ALBERTO VIVANCO · HERVI · PEPE PALOMO · PEPE HUINCA
“Así como en los sesenta surge el movimiento de la Nueva Canción Chilena, no es temerario pensar que
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también surgió un nuevo humor gráfico desde los jóvenes que crearon la imaginería juvenil de ese tiempo, donde el humor gráfico hace sistema con otras expresiones
Supercifuentes, El Justiciero Hervi
visuales (brigadas murales, carátulas de discos, afiches) que fueron convirtiéndose en la iconografía de la utopía,
¡Ay Tierra! Hervi
aceleradamente, ya como parte de un proceso de cambios
Una Novela Ecuestre Rodrigo Salinas
Jorge Montealegre
que parecía imparable.”
¡ y que jué !
Las Crónicas de Maliki Cuatro Ojos Marcela Trujillo La Completoburger Piña Ruda
¡ y que jué !
La Tormenta Perfecta Rodrigo Salinas Obras Completas La Nueva Grafica Chilena Hoy, después de 43 años, la modesta revista “La Chiva” realizada por cuatro quijotescos mosqueteros se
Sus escasos ejemplares, difíciles de encontrar, son disputados por ávidos coleccionistas e investigadores, al tiempo que la sombra de “La Chiva” gravita sobre más de una generación de humoristas gráficos y de autores de narrativa gráfica de los más diversos estilos. Cada número de la publicación es hoy una máquina del tiempo que nos ayuda a vislumbrar una forma de entender el mundo de fines de los 60, una forma de comprender en parte el ambiente político y social de un rico período y una mirada a lo mejor de la tradición de nuestra historia gráfica.
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ALBERTO VIVANCO · HERVI · PEPE PALOMO · PEPE HUINCA
ha elevado a la categoría de mito fundacional.
Proyecto financiado por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura Convocatoria 2011
ALBERTO VIVANCO · HERVI · PEPE PALOMO · PEPE HUINCA
¡ y que jué !
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La firme sobre La Chiva Por CARLOS REYES G.
Para comprender mejor el origen de una publicación señera como La Chiva es importante hacer un poco de historia. A mediados de 1967, Alberto Vivanco estaba al mando de la popular revista Ritmo. Pero no todo iba viento en popa en aquel proyecto editorial. El propio Vivanco declara en su texto “Ritmo: las cosas en su lugar” (publicado en ergocomics.cl) que a esas alturas el ambiente ya estaba enrarecido, pues entre él y sus socios de la emblemática revista musical ya existía, entre otras diferencias: “incompatibilidad de caracteres. Yo me había vuelto cada vez más intransigente en la defensa de los ‘rotos’ y sus artistas populares. En eso, nuestras apreciaciones eran totalmente divergentes e irreconciliables”. Según lo narra el propio Vivanco en su visceral texto, para desplazarlo del proyecto de Ritmo, revista que él mismo había creado, sus socios (María Pilar Larraín y Bobby, el menor de los hermanos del clan Edwards) comenzaron a “hacerle la cama”, esto es, a tenderle trampas para que picara y abandonase la subdirección de la codiciada revista musical. Sin embargo, el inquieto dibujante y gestor pidió una especie de año sabático. “Decidí alejarme por un tiempo de la revista – recuerda Vivanco- aceptando la dirección de El Pingüino (…) Guido Vallejos la había vendido a la Editorial Lord Cochrane y mi idea fue darme un recreo y participar con Hervi, Palomo, Pepe Huinca y una docena de otros dibujantes y escritores, en la maravillosa oportunidad de dirigir esa prestigiosa revista,
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Sátira de La Chiva que utiliza viñetas intervenidas del clásico comic de Flash Gordon. Pura chacota intertextual.
