Proyecto, impacto ambiental y tecnologĂas alternativas
Docentes: Roberto Busnelli, arquitecto y especialista. Federico Ferrer Deheza, arquitecto y magister
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H á b i t a t Sustentable Estrategias pasivas y eficiencia Energética para la vivienda social
"Casa ensamblada" 8x8 metros, Jean. Prouvé, 1944-1945.
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INDEX 1. INTRO 2. OBJETIVOS 3. SITIO 4. CRONOGRAMA 5. BIBLIOGRAFIA
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1. INTRO "Hábitat" Del lat. habĭtat, 3.ª pers. de sing. del pres. de indic. de habitāre 'habitar'. 1. m. Ecol. Lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal. 2. m. Ambiente particularmente adecuado a los gustos y necesidades personales de alguien. 3. m. Urb. Espacio construido en el que vive el hombre. Real Academia española La relación entre Arquitectura y Técnica fue siempre un maridaje inseparable aunque también conflictivo, ya que en esta relación confluyen el conocimiento genérico de la técnica y el específico de la arquitectura. Desde el hierro y el bronce hemos llegado acumulando experiencias hasta el siglo XIX, el hormigón armado, primer material inventado por el hombre, revolucionó el siglo XX, la desaparición de los materiales puros marca la sofisticación y complejidad del mundo actual dominado por los plásticos, y la nanotecnología promete cambiarlo todo en los próximos años con el desarrollo de los super materiales. En definitiva, el paradigma contemporáneo sitúa a el proyecto de arquitectura entre el progresivo avance de la investigación en los nuevos materiales y las técnicas constructivas, que se han desarrollado hasta tal punto que son escasamente restrictivas y hoy prácticamente todo se puede construir, y la más que justificada preocupación por la sostenibilidad medioambiental, que lucha por instalarse como la dimensión ética de este modelo de desarrollo tecnológico.
Más allá de la simplificación que asocia las técnicas sólo a los recursos directamente implicados en la idea de construir lo proyectado, extender la definición enunciada a cada fase de la práctica arquitectónica puede abrir una manera pertinente de revisar nuestra posición en tanto que arquitectos en el mundo actual. De este modo estaríamos expandiendo los límites del proyecto más allá de la idea elemental de construir edificios, permitiéndole encontrar un lugar en el mundo, y no sólo en el entorno endogámico de su disciplina. A simple vista se observa que los planteamientos que acompañan al cuerpo teórico de la cultura de la sostenibilidad tienen una fuerte carga ideológicosensible —definen una posición respecto a la realidad— pero su realización es sumamente tecnológica y, hasta el día de hoy, claramente ajena al proyecto
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y más interesada en los aspectos puramente económicos —la factura de la luz— y responsables —reducir las emisiones—. Mientras tanto, apenas hemos explorado el potencial arquitectónico, urbano y paisajístico que las tecnologías asociadas a la sostenibilidad han desarrollado y los pocos casos que se han visto nos ofrecen una moda que salva su conciencia a través de una ingenua naturalización de la arquitectura —green wash— o un comportamiento eficaz que no deja huella en su organización, imagen o espacialidad. Como sostiene Juan Herreros: No nos interesa ni renunciar a la arquitectura tal y como la conocemos por insostenible o impertinente frente a la problemática medioambiental ni sustituirla radicalmente por una especialidad de corte puramente tecnológico que sólo atiende a su propio radicalismo ecologico.1
Necesitamos nuevos paradigmas resultantes de la integración de los nuevos conocimientos y recursos y componer con todo ello unas nuevas técnicas de proyecto.
Dar entrada a las demás disciplinas, establecer diálogos entre las ideas, el mercado, usar los catálogos, etc. es lo que permite describir el proceso de proyecto como un trabajo de investigación e incluirlo en una red superior de experimentos de la que participa y se nutre una comunidad científica que no sólo aprecia los resultados sino que se interesa también por la lectura de las condiciones iniciales, la elección de los parámetros, el establecimiento del programa de trabajo, la invención de sistemas coherentes, etc. Para expandir esos límites, son necesarias las transferencias, para explorar las razones y para mirar en otros lugares, atender a otros sectores —especialidades, épocas, entornos. . . a la hora de obtener datos —referencias, inspiración, léxicos, imágenes, modelos. . . con los que operar. Explorar, investigar e incluir nuevas técnicas en la arquitectura mediante transferencias con otros campos o saberes.
¿No sería mejor no considerar nuestros edificios como productos terminados y más como obras en progreso, donde cada situación final puede representar el comienzo de una etapa siguiente en una situación de permanente devenir?
1
Juan Herreros, "Transferencias por un pensar técnico", Madrid, Marzo de 2006.
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La arquitectura podría aportar una contribución fundamental a la construcción sostenible si fuera capaz de descartar la idea tradicional de construir como obras de arte estáticas y acabadas. Los diseños deben ser cambiables, extensibles y retráctiles, en definitiva, adaptables a la dinámica de la vida actual. Nada tendría que ser demolido, porque seguirían siendo utilizables durante mucho, mucho más tiempo. La dificultad está en utilizar en su favor ciertos ingredientes que, aunque abrumadoramente visibles, no han sido suficientemente codificados para trabajar con ellos de una manera positiva. Nos referimos a fenómenos como los cambios inducidos por la omnipresencia de las telecomunicaciones; la creciente movilidad de las personas y las cosas; la globalización de los usos, los nuevos patrones de consumo y la cultura; y la dimensión desbordante de la explosión demográfica, la nueva dinámica migratoria o los asuntos medioambientales. Repensar, investigar, aportar nuevas ideas y poner en primer plano aquellas premisas que normalmente se encontraban en los últimos puestos del interés profesional. De nada sirve la tecnología más avanzada si previamente no hay una conciencia verdaderamente ecológica o simplemente, lógica.2 La expresión, Arquitectura pasiva y eficiente energéticamente, indica la importancia primordial del proyecto como herramienta esencial de la sustentabilidad. Lo que queda implícito es, en primer lugar, que un enfoque de este tipo promueve el bienestar de los ocupantes en un sentido holístico y, en un segundo lugar, conduce a un bajo consumo de energía con emisiones de carbono mínimas. Este no es un concepto nuevo, pero las soluciones han cambiado y mejorado gradualmente durante las últimas décadas, a pesar de que los diseños híbridos "pasivo-activos" ya estaban desarrollados desde ese momento con la esperanza de abordar las deficiencias clave en cada enfoque. Luego, en la década de 1990 surgió el estándar alemán PassivHaus, con principios básicos de aislamiento, buen diseño de la envolvente, hermeticidad y una dependencia de la ventilación mecánica con recuperación de calor (MVHR). Este enfoque fue seguido en la década de 2000 por el enfoque de Casa Activa con mayor énfasis en la sostenibilidad en la comodidad adaptativa, el uso de energía renovable, la ventilación natural, iluminación y almacenamiento de energía. Sin embargo en los últimos años, se ha demostrado que muchos edificios que han adoptado este menú tecnológico no funcionan tan eficientemente como los de construcción tradicional, por ejemplo aquellos que están en climas cálidos o con fuertes vientos. Este es el contexto que se plantea para el desarrollo de este módulo de la maestría.
2
Ubaldo García Torrente, Revista Arquis "La Huella de carbono", Prólogo. UP, Buenos Aires.
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2. OBJETIVOS El desarrollo de una Vivienda, prefabricada y eficiente energéticamente. Proponemos un taller para desarrollar propuestas de adecuación y ampliación de viviendas en entornos vulnerables. Viviendas existentes precarias que necesitan desarrollar estrategias de rehabiltación funcional, espacial y energética para adaptarse al entorno social, ambiental y tecnológico donde están situadas. El desarrollo de una vivienda que puede llevarse a cabo utilizando transformaciones, espacio y tecnología en una relación dinámica entre las diferentes formas de vida, los espacios físicos en el tiempo y el uso eficiente de la energía. Asumimos como hipótesis para el trabajo en este módulo: A. Un sistema constructivo abierto, una estructura con una envolvente sencilla, económica y eficaz que permita definir una superficie y un volumen máximo con cualidades espaciales adaptadas a la dinámica de los diferentes modos de habitar del entorno social de la Cuenca y el clima de la región. Un sistema abierto que permita completarse en el tiempo incorporando nuevos materiales y componentes desarrollados y fabricados con otras tecnologías. Si bien el ejercicio será planteado a partir de un caso específico (y real), la solución adoptada deberá contemplar su potencial adaptabilidad a situaciones similares para de esa manera conformarse como un auténtico sistema con criterios universales. B. Un dispositivo arquitectónico capaz de resolver las condiciones de infraestructura, servicios y confort básicas del hábitat. Estas dos dimensiones son complementarias, entendiendo que este dispositivo forma parte del enunciado proyectual del sistema o se consolida como una pieza independiente en el caso de las situaciones de hábitat pre existentes.
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Contexto
The estuary of the River Plate seen from the International Space Station NASA.
La problemática habitacional y ambiental es una deuda histórica en la cuenca del río Reconquista. Una intervención integral de la cuenca es hace rato una necesidad concreta. Una intervención que contemple no solo los aspectos técnicos e hidráulicos, sino que incluya otras variables que siempre fueron subestimadas, desde el nivel de NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas) hasta los aspectos ecológicos que produzcan una zona sustentable, que pueda desarrollarse y desplegar todo su potencial. Esta población en su mayoría se localiza en asentamientos informales en áreas bajas o inundables. Además, estos asentamientos fueron avanzando por sobre los terrenos ganados al río, ya sea por rellenos de vuelco ilegal de desechos de residuos sólidos urbanos, de demolición, de tosca o barros. A esta problemática se le suma el hecho del deficiente servicio de provisión de red de agua potable y de cloacas y la problemática de la contaminación de napas por metales pesados y efluentes cloacales por percolación de aguas provenientes de cursos contaminados y de pozos ciegos. Como plantea la Ley Provincial de acceso justo al Habitat: “... la promoción del derecho a la vivienda y un hábitat digno y sustentable define los lineamientos generales de las políticas de hábitat y vivienda y regula las acciones dirigidas a resolver en forma paulatina el déficit urbano habitacional,
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dando prioridad a las familias bonaerenses con pobreza crítica y con necesidades especiales.”
Cuenca del Río Reconquista: Mancha urbana, industria y Partido General San Martín, Fuente: TAU 2014.
En el caso del territorio de San Martín el tejido de la ciudad formal (de baja densidad) va dejando paso gradualmente a la aparición de nuevos asentamientos informales. Si bien estas nuevas viviendas siguen completando y formalizando el tejido urbano, generalmente en el perímetro de los asentamientos, el aumento de la densidad y la falta de planificación generan un nuevo tejido informal que es imposibilita “leer” la trama de la ciudad formal.
Este proceso de informalización del tejido adquiere su máxima expresión con la desaparición de la calle como estrategia de ordenamiento urbano. Todo el suelo se transforma en tierra, el público y el privado, desapareciendo la huella del espacio público y su infraestructura.
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El proceso de urbanización y la formación de asentamientos irregulares no sólo se deberían entender como un proceso de uso de la tierra, sino también como un fenómeno que es consecuencia de causas económicas y estructurales, de conflictos internos y hasta desastres naturales. Estos asentamientos no son sólo manifestaciones de la pobreza urbana, sino también de las políticas inadecuadas de desarrollo, la falta de planificación urbana, la falta de acceso a recursos y oportunidades (a partir de los marcos regulatorios rígidos y restrictivos) y la falta de voluntad, sin planificación y recursos adecuados. Constantemente conviven con diversas dificultades, como la falta de acceso a servicios básicos adecuados, el hacinamiento y la baja calidad del medio ambiente, la explotación laboral, y los más altos niveles de violencia y crimen. Sin embargo, estos asentamientos también representan el espíritu emprendedor y el sacrificio de las clases más pobres, que hacen todo lo posible para proporcionar a sus familias mejores oportunidades. Es importante reconocer que los residentes de estos asentamientos contribuyen sustancialmente a la economía urbana a través de la prestación de servicios, el comercio, la producción industrial y la construcción. Por lo general, son gente trabajadora, ingeniosa, de espíritu autosuficiente y emprendedor que
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quieren mejorar sus condiciones de vida a partir de su principal recurso, la mano de obra. Estos asentamientos tienen una estrategia de ocupación que está claramente definida por una lógica constructiva que materializa desde el intrusamiento inicial de las tierras hasta la consolidación final de las distintas viviendas. Esta lógica constructiva, que se va complejizando con el avance de la ocupación, se fundamenta en dos aspectos esenciales, los materiales disponibles, en cada una de estas etapas, y la mano de obra. La primera instancia es la de la ocupación. Aquí se “lotea”, se reparte la tierra disponible entre los vecinos, se trazan espontáneamente una serie de polígonos con palos e hilos. Inmediatamente se levantan cerramientos con maderas, plásticos y pedazos de chapas, sostenidos por palos y-o pedazos de tubos metálicos, todo este material es fruto del cirujeo realizado por los vecinos. Este primer cubículo es la unidad de resistencia y su pisada define el inicio futuro hábitat. El piso generalmente es un apisonado informal que se hace sobre la quema del pastizal que originalmente cubría estas tierras.
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En una segunda etapa se realizan una serie de vigas de encadenado donde se construirán las primeras mamposterías de ladrillo cerámico. Algunas veces se dejan hechas unas bases de hormigón, generalmente en las esquinas materializando las futuras aristas de estos espacios, que servirán para levantar columnas de hormigón. Toda esta nueva construcción se realiza perimetralmente en el exterior de la casilla de madera inicial, garantizando la permanencia del hábitat original, a la espera de poder finalizar esta nueva construcción (etapa que generalmente se demora por varios meses). Con los primeros muros de albañilería se construye la primera cubierta metálica resuelta con una estructura de tirantes de madera y un cerramiento de chapa con perfil acanalado, todos estos materiales fruto de la recolección de residuos urbanos.
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La densidad habitacional aumenta en estos asentamientos cuando ya no hay mรกs suelo disponible. En este momento toda la lรณgica constructiva apunta a generar estructuras muy simples compuestas de bases, columnas y vigas de hormigรณn armado y losas realizadas con viguetas pre moldeadas, ladrillos cerรกmicos y contrapisos armados. Los cerramientos se siguen materializando en ladrillos cerรกmicos huecos que quedan a la vista en su cara exterior.
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Es difícil hablar o reconocer tipologías en estos asentamientos informales. Generalmente se trata de uno, dos o una serie de ambientes que se transforman en escenarios donde se desarrollan todas las actividades de la familia. Comer, dormir, estar, etc, toda esta simultaneidad de tareas en el mismo lugar. A medida que estas estructuras crecen en altura se le adicionan escaleras metálicas que no sólo resuelven la comunicación vertical sino que además materializan, en muchos casos, las expansiones semi cubiertas de estas unidades. Es común que estas estructuras metálicas sirvan de “sostén” a las instalaciones eléctricas y pluviales, configurando verdaderos plenos urbanos de instalaciones. El equipamiento también acompaña esta lógica. Su principal fuente de recursos es la recolección de muebles viejos, dañados, que son transportados a estas unidades y dispuestos en forma aleatoria. Ninguno de estos equipamientos ha sido pensado para la simultaneidad de tareas que se desarrollan en estos espacios, por lo que generalmente resultan obsoletos y se convierten en barreras arquitectónicas que impiden hacer un uso flexible y racional del espacio disponible.
Estadísticamente esta relevado que en Argentina conviven más de trece tipologías familiares diferentes y que el “tradicional núcleo familiar” conformado por una pareja y dos hijos sólo constituye un porcentaje menos representativo. Una de las razones para utilizar insistentemente la palabra “casa”, con preferencia a “vivienda”, es la identificación que este término establece con sus ocupantes. La gente, las personas, que habitan los edificios, siguen siendo los grandes olvidados en la arquitectura residencial. Una casa es una vivienda más la gente que la habita y los objetos que guarda. Nuestras casas, el primer espacio de sociabilización, tienen que ser capaces de albergar las diversas maneras de vivir que tenemos a principios del siglo XXI y ser testigo de la evolución de la relación entre las familias y sus espacios. La solución para afrontar la diversidad necesaria de tipos de viviendas radica en desarrollar mecanismos de flexibilidad. Sin embargo, la primera regla de
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la flexibilidad es la existencia de espacios con la mínima jerarquía posible, espacios de tamaños semejantes de manera que cada grupo pueda apropiárselos de manera singular. Otro mecanismo de des-jerarquización de los espacios consiste en hacer visibles las tareas domésticas, permitiendo un uso compartido de los espacios para el trabajo doméstico y cotidiano. Otro aspecto necesario para proyectar mecanismo de flexibilidad radica en la capacidad de disponer el equipamiento y mobiliario en más de una manera dentro del mismo espacio, para ello es necesario entender estos espacios y diseñar pensando en metros cúbicos y no en sólo dos dimensiones. Aquí la flexibilidad tiene un significado distinto. No se trata tanto de que cada una de las piezas mencionadas pueda albergar diversas actividades simultáneas, sino, más bien, de que sea el conjunto, el disponer de varias piezas encadenadas (aunque pequeñas) lo que permita un uso más versátil de la casa. Esta nueva mirada sobre el diseño de los espacios trasciende el concepto tradicional de programa, evitando la rotulación de los distintos locales que caracterizaban a la vivienda clásica y moderna, reemplazándolos por escenarios especialmente pensados y diseñados para alojar varias funciones en forma simultánea. Como consecuencia de estos mecanismos algunos de estos espacios seguirán resolviendo las actividades domésticas de la vivienda (dormir, estudiar, cocinar, comer, etc.) y otros quedaran vacantes para albergar nuevos o potenciales usos (espacio de trabajo, actividades colectivas, reuniones vecinales, dictados de cursos, etc.), que originalmente nunca fueron pensados para desarrollarse en las casas. En el caso de la vivienda colectiva esta condición de espacio flexible, sin una función predeterminada, trasciende el ámbito de cada vivienda y cobra mayor importancia en cuanto se convierte en un área donde pueden converger actividades de carácter grupal. Cabe destacar que este nuevo espacio puede articular las distintas unidades que componen el conjunto o puede ser un espacio que actúe como elemento regenerador del tejido urbano estableciendo nuevas relaciones espaciales en los frentes, fondos o con los proyectos vecinos. En este caso la importancia de desarrollar estrategias proyectuales que generen estos espacios trasciende el ámbito específico de la vivienda sino que pone en valor e impacta en la calidad del espacio urbano. Es importante entender que estas viviendas, no son ni pueden ser tratadas como piezas autónomas sobre un tablero de juego; cuando se articulan son capaces de favorecer la creación de redes sociales y comunitarias, la vivienda toma dimensión urbana, trasciende sus propios límites: la vivienda participa en la conformación morfológica de la ciudad.
