintadas con los colores de moda, en lo alto desplantadas espirales de cuchillas, cercas eléctricas y los infaltables letreros “peligro alto voltaje”. Siempre me he preguntado si los pájaros tienen algún radar especial porque nunca se electrocutan o cortan, pasan en vuelo rasante para dirigirse a las copas de los árboles que sobresalen a esos muros, ¿Será que también ellos se sienten seguros detrás de éstos? 15


Banquetas barridas, lavadas, casi perfumadas, y sí, las flores despiden olores que se entremezclan creando una armonía discontinua al olfato; el pasto, cortado al ras, tupido, verde, suave, qué sensación caminar descalzo, tirarse a dormir, que los brazos descansen en él, la cabeza, toda la piel, ¡Qué ensoñación! -Córrele, ya te dije que ahí no. -¿Por qué no? -No sabes leer, cabrón, con eso no me meto. -¡Chale, bájale!, pinche letrerito, crees que él sepa que ésta es su casa. Además quién dijo que a huevo esto tendría que ser una casa. Habituado al traslado cotidiano, pero no al gasto que implica moverse en tantos transportes, prefiere pasar la semana en medio de esas paredes grises, escarapeladas, pisos igual, alambres y varillas saliendo por todos lados, sin ventanas, a penas con unos hules que la hacen de vidrios para paliar el frío de la madrugada aún en primavera. Sobre el piso unos papeles en los que viene el cemento, encima una colchoneta y como tres cobijas delgadas, deslavadas, carcomidas por el tiempo. En la parte de atrás de lo que será un lujosísimo baño, tiene una improvisada cocina, con un pequeño brasero, sobre un tablón un recipiente con agua jabonosa y un estropajo, unos cuantos trastes de plástico, un sartén humeado y un tazón de peltre en iguales condiciones. Para comprar su comida tiene que caminar bastante, no hay tiendita de la 16


esquina, ni la señora que vende tamales, ni el puesto de tacos, tampoco transporte público. Cuando ingresa al supermercado, su figura se empequeñece, pasa inadvertido, y no porque él quiera sino porque todo mundo prefiere no verlo; lo primero son las tortillas, luego escoge unos cuantos chiles verdes, una cebolla y tres jitomates; para guardarlos tiene que tomar una bolsita del dispensador de bolsas, todos disponen, al intentarlo su mano cruza con otras manos, el choque es instantáneo, abrupto, su mano gris, llena de surcos, piel marchita antes de tiempo, no hay concesión, en un impulso sin mayor razonamiento, se sustrae de la acción y abandona la posición, las otras manos no subsanan la acción, siempre debe ser así. Sus compras concluyen con un cartón de huevo y un refresco; todo calculado, nada superfluo, sólo lo necesario, para qué ver las mercancías de los demás anaqueles, el recorrido hacia las cajas es apresurado, pero al llegar se topa con largas filas de carritos atiborrados de alimentos y antojos, nadie le cede su lugar. Su familia ignora la ubicación de su trabajo, para qué, en un tiempo se acabará, se conforman con verlo cada ocho o quince días, el recibimiento ya dejó de ser emotivo, la cotidianidad permanente sin respiro, arrasa todo, absorbe, paraliza. Su hijo Justino lo busca, quiere acercarse, su padre Jesús es un enigma, habla poco, lo conoce poco, lo siente poco, su imagen la vive más como recuerdo, que presente.

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Para Justino, desde niño siempre fue así, los acercamientos paternos podía contarlos, a diferencia de la obligación, Jesús siempre procuraba guardar su dinero para que en casa a pesar de la pobreza no faltara nada, incluso de poco en poco a veces acarreaba pequeños sobrantes de azulejos, su cocina y el baño semejan rompecabezas cromáticos, con la luz que se filtra a través de las pequeñas ventanas se pueden hacer y rehacer figuras, los niños pequeños se retan a ver quien encuentra más, y Toña mientras cocina también se entretiene. Se hizo de pequeños tablones que bien lijados pegados y pintados sirven de repisas, el resto de sus muebles fue un regalo del contratista que iba a remodelar una casa, alguien los abandonó, cuando llegaron hubo júbilo, tenían sala, lo roto nada que una sábana no cubriera, una cama algo desvencijada para los niños, la otra suficiente para Jesús y Toña, a Justino le dejaron su catre, siendo el más grande, podía aguantar, casi siempre era el último que se dormía. Sus sueños de estudiante se quedaron en la secundaria, y para Jesús también era pasado, no le exigía demasiado porque era un muchacho tranquilo, cuidaba a sus hermanos y jugaba con ellos, en algo ayudaba en casa, además para Jesús, era importante que hubiera una figura masculina durante sus ausencias. Entre los vecinos hacía algunos trabajos como pegar tabiques, arreglar algún techo, acarrear agua, eso le permitía ganar unos pesos, los cuales compartía con sus hermanos, y otro poco lo guardaba para sus cosas.

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En uno de los pocos paseos que tuvo la familia, vio a unos chavos trabajar dibujos con pintura de aerosol, le sorprendió el control que tenían con la lata para disponer de la pintura, las figuras que se podían hacer y la intensidad que alcanzaban los colores. Le gustó y lo asumió como vocación; también descubrió que la misma técnica podía ser usada en paredes, simples paredes. Su práctica era poca, sobre todo porque donde vivía casi no había bardas, y las pocas de ladrillo o tabicón no estaban aplanadas, gastaba más aerosol y los dibujos se perdían entre las juntas de cemento. Pero aún así logró tener un pulso perfecto para delinear figuras, trazos, y hasta rasgos, sin desperdiciar el valioso material; se dio cuenta que a los cuates del rumbo sólo les gusta pintarrajear paredes para molestar a los vecinos, unos pocos plasman letras al revés que nadie entiende. A Justino le atraía diseñar cosas más elaboradas, con muchos colores, pero sale caro, y no tenía dinero para tanto, además nadie estaba dispuesto a prestar su barda por más fea que estuviera, para que un desconocido pintara algo ininteligible. En un cuaderno hacía sus diseños, principalmente animales, los copiaba de su libro de biología, y los ambientaba con plantas, les cambiaba colores originales y los hacía un poco amorfos, de tal manera que a simple vista parecieran otra cosa. Toña sabía algo de la actividad oculta de su hijo, sus hermanos conocían el cuaderno de sus dibujos, pero Jesús ni idea, al menos eso creían todos. No hablaban de sentimientos, de gustos, se desenvolvían en una especie de silencio pactado, se concretaban a las cosas inmediatas, el quehacer, las necesidades de la casa, 19


sus hermanos; los sueños varias generaciones se habían quedado suspendidos en el tiempo, en la necesidad, en la desgracia. En su voz apagada, Jesús se negaba así mismo, no sabía qué compartir con su hijo, cómo acercarse, cómo alentarlo, qué enseñarle, sabía trabajar pero en ocasiones su soledad era tan inclemente, que lo había convertido casi en autómata, poco hablar y mucho trabajar. Por su parte Justino, tampoco intentaba comunicarse con él, lo respetaba calladamente. Aquella madrugada, que su papá se preparaba para ir a trabajar Justino se levantó y le ayudó a arreglar sus cosas, esta vez había dicho que la ausencia sería de más de 15 días. Inesperadamente, en un arrebato le pidió ir con él; de momento no supo qué contestar, se sintió sorprendido, pero también alagado por la petición. Esa sensación se desvaneció ante la preocupación, de lo que el muchacho sabía o podía hacer para que su presencia estuviera justificada, -como si tuviera que ameritarla con su propio hijo-, la respuesta quedó en el aire. En esos días Justino estuvo encerrado en su casa, ayudando a su mamá, hilvanando ideas sobre sus dibujos, y sorprendentemente descubrió que extrañaba a su papá y sí algún día podría decírselo. Cuando por fin Jesús regresó; en tono adusto le dijo que ya le había apalabrado una actividad y una modesta paga. La expresión de sorpresa de Justino, quedó suspendida y sellada por la eterna pausa.

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La espera fue apremiante, un día antes preparó sus cosas, algo de ropa, comida; en su mochila guardó sus dibujos y unos aerosoles, quizá podría enseñarle a su papá, eso que le gustaba. Casi no pudo dormir, las emociones encontradas no dejaban de cruzar su mente, todas dudas, hasta sus 17 años nunca tuvo la sensación de la certeza, sobre todo tratándose del regreso de su papá; pero ahora era diferente, estaría ahí y volvería con él, se sentía emocionado, y extrañamente feliz. El trayecto era largo, entre microbuses, el metro, y muchas cuadras, todo transcurrió casi en mudez. En actitud de profunda subordinación hasta de ánimo con el entorno y los patrones, le reafirmó el compromiso de trabajo, y la advertencia de no cometer alguna impertinencia. Al llegar a la zona, sus pequeños ojos se desorbitaron frente al medio, nunca antes había visto unas calles tan limpias, camellones con flores y pasto casi como alfombra, -¡Qué césped!-, todo era inmenso, las casas, ventanas, portones, pero lo que contuvo su aliento, fueron las bardas, altas, lisas. En la obra su papá lo presentó con el ingeniero, el interrogatorio fue breve, iba más en el sentido de aclarar que el salario tenía que ser desquitado, con el resto de los trabajadores se obvió tal formalidad, ya se irían conociendo, aunque Jesús prefería evitar demasiado acercamiento. Empezaría paleando grava, cargando los botes de concreto, su complexión delgada y chaparrita le dificultarían ésta última tarea, las piernas le temblaban, se le cruzaban entre sí, pero aguantó.

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Por las noches eran los veladores, lo cual generaba una paga extra. La comida la surtía Jesús, para que Justino no perdiera tiempo. Todo transcurría en un orden sincronizado, a las seis de la mañana levantarse, asearse, comer algo, iniciar la jornada a las ocho en punto, trabajar, suspender a la una de la tarde para almorzar, y retomar la actividad para concluir a las diecisiete horas ó más tarde si era preciso; después recibir instrucciones y preparar durante el resto de la tarde los materiales de trabajo para la jornada siguiente. Para Justino los primeros días fueron de expectativa, pero conforme transcurría el tiempo, se apoderó de él el tedio. Una noche en que Jesús dormía, salió a caminar, le intrigaban las bardas, sus texturas, y en su cabeza le brincaba la idea de cómo se verían sus dibujos en esas paredes, desde luego mejor que en cualquiera de las que había trabajado. A hurtadillas sacó su mochila con pinturas y su cuaderno de dibujo, escogió una barda que era alumbrada por un foco, y se puso a trabajar rápidamente, verde y negro colores simples, y un dibujo sencillo, una rana grande sobre una ninfa. No le llevó mucho tiempo, qué serían dos horas, se probó a sí mismo, su habilidad, y sobre todo el desafío de no decirle a nadie, y no pedir permiso. Esa sensación de autogestión que recorrió su cuerpo, lo estimuló como nunca antes, en adelante su actuación sería bajo las normas de la clandestinidad. Comenzaron a aparecer en diferentes casas y calles de la colonia dibujos de animales amorfos, la sorpresa de los vecinos no era por no entender qué se había pintado, sino quién había osado transgredir su entorno, eso no estaba permitido. 22


Para Justino los días pasaban rápido, terminada su jornada de trabajo, salía a caminar, escogía el muro y regresaba. Lo mejor era en la noche, cuando su papá caía como fardo en su improvisada cama, era tal su cansancio que rápidamente su sueño era profundo, entonces salía a hurtadillas regodeándose con las emociones de lo que iba a hacer. Era inmensamente feliz. Regresaba en la madrugada con el temor de que Jesús despertara y lo sorprendiera, se imaginaba las peores consecuencias. Empezaron a circular rumores en la obra, de que había inquietud entre los vecinos porque alguien andaba dañando bardas. En realidad a nadie se le hubiera ocurrido pensar que cualquiera de los albañiles de ahí podría hacerlo, “son demasiado sumisos” para atreverse a tanto. Concluyeron su periodo de ocupación y al regresar a casa, pocas novedades, para Toña fue un tanto difícil por la ausencia de Justino, él se encargaba de los niños, les organizaba juegos, les enseñaba a dibujar, aunque guiarlos en las tareas escolares no era su fuerte, sin embargo eso permitía a su mamá realizar todas sus labores. La rutina de los días a ninguno le incomoda, así es la vida y no tiene por qué ser diferente, ó al menos así lo entendían. Inherentemente estaban predispuestos a callar y continuar. Si bien para Justino era lo mismo, la libertad que había probado en los días de trabajo, lo traía inquieto, empezó a sentirse inadaptado. La impaciencia, la necesidad del reto se volvió un desasosiego continuo, y más cuando su retorno a aquel lugar no dependía de él, sino del 23


entusiasmo de Jesús para romper nuevamente el silencio y negociarle un período más de trabajo. Sentía que el tiempo se venía encima, como cuando se doblega la esperanza, diluyen una a una las posibilidades; y para hacer lo que se quiere apremia la necesidad de urdir recursos, y se barajan desde los simples como la espera, hasta salir corriendo y hacerlo sin importar las consecuencias. Hacer, romper para vivir, en una carrera desenfrenada. El secreto de su aventura lo ahogaba, no tenía confidentes, ni grandes amigos con quienes compartir, únicamente Ramón, buen muchacho, pero algo impertinente y abusivo, no medía consecuencias; para Jesús hablaba de más, para su mamá no más quitaba tiempo, pero para Justino era con quién compartir una cascarita, una banqueta. Cuando se encontraron, se le agolpaban las palabras, entre hablar de cómo era el lugar donde había trabajado, las labores realizadas y… ¡Su hazaña!, eso era lo que más lo animaba y a la vez retraía, no sabía si contarlo o guardarlo. Pero esa imperiosa necesidad de hacer partícipe a otros de nuestras andanzas, por prohibidas que parezcan, nos hace caer, volcarnos a la primera insinuación, mirada o gesto, por aquella búsqueda del cómplice . Ramón es simple, se guía por lo inmediato, no conoce ese sentido de trascendencia, que puede darse aún en el minúsculo mundo donde departe con su amigo, no le interesaba el desempeño, más bien saber si había robado algo, aunque fuera tiempo en su trabajo. Pero lo que Justino traía era algo, más intenso y de transgresión;

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tanto que cuando por fin lo soltó, los ojos e imaginación de Ramón no podían creer lo que escuchaban, su amigo capaz de tales proezas. Su primera reacción fue saber pormenores, e inmediato, la sensación del yo quiero. ¡Vamos, llévame! -¡No, no, no! -reafirmando con movimiento de cabeza y manos. Se sintió traicionado, sólo él podía, nadie más. La insistencia de Ramón, lo exasperó y terminó por pelearse con su amigo, no entendía que le había despertado una curiosidad que iba más por la revancha y “fregar a alguien”, a diferencia del elevado significado que tenía para él. Pasaron los días, se desesperaba, la incertidumbre agolpaba las emociones en su cerebro, el corazón le latía más fuerte, era tal ansiedad que en cualquier momento lo delataría, decir, gritar –¡Quiero ir a trabajar para pintar en las paredes!, pero que diría Toña, a sus hermanos, no les hubiera importado, lo admirarían, querrían ver su trabajo, ¡Su papá¡, lo regañaría bien feo, lo obligaría a pedir disculpas hincado si fuese necesario, a reparar el daño, si no se podía, se imaginaba tirando la barda, haciéndola de nuevo; todo para satisfacer al ofendido. La humildad de Jesús era tan grande, que le preocupaba agraviar a alguien con su sola presencia. En eso su familia siempre salía perdiendo, nunca faltaba alguien a quien compensar, resarcir, satisfacer; era imparable. Pobre Justino, pensar así lo desalentó y paulatinamente se fue calmando. 25


Jesús tuvo trabajo por varios días, y no lo llevó, no dio explicaciones, los intervalos para la palabra seguían siendo su mejor argumento.

Su caminar era siempre apresurado, lo cual motivó que no notara que los colores de muros y fachadas de las casas circundantes a su trabajo hubiesen cambiado, tampoco la instalación de más cámaras de vigilancia, rondines más continuos de las patrullas de seguridad privada. Una vez en la obra, tampoco se enteraría de la patrulla vecinal, que en sus lujosas camionetas se escoltaban unos a otros para acechar a cualquiera. Cuando finalmente regresó, su hijo salió en tropel a recibirlo, fuera de toda costumbre lo tupió con una cascada de preguntas, le pareció un interrogatorio sin sentido, qué le interesaban tantas cosas, todo había sido igual, lo que cambiaría sus vidas para siempre fue la propuesta de trabajo, la próxima Justino también estaba contratado. Apaciguado como quien corre y ganó la carrera, aminoró su ímpetu, deseo cumplido. Como la primera vez, organizó sus cosas a detalle no se le podía olvidar algo, estaba tranquilo, por fin tenía el lugar asegurado. Su meditación fue interrumpida abruptamente por los gritos de Ramón, su estridencia, su poco recato para preguntar y meter en problemas a cualquiera. -¿Vas con tu papá?, ¿Vas a trabajar?, ¿Te van a pagar?, ¿Cuánto?, ¿Vas a darle duro o te vas a hacer pendejo?, y qué, ¿Vas a chingarte más paredes? -terrible interrogatorio para la secrecía con la cual Justino se manejaba.

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Justino casi le arroja el primer objeto a la mano, pero lo contuvo la preocupación que la cosa se hiciera más grande, a empujones lo sacó de su casa, afuera le advirtió que no anduviera de bocón, que nadie debía enterarse, Ramón sin afán de pelear con el amigo asintió y exhaló algo como una disculpa, pero bien condicionada, ¡Llévame!- suplicó. -¿Qué?-, sorprendido respondió Justino, y siguió: ¿A dónde?, ¿Con nosotros?, ¿Para qué? -entre sorpresa y enfado inquirió. -¡Ándale!- en tono lastimero solicitó el amigo; esta vez no presionó con necedades, -Mi jefe lleva varios días sin llegar a la casa, debe andar por ahí, emborrachándose, y ya sabes, cuando se aparece la carga con todos -dijo sobrecogido. Justino aun recordaba la ocasión que albergó a su amigo junto con tres de sus hermanitos, porque la ira de su padre se había volcado contra uno de ellos ahogando su respiración con su propia sangre, los vecinos tuvieron que intervenir. Ese argumento desarmó cualquier otro. No sería fácil convencer a Jesús, nunca sería capaz de causar algún problema, y menos a sus jefes. Pero tanta insistencia de Ramón, -Justino callado- terminó con una aceptación de poca voluntad, sin embargo, esas señales Ramón ni las registraba. El día de la partida, llegó como reloj con su algarabía por delante, estaba contento, sentía que serían días inolvidables.

A Justino le aguardaba una cascada de sentimientos. Muchas cuadras antes de llegar, contuvo la respiración, se imaginó que sus dibujos lo esperaban, eran la garantía 27


de una gran bienvenida, caminar por esas calles y sus animales desde sus muros vitoreando a su creador. Se paralizó frente a la realidad, todo había sido borrado.

