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ELEJALDE KARRA

En la alfombra roja (de color azul) previa a la gala de los últimos Premios Goya, compareció cierta actriz española de armoniosa anatomía presumiendo de ir con la cara lavada, sin maquillaje. Reivindicaba la naturalidad frente al artificio que impera en el gran escaparate de la moda y el cine. Las redes sociales, siempre preparadas para hacer sangre, cargaron contra la bienintencionada actriz: nadie quiso creerse que aquellos rasgos exquisitos, aquel cutis perfecto, aquella estampa de pasarela fueran otra cosa que el resultado de una compleja (y disimulada) operación cosmética. Somos así. Quienes no desfilamos por la pasarela y vamos por la vida con la cara lavada, queremos que actores y actrices sean, al mismo tiempo, naturales y sofisticados. Tan naturales como para poder identificarnos con ellos (porque en esa identificación con el espectador radica el éxito de cualquier intérprete), tan sofisticados como para convertirlos en modelo a todos los niveles. Si se da un exceso de naturalidad, el mito se viene abajo. Y no olvidemos que los mitos hacen soportable nuestra cruda realidad.

Karra Elejalde no quiere ser mítico, ni modélico, ni paradigmático. Le basta con actuar, que es lo que le hace feliz. Va a hacer 10 años, sin embargo, que su plan se torció: el papel de Koldo en la muy promocionada Ocho apellidos vascos le proporcionó una popularidad que nunca había buscado. Desde entonces carga con la aureola de la fama, y no le gusta. Huye del tumulto, no posa en redes sociales, le espanta tener que hacerse selfis con sus fans… y se pregunta si no sería posible volver al principio (aprovechando, eso sí, ciertas ventajas: elegir sus papeles y cobrar en función del prestigio adquirido). Seguramente sabe que ya no hay vuelta atrás, que la naturalidad es, en su caso, aliada y enemiga. Porque si el público lo subió a los altares fue, precisamente, por ser natural o, mejor dicho, por aparentarlo. Karra Elejalde tiene la virtud de humanizar lo mismo a un arrantzale sin filtro que a todo un Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra. ¿Cómo no vas a identificarte con él, cómo no sentirlo uno de los tuyos? El público quiere, queremos, que la gente del cine se parezca a nosotros. Claro que entre la supuesta naturalidad de la pantalla (puro artificio) y la vida cotidiana media una línea muy delgada, pero tan profunda como un abismo. Koldo es Karra con un maquillaje tan sutil que, como el que llevaba la actriz de los Goya, apenas se nota. Pero, para disgusto de Karra, preferimos pensar que actúa con la cara lavada.

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