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Eficiencia energética Desarrollo sostenible que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras. Implica aspectos económicos, sociales y ambientales. En un intento por encontrar respuestas a estos desafíos globales, las Naciones Unidas y el Banco Mundial lanzaron la iniciativa "Energía sostenible para todos" (Sustainable Energy for all o SE4ALL). Esta iniciativa es un intento de lograr el acceso universal a la energía, mejorar la eficiencia energética y aumentar el uso de energía renovable en el mundo. En este escenario, la alternativa de usar nuestros recursos energéticos de manera más eficiente es crucial. El propósito de la eficiencia es utilizar los menores recursos energéticos posibles para lograr el nivel de confort deseado. Esta elección tiene sentido tanto económica como ambientalmente. Al usar menos combustible para hacer las mismas actividades mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), preservamos nuestros recursos y disminuimos los costos de energía de los usuarios. Además, al usar menos energía para obtener los mismos servicios, logramos que las personas de bajos ingresos tengan acceso a estos servicios, lo que amplía el acceso a estos beneficios en energía. En este proyecto se analiza el ahorro de energía que se puede lograr a través de mejoras en los procesos de construcción, centrándose en aquellos aspectos que tienen un costo menor y pueden brindar la mejor posibilidad de ser transferidos a una nueva construcción. La amplia experiencia internacional indica que es posible reducir el consumo de energía a niveles muy bajos, mejorando el aislamiento térmico de las paredes exteriores y los techos (envolventes) y con un diseño bien orientado bioclimáticamente que permite un mayor uso de la radiación solar. El potencial de los sistemas más eficientes se discutirá en algunos servicios clave como calefacción, refrigeración, calentamiento de agua, iluminación, etc.
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3. SITIO: PARTIDO DE GRAL. SAN MARTIN, BUENOS AIRES. Sitio: Superficie: Habitantes: Densidad:
34º 34’ Lat. Sur 58º 31’ Long. Oeste 56 km2. 414.196 hab. (2010). 7264 hab./km2) Es el tercer distrito en densidad poblacional (7550.50 hab./km2) de la provincia de Buenos Aires.
San Martín District
Buenos Aires City
El distrito de San Martín se encuentra en la Provincia de Buenos Aires. Al noreste limita con San Isidro, Vicente López y Tigre. Hacia el este la Avenida Gral. Paz. lo separa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El suroeste limita con Tres de Febrero y el noroeste con San Miguel. El territorio está muy urbanizado y se caracteriza por su conformación industrial.
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En 1911 es declarada ciudad. En ese momento la ciudad ya tenía un perfil cívico-militar por la presencia de cuarteles, y la buena comunicación con Buenos Aires provocó un crecimiento incesante. La aparición de numerosas fábricas, especialmente fábricas textiles, durante el siglo XX llevó a que también se considere la Capital de la Industria, una condición que se fue perdiendo como fruto de varios procesos históricos de desindustrialización. En 1960 se divide el partido de Tres de Febrero, que se reduce a casi la mitad. El territorio del distrito está casi completamente urbanizado, caracterizado por tener una conformación altamente industrial, a expensas del desplazamiento de la producción agrícola. Su crecimiento en la fabricación le otorga la importancia suficiente para erigir uno de los más dinámicos dentro del Eje Industrial, así como a nivel provincial y nacional, esto siendo afirmado por el valor agregado alcanzando una participación de 6.3% en relación al primero, de 4.4 ° / o de el segundo, y el 2% el tercero.
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El 10 de junio de 1988, el Honorable Consejo Deliberativo del General San Martín sancionó la Ordenanza N ° 3358/88, promulgada por el Decreto N ° 2589/88, que establece: Declarar la Ciudad de San Martín, perteneciente al partido homónimo, "Capital Industria". La intención de esta iniciativa era dar importancia al perfil industrial del municipio. A fines de la década de 1980, el general San Martín representaba la segunda potencia industrial de la Provincia de Buenos Aires y del país; Fue la primera concentración de Pequeñas y Medianas Empresas de Argentina y produjo el 3% de PBII (Producto Interno Bruto Industrial) nacional.
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Barrio 9 de Julio Desde un punto de vista demográfico, la población se caracteriza por ser predominantemente joven (50% por debajo de los 15 años) con una pirámide poblacional con una amplia base y una población significativamente incrementada en un promedio de 30% entre 1980 y 1990, y 13% entre 1990 y 2000 (la información estadística que tenemos es relativa, porque gran parte de los asentamientos de este distrito no se han encuestado en el último censo nacional). La población tiene vulnerabilidades de salud y socioeconómicas que afectan su calidad de vida. La infraestructura de servicios es deficiente (las aguas superficiales y subterráneas de la zona contienen desechos industriales, lo que la hace inadecuada para el consumo humano. Las familias que viven en el asentamiento Barrio 9 de julio recibieron hasta hace poco agua por
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tanqueta municipal, recientemente se ha avanzado con obras para obtener bebida agua, pero hay familias que beben agua de la capa freática). Descarga aguas cloacales no tratadas a cielo abierto, un gran vertedero de basura cerca del cielo abierto de las casas y un suministro irregular de electricidad. La mayoría de las familias ocupan tierras irregularmente (en asentamientos fiscales o terrenos privados) y sus casas están mal construidas sin cumplir con las condiciones mínimas de vida. Algunos viven en casas de ladrillo (menos) y en la mayoría de las cajas de construcción precaria o mixta (madera y chapas). Hacinados en la calle y hay pocos espacios para el ocio y la recreación.
La participación de la población en el mercado laboral formal es casi nula, el 80% de las familias son beneficiarias de diferentes planes sociales. Los
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hombres que trabajan principalmente en el cirujeo realizan trabajos extraños y de subsistencia para la familia. Un número significativo de hogares son de una persona, con madres solteras para cuidar a sus hijos. También encontramos familias integradas, pero predominantemente casos con niños de diferentes parejas y casi todos los hogares tienen más de dos hijos. La mayoría de las mujeres se queda en casa para cuidar a los niños, excepto para cumplir con la consideración de los planes sociales o realizar trabajo como empleadas domésticas. Casi no tiene capacitación para permitir un mercado laboral estable. Viene como problemas emergentes, abuso de sustancias (alcohol y drogas) en adolescentes, desde una edad temprana. Además, la violencia física constante entre los adolescentes es un tema que ha cobrado gran importancia últimamente. En cuanto a la situación económica, las familias se encuentran por debajo del umbral de la pobreza y, por lo tanto, con la imposibilidad de satisfacer sus necesidades básicas, comprometiendo aspectos relacionados con la salud, la educación, el trabajo, la vivienda, las actitudes y la interacción familiar.
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4. CRONOGRAMA PRIMER MODULO JUEVES 11 DE OCTUBRE 15.00 a 21.00hs.
Bienvenida, armado de grupos. Presentación del curso, marco teórico. R. Busnelli. Presentación casos de viviendas prefabricadas. Ferrer Deheza Distribución de casos. Trabajo en taller. Realización de maquetas casas existentes. Presentación de hipótesis iniciales de trabajo, cada equipo.
12 DE OCTUBRE 15.00 a 21.00hs.
Presentación proyecto PIO CONICET "Atlas de residuos sólidos industriales para el Partido de Gral. San Martín", R. Busnelli. Trabajo en taller. Presentación de trabajos, cada equipo. Corrección y conclusiones preliminares.
13 DE OCTUBRE 9.00 a 13.00hs.
13.00hs a 19.00hs
Presentación normativa arquitectura sustentable. R. Busnelli. Trabajo en taller. Presentación hipótesis de desarrollo tecnológico de cada propuesta. Conclusiones y lineamientos para el avance al segundo módulo. Almuerzo y visita a obras en Calamuchita (Opcional)
SEGUNDO MODULO 25 DE OCTUBRE 15.00hs a 21.00hs. Presentación avance de los trabajos. Corrección. Trabajo en taller. Revisión de piezas Graficas para presentación final. Corrección. Conclusiones preliminares. 26 DE OCTUBRE 15.00 a 21.00hs.
27 DE OCTUBRE 9.00 a 13.00hs.
Presentación avance de los trabajos. Corrección. Trabajo en taller. Corrección. Conclusiones preliminares. Preparación Jury. Jury con profesores invitados. Cierre del taller.
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5. BIBLIOGRAFIA Dina V. Picotti, "Rodolfo Kusch, aportes de una antropología americana", El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana: Argentina, marzo 2008. Reseña Informe "Nuestro Futuro Común" (Our Common Future), denominado Informe Brundtland, Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo, abril 1987. Juan Herreros, "Transferencias, por un pensar técnico", "Arquitectura y Técnica", Compilador Jorge Sarquis, páginas 61 a 70, Editorial Nobuko, Buenos Aires, 2008. Philippe Rham, "La forma y la función siguen el clima", 2006. García German Javier, "De lo Mecánico a lo Termodinámico", Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2010. Anne Lacaton / Jean-Philippe Vassal, "Actitud - Libertad estructural, condición del milagro", Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2017.
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"RODOLFO KUSCH, APORTES DE UNA ANTROPOLOGÍA AMERICANA" El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana: Argentina Dina V.Picotti C. Günther Rodolfo Kusch, 1922-1979. Nacido en Buenos Aires y fallecido en la misma ciudad. De padres alemanes radicados en Argentina. Profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires en 1948. Ejerció una actividad técnica en la Dirección de Psicología Educacional y Orientación Profesional del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires en el ámbito de la sociología y la psico- y socioesdística y una amplia actividad docente en la Enseñanza Secundaria y sobre todo Superior en Universidades argentinas y bolivianas; realizó viajes de investigación y trabajos de campo en la zona del NO argentino y del altiplano boliviano; organizó Simposios, Seminarios y Jornadas Académicas sobre la temática americana ; participó entre otros eventos como miembro titular del XXXVII y XXXIX Congresos Internacionales de Americanistas, del II Congreso Nacional de Filosofía en Alta Gracia, Córdoba 6.1971 y de las Semanas Académicas en torno al pensamiento latinoamericano organizadas por la Universidad del Salvador, área San Miguel, 1970-1973; fue miembro de la Comisión Directiva de la Sociedad Argentina de Escritores 1971-1973; integró el equipo argentino dirigido por J. C. Scannone sobre “Investigación filosófica de la sabiduría del pueblo argentino como lugar hermenéutico para una teoría de filosofía de la religión acerca de la relación entre religión y lenguaje” 1977-79. Fue sobre todo autor de numerosas obras filosóficas y literarias, en las que transmitió lo que su gran sensibilidad poética y pensante le permitió captar de propio y valioso en América. Su obra ha sido reunida en 4 tomos de Obras completas, Editorial Fundación Ross, Rosario, 1998-2003, quedando aún algunos inéditos, sobre todo anotaciones y materiales de trabajos de campo: Tomo I: Datos bio-bibliográficos, Presentaciones; La seducción de la barbarie; Indios, porteños y dioses; De la mala vida porteña; Charlas para vivir en América. Tomo II: América profunda; El pensamiento indígena y popular en América; Una lógica de la negación para comprender a América: La negación en el pensamiento popular. Tomo III: Geocultura del hombre americano; Esbozo de una antropología filosófica americana; Ensayos.
Tomo IV: Lo americano y lo argentino desde el ángulo simbólico-filosóficoPozo de América; América parda; Bolivia; S.A.D.E.; Teatro; Anotaciones para una estética de lo americano; Homenaje a R. Kusch de la Cámara de Diputados de la Nación. *** Entre los temas fundamentales de debate que hoy preocupan a las sociedades contemporáneas ante las posibilidades y los riesgos abiertos por las tecnociencias y un orden globalizado que a la vez que extiende logros convive con la exclusión, se encuentra siempre involucrada la idea misma de lo humano, la orientación del proyecto que se está jugando y se avizora y sus alternativas. En este sentido, el Taller del que participamos bajo la temática general de El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana, que expone a su vez un proyecto de investigación en curso bajo este nombre abarcando pensadores representativos de los tres tercios del siglo, ofrece una gran posibilidad de reflexión en diálogo con las posturas y debates que encararon de manera continua y varia esta temática desde la propia situación histórica latinoamericana. En mi caso se me ha encomendado referirme al pensamiento de Rodolfo Kusch.