-¿Y tus dibujos? -lo increpó Ramón. -Eran puras mentiras para hacerte el importante, ó qué, ¿No fue en este rumbo?, en ese momento Jesús también formaba parte de la conversación, aunque pareció no entender bien de qué se trataba, a su llegada se alejó para ultimar los detalles del trabajo y ver en qué ocuparía a su hijo y al “invitado”. Lleno de rabia e impotencia maldijo a cuantos pudo, no por sus nombres, no los conocía, se maldijo a sí mismo, por ser tan confiado, por creer que podía sentirse importante, y transgredir lo establecido, su entorno le demostraba que no era así, fácilmente podían revertir cualquier proeza, se sentía desnudo, y que hasta ahí había llegado. Inesperadamente, Ramón soltó una frase compasiva, –Estos pinches ricos todo arreglan fácilmente, se sienten dueños hasta de nosotros. Esa expresión arropó a su amigo, y lo hizo sentirse redimido de cualquier culpa.

Su jornada transcurrió normalmente, a Ramón hubo que arrearlo, nunca fue bueno para el trabajo rudo, prefería aquellos sin compromiso si bien de paga no garantizada. Por primera vez tendría un salario seguro. A pesar de la insistencia de su amigo, Justino rehusó por varios días poner un pie fuera de la obra, se sentía inseguro, si habían borrado todo, evidente era que estarían alerta para 28


impedir que volviera a ocurrir y a lo mejor tuvo algún testigo. -No me provoques, no lo voy a hacer, -respondió con determinación; pero el deseo muchas veces supera a la racionalidad, te lleva por caminos sinuosos e insospechados para alcanzarlo, no obstante, en ello te vaya la vida. -¡Vamos te acompaño, yo te hecho aguas!, ya no lo hagas en los mismos lugares, buscamos otros convincentemente dijo el amigo. -Cuando salí con tu papá a comprar comida, vi lo que te gusta, unas bardas rebuenas. -No sé, -resignadamente contestó Justino. Su entusiasmo se había apagado, sus ojos reflejaban tristeza, como aquel que ha perdido todas las batallas sin enfrentar ninguna, ya no tenía la misma fuerza, carecía de la figura guerrera, de la fuerza de tempestades. Con ese ánimo saldrían de la construcción, Ramón lo llevó por otros caminos. -¡Mira, aquí se puede! Con más desánimo que temor, sacó sus aerosoles y comenzó a pintar, no le hizo falta algún molde, los trazos de la vez anterior los tenía mejor grabados en su mente que cualquier plano arquitectónico, suavemente vertía el aerosol, combinaba los colores, se vislumbraba la silueta de un venado cabeza abajo, comiendo pasto, de cuerpo ligero, pequeño.

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-No qué animales raros, esto es bien común, -expresó Ramón. Justino no escuchaba, estaba absorto, ensimismado. Terminó, siguieron caminando, cuando de repente Ramón se detiene frente a una gran barda alta pintada de blanco. -Vas carnal, está bien chida -animosamente expresó Ramón.

-¡No, no, no, no con eso no me meto! Discutían cuando una camioneta se detiene frente a ellos y otras dos les cierran los posibles escapes, descienden varias personas entre hombres y mujeres, con rabia y satisfacción de haberlos encontrado les sentencian –¡¡¡Ustedes son los vándalos!!! -¡Corre cabrón! -desesperado grita Ramón. Con una agilidad inusitada, hasta ahora oculta, Ramón empuja a un tipo alto vestido con pants que trata de agarrarlo, brinca por la salpicadera de una de las camionetas, sin salir ileso, y corre desenfrenadamente, zigzagueando por varias calles, su angustia lo hacía perder el rumbo, se detiene cuando su respiración también lo hace, sofocado, aturdido, se atreve a voltear, nadie lo sigue, cobra cierta conciencia y ubica la calle de la obra, agarrándose el estómago, y su pantorrilla adormecida por el golpe, llega al portón y con gritos desgarradores llama a Jesús; éste adormilado se asoma, -¡Justino, Justino, Justino, Justino, lo agarraron!

-¡Por aquí, venga!

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Jesús no entendía, sin embargo pocos secretos no son del conocimiento de nuestros padres, -¡Los dibujos¡, pensó que una disculpa, y ponerlo a trabajar para repintar las bardas era suficiente, sin tiempo se vistió con lo que tuvo a la mano, sus pantalones de trabajo sucios de mezcla, igual sus zapatos, su camiseta blanca, y encima su chamarra de mezclilla, caminaba de prisa y pensando en cómo pediría disculpas, le ganaba a Ramón quien no podía ni con su alma. -¡Por allá Don Jesús! Cuando se aproximó, no podía ver nada, las tres camionetas grandes le tapaban el escenario, sólo alcanzó a oír terribles insultos, entonces su corazón comenzó a latir incesante, todos los buenos sentimientos se le derrumbaron y entró en pánico, las cosas no serían como él las había imaginado; como pudo brincó entre los vehículos, sus ojos se desorbitaron al ver que varios señores pateaban y golpeaban a algo tirado en el piso, no le cabía en su cabeza que se tratase de Justino, era un cuerpo inerme, deformado, en su ropa y estructura. -¡¡¡Déjenlo, el no es malo, es mi hijo!!!, -alcanzó a decir con voz entre cortada ahogada desde la garganta, nadie lo escuchó. En un frenesí insospechado, esa masa amorfa propinó golpe tras golpe, volcaron toda su prepotencia y ferocidad en el cuerpo de Justino, no soportaban la idea de la humillación ante un pelado, un delincuente, no más atropellos que la policía no podía controlar. El cuerpo de Jesús no fue suficiente para proteger el de su hijo, de un empujón fue arrumbado. En esas circunstancias es 31


imposible medir el momento, como quién ve en una pantalla transcurrir una película en cámara lenta, todo a detalle, y sólo por la oscuridad ves esas pinceladas a través de sombras; las que quedarán en lo recóndito de la memoria y el paso del tiempo. Nubes amenazantes, sin ser infaustas soltaron una llovizna; no sé porqué, su rocío se presenta como una acompañante del fin a la agonía y expiación de culpas, lava lo siniestro, se confunde con las lágrimas y deja inerme los rostros, purifica las heridas y termina por enfriar la sangre. Cuando todo pasó; el llanto desbordó en caricias, el dulce verbo discurrió hacia el inerme rostro de Justino: -Yo te iba a preparar un muro en la casa para tu trabajo -por fin el silencio se apagaba. Entre el pasto y la pared donde quedó el cuerpo de Justino, arriba grabado con plantilla y aerosol se leía: “Respeta la casa de Dios, no pintes las paredes”.

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“A la memoria de José Guadalupe Mayorga Mejía” “Al General Ingeniero Jorge García Henaine”

Recorrido turístico Mi caminar se hace más lento cada vez, dame tu brazo para que me apoye, cuando camino por esta orilla del Malecón y percibo ese olor del mar, no de brisa que te acaricia, que suavemente desliza tu pelo hacia atrás, que te envuelve seductoramente, que tensa la piel a la espera de la caricia y la libera al suave tacto. No, me refiero a ese hedor a pescado muerto que te sofoca e impregna metiéndose hasta las entrañas; y trae consigo vientos de antaño, que desde la primera vez como una descarga eléctrica recorre mi cuerpo con un terrible escalofrío; incluso persiste su mirada, turbia, su negritud de piel o de alma, para el caso da lo mismo, que por más pulcra su vestimenta de todos modos resaltaba su fealdad interior, no soportaba se me acercara y quisiera entablar un diálogo que de antemano no tendría interlocutor. Pasan los años y mi mente me traiciona, la senectud no ha logrado borrar aquello, cada vez se manifiesta más cercano y parece que hasta puedo palparlo. En esos años de fatales acontecimientos, todos eran comunistas, agitadores, todos eran guerrilleros en potencia. -¿Cómo les dicen ahora?

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-Transgresores de la ley, narco guerrilleros, terroristas. -Vaya combinaciones.

Según el gobierno, había comunistas por todos lados, y querían derrocarlo, que si estaban metidos los rusos, que si los cubanos; no se esperaba a probar la verdad o mentira, no había razón que mediara, todos tenían que ser extinguidos, -¿Cómo?, como fuera, que en la memoria colectiva se sembrara el escarmiento, y para esos menesteres siempre ha habido los quienes. Y no creas que por grandes glorias, su trascendencia era en el propio medio, se ganaban el respeto de sus cómplices, el temor de los mediocres y el desprecio de los rectos; actuaban también por dinero, no mucho, por una comisión, y sobre todo por un ascenso, era lo más que pedían, y se les cumplía. En esta tierra traicionera en su clima, también se traiciona a los hombres de bien. Desde principios de Agosto de ese aciago año, -¿1968?, por ahí, luego te preciso la fecha; comenzaría una más de las huelgas de los trabajadores cañeros de los ingenios de una ciudad cercana a este puerto, siempre bajo el sol inclemente, sus manos de profundos surcos, eternamente conservan la fuerza para levantar la bandera rojinegra. Y como si hiciera falta lumbre al fuego, en los primeros días de septiembre las compañías de transporte público, subieron las tarifas e invariablemente, veían a los jóvenes estudiantes como seres parásitos, improductivos, mantenidos, que todo critican, los eternos inconformes, y como siempre, les negaron sus descuentos.

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Los estudiantes de los Institutos Tecnológicos y la Universidad, se agruparon y las protestas comenzaron; ¡Ah, ese imaginario colectivo de creatividad y convivencia suele ser insuperable! Basta ver sus carteles, las asociaciones de palabras en consignas, caricaturas, reuniones interminables con argumentos también interminables, concluyen por generar ante el asombro de extraños, lazos de camaradería, fraternidad e identificación, y sobre todo consensos, pronto todos estuvieron de acuerdo. Ambos movimientos de cañeros y estudiantes, coincidirían en su respaldo, aunque las demandas eran distintas, obreros y estudiantes divergen, el origen de clase marca los intereses de cada uno, pero no la simpatía y adherencia mutua. Los líderes limpios, honestos, surgen no por generación espontánea, se van haciendo en el compromiso con la causa y con los demás. El que destacó por su elocuencia, digno de confianza, responsable, y hasta bien parecido, rostro limpio, ojos de un negro profundo, tez clara, delgado, de carácter alegre, entusiasta, fue Agustín Jiménez, no lo conocí, pero así me lo describieron, lo demás es imaginar. Y tenía que ser, porque son de aquellos seres de creación perfecta, inconfundibles, sobresalientes, envidia de verdugos; y porque en ese lugar todos se conocen. Cuando se trata de desgracias, créeme, todo se junta, ojalá así fuera de felicidades, esas se dan sólo por fragmentos. Por aquellas épocas hasta el gobernador de esa provincia era considerado comunista, y eso que era del partido oficial. Y como se avecinaba su relevo, el asunto generó interés de las autoridades centrales de la República. 35


Creían imaginar lo que podían hacer cañeros y estudiantes juntos, ¡Imbéciles!, en procesos de consciencia histórica más evolucionados, los estudiantes dejan su estructura de clase y se incorporan al proletariado, pero en este caso era sólo una demanda de carácter inmediato. A las autoridades les faltaba inteligencia, cerebro e información, pero cómo te explico, en esos años o estabas con el gobierno o en su contra, y estar de este último lado era muy peligroso. Te digo, me gana la emoción, -¿En qué me quedé? ¡Ah sí! al entonces munícipe del lugar, quien siempre había despreciado a su gobernador por tolerante y porque le había ganado la oportunidad, le ordenaron parar el asunto. Le interesaba quedar bien a lo mejor lo postulaban para la grande del estado, y mediante una invitación convocó a los muchachos a sus oficinas. Por una llamada al teléfono de la rectoría, una voz femenina suave, dulce, informaría la decisión de las autoridades de abrir el diálogo y ser intermediarias ante los concesionarios para dar una solución. Los estudiantes sesionaban cuando se les comunicó la noticia, la sensación de victoria se apoderó de la asamblea, era la primera vez que en tan poco tiempo un movimiento tendría audiencia con las autoridades, ni en el centro del país, donde todas las opciones estaban cerradas. En una discusión interminable pero democrática, la asamblea eligió a Agustín y otros cinco estudiantes como miembros de la comitiva que representaría al movimiento en las pláticas.

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Sin protagonismo, con la ingenuidad de la juventud, sólo manifestaban triunfo, aliños, vestidos para la ocasión, camisas blancas relucientes, pantalones sencillos de algodón; idealistas con el anhelo de solucionar el problema, jubilosos caminaban por aquella avenida del centro, era una tarde soleada, brillante, todo parecía ser favorable. Acudieron a la Presidencia Municipal, se imaginaban recibidos en una sala de espera frente al escritorio de la joven del teléfono, anunciando su llegada, admirándolos, de reojo, quizá uno de ellos con un guiño agradecería tal prestancia, -Los jóvenes del movimiento están aquí, -Qué elocuencia, -Hágalos pasar, siéntense muchachos, hemos tomado una decisión, el gobierno no puede permitir tales atropellos contra sus estudiantes, por lo tanto obligamos a los permisionarios a que les respeten sus credenciales y si no lo hacen les vamos a quitar las concesiones; a partir de mañana el trato para ustedes será de respeto a sus derechos, faltaba más, el gobierno representa los intereses del pueblo, y trabaja para él. Me enteré que durante sus marchas en este lugar, en Ciudad Madero y Mante, fueron amenazados por personal militar vestido de civil encabezados por un tal Mayor de Infantería, para entonces Diplomado egresado de una escuela que favorece a una élite restringida del ejército, en casi todos los graduados el objetivo es el conocimiento que enaltece, pero lamentablemente para algunos ese no es su fin, sino servir al poderoso y ascender a los grados más altos, sin importar el cómo; ayudar al resto de la humanidad pareciera un chiste, y una vez que pasan a situación de retiro no les ofrece grandes alternativas, -Bueno, he de decirte me ganó la pasión, ¿En qué me quedé?

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–En que ese Mayor. Luego te digo su nombre, qué no se te olvide. Con sus secuaces se mezclaron en las movilizaciones y sin preámbulos, les advirtieron a los muchachos: -Si siguen haciendo su desmadre, los vamos a matar. Consideraron que era pertinente comentar esos incidentes al gobierno que demostraba estar de su lado. Entre algarabía y expectación, llegaron a la Presidencia Municipal, informados los vigilantes, de inmediato los pasaron a una sala, que parecía era la principal para las audiencias del munícipe, las ventanas eran largas de piso a techo, angostas, daban a un balcón de un patio interior de la casona; no medió recibidor, tampoco la secretaria con su voz clara y dulce, después se sabría que a todos los empleados se les dio el día, también a los funcionarios, no había ningún interlocutor; pero ellos no lo sabían, sentados cómodamente todavía con la confianza, esperaron, uno de los guardias subió y les dijo que el Presidente municipal se demoraría un poco, que lo aguardaran. Convinieron que al salir de la reunión irían con la asamblea y darían a conocer los detalles de las pláticas, que si eran favorables, en uno o dos días levantarían el paro y se incorporarían inmediatamente a sus clases. Departían en eso, cuando de repente como rayo fulminante se escuchan dos estruendos secos en la puerta de la sala y ventanas, a un mismo tiempo irrumpen varios hombres vestidos con uniforme verde olivo, y en una acción de pinza inmediata los toman prisioneros, de un empujón los tiran al piso, los inmovilizan, les atan sus manos, entre golpes, jalones e 38


insultos los incorporan, los pasan por una reducida escalera hasta el patio donde un camión cubierto con una lona los esperaba, a patadas y golpes los hicieron subir.

I

Desde la loza recién colada, contemplaba hacia la laguna de Tancol el atardecer, fresco, tranquilo, el cielo estaba cubierto por un manto de nubes de un rojizo intenso; Huitzilopochtli había adelantado su venganza. En eso disertaban mis pensamientos, cuando a lo lejos vi que a toda prisa llegaba Cobos, el Secretario particular de mi Comandante, agitado, haciéndome señas para que bajara, me dio un recado apresurado. -Le manda decir mi General, que lo espera esta noche a las diez en su casa, que no vaya a faltar, es importante. Sorprendido e intrigado me retiré de la obra, llegué a casa, tomé un baño, comí algo, y esperé. La víspera logró ponerme nervioso, si bien, yo no tenía ningún problema con mi General, me pareció extraño me citara tan tarde, los problemas de la obra los tratábamos por la mañana, tampoco creí me fuera a reconvenir sobre mi desempeño, es más, por intervención de él, a mi corta edad y bajo rango ya era director de obra, y de una de las más importantes del país que en términos militares se realizaba.

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Cuando arribé al lugar, todo me parecía extraño, ningún vehículo afuera, ni una luz encendida en el pórtico, todo en silencio, apenas percibí una sombra que sorpresivamente me abordó, era Cobos. -Mi General lo espera, pase, hasta el fondo en el comedor - me dijo en voz muy baja. Conocía el interior de la casa, innumerables ocasiones estuve de invitado. En la penumbra me dirigí hacia allí, mi sorpresa fue enorme cuando bajo un foco de luz tenue, alrededor de la mesa yacían sentados varios mandos militares de la zona, mi General en una de las cabeceras, la otra vacía, en la cual fui indicado para tomar asiento. II Hasta ese momento Agustín pudo sentir su corazón, las palpitaciones, eran cada vez más intensas, comenzó a expeler un sudor helado, las manos y pies le temblaban, se le enfriaron a un punto gélido, su boca la sentía seca desde la garganta, lo cual le dificultaba pronunciar cualquier palabra, sus negros ojos estaban espantados de lo que veían, a uno de sus compañeros le brotaba profusamente sangre, sería por la boca o nariz, no distinguió. Uno de los soldados, jalando de los cabellos a Agustín, burlonamente le espetó, -Con que tú eres el pinche líder de estos comunistas, ya te cargó, cabrón- y con algo que pareció ser un trapo le cubrió sus ojos, apretó hasta el dolor, se escucharon lánguidos quejidos, los que fueron

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callados con más golpes; entonces un silencio ensordecedor, no hay peor cosa en la penumbra que tu oído se quede igual. Su primera batalla fue contra el miedo, la cual estuvo perdida desde el principio, cada vez iba del sobresalto al dolor, en una carrera de lo espantoso a lo terrible. Entre el ruido que producía el motor del camión, la inestabilidad de las llantas por la premura con la que era conducido, Agustín paulatinamente, comenzó a recobrar sus sentidos, sintió el dolor en su cabeza, en su espalda, sus piernas y manos adormecidas; pero lo que inquietó su mente fue escuchar:

-Mi jefe, ¿Qué vamos a hacer con ellos? -No sé, mis órdenes eran aprehenderlos, el Mayor es el que va a decidir, parece que la orden viene del centro y de muy arriba. -¿Qué tan arriba? -Muy, muy arriba. Un ruido crispante alerta su oído, algo de metal que arrastran.

-¡Alto!, ¿Qué traen? -El pedido del jefe. -A la guardia en prevención- ordenan, y avanzan a toda prisa.

-¡Bájenlos!

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A empellones los sacan del camión, con la vista cegada, no atinan los pasos, falsean, caen unos encima de otros, los arrastran, otra vez ese chirrido crispante, otra reja, nuevamente ese insistente sonido, otra reja, los avientan como costales sobre algo parecido a un piso de cemento mojado, los sentidos alerta, un olor nauseabundo, orines, vómito, humedad putrefacta; empapados en su propio sudor y mojados por esa indescriptible mezcla, comienzan a reaccionar, tratan de mover sus cuerpos, a buscar la voz conocida. -¿Quiénes estamos? Agustín va preguntando, cada uno se identifica, y la expresión crucial, que todos se hicieron, ¿Por qué nos detuvieron y a dónde nos trajeron? -Debe haber un error, si el munícipe nos iba a recibir -contestó uno de ellos. En ese diálogo de falso optimismo, irrumpe Agustín, con palabras fuera de su lenguaje. -No sé dan cuenta, esos hijos de la chingada nos tendieron una trampa, cuál diálogo, quieren presionarnos para que concluyamos el movimiento sin ninguna solucióningenuo también.

