“Don Cerdonio y la peluca maullante” fue publicado por el Plan de Lectura del Ministerio de Educación de la República Argentina en el año 2008. Es un libro de distribución gratuita. Esta es una edición armada por el autor en base a los archivos que tiene disponibles. Para conocer más sobre el autor y sus libros: arielpuyelli.blogspot.com
ARIEL PUYELLI Ariel Antonio Puyelli nació en San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires, el 23 de julio de 1963. Actualmente reside en Esquel, Chubut, Patagonia Argentina. Escribe cuentos y novelas para niños y adolescentes.
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© Plan LECTURA Diseño de tapa y colección: Plan Lectura 2008 Colección: “Palabras que trae el viento 2”
el gallo Pinto?.
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Tapa e ilustraciones: Ariel Puyelli
Ministerio de Educación Secretaría de Educación Plan LECTURA 2008 Pizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires. Tel: (011) 4129-1075/1127 planlectura@me.gov.ar - www.me.gov.ar/planlectura República Argentina, 2008
Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.
DON CERDONIO Y LA PELUCA MAULLANTE ARIEL PUYELLI
–¡Qué problema, don Cerdonio! –le había dicho la vecina más chismosa del barrio muy apoyadita en el palo de la escoba–. ¡A su edad, quedar pelado! Lo que más le dolió del comentario fue que la vecina dijera “pelado”. Bien podría haber dicho “calvo”. Y encima, lo había dicho bien fuerte, como para que escuchara toda la cuadra. Pero ella tenía razón. Don Cerdonio no era taaaan mayor como para quedar calvo y mucho menos pelado, que es lo mismo, pero no suena igual. Algo tenía que hacer al respecto. Las pelucas de verdad eran carísimas. Las de cotillón, provocarían la risa del barrio. Los gorros podían ayudar, pero en verano se tornarían insoportables. La solución a su problema se veía cada vez más lejos.
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Para colmo, esa misma tarde, los muchachos traviesos del barrio, ésos que siempre se juntan en la esquina para gritarle groserías a la gente respetable como don Cerdonio, empezaron a decirle con voz finita: –¡Pelao! Como gente respetable que es, se hizo el sordo, pero esa burla se le clavó en el alma. Llegó a su casa y lloró dos lágrimas, como suele llorar la gente respetable. Después cenó, se lavó la cara que ahora se le extendía hasta la nuca, y se fue a dormir. A medianoche creyó escuchar una voz, pero pensó que estaría soñando, así que continuó durmiendo. –¡Despiértate, pelado! –escuchó con claridad y esta vez se dio cuenta de que la voz sonaba dentro de la habitación, no en su cabeza. Asustado, encendió la luz del velador. A los pies de la cama estaba su gato Luis Miguel. –¿Tú me hablaste? –preguntó consternado don Cerdonio sintiendo que hacía el ridículo hablándole a su gato. –Sí –dijo el gato Luis Miguel. –Pero… Pero… ¡Los gatos no hablan!
–atinó a comentar don Cerdonio. –Yo sí –dijo lo más tranquilo el gato–. Si no hablé antes fue porque no hacía falta. Ahora veo que tienes un problema y yo puedo resolverlo. Te propongo un trato… –¿Qué trato? –preguntó con interés don Cerdonio olvidándose pronto de que los gatos no hablan. Bueno, al menos no la mayoría. –Yo puedo simular que soy una peluca. Cada vez que salgas me acurruco en tu pelada y escondo mi cara y mis patas para que los tontos del barrio no te molesten con sus miradas o sus burlas. A cambio, me darás doble ración de hígado y leche. ¿Trato hecho? Don Cerdonio lo meditó un momento. No le parecía mala idea. Además, con probar, no perdía nada. –¡Trato hecho! Al día siguiente, luego de ponerse uno de sus mejores trajes, don Cerdonio colocó a su gato Luis Miguel sobre la pelada, lo ayudó a ocultar su cabeza y sus patas y lo peinó de manera tal que 3
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nadie pudiera sospechar el engaño. ¡Se vio tan bonito, otra vez con mucho cabello! ¡Estaba loco de contento! ¡Tan contento estaba que decidió, de inmediato, ir al local de fotografía del barrio y retratarse! Con paso firme, salió de su casa a media mañana. La cuadra era un hervidero de gente. –Trata de no moverte demasiado –le dijo el gato en un susurro–. Si siento que voy a caer, lo más probable es que por instinto te clave las uñas en la pelada para sujetarme… Don Cerdonio caminaba muy erguido por la cuadra, con la espalda dura, para que el gato se sintiera cómodo y no lo lastimara. La vecina chismosa dejó de barrer para observarlo y, cuando pasó junto a ella, comentó: –¡Ay, pero qué elegante salió hoy, don vecino! ¡Y qué hermoso peinado luce! –Gracias, gracias –dijo don Cerdonio y continuó su paso casi militar. Al pasar por la esquina, los atorrantes de la vereda de enfrente, al observar su nueva apariencia, no dudaron en gritarle con voz finita: –¡Cabezón! Don Cerdonio se detuvo. Sintió que la sangre comenzaba a hervirle y dijo en voz baja: 4
–¡Esto ya es el colmo! ¡Los voy a…! Y el gato Luis Miguel, en un susurro, intentó tranquilizarlo diciéndole: –Déjamelos a mí… Acércate a ellos. Los muchachos ni se inmutaron cuando vieron que don Cerdonio se les acercaba. Mucho menos cuando comenzó a decirles “muchachos, no deben burlarse de la gente mayor”. Uno de ellos, escondiéndose detrás de un
sobre la pelada. Nunca más persona alguna del barrio se burló de él. Si bien todos sabían que tenía un gato en la cabeza, simulaban creer que era una hermosa peluca. Don Cerdonio vivió feliz mucho tiempo, aunque tuvo que trabajar más horas para pagar los gastos de su peluca “natural”, porque a partir del incidente con los muchachos, el gato le duplicó el precio. Le había dicho: “una cosa era andar sobre tu cabeza, otra muy distinta es ser tu guardaespaldas. O guardapelada.
compañero, volvió a poner la voz finita y repitió “¡cabezón!”. Entonces el gato se encrespó y lanzando un feroz maullido, saltó sobre la cabeza del muchacho revolviéndole el pelo con sus uñas afiladas. El resto del grupo huyó despavorido. –¡Ay, ay! –gritaba el muchacho. –Vamos para casa –dijo don Cerdonio y Luis Miguel volvió a ubicarse en su lugar,
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Los dos se hicieron muy amigos y pasaron horas y horas sentados en un banco de la plaza charlando sobre cosas de la vida. Hasta que se volvieron muy viejitos y sordos. Entonces se hablaban a los gritos sin entender qué decía el otro. El gato ya no podía acomodarse bien sobre la pelada y andaba chorreado sobre la cabeza de don Cerdonio, quien tampoco escuchaba los comentarios que hacía el vecindario frente a tamaño espectáculo. Tampoco le importaban. No se daba cuenta. Él era feliz con su peluca maullante.
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