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En el intento que manifiesta toda la obra de este pensador argentino, de un planteo situado, culturalmente arraigado, por cuanto todo pensamiento, expresa, sufre “la gravidez de un suelo”[1] y se trata de dar respuestas propias, originales, que escapen a los condicionamientos de esquemas ajenos, se encuentra también una antropología, que desde una experiencia histórica singular se proyecta hacia lo universal, redescubriendo dimensiones básicas olvidadas de la condición humana, valiosas precisamente para la recuperación de ser y sentido en el hombre actual, desafiado por los riesgos de sus propias construcciones. En el trabajo de campo Kusch recoge material fértil para esbozar “una dialéctica americana”[2]; la convivencia con el pueblo se convierte en clave de una epistemología en la que sujeto y objeto se reubican en una relación de sujeto a sujeto, a través de la cual la exploración de las manifestaciones de la cultura popular permite “desocultar su novedad” en medio de un universo poblado por especulaciones exitosas y fundamentadas, y servirse de una “lógica de la negación” que implica un redimensionamiento del hombre. Se configura entonces un discurso pensante que parte de un “estar aquí”, de la experiencia raigal del “mero estar no más” frente a la clásica oposición filosófica del ser y la nada, como categoría central de un pensamiento que la bucea en los diferentes universos de la “América profunda”[3], sea en la soledad de la quebrada como en los rincones de la gran ciudad. Se erige de este modo un sujeto que puja por liberarse de la ficción de querer “ser alguien”, resistiendo en el intento de un “acierto fundante”, a la espera de un fecundo “estar siendo para el fruto”. En la dialéctica entre la posibilidad del mero “estar”, opuesta a la noción filosófica vigente del “ser”, se ubica la encrucijada de la cultura mestiza, donde orden y caos se complementan en constante tensión, confianza y temor, resistencia en lo propio y fagocitación de lo ajeno, práctica de la inclusión frente a la exclusión de la racionalidad imperante; una sabiduría alejada de los mercaderes de cualquier signo. Explorando la estructura del pensamiento popular y la forma de sus juicios, Kusch muestra la falacia de una división entre el menosprecio de la “opinión” que daría cuenta sólo de lo aparente, ante el prestigio del conocimiento que referiría lo esencial, mientras la doxa popular ofrece una plurivocidad que excede a la artificiosa reducción a la univocidad. El uso ambiguo del término pueblo –por una parte una connotación sociológica y a veces económica, por otra un símbolo de lo que se participa desde lo más profundo- hace a la gran ambigüedad que mantenemos ante nuestra verdad, al requerimiento de una verdad que nos cuesta asumir. El habla popular dice la palabra común, pero esconde detrás la gran palabra que completa al sujeto viviente, porque su sentido se refiere a lo viviente en su totalidad, encierra el porqué indefinido del vivir mismo; de allí el silencio de lo inexpresable, que se prolonga en el gesto o en la ceremonia del rito, o se reitera en la costumbre. Y en tanto lo popular es también un símbolo que nos afecta a nosotros, encarna además la culpa que se cierne sobre nuestro decir culto, de haber escamoteado el saber que dice la gran palabra por la palabra común que se profiere para determinar algo o para señalar causas, exigiendo una verificación, a lo cual se ordena la lógica aristotélica, que termina en la ciencia. “De que un silencio vacío ronda nuestro saber, lo prueba el hecho de que en el mundo moderno, no obstante el conocimiento acumulado, no sabemos cómo alimentar al hombre, ni cómo gobernarlo, ni menos qué es el hombre. Lo señala el exceso de teoría, la abundancia de soluciones y la violencia desatada. Todo esto es el símbolo de la silenciosa mudez de nuestro saber culto, que ha perdido contacto con su contenido. Es que nuestro silencio no es el del pueblo. Detrás del silencio popular y de su decir cualquier cosa, hay una verdad que rige su combinatoria y que nosotros perdimos. De ahí la necesidad de retornar a la base y la importancia de América. Lo popular en América es como la sombra de sentido que se cierne sobre el quehacer afanoso del siglo XX... En el crecimiento de lo popular está la sorpresa de saber alguna vez qué hay que hacer. Es un saber potencial que surge de un silencio lleno”[4], nos lleva a un futuro imprevisto que se debe sólo a la potencia del crecimiento. De allí que Kusch proponga, además de un “pensar seminal”[5] que no requiere causas sino se alimenta en una visión orgánica, sólo un “esbozo de antropología”, a partir del silencio lleno del discurso popular, al
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margen de la preocupación de definir al hombre, tomando en cuenta la penosa operación con que el pueblo afirma su humanidad. El problema de América es entonces el de recuperar toda la potencialidad del pensar y saber apostar al futuro. En este pensar se trata de un diálogo, que es ante todo un problema de interculturalidad, dado que entre los interlocutores hay una diferencia de cultivo, no en el sentido de grado de despliegue sino de estilo, de modo de ser encarnado en cada uno, diferencia de perspectiva y de código, no sólo acervo sino actitud. Porque detrás de una cultura se da la cuestión de lograr un domicilio existencial, una zona de habitualidad en la que cada uno se siente seguro, concede sentido a lo que nos rodea. Lo que constituye una unidad geocultural, en la que la ecología de un ámbito, así como su habitat, son recubiertos siempre por el pensamiento del grupo, que adquiere gran importancia para comprender todo lo que se refiere al mismo; de allí las resistencias que ofrece a toda interferencia del mundo exterior y que sea imprescindible para el acceso el estudio del tal pensamiento, núcleo seminal que proporciona los contextos simbólicos con que se visten la realidad y el quehacer cotidianos, entrecruzado por una parte por las decisiones prácticas del grupo ante el medio geográfico y por otra por el saber tradicional acumulado en las generaciones anteriores. Ello lleva a cuestionar la posibilidad de un pensamiento normativo; todo pensamiento sufre la gravidez de un suelo, es una determinada propuesta cultural y se trata de descubrir en su gravidez un cuadro real del mismo que abarque todas las variantes de su modo de ser universal. En América, expresa Kusch desde su experiencia, está en juego la relación interhumana vista por dentro, al margen del mundo de las cosas determinables, en vez de la digitación de soluciones sociales que apuntan a una comunidad externa, que siempre tiende a tener los caracteres de lo contractual; se da una comunidad interna que se ubica al margen de la conciencia, como un a priori que parte de la inconciencia social y que hace realmente a la coherencia del grupo. La búsqueda de esto es fundamental, en un análisis antropológicofilosófico y es lo que debería flotar en todo trabajo de campo. Se trata de nuestra participación en la idea de hombre. En el fondo supone la búsqueda de un nuevo modo de pensamiento o de lógica, quizás una lógica de negación, que implica un redimensionamiento ante las afirmaciones vigentes. El modo peculiar de cultivo para hacer frente al contorno, o cultura, su molde simbólico para la instalación de una vida constituye el así llamado suelo, que incide por su ausencia en la filosofía; tanto en su ausencia perceptible como en su presencia impensable no hace a lo empírico sino a la función de moldear, deformar y en el fondo corromper la intuición de lo absoluto. De allí la importancia de “un punto de vista geocultural” entre nosotros, que supone lo fundante por una parte y lo deformante y corrupto por otra con respecto a cualquier pretensión de universalidad, pero también la posibilidad de una universalidad paradójicamente propia; fricción entre el así llamado espíritu y el suelo que le sirve de sostén, en su doble faz como deformación pero también como fundamentación. La idea de fundamento en la filosofía, afirma Kusch, es en realidad un derivado del concepto de suelo, en el sentido de “no caer más”, de estar de pié, dispuesto ante la circunstancia a fin de poder instalar la existencia. Ello conduce a un “pensamiento pegado al suelo”, por donde se advierte el hilo de lo esencial, entreverado con la circunstancia del estar mismo; entonces lo que hace a la esencia no pasa de ser un episodio menor dentro del pensar en general. Quizás lo propio de nuestra filosofía sea advertir en qué medida se deforma a causa de la gravidez local y es ésta la que se torna esencial; de este modo, Kusch no duda en afirmar que la misma imperfección del filosofar hace a la filosofía americana, en tanto nuestra verdad siempre deforma lo que se pretende instituir formalmente; mas se trata entonces no de modificar la filosofía sino de redimensionar lo que es esencial y que sirve de posible eje al hecho de vivir dentro de una racionalidad propia, de encarar el pensamiento popular como si se aprendiera a ver de nuevo ingenuamente una realidad. El pueblo no vive su cultura como un simple entretenimiento sino como una forma de concretar en una fecha determinada o en un ritual cualquiera el sentido en el que descansa intuitivamente su vida, y es lo que hace que pueda tener algo así como filosofía; se habla a partir
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de la tiniebla para ganar la conciencia, pero sabiendo que ésta no puede agotar toda la verdad, siempre queda en la tiniebla la posibilidad de una verdad mayor. De allí que haya que considerar las relaciones entre mito y racionalidad. El mito cumple la función de no sólo delimitar un campo para el relato, sino además de retraducir en otro más verdadero lo que por ej. una informante quiere decir, no habiendo querido decir el mito sino atestiguar con él la vigencia de un orden más profundo, más verdadero, que totaliza su pensamiento real. Por ej. en el tema de la luz, no se trata de relatar su advenimiento sino de hacer ver cómo la oscuridad es tan importante como la luz, y sacralizar el hecho de que la haya, no en el sentido de que lo sagrado se reduzca a que haya luz sino de que haya también tinieblas, en la conjunción de ambas; así lo sagrado es la verdad, pero una verdad abisal, insondable, a la vez evidente y oscura, que acentúa el margen del errar del vivir cotidiano, ya que representa la instancia de lo otro que irrumpe desde el área de lo sagrado pese a los límites intelectuales puestos por el mito. De este modo, el mito es la parábola que surge recién cuando la gran palabra consolida la inminencia de lo impensable, que hace al sentido de lo sagrado. Si racionalidad supone una forma de instrumentar la verdad o de acceder a ella, la racionalidad popular parte de la verdad para ver recién cómo se instrumenta. Se observan grados de conciencia mítica según aparezca el factor racionalidad: uno primero, vivencial, original, donde se genera el sentido mismo aunque no explícito, de modo gestual, mucho antes de la palabra; un segundo nivel, donde lo mítico retraduce un hecho cotidiano a un horizonte mítico, en tanto no deja de participar de él, por lo que lo que llamamos objetividad no sería más que el revés del mito; por fin, el mito condiciona la verdad para una situación objetiva, es relatado y podría ser motivado por un hecho moral. La racionalidad implica paradójicamente la inversión de lo mítico, ya que se instala para lograr fundamentación, pero siempre a costa del fundamento mismo. Se trata de las raíces abisales de todo fundamento, o sea, la original imposibilidad de haber algún fundamento, o al menos la aprehensión conciente del mismo En lo dicho se sugiere otro modo de pensar, en este caso de concebir una antropología, otra línea de encarar lo humano en relación con el orden vigente; el planteo se invierte, en lugar de verse lo humano desde una perspectiva compartimentada donde por ej. cultura y educación tienen su sentido establecido, se trata de ver en qué medida lo dicho sobre estos temas debe sufrir variantes, preguntarse por qué motivo lo humano en América no logra encuadrarse en los modelos que se fijan como estampas de eficiencia, si estas disciplinas no surgirán más bien de la institucionalización de una voluntad cultural que nos es ajena. Porque si lo dado no es más que la instalación de un estar, en general, la cultura no consiste totalmente en un quehacer fundante, lleva en su esencia una trampa insalvable, porque sirve a lo inmediato pero no es lo fundante en sí, apenas sugiere la posibilidad de un fundamento, porque hay algo pre-dado en el campo de lo impensable del estar con respecto al cual la cultura se reduce a un simple juego de encontrar algo así como el fundamento y poder fijar un itinerario, la compensación de una finitud, de lo desalbergado, de la desazón fundamental; se trata entonces de fundar una habitualidad a modo de domicilio, pero presionados desde el otro lado del mundo simbólico, con el peso de una alteridad que trasciende, simulando una reiteración a nivel símbolo de eso que trasciende, un juego dramático que busca lograr infructuosamente la desgarrante coincidencia entre lo que trasciende y la finitud. La cultura vista como proceso, acto, es entonces el balbuceo que marca esa coincidencia, un intento de diálogo, pero sólo a flor de piel porque nunca logra decir toda la palabra; la posibilidad de esbozar un efímeroesto es que se diluye en un siendo dentro del requerimiento de una respuesta mayor que se esfumó. De allí la paradoja del arte[6], según Kusch. A lo fundamental del mismo se accede con el desvanecimiento del es, con una obra perdida en un gerundivo siendo dentro del requerimiento de aquella respuesta mayor que se esfumó. Reflexiones críticas sobre la impronta que en América realiza el arte sobre la cultura, vista como un modo de habitar el mundo, descubren otros rasgos del modo de ser y pensar del hombre en ella: lo caracteriza en su singularidad con respecto al arte occidental, en el que predominaría el signo sobre lo signado
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apegándose al esplendor de la forma, el tomar su impulso sobre la intuición de lo tenebroso en tanto compromiso con una realidad informe y potenciada por sus propios mitos, que avasalla al sujeto y sus códigos; el afianzamiento de un domicilio existencial no presionado por las reglas, sino por la floración de un sujeto en sintonía con su propio horizonte simbólico. La constitución histórica de éste a través de diferentes proyectos incita a Kusch a ensayar posibles respuestas en cuatro obras teatrales, como son “Tango”, “Credo errante”, “La muerte del Chacho”, “La leyenda de Juan Moreira”, que formula hipótesis sobre las posibilidades de identificación y borramiento de nuestros mitos fundacionales. Por la misma razón, lo educacional desaparece como problema especialmente en lo que se refiere a su institucionalización, dado que no se trata simplemente de transmitir un acervo cultural como si éste fuera un objeto, sino en todo caso de la reactualización del acto que funda lo cultural, el encuentro que encierra el símbolo entre la posibilidad de un fundamento y la urgencia de su hallazgo. La educación se cumple, entonces, en el acto de este encuentro simbólico, no consiste en generar individuos seguros, no se confunde con el aprendizaje, que es un episodio menor. Algo semejante ocurre con lo económico. En América es el juego de un amplio campo de hechos, determinaciones, elaborados por otros. Kusch hace por ej. referencia entre otras a la economía quechua, que así como toda su vida cultural podría explicarse en torno a un eje determinado por las tres instancias del ruway o trabajo no forzado, condicionado por las necesidades y en el curso del vivir cotidiano, el khuway o amparo, con énfasis en la actitud y génesis emocional, el phuyllay o juego, que en su sentido más amplio alude a formas de convivencia social; tres aspectos de una miasma unidad de concepción, que con el kausay o vida y el yuyai o recuerdo, pensamiento, completan la circularidad de una misma forma de actuar típica. Lo fundante de lo económico es básicamente el problema de la instalación de un esto es en el nivel del siendo transitorio, a partir de sus raíces que se dan en el otro extremo de la afirmación, junto a la puerta abierta e ineludible de los símbolos. Por eso a nivel de pueblo lo económico se convierte, cuando se da en el puro trueque, en un ritual silencioso donde se cumple con la necesidad pero en cuanto ésta abarca toda la pregunta, desde la meramente económica hasta la metafísica, por lo que se explica que el pan siga siendo sagrado, siempre se lo consagre o ch’alla, y resulta absurdo que falte. Pero cuando lo económico se independiza de la necesidad así concebida, en tanto se concreta en los bienes mismos y se somete por eso al rigor científico, aparece la palabra y por ende la economía como disciplina, pero como ejercicio independiente, ajeno al hombre, cosificado, que maneja la estrategia de la distribución de los bienes y prepara la explotación, porque no cumple con el juego humano.. Mientras que lo económico en su originalidad, aún cuando pase a ser ciencia, no es más que un tránsito de un siendo que se instala a partir del estar en un acto, por el cual se asume no mucho más que el momento cosmogónico de la aparición de la luz aunque se trate del pan, en cuanto la luz cohabita con las tinieblas, donde se ubica la finalidad, el anti-discurso, el paquete ético-mítico que nos accede a la in-utilidad de lo sagrado, pero descubre la relatividad de la afirmación; por ahí se accede a los símbolos, y más allá a la presión de lo absoluto, donde se da una ética sin código, o se abre a la disolución de cualquier ciencia económica, porque ésta carecería de sentido. El problema de América es la contradicción entre lo que ocurre realmente con lo humano en su integridad de estar-siendo, que hace a lo humano en general, y la estrategia ambigua y explotadora de la filosofía del mercado de las cosas y de sus hombres convertidos en modelos cosificados. “Poder realimentar la transitoriedad de lo fundante, ganar la inseguridad para lograr la plenitud de lo humano es nuestra misión en América, que afortunadamente no logra recuperar la seriedad que le exige el imperio, porque comprende la transitoriedad de la trampa del ser y con ello el fin del imperio mismo”[7]. Es el reconocimiento de una así llamada de-formación de lo humano, pero que supone otra formación en el campo de las posibilidades del “estar-siendo como juego”, lo que deja constancia de una gama total de lo humano pero también de su indefinición radical y además de su finitud en el campo de decir esto es, finitud que hace a la fecundidad, que es relativa, porque
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sólo es compensatoria, ya se llame trueque, macro-economía o cohete interplanetario. Y es que en el fondo de América, continúa expresando Kusch, se tropieza violentamente con el milagro de ser-hombre, con su profunda e inalienable vejez de serlo, pero que hace recién a partir de aquí a un futuro denso, auténtico, fundado, aunque nunca se sepa cuál es el fundamento, pero que seguramente estará asistido desde el otro extremo de los símbolos para esta pobreza esencial que encierra lo humano...Se trata en el fondo de abrevar en nuestro estar lo fundado, pero para ello nada se necesita, sino apenas la paradoja del vivir mismo, pero también toda su sacralidad[8]. Es así como lo humano en América sólo se puede connotar como práctica, como un operar incesante, de allí el estar-siendo como fórmula dinámica que traduce el juego vital entre lo indeterminado y determinado, pero que hace a lo humano con un alcance universal, responde a su indeterminación, en referencia al fondo metafísico de lo existente en general, y también al silencio original, pero por eso mismo a la posibilidad de recuperarlo en una dimensión indoamericana. Se trata de descubrir lo humano a partir de su propio acontecer, lo realmente universal que se da en lo particular y empírico. El “ganarse la vida” supone un acierto hacia la eficiencia, simulado en el saber vivir; se gana el acierto tomando conciencia de lo lúdico del vivir, ello significa fundar; se trata de lograr un acierto fundante o como si lo fuera, como si se buscara la determinación definitiva. Mas los aciertos fundantes son momentos del vivir mismo que no hacen a su totalidad, la revisión de la vida a través de sus episodios disuelve la seguridad del fundamento. Éste es un episodio mayor del vivir en general, no se da en el vivir mismo la posibilidad real de asir el fundamento total, sino sólo el fundar menor de la determinación cotidiana; el estar del estar-viviendo inquiere por un fundamento mayor que no asoma, abre la cuestión por un juego de vivir que va más allá de ganarse la vida, en el que se distrae el afán de determinación para invertir el proceso y no tener que determinar sino ser determinado desde otro ángulo, apelar a una alteridad, a lo otro que funda el acierto, en función de un acierto eficaz para vivir pero desde ese otro lado, en el juego existencial, en el que se regresa del siendo del ser al estar. De allí que Kusch proponga una lógica de la negación[9] para comprender a América: la cuestión no radica en la importancia de la ciencia para la solución de nuestros problemas sino en la falta de categorías para analizar lo americano, una cierta ceguera en nuestra mente colonizada que no nos deja ver qué ocurre con América, para la que nos falta la fe. La lógica de la negación es un ensayo para verlo desde un ángulo imprevisto, en captar todo su peso, hasta violentar las pautas de nuestra pequeña burguesía tan empeñada sospechosamente en reafirmar algo que tiene demasiada consistencia para ser alterado. La negación no en su sentido matemático estricto sino en su semántica, no dentro de una lógica proposicional donde la verdad es entendida como la correspondencia entre pensamiento y realidad, sino en su sentido ontológico vinculada al ser del existente. Porque siendo el vivir un requerir la totalidad de ser, allí media el proyecto, la afirmación de la verdad está colocada como una totalización del propio ser a partir de la negación de las circunstancias. La razón profunda de ser de una cultura es brindar un horizonte simbólico que posibilite la realización del proyecto existencial, cuyo punto de arranque es el puro existir, o desde nosotros el puro estar como un estar aquí y ahora, asediado por la negación, o sea, por las circunstancias. De allí que lo que cabe al trabajo social no sea el conocimiento desde una lógica de la afirmación, sino la comprensión que sólo se logra por una lógica de la negación, por ej. no interesa el modo en que el brujo hace un ritual sino el proyecto de ser que pone en él; comprender supone además sacrificar al sujeto que comprende y ser absorbido o condicionado por el sujeto comprendido, que nos implica, modificando nuestra lógica conceptual occidental; no hay existente sin una intuición de la totalidad de ser, según una lógica de la negación que lleva de la negación a la afirmación de ser. Un método de negación niega lo meramente dado a nivel perceptivo o de conceptualización inmediata y llega a la profundidad del fenómeno, o sea, va por ej. de la mera copla que se canta a su trasfondo humano; negando se entra en un campo de indeterminación, por debajo de las pautas culturales vigentes, se ingresa en el área de verdad del objeto de estudio, en el campo donde se configura
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la posibilidad de ser con sus propias pautas y su propia voluntad cultural que las condiciona. En el fondo detrás de la negación se daría la pregunta por lo condicionante o sea el puro hecho de darse, de estar ahí existiendo. Ensayos, ponencias y artículos, además de obras centrales, reunidos hoy en una Edición de Obras completas, manifiestan en su conjunto un gran y solitario esfuerzo, hoy particularmente significativo para la filosofía y las ciencias sociales que intentan dialogar con la novedad de nuestros tiempos: el de pensar aprendiendo del discurso popular, porque como afirma en Aportes a una filosofía nacional[10], la filosofía en el fondo es sólo un episodio en el juego que hay entre un suelo y lo viviente abandonado a su mero estar, a partir de lo cual se reedita la universalidad, pero siempre en un encuadre geocultural.