Otra vez la reja oxidada, abruptamente se abre, todos quedan en silencio, repentinos pasos en tropel. -Este es el más cabrón, ¿Lo llevo? -¡No, jálate a ese otro!, calladito, vas a ver qué bien te vamos a tratar -le susurran al oído.

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-¡Y ustedes, váyanse preparando, aquí a todos les toca! Aún con esa amenaza no lograban vislumbrar lo que acontecía, pero el miedo había alcanzado su clímax, sus cuerpos sudaban, las manos empapadas de sudor, las voces se atoraban. En medio de ese silencio suspendido, los ensordecen unos gritos continuos que penetraron como taladro por los oídos de todos.

-¡¡¡Es él!!!- vociferan al unísono. -¡Dios qué pasa! -¡¡¡Déjenlo, qué le hacen, no hicimos nada!!! , ¡¡No hicimos nada!! , ¡No hicimos nada!

Era desesperante escuchar esos estruendos que se convirtieron en una agonía eterna, en un vacío interior, en llanto colectivo a pesar de la vista obstruida. Con movimientos torpes lograron juntarse uno con otro, hasta pretender rozar las manos, en ese instante se concentraban en el dolor de su amigo, y los pensamientos oscilaban entre que aguante, o que acabe, para dar fin a ese sufrimiento. ¿Qué determinaba el deseo entre una opción y otra?, la intensidad de los gritos. En un tiempo vuelto eterno, de prisa y de golpe es arrojado en la celda el cuerpo del muchacho, inmóvil, ni un quejido; los demás estremecidos hasta la parálisis, no por las ataduras materiales, sino por las de los espíritus acorralados.

Y como rutina o pase de lista, -El que sigue, vas tú angelito. 43


En la absoluta soledad como cómplice, uno tras otro fue arrancado de la postración involuntaria al vertiginoso recorrido despilfarrado por las bestias; cada una tomó su turno, cada una era experta en algo, o simplemente para colaborar, buscaban la confesión de lo ni siquiera imaginado, pero no sólo eso, en verdad lo gozaban, ¡Por fin, una batalla, un enemigo a vencer!, sí no, para qué tanto entrenamiento.

Con Agustín bramaron de gusto, su carnicería no tenía fin, una y otra vez, todas las lecciones, y de ahí a probar otras cosas. Se trataba de gozar para quebrar. Según ellos querían saber hasta qué nivel estaba comprometida la alianza de los estudiantes con los cañeros, porque de ahí a una guerrilla y una sublevación generalizada, no más era cosa de días. Les urgía descubrir la “conspiración”.

III

Con voz grave y de estruendo, comenzó a hablar el General. -Bien, los mandé llamar porque en mi ausencia, durante mis vacaciones, ocurrieron hechos alarmantes. El comandante le entregó un sobre al Jefe de Estado Mayor de la 8/a Zona Militar un tal Parquins, estaba sentado a su lado, era chaparro, de nariz abultada y roja por su alcoholismo, medio regordete, mirada huidiza y sonrisa sarcástica. Imperativamente, el General le ordenó que abriera el sobre y comenzara la lectura de la carta 44


contenida. A diferencia de cuando daba las órdenes en el campo, altanero y harto en groserías, esta vez su voz se volvió temblorosa e imperceptible, lectura cortada, hasta se oían faltas de ortografía. -¡Qué no sabe leer! -Sí, sí mi comandante -respondió tímidamente. -¡Entonces con voz fuerte y que se entienda! -Perdón mi General- interrumpió el coronel May Yergo. -¡Qué quiere Yergo! -Perdón mi General, pero aquí se encuentran personas que no pertenecen a la zona, lo que vamos a tratar son secretos militares y no es conveniente ventilarlos así, delante de cualquiera. Con la mirada encendida, refulgente en medio de esa penumbra, el General vociferó, -¿Cuáles secretos militares?, eso que Parquins tiene en su mano lo mandó un civil, mejor dicho la mamá de un estudiante, lo que dice ahí es un secreto a voces en toda la región, acuérdese las paredes oyen y hablan, aquí ninguno es ajeno, todos somos militares adscritos a esta zona, todos somos hombres adiestrados en las armas y combates, sí lo que dice es por él- refriéndose a mi persona y señalándome. -También es militar, claro que con más cultura, pero él es un miembro de las Fuerzas Armadas, son de los que las hacen brillar; deje de decir pendejadas, son hombres para hacer chingaderas, cobardes y estúpidos cuando hay que encararlas, continúe Parquins. 45


“Apreciable Comandante, mi General: me dirijo a usted para buscar su ayuda, su misericordia”. Así comenzaba un relato, una narración con precisión de nombres, lugares, como si alguien la hubiese llevado de la mano entre pasillos, recovecos de archivos y descubrir entre líneas, los principios y fines de un calvario llevado al paroxismo de la locura y del dolor para los que lo vivieron, y para otros, la persistencia de su eco en la memoria.

En eso de buscar hijos, las madres son expertas, conocen todos los rincones, detalles físicos, morales y sentimentales de sus descendientes, y tienen una insustituible intuición para seguir rastros, huellas, desde la última vez hasta el nunca; fuerza para encarar verdugos y perseguirlos hasta su ignominia pública, porque la justicia pocas o ninguna vez llega. Agustín Jiménez, es mi hijo, estudiante, ejemplo para la familia y sus compañeros; se unió a las protestas contra los permisionarios para que les respetaran sus descuentos, habla muy bien y es bastante sincero y serio en sus compromisos, por eso le tuvieron confianza y supo junto con otros muchachos organizarlos. Usted sabe, no pedían mucho, sólo se trataba de los pasajes. Para casi todas las familias de esta región, es difícil que nuestros muchachos continúen estudiando una vez que acaban la primaria o la secundaria, primero porque no hay opciones de escuelas, y la segunda y la más importante, es por la situación económica, nuestros esposos no ganan lo suficiente aun trabajando para la petrolera, así que con muchos sacrificios logramos que

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continúen en la escuela. Por eso los descuentos son muy importantes, teniendo seguro el pasaje, para comer los aprovisionamos de una torta, o porta viandas con lo que sobra del día anterior, los libros como quiera los consiguen, los piden en la biblioteca o se cooperan entre varios y los compran, a veces van a la casa de algún profesor y ahí estudian. Es así como logran los que están en la Universidad o el Tecnológico terminar una carrera, lo cual les cambia la vida. Créame mi General, no andan metidos en nada, a penas si tienen tiempo, muchos ayudan con algo de dinero, haciendo algunos trabajos como pintando casas, barriendo calles afuera de negocios, los más afortunados trabajan dentro de estos como dependientes, y les pagan cualquier cosa, porque no están tiempo completo, pero con eso se ayudan y si les sobra lo comparten con la familia; es por eso que no tienen tiempo de andar haciendo algo malo. A mi Agustín junto con otros cinco muchachos, los citaron en la Presidencia Municipal, según para dialogar y resolverles el problema, pero no fue así, bajo la supervisión directa del Coronel Elías May Yergo, los detuvieron, golpearon, amarraron y amordazaron, en camiones militares los condujeron al 39/o Batallón de Infantería, que está bajo las órdenes de ese Coronel. Mi hijo y los otros muchachos fueron engañados. Me enteré que ahí los incomunicaron, dejaron varios días sin comer y sin beber agua, que los golpearon horriblemente.

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Posteriormente los subieron a otro vehículo militar y los llevaron a las instalaciones del 11/o Regimiento de Caballería en la Cd. de Reyes, supe que los seguían interrogando. ¿Qué fue de mi Agustín y los otros muchachos?, alguien de su zona que pidió no dijera su nombre, me aseguró que los habían asesinado, yo le imploro que me confirme o niegue esa versión; y sí así fue ¿Dónde quedó el cuerpo de mi hijo y de los otros hijos también?

IV

La cuenta se perdió, cuántas veces, cuántas a cada quien, cuántas horas, cuántos días. El cuarto de tormentos tiene la característica de sellar voces, cegar miradas, encapsular memorias, perder existencias. Después de varias sesiones, una vez amontonados en el confinamiento, nadie hablaba, de sus bocas sólo brotaba sangre inmediata o desde lo más profundo, todo dolía, el cuerpo, el alma, la vergüenza, la masculinidad también había sido reventada. Los seis conformaban una masa amorfa, amoratada, lacerada desde adentro, no hubo comida, no hubo agua, no hubo tregua. Agustín resistía, no imploró, su mente se refugió en el silencio, ni siquiera durante el más agudo dolor, y sí que se indignaron, en medio del despojo no concebían tal reto, así que lo asumieron y dieron rienda suelta a sus apetitos…, los otros chicos se perdieron en el llanto, eso satisfacía pero no por ello aminoraba, era el sustento para la burla y la vejación. La orden llegó, Trasládenlos, aquí no pueden continuar, empiezan algunos rumores.

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Sus cuerpos quebrados, sus ropas convertidas en harapos desgarrados, sucios de sudor, orines, excremento y sangre, mucha sangre.

V

-Como pueden ver la madre no tiene toda la información, ¿Qué más pasó Yergo? -dijo el General. Se hizo un vacío, que un pequeño golpe en el cristal más débil, nítidamente retumbaría en toda la habitación. -Pregunté Yergo, no se haga pendejo, ¿Qué más pasó? -volvió a interrogar el General. -Usted lo sabe, mi Comandante-, tímidamente respondió. -No, no lo sé…. ¡Hable, quiero escucharlo de su boca! -Pues mi General, yo recibí órdenes de trasladarlos, para evitar chismes de la gente. -¿Chismes? No confunda, había versiones, y todas verídicas, no eran pláticas de lavaderos entre comadres, lo supieron los estudiantes, familiares, hasta el Gobernador, déjese de rodeos, ¡Sea hombre, reconozca lo que hizo!

-Fueron trasladados al 11/o Regimiento en Reyes, y se les volvió a poner a disposición del Mayor que los había recibido primero y acompañó hasta esa ciudad, el cual cumplió la orden de llevar todo a término -en sinopsis Yergo presentó su declaración. -Ajá, con que a disposición, eso es cuando a alguien se le

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presenta ante un juez, no me diga que ese tal Mayor estaba facultado para ello, y ¿Qué carajos es eso de llevar todo a término? ¡Diga claro! No adorne, los entregaron para que acabaran lo que usted y sus fieras habían comenzado- su boca estaba seca, sacó el pañuelo de su pantalón y limpiando la falta de saliva, lo pasó por su rostro empalidecido. Estaba más que petrificado, los que eran mis compañeros de asiento y a veces de trabajo eran cómplices, eran secuaces, eran… asesinos; reconozco que me quedé estupefacto, en el ejército pasan muchas cosas, pero compartir ese testimonio frente a sus autores me heló la sangre; observé a cada uno de ellos, sus miradas escondían extractos o versiones completas, no de ésta sino de muchas otras barbaries, junté mis manos, las acerqué a mi boca y bajé mi cabeza, como en acto de oración, faltaba lo peor. -¿Qué más?, quiero detalles, usted lo está pintando muy bonito, quiero saber aberración tras aberración, no me oculte nada, porque yo lo voy a saber, y si su versión no coincide con la mía, no se escapa. -Mi General, no hay más.

-¡Hable, le dije que hable! -Los sacamos de mi comandancia, los subimos a un camión y los llevamos a Reyes. -Eso ya lo sé, le dije que detalles.

-¡Ay mi General! -¡Ay mi General, qué, sosténgase! 50


-Los sacamos metidos en un tambor vacío de petróleo de 200 litros. -¿A todos juntos? -¿Cómo cree?, cada uno en un tambo, y los tapamos, nada más dejamos unos orificios para que respiraran, llegando a Reyes, los entregamos a mi Coronel Arcate Francisco, los sacaron, los interrogaron más y luego, pues como ya no aguantaban hubo que matarlos. -¿Así de fácil? -Parquins, ¿Porqué lo permitió? -No lo permití, me lo ordenaron. A usted no lo pudimos localizar. -¿Quién se lo ordenó? -El Ministro de Seguridad Interior, Chavarría Alavez. - ¿Y cómo se lo ordenó, por teléfono o qué?

-No mi General, vino personalmente, y nos argumentó: -Lo del pasaje es únicamente un pretexto, los estudiantes unidos con los cañeros, si se suben a la sierra, ya no los bajamos. -¿Y usted, está para cumplir las órdenes de ése señor? -No, mi General, lo consulté a México, directamente con el Jefe de Estado Mayor de nuestro Ministerio, Ballesta Prines, y el ratificó el cumplimiento de la orden. -Y les dieron especificaciones de cómo cumplirla, abundaron en pormenores, o fue su inventiva.

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-Verá mi General, pues les interesaba saber lo de la conspiración, y no cooperaban. -¿A quienes les interesaba, y cuál conspiración? -Pues…en México, y en especial al Licenciado Chavarría. -¿Estaba seguro de esa conspiración? -Pues eso creímos. Todo quedó en estática, la tensión, el nerviosismo se podía oler y hasta palpar, sorpresivamente esa rigidez se rompió con un estrepitoso manotazo en la mesa, fue mi Comandante, que hasta el vidrio que cubría la madera se estrelló. A grito abierto y encolerizado nos hizo brincar de nuestra postura. -¡Con que eso creyeron, bola de pendejos!, no se dan cuenta del juego político, esos preparan algo grande en el centro del país, les interesa quedar bien con los pinches gringos, quieren parar una posible rebelión; con el pretexto de los rusos o cubanos, tienen de rodillas a este gobierno, ya se metieron, y son ellos los que están ordenando, no les importa si son inocentes, todo lo que huela a estudiante, huelga, o protesta hay que aniquilarlo, y ustedes están puestos, ¿A quién sirven?, al pueblo de donde provienen, o a los políticos, y peor aún a los gorilas güeros, porque eso es lo que son, vean como traen jodido a medio mundo, derrocaron a Jacobo Arbenz, invadieron la Dominicana, no quieren a Cuba, están masacrando vietnamitas, y ustedes haciéndoles el trabajo sucio. 52


La figura de mi General, se había descompuesto, caminando de un lado a otro cerca de la cabecera de la mesa; se podía apreciar su enojo, su decepción, su frente sudaba, jamás lo había visto así; era un poco alto, medio panzoncito, moreno, sonrisa bonachona, aunque de facciones fuertes enérgicas, cuando clavaba la mirada todo mundo se agachaba. En ese entonces era un hombre de más de 70 años, pero con una gran fuerza física y agudeza mental, poseía serenidad cuando escuchaba, sin embargo se trastocó en los instantes que sus subalternos proferían cada palabra. -¿Y cómo los mataron? -Mi Comandante, ¿Para qué tantos pormenores? Ya le dijimos, los mataron y ya- replicó Arcaute con actitud de enfado. -¿Les aplicaron ley fuga, los fusilaron, en duelo, los hicieron cavar sus tumbas y les dieron el tiro de gracia? No me mire así, si de imaginación se trata, no veo nada de malo echar a volar la mía, ¿O sí? ¡Con un maldito carajo, confiese dándonos la mirada a todos! -Amarrados a una silla y…, y, a puñaladas. De pie frente a todos, mi General, con su rostro enrojecido, aura que iluminó el lugar, repasando con su mirada a los otros, les increpó, -¡Miren, hijos de la chingada!, ustedes me conocen, saben mi historia, nunca la he ocultado, saben que vengo de la revolución y la cristiada, y me decían el tigre porque me tocó matar a más de 5 mil hombres, eran pelados bragados y los maté peleando o ajusticiando 53


como vencidos, no había más, eran ellos o nosotros, pero jamás, nunca hice ni permití la saña, la atrocidad, el sadismo, como ustedes lo acaban de hacer con esos muchachos inocentes, ahora hasta el Gobernador de esta provincia busca indagar y desea hacer justicia, quieren sus cabezas. Los voy a sacar del problema no porque los considere, sino porque está de por medio la institución, y la credibilidad en nuestra conducción; pero una cosa como ésta, en mis tropas y en mi mando territorial no lo voy a permitir, y el que se salga del huacal, quien sea, se va arrepentir hasta de haber nacido, porque lo que ustedes hicieron con esos muchachos, va a ser poco para lo que yo voy a hacer con ustedes. Pueden retirase, buenas noches, - con voz decepcionada concluía. Mi General se refería también, a las venganzas y amenazas que se habían desatado sobre mi persona y otros oficiales, con motivo de la denuncia y comprobación que le hicimos, de que todavía en esa zona, los Coroneles, Mayores y Capitanes, que eran los que pagaban, extorsionaban a los soldados, cabos y sargentos con la cuestión del préstamo sobre sus haberes. Ya habían baleado mi vehículo, a mi chofer, y golpeado a algunos de los oficiales bajo mis órdenes. Inclusive me habían acusado de comunista, frente a varios mandos importantes, incluido nuestro Ministro. Afortunadamente, el Comandante pertenecía al grupo todavía numeroso para esos años, de los militares hechos durante la revolución y sus postrimerías, con los cuales los graduados Diplomados de Estado Mayor de la Escuela Superior de Guerra disputaban los mandos y el control del ejército; es por ello que el General no 54


se sorprendía ni dejaba que otros lo intimidaran; siempre tenía la respuesta y solución acertada; esa generación de militares eran poco instruidos, pero bastante nacionalistas, intuitivos, asertivos, directos, no andaban con rodeos. -Qué comunista ni que la tiznada, yo lo he visto trabajar, mandar sus tropas, arriesgar su vida salvando gentes en desastres- esa respuesta me liberó de cualquier sospecha. Salimos de ahí, nadie acompañó a nadie, las piernas me temblaban, en unos troncos alejados al final del jardín, me senté, a intentar retomar mi respiración, froté mi rostro con mis manos, brinqué al sentir una presencia, desconfiaba hasta del aire; cercana a mí vi una sombra, inmediatamente me incorporé, cuando escuché, -Soy yo, Cobos -un alivio desaceleró mi corazón. -¡Ah, es usted! -Me pidió mi General que si no trae auto, lo lleve en el de él a su casa. En el trayecto mi cerebro no procesaba otra cosa, el nombre Agustín Jiménez, una y otra vez. -Y los demás ¿Cómo se llamaban?

-No lo sé, únicamente me grabé el de Agustín Jiménez. Al llegar a mi domicilio, me dijo que traía otro encargo de mi General, -Mi jefe, de parte de mi Comandante, aquí le manda esta pistola y estas cajas de cartuchos, le manda decir que no se la quite ni para ir al baño, mañana retira la guardia del 55


Era un arma de gran calidad por su estructura, precisión, no se conseguía en esa región, porque no las vendían y su precio era bastante elevado.

Extendí mi mano para agradecer y despedirme, cuando noté en la mirada de Cobos, un llanto contenido, enseguida escurrió una lágrima, y atónito escuché, -Mi jefe... yo fui testigo de todo.

VI Los sacaron de la celda arrastrándolos como lo hacen en el rastro con los animales para llevarlos al matadero, semiconscientes, agonizantes, iban dejando un rastro negruzco, pútrido. -Ora sí, transporte en primera clase- alguien osó regodearse.

