senta un perfil extraordinario, y ello a través de toda su carrera, en su papel de editor privado. A diferencia del editor utilitario que imprime unos cientos de libros para bibliófilos con propósito de lucro, Altolaguirre imprime un número escaso de ejemplares de revista para distribuirlos en un círculo reducido de forma desinteresada. Con todo, hay que decir que tanto en el editor comercial como en las empresas de Altolaguirre antebélicas, es inevitable ver una fuerte dependencia de los contenidos respecto a la materialización. Estas dos publicaciones mencionadas podrían ser una noble y bella excepción; es decir, se podría decir que en estos casos la çbibliofilia~se pone al servicio del pueblo.
Hora de Espafia (1937-38) es la revista más conocida de la guerra -aunque sólo desde hace no muchos años- merced a los esmeros que le han dedicado los estudiosos, que le han hecho un índice y una inestimable reimpresión, han escrito estudios y reseñas de ella, además de haber confeccionado una antología. La imagen de Machado, que honr6 todos los números con su colaboración, se alza sefieramente sobre sus páginas -sin que por ello haya que calificarle de líder grupal-, y a su sombra se distinguen las colaboraciones de un contingente de jovenes, maduros y viejos escritores que extienden sus radios por la circunferencia de todos los idearios antifascistas. De nuevo está en ella la gestión de los más jóvenes: Sánchez Barbudo, Gil-Albert, Zambrano, Serrano Plaja y los algo menos jóvenes Dieste y Altolaguirre, que también cuidaba de ella y sin cuya luz el panorama que nuestro libro abarca se anublaría de sombras. Polémica dura sobre esta revista no existe, pero rozando la dureza se han oído algunas opiniones dignas de escucharse. Salaün, por ejemplo, afirma: <<Aunquepróximos por su conciencia política y social a los destinos de la República y de sus defensores, los ~ c u l t o han s ~ recuperado plenamente sus posiciones anteriores a la guerra. El poeta ha vuelto a ser, gra-
cias a las páginas de esta revista -la tribuna encumbrada de los espíritus selectos-, una individualidad privilegiada, aureolada por su numen casi divino y, por lo tanto, marginada en relación con el resto del país, que sigue siendo presa de las realidades cotidianas de la Si sustraemos el tono que tifie estas palabras, las afirmaciones que en ellas se hacen son exactas, pero no sin merecer algunas matizaciones. Hora de España fue revista hondamente empefiada en los destinos espafioles y muchos de sus colaboradores lo estuvieron también, cuando hizo falta, en los frentes de combate y en mil actividades más. La revista se propuso mostrar que la alta cultura poseía un valor político y que tanto la pervivencia de ésta como su calidad eran posibles en medio de aquel peligroso caos. No fue revista que ansiara famas -los romancistas de los diarios, si no la ansiaron, por lo menos la encontraban- o corroborara prestigios en el mundo literario, ni mucho menos automarginada. Como diría Lenin, la actividad literaria es la que menos tolera el igualitarismo mecánico o la dominación de una minoría por parte de una mayoría. No todo se había de ir en romances, carteles y periódicos murales. Pero no cabe duda tampoco que muchos de sus intelectuales se seguían viendo a sí mismos, y luego lo corroboraría su posterior biografía, como una clase aparte, pues la identificación total con las reivindicaciones del pueblo no la realizó nunca casi ninguno de ellos. Digamos, en fin, que se cultivó en esta revista toda especie de géneros y que, con excepciones, su temática encontró su inspiración en el entorno de la guerra. Su interés es, pues, eminentemente literario, y mucho menor para la textura cotidiana de la contienda.
4.
LA E R U D I C I ~ NEN LA GUERRA: MADRIDY OTRAS REVISTAS
Si este matiz de apartamiento está presente de alguna forma en Hora de Espafia, tanto más lo estará en Madrid (1937-38), título que amparó tres cuadernos de periodicidad irregular, como portavoces de la Casa de la Cultura, en Valencia y Barce143