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NUESTRO FUTURO COMÚN Informe Brundtland, Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo, abril 1987. En Octubre de 1984 se reunió por primera vez la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo (World Commission on Environment and Development) atendiendo un urgente llamado formulado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el sentido de establecer una agenda global para el cambio (A global agenda for change). La Comisión partió de la convicción de que es posible para la humanidad construir un futuro más próspero, más justo y más seguro. Con ese enfoque optimista publicó en abril de 1987 su informe denominado "Nuestro Futuro Común" (Our Common Future). El informe plantea la posibilidad de obtener un crecimiento económico basado en políticas de sostenibilidad y Expansión de la base de recursos ambientales. Su esperanza de un futuro Mejor, es sin embargo, condicional. Depende de acciones políticas decididas que permitan desde ya el adecuado manejo de los recursos ambientales para garantizar el progreso humano sostenible y la supervivencia del hombre en el planeta. En palabras de la misma Comisión, el informe no pretende ser una predicción futurista sino un llamado urgente en el sentido de que ha llegado el momento de adoptar las decisiones que permitan asegurar los recursos para sostener a ésta generación y a las siguientes. Cuando se conformó la Comisión en 1983 como un cuerpo independiente de los Gobiernos y del sistema mismo de las Naciones Unidas, era ya unánime la convicción de que resultaba imposible separar los temas del desarrollo y el medio ambiente. Tres fueron los mandatos u objetivos impuestos a la Comisión: 1. Examinar los temas críticos de desarrollo y medio ambiente y formular propuestas realistas al respecto. 2. Proponer nuevas formas de cooperación internacional capaces de influir en la formulación de las políticas sobre temas de desarrollo y medio ambiente con el fin de obtener los cambios requeridos. 3. Promover los niveles de comprensión y compromiso de individuos, organizaciones, empresas, institutos y gobiernos. Observó la Comisión que muchos ejemplos de "desarrollo" conducían a aumentos en términos de pobreza, vulnerabilidad e incluso degradación del ambiente. Por eso surgió como necesidad apremiante un nuevo concepto de desarrollo, un desarrollo protector del progreso humano hacia el futuro, el "desarrollo sostenible". Muchas acciones actuales supuestamente orientadas hacia el progreso resultan sencillamente insostenibles, implican una carga demasiado pesada sobre los ya escasos recursos naturales. Puede que esas acciones reflejen utilidades en las hojas de balance de nuestra generación, pero implican que nuestros hijos heredarán pérdidas. Se trata de pedirle prestados recursos a las siguientes generaciones a sabiendas de que no se les podrá pagar la deuda. Por eso la Comisión planteó que la humanidad tiene la capacidad para lograr un "desarrollo sostenible", al que definió como aquel que garantiza las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. El concepto de desarrollo sostenible implica limitaciones. Considera la Comisión que los niveles actuales de pobreza no son inevitables. Y que el desarrollo sostenible exige precisamente comenzar por distribuir los recursos de manera más equitativa en favor de quienes más los necesitan. Esa equidad requiere del apoyo de los sistemas políticos que garanticen una más
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efectiva participación ciudadana en los procesos de decisión, es decir, más democracia a niveles nacional e internacional. En últimas el desarrollo sostenible depende de la voluntad política de cambiar. La Comisión centró su atención en los siguientes temas: -Población y recursos humanos: La población mundial sigue creciendo a un ritmo muy acelerado, especialmente si ese incremento se compara con los recursos disponibles en materia de vivienda, alimentación, energía y salud. Dos propuestas se formulan al respecto: -reducir los niveles de pobreza -mejorar el nivel de la educación -Alimentación: El mundo ha logrado volúmenes increíbles de producción de alimentos. Sin embargo esos alimentos no siempre se encuentran en los lugares en los que más se necesitan. -Especies y ecosistemas: recursos para el desarrollo. Muchas especies del planeta se encuentran en peligro, están desapareciendo. Este problema debe pasar a convertirse en preocupación política prioritaria. -Energía: se sabe que la demanda de energía se encuentra en rápido aumento, si la satisfacción de la misma se basara en el consumo de recursos no renovables el ecosistema no sería capaz de resistirlo. Los problemas de calentamiento y acidificación serían intolerables. Por eso son urgentes las medidas que permitan hacer un mejor uso de la energía. La estructura energética del siglo veintiuno debe basarse en fuentes renovables. - Industria: El mundo producía ya en 1987 siete veces más productos de los que fabricaba en 1950. Los países industrializados han podido comprobar que su tecnología antipolución ha sido efectiva desde el punto de vista de costos en términos de salud, propiedad y prevención de daño ambiental y que sus mismas industrias se han vuelto más rentables al realizar un mejor manejo de sus recursos. -El reto urbano: Al comienzo del nuevo siglo prácticamente la mitad de la humanidad habitará en centros urbanos. Sin embargo pocos gobiernos de ciudades tercer mundistas cuentan con los recursos, el poder y el personal para Suministrarle a sus poblaciones en crecimiento la tierra, los servicios y la Infraestructura necesarios para una adecuada forma de vida: agua limpia, sanidad, colegios y transporte. El adecuado manejo administrativo de las ciudades exige la descentralización, de fondos, de poder político y de personal, hacia las autoridades locales. El concepto tradicional de soberanía presenta varios problemas cuando se buscan alternativas de administración de los bienes globales o comunes ("global commons") y sus ecosistemas: los océanos, el espacio, Antártica. Se han dado intentos como La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Las Leyes del mar, al igual que el Tratado de la Antártica de 1959. El informe exhorta a los Gobiernos a asegurar que sus agencias y divisiones actúen con responsabilidad en el sentido de apoyar un desarrollo que sea sostenible económica y ecológicamente. Deben fortalecer también las funciones de sus entidades encargadas del control ambiental. Finalmente el informe realiza un llamado a la acción. Recuerda que al comenzar el siglo veinte ni la población ni la tecnología humana tenían la capacidad de alterar los sistemas planetarios. Al terminar el siglo si tienen ese poder y más aún muchos cambios no deseados se han ya producido en la atmósfera, el suelo, el agua, las plantas, los animales y en las relaciones entre éstos. Ha llegado pues el momento de romper los patrones del pasado. Los intentos por mantener la estabilidad social y ecológica a través de esquemas anticuados de desarrollo y protección ambiental aumentarán la inestabilidad. La seguridad debe buscarse a través del cambio.
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TRANSFERENCIAS POR UN PENSAR TÉCNICO Juan Herreros Madrid (España), marzo de 2006. Resumen: El autor busca incluir nuevas técnicas en la arquitectura mediante transferencias con otros campos o saberes. Una transferencia fundamental sería reflejar las inquietudes colectivas, dotando a la arquitectura de una dimensión social. Se propone también el concepto de pensar técnico como reflexión sobre los procedimientos de producción. Se desarrollan varias propuestas, como el rechazo a lo superfluo, el proyecto como investigación y la arquitectura como compromiso ante la indiferencia. Otra de las transferencias fundamentales sería con la sostenibilidad, incorporando temas relacionados con la misma al proyecto arquitectónico, sin caer en el radicalismo ecológico.
Uno: cuatro técnicas Este es un texto sobre técnicas, voz que según el diccionario se refiere literalmente al «conjunto de procedimientos de los que se sirve una ciencia o arte». Más allá de la simplificación que asocia las técnicas sólo a los recursos positivos directamente implicados en la idea de construir lo proyectado, extender la definición enunciada a cada fase de la práctica arquitectónica puede abrir una manera pertinente de revisar nuestra posición en tanto que arquitectos en el mundo actual. Así, si habláramos de Técnicas de Pensamiento y Técnicas de Proyecto e incluso de Técnicas de Uso como lo hacemos de las Técnicas de Construcción, estaríamos expandiendo los límites del proyecto más allá de la idea elemental de construir edificios, permitiéndole encontrar un lugar en el mundo, y no sólo en el entorno endogámico de su disciplina. Por eso, para expandir esos límites, el texto se titula transferencias, porque pretende explorar las razones para mirar en otros lugares, atender a otros sectores —especialidades, épocas, entornos. . .— a la hora de obtener datos —referencias, inspiración, léxicos, imágenes, modelos. . .— con los que operar. La filosofía, el arte de su tiempo y la ciencia en desarrollo han sido vitales desde siempre para la arquitectura y nada nuevo estaríamos descubriendo con esta observación. Pero hay una transferencia nueva que poco tiene que ver con la transposición mimética o metafórica de las ideas filosóficas, las referencias literarias, las formas de la escultura o los métodos científicos y que resulta no sólo pertinente, sino quizás urgente en este momento: hacerse eco de las inquietudes colectivas que atraviesan el presente. Esta dimensión social es la que puede introducir un nuevo factor, que llamaremos de servicio, que haga oportuna y necesaria a la arquitectura y reconduzca la puesta a punto del nuevo repertorio instrumental, servido por las revoluciones en curso ante nuestros ojos y cuantos fenómenos asociados a la transformación del mundo podamos identificar. Si coincidimos en que la arquitectura reciente, aún siendo un fenómeno de gran calado mediático, ha perdido posiciones tanto en lo que se refiere a su capacidad para hacer el mundo más habitable como para participar de la construcción y evolución de aquello que llamamos cultura, es fácil deducir que dimensión social, oportunidad y nuevo repertorio instrumental son elementos básicos que deben guiar la implicación de la arquitectura con el presente y el futuro inmediatos.
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La técnica aparece ante nosotros como un poderoso instrumento de anclaje de las ideas a su tiempo. La dificultad está en identificar precisamente qué es lo que puede interesarle a la arquitectura del presente, convulso y contradictorio, o, dicho de otro modo, cómo utilizar en su favor ciertos ingredientes que, aunque abrumadoramente visibles, no han sido suficientemente codificados para trabajar con ellos de una manera positiva. Nos referimos a fenómenos como la revolución geométrica derivada de las nuevas tecnologías; los cambios inducidos por la omnipresencia de las telecomunicaciones; la creciente movilidad de las personas y las cosas; la globalización de los usos, el consumo y la cultura; y la dimensión desbordante de la explosión demográfica, la emigración, las catástrofes naturales o los asuntos medioambientales. Asociamos técnicas de pensamiento al intento de establecer las conexiones necesarias para explorar positivamente el presente. Con ello, sugerimos la idea de que, frente a la interpretación de la arquitectura como una disciplina de trabajo técnico, podría proponerse el recurso de pensar técnico. Asociamos el concepto pensar técnico a la reflexión sobre los procedimientos de producción de las cosas como consecuencia de la intervención de protocolos preestablecidos en forma de reglas, leyes o sistemas de ecuaciones. Haciendo esta lista extensiva a las ideas, pensar técnico supone investigar cómo éstas pueden ser identificadas, elaboradas, aplicadas y revisadas de manera que tal proceso pueda entenderse tan técnico como lo es su puesta en realidad —su construcción— y por supuesto, su uso en el tiempo. Traer al mundo de las ideas el interés por sus procesos de producción no es otra cosa que la puesta en práctica de lo que denominamos actitud pragmática. Si inventar conceptos sería según Deleuze y Guattari2 la gran tarea del pensador contemporáneo y obtener instrumentos con los que negociar un entorno imperfecto —lo que denominamos contingencia— la propuesta implícita de Richard Rorty3, podríamos concluir que el establecimiento y ensayo de tales protocolos sería precisamente la acción, hablamos ahora de las técnicas de proyecto, más específicas del arquitecto contemporáneo que quiere, como el filósofo deleuziano, «ser el amigo del hombre». Quizás por ello, la primera llamada de atención hoy debería ser contra la incongruencia implícita entre el uso de unos recursos geométricos y figurativos de origen digital y una puesta en obra que sigue siendo básicamente mecánica. Nos referimos ahora, es obvio, a las técnicas de construcción, que encontrarán su pertinencia en el establecimiento de sistemas — de nuevo un conjunto de reglas para tomar decisiones con el que abolir el detalle constructivo como el fetiche más perverso del arquitecto nostálgico— cuyo principal objetivo será la eliminación de lo superfluo a favor de la simplicidad, la inmediatez y la universalidad de las soluciones, pues sólo así cada obra formará parte de una investigación planetaria transferible y contribuirá a la construcción del patrimonio constructivo de nuestro tiempo, como si del establecimiento de un nuevo léxico se tratara. Pero estos protocolos —de proyecto y construcción— deben ser abiertos, la incertidumbre nos obliga a ello, y por eso a nuestra lista debemos añadir las técnicas de uso. El futuro, desconocido, forma parte esencial de nuestro trabajo y debe ser introducido en el proyecto como una variable más, de la manera más pragmática que podamos concebir a pesar del conocimiento nebuloso sobre su devenir. Ello supone entender que el tiempo es ahora un material de proyecto y el tiempo futuro su versión más compleja.
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Lo que en los años sesenta se interpretó como un llamamiento a la flexibilidad (concepto que se revive sistemáticamente de manera nostálgica y moralista: «si es flexible es mejor»), precisa hoy de redefinición total pues no se trata de hacer posible lo ya conocido —una familia que aumenta, una distribución de oficina que cambia, un edificio que se amplía. . .— sino lo absolutamente impredecible. Al igual que al referirnos al abuso de la libertad geométrica servida por la revolución informática en el caso del proyecto, aquí el error está en suponer que tal impredecibilidad abre las puertas a la celebración del caos disfrazada de la responsabilidad que supone controlar lo incontrolable y que ha generado en las últimas décadas sucesivas oleadas de excesos —económicos, energéticos, materiales. . .— que han estimulado lo que podríamos llamar una libertad insostenible. Podríamos concluir esta primera parte enunciando que ya se trate de inventar conceptos, proyectar, construir o usar en el tiempo, el principal enemigo de la posición pragmática es cualquier forma de fascinación por la complejidad desbordante. Si la atracción irresistible por la máquina y la producción en serie fue el sello de las vanguardias europeas, una sublimación semejante hoy ante cualquier aspecto tecnológico-científico sería el ingrediente más contrario a la contemporaneidad, el más moderno, el más nostálgico. Ya lo vimos en los contenidos más figurativos de la corriente HighTech (que no sólo fue británica, tan comprensible, sino también europea y americana con un éxito ridículo por descontextualizado en Latinoamérica), en el ala despilfarradora de la producción deconstructivista y, para no situarse exclusivamente en un lado de la corriente, en el derroche simétrico (ahora para mantenerse inmóvil, re- sistente) igualmente nostálgico y agobiante de los radicales de la cruzada minimalista por la contención, esa densidad agotadora y represiva tan frustrante disfrazada de herencia y deseo de una modernidad que huye desbocada hacia delante. Pero sobre todo, podemos apreciarlo en nuestras escuelas de arquitectura. y en la proliferación de una arbitrariedad seudocientífica que está lastrando las verdaderas posibilidades del proyecto como investigación especialmente si se trata de dar entrada en él a los fenómenos inestables o la inducción de un compromiso contra la indiferencia. El rechazo a lo superfluo y su sustitución por la simplicidad, el proyecto como investigación y la arquitectura como compromiso contra la indiferencia son propuestas más que concretas que merecen un pequeño desarrollo. Dos: tres propuestas Lo superfluo y la simplicidad Absurdamente, cuanto más pequeñas, simples, concisas y ligeras son las cosas, cuanto más interés muestran el mercado y los consumidores en eliminar todo dramatismo asociado al uso de los objetos que nos rodean, más sofisticada, complicada e inútil es la arquitectura coetánea. La renuncia a lo superfluo constituye un programa, tan arquitectónico como intelectual, de primera magnitud. Quizás la dificultad está hoy en identificar qué cosa es lo superfluo cuando hemos superado el trauma contra la decoración o entendemos el poder de la forma y la imagen sin los prejuicios de los modernos ni la militancia por el significado de los posmodernos. La simplicidad a la que nos referimos no renuncia a una complejidad interesante pero asocia la intensidad —el más contemporáneo de los esfuerzos y su mejor conquista— al establecimiento de sistemas con los que obtenerla a través de operaciones tan elementales como sea posible. El proyecto como investigación