Como si prepararan carne enlatada fueron metidos cada uno en tambos vacíos, sin lavar, con residuos de petróleo, olor de gases sintéticos, asfixiantes, adormecedores. Y para evitar una posible fuga, les colocaron sus tapas encima. Para aparentar que se trataba de combustible, entre varios los acomodaron de dos en dos en un vehículo power. En el camino al pasar por un puente, los golpes de las llantas del camión contra las viejas vías del tren, alertaron a Agustín que en medio de su inconsciencia, aturdimiento y dolor, alcanzó a gritar desde una voz lánguida -¡Mante!

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Efectivamente era el punto frontera de Torres para Reyes; sería lo último que podría articular antes de su muerte, porque para evitar cualquier confrontación verbal, si hubiese recuperado energía, fue amordazado con tanta fuerza que su mandíbula se desprendió, ¿Quién tenía miedo ahora? Al llegar a Reyes una vez más la misma operación pero a la inversa, al destapar los tambos, la cubierta botó como la tapa de una conserva echada a perder, liberó un marasmo de gases fétidos, los cuerpos estaban tan magullados que quienes los jalaron tuvieron miedo de quedarse con los brazos en sus manos, o dejar algún otro miembro en el camino.

El tiempo apremiaba, intentar obtener la información fue en vano, lo no hecho ni dicho seguiría así. Como pudieron los sentaron, hubo que atarlos envolviéndolos con varias vueltas de la cuerda, todo se desmoronaba. -Estos cabrones ya no van hablar más, me hubiera visto mi Coronel Arcate, les atoramos sabroso, y ni así- llenos de satisfacción a coro asintieron el Mayor y sus sargentos. -Pero algo que recuerdes o tus gentes, haz memoria- con voz urgida. -Pues puros quejidos, y de niños inocentes no los sacamos- entre risas contestaron. -Pues dales, quién quite y sale el peine, aquí me quedo. Técnicas usadas y reusadas, sus carnes se despedazaban, sus bellos rostros transfigurados, rasgos y formas, todo drásticamente perdido, profunda desolación. 57


Jalando e inspeccionando a cada uno de los seis muchachos, y en actitud de médico que desahucia a un paciente, -Valió madres todo, ya no se les va a poder sacar nada - con enfado y resignación, expresó ese coronel. -No se preocupe, yo me los echo mi jefe, nomás sujétenlos bien- sin dilación se ofreció el Mayor. Cabezas hacia atrás aladas de los cabellos, no hubo ritual, esa forma de sacrificio, no lo ameritaba. Una mano, un cuchillo, en sincronía, cuántas puñaladas a cada uno, sólo un forense lo podría determinar. Pocos gritos. Las botas se les atascaron en la sangre, también las del testigo, que fue llevado para verificar la autenticidad del hecho. Con el arma en la mano, salpicado de pies a cabeza y manos batidas, salió aquel Mayor, -agua, tengo que limpiarme esta mierda. A un lado de su comandancia, frente a la ventana principal, Arcate, tenía preparado un agujero, donde fueron depositados aquellos despojos, tapados, y vueltos a tapar. Siempre alerta, no sea que no estén bien muertos y quieran escapar.

VII

-¡No voy a permitir que maltrate y se meta con mi gente, están bajo mis órdenes y me fueron asignadas directamente por mi Comandante!- le grité. De pronto apareció el Comandante de la Zona y desde su caballo increpó, ¡Manuel Solares Santos! ¿Qué pasa? 58


-Mi General, el ingeniero se me está insubordinando, antes era Mayor, ahora soy Teniente Coronel, y éste un simple Teniente, lo voy a arrestar. -Usted no arresta a nadie, el es el director de la obra, deje de meterse con él y con sus oficiales- con acento determinante y enérgico le ordenó. -Ta bien-, sumisamente aseveró y se retiró.

-Qué pasó muchachito, tú tienes la razón, pero no te metas con él, porque ese te mata, tú das la cara, él es un criminal, mató a seis y no le tembló la mano, a ti te va a pegar por la espalda, no te va a dar de frente.

VIII Pasaron como diez años, sabía que vivía por ahí, estaba en su tiempo del retiro y el olvido, alguien me dio su dirección y quise pasar a saludarlo, no me correspondía juzgarlo, quizá también él había sido una víctima. -Pase, está dormido. -¡Cobos!, no quise molestarlo, obtuve su dirección y decidí venir a verlo- le dije apenado. Me sorprendí al mirarlo, se levantó trastrabillando, su pelo enmarañado, su mirada vidriosa, su rostro de una palidez cadavérica, había adelgazado, estaba encorvado y avejentado.

-¡Gracias que vino, y me despertó, mi Jefe!, estaba soñando aquello, no he podido olvidarlo, no he podido. 59


IX

Con el correr del tiempo, yo tampoco. Han pasado muchos años desde aquel siniestro 22 de Septiembre de 1968, y todavía me estremece el recordar cada frase de este relato, si me dijeran cierra los ojos es el momento de un deseo, evocaría toda una vida que no alcanzaría para en nombre de todos aquellos a los que destrozaron pedir perdón, no para expiarlos, sino para borrarlos de una vez por todas de esta reminiscencia. Aquel Mayor, provocador, torturador y asesino, inmediatamente Teniente Coronel, no sé qué más hizo para llegar a General, aún se le ve rondar los pasillos, y oficinas de nuestro Ministerio. La vida de Agustín y sus cinco compañeros, la calcularon como en un recorrido turístico. “Salve a la patria” ¡Un ascenso! ¡$10, 000 pesos!

¡Juerga en el mejor hotel de la ciudad, con Cena-show y la presentación de la estrella nacional del momento! Agustín, los otros cinco muchachos, y el desenlace de sus vidas tienen perpetuidad en el cementerio de mi memoria.

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“El monstruo no es sólo el de las pesadillas”

Transparente La noche nunca será suficientemente larga para no despertar a ese estado miserable que se eterniza con el amanecer, donde lo finito nunca aparece, en el que todo se recircula, el sueño interrumpido, el hambre, los pasos a ninguna parte, el ruido, la ausencia de césped, la tierra suelta, tener que estar, el no saber para qué y menos aún porqué. -No me mires así, no trates de escudriñar, puedes mirarme fijamente, mis ojos son sólo marcos de ventanas que nunca existieron, sin reflejo, sin una luz; podrás traspasar mi ser y llegar al otro si quieres, o a ninguno, ellos también están vacíos- en silencio respondía. -No confundas. -Me he perdido, todo mi ser siempre ha estado perdido, no busques llanto, ya se me olvidó. -Todos están extraviados, yo misma dudo mi existencialacónicamente asiente. Si su cuerpo no fuera el de una niña, creerías que era el fantasma de una mujer mayor. -Pero contesta, ¿Qué viste, percibiste algo?

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-Sí, un hueco inmenso, nada que reflejara un brillo. En la primicia de un abismo, contrasta una tenue claridad, en ella todo era penumbra, viento entre grietas, paraje yermo, soledad y oscuridad infinitas. En las iglesias los vitrales son para verter el paso de la luz divina; nuestra mirada se convierte en el delicado cristal de iluminación intensa, a través del cual dejamos ver nuestro contenido y vivencias, transmitir deseos, inspiraciones, pensamientos, invitación a que el otro se acerque, brinde su mirada, y si escudriñas más, vislumbras el alma. -Al buscar en sus ojos penetró en mí un frío estático, habitante de mucho tiempo en esas cuencas, de más adentro vino un eco silencioso de dolor. Llegó un momento que sin obstáculos quebrantaba su ser, convirtiéndola en un espectro sin forma, sin ataduras, sin referentes, porque nunca perteneció ni a ella misma. Su existencia estaba trunca, quedó en un limbo de abandono. -Quise imaginarla diferente, y créeme no pude. El mundo que habita, nuestro también, es indiferente, nadie mira. No los culpo, ganar algo para comer es su prioridad, y para nosotros, no verlos también. La sobrevivencia apremia, se convierte en lo inmediato, si bien sacrificas lo demás; tú interior queda expuesto a la malicia o benevolencia, según sea el caso de quién te encuentre en tu desolación. No van a mediar las razones de tu indefensión; desde un estado igual, el miserable se hará de poder sobre ti, su apetito de venganza lo volcará porque no puede con los otros, lo hará a escondidas, no habrá piedad, y corres el riesgo de la complicidad, porque no es su vida, también carece de una, quizá del mismo modo desee la carroña de ese poder ejercido, fuiste la presa. 62


-En qué momento ocurrió, no lo sé, las manchas estaban secas. En un acto de descargo de culpas pensé que sólo era la blusa, pero no podía obrar tanta autocomplacencia, el pantalón entre sus piernitas estaba aún más manchado. -¿Te sorprende? Nadie lo notaba, su mamá sería la vendedora de los chicles, la de la esquina, la que está recargada en el poste; su papá sería el de los cacahuates, el del periódico; ¿Ya lo sabrían?, ¿Qué hicieron?, a caso existirían ambos, uno, o ninguno. ¿Cómo ocurrió?, quizá ni ella misma supo, desde antes la habían convertido sólo en una sombra. El que no calcula distancia me golpea, un cabeceo instantáneo, enderezo, y la pequeña ya no aparece, se desvaneció, sin huella, sin rastro. También yo desaparecí.

A quién quiero engañar, también me he convertido en el inhabitable hueco profundo de este árbol.

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“La noche se vuelve interminable, mientras las bestias no dejen de saciar su apetito”

Con todos Esta tierra quedó árida, difícilmente podrá volver a verse como antaño. -Mira en qué pocas semanas los olivos comenzaron a secarse, ni una aceituna, antes en esta temporada estaban tupidos, y en el molino no nos dábamos abasto, recuerdas hijo- suspirando lamenté. Alberto incrédulo, sólo abría más sus bellos ojos negros, como los de su madre, pero con una expresión de tristeza, por no poder saborear los frutos inexistentes; su papá afanosamente revisaba rama tras rama sin éxito, pensó los que se quedaron saquearon-, pero era imposible, todos tenían miedo, antes que robar árboles, las pocas pertenencias abandonadas en las casas de los que huyeron, hubieran desaparecido. No fue así, fantasmalmente todo estaba intacto, únicamente polvo, incluso los animales, si bien desperdigados por todo el pueblo, nadie los molestó y muchos yacían muertos por las polvosas calles. -¡Papá, papá!- fueron unos gritos de terror ensordecedores. Aturdido, -¿Qué pasa hijo?, de entre unos matorrales 65


irrumpió abruptamente, un enorme cerdo, de su hocico escurría sangre, y con sus dientes jalaba una cabeza humana.

Alberto corrió a abrazarme; sin aliento y con la respiración contenida, cargué al niño, desistiendo de la búsqueda de aceitunas, -Concha de todas maneras tendrá algo para comer- dije resignadamente. Los combates habían sido duros; si bien todos eran revolucionarios, tiempo atrás se dividieron, según ideas, proyectos divergentes, pero más que nada intereses, unos por cambiar para seguir detentando la hegemonía como hacendados y burguesía agraria; y los otros por mantener el sentido de lo comunal, el arraigo al pueblo, y resarcir siglos de explotación. En la región hubo más afinidad con los segundos, por cuestión geográfica y creencias, la mayoría del pueblo hacía viajes a “tierra caliente”, el ideal y demandas zapatistas fueron acogidas efusivamente, preservaba el sentido prehispánico de veneración hacia la madre tierra, idiosincrasia enraizada en todo el centro del país y comunidades indígenas; para muchos de los combatientes zapatistas su percepción de la lucha era más local, la idea de lo nacional no prevalecía como en la mentalidad de los líderes de los ejércitos norteños. Los que venían del Norte sorprendían, por su vestimenta menos humilde, camisa, pantalón, botas, sombrero tipo texano, buenas armas, y la gran mayoría a caballo; sin embargo, no se perdía la atención en aquellos hombres cuyas tonalidades de piel iban del rojo al oscuro, altos, muy fuertes, pelo lacio un poco largo, de calzón corto, 66


con cinta atada en la frente, con una especie de saco, que acompañados por el sonido de una flauta, avanzaban en columna tocando un raro y pequeño tambor; no eran muy buenos combatiendo, más bien de movimientos torpes, pero de admirable resistencia en largas caminatas, para aguantar la sed, el hambre, y cargar cosas; eran seris y yaquis de la lejana Sonora, los habían enrolado como combatientes por la promesa de reconocerles los derechos sobre sus tierras, su identidad y solucionar el viejo conflicto con el gobierno federal, si bien para ello se emplearía la negociación y las armas, se les apaciguó por las buenas y también por las malas durante los gobiernos posteriores, principalmente en el de Adolfo de la Huerta.

En este pueblo quedaron muchos, incluso me sucedió ver entre tantos muertos a uno que iba caminando con su rostro y extremidades agusanadas, perdido, casi inconsciente, porque metros más adelante se derrumbó en estremecedora agonía. Fueron escenas espantosas una tras otra, la mortandad, no dejó razón para alguna vez volver a creer en la compasión. Tulyehualco y los pueblos aledaños olían a muerte, a carne pudriéndose, la gente que ya no pudo salir se encerró en sus casas, comían lo que podían, lo almacenado, lo cosechado en los patios o pasaron hambre. Cuando los combates terminaron, la gente permaneció escondida, nada era seguro, y menos con los horrendos ruidos que se escuchaban por las noches, entre fuertes golpes en las puertas, lamentos, pasos, voces de 67


contenidos imperceptibles, disparos lejanos; pero lo más escalofriante eran los aullidos de los perros, prolongados, estremecedores, se podía reconocer un profundo dolor. A falta de dueños que los alimentaran comieron carne humana, nunca la digirieron; con los vientres a reventar, embarrados de una grasa mal oliente, tambaleándose sólo tenían fuerzas para bajar a la barranca y beber el agua estancada, todos fueron muriendo poco a poco, no sin antes como en acto de arrepentimiento -por aquello del mejor amigo del hombre- aullar incesantemente por la noches. Los cerdos hicieron lo mismo, sólo que a diferencia de lo ocurrido con los perros, en ellos no hubo remordimiento, comieron hasta el hartazgo -carnicería convertida en festín- engordaron, y cuando comenzó a regresar la gente, los vieron como suculento platillo, no mediaron las razones sobre el origen de su volumen, todos fueron dispuestos. En otra salida para llenar los cubos en los ojos de agua que abundaban, me percaté que estaban secos, sus fondos los cubría una lama verde y pestilente, de rodillas y con la vista clavada en la profundidad de los mismos, no me di cuenta de lo que había atrás entre los altos y abundantes truenos, el viento me lo mostró, sopló tan fuerte, que trajo hasta mí la sensación de que alguien estuviera agitando un gran papel de china, cuando volteé, mi razón, mi experiencia, mis años, no podían creer lo que veía, eran dos cuerpos colgados, vertidos, secos, como si les hubieran absorbido todo su contenido, y que el aire movía con burlona armonía, quedé helado, 68


y más cuando abajo en dirección a sus pies había una especie de montículo como el que se acumula cuando hacemos queso, ya formado completamente blanco, lo escurrimos y depositamos en otro cazo, pero el aspecto de este era grisáceo y despedía un insoportable olor; aventé los cubos y salí corriendo. No sé si fue el miedo, la impresión, el asco o todo a la vez. Para entonces aún era difícil ver gente en las calles del pueblo, su empedrado había desaparecido en una gruesa capa de polvo, fue como si cada hombre que combatió lo hubiera traído entre sus ropas; los muros de muchas casas estaban perforados, una parte de la fachada principal de la iglesia quedó derruida por los cañonazos; sin embargo no hubo saqueo ni en las casas abandonadas. El pillaje fue en otro sentido, se secaron los pozos, los sembradíos, todos pasaron por encima de todo, los árboles están marchitándose con gran rapidez, el verde y su brisa se fueron, y dieron paso a un viento inclemente que se mete hasta los huesos, y a una terrible sequía; hay una gran desolación habitada por las almas sin descanso de los muertos. Y cómo no, quedaron regados por doquier, muertos, agonizantes, mal heridos, sin atención, que tuvieron un desenlace lento, todos sin paz, sin consuelo. Han transcurrido muchos años y aún se les escucha vagar por estas calles, ejidos, chinampas, árboles y el monte. A mi mujer y mis hijos logré sacarlos del pueblo cuando se aproximaban las tropas de obregonistas que iban contra los carrancistas y luego contra los zapatistas, imperó la confusión, la huida en tropel hacia los pueblos

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vecinos por los cerros fue más segura, principalmente las mujeres con sus hijos y la mayoría de los hombres las siguieron, Concha no fue la excepción, tuvo miedo por los hijos mayorcitos, se hablaba de leva, pero no la hubo. En cuanto supe que habían cesado los combates, regresé, había anochecido, por ello no me percaté de las sombras, el sufrimiento lo atestigüé después. Llegué a casa de mi primo Julián Mendoza, eran muchos hermanos, y de solteros habíamos tenido un sin fin de hazañas, a caballo, cazando, comerciando, viajando a los pueblos del sur; eran de espíritu aventurero, idealistas, y ello los condujo a marchar con la revolución y enrolarse en los diferentes bandos, incluso con los norteños, varios ya habían alcanzado algún grado. Esta participación activa fue el salvoconducto para la familia, porque ante la amenaza en el pueblo de la presencia de una de las facciones beligerantes, bastaba sacar el letrero correcto “Aquí vive la Familia de ______________________ Mendoza,______________ del ejército___________”, para que la respetaran, bueno hasta uno de ellos era Teniente en el Ejército Federal. Su casa estaba a las orillas del pueblo fue la ruta más segura, supe que no huyó, porque lo conocía bien, su afabilidad y sencillez ante la vida lo hacían invulnerable, más que el letrero en turno. No hizo falta preámbulo, creo que hasta la forma de tocar puertas me conocía, y a pesar de la distancia entre la casa y el portón, escuchó. -¡Hermano Cecilio, bendito Dios, si todavía existe! - exclamó con gusto y nostalgia. 70