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No podemos seguir llamando investigación al parasitismo depredador sobre léxicos y sistemas de representación ajenos sin devolver a las disciplinas invadidas nada que desde la arquitectura les pueda servir para avanzar. La citada incongruencia pensar digital-construir mecánico otorga a los recursos gráficos un protagonismo que está desviando la pregunta sobre ¿qué investigan o deben investigar realmente los arquitectos? y ¿cómo puede hablarse de investigación desde el proyecto? El establecimiento de los protocolos de trabajo citado en el primer punto se explica ahora claramente: ese es el trabajo de investigación implícito al proyecto y es específico para cada caso. De esta manera, el proyecto se nutre de ingredientes reinterpretados —transferidos— de experiencias anteriores y de otros campos del conocimiento y referencias culturales o visuales y, lo más importante, produce un conocimiento útil para los demás, y por ello podemos calificarlo de científico, cerrando el ciclo de la investigación. Dar entrada a los demás, establecer diálogos entre las ideas, el mercado, usar los catálogos, etc. es lo que permite describir el proceso de proyecto como un trabajo de investigación e incluirlo en una red superior de experimentos de la que participa y se nutre una comunidad científica que no sólo aprecia los resultados sino que se interesa también por la lectura de las condiciones iniciales, la elección de los parámetros, el establecimiento del programa de trabajo, la invención de sistemas coherentes, etc. Proyectar es tomar decisiones y constituye sustancialmente un trabajo de síntesis sobre un material existente y una dosis ciertamente pequeña de novedad en cada caso en contra de la actitud heroica que pretende inventarlo todo desde cero. . . La arquitectura como compromiso contra la indiferencia La técnica es aún hoy un patrimonio desigualmente repartido y si la arquitectura tiene mucho de servicio, nuestro empeño en la simplificación o el establecimiento de sistemas universales tiene por objeto asumir una postura responsable para evitar la imposición del más fuerte a cualquier escala (pueden ustedes poner aquí los binomios global-local, pero también fuerte-débil o grande-pequeño. . . ingredientes de lo que llamamos realidad ignorable) y fomentar el diálogo, el descubrimiento del otro y la conversación igualitaria y democrática con los mismos recursos y posibilidades para todos los habitantes del planeta. Esa es hoy la técnica contemporánea necesaria en cuatro quintas partes del mundo, no la de Catia4. Pero esto no es sólo una postura ideológica, tiene que ver también con una sensibilidad nueva aún en formación, otra emoción que no es la del asombro o el espectáculo, sino la de la simplicidad, la baratura, la eficiencia, la intensidad y la universalidad (Ábalos, I. y Herreros, J., 2003). Tres: un caso tipo de transferencia: la oportunidad que nos brinda la sostenibilidad Curiosamente, a fecha de hoy (2006), sostenibilidad es un concepto que no aparece en el diccionario de la Real Academia5 ni en la herramienta de corrección gramatical de Windows, pero todos entendemos cuánto convoca uno de esos mundos desde los que una transferencia oportuna puede permitirnos formular algunas preguntas o entrever una forma de construir una cosmogonía pertinente, una descripción del mundo capaz de desvelar aspectos del mismo invisibles a simple vista. Insistiendo en que la propuesta se refiere a transferir conceptos y modos de leer la realidad independientemente de ser sostenible, esto es, tomar sus doctrinas como pertinentes, la oferta que apreciamos en la sostenibilidad pone en primer plano la idea, tan simple, tan potente, de que la arquitectura no es otra cosa sino un filtro interpuesto entre el individuo y el mundo. De
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manera que, aún no sintiendo interés por los modelos de acción basados en políticas reformistas o en la amenaza pesimista de un desastre global, sí parece que la conciencia sostenible constituye una de aquellas inquietudes colectivas asumibles por el proyecto, pero también una buena agenda para reorientar nuestra práctica. Para ello, empecemos por sustituir la palabra conciencia —con sus connotaciones de alegato derrotista— por la de pensar, como ya habíamos hecho con la propuesta de pensar técnico convertida ahora en pensar sostenible. A simple vista se observa que los planteamientos que acompañan al cuerpo teórico de la cultura de la sostenibilidad tienen una fuerte carga ideológico-sensible —definen una posición respecto a la realidad— pero su realización es sumamente tecnológica y, hasta el día de hoy, claramente ajena al proyecto y más interesada en los aspectos puramente económicos —la factura de la luz— y responsables —reducir las emisiones—. Mientras tanto, apenas hemos explorado el potencial arquitectónico y paisajístico que las tecnologías asociadas a la sostenibilidad han desarrollado —por no hablar de la nula presencia en las escuelas de arquitectura si no es convertida en asignatura teórica— y los pocos casos que se han visto nos ofrecen una moda que salva su conciencia a través de una ingenua naturalización de la arquitectura —añadir verde— o un comportamiento eficaz que no deja huella en su organización, imagen o espacialidad. Dicho de otro modo, no nos interesa ni renunciar a la arquitectura tal y como la conocemos por insostenible o impertinente frente a la problemática medioambiental ni sustituirla radicalmente por una especialidad de corte puramente tecnológico que sólo atiende a su propio radicalismo ecológico. La imagen de la conversación resulta pertinente de nuevo. Necesitamos nuevos paradigmas resultantes de la integración de los nuevos conocimientos y recursos y componer con todo ello unas nuevas técnicas de proyecto. Rechazamos por lo tanto, por escasamente interesante, la reducción de la sostenibilidad a una postura concienciada —cuando no meramente una obligación normativa— y el abandono de su interés estético o de diálogo con una cultura técnica en evolución. Pero tal compromiso no es fácil de asumir puesto que desde la muerte de la modernidad, el escepticismo acompaña a la toma de posturas ideológicas en arquitectura. De manera que a simple vista, podríamos afirmar que nos estamos perdiendo un encuentro más que atractivo entre una sensibilidad subjetiva, un ideal y una industria (o un mercado nacido de aquella) que muy bien podría ayudarnos a trabajar en la disolución de ciertos binomios tradicionales que están lastrando nuestra práctica como natural-artificial, arquitectura-paisaje, ciudad-naturaleza, centro- periferia o edificio-contexto, hasta desdibujar los límites entre ellos entendiendo que en la construcción del mundo globalizado actual no sirve de nada aquella clasificación. Cuatro: tres ingredientes de la sostenibilidad para transferir al proyecto Reciclabilidad Reciclar es devolver al ciclo vital algo que ha entrado en un periodo de obsolescencia. Podemos tomarlo en sentido literal como un programa asociado a construir con materiales reciclados, reciclables o eliminables sin dejar residuo y asumir pautas en tal dirección como eliminar los barnices y pinturas o plantearnos seriamente qué sentido tienen tanto suelo pavimentado o tantas cimentaciones enterradas bajo tierra. Pero la idea de reciclar adquiere una dimensión transformadora si la extendemos más allá de la recuperación material: reciclar nuestros conceptos (naturaleza, equilibrio, caos, belleza), nuestros métodos de trabajo (recursos digitales, ubicuidad telemática, nuevos expertos, trabajo en equipo. . . ), nuestros métodos pedagógicos
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(laboratorios, talleres, unidades docentes. . . ), nuestros sistemas constructivos (digital contra mecánico, incremento de las instalaciones imposibles de ocultar, estructura portante que no estructura espacialmente, desaparición del detalle constructivo. . . ), nuestro compromiso con la vida futura de los edificios (obsolescencia desigual, inestabilidad programática, derribo y sustitución.), y , claro, nuestra propia posición frente a la sociedad (el arquitecto como estratega, conversador, intérprete. . . ). He aquí un programa completo de investigación que tiene derivaciones conceptuales, metodológicas, matéricas y culturales pero sobre todo estéticas, que acerca la arquitectura a los usos cotidianos, al sentido democrático del hacer menos, a su reintegración como pieza importante de un futuro deseable. Energía La energía es seguramente el gran tema del presente-futuro. Podemos describir nuestro presente como invadido por una cultura de la energía. Se ha hablado mucho de la información y el tiempo como dos nuevos materiales con los que la arquitectura debe aprender a trabajar. Podríamos plantearnos qué ocurre si añadimos energía a la lista y la sometemos al mismo principio. Igual que con el reciclaje, antes de centrar su importancia en términos medioambientales, quedémonos un rato en el estadio conceptual de la energía como «capacidad de un cuerpo o sistema para producir un trabajo» o, más importante, como «potencia activa de un organismo; eficacia, virtud para obrar o producir un efecto». La definición de energía remite a la idea de algo activo (vivo) y podemos considerarla junto con el tiempo como los ingredientes fundamentales de los procesos de cambio. Hablando de procesos y posicionamiento pragmático frente a ellos, el de la energía es revelador: producción-transporte-almacenaje- consumoresiduo-reciclaje (idéntico al de la basura, otra materia prima contemporánea de primer orden). Cómo apropiarnos de ella —y hacerlo tan silenciosamente como sea posible— será un guión esencial del pensar técnico. Y para ello, podemos comenzar por la energía invertida en las rutinas de proyecto, en la forma de detectar cuál es la oportunidad que encierra cada momento, cuáles serán los procesos adecuados (¿no son demasiado artesanales, laboriosos, ensimismados, nuestros sistemas de producción del proyecto?). Su despilfarro es por supuesto un absurdo conceptual más allá de su pertinencia medioambiental. Veremos pronto programas asociados al ciclo de la energía. Una escala inimaginable alterará la jerarquía de la ciudad tradicional al ser desvelados los lugares, hoy ocultos a los ojos de los ciudadanos, de los que depende su bienestar. Una legión de nuevas especies (paneles, generadores, acumuladores, emisores. . . ) poblará el territorio al tiempo que ideas como autosuficiencia, vertido cero, arquitectura productiva. . . parecen recuperar nostálgicamente un ideario post-hippie. Sin embargo, vienen precisamente del otro extremo: del consumo, o lo que es lo mismo, del de una demanda que pasa por una cultura técnica que no es la del sueño del buen salvaje sino la del ciudadano tecnificado para lograr la mayor implicación con su medio. Aquí transferencia podría entenderse en el tiempo: ¿qué hacer hoy con los idearios de la arquitectura británica de los sesenta? ¿Y con los ideales futuristas de los herederos de Fuller?. . . Integración
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Todo ello nos remite a una lectura del territorio como soporte tecnificado. El paisajismo tradicional, la mirada panorámica o la contemplación ensimismada, desvelan su destino decorativo al encontrarse con la capacidad transformadora de las infraestructuras, con la potencia constructora de los ciclos, con la colaboración de una naturaleza trabajando para la ciudad y viceversa. Integración sería el resultado de cruzar energía y sostenibilidad con el propósito de proyectar un medio simbiótico a todas las escalas. Ello supone asumir órdenes mayores independientemente de la escala de las intervenciones. Por órdenes mayores entendemos las redes, la propia naturaleza, el tiempo y la vida futura de los edificios y las ciudades. . . Ninguno de ellos puede seguir basándose en la absoluta artificialidad de la arquitectura. Cinco: una nueva sensibilidad Trabajar sobre la idea de técnica capaz de disolver las diferencias entre las categorías tradicionales de lo natural y lo artificial supone reconocer que ni el soporte (¿el lugar?) ni la construcción son cuestiones exclusivamente físico-matéricas y/o subjetivo-virtuales. En el caso del territorio, la agricultura nos pro- porciona la información antropológica suficiente para entenderlo con facilidad. Pero si esa artificialización de la naturaleza nos ayuda a imaginar una deseable naturalización de la ciudad, no está tan claro a qué puede referirse tal disolución más allá de introducir verde en ella. Adentrándonos más en esta idea, imaginemos una arquitectura de micro-actividad permanente —como la presente en la humedad exhalada por los procesos o los micro-ruidos de la voracidad biológica— y pensemos cuánto se nos muestra como una imagen certera de lo realmente vivo. Entre la obsesión por permanecer, esa nostalgia de un futuro previsto, temerosa de todo cambio, y la fluidez extrema desposeída de cualquier compromiso que ninguna huella deja, surge a través de esta imagen el descubrimiento poderoso de una identidad constante, de que hay un mundo intermedio formado por el aire, la humedad, el polen, el paso de las estaciones, el crecimiento de los organismos. . . que deben ser considerados auténticos materiales técnicos de construcción. Incorporar estos materiales al proyecto de ciudad implícito en cada actuación, cada edificio, supone entender que construir a la escala que sea es contribuir al funcionamiento de la ciudad y que su descripción no puede hacerse ya con las herramientas del urbanismo tradicional sino con las de la geografía. Geografía Infraestructural es el nombre de una ciencia inventada que podría atender esta idea de pensar sostenible el mundo a través de la construcción de cualquiera de sus piezas tenga la escala que tenga y para ello, cerramos el círculo, proponiendo la transferencia de ida y vuelta de todas las disciplinas interesadas en tal proyecto entre las cuales, la arquitectura tendrá que conquistar su papel.
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LA FORMA Y LA FUNCIÓN SIGUEN EL CLIMA1 RAHM, Philippe2 (2006) Las políticas de desarrollo sostenible son un factor determinante en la convulsión actual de las formas arquitectónicas. A priori, esta convulsión parece menos visible que la aparición del hormigón armado a principios del siglo XX o que la transformación, a finales de ese mismo siglo, de las técnicas de proyecto derivadas de las tecnologías informáticas, esencialmente porque no afecta a la estructura o el aspecto de los edificios, sino más bien a lo que no se ve, lo que solemos denominar la "gestión energética del edificio": calefacción, ventilación e iluminación. El control climático en el interior de los edificios concentra la mayoría de los problemas y de las soluciones relativas a los gases del efecto invernadero, los agujeros en la capa de ozono y las catástrofes climatológicas que éstos podrían provocar: la industria de la construcción es una de las principales fuentes de emanación de esos gases procedentes de la combustión de energías fósiles. Las estadísticas demuestran que el sector de la edificación es uno de los actores principales del ahorro energético3 y explican sin ambigüedades por qué, en la actualidad, la reducción de este consumo constituye un reto tanto político como técnico para la arquitectura del siglo XXI. La Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo definió en 1987 la noción de desarrollo sostenible como "un desarrollo que satisfaga las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades".4 En la arquitectura, esto se traduce en el objetivo de reducir de forma considerable el consumo energético. Las maneras de lograrlo se conocen desde hace años. Algunas tienen que ver con la gestión del edificio. Otras (sobre las que estamos trabajando) provocan una profunda transformación de la relación entre la forma y la función. Por tanto, se trata de establecer el potencial plástico, crítico y prospectivo de dichas transformaciones. En Suiza, las soluciones medioambientales están codificadas a través de la certificación Minergie®, cuyo objetivo es mejorar el confort y reducir el consumo de energías no renovables de forma compatible con un desarrollo sostenible. Esta certificación se basa en cinco principios, entre los que se encuentran los siguientes: una envoltura estanca al aire, un aislamiento térmico excelente y una ventilación controlada. Se trata, por tanto, de aislar completamente los edificios impidiendo toda transmisión térmica que no sea mediante ventilación mecánica con doble flujo y recuperación de calor. Este planteamiento produce una paradoja: el edificio más ecológico es que está más aislado de su entorno (y es autónomo respecto de él) y que regula todos sus intercambios con el medio natural. Tal paradoja revela que, si se pretenden crear nuevas prácticas sostenibles con relación a la arquitectura del hábitat, es necesario ir más allá de las costumbres y de los lugares comunes. Debemos comprender, entre otras cosas, en qué medida unas recomendaciones que en la actualidad son todavía puramente técnicas pueden tener el potencial para transformar las formas y las funciones de los edificios y de las ciudades. Esto supone ir más allá de las soluciones que suelen aportar las innovaciones tecnológicas, que se contentan con implementar las nuevas técnicas en las formas tradicionales. Por ello, abogamos por una implicación más profunda de las nuevas tecnologías, desde el momento de su concepción, con el fin de poder materializar nuevas formas y usos, que todavía no se hayan identificado completamente. Forma, función A día de hoy, dos teorías principales se enfrentan sobre la relación entre el programa arquitectónico y la forma. La de la modernidad heroica, basada en la fórmula del arquitecto estadounidense del siglo XIX, Louis H. Sullivan, "la forma sigue a la función", se oponía al estatus puramente simbólico y decorativo de la arquitectura. En contraposición, la nueva arquitectura, racionalista, funcionalista y universalista, quería dar "una forma justa" a unas funciones claramente predefinidas desde el punto de vista social, técnico y ergonómico. La arquitectura no era más que la expresión espacial del programa y no se permitía ninguna
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dimensión semántica o afectiva. En la década de 1960, este credo fue contraatacado por la fórmula "la función sigue la forma", promulgada, entre otros, por Louis I. Kahn. La idea del programa fue criticada en tanto que respuesta demasiado unívoca a las necesidades y a los usos. Puede ser que las necesidades cambien - la historia de la arquitectura es testigo de la persistencia de la forma arquitectónica -, mientras que el programa y la función, al contrario, cambian constantemente. A partir de ahí Louis I. Khan elaboró un nuevo método compositivo, en el que la arquitectura ya no era la encarnación del programa, sino la respuesta a un sistema de jerarquías. Desde un punto de vista más abstracto, y sin determinar realmente las funciones, estas jerarquías definían un conjunto de espacios donde cada espacio se definía en relación a los demás. Se creaba así un marco rígido desde el punto de vista de la estructura pero flexible en cuanto al programa. Nuestra intención es poner en duda esta relación entre la forma y la función a partir de la relación contingente entre la arquitectura y el clima. Se trata de llegar a una arquitectura libre de predeterminaciones formales y funcionales, desprogramada, abierta a los cambios meteorológicos y estacionales, a las alternancias del día y la noche, al paso del tiempo, a la aparición de funciones ignoradas o formas inesperadas. Trabajamos en una inversión de los métodos de proyecto tradicionales con el fin de permitir una nueva organización del espacio, en la que la función y la forma podrían surgir de manera espontánea a partir del clima. Lo que nos importa es obrar con la materia del propio espacio, la densidad del aire y la intensidad de la luz, para ofrecer una arquitectura que se asemejaría a una geografía: una meteorología abierta y cambiante, con climas y calidades atmosféricas diferentes, que se habitaría en función de la actividad, la hora del día, la estación, nuestras necesidades y nuestros deseos. Nos gustaría reemplazar las limitaciones funcionales y simbólicas por la libertad de uso y de interpretación, y llegar a unas dimensiones no exploradas en las que la arquitectura provoca la aparición de espacios y prácticas en el seno mismo de la materia. Forma En la historia de la ciudad y la arquitectura son numerosos los ejemplos en los que una causa física a dado origen a formas y a interpretaciones sociales, culturales y políticas. El origen de la forma urbana de Venecia y del encanto de sus pequeñas plazas o campi no es otro que la falta de agua potable. Cuando disfrutamos sus espacios y admiramos su funcionamiento como lugares de atracción social, no debemos olvidar que el campo debe su origen a un ingenioso sistema de filtración de las aguas de lluvia, recogidas en un pozo en el centro de la plaza. La forma y el tamaño de ésta dependían de la cantidad de agua que podía recogerse y del número de habitantes de las casas vecinas.5 Desde el punto de vista arquitectónico, la forma del hábitat es, a menudo, una respuesta al clima. Por ejemplo, el patio, espacio central característico de la planta de las viviendas de las regiones desérticas, expresa ante todo la necesidad de crear un espacio exterior protegido de las tormentas de arena; sus dimensiones, relativamente modestas, permiten evitar zonas de depresión. Al carecer de un uso específico en origen, su función varía según las culturas y las épocas: lugar donde se recoge el agua de lluvia, espacio de servicio, de acceso, jardín, etc. Su uso también puede variar del día a la noche, en función de los cambios térmicos. La estratificación vertical de las casas también es muy habitual, ya que genera variaciones de temperatura, humedad y luminosidad. En Bagdad, las casas de los barrios antiguos definen una serie de espacios en sección, del sótano a la cubierta, con temperaturas que varían de 30 ºC en el sótano a 35 ºC en la planta baja, 41 ºC en el primer piso y 50 ºC en la cubierta. Los niveles de humedad siguen una progresión inversa, que disminuye a medida que uno se eleva, del 70 % en planta sótano hasta el 15 % en la cubierta transitable. En función de la hora del día y la estación, los habitantes se desplazan entre el sirdab (sótano) y el talar (galería a lo largo del patio), en búsqueda del calor o del fresco.6 Es significativo que el nombre que se atribuye a las estancias no dependa de una función sino de una calidad climática. Así, la "fresquera" de las antiguas casas de campo francesas ilustra un tipo de especialización climática que ha generado formas, en planta y sección, entre el muro norte, frío, y el muro sur, más