Nos abrazamos como nunca, la angustia y desolación de esos siniestros días, nos volvieron más humanos, más sensibles, más niños. Platicamos, reímos y lloramos. Las cosas materiales eran lo de menos, habíamos perdido lo trascendente, la paz de una cotidianidad inocente aunque hubiera pobreza en el entorno; mi familia era propietaria de grandes extensiones de tierra, pero sin jactancia o alevosía, por ser yo quien cuente la historia, no ejercíamos injusticia, sino el trabajo honesto de todos nosotros incluidos mis padres, y pocos trabajadores con buena paga y servidos de nuestra mesa. Nunca nos condujimos con prepotencia, la tiranía andaba por otros lados, si bien en la región había razones de sobra para que cualquiera se levantara en armas. Estuvimos platicando toda la noche, alumbrados por el escaso fuego de un brasero, donde calentó agua con hojas de naranjo para paliar el frío; me confesó que no encendía ninguna lámpara de alcohol porque tenía miedo, y no de que se delatara su presencia, sino de todas las almas que andaban penando por el pueblo. Según él, como quedaron abandonadas en las tinieblas, buscaban algo de luz para guiarse, me aseguró que podían verse arremolinadas frente al fogón, desplazándose una contra otra. No sé realmente, pero mi gran amigo Conrado, el sacerdote del pueblo, años después quedó sordo de tantas veces decía, ser confesor de muertos, que con apariencia de personas vivas lo interceptaban en el camino, le salían al paso pidiendo su atención, al principio en verdad creía que eran de este mundo y andaban extraviadas, pero lo que le sorprendió la primera vez, fue el timbre cavernoso de la voz de un hombre y el frío aliento que emanaba de 71


su boca, concluido el ritual vio cómo se alejaba hacia la cañada, en otra ocasión después de confesar, observó a su penitente convertirse en esqueleto despeñándose por la barranca. No obstante, después de tantos años, por las noches se escuchan pasos de caballos, voces ininteligibles, lamentos, y nadie se atreve a salir e investigar. Con toda esa carga de emociones, fuimos enlazando recuerdos, sobre todo aquellos evocadores de nuestro origen y antepasados. Como una necesidad cuando nuestras vidas se ven acosadas por las consecuencias de ciertas decisiones, o por una cadena de circunstancias adversas, y en ocasiones ajenas a nosotros, que trastocan toda nuestra existencia. Era lo que nos había ocurrido, el pueblo sin consciencia de clase jamás pensaría en una revolución como cambio social, pero un proceso de esta naturaleza ¡claro! que cambia las dinámicas cotidianas e impacta en la apreciación que cada quién tiene de sí mismo. Unirse es de valientes, rehusar a participar es cobardía, aunque sea por la conveniencia de obtener o saquear algo, con las ventajas y desventajas que ello implica, por las conductas justicieras, alevosas, perversas de quienes en ese momento tienen potestad de ejercer ciertas atribuciones anteriormente inimaginables, sobre todo para la gente de abajo, la cual nunca ha sabido lo que es detentar poder, porque nunca lo ha tenido, y de repente verse cubiertos y protegidos por ese liderazgo oculto, y el anonimato que da la masa, los hace sentir supremos, inmunes a cualquier reclamo, si bien son capaces de grandes hazañas, lo mismo de cometer crímenes insospechados en nombre y bajo el cobijo de la 72


revolución por la que dicen pelear. Nuestro primer referente fue papá Lolito cobijo de todos, hijo de “españoles legítimos” como se autonombraban mis abuelos, nacido en estas tierras, siendo muy joven, 100 años atrás le tocó el inicio y guerra de Independencia, y por sus ideales se sumó a la causa, sus padres por su origen decidieron marchar a España, dejándole una encomienda, -Tú eres hijo de españoles nacido en esta tierra, pero por ése sólo hecho ésta es tú patria, nosotros somos los invasores, lucha por ella. El se quedó, su participación en el ejército insurgente lo hizo blanco de persecuciones hasta llegar a la prisión San Juan de Ulúa, de donde escapó las dos veces que estuvo ahí. Al término de la guerra, regresó a este pueblo donde había vivido, a seguir cultivando la tierra, sembrando olivos, casarse, tener descendencia, y por sus servicios a la causa independentista, las autoridades le entregaron unos pergaminos en los cuales se reconocía su destacada y valerosa participación, con mención extensiva a su familia, los cuales ya anciano, le fueron arrebatados de sus manos, y quemados por un pariente lejano no incluido en tal distinción. A pesar de los avatares en los que se vio envuelto el país entre el fin de la revolución de independencia, las luchas internas para consolidar el Estado nacional, las heroicas defensas de nuestro territorio frente a las invasiones extranjeras, el fortalecimiento del proyecto liberal, la restitución de la República, que implicaron ríos de sangre y significaron razón suficiente para que mi padre

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hasta su muerte a finales del siglo XIX, y toda su generación, -la nuestra lo dudó-, creyeran en un futuro promisorio y que los miedos habían sido desterrados; en esa engañosa calma, subyacía la inquietud de la lacerante desigualdad. Ver que en el acontecer diario, la sobrevivencia material de las familias era de subsistencia, que las relaciones de dominación no habían cambiado desde la colonia y generaciones de mexicanos seguían dentro de ese círculo. Quién le hubiera dicho a mi padre que una centuria después, la gente se volvería a levantar en armas, porque el legado de los insurgentes, descendientes, combatientes, quedó en el limbo, nadie cumplió. Todo ello fue nuestra divagación de esa velada, mi primo era un hombre bastante intuitivo; pero con toda nuestra experiencia acuestas nos sorprendía la barbarie en que se había convertido esta revolución.

Varias décadas después, ya anciano, en una tertulia, alguien osó hablar de la revolución como uno de los grandes sucesos a festejar en la historia de nuestro país. La verdad me enojé, y de un grito hice callar al imbécil que profirió tales palabras, le contesté que ese acontecimiento había sido una terrible tragedia, que no tenía que celebrarse, después de esos años, se dijo habían muerto más o menos un millón de mexicanos, en mis cuentas si esos muertos los colocáramos uno al lado de otro ocupando un metro, llegaríamos hasta Monterrey, que los principios por los que se peleó no se habían cumplido, que no podíamos vanagloriarnos de tal desgracia, convertida en botín para unos cuantos. 74


Porque efectivamente, aún con su contenido ideológico, nuevos proyectos de leyes, ruptura con el orden de dominación establecido, avances sociales, expresiones culturales diferentes; una revolución es una catástrofe convertida en drama y sufrimiento para un pueblo, en verdad nadie quiere llegar a esos extremos de desesperanza, si bien bajo ciertas circunstancias inminente. Otro gran amigo mío, el General Matías Ramos Santos, militar, hecho en la revolución y después asimilado en el nuevo ejército institucional, me contó que sus subordinados, lo quisieron sorprender con la creación de un reconocimiento especial con honores y medalla, para todos aquellos soldados de alto rango cuyos orígenes estuvieran en la revolución y sus postrimerías, le llamaron “A l Mérito Revolucionario”, y que cuando le llevaron la condecoración, sin preámbulos, pidió la pusieran en el “cajón de los pendientes urgentes”, sabían que era el lugar para destinar las cosas que mi amigo consideraba intrascendentes o encomiendas poco meritorias, todos se sorprendieron por el desprecio mostrado a esa deferencia, y ante el enojo de sus subalternos, les explicó: -Me tocó vivir una época trágica en que se mataba o moría, pero afortunadamente viví, pero desafortunadamente matando mexicanos, si esta misma distinción me la otorgaran por haber matado franceses defendiendo a mi país, como lo hicieron mi abuelo y mi padre, con mucho orgullo me la ponía, pero me la dan por matar mexicanos.

-Julián, Julián, Julián, por piedad abre, abre por favor- nos despertaron esos gritos desesperados reflejo de una gran angustia.

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-¿Qué pasa Cecilio, quién será?- sorprendido me preguntó Julián. -Abran, soy Francisco. -¡El primo Pancho!- admirados dijimos. Corrimos a abrir, por la desesperación de los gritos, supusimos que algo grave sucedía, llegó jadeante, pálido, fuera de sí; las noticias que traía eran terribles, su papá lo mandó a avisarnos que Cipriano, Felipe, Pánfilo, el Motocle, Joaquín, Remigio, junto con otros levantados en armas, según ellos con los zapatistas, nunca se les comprobó su adherencia, habían ido en la noche a casa de Don Pablo para llevarse a una de sus hijas, y que fue una de las pequeñas, porque las dos más grandes, semanas atrás habían partido con sus maridos. Julián a pesar de su viveza, no entendió, porque ilusoriamente le dijo a Pancho, que estaba muy chica para saber cocinar. La niña tenía casi 12 años, y les despertó una gran lascivia. En su gusto de sentirse importantes, invulnerables, impunes; con toda alevosía, irrumpieron en la casa de Don Pablo, lo conocían bien, los conocía perfectamente, todos los conocíamos, eran del pueblo, nuestros vecinos. Con insultos, golpes y amenazas, lo tiraron al piso, sujetaron a su mujer, agarraron a la más pequeña, y exigieron les dieran a Carmen. -Muchachos, que quieren, ya no tengo maíz, no hemos podido salir al campo, ustedes mejor que nadie saben, sólo tengo lo que da la huerta del fondo, llévenselo, ¡Ah, miren unos centavos!, y si quieren pues jálense la vaca.

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-¡Ah que Don Pablito tan chistoso!, no queremos nada de eso, venimos por su hija. -Las mayores no están, Carmen y Fortina son muy pequeñas, no saben hacer nada. -No se preocupe, nosotros les enseñamos. -Pero muchachos, no entienden. -¡No!, el que no entiende es usted, queremos a Carmen, para que se divierta. -Es todavía una niña. -Ya que vaya aprendiendo, entréguela. En ese momento comenzaron las amenazas y los golpes, en medio de su ira Remigio de un culatazo tiro a Cayetana al suelo, excitado como fiera salvaje se abalanzó sobre ella levantándole sus enaguas, hábilmente se bajó los pantalones y separándole sus piernas la penetró, una y otra vez hasta saciar ese apetito. Sobre tantos dolores más que físicos, el del alma, se llevaron a la pequeña Carmen, arrastrándola como un pequeño cordero que no sabe cómo su muerte está sentenciada. Con súplica, llanto en sus ojos evidencia de la rabia e impotencia contenidas, con un nudo en la garganta, y voz lastimera Don Pablo les preguntó, -Pero muchachos, por favor, ¿Con quién se va a ir?, ¿Quién de ustedes la quiere? -¿Cómo que con quién?, pues con todos Don Pablito, todos la queremos. No fue broma, todos pasaron por ella, ninguno la besó, 77


ninguno optó por el preámbulo del cortejo, las caricias que vuelcan la humedad y despiertan el deseo, vuelven candente la piel, juntan labios, abren bocas, compartan alientos, lentamente siembran un cuerpo en el otro, se susurran palabras que buscan el halago y complacencia mutua, exilian el tiempo, y se elevan con el clímax en comunión de almas; si bien delicias inmerecidas para su corta edad, también pequeña para intuirlas. Y ellos completas fieras siquiera para imaginarlas. El eco de sus gritos en complicidad con los verdugos rebotó en los árboles del monte, recirculó entre éstos para ir muriendo con la víctima. Su frágil cuerpo rápidamente llegó al umbral más profundo del dolor, en medio de un sudor y tremores incesantes perdió el conocimiento, ya no sentiría más dolor, sus esbirros ni cuenta se dieron, continuaron su orgía de fluidos que saturaron el inerme cuerpo de Carmen, los que se mezclaron con la sangre que brotaba de entre sus piernas. Sucia, desnuda y fría hasta sus huesos, fue colocada boca abajo sobre las ancas del caballo de Cipriano; despuntaba el amanecer, hacía frío, la neblina estaba muy baja por las cañadas, uno de ellos le echó una cobija encima, pero no por compasión, sino para ocultar el cuerpo, no fuera que alguien los delatara aunque sea con la mirada. Tomaron el sendero que baja del cerro y pasa por el panteón, por ellos la hubieran dejado ahí, pero su dádiva no estaría completa si no la entregaban de vuelta a su padre. Desconozco por qué ése vil ensañamiento, ése afán mórbido de confundir el alma, ¿Qué agradecer?.

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Todas las maldiciones, todos los juicios, todas las condenas, ni la perpetuidad en el limbo de un oscuro abismo, no bastarían para purgar por una salvación.

-¡Don Pablo, Don Pablo!-, a grito abierto lo llamaron. Temeroso abrió su portón, su mirada vidriosa por el llanto no los miró, se atuvo al diálogo de ellos. -Aquí está de vuelta Carmen, a ver dónde la pone, viene un poco dormida-, cínicamente le advirtieron. La bajaron envolviéndola con la cobija, apresuradamente la pusieron en los brazos de su padre, -Cuídela, parece que le cayó mal el frío. Al abrir la cobija, Don Pablo no podía creer lo que miraba, la pequeña seguía inconsciente, sus labios amoratados como el resto de su piel, la sangre había empapado el jorongo, y despedía un olor nauseabundo, que no provenía de su interior sino de lo que le habían vertido, la llevó a su improvisada cama, entre Cayetana y él la limpiaron con trapos de manta y agua caliente que pusieron en el brasero, su mamá le buscó una ropita para cubrir el cuerpo, por una tenue corazonada sabían que vivía, algo de aire se percibía por su nariz, no fue por mucho tiempo, de su conmoción pasó a la muerte, no estuvo consciente de su desenlace, ella cortó su lucidez lo más pronto que pudo. Salimos apresuradamente, en el trayecto Pancho nos fue dando la información, no fue necesario llegar hasta la casa de Don Pablo, a unos metros lo observamos empujando una carretilla donde llevaba amortajado el cuerpo de su niña, estaba pálido, envejecido, su mirada 79


podía ser traspasada por la ausencia de llanto, sus labios secos, no por sed, sino por el hueco del hambre, el dolor, la soledad y la angustia, no observaba atravesaba horizontes hacia ningún punto fijo. Sin mediar palabra, Julián, Pancho y yo nos quitamos el sombrero y caminamos tras de él, rumbo al panteón, no había lugares asignados, cualquier pedazo servía, Pancho corrió con el tío Mariano y regresaron ambos con una pala, que en esas condiciones era un lujo, y empezaron a cavar, nos fuimos alternando, y en un breve tiempo la fosa estaba formada, con cuidado cargó a la niña, nuestra alma se resquebrajó por que la mortaja no fue suficiente para cubrir la crueldad, me metí en el agujero para recibirle a su hija que en cuclillas Don Pablo cuidadosamente me entregó, la acomodé y con ayuda de Julián de un salto estaba afuera, Tío Mariano empezó a palear la tierra, no hubo flores, ni rezos sonantes, creo que cada quién en su mente exclamó algo, lo que sí, rodaron nuestras lágrimas de las que su padre careció, porque sus ojos se quedaron marchitos desde una noche antes. Los llamados revolucionarios, se perdieron por un tiempo del pueblo, volvieron cuando todas las mujeres con sus hijos comenzaron a retornar, las suyas venían por delante abriéndoles el paso, eran de los valientes del pueblo que se habían unido a la causa, por lo tanto intocables, traían grandes ejemplares de caballos, muy buenas armas y se les veía sonrientes, satisfechos, como si hubiesen participado en los grandes combates armados e ideológicos por las reivindicaciones de los pobres. No hubo quien les disputara su influencia, se apropiaron 80


de lo que quisieron, de aquellos que directamente conocimos su crimen guardaron distancia, siempre esquivaron pasar cerca de la casa abandonada de Don Pablo, temían que alguien cobrara venganza, les prohibieron a sus hijos cruzar palabra con nosotros; pero las mujeres que prodigan confesiones entre ellas, nos dijeron que las de esos los justificaban, “porque sus maridos necesitaban una mujer, no pudieron cumplirles por la huída, y de cualquier manera ellos tenían que desahogarse y como el pueblo se quedó sin viejas, tuvieron que echar mano de donde hubiera, además a los doce años ya se tienen ganas”. Es extraña esa parte de la vocación femenina de justificar y proteger a su hombre, en contra de las propias de su género, se les advierte la necesidad de conservar a su macho externo y al que anida en su interior, lo enaltecen y alimentan cotidianamente. Las huellas de esa noche en el rostro de Don Pablo, aún me despiertan las madrugadas de estos años.

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“Todo infierno siempre se viste de paraíso”

Manos Aquel lugar de ensueño, de felicidad cuando mis pies bordean las arenas de su mar, pletórico de romances, cuerpos bien dotados, expuestos al sol, la Babel cosmopolita que a pesar de la multiplicidad de lenguas todas confluyen no al desquiciamiento sino al placer. De día en el lado bonito, todos exhiben la moda casual, vaporosa, de bellos colores, que delinea las curvas y voluptuosidad de cualquier cuerpo, las más deshinibidas dejan sus senos al aire, firmes, apetecibles. Por la noche se da rienda suelta a todos los deleites, cuerpos contorsionados en el baile o el sexo, sin culpa porque todos están de acuerdo. En ambientes lujosamente construidos y decorados, zonas residenciales, centros nocturnos, hoteles, residentes y turistas se trasladan en los mejores autos, porque el transporte público es de uso exclusivo para el personal de servicio. En sus restaurantes, los mejores manjares se sirven en abundancia y desperdicio, nadie es obligado a nada, en absoluto se brinda o niega, hasta la prostituta pobre que pasa ofreciéndose a los que degustan su copa en atmósfera de brisa, vista al mar, menú de precios inalcanzables para ella, a primera vista no convence, hasta que en un acto voluntario pero desesperado se 83


levanta la blusa y enseña su mercancía, asume el riesgo que si el mesero se da cuenta, está facultado para correrla a golpes si es posible; pero algo satisfizo al posible comprador quien negocia el precio y sale con el compromiso de regresar a seguir el banquete. Reitero, nadie obligó a nadie. Eso sí, todos te advierten el no ir para tal o cual lugar, ni tampoco allá, ni se te ocurra caminar por la playa a partir del ocaso, no tienes necesidad, por aquí es bastante seguro. El resto forma parte de la normalidad, no vale la pena arriesgarse. Comprobado está que la mayoría de las veces el ser turista te aleja de la reflexión, te convierte en inmediato y superfluo y viajas sin percatarte del resto que te rodea, porque compraste la historia de lo que es normal, y dejas de advertir los pasos de los otros, que sobreviven de las migajas que vas regando. A partir del hambre, entre los últimos despojos que algunos pueden infringir contra un semejante, fue su vuelta a la realidad. Era turista, después de leer recostada en la arena, con las mejores galas para la ocasión, el antojo apremió, y por afán de hacer asequibles sus resabios, optó por algo sencillo, ya vendría la noche de despilfarro, el agasajo en la terraza “nice” de su restaurante favorito. Para esas ocasiones de necesidad y satisfacción apresurada, inversionistas con algo de ingenio y despreocupados por la buena salud, exigencias de chefs, nutriólogos y amas de casa; crearon el invento del 84


siglo y lastre de cualquier futuro, la comida rápida y sus llamados restaurantes. -¿Por qué no?-, se dijo así misma, aventurarse en uno de ellos, como turista ataviada con ropa casual de portada de magazine, bolsa propia de playa, su infaltable “english newspaper”, sandalias de diseñador, nadie debía dudar su condición: ni pobre, ni lugareña, siempre extranjera con pasaporte y dólares, muchos, lo que la hacía rica frente a una moneda devaluada y un pueblo muy necesitado. Ingresó al lugar, sin saber el idioma, pero qué importaba, su porte los obliga a dilucidar su apetencia. Orden cumplida, con la charola se dirige a una mesa, la más sola con ventana y vista, aunque sea a la acera propia y de enfrente; en esos lugares difícilmente conservas la exclusividad y tienes que compartir tu mesa, tu espacio, aunque lo haces, impones la actitud de ignorar al presente, que siempre será ausente por el resto de tu vida, hasta ese día.

Ese tipo de comida carece de sabor y sazón degustables, todo tiene un toque tan artificial y químico, que los primeros bocados perturban las papilas gustativas de tal manera que los siguientes son por compulsión más que por apetencia, hasta que la lengua despierta de su letargo y descubre lo desagradable de esa ración, y dejas el plato con tus desperdicios. En víspera de su digestión que comenzaría después de retirarse, vuelve a contemplar el lugar, tan ausente y segura de no pertenecer a ese entorno, que lo acontecido generó un sobresalto e impidió una reacción más humana de su parte, y aunque hubiese sido posible, otros factores la podían impedir.

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De repente, un cruce de manos, las primeras pequeñas, las del otro grandes, fuertes, y las suyas en la inoperancia de respuesta, pero todas sobre el plato aquel de sus sobras; las primeras a hurtadillas para hacerse de esas bazofias, las segundas para impedir que ella arrebatara, aunque no fuese su intención, y las suyas con duda de brindar o retirar porque el objeto de tal encuentro resultaba humillante para las manos pequeñas.

En toda esa repentina acción, alcanzó a ver por la ventana, que esas manos eran de una niña de piel oscura, cargando a una bebé como de un año, seguida por otros tres de edades alternas; las manos fuertes eran de un joven vestido de militar con el cual sin darse cuenta había compartido su mesa, con sus manos detuvo las de ella, luego con una continuó sujetándola, la otra la dirigió a su boca y le hizo la seña de guardar silencio, no decir nada, cuando se asoma nuevamente, la niña mayor con la provisión en mano había corrido seguida por los otros; el militar pide disculpas y agradece su silencio, le explica que cualquier alerta y más por provenir de una turista, los niños no se escapaban de una paliza por los empleados del lugar. Aquella breve sensación de compañía que trajo su mente a la realidad, la escolta a la salida y cortésmente se despide.

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“Tomar los caminos sabiendo su inicio, sin afán de conminar a nadie y rehusar a proyectar destino absoluto”

La silueta A ese lugar no se puede entrar apresuradamente, al trasponer el umbral de la puerta, se ingresa a un exclusivo mundo cuidadosamente diseñado. Dos pequeños senderos, uno que guía por un recorrido a todo el entorno y el otro directo a la casa, ambos adornados con bellas plantas y flores, de la naturaleza endémica del resto del país, y otras de confines geográficos exóticos; que en perfecta combinación armonizan con todos los pájaros silvestres, avecindados de tiempo atrás, su idea fue nunca tener aves en cautiverio, las jaulas por finas que sean alteran cualquier belleza, y no dejan de ser prisión para el infortunado ser dentro de ellas. Ese entorno era de quietud y silencios inesperados, sempiterna bella combinación por las extensiones de las plantas cuidadosamente entrelazadas, que formaban bóvedas de distintas tonalidades de verde delineadas por los cafés de sus ramas, hidratadas por el riego manual, la lluvia, y la humedad de las fuentes preparadas, con diferentes intensidades de flujos de agua, que crean una melodía singular. El otro camino, menos sinuoso, conduce directamente a la entrada principal de la casa, siempre lista para ingresar 87


sin previo aviso. Era tal la confianza que mi llegar no fue percibido por nada ni alguien. Discurrí por el camino corto, respiré esa atmósfera de quietud, al ingresar al vestíbulo, lo que se vislumbra despierta indescifrables sensaciones entre curiosidad y deseo; misteriosa decoración antigua, acuarelas, óleos de paisajes, marinas, niñas en el campo, exquisitos desnudos, muebles, sedas orientales, candelabros, retratos, todo de otrora tiempos, quizá mejores o peores; sólo las pátinas podrían hablar su historia. Supuse estaría bañándose, porque no escuché su voz de bienvenida, subí por las bellas escaleras de cantera, la imaginé en su baño de vitrales, su cuerpo delicadamente iluminado cromáticamente por la luz que se filtra través de ellos, sus muslos cruzados por el rojo, sus senos por el amarillo ocre, su rostro por el torna azul que le brinda una expresión secreta de luna entre nubes. La encontré tendida, su torso bocarriba, sus piernas flexionadas hacia un lado, sus manos tendidas por encima de su cabeza, su cuerpo sensualmente cubierto por aquel diminuto camisón de color blanco, del cual sobresalía el esplendor de sus muslos, la curva delineada de sus pequeños senos, la tersura de sus brazos, y lo fino de sus largos dedos, el pelo extendido hacia atrás, su rostro lucía pálido, sus ojos y su boca ligeramente entre abiertos, con la expresión que invita a compartir el inicio de un éxtasis proféticamente prolongado y profundo.

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Me incliné y suavemente con mis labios y deslizando mis manos, recorrí sus desnudos pies, sus pantorrillas, sus muslos, con el toque terso de las yemas de mis dedos acaricié lo que se prolonga más allá de la entrepierna, con ambas manos delicadamente subí su camisón, discurrí con mi boca hacia su vientre, sus senos y pezones turgentes vigorosos, llevé mis manos y boca hacia ellos, la abracé, fusionamos bocas, escurrió su cuerpo y sus afiladas manos me despojaron de mi atuendo, fluyó su boca hacia todo mi cuerpo, entre manos y alientos lentamente sembramos nuestros cuerpos, vertimos deseos, confiamos descripciones precisas de nuestras mutuas satisfacciones, buscamos y practicamos incontables propósitos de placer, todos deliciosos y plenos. Alientos cálidos, miradas brillantes, cerebros y corazones abiertos a las palabras que fluyen de los sentimientos indudables. Era la pulsación unánime del sexo y el corazón juntos para confeccionar nuestro clímax.

No imagino razón, para no vislumbrarnos en esta perene entrega, de anhelo y satisfacción, convertimos al verbo en nuestro intermediario entre caricias, movimientos y ritmos. Las anclas de los dogmas y las buenas costumbres en la víspera, se oxidaron con nuestras humedades. El sueño prosigue, ilusión desvanecida o la pesadilla es real, el corte fue profundo y alternado sin preámbulo en ambas muñecas, cercenó piel, ligamentos, el dolor inmediato al primer roce, prosiguió, si no imaginara su tristeza, angustia, pánico, como en una carrera de huída, escapando de alguien o de ella misma, no encontraría un

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sólo argumento que me hiciera entender porqué inmolar su espíritu e inundar su cuerpo en este rojo afluente. Todo intacto, conscientemente recostada con sus manos por arriba de su cabeza, cabello extendido, labios y ojos entreabiertos, y el diminuto camisón blanco; lo demás, el propio metabolismo del cuerpo se encargó de verter, hasta el último vestigio de vida, de ahí su apariencia transparente, gélida, siempre tuvo pies y manos frías, que bajo el resguardo de mi piel recuperaban calidez de la cual toda mi geografía se impregnaba. Duelo absoluto, muros y objetos callados, discretos. En estos años escucharon el momento, las frases, el dolor contenido, las razones y sin razones, también el placer. -Eres una puta-, tantas veces repetido que parecía el sello de marca en su piel y las cosas. -Acabaste conmigo, me destruiste-, como si no le bastase el esplendor que le dio a su pasado.

-Te desprecio, me eres indiferente-, se olvidó cuando la colocó entre sus obras más preciadas. -Todo es tu omisión - profería con tanta vehemencia, tan seguro de sí mismo, que cualquier ajeno lo daría por hecho. Si bien, siempre me he preguntado culpa de qué, haber amado, creer existir por la luz según el brindaba, tiempos remotos ella no creyó más que en ese hechizo, y la pócima que configuró su historia, y devenir a partir de ese otro genio que la conservó en su botella, que arrojaba y sacaba del mar a voluntad cuando los tiempos no eran favorables a su lucimiento. En ocasiones fue tan prescindible como la 90


calma para un galeón en mar abierto. Sólo la imprescriptibilidad de los momentos, hilos de historias que nunca llegarían a tejerse por la salvedad perenne del tiempo.

-¡Estoy muy triste!, lo leí en alguna de sus páginas. Entre el estruendo de él, y mi abrupto silencio, configuramos los muros de su soledad y muerte, de los que Abril no pudo escapar.

Cuando por fin levantaron su cuerpo, su figura quedó bellamente delineada en el piso, incólume, no hubo necesidad de trazar algún contorno, indispensable para los peritos forenses, en esa silueta no quedo una sola gota de sangre, impecable y muy libre. A pesar de la caverna en que ahogué su eco, reconozco su legado, lo mejor de ella quedó conmigo, entre mis manos, mi boca, mi memoria y sus letras. De todas las maneras quiso escapar, impostergable y perentoria fue su culminación. Que el mar moje mis pies, la brisa acaricie mi rostro, y el sol envuelva mi piel, para saber que no la olvido; mi mirada conserve su brillo y preserve mi sonrisa, como homenaje a esa ausencia, que ahora acompaña mi soledad.

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“A las maestras y maestros de todos mis tiempos”

5 de Mayo 20 -¡¡Por María santísima!! ¿Qué horas son estas de llegar?, ¡Mira cómo vienes!, ¿Qué te pasó?, ¿Dónde andabas?, ¿Vienes sola?, ¿Nadie te trajo? No tenía ánimos para responder esa cascada de preguntas, eran mucho su miedo, enojo y frustración. La falda azul celeste, que delineaba su esbelta figura y su cintura parecía quebrarse como un fino tallo, manchada de grasa industrial, su blusa blanca finamente bordada sucia de tierra y aceite, las medias de seda que le costaban una fortuna para su incipiente salario, estaban luidas y pegadas por la sangre de las rodillas raspadas al igual que sus brazos, a uno de sus zapatos se le rompió el tacón de aquellos de aguja. Su pelo enmarañado, y no digamos su discreto maquillaje, se había corrido deformando sus facciones; por extraños azares de la fortuna o porque fue lo único a que pudo aferrarse conservó su bolso, quizá lo más valioso en su haber era su credencial, que garantizaba su sentido de pertenencia. -Será mejor te des un baño, ahorita te pongo a calentar unas cubetas de agua, quítate la ropa, dudo que salgan estas manchas, ¿Dónde te metiste?, que echaste a perder tu ropa - inquiría su mamá.

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Ella guardaba silencio, en su memoria tenía fragmentos de cuadros, y deseaba dar forma a ese rompecabezas. Igual a hormigas que huyen del agua, cómo habían corrido serpenteando calles, de República de Argentina hasta Nonoalco, donde estaban los talleres de los ferrocarriles, las acrobacias entre rieles y durmientes, cómo unos se deslizaron por debajo de los vagones, cómo otros treparon adentro de los que se encontraban abiertos, algunos saltaron en las fosas de reparación de locomotoras; cómo los trabajadores que aún laboraban y los habitantes de la zona los habían defendido. En la huida sólo se capturan escenas entrecortadas, fugaces, difusas, rápidas; cuando todo termina sucede lo inverso, todo se vuelve lento, los sentidos entran en letargo y el tiempo brinda la sensación de haberse detenido. En esa combinación, la memoria recóndita registra cada movimiento, los sonidos, las palabras, los silencios, el sobresalto, el miedo, la angustia, la desesperación, el coraje, el desaliento; emociones que guarda y destraba lentamente en el reposo del ímpetu, o la resignación frente a la derrota. Reconstruir desde esos sentimientos sobredimensiona las imágenes, abrillanta los colores y se entienden cosas que quizás nunca ocurrieron o dijeron, no obstante imprescindible para seguir de frente si no se quieren abandonar los objetivos de tantas historias y sus fines. El recuerdo más nítido y memorable -¡¡Son los maestros!! Los seres circundantes los cobijaron; ferrocarrileros y vecinos resguardaron el refugio, los primeros con pedazos de rieles, durmientes, piedras,

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botes con aceite caliente, los segundos macetas, cacerolas, ladrillos, todos los usaron para lanzarlos contra los soldados y granaderos que en una carrera desenfrenada y en acción de pinza habían cortado las posibles rutas de escape, acorralados en esos talleres los pensaron presa fácil. Por sus jornadas de trabajo, lo pesado de las herramientas y componentes mecánicos, hacen de los trabajadores de los talleres de trenes, hombres fuertes de músculos desarrollados; así que cedieron la retaguardia a los maestros, y en vanguardia comenzaron a lanzar todos los objetos, su puntería casi siempre acertaba en el blanco, los vecinos desde las azoteas arrojaron sus pertrechos, y por la parte de atrás comenzaron a juntarse y gritar insultos a los soldados y granaderos, a quienes la situación se les puso difícil en todos los flancos, detuvieron la ofensiva, ahora ellos eran los acorralados, así permanecieron al acecho y horas más tarde se les ordenó la retirada. Nadie se movió de su posición, sólo ellos; las señoras mandaron a sus hijos a hacer recorridos para cerciorarse de que efectivamente en los alrededores no hubiese un solo soldado o policía, confirmada la noticia, a los maestros todos les buscaron rutas de salida, lo cual pudo ser hasta altas horas de la noche.

II

Este movimiento iniciado desde 1954 con la primera huelga de la Escuela Normal Superior, cobraría relevancia 95


nacional en 1957 con la fundación del Movimiento Revolucionario del Magisterio, su presencia en la mayoría de las escuelas de la Ciudad de México se iría extendiendo, y sus luchas más álgidas se desarrollarían de 1958 a agosto de 1960. Contaba con un gran apoyo por parte de la gente, los padres de familia se convirtieron en aves mensajeras en sus colonias, los que transitaban por el centro de la ciudad, pasaban a escuchar los discursos de los maestros, lo que se conoció como “La histórica guardia permanente de los patios de la SEP”, edificio ocupado por los maestros desde el 30 de Abril de 1958; unos antiguos, otros recién egresados, a todos los identificaba la estirpe de los grandes educadores y revolucionarios en los conceptos y contenidos pedagógicos, eran maestros por vocación, su trabajo y servicio hacia la comunidad les daba un liderazgo innato, sembrado en su acervo tenían el artículo Tercero Constitucional, el legado del proyecto acuñado durante la Reforma y después en la Revolución, también los embates de la intolerancia conservadora hacia los elementos científicos, históricos y transformadores de la educación, como también los crímenes cometidos contra los profesores durante la guerra cristera. Así que el desfilar de cada uno de ellos en la tribuna, se convertía en una clase de español, matemáticas, civismo o historia; sin embargo, a las cinco de la tarde era mayor el número de personas que se concentraba en el patio central del edificio, sentadas, de pie, el fin era escuchar el discurso que diario daba el gran maestro Othón Salazar, elegido en agosto de ese año por los profesores como su legítimo representante; se dirigía a la concurrencia respetuosamente, y su alegoría

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se transformaba en una verdadera cátedra sobre la historia de México, al concluir, con la bandera nacional en mano conducía el canto del Himno Nacional.

III

Cansado, con hambre, todavía con su overol de trabajo, las manos sucias, el abuelo, llegó apresuradamente, la angustia se le advertía en su rostro de finas facciones, lucía más pálido que de costumbre, irrumpiendo en la cocina le preguntó a la abuela si Lourdes había llegado. –Hace un rato algunos compañeros del trabajo me dijeron que el ejército tomó por la fuerza el edificio de Educación. -¿Sabes a qué reunión fue? -¿Cómo quieres que sepa?, desde que entró en eso, nos trae la información, pero dónde va a andar, a veces pienso que ni ella misma lo sabe. -¡¡Carajo!! De dónde salió así, -¿Cómo que de dónde?, pues de ti, tú eres igual, cuando la huelga de los transportistas los permisionarios mandaron matarte, y acuérdate cuando tuvimos que ir a sacarte de los sótanos de la dirección de policía, porque apoyabas a Henríquez Guzmán; quien dio con tu paradero fue el Licenciado Naranjo, él ayudó a todos los simpatizantes detenidos, y unas semanas después lo mataron frente a su casa- seriamente le contestó la abuela. 97


-Bueno, eso fue diferente- disculpándose, exclamó el abuelo. -Yo soy hombre y ella es mujer- remató. -Y no crees que es lo mismo- enfatizó la abuela. -Contigo no se puede, voy a buscarla. De prisa el abuelo lavó sus manos y cara, se quitó la ropa de trabajo, del ropero sacó pantalón, camisa y chamarra, no podía quejarse, la abuela siempre se preocupó por tenerle todo limpio y en orden. De su cómoda –aquel famoso mueble de acceso restringido, depositaria de arcanos jamás revelados, y posterior codicia- tomó su pistola, un revólver calibre 38 obsequiado un día de su cumpleaños por su tío Gonzalo; Coronel del Ejército Federal, cuando éste fue disuelto el 13 de Agosto de 1914 por los tratados de Teoloyucan del Ejército Constitucionalista, se incorporó al bando triunfador y continuó hasta llegar a ser General de División. A la muerte de los padres del abuelo, él se encargó del niño, y desde jovencito le enseñó a tirar con gran habilidad y precisión. -¡Antonio!, ¿A dónde vas con esa arma?- asustada le preguntó la abuela.

-A buscar a mi hija, si algo le pasó, te juro que voy y mato a los responsables. En esos momentos llegaba el tío Miguel, quién le salió al paso, -Antonio, ¿A dónde va? -Usted lo sabe Miguel, a buscar a Lourdes.

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-Lo acompaño, no debe ir solo, vengo de la zona, los soldados tienen todo rodeado.

IV

Era de noche cuando los vecinos y ferrocarrileros les ayudaron a escapar, no sin antes asegurarles que ya no había peligro, los custodiaron a la parte posterior del campo de máquinas, aconsejándoles salir en pequeños grupos. Como sobrevivientes de un cataclismo, emergieron de sus improvisados refugios, desorientados, sucios, asustados y con gran parte de sus referentes extraviados; reconstruir su yo, su cohesión, sus razones, sus argumentos, tendría que ser con el miedo encima. La respuesta violenta de ese aciago 8 de septiembre no fue tan inesperada, en el contexto de la guerra fría, los gringos veían comunistas por toda América Latina, presionaban a cuanto gobierno lo permitía y el mexicano no fue la excepción, fue así como se generó la vocación en el ejército y la policía de perseguir a cuanto ser les pareciera comunista, y los maestros junto con su líder daban el tipo. Hacía tiempo el gobierno los amenazó, las autoridades de Educación ordenaron a los directivos de las escuelas boletinar a todos los maestros que participaban en el movimiento y estaban en el paro, les suspendieron su sueldo, ya se habían realizado algunos arrestos, la presencia de granaderos comenzó a ser más evidente e intimidatoria en las reuniones frente al 99


edificio de Educación. Entonces ellos respondieron con más activismo, formaron comisiones foráneas de información, y sin importar la falta de recursos se desplegaron por casi toda la República; familiares, amigos, padres de familia, y la gente los apoyaron económicamente. Los maestros de provincia se encargaron de conseguirles alojamiento y alimentos entre los habitantes de las diferentes comunidades, las escuelas también resultaron los mejores dormitorios, las madres de familia, señoras siempre dispuestas, cocinaban sencillos pero ricos platillos; se establecieron centros de reunión y jornadas político-culturales fuera de la vigilancia y coacción de la autoridad.