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caliente, entre el sótano húmedo donde se guarda el vino y el granero, más seco, donde se guarda el forraje. Estos ejemplos son muy diversos y muestran cómo "la forma y la función siguen al clima". Nuestro objetivo es actualizar la relación entre la arquitectura y el clima - natural o artificial - en la era del desarrollo sostenible. Buscamos una arquitectura que no sea funcional ni analógica, que se despliegue libremente en el espacio y el tiempo y que induzca a nuevas prácticas. Al la evocar, en un artículo de 1954, la "literatura objetiva" de Alain Robbe-Grillet, Roland Barthes señalaba su empeño en despojar los objetos de toda calidad metafórica y analógica, o en acabar con "el adjetivo singular y global (gestaltista, podríamos decir), que logra anudar todos los vínculos metafísicos del objeto [...]. Lo que Robbe-Grillet aspira a destruir es pues el adjetivo".7 Robbe-Grillet denuncia la "tiranía de los significados"8 y, en su artículo "Naturaleza, humanismo, tragedia", proporciona ejemplos de esos adjetivos que imponen una lectura psicológica del espacio cuando califican un nombre; tiempo caprichoso, pueblo acurrucado.9 Efectivamente, eso es lo que denunciamos. Todo significado que va más allá de la arquitectura le impide habilitar libremente un espacio y un tiempo abiertos a las interpretaciones y, por tanto, acoger comportamientos y modos de vista imprevistos. Perseguimos una arquitectura cuyo fin es el "de estar aquí antes ser algo",10 como deseaba Robbe-Grillet en 1956 con relación a los "gestos y los objetos" de las construcciones novelescas futuras. Lo que nos fascina en la obra de Robbe-Grillet es su enorme capacidad de hacer que existan espacios y tiempos en el presente de la lectura, de dibujar laberintos extraordinarios a lo largo de frases donde la realidad se reinventa con cada palabra - como indica Gérard Genette, "los elementos temáticos [...] se combinan y se transforman ante nuestros ojos" -11 y donde "los lugares, los objetos, las situaciones" se funden, se invierten, se multiplican, como en el presente continuo de El año pasado en Marienbad. Esta capacidad extrema de abrirse a la realidad permite descubrir, aquí y ahora, dimensiones inexploradas, donde la arquitectura provoca - por sí misma - la aparición de tiempos, espacios y prácticas. Imaginamos una arquitectura que precede al significado, es decir que tiene sentido, pero en el interior de su lenguaje. No debe ilustrar pero da contenidos que ilustrar. No representa pero presenta espacios y temporalidades físicas, climáticas, geográficas y fisiológicas. Esta arquitectura sustituye los condicionantes funcionales y simbólicos por la libertad de uso e interpretación. Función La arqueología de los tipos arquitectónicos es un vasto campo sembrado de antiguos programas y de espacios con funciones obsoletas, ruinas de actividades extinguidas, modos de vida superados, organizaciones anticuadas, usos caducos. En Francia perduran algunos nombres - bourne, chauffoir, buron, vivoir, caouhade, zadrouga,, rafraichoir, ramonetage, curral – que ya no nos dicen gran cosa, puesto que designan espacios que ya no logramos describir ni clasificar, espacios que ya no sabríamos habitar y todavía menos imaginar y dibujar. Existe un número impresionante de maneras de ocupar unos espacios híbridos, extraños socialmente, completamente inconcebibles hoy en día, que cumplen funciones tanto de la producción como del hábitat.12 En numerosos pueblos franceses antaño había una habitación llamada la voute (la bóveda), que servía tanto de establo y almacén de estiércol como de sala de vida familiar. Ahí transcurrían las veladas en invierno para aprovechar el calor de los animales y de la fermentación del estiércol, lo que resolvía el problema térmico a la vez que generaba una práctica social. Las veladas e incluso nuestras reuniones vespertinas, por lo tanto, se remontan a una época en la que las personas se agrupaban en las noches de invierno en una misma habitación para compartir su calor corporal. En las islas Aleutianas de Alaska, estas reuniones invernales podían acoger hasta trescientas personas alrededor de un único hogar en una especie de gran casa comunal; en verano, las células familiares volvían a formarse en sus tiendas de campaña personales.13
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Lo que nos interesa es como un problema o una solución arquitectónica han podido provocar la aparición de modos de vida novedosos e imprevistos. Por ejemplo, el moucharabieh del Islam, una celosía de listones de madera para cerrar ventanas y balcones que sirve para tamizar la luz natural y refrescar el ambiente mediante la circulación de aire en su interior, genera una relación ambigua entre interior y exterior de la que resulta un complejo juego social. Evidentemente, la historia no es lineal y el papel social del moucharabieh en el Islam siguió de cerca a la solución de un problema físico (o nació de forma simultánea). Sea como fuere, la inversión de los papeles entre función y clima nos ayuda a formular una arquitectura cuya funcionalidad emergería, como no, de problemas o respuestas climáticas. Lo que nos interesa es la capacidad que tiene la arquitectura de no ser funcional sino abierta, interpretable, libre, es decir no de dar respuesta a una función preestablecida, sino más bien sugerir, hacer posible, la aparición de una función a través de sus respuestas a los condicionantes climáticos y técnicos. Nos interesa hacer que el espacio construido sea mas libre y separarlo de unos condicionantes funcionales unívocos para lograr que sea permeable.14 El programa monofuncional de las habitaciones de nuestras casas se remonta a principios del siglo XIX, cuando se introdujo el pasillo en la casa burguesa. Cada habitación toma entonces una función específica y algunas de ellas se hacen cada vez más técnicas y sus formas son cada vez más determinadas, como la famosa cocina de Fráncfort creada en 1927. De hecho, habitamos un paisaje interior mas bien reciente, en el que algunas funciones empiezan a sufrir una regresión. El comedor, por ejemplo, tiende a desaparecer como espacio independiente. La tipología arquitectónica de la vivienda sigue evolucionando y nuestro trabajo persigue hacer emerger nuevos tipos de hábitat en función de nuevos modos de acondicionamiento climático, artificial o natural, ligados al desarrollo sostenible. Sin embargo, no ambicionamos inventar nuevos tipos de habitaciones para nuevas funciones, sino, más bien, dejar la puerta abierta a la interpretación funcional del espacio. Estamos convencidos de que la arquitectura debe permitir la evolución de todas las maneras de habitar, según la misma relación que describe el científico americano Jared Diamond: las variaciones del medio transforman el curso de la historia de los pueblos y, en lo que nos concierne, la forma arquitectónica y sus usos. 1 Este
artículo integra el libro "De lo mecánico a lo termodinámico - por una definición energética de la arquitectura y del territorio", García-Germán Javier editor, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2010. 2 Arquitecto suizo (1967) titulado por la EPFL de Lausana. En 1995 fundó el estudio Décosterd & Rahm Associeés junto a Jean-Gilles Décostared y desde 2004 tiene despacho propio con sedes en Lausana y en París. Ha sido profesor en las escuelas de arquitectura de la Architectural Association de Londres, la École Nationale Supérieure de Beaux-Arts de París, en Mendrisio, en Lausana y es director de un máster en la École Nationale Supérieure de Beaux-Arts de París-Malaquais. Su trabajo trata de redefinir la práctica arquitectónica con el fin de pasar de la preponderancia de lo visible a lo invisible, de lo tectónico a lo termodinámico, en un movimiento de la arquitectura "hacia lo microscópico y lo atmosférico, lo biológico y lo meteorológico". De entre sus publicaciones más recientes destacan Environ(ne)ment. Manieres d'agir pour demain (2006) y Architecture meteriologique (2009). www.philipperahm.com
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DE LO MECÁNICO A LO TERMODINÁMICO Introducción Javier García-Germán 1 El debate en torno a la energía acapara protagonismo. Finalizada la era de los combustibles abundantes y baratos que han propulsado dos siglos de modernización, avanzamos irreversiblemente hacia un período con menos energía disponible. La escasez, junto con la reciente unanimidad científico-política en torno al cambio climático, deja pocas dudas acerca de la existencia de un cambio de modelo energético que, al igual que ha ocurrido en otros momentos históricos, plantea importantes interrogantes acerca del futuro de las estructuras políticas, económicas y sociales establecidas.1 Este escepticismo también afecta a los modelos vigentes de construcción y de ocupación del territorio. Expresión de una cultura energética de la abundancia, quedan en entredicho sus procesos y métodos. Resulta por tanto necesario conocer cuál es el conjunto de principios, leyes, sistemas, mecanismos y procesos que van a regular esta nueva situación energética para poder establecer un nuevo marco desde el que poder definir los intereses relevantes para el proyecto de arquitectura. La crisis energética de 1973 constituye un referente cercano que ayuda a entender esta situación. La reducción de la energía disponible que impuso el embargo de petróleo puso de manifiesto por primera vez la posibilidad de un cambio de modelo energético. Aquel año marca el comienzo de una nueva cultura de la escasez energética que enlazaba con la ya establecida preocupación por la finitud de los recursos materiales. Esta situación espoleó la necesidad de conocer cuáles eran los parámetros que modularían este nuevo contexto, desplazándose el interés hacia aquellas disciplinas que podían ayudar a construir un nuevo conjunto de referencias. Se abrió una etapa de búsqueda y de experimentación que duró hasta que los precios de petróleo se estabilizaron. Surgió la necesidad de entender qué es y cómo funciona la energía, lo que dirigió el interés hacia la disciplina de la termodinámica. Aunque ya se habían definido el primer y segundo principio de la termodinámica hacía más de un siglo, hasta 1973 no se consideraron relevantes para la definición de las estructuras políticas, económicas y sociales. Los acontecimientos de 1973 invierten esta situación, y el trabajo de Nicholas Georgescu-Roegen e Ilya Prigogine en torno a la entropía pasa a considerarse imprescindible. A partir de sus aportaciones surgen numerosas publicaciones que tratan de dar una explicación termodinámica de la realidad.2 Este giro hacia la termodinámica no era algo nuevo para la ciencia de la ecología. Cuando en 1935 Arthur G. Tansley definió el concepto de ecosistema, explicó el funcionamiento de los procesos naturales en términos energéticos, articulando la sucesión de transformaciones físicas, químicas y biológicas que se establecían entre los seres vivos y entre éstos y el medio.3 Desde entonces, la nueva ecología ha construido su base científica tomando la energía como la unidad de medida. Los principios de la conservación y de la entropía han modulado las relaciones entre los seres vivos y el entorno donde viven. Es importante señalar las aportaciones de los hermanos Odum, quienes extendieron los conocimientos de los sistemas ecológicos al estudio de los vínculos entre los sistemas naturales y los sistemas artificiales. La escasez energética de 1973 “explicitó” la estrecha dependencia entre la economía y el medio ambiente, poniendo de manifiesto que el sistema económico global no es más que un subsistema de los sistemas naturales y, en consecuencia, que está supeditado a sus procesos. Esto condujo a entender que la crisis energética estaba también vinculada a la crisis ecológica. En realidad, el problema de la energía era un problema que derivaba del modelo moderno de instalación del hombre sobre el planeta y del (mal) uso que hacía de las fuentes de energía. Ante esta situación, la ciencia de la ecología podía desempeñar un papel fundamental. Su carácter transversal y global, unido a su base energética, colocaban a la ecología en una posición clave para resolver de modo simultáneo los problemas energéticos y ecológicos. Conceptos provenientes de la ecología, como, por ejemplo, los ciclos biogeológicos, ofrecieron herramientas de gran utilidad para poder reconfigurar las relaciones entre los sistemas naturales y los sistemas artificiales.
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Durante estos años también se refuerza la idea de que los vínculos entre los sistemas naturales y los sistemas artificiales deberían plantearse en términos de reciprocidad. Este asunto, que ya había comenzado a ser un sentimiento generalizado tras la publicación en 1963 del libro de Rachel Carson Primavera silenciosa,4 se institucionalizó en 1972, cuando se celebró la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo. Se trata de un momento en el que la entonces incipiente ecología política buscaba argumentos científicos para apoyar sus ideas, acercando el debate en torno a la energía a la esfera de la política. Todo ello culmina con la redacción del Informe Brundtland, que introduce el concepto de “desarrollo sostenible”5 sobre una argumentación de base ecológica y energética que diluía la distancia entre las disciplinas científicas y políticas. El año 1973 marca también el arranque de una cultura arquitectónica iniciada para afrontar un entorno energéticamente menos intenso. A lo largo de la década de 1970 surgen numerosos grupos experimentales que tratan de resolver la autosuficiencia energética de la vivienda. Colectivos como el Solar Movement, el New Alchemy Institute y otros discípulos de Richard Buckminster Fuller presentan propuestas que van desde el empleo de recursos pasivos procedentes de la arquitectura vernácula a tecnologías punta de captación solar y eólica.6 Sin embargo, lo más importante de estos años es el inicio de un período de reflexión crítica acerca del entendimiento tectónico de la arquitectura y la apertura de un debate en torno a la energía y a las relaciones entre el hombre y el medio. De forma parecida a como había ocurrido en otras áreas de conocimiento, se produce un efecto de apertura disciplinar que incorpora aportaciones de otros campos, extendiendo el radio de acción del arquitecto. De manera lenta aunque paulatina, comienza la definición un programa arquitectónico interesado en la energía desde la perspectiva ofrecida por los intercambios termodinámicos, los sistemas dinámicos y el análisis transversal y holístico que aporta la ecología. Sin olvidar aquellas primeras experimentaciones afanadas en la autosuficiencia, han transcurrido cuatro décadas de trabajo en las que se ha avanzado en la definición de nuevos programas y procedimientos desde los que abordar la construcción de una práctica espacio-temporal capaz de superponer todos estos asuntos de manera coherente. 2 La reflexión iniciada en 1973 en torno a la energía no carecía de referencias, pues ya existía una escuela de pensadores —que arranca con Patrick Geddes y que continúa con Lewis Mumford, Richard Buckminster Fuller e Ian McHarg, entre otros— que habían entendido a través de la biología que la energía era un asunto clave para comprender el funcionamiento de la sociedad y las relaciones que establece con su medio. Tanto Patrick Geddes como su discípulo Lewis Mumford consideran que existe una relación directa entre la energía y la vida que explica la evolución de los sistemas sociales sobre una base energética. Para ellos, el grado de evolución de un sistema social puede medirse en función de la cantidad de energía disponible y de su empleo —a mayor energía disponible, mayor desarrollo— estando, por tanto, el uso racional de la energía estrechamente ligado a la progresión de la vida. Estas ideas arman la propuesta de Geddes de introducir un nuevo modelo energético —al que denomina “neotécnico”— que transforme la era industrial y que, a diferencia del “paleotécnico”, supere la disipación y el deterioro a favor de la conservación de la energía y de la evolución de la vida social e individual. Ante un escenario de escasez de energía y materiales, la evolución de cualquier sociedad sería únicamente posible desde estrategias conservacionistas vinculadas al primer principio de la termodinámica, como son el control en el uso de recursos, la eficiencia de las transformaciones o la contención en el uso. Lewis Mumford trabaja sobre las ideas de Geddes avanzando en la definición de un marco de pensamiento que fundamente el complejo energético-material “neotécnico”. A diferencia de Geddes, para quien el complejo neotécnico suponía una reorganización exclusiva de las actividades humanas, para Mumford alcanzar dicho estadio implica una redefinición de las relaciones entre las actividades humanas y los fenómenos físicos y biológicos que las activan.