Cuando Lourdes se apuntó, las localidades cercanas ya estaban cubiertas, sólo quedaban las más alejadas, en su caso le tocó el territorio de Yucatán. En una especie de complicidad hacia las motivaciones de su hija porque él era igual de inquieto, el abuelo le dio permiso y con dificultades le proveyó dinero. La intimidó la distancia, pero en el lugar tuvo una rara sensación de libertad, sin nadie con quien conciliar un permiso y sin el acoso de las autoridades, se movería como pez en el agua, o mejor dicho en su esencia de líder. Su primer contacto fue con la sección XXXIII del sindicato magisterial, de ahí la condujeron al mercado principal de la ciudad de Mérida, donde sobre unos improvisados tablones habilitados por unos locatarios, inició su mitin, poco a poco lo transformó en una invocación de hazañas históricas incidiendo en el devenir local, discursivamente tomó lugar su saber 100


sobre la civilización maya, la guerra de castas, el destierro a ese lugar para los enemigos del porfiriato, y por supuesto su razón, su causa, que imperceptiblemente la convirtió en la propia de compradores, vendedores y curiosos; al concluir le aplaudieron, le ayudaron a bajar del templete, la rodearon para hacerle una diversidad de preguntas, que iban sobre el movimiento hasta cómo era México, con diligencia respondió a sus interlocutores y repartió la propaganda en manos ansiosas, como si se tratase de piezas de pan. El único desconcierto lo provocó una mujer madura pelo recogido, tez morena, vestido bellamente bordado, zapatos descubiertos, sosteniendo en su brazo una canasta de gran tamaño que debía pesar mucho sólo de ver el contenido rebosante de frutas y otras mercancías. Abierta, desinhibida, con voz firme le preguntó a Lourdes, – Maestra, ¿Cuándo llegó?

-Hoy muy temprano por la mañana- tímidamente contestó. -¿Y ya tiene dónde alojarse? -No, los compañeros de la sección del sindicato prometieron un lugar. -Le ofrezco mi casa, venga conmigo, sea usted mi huésped- le dijo con una seguridad imposible de rehusar. Entre la hospitalidad, y los relatos de los miembros de aquella familia, en cascada la hicieron depositaria de sus voces ancestrales, conocimiento difícil de encontrar en

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los libros de la historia oficial, aprendió del relato, en la amena charla del postre bajo la refrescante sombra de un gran árbol de zapote frente al pórtico, alguna vez el casco de una hacienda henequenera; los había convencido de ser la mejor portadora de esa tradición. Fue tan inmenso el anecdotario recopilado de la recóndita sociedad yucateca, que su conocimiento se empequeñeció frente aquel mar de sabiduría e historia. Las mañanas de su estancia, tenían un itinerario preciso, después de su abundante desayuno provisto por su anfitriona, salía a las oficinas de la sección sindical magisterial, sus compañeros la conducían a diferentes escuelas para platicar con los maestros, entregarles propaganda y un documento en el que se les pedía su apoyo. Es un poco complejo entender cómo el flujo de ideas se cristalizan con palabras en una oratoria convincente, que le dio sentido de razón; su determinación se imponía a su juventud y poca experiencia en la vida, no obstante, desentrañó los recuerdos de sus mayores quienes desde niña la llevaron por los recovecos de las historias engarzadas a la otra Historia, la de héroes, traidores, batallas, formas de ilustración que se consolidan con la vida, y listo para quién quiera invertir horas en escuchar. Haberse hecho de tal patrimonio, fue lo mejor que le pudo pasar a su corta edad. Así que sus compañeros de esa región no dudaron en firmar el documento. En aquella tierra, se ganó el afecto de quienes la atendieron y protegieron, el intercambio de legados, el propio y el compartido, la acompañó por el resto de sus días; para sus anfitriones fue la joven maestra que llegó de la Ciudad de México.

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V

El abuelo seguido por el tío Miguel, con sutiles artificios verbales, pudo cruzar casi todos los bloqueos, el de la retaguardia estaba custodiado por la policía, el grueso o central por granaderos y la montada, en la vanguardia de la operación cerco eran únicamente soldados, quienes fusil en mano impedían el paso al primer cuadro, la acción ofensiva había concluido, los ojos del abuelo y del tío Miguel se llenaron de lágrimas, con abatimiento e incredulidad no podían creer la escena de escenas, porque cada quién cumplía su deber; bomberos con mangueras lavando sangre esparcida por todos lados, pisos, paredes, inclusive los bellos murales recibieron su chorro de agua, por la puerta principal, soldados de dos en dos sacando cuerpos abatidos, otros recibiéndolos para arrojarlos en camiones militares cubiertos con lonas verdes, unos más sacando heridos en camillas y subiéndolas a ambulancias del ejército, y no podían faltar los que encañonando con su fusil conducían algunos prisioneros a otros vehículos también de color verde. El gobierno había dado la orden de desalojar el plantón permanente y recuperar el edificio de la Secretaría de Educación. La convicción es que cualquier operativo de esta naturaleza tiene que ser planeado, dirigido y ejecutado por el ejército, quien directamente coordina la acción; el plan de ataque se basa en órdenes de operación muy simples, en el ¿Quién?, es decir la unidad que realizará la acción, ¿Qué?, la orden específica, ¿Cómo?, implica la forma de desplazamiento, ¿Cuándo?, día y hora, ¿Dónde?, 103


el lugar geográfico específico, ¿Por qué?, el argumento de siempre “ponen en peligro la seguridad interior al infringir todas las normas legales”, y ¿Para qué?, bueno la razón permanente es neutralizar al enemigo y aprehender a los líderes; y para no incomodar al mandatario local en turno, el poder ejecutivo pide la coordinación con las fuerzas de seguridad pública, las cuales siempre quedan en un margen menor de participación. El resto está en función del criterio del comandante responsable de la intervención. Para que una fuerza pueda derrotar una posición defensiva, tiene que tener una superioridad de 10 a 1 en todos los órdenes, capacidad de fuego, personal, caballería (en ésa época todavía existía como arma); la parte defensiva escoge, conoce, organiza el terreno, desarrolla planes de fuego, de apoyo y de maniobra. En virtud de tales condiciones, cada fuerza actuó según sus cálculos y previsiones, la ofensiva se desplazó y cumplió las órdenes, la defensiva no pudo contener el avance enemigo, sus pertrechos la palabra y escritos, sus planes la información, su mayor defensa la denuncia y correr. Su derrota en esa estrategia era una garantía. El medio que rodeaba la escena era de una soledad inclemente. Como si de una partitura se tratase, el primer movimiento, la marcha de los soldados que en columnas se distribuían para cercar aún más la zona, -como si el verde pudiera ensombrecer los colores grises y rojos de la destrucción-, el segundo movimiento, los pasos de aquellos que en su fatalidad eran conducidos por sus captores a una ruta incierta, el tercer movimiento, 104


las pisadas de quienes removían cuerpos despedazados por el rifle y la bayoneta, el último movimiento, el desfile de los cadáveres que marcaban los silencios, y en ritmo andante la estridencia del chorro de agua que emana de la manguera y ensordece la voz de la sangre, todo en espeluznante armonía que por tiempos indicaba la voz de unos, el enmudecimiento de otros, y en conjunto se convertían en una tétrica sinfonía.

El abuelo atónito, lívido, por detrás de la valla de soldados intentaba captar cada detalle de la escena, reconocer en ella el rostro de su hija, distinguir el color de la vestimenta, recordó no saber qué se había puesto esa mañana, bueno siquiera una prenda parecida, ¿A quién preguntar?, los soldados como esfinges inamovibles, inconmensurables y callados hasta la tumba, sólo cumplen órdenes. La pistola le fue pequeña frente a ese despliegue de armamento y hombres entrenados para resguardar, contener y matar. No había nada que hacer ahí, el abuelo y el tío Miguel, desanduvieron el cerco, y decidieron ir a la comandancia principal de policía a buscar a Lourdes, era tal la certeza que ella estaría en las inmediaciones o en el edificio mismo, que su detención, herida o muerta habrían sido inminentes. No había transporte, las corridas de camiones fueron suspendidas, a pasos apresurados tomaron rumbo. En la comandancia no había mayores novedades que el repique continuo de los teléfonos, la voz alterada del jefe que no se daba abasto con tantas indicaciones de sus superiores.

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El abuelo con voz sutil, propia de estos menesteres, llamó la atención del comandante, y directo le preguntó sobre los maestros detenidos, entre saber y no querer hablar, dijo ignorar lo ocurrido, y no tenía a algún detenido relacionado con esos hechos. -¿A quién anda buscando?- interrogó con curiosidad. El abuelo quien era demasiado perspicaz, le contestó –A mi hija, ¿Porqué? -¿Es maestra?- le cuestionó nuevamente -¿Usted qué supone?, -le respondió el abuelo. -Las acciones del ejército las conducen ellos, nosotros sólo somos relleno. Cuando los soldados intervienen, difícilmente nos mandan a algún detenido, porque nosotros tendríamos que consignarlo, primero ellos se cercioran de quién se trata, hacen su trabajo, si sobrevive y ya no les interesa nos lo mandan, los que agarramos nosotros los tenemos un rato, también hacemos nuestro trabajo, y si nos lo piden pues se lo damos –el policía contestó con una parsimonia como si se tratase de una oficina de envíos. -Busque a su hija primero con los militares- concluyó. El tío Miguel sugirió ir a los hospitales públicos que estaban por el camino. Como si hubiese acuerdo previo entre la policía y los recepcionistas de los nosocomios, la respuesta se dirigió en forma de sinopsis. El burócrata encargado de ingresos y egresos hospitalarios, concluyó, -Si no vio ambulancias con 106


nuestro símbolo no los recogimos, en algunos casos los traemos, pero cuando de los soldados se trata, vienen, se los llevan y no podemos hacer nada, a veces están tan mal que ni sus datos podemos recabar, así que desechamos los expedientes, pero ahora no es el caso, no trajimos ni ingresó nadie del lugar que dice. -Miguel, acompáñeme a la zona militar, a ver si de casualidad pasa un libre para que nos lleve- replicó el abuelo. Ya era noche cuando al aproximarse a la puerta principal del Campo Militar Número Uno, observaron a un grupo de personas que pedían información, los soldados tras el gran portón de rejas, contestaban no saber nada, que regresaran mañana porque el General, comandante del campo no estaba en condiciones de atender a nadie. Se trataba de familiares, y dos abogados cercanos a los maestros quienes traían amparos para intentar rescatar a los detenidos, el abuelo junto con el tío Miguel se les unieron en los gritos y exigencia. Corriendo llegó un soldado, y les advirtió, -Informa mi Comandante que no tenemos detenido a ningún maestro, les ordena que se retiren, que no va a permitir ningún escándalo afuera del campo militar. Que si hubo detenidos vayan con la policía. Al abuelo y demás personas las sobrecogió esa terrible sensación de golpear contra un muro que ni siquiera se cuartea, que no deja un atisbo para la luz, todo era infranqueable, desesperante, y lo más agobiante era la incertidumbre que genera el discurrir del tiempo sin una 107


respuesta. Esos silencios sofocan, carcomen, asfixian, oprimen, activan los impulsos que agónicos terminan estrellados en el pavimento. No hay compasión, sin ésta tampoco redención. ¿Cómo hacer para que la autoridad reconozca que los tiene?, ¿Cómo localizarlos?, ¿A quién recurrir?, eran preguntas en el aire, sin repuestas. -Miguel, si Lourdes no está en la Comandancia de policía, ni en el hospital, seguro la tienen los soldados, y usted sabe, ella es una jovencita, carne de cañón para esas bestias- dijo con una terrible angustia reflejada en el rostro.

-Vamos a buscarla a la casa, a lo mejor ya llegó, quizá andaba en otro lado, ya ve que luego salen en comisiones de información, o a repartir propaganda- sugirió el tío Miguel. Cansados, ensimismados, dolidos, el abuelo y el Tío Miguel entraron a la casa pasada media noche, la abuela los esperaba sentada en el comedor de la cocina. -Está en el cuarto con su hermana, no le digas nada- con desconsuelo replicó la abuela.

Al abuelo y al tío, les volvió la respiración, tanto que su olfato se activó con el aroma del café recién hecho. -¿Está bien?, ¿No viene golpeada? -No, más bien muy asustada y triste -replicó la abuela.

-No tienes idea de lo que vimos, ¿Verdad Miguel?, quién sabe a cuántos mataron, imagínate tuvieron que llevar a 108


los bomberos para que lavaran la sangre, los detenidos, fueron muchos, iban muy golpeados, sangrando, bueno y cómo fue que se salvó.

-Tuvo suerte.

VI

Lourdes había salido en una comisión, cuando regresaba con una amiga, se percataron de la presencia abrumadora de soldados, granaderos y la montada, sólo alcanzaron a oír un ensordecedor -¡¡Córranle!!, y sentir un fuerte jalón, -¡¡Por acá!!, están tomando el campamento y la SEP; reconocieron a dos de sus compañeros, quienes del brazo las sujetaron y casi a rastras las iban conduciendo serpenteando por las calles del centro, los seguían muchos más, incluidos padres de familia y la gente común que se acercaba al edificio y alrededores para escuchar los discursos. Despavoridos, entre tropezones, tirones, fueron avanzando, sus captores los seguían sin tregua, los habitantes del rumbo les abrieron las puertas de sus casas, los pequeños comercios dejaban entrar al que podía e inmediato bajaban sus cortinas, se escucharon disparos, pero ya nadie se detenía; fue así como llegaron hasta los talleres de los ferrocarriles en Nonoalco. No hubo el pase usted señorita, empujaron a sus compañeras hacia unas zanjas y de ahí a los vagones más próximos que se encontraban abiertos, con la incertidumbre de si los irían a desalojar o aprehender, la furia contra el magisterio estaba desbordada. 109


En las arengas motivacionales y de exigencia de los altos mandos del ejército, hacia las jerarquías medias y tropa, se invirtieron las cifras, antes preferible diez soldados muertos a un civil, a partir de este episodio, serían diéz civiles muertos a un soldado, y en los años posteriores se incrementaría ese múltiplo de diéz hasta llegar a cien; o como en 1968 lo definió el Secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán -Preferible cien civiles muertos a un soldado. Esos maestros integraban junto con otros el Comité Ejecutivo del Movimiento Revolucionario del Magisterio; el MRM se destacaría por su congruencia política, en sus demandas, la calidad y limpieza tanto de sus líderes como de sus integrantes, quién puede olvidar al maestro Austreberto Román, Isaías Cano Morales, María de Jesús Hernández, Iván García Solís, por citar algunos. El 30 de Octubre de 1958, los profesores de la Ciudad de México lograron por primera vez la elección del primer Comité Democrático de la Sección 9 del SNTE, un incremento salarial del 20% extensivo a todos los docentes del país. Durante el movimiento nadie claudicó. Años después hubo algunos muy señalados que se entregaron a la comodidad de una representación en el SNTE bajo el liderazgo de Jongitud Barrios. Muchos inspiraron y conformaron el ideal de lo que en sus orígenes fue la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación a finales de los años setenta; del gremio magisterial salieron líderes que encabezaron invaluables movimientos guerrilleros en la sierra del estado de Guerrero, primero Genaro Vázquez Rojas, y después Lucio Cabañas Barrientos. 110


Del pliego de demandas que enarboló el MRM, continúan vigentes, el reconocimiento de representantes sindicales seccionales elegidos democráticamente, revertir el deterioro salarial que para esos tiempos alcanzaba un 35%, las que fueron cumplidas como servicio médico, jubilación a los 30 años de servicio, se encuentran en grave riesgo por las políticas públicas de convertir la educación en mercadotecnia y a los maestros en sólo servidores. Aún en esas postrimerías y las actuales, la figura del MRM perdura como la enseñanza suprema de los maestros al pueblo de México.

Aquel terrible 8 de Septiembre de 1958, Othón Salazar, fue aprehendido en su casa, con los ojos vendados lo trasladaron a un lugar desconocido, donde fue sometido a terribles interrogatorios, después de nueve días, lo presentaron a las autoridades civiles y bajo el cargo del delito de disolución social se le condenó a varios años de prisión en la cárcel de Lecumberri, junto con otros líderes de la época. Por las movilizaciones y presión social, es liberado casi cuatro meses después. Continuó participando activamente hasta Agosto de 1960, después de otra terrible represión y cese de casi todos los participantes del movimiento. Para los sucesivos regímenes Othón Salazar jamás dejó de ser visto como un fatal enemigo, de ningún modo le devolvieron sus derechos conculcados, nunca lo reinstalaron en su plaza de maestro, que eran su voluntad y vocación imprescindibles.

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VII

Si de estrategia se trata, para el movimiento está represión no implicó un retroceso, se volvió más álgido y dio paso a la búsqueda y liberación de los detenidos. Otra ocupación militar importante fue el de las oficinas del MRM ubicadas en la calle 5 de Mayo número 20, lugar emblemático por ser el centro de reunión de la dirigencia del movimiento, espacio de enlace con los sindicatos que los apoyaban. Ahí se fraguaron proyectos, confluyeron ideologías, y una gran solidaridad de clase, eran tiempos de trabajo, el pacto obrero con el Estado se había roto, la coyuntura de la guerra había quedado atrás, era preciso impulsar la autonomía sindical y darle un sentido de autogestión al movimiento obrero desde los centros de trabajo. En ese lugar se redactaban e imprimían todos los boletines con el incansable mimeógrafo, labor amenizada con el olor del café negro de una tetera de peltre que hervía sobre una parrilla de barro. También concurrieron Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Miguel Aroche Parra, y muchos otros líderes, de ellos todos aprendían. En el desalojo destruyeron cada objeto a su paso, especialmente las herramientas de trabajo, se llevaron la propaganda y a las personas que les tocó la guardia. Cohesionar la identidad ante tales ausencias de lugares y personas, reivindicar el sentido del ser sobre la opresión, tornar imperceptible lo evidente, volver encubierto lo público; merece todo el ingenio y experiencia acumulados, para brevemente acordar el lugar de la próxima reunión y

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una concreción discursiva avocada al planteamiento del problema y la solución. No queda tiempo para más. Impera un enemigo mayor, que acecha, que actúa, donde ellos son el objetivo de su misión. Nadie podía olvidar la terrible golpiza que sufrieron las maestras en manos de los granaderos, y la detención de varias de ellas.

VIII Desde el secreto se supo que la siguiente sesión sería en el local del sindicato de los trabajadores de el Anfora –quién recuerda esas vajillas -hasta ahí llegaba la comprensión obrera, el lugar estaba situado paradójicamente cerca de la prisión de Lecumberri. Individualmente o por pequeños grupos los maestros fueron llegando, los pasos de Lourdes la condujeron hasta allá. Casi en tinieblas comenzaron bajo una orden del día excesivamente precisa: lectura de los nombres de los detenidos, y montos de las fianzas, las cuales variaban según la importancia en la estructura del movimiento, los principales líderes no tuvieron precio, eran el botín.

Como si se estuviera en la plaza de una provincia colonial ofertando esclavos, empezó el mercado, por el maestro Odilón Ramírez piden $750.00 pesos, por Margarito Ortega $1,000.00, y así sucesivamente, hasta agotar la lista de los varones. Una maestra se levantó y preguntó, ¿Qué hay con las compañeras detenidas?- en posición de reclamo. 113


El coordinador de la asamblea bajando su mirada y haciendo una pausa, dijo, -Compañeras, compañeros, no existe omisión, dejamos el caso al último porque merece todo nuestro apoyo, dimos primero las cifras de los maestros, para que se calcule ese monto, sobre el de las maestras, ellas son prioridad, de aquí tenemos que salir con ese dinero, hemos recabado testimonios que varias fueron ultrajadas en las instalaciones donde fueron recluidas, pero por pudor y a petición de ellas mismas, solicitaron omitir sus nombres, en la mayoría de los casos la cantidad es igual para todas. En silencio, alguien comenzó a pasar entre los concurrentes una bolsa en el cual fueron depositados billetes, monedas, anillos, aretes, relojes, cadenitas y todo lo imaginable para la casa de empeño. Otro preguntó a qué horas estarían ahí para ver si se podría recolectar algo más. No había tiempo para solicitar apoyo en las calles, además resultaba peligroso, se formaron comisiones para ir con los otros sindicatos, y cada quien vería en su casa con qué más era factible contribuir. En el monte de piedad, la cosa no fue menos fácil, los sempiternos coyotes yacían voraces en la entrada, a los empleados les importó nada saber el destino del dinero, su avaricia estuvo primero ante los regateos y razones de los pignorantes para poner precios justos a los salvoconductos de sus compañeros. -Mire este reloj, es de buena marca, no es nuevo pero funciona, estos aretes son de oro de 14K, las perlitas son originales, aquel anillo también es de oro, sí, la piedra es aguamarina pero no está rayada. 114


Así sucedieron los más infinitos argumentos, mientras el empleado verificaba cada objeto y asignaba su valor, los esfuerzos retóricos se hicieron inútiles.

-Aquí tenemos una tabla para asignar precios, y no podemos salirnos de ella, los directores confían en nosotros, no les puedo dar más de lo que estas cosas merecen- sin culpa respondió el valuador. -Pero verá, difícilmente algún día las podremos recuperar, no son robadas, son aportaciones de todos los compañeros, para pagar las fianzas de nuestros detenidos, somos maestros. Imperturbable, el empleado continuó con su trabajo. Es como si desde las posiciones de poder, todos se pusieran de acuerdo para no ceder, ahogar y callar. El dinero del empeño y lo demás recolectado, no alcanzó para las fianzas de todos los detenidos, se logró el objetivo de liberar a las maestras, las cuales se refugiaron en el anonimato de sus casas, para nunca volver a romper el silencio. En las semanas siguientes los avances del movimiento fueron casi nulos, hacerse evidente desde la clandestinidad, es más fácil que a la inversa, se dejan incontables hilos sueltos y rastrearlos es muy fácil. Después de los desalojos del campamento, la SEP, las oficinas del MRM, la aprehensión de líderes; a los maestros los volvieron seres furtivos con actividades ilícitas, enemigos y presas, el golpe final se vislumbraba irremisible.

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IX

El local del sindicato del Anfora, era un lugar imperceptible, no tenía letrero, su fachada principal se confundía con las de las casas contiguas, de muros grises sin pintura, ventanas pequeñas, se encontraba situado entre un laberinto de calles, otra ventaja era su interior, primero una habitación con unos escritorios y sillas, cruzando por un pequeño patio estaba el salón de reuniones, y sin propósito aparente tenía unas pequeñas escaleras de caracol que conducían hacia la azotea dónde la única salida era un cuadro grande cubierto por un tapa parecida a la de una cisterna. Y a riesgo de ser calificados como cómplices, los trabajadores siguieron facilitando su recinto para las subsecuentes reuniones de los maestros, para las cuales la definición de los objetivos estaban definidos, demandas de corto plazo, pospusieron las trascendentes como democracia sindical; sólo apremiaba la búsqueda de los mecanismos para la liberación de los detenidos que no tuvieron fianza incluidos los principales líderes. Disertaban en la elaboración del documento que darían a conocer a la opinión pública, cuando desde la azotea del local escucharon unos gritos, -¡¡Maestros, vienen los granaderos, salgan, pero no por la puerta de adelante, por la azotea!! Lo curioso es que todas sus asambleas eran clandestinas, y la gente los seguía, pero ése oportuno aviso, salvó a muchos incluida Lourdes. Escucharon unas detonaciones que rompieron vidrios, y un humo denso empezó a invadir la antesala del local, después un estrepitoso golpe

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que derribó la puerta, con mascarilla, rifle y tolete en las manos irrumpieron los granaderos, entre el denso humo del gas lacrimógeno soltaron disparos y golpes, arrastrando sacaban a los maestros para aventarlos en el interior metálico de las escalofriantes paneles negras con rejas en las puertas traseras, favoritas de la policía de la ciudad. Por las escaleras, corrieron los maestros dando prioridad a las mujeres, algunos vecinos habían abierto aquella inmerecida pero bendita salida, estirando manos iban sacándolos, por las azoteas, escaleras improvisadas y patios fueron huyendo, incluso los que participaron en el rescate. Unos aguardaron en el interior de las casas, que por fuera daban la impresión de estar completamente solas, sin embargo los primeros siguieron por los techos hasta la calle contigua donde otras personas los ayudaron a bajar, cada cual corriendo continuó ruta distinta, sintiéndose salva desaceleró y comenzó a dar pasos, de pronto se vio en una solitaria calle, entre el susto, el cuerpo adolorido, el espíritu desgarrado, y la mente fragmentada, un ruido de motores en marcha le activó su vista, Lourdes alcanzó a ver el desfile de paneles, de las cuales demolidos asomaban sólo dedos.

X

Para 1960 con otra acción represiva, el gobierno y líderes oficialistas desconocieron al Comité democrático seccional, el fallo final se consumó con el cese absoluto de los maestros que participaron en el movimiento, no 117


hubieron equivocaciones, los tenían perfectamente identificados, tanto a los recién egresados de la Nacional de Maestros, también antiguos, les arrebataron el derecho a su vocación, su plaza y sustento. Una vez que a sus respectivas escuelas les llegaron las notificaciones, el gobierno desentendió reclamos, los aisló, y mantuvo a su principal líder por siempre cesado. Para Lourdes se avecinaron tiempos lamentables y duros, en la sencillez de recursos económicos, forjó sus sueños y condujo su ímpetu de servicio a la enseñanza, por razones de sobra su salario le abría posibilidades de solvencia y descargo para su familia. Aquella decisión política y de escarmiento la dejó como al resto de sus compañeros con ese futuro cancelado, y el epíteto de revoltosos. No sólo fue la derrota, también cercarlos en la nulidad de una parte de sus personas. Las semanas que siguieron, fueron de rutas inciertas para la acción, en las reuniones clandestinas sólo se acordaban mecanismos para exigir la libertad de los presos políticos -término poco recurrente aún-, y la reinstalación de los maestros cesados. En la escena pública se dejaban escuchar voces, sobre todo de la gente que siguió y simpatizó con este movimiento, de varias partes de la República llegaban a los periódicos pequeñas inserciones para solicitar al gobierno el cumplimiento de esas dos demandas. También furtivamente hubo distribución de volantes con el mismo fin, firmados con las siglas MRM.

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Lourdes, salía temprano de su casa, tan solo con lo de su pasaje, iba a las reuniones, y volvía con la esperanza hecha añicos, abatida como el yermo que deja la aniquilación: cuerpos inermes, gélidos, dispersos; vorágine de sensaciones que transfiguran el ímpetu en abandono y mutilan el ser. Con la ausencia de un objetivo en ciernes, dirigió sus pasos a la primera fábrica que estaba en su camino, sin mayor preámbulo que la no meditada apremiante necesidad de rescate de sí misma, y ganar algo en el intento, solicitó al vigilante la dejara ingresar para solicitar trabajo. -Señorita, no sé si haya algo para usted, aquí todos son hombres, las únicas mujeres son las secretarias, y me parece que por ahora no necesitan- el vigilante contestó con sorpresa y benevolencia. -Pero de todas formas pase, yo mismo la llevo donde hacen las contrataciones, venga. De su pantalón colgaba una cadena con muchas llaves, con tino tomó la correcta y le abrió una pequeña puerta roja de metal, la condujo por un angosto corredor de color gris, hasta topar con una sobria sala de espera del mismo color, al fondo contra la pared una fila de sillas de madera, y hacia la derecha una enorme ventana por la que pudo observar la maquinaria, los obreros y parte del proceso de producción. -Siéntese aquí, voy a tocar para que la atiendan. Ella escogió la primera silla, en realidad no había alguien, supuso por la hora, ya que el pedir trabajo es una acción muy de mañana. De blusa, falda, y sus zapatos muy modestos con su bolso sobre sus piernas comenzó a hilar

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las palabras, y sobre todo el motivo de estar allí, porque más que la necesidad de un trabajo, era dilucidar si narraba o no su historia, decidió que sería irrelevante, incluso mejor reservársela, le podían negar cualquier posibilidad. Esos pensamientos la desviaron del entorno, no escuchó cuando el vigilante sosteniendo la puerta le dijo que pasara. -Pase Señorita, ya la van a atender- cortésmente le dijo y se despidió. Una señora joven, pero de adusta figura la interrogó. -¿Usted de qué busca trabajo?- le preguntó intimidatoriamente.

-Las únicas vacantes para mujeres son para secretarias, y no hay una disponible. -No, secretaria no, busco de obrera- fue tan natural su respuesta, que en segundos ella misma se sorprendería.

-¿De obrera? Aquí sólo se contratan a hombres. La secretaria expresaba esa sentencia, cuando de otra puerta salía un Señor no muy mayor, quien sin introducción se acercó a Lourdes. ¿Señorita, la puedo ayudar en algo? -Quiere trabajo de obrera- sin esperar su respuesta, intervino la secretaria. -¿De obrera?- sorprendido replicó ese señor. -Sí- Lourdes, respondió con demasiada seguridad. En realidad nunca pasó por su mente ser secretaria, el ser obrera la identificaba más con ella misma. 120


-Pero, usted es una señorita, no podría colocarla junto con mis trabajadores, no le faltarían al respeto, pero difícilmente usted y ellos podrían congeniar, son hombres, realizan trabajos rudos. -¿Porqué quiere trabajar aquí?- intrigado le preguntó. -Necesito un trabajo- con voz de desconsuelo aseveró. -Pero ya se dio cuenta que no es un lugar adecuado para usted. -Venga- sentándose en una de las sillas exteriores, acercó una frente a él, -Por favor- indicando que la ocupara. -Dígame, ¿Qué sabe hacer?, sinceramente creo que usted nunca ha laborado en una fábrica. Observándola fijamente, le pidió que le mostrara sus manos, -¿Qué la trae aquí?, la noto con mucha decisión, pero usted misma sabe que no pertenece a éste lugarcon voz moderada le aseveraba.

-Creo que es en el único lugar donde podría encontrar trabajo- apresurada contestó. Lourdes pensó, si digo que iba pasando y se me ocurrió, nadie quiere a alguien de ocurrencias, me cancelaría cualquier oferta, que he trabajado en otras industrias, me caerían en la mentira. Así que en un discurso nada reflexivo, dijo, -Soy maestra, me cesaron, no tengo empleo. Su respuesta atrajo de ese señor una prolongada mirada de asombro, si bien acompañada de ternura.

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Después de cavilar un lapso de tiempo, la condujo hacia el gran ventanal, le dijo –Mire, todos ellos son magníficos trabajadores, pero varios de ellos no saben leer ni escribir, tampoco las operaciones básicas de matemáticas, si tuvieran ese conocimiento podrían tener mayores oportunidades. –Usted me puede ayudar, le habilito un espacio, le asigno un sueldo, y se encarga de la enseñanza- sin preámbulos, ahí estaba la propuesta.

No preguntó la cantidad de salario, el ofrecimiento era más de lo que hubiese esperado, ¡Seguiría siendo maestra! ¿Puedo comenzar mañana?- expresó con una gran sonrisa. -Sí, a las ocho. Al siguiente día como si de llegar a su escuela se tratase, -¡Buenos días!- dijo al vigilante, a quien vio como al conserje, a la secretaria como la inspectora, -Pase, por aquí está su lugar-, era una especie de oficina amplia, habilitada como salón de clases, dos largas mesas de madera bien pulidas, otra pequeña como escritorio, sillas, un pizarrón colgado de la pared, dos cajas una de lápices, otra de gises, sacapuntas gomas y cuadernos. Los niños fueron sustituidos por doce hombres, sencillos, quienes al verla entrar inmediatamente se pusieron de pie, retiraron gorras y adelantándose le dieron los buenos días. Ella llevaba preparados materiales, comprendía que el proceso de lecto-escritura es una labor de absoluta paciencia y cercanía con los alumnos, por aquello de guiar la mano en los trazos, corrección de ejercicios, 122


revisión de tareas; no había ninguna diferencia entre estos hombres y un grupo escolar de primer año, salvo la edad y experiencia de vida. Como si nada, comenzó su trabajo. Sustituyó el tú por el usted, y ellos él sólo maestra por “señorita maestra”, mientras la actividad era en el pizarrón, juntarlos para trabajar con materiales propedéuticos, todo fluía según la tradición educativa -yo enseño tú pones atención, levantas la mano para preguntar, te explico cuantas veces sea necesario, y de varias maneras para tu comprensión, compartes tus opiniones-, sin embargo, aquellos hombres que sabían usar pesadas herramientas, soportar altas temperaturas en la fundición del metal, bajar y subir grandes palancas de complicadas maquinarias, de repente se vieron sorprendidos por una suave mano femenina sujetando la suya junto con el lápiz para conducirla en la realización de trazos caligráficos y después de letras sobre hojas de cuaderno. Fue una experiencia a la cual por lo menos dos renunciaron. Los demás entre pena, inhibición y más pena, continuaron. Su dinámica y horario eran igual que en cualquier escuela, ejercicios en voz alta, explicaciones con figuras, dejaba tareas, tomaba dictado, buscó con las palabras más sencillas adecuar los enunciados a los propios entornos de sus alumnos, para que nunca perdieran el vinculo entre su personalidad y su aprendizaje; para Lourdes también fue una enseñanza memorable en lo pedagógico y humano.

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Por las tardes continuó asistiendo a las reuniones de los maestros, sólo que su activismo político nunca lo llevó a su otra escuela. Sin mayores resolutivos el gobierno fue inamovible de su postura, los cesados seguirían así y los presos también. La propaganda fluía sigilosamente, apremiando el diálogo para la devolución de sus plazas a los maestros. Los avances de la Revolución cubana, le dieron al gobierno más argumentos contra los maestros, no fuera que su disidencia se transformara en un movimiento generalizado, merecían el correctivo, presos o corridos. Entre clases y clandestinidad, ella aprendió a enseñar a adultos, y sus alumnos a leer, escribir, y lo básico de unas matemáticas aplicadas al manejo con precisión de alguna maquinaria, a llevar cuentas, sumar, restar, dividir, conversiones de grados centígrados a Fahrenheit y viceversa. En una ocasión, coordinando la lectura en voz alta de sus alumnos, no se dio cuenta que desde la puerta el señor – mejor dicho el dueño de la fábrica- escuchaba a uno de sus trabajadores, antes analfabeta, leer un extracto adaptado de la novela el Quijote de la Mancha, esperó a que terminara y con gran emoción entró y le dio las gracias a él y a la maestra. Lourdes supo que su trabajo ahí, empezaba a terminar.

Entre albricias, desalientos y tragedias, ocurrió el accidente en que el abuelo murió. Se acababa el trabajo en la fábrica –el dueño tenía su objetivo cumplido, los obreros habían aprendido lo necesario, dependía de ellos acercarse a mayor conocimiento, pudo constatar la transformación de sus alumnos, comenzaban a verse

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sujetos en sí y para sí, y ella había tenido un satisfactorio empleo remunerado. Pero la imprevista muerte de su padre, la falta de recursos económicos en el hogar, la presión de su tío y primos para que su familia dejara libre la casa que les prestaban; fueron demasiados incidentes a un mismo tiempo.

XI Esa conjunción de acontecimientos se transformó en un agobiante presente, otra vez sin empleo. Como dádiva del cielo, el gobierno en vísperas de visitas extranjeras importantes, y un sórdido llamado a atender a los maestros, fue abriendo convenios de reinstalación. Como comunicados provenientes de un rey, quien manda dar a conocer sus benevolencias en vía pública, en una esquina del edificio de la SEP, se arremolinaban los profesores en torno a un Licenciado que de su portafolio sacaba una lista, en voz alta leía el nombre de los agraciados por la venia, luego la pegaba en ese muro. Los favorecidos eran citados en el despacho de un edificio en ruinas de una calle circunvecina, para firmar no un contrato, sino una total y absoluta capitulación de deseos y aspiraciones: “comprometerse ante vuestra majestad” a no volver a levantar la voz por nada, desde su condición de maestros jamás participar en cualquier movimiento contra el gobierno, aceptar el no pago de salarios caídos, ser reincorporados a otra adscripción, no podrían volver a su anterior escuela, y reconocer la estructura y líderes anquilosados del SNTE como sus sempiternos representantes sindicales. 125


Por razones obvias casi todos los maestros lo consideraron una macabra burla del gobierno, la mayoría no lo querían firmar. A Lourdes también le llegó su “convenio”, -Yo tampoco firmo esto. -Señorita, maestra, es la última oportunidad que tiene, si no acepta no la reinstalarán jamás, y pierde la oportunidad que labró con sus estudios, no le debe nada al gobierno, usted sirve al pueblo. ¿Qué va a hacer?, en los colegios privados, no quieren a ninguno de los maestros que participaron en su movimiento, están pidiendo datos a la SEP, les cancelaron cualquier opción sólo les dejan ésta. Es sólo un papel, nadie les puede quitar su valor de líderes naturales en las comunidades donde trabajen, piénselo, es usted muy joven, no se cancele así- le dijo aquel anciano Licenciado, desde lo que consideraba su larga vida y experiencia. En ese acorralamiento la voz de la necesidad la hizo dirimir su negativa, signó la reincorporación, lo que se convirtió en su lastre, hasta que estuvo otra vez frente a un grupo, reafirmó su voluntad, fuera de lo urbano, en un medio de pobreza, desde el magisterio se puede hacer mucho, pero más aún desde la comunidad.

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XII

No hubo reinstalación, fue la exigencia de una capitulación absoluta para un movimiento cúspide de los movimientos sociales de ésa década, tras de sí está el de los ferrocarrileros, los transportistas, telegrafistas; en el campo sobresalieron las movilizaciones campesinas organizadas por la UGOCM (Unión General de Obreros y Campesinos de México) que durante 1957 y 1958 organizó la toma de tierras (400,000 hectáreas) de la Compañía Ganadera Cananea en Sonora, cuyos dueños eran estadounidenses. El movimiento magisterial, hizo confluir en torno suyo, los ideales de la educación como motor del cambio social, y democracia sindical; por primera vez se manifestaba un fuerte cuestionamiento al orden institucional posrevolucionario, que iniciaba la ruptura de los principales pactos de legitimidad que le dieron sustento en su acción al Estado durante los años previos; los gobernantes en turno emprendían el viraje en el proyecto de país y de la enseñanza, el ideario revolucionario lo dejaron sólo para los discursos oficiales. Las otrora Fuerzas Armadas emanadas de la revolución, baluartes del nacionalismo, fueron dañadas severamente al participar abiertamente, frente a la sociedad en terribles actos de represión, los políticos no midieron, como tampoco ahora, el impacto que para la institucionalidad de las mismas tuvo y tiene, salir a cumplir misiones no contempladas en la Constitución de 127


los Estados Unidos Mexicanos, en sus propias leyes y reglamentos internos; les encomendaron dejar de servir a la patria, para atender a una élite de civiles enquistada en el poder. El presidente Echeverría, en uno de sus perversos planes, quitó a las Fuerzas Armadas su tercera misión importante: “Mantener el imperio de la Constitución y las leyes que de ella emanen” y la sustituyó por “Auxiliar a la población civil en casos de desastres”, servicio que ya desempeñaban de tiempo atrás. Estas jamás debieron haber perdido su sentido, razón y origen.

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Este libro se termin贸 de imprimir en Junio de 2012 En:

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