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Estas nuevas relaciones de interdependencia sólo se lograrán a través de una “ideología orgánica”7 que reduzca la distancia entre lo orgánico y lo mecánico. El objetivo se alcanzará cuando exista un equilibrio entre la energía convertida de los sistemas naturales y la energía empleada en el desarrollo social. Mumford entiende que el urbanismo es una herramienta clave para ajustar los intercambios energéticos entre los sistemas artificiales y los sistemas naturales, desarrollando la idea de Geddes de que la región es la escala de trabajo apropiada.8 A pesar de que las propuestas de Mumford y Fuller parten del mismo presupuesto —la escasez de recursos materiales y energéticos y la necesidad de replantear las relaciones entre la sociedad y la naturaleza—, sus propuestas son distintas. Si para Mumford las relaciones entre el hombre y el medio se plantean desde la contención y la reciprocidad, Fuller las entiende en clave de producción. Si para Mumford la solución pasa por diluir la era industrial, para Fuller la solución se encuentra en su intensificación. Con una mirada característicamente moderna, Fuller entiende que la relación entre hombre y naturaleza debe plantearse mediante una gestión científica de los recursos naturales a través de la tecnología. Para Fuller, los limitados recursos de la tierra y la superpoblación son un problema ecológico de distribución equitativa de recursos energéticos y materiales. Cualquier intento de redistribución debía plantearse a través de la tecnología, siendo la industria la única estructura humana capaz de ofrecer igualdad a todos los habitantes del planeta. Soluciones como la “efimeralización” — reducción progresiva a través de la tecnología de la componente material de los productos industriales— garantizarían el abastecimiento de productos industriales a la población mundial. Con otras soluciones como la “provisión de servicios” se adelantaría décadas a los nuevos conceptos de uso de los productos planteados en la década de 1980 que hacen que discurramos hacia una “realidad inmaterial pero plena de servicios”.9 Esta redistribución de recursos se implementaba a través de un proyecto —la otra gran apuesta de Fuller— de superposición de escalas e integración e interrelación ecológica entre ellas.10 Este proyecto planetario se debía abordar desde la “capacidad global” del hombre y a través de unas herramientas que entendieran los sistemas mundiales de manera integrada. El Juego Mundial no era más que una base de datos mundial unida a un mecanismo cibernético capaz de gestionar los intercambios entre sistemas naturales y artificiales hasta alcanzar el equilibrio deseado. Este proyecto, gestionado mediante una gran compu-tadora, conceptualizaba el planeta en base a sus recursos de materia y de energía y a su posible reorganización, entendiendo —tal y como lo hacía Gyorgy Kepes— que la tecnología ofrecía la posibilidad de integrar naturaleza y sociedad. Las vías abiertas por el par Geddes-Mumford y por Fuller son un claro precedente de casi todas las líneas de trabajo que se desarrollan en la actualidad en torno a la energía. El trabajo de los dos primeros adelanta los procedimientos conservacionistas empleados hoy en día. Con el objetivo de minimizar el empleo de recursos energéticos y materiales, la primera decisión de proyecto consiste en cuestionar la necesidad de actuar, y ante la necesidad de construir el proyecto, éste se entiende a través de la simplificación, la eliminación de lo superfluo y la optimización de la relación entre coste energético y uso. Este asunto estaría también vinculado a las estrategias de reutilización, reparación y reciclaje. Este enfoque ha sido impulsado por Anne Lacaton y JeanPhilippe Vassal, cuya apuesta de baja tecnología y economía de medios ofrece además la posibilidad de extender sus mecanismos de proyecto a otros continentes, vinculándose al movimiento Appropriate Technology (AT)11 iniciado en la década de 1970. Asimismo, el entendimiento regional de la ciudad propuesto por Geddes y Mumford abrió la vía de trabajo de Ian McHarg, que finalmente ha desembocado en los estudios de Richard T. T. Forman en torno a la ecología del paisaje. De un modo parecido, el trabajo de Fuller se extiende a través de toda la cultura arquitectónica de la energía, siendo precursor de una multiplicidad de propuestas desarrolladas a lo largo de las últimas décadas. Entre éstas se deben incluir tanto las propuestas high-tech de Renzo Piano, Richard Rogers y Norman Foster encaminadas a la eficiencia energética, como los intentos de proponer una arquitectura mundial iniciados por Shigeru Ban y otros, la búsqueda de la
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autosuficiencia energética o la necesidad de intervenir con una actitud “global”, ecológicamente integrada con el entorno. 3 Ante una modernidad que prometía un futuro sin límites energéticos y materiales, los discursos de Mumford y Fuller establecieron unas primeras pautas para desenvolverse en un nuevo escenario energéticamente menos intenso. Sin embargo, éstas deben ser complementadas con el concepto de entropía, ley termodinámica que define de un modo más amplio el contexto en que se desarrolla nuestra realidad física. A diferencia del primer principio, que postula la conservación cuantitativa de la energía, el segundo principio introduce una función de estado, la entropía, que describe la degradación cualitativa de la energía que contiene un sistema. La entropía es una variable que aumenta irreversiblemente con el paso del tiempo y manifiesta el aumento del desorden de un sistema. En este avance desde un estado ordenado a uno desordenado, un sistema pasa de un instante en el que tiene potencial para desempeñar un trabajo a otro instante en el que deja de tener potencial para desempeñarlo. De este modo, la entropía introduce en los sistemas dos variables que hasta ahora no se habían considerado —primero, el paso del tiempo y, segundo, su degradación— que socavan la supuesta permanencia y estabilidad de las estructuras materiales y las conducen al territorio de las transformaciones irreversibles. La figura de Robert Smithson ilumina el debate en torno a la entropía. En su fundamental ensayo Un recorrido por los monumentos de Passaic, Nueva Jersey,12 Smithson revela la realidad entrópica de los paisajes industriales abandonados, enseñando que es a costa del aumento de la entropía de estos lugares cómo Manhattan mantiene sus bajos niveles de degradación. Dice Smithson: “Passaic parece estar lleno de ‘agujeros’ en comparación con la ciudad de Nueva York, que parece estrictamente empaquetada y sólida. Esos agujeros son, en cierto sentido, los vacíos monumentales que definen, sin pretenderlo, los vestigios de la memoria de un juego de futuros abandonado”.13 Passaic revela la degradación irreversible que Nueva York desencadena en su periferia, erigiéndose como su anticlímax, como su antimonumento. Si el trabajo de Smithson revela la existencia de la entropía haciendo visible el paso del tiempo, Florian Beigel sugiere que estos paisajes tienen su propia lógica y su peculiar funcionamiento, y que si hay que observar la degradación y conocer sus leyes es para poder integrarse en ellos.14 De este modo, enfrentado a la rehabilitación de la mina de carbón de Cospuden, al sur de la ciudad alemana de Leipzig, entiende que las intervenciones posibles pasan por detectar los flujos de energía en disipación para acompasarlos e integrarse en la dinámica de su funcionamiento. Contrariamente a la ley de la entropía, los organismos vivos demuestran que se puede avanzar hacia estados de mayor organización interna. El trabajo de Ilya Prigogine en torno a las “estructuras disipativas” demostró que en un proceso entrópico “la disipación de energía y de materia —generalmente asociada a los conceptos de pérdida y rendimiento y evolución hacia el desorden— se convierte, lejos del equilibrio, en fuente de orden”.15 Frente a un sistema cerrado aislado del mundo exterior condenado a degradarse, los sistemas abiertos son creativos: intercambian materia y energía con el exterior, evolucionando hacia estados de mayor orden. Estas estructuras, consideradas “parte integrante del medio que las nutre”,16 permiten entender que la forma no es más que un coágulo temporal de materia, energía e información en su evolución hacia otra cosa, poniendo de manifiesto que lo importante no es el coágulo (la forma), sino el control de los flujos de energía que lo atraviesan. Sanford Kwinter recoge el interés de Smithson por la entropía y por el tiempo y los actualiza con la teoría de las estructuras disipativas de Prigogine. Señala que es necesario revisar la relación de la arquitectura con su entorno y su evolución en el tiempo. Aboga por una arquitectura capaz de reaccionar ante los estímulos de materia, energía e información que recibe del lugar en el que se enclava. Para Kwinter esta actualización cibernética de la relación entre la arquitectura y su contexto ofrece una “teoría del lugar”17 mucho más completa que cualquiera de las lecturas formales ortodoxas que se realizan del entorno construido o del paisaje.
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La entropía ofrece un nuevo marco desde el cual es posible entender la realidad material a través del tiempo. Bien sea a través de los procesos degenerativos o de los procesos de crecimiento emergente, la entropía muestra la necesidad de desarrollar unas herramientas espacio-temporales que faciliten engranar el proyecto con los flujos de energía que lo atraviesan, desplazando el interés desde las cantidades a las cualidades. Frente a lo extensivo —la distancia, la superficie y el volumen—, la termodinámica ofrece la oportunidad de entender el proyecto en función de lo intensivo: la temperatura, la presión o la cantidad de energía potencial almacenada. En esta dirección se pueden alinear las propuestas distantes —pero que entendemos como complementarias— de Philippe Rahm y de Stan Allen, el primero interesado en definir una arquitectura a través de la intensidad de las cualidades atmosféricas y el segundo interesado en definir una arquitectura capaz de operar en campos de intensidad variable. Dos propuestas, una “ambiental” y otra “estructural”, que muestran las dos caras de la misma moneda. 4 Desde que en la década de 1960 se considerara al hombre como un agente ecológico más, los mecanismos de funcionamiento de los ecosistemas han sido emulados para el diseño de los sistemas artificiales. Éste es el caso de John McHale y de William McDonough,18 quienes diseñan los sistemas industriales como ciclos cerrados, o de Salvador Rueda,19 que apuesta por la ciudad compacta mediterránea en base a que maximiza la recuperación de entropía en términos de acumulación de información. Si la termodinámica ofrece unas leyes que regulan de manera abstracta la energía y la materia, la ecología muestra cómo esos conceptos se despliegan sobre la naturaleza y cuáles son los mecanismos mediante los cuales se hacen efectivos. Al estudiar las interrelaciones entre seres y medio en términos de energía, la ecología “pone en práctica” los principios de la conservación y de la entropía, describiendo los procesos concretos a través de los cuales éstos se manifiestan. Los sistemas naturales, estimulados por los flujos de energía que los atraviesan, crecen generando estructura, sistemas de autorregulación, ciclos biogeológicos, interrelaciones y aumento de la complejidad y otros mecanismos que contribuyen a su buen funcionamiento y garantizan su supervivencia.20 Además, la ecología aporta una mirada transversal capaz de articular de manera comprensiva todas las escalas de trabajo, ofreciendo la posibilidad de interrelacionar todos los sistemas relevantes en un proceso. John McHale inaugura la era del “rediseño ecológico”. McHale considera que los sistemas tecnológicos son una prótesis del cuerpo humano que lo han extendido por todo el planeta. El reto del “rediseño ecológico” radica en redefinir el metabolismo de los sistemas artificiales de modo que, junto a los sistemas naturales, formen una única realidad interconectada. Al emplear conceptos propios de la ecología, McHale aplica una utilización relacional de los recursos que busca las interdependencias físicas, químicas y biológicas con el resto de sistemas naturales. Al tomar como modelo los mecanismos de un ecosistema, emplea sus leyes, sus procesos y sus relaciones para pensar los sistemas industriales. Su acción tiene dos frentes simultáneos. Primero, diseña los procesos industriales de modo que sus residuos puedan ser asimilados por el metabolismo natural (nutrientes biológicos)21 y, segundo, diseña los sistemas industriales de modo que sus residuos puedan ser los nutrientes del siguiente ciclo (nutrientes técnicos), estableciendo así conexiones estratégicas entre ellos, cerrando los ciclos de producción y sosteniendo el crecimiento de complejidad organizada. En cualquier ecosistema existen interrelaciones entre los seres vivos —plantas, animales y humanos— y entre éstos y el medio. La actividad de cualquier agente repercute en el conjunto del sistema de modo que se producen encuentros que promueven la diversificación, la creación y la innovación. El papel del diseñador es comprender cómo funcionan estas interrelaciones alimentando el funcionamiento continuado del sistema. Al introducir un sistema en otro sistema, existe la posibilidad de superponerlos de manera integrada de modo que tengan la oportunidad de establecer una interacción productiva y coevolucionar en el tiempo hacia estados de mayor orden interno. En esto consiste la teoría de la adaptación creativa definida por Ian McHarg, un
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proceso termodinámico de intercambio de materia y energía —que McHarg denomina “negentropía” por ser opuesta a la entropía— mediante el cual un sistema artificial se adapta al medio y hace que éste se adapte al sistema en un movimiento recíproco. McHarg considera que esta adaptación es en sí una actividad creativa de acumulación de información que motiva que el sistema hombre-medio pase a niveles de organización superior contrarrestando la tendencia hacia la entropía.22 Sin embargo, aparte de consideraciones metabólicas, la auténtica oportunidad del “rediseño ecológico” —como argumenta Gilles Clément— es la de desarrollar una nueva estética que, alejada de consideraciones formales, nazca de observar la contribución del sistema artificial al funcionamiento global del sistema en el que se integra; una nueva estética derivada del “placer que suscitan los nuevos conocimientos ligados a la comprensión de los mecanismos que obran en el ecosistema”.23 5 Tanto los principios termodinámicos como los procesos ecológicos proporcionan unas herramientas estrictamente científicas con las que abordar la construcción de lo sostenible. Estas disciplinas facilitan unos conocimientos técnicos de gran utilidad para redefinir la inserción del hombre en la naturaleza y reconfigurar los sistemas naturales y artificiales. Sin embargo, al emplear únicamente criterios científicos se excluyen los culturales, impidiendo que se establezca una auténtica conversación a dos bandas que aúne los conocimientos de las ciencias y los acontecimientos de las humanidades. Michel Serres en El contrato natural plantea la necesidad de crear un nuevo marco capaz de regular los acuerdos que se deben alcanzar entre las necesidades técnicas y las culturales. Este marco legal permitiría que el movimiento de la naturaleza a la cultura que plantea la ecología sea equilibrado con un movimiento simultáneo e inverso de la cultura a la naturaleza. De esta manera, podrá establecerse un diálogo verdaderamente bilateral. Para que esta conversación sea tal, deben crearse unas herramientas capaces de redefinir las relaciones entre naturaleza y cultura en términos de reciprocidad. Si Michel Serres señala la necesidad de construir un marco, Bruno Latour lleva esta necesidad a la práctica. De acuerdo con Latour, establecer relaciones de reciprocidad entre la naturaleza y la sociedad implica pactar entre una multiplicidad de intereses humanos y no humanos, asunto que sitúa estos acuerdos en el campo de la política. Latour desborda el radio de acción de Serres ampliando los acuerdos entre hombre y naturaleza a unos pactos de convivencia entre el hombre y sus interconexiones con la totalidad de las cosas. La construcción de dicho marco revela la necesidad de pensar la política y la ciencia de modo simultáneo, asunto que es ejemplificado con el foro mundial en torno al cambio climático — prototipo de “parlamento de las cosas”— y los debates entre intereses atmosféricos, bosques tropicales, compañías petroleras, automóviles y personas.24 El trabajo de Serres, Latour y otros pensadores como Peter Sloterdijk consiste en idear un nuevo marco político capaz de dar cabida a las discusiones y los acuerdos de unos colectivos ya no sólo formados por humanos. Sus discursos están enfocados a facilitar el diálogo y la toma de decisiones en unos foros geopolíticos en los que participan multitud de agentes. Como demuestran los ensayos aquí compilados, en el debate en torno a la energía también convergen multitud de asuntos que revelan tanto la amplitud del campo de acción del arquitecto como la limitación de sus competencias. La superposición de escalas, el desarrollo en el tiempo o el conflicto entre las necesidades medioambientales y las oportunidades de proyecto desplazan la actividad del arquitecto desde el tablero de dibujo hacia una mesa de negociación donde concurren diversas profesiones e intereses. Este asunto multiplica el trabajo del arquitecto que debe ser capaz, primero, de reconocer la diversidad, complejidad y extensión de los factores vinculados a su trabajo; segundo, de encontrar pactos de convivencia entre todas estas partes;25 y tercero, de entender cómo éstas se van a desarrollar en el tiempo.26 Las propuestas de estos pensadores ofrecen una referencia desde la que definir unas herramientas de proyecto que permitan desplegar unas ecologías de consenso. 6
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Este libro presenta un compendio de ensayos sobre las distintas posturas en torno a la energía surgidas durante los últimos treinta y cinco años. Los ensayos recopilados presentan distintas ópticas a través de las cuales la cultura de la energía se ha manifestado en los procesos constructivos y de ocupación del territorio. El compendio se estructura en base a cinco epígrafes: Energía, Entropía, Ciclos, Pactos y Energía y proyecto. Los cuatro epígrafes primeros —Energía, Entropía, Ciclos y Pactos— suponen un corte transversal en la cultura arquitectónica desde conceptos propios de la termodinámica, la ecología y la política. El quinto y último epígrafe, Energía y proyecto, con ensayos de Ian McHarg, Salvador Rueda, Stan Allen, Reyner Banham, Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal y Philippe Rahm, muestra herramientas concretas capaces de incorporar a las distintas escalas del proyecto los conceptos discutidos en los cuatro primeros epígrafes. Este compendio muestra aproximaciones muy diversas que abarcan una multiplicidad de escalas, desde la región, pasando por el paisaje, la ciudad, la infraestructura y la arquitectura, hasta el ambiente. Resulta, por tanto, necesario realizar un doble movimiento que conecte todos estos ámbitos de trabajo: a Un movimiento de la arquitectura hacia el territorio, lugar donde se manifiesta la realidad en toda su complejidad. El paisaje como entidad formal, definida y supeditada al sujeto que observa, es engullido por un territorio que lo excede en escala, duración y profundidad, y lo somete a la totalidad de los procesos históricos naturales y culturales que activan su superficie. Esto requiere una arquitectura acoplada a su entorno, capaz de reaccionar a los estímulos de materia, energía e información procedentes del medio donde se enclava, que capte, almacene, transforme, organice y dosifique recursos y que se adapte a regímenes de materia y energía cambiantes. b Este movimiento desde la arquitectura hacia el medio ambiente debe estar secundada por la introducción del ambiente en la arquitectura. Para ello resulta necesario revisar la relación entre estructura y clima —como ya adelanta Reyner Banham—27 proyectando unas estructuras que, limitadas a una mínima inversión de materia y energía, optimicen su comportamiento ambiental en términos energéticos. Esto reintroduce el proyecto en el debate en torno a la forma y su relación con el clima, asunto que, como argumenta Philippe Rahm, debe hacerse independientemente de su uso, abriendo la arquitectura a la interpretación de su ambiente. De este modo se alcanzará un grado cero del urbanismo, del paisaje y de la arquitectura que, alejado de cuestiones de representación y significación, presente estas disciplinas como prácticas materiales inmersas en los procesos geográficos,
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ACTITUD Libertad estructural, condicion del milagro Anne Lacaton – Jean Philippe Vassal (2011)
"Hoy comprendemos toda la importancia que reviste la aventura de la superposición, sea en cuestiones de arquitectura o de urbanismo. El bienestar, pero también los sueños de la sociedad contemporánea, parecen depender de la manera en la que una situación existente se encuentra con una nueva, dos temporalidades, dos estados del espíritu. Cada vez que abordamos un proyecto lo pensamos como una intervención sobre la trama existente, que tiene una historia real o se urde desde una ficción. Una superposición con intenciones nuevas pero sin imponerse jamás al sistema original, con escrúpulos y delicadeza, para que nazca un tercer lugar producto de los dos primeros. Así, ya no se trata de un antes y un después, sino de una situación repentina. Un estado de gracia surgido de ese encuentro, de esa superposición. Esa búsqueda, difícil, pone en primer plano nuestra manera de plantear la estructura, siempre independiente de aquello que contiene con el fin de permitir que brote el contenido. Una estructura abierta, libre, muy amplia, que posibilite la invención de nuevas relaciones con el clima, el entorno y la actividad, que produzca las condiciones de la movilidad y de lo lúdico. Una estructura que genere urbanismo por su capacidad de inmiscuirse en lo existente y activar el deseo de continuar la ciudad. Situación repentina Siempre nos aproximamos al concepto de estructura abierta a través del imaginario de la trama, el imaginario de la extensión. Toda situación a la que el arquitecto se ve confrontado hoy presenta ya una trama muy precisa. Desde nuestro punto de vista, esa trama debe mantenerse de forma predominante, ya sea la trama de pinos de Cap Ferret, sobre la que colocamos una casa lo más delicadamente posible, o las viviendas existentes en Boulogne-Billancourt. Todo parte de la comprensión de esa base, una capa intocable y preciosa con la que se busca una actitud de tolerancia para la convivencia, para la compañía. Una conversación justa, con distancia precisa entre dos sistemas destinados a mezclarse, a vivir juntos, a sumar, y de los que se espera una simbiosis. En efecto, la superposición de dos estructuras, por su relación, su diferencia y al mismo tiempo su proximidad, favorece la aparición de fenómenos inesperados: usos, miradas y comportamientos nuevos. Una tercera situación generada por el producto de dos intervenciones y que no puede surgir a menos que haya confianza en el futuro y, por consiguiente, que se acepte una cierta indefinición de los usos y del lugar. Si se trata de rehabilitación, consiste en el producto de una estructura existente con una situación nueva; si se trata de obra nueva, del producto de una situación que habría podido existir con una situación posterior. Esa tercera realidad, nacida de la superposición de estratos y temporalidades en un lugar, es milagrosa. Su intensidad resulta más cuantificable cuanto más se identifican las diferentes intervenciones y más se definen las singularidades que hay entre los dos sistemas. Para la transformación de la torre de Bois-le-Prêtre, todas las capas permanecen identificables a pesar de la renovación. Esto es lo que hace que las ampliaciones resulten tan sorprendentes. El mobiliario anterior nos explica la situación original, se prolonga hacia el presente en las galerías, pero lo hace con otra intención, la de vivir otras cosas, no solamente la función. La de respirar de otro modo en la casa, de ver más lejos, de poder volver a la propia vivienda, el interior de su sala o de su habitación, sin sentir más límites visuales, ni físicos, ni mentales. Para que este regreso a la propia casa funcione, no hay que forzar la superposición de situaciones entre sí, ni pretender imponer un nuevo estrato sobre el antiguo. No hay que crear jamás relaciones de fuerza, sino al contrario, encontrar las relaciones precisas para que nazca una continuación, un comienzo.
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Nuestra búsqueda de cambio está condicionada por la libertad que la estructura concede al usuario. La libertad de moverse, de plantear actividades donde sea, de poder estar solo en algunos sitios. Esta flexibilidad proviene de la utilización de sistemas constructivos ligeros, de su independencia frente al programa, del impacto débil, pero también de la desmesura de la estructura. Cuanto más grande y más amplia, más historias podrá alojar. Más cosas podrán esperarse de ella. En cada nuevo proyecto, buscamos siempre ir al máximo volumen construido que permitan las ordenanzas. Pensamos que el cambio en aquello que nosotros denominamos el tercer lugar, o tercera realidad, depende de esta desmesura, sea horizontal o vertical. Es necesario que haya exceso para que funcione el desfase entre estructura y programa, envolvente y divisoria, entre anterioridad y posterioridad, necesidades y deseos. Con ocasión de la realización del café en Viena, estuvimos trabajando en la invención de un desfase. Se trataba de un edificio existente que se estructuraba en tres bóvedas a las que aplicamos un revestimiento de cerámica y en las que instalamos el programa. Mediante esta aproximación, liberada la estructura existente, queríamos que pareciera que la cerámica se había colocado cincuenta años antes. Ese desfase temporal, ficticio, es perceptible en el café, y basta para convertir el lugar en algo sorprendente, ambiguo, difícil de situar. Nos gusta trabajar en la construcción de las condiciones de este cambio, de este intervalo. Es a partir de ellas cuando el usuario empieza a aportar sus historias y a enriquecer el proyecto. En la escuela de arquitectura de Nantes nos inspiramos en la imagen de un hangar gigantesco, como las grandes naves industriales de Alstom que hay cerca de allí, e instalamos el proyecto en el interior. Esta actitud desdibuja la relación del proyecto con el tiempo. Nos gusta jugar con la percepción del tiempo del proyecto, estirándolo y creando situaciones de ficción que le permitan cambiar. La variedad de interpretaciones disponibles concedidas por la desmesura y la ligereza estructural contribuyen a fabricar la ficción de un estado anterior. Cuando nos bloqueamos por cuestiones técnicas o constructivas, volvemos a esta historia. Este argumento conduce todo el proyecto y puede hacerlo muy personal. Una estructura abierta para inventar climas y ambientes Una estructura abierta para inventar climas y ambientes Imaginar una aproximación al clima a través de la estructura, de la movilidad y de la transparencia nos parece especialmente rico. Sin embargo, en la actualidad, la relación con el entorno es exclusivamente defensiva. El confort interior solo depende de cálculos, algo que nos parece muy peligroso y, paradójicamente, poco preciso, pues estos se basan en unos supuestos de proyecto que serán erróneos una vez el edificio esté construido. Los razonamientos no se sustentan en los datos cotidianos, sino en el caso extremo de los cinco días más críticos de invierno y verano, los más fríos o los más calurosos. Son estos extremos los que determinan la arquitectura y la conducen a un sobre aislamiento, la sobreprotección, el sobredimensionado de las instalaciones y, por tanto, a generar mayor estanquidad en la relación entre el interior y el exterior. Esta manera de hacer no es inteligente en absoluto. Lo que debería hacerse es considerar el 95% de las condiciones normales y encontrar soluciones temporales eficaces para los casos extremos y poco frecuentes, adaptando los usos en esos momentos. La práctica convencional conduce a la fabricación de cajas demasiados cerrados, demasiado estancos, de las que no se puede salir. Habría que imaginar la vivienda tal y como se concibe la vestimenta, que uno pueda cambiársela, poder ponerse un chal, un jersey, y quitártelo; disfrutar de los distintos momentos y climas a los que nos enfrentamos, ¡antes que obligar a la gente a llevar abrigo todo el ano!
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Las cortinas térmicas que venimos utilizando desde hace quince años- al principio de manera empírica pero de las que puede calcularse hoy perfectamente su eficacia- responden bien a esa movilidad de la envolvente. Precisamente mediante la producción de estructuras abiertas intentamos captar el máximo de sol e inercia exterior, pero también permitimos que el usuario fabrique el clima a su conveniencia. Hoy en día el tema del clima nunca se aborda con claridad, en positivo y con sentido común, sino más bien como una especie de problema o enemigo del que hay que protegerse. No se confía en la inteligencia del habitante para que un lugar funcione. En lugar de otorgarle esa confianza y de solicitar su acción, al cliente se le entrega una especie de maquinaria pesada con la que no va a sentirse precisamente cómodo, y uno se da cuenta que la utiliza al revés, de que acaba empleándola en su contra. Por otro lado, hay sistemas más sencillos con los que experimentar y que, además, son más baratos. Los ejemplos extremos obligan a reflexionar sobre el clima de otra forma. Como en aquella escuela para nómadas en medio del Sahara de Níger, donde no hay nada, ni ciudad, ni pueblo, ni un árbol, solo el cielo y la arena. Durante el día están a 50C, el cielo y la arena son blancos, y el calor intenso reverbera. Los habitantes son nómadas; el hábitat, el desierto. Un refugio de paja es la única construcción visible. Se trata de una escuela para niños nómadas: 70m2 en planta y 1.6m de altura. Se han clavado una rama en la arena, otras se entrelazan para formar la cubierta, y el conjunto está recubierto con paja trenzada de mijo. Por extraño que parezca, a pesar del calor que hace fuera, dentro se está bien. Los rayos del sol han sido interceptados, se está a la sombra. Dos ambientes muy diferentes: el interior en sombra y el exterior a plana luz. La diferencia de temperatura crea un ligero movimiento de aire que refresca. Una treintena de niños se sientan sobre la arena, y observan y escuchan un programa escolar de una televisión colocada encima de una mesa. Bajo ella, la batería, y encima de la cubierta un panel solar que aporta la energía necesaria. No había ni maestro. Solo buenas razones para encontrarse allí. Por su eficacia y su delicadeza, esta instalación tiene que ver con la experiencia de los invernaderos agrícolas: un máximo de espacio construido con un mínimo de materia. Cuanto más delicada y ligera sea la estructura de acero del invernadero, mayor será la radiación útil para hacer fotosíntesis. La envolvente juega e interacciona con el exterior, permite la fotosíntesis, crea el efecto invernadero para calentar, proteger del viento, ventilar proporcionar sombra o aislar. Algunos invernaderos, como los Open Sky, pueden abrirse por completo en un minuto. Cuando el clima exterior se hace más interesante que el interior, las láminas de plástico se recogen hacia arriba, de modo que no queda más que la estructura. Esto permite, por ejemplo, aprovecharla lluvia como riego natural. El invernadero es el dispositivo mínimo más elegante que conocemos para utilizar y transformar el clima exterior y hacerlo habitable, aunque no es sencillo encajarlo en una normativa de edificación demasiado modelizada. Sin embargo, se trata de un sistema muy fiable, técnico y preciso porque responde a los grandes retos de las lógicas de producción. Los requerimientos del viento, la nieve, la condensación, el 95% de aporte luminoso, la circulación de aire, etc., todo está hábilmente integrado. Comparados con la precisión de esta herramienta, los cálculos del rendimiento térmico de la vivienda resultan muy imprecisos. El sol es la fuente de calor más importante que existe; deberíamos utilizar hasta el último rayo y no filtrar más que sus aportes máximos o bloquear algunos ángulos de radiación en algunos momentos del ano. Por eso el aislamiento y la sombra deberían ser siempre dinámicos, móviles y adaptados a los cambios de estación, de clima y a los deseos de los habitantes. Esta movilidad del aislamiento que tanto nos interesa no es posible a menos que la estructura sea abierta, que ningún tabique fijo bloquee la posibilidad de combinar las particiones verticales para la gestión del ambiente. El caso de la casa Latapie (Floriac, 1993) constituye un buen ejemplo de esa relación íntima entre estructura mínima, disponibilidad espacial, ambientes y climas. La comunicación entre el interior y exterior se imagina como una relación de porosidad, de intercambio y de paso: un gran invernadero abierto al este capta los rayos de sol desde las primeras horas de la mañana para que no sea necesario calentar el interior de la casa por otros medios.
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En términos de ocupación, este espacio no calefaccionado es la estancia más utilizada de la casa. Pasos y aberturas sencillos, puertas plegables o deslizantes hacen funcionar el espacio interior aislado con el espacio intermedio del invernadero y, más allá, con el jardín. En verano, un sistema de sombra y una óptima ventilación natural permiten que el aire caliente salga por la parte superior del invernadero. En invierno, el aire calienta se conserva, y basta con abrir las puertas y ventanas de la parte aislada de la casa para que entre el aire caliente y haga innecesario encender la calefacción. El consumo energético de esta casa es muy bajo. El sol es, de lejos, el mejor radiador y el más agradable. Actualmente, seguimos con este trabajo de exploración del potencial de los invernaderos para la vivienda, donde la cuestión de la calefacción es tan peculiar. Es interesante combinar dos tipos de estructura: un espacio aislado, climatizado y protegido, por un lado, y una envolvente bioclimática sin calefacción, por el otro. Una caja aislada y climatizada junto a un invernadero hortícola dentro de él. Entre los dos espacios, unos sistemas sencillos de paso y abertura, paneles deslizantes, filtros, cortinas y aislamientos móviles ofrecen la libertad de ir del espacio aislado al exterior. El sistema es dinámico, fomenta la movilidad y la responsabilidad del habitante para que este gestione las condiciones climáticas, las estaciones, los días que hace bueno, las mañanas de sol o las tardes frescas. El habitante es el corazón del dispositivo, concebido no como una maquina tecnológica, sino como una herramienta fácil de manipular: entrar, salir deslizar un panel, echar una cortina, utilizar una galería. Algunos dispositivos tecnológicos elementales-como anemómetros, sondas pluviométricas y termostatoscompletan la acción del usuario para prevenir situaciones incomodas o accidentes. El habitante es el actor principal de las condiciones de su propio clima y de sus movimientos, según su humor o carácter, según el día. Gracias a los dispositivos mencionados, es posible conjugar con simplicidad la economía de energías, el confort y el placer de habitar. Del mismo modo, cuando trabajamos con la adición de un invernadero frente a la sala de estar de una vivienda, procuramos que el clima pueda evolucionar según se sienta el usuario. Un primer paramento vidrio corredero, dotado de un doble vidrio de gran aislamiento y reforzado con una cortina, da paso a este jardín templado. Luego hay otros paramentos de policarbonato más ligeros y menos estancos que permites abrir este jardín al exterior, tras lo que se encuentra otra cortina, de distinta naturaleza. Al manipular las diferentes secuencias, el ambiente crea un número de situaciones sorprendentes, que, además, pueden adaptarse a su carácter y al clima. Para inventar nuevas relaciones con el programa Los sistemas constructivos basados en la estructura y el revestimiento, y con una buena relación entre capacidad portante y coste de la construcción, resultan interesantes porque no plantean prejuicios respecto a ningún programa y pueden convertirse en cualquier cosa que quiera ubicarse en ellos: una casa, un almacén, un teatro, o las tres cosas a la vez. El impacto de esa independencia entre el programa y la superficie construida es particularmente sorprendente. Intentamos concebir los espacios sin tener claro a priori lo que acogerán. Esa voluntad de desconexión entre la estructura y el programa es, a nuestro entender, la condición necesaria para un desbloqueo que es indispensable en la reinvención de lo cotidiano. Para la escuela de arquitectura de Nantes trabajamos a partir de un esqueleto de hormigón inspirado en la estructura delicada y a la vez robusta del Palais de Tokio (Paris 2001) , al que se le superponen los forjados, intercomunicadores mediante una rampa. Continuamos en la misma línea maximizando la capacidad portante de las losas. Si se nos pedían unos forjados capaces de admitir sobrecargas de 400kg/m2, nosotros construimos una estructura de placas alveolares de grandes luces capaces de soportar una T/m2. De ese modo, ahora pueden añadirse niveles intermedios y escaleras, y construir sobre los forjados con total libertad. La diferencia de precio entre los dos tipos de forjados según la sobrecarga era muy poca, del orden del 5 al 10%. Este incremento de la capacidad portante ha permitido que el interior de un edificio ofrezca las propiedades de un terreno natural. Esta lógica de enlaces verticales y de multiplicación de la
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planta aja, puesto que todas las plantas tienen la misma capacidad portante, junto con la insumisión del programa respecto a la estructura, provoca unos desbordamientos de las funciones muy estimulantes. El proyecto Okohaus (1982-1990), que Frei Otto proyecto para la internationale Bauausstellung (IBA) de Berlín, fue también crucial en la concepción de la escuela. La mega estructura de sus tres pequeños bloques vivienda está formada por unos forjados que la ciudad de Berlín financio como si se tratara de una infraestructura. El habitante se instala sobre esas megalosas como si lo hiciera en una casa sobre el terreno. Para nuestro proyecto de 53 viviendas en Saint-Nazaire (2007-2011) conseguimos que los fabricantes de losas alveolares se interesen en la construcción de viviendas con luces de 10m. Este sistema, que también utilizamos en un proyecto en ChalonSur-Saone (2015-2016), es muy eficaz e ilustra nuestra voluntad de construir con rapidez la superficie lo más grande posible e instalar un programa destinado a evolucionar. Siempre procuramos construir el máximo de m3 con el mínimo material posible, e ir incorporando todas las actividades imaginables. Agrandar no quiere decir derrochar, sino volver a la idea de que hace falta buscar, inventar el lugar, añadir capacidad. Los grandes espacios proporcionan un sentimiento vital de escapatoria y de libertad. Sitúan al usuario en una relación natural con el soporte físico, una relación no forzada que le invita a fabricar la relación. Al duplicar el espacio de una casa, la manera de habitarla cambia de un modo radical, puede ocurrir “algo”, y ese algo puede estar en continuidad con el programa inicial o no estarlo. Construir grande constituye hoy en día una forma de resistencia a la norma, al aposentamiento. Nosotros queremos construir grande para crear movilidad y relaciones en el seno de los espacios. Queremos construir grande con el objetivo de ofrecer situaciones para el disfrute, para crear estados no programados. Construir grande para crear las condiciones de lo imaginario. Para fomentar la libertad. Este deseo se apoya en una aproximación al proyecto desde el presupuesto, que para nosotros constituye un vector real de libertades. En nuestro estudio, las tres constantes indisociables- la capacidad de la estructura, la puesta en obra y el coste del material- se combinan con las cuestiones trasversales de economía constructiva, del lugar y de los componentes, todo ello con objeto de construir grande, rápidamente y a bajo coste. Reducir el coste de construcción no debe ser una acción aislada, puesto que el objetivo no es reducir la calidad, construir más pequeño o aumentar el margen del promotor. Por el contrario, las cuestiones económicas deben combinarse necesariamente con las intenciones del proyecto y la creación de algo más. Es dentro de esta lógica de superposiciones mentales que defendemos una visión del proyecto a través de las condiciones económicas como reflexión crítica. Esta aproximación impulsa a observar el espacio material de otra forma. Fomenta un trabajo de contención para que se libere situaciones y ambientes. Más que llevar el debate a lo material, lo que nos interesa es cuánto cuesta el material. Las repercusiones de esta forma de pensar conducen a que nuestro estudio se ajuste a una gran disciplina desde el principio del proyecto. Utilizamos las condiciones económicas como un indicador, como un instrumento para cuestionarnos cosas. Si una parte del proyecto no pasa por el filtro, nos está mostrando un problema de concepto. ¿Porque un proyecto de 800 $/m2 en Mulhouse pasa a costar 1400$/m2 en Paris? Construir a 1400$/m2 en Paris parecerá barato pero ¡eso no nos deja contentos! Nunca damos el brazo a torcer ante las cuestiones económicas, ni siquiera cuando, a veces, tenemos la sensación que el cliente y las empresas quedarían satisfechas simplemente con aproximarnos a ciertos resultados. Prestamos mucha atención a todo el desarrollo de los proyectos para conseguir nuestros objetivos, para no tener que renunciar nunca a ellos, y constatamos que los distintos agentes siempre nos están presionando para incorporar materiales de más. Utilizamos el indicador de la economía para arbitrar y juzgar la necesidad de lo que excede. Además, las normas te presionan para incrementar el consumo, cuando un proyecto “ecológico”, tal y como se defiende por todas partes, debería contener el mínimo de material posible.
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Pensar el proyecto desde la economía lleva a ser posible su desmesura, su desbordamiento; conduce a hacer posible la libertad, lo extraordinario, y eso es lo que nos emociona. En ocasiones se hace difícil que se entienda ese ofrecer “mas” como un valor añadido a bajo coste. Sin embargo, la economía es un vector de la eficiencia, la precisión y la exactitud que permite incrementar las vivencias del proyecto. La economía permite evitar perderse en la cultura de la composición y de la imagen, renunciar definitivamente a toda certeza, a todo prejuicio estético. La economía se convierte en la herramienta ideal para desdibujar los límites materiales y para el montaje de situaciones de proyecto, una forma de situar la arquitectura fuera de su mera existencia plástica.
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Contacto Roberto Busnelli - rb@barquitectura.com.ar Federico Ferrer D. ffd@alarciaferrer.com.ar
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