en compañía de mis amigos del alma. La intención oculta de esta oferta era que fracasara en la empresa y así tener un buen motivo para despedirme. Pero la revista no fracasó. Logramos orientarla hacia una propuesta diferente, ya que tratar de repetir la incomparable dirección de Vallejos era totalmente imposible. Desesperados por carecer de algún pretexto medianamente válido, decidieron simplemente anunciar ‘cambios en la política de la empresa’. Por lo tanto, iban a prescindir de mis servicios. Pero ya no de Ritmo, donde yo estaba técnicamente separado, sino como director de El Pingüino. Esa era la artimaña”. Después de esta funesta experiencia es que Vivanco decide, junto a sus amigos dibujantes, Hervi, Palomo y Pepe Huinca, crear una nueva empresa editorial: La Chiva. Vivanco escribe en su relato sobre Ritmo “fue un buen desahogo. Y además, la oportunidad de compartir con el mejor equipo posible, una experiencia artística, creativa e inspiradora”
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AUTOGESTION A OCHO MANOS Despedido de la revista que él mismo había gestionado y con el dinero de un jugoso, pero insuficiente cheque de “compensación” en las manos, Alberto Vivanco se queda en la calle, pero no está solo. Corre 1968 y acaricia una nueva idea: “Le digo a los muchachos: ‘si ustedes quieren vamos a hacer una editorial’. Con esa plata alquilamos la oficina frente a la Plaza Italia y nos instalamos cada uno en su mesa. Éramos Hervi, Palomo, Pepe Huinca y yo, cuatro, pero enseguida esa oficina se llenó, ¡llegaron todos! (…) Pepo fue el primero –Mira, si tengo algo que ustedes necesitan… ¡Lo que quieran, lo que quieran!– y todos, Nato, Themo Lobos…”. Para muchos autores de humor gráfico y de la nueva historieta chilena la importancia de La Chiva, va más allá incluso de su indiscutible calidad artística o de sus cualidades de retrato de una época, o de una instantánea de la situación de un momento de nuestra historia, pues para muchos su aparición
es todo un hito editorial, puesto que nace como una de las primeras revistas de historietas producida completamente por sus propios autores, independiente y autogestionada, de espaldas a la industria, cosa que después del quiebre editorial de mediados de los años 70, constituirá el único modelo viable de mantener vivo el fuego de las “revistas de monitos” en Chile. El ambiente en la oficina de Plaza Italia es distendido y efervescente, tanto que Vivanco recuerda que les bastaban sólo dos o tres días para tener un nuevo número listo. Al calor de los recuerdos le pregunto si discutían mucho los contenidos de la revista. Vivanco responde rápida y rotundamente: “Nada, nada, nada, nada, nada, no discutíamos ni una cosa”. Está claro que la producción de La Chiva se disfruta, no se padece, lo que no impide que la publicación carezca de fecha fija de salida y que se publique sólo cuando es posible, precio que se paga por la independencia económica.
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Al margen del trabajo –que en una misma página de historieta podía concentrar el dibujo colectivo de todos sus miembros, los que, inéditamente y como si de un palimpsesto pop se tratara, trabajaban sobre los dibujos de sus compañeros– estos cuatro creadores, núcleo central de la revista, eran además amigos inseparables que se juntaban todo el tiempo para ir a reuniones informales, fiestas y conciertos. Así, en uno de esos tantos momentos de chanza espontánea surgió el nombre de la nueva publicación: “Quisimos hacer una revista provocativa, de inventar cosas contra el sistema –nos refiere el entusiasta Alberto Vivanco– No era nada que nos planteáramos como materia sesuda, sino que era producto de las conversaciones, de los chistes. Mira, el que empezaba siempre los chistes era Palomo, porque él es ácido y sacaba alguna cosa y el otro le agregaba algo, y yo que siempre ando con una libretita, la agarraba y empezaba a anotar. “Miren, ya tenemos una historieta con todas las huevadas que han dicho ustedes”. Se boceteaba la historieta y ya todos se metían a dibujar. No era ningún trabajo”. “Nosotros cuatro dibujábamos la revista completa y cómo recibíamos tantas colaboraciones, empezamos a hacer secciones y a darle cabida a todo lo que podíamos – dice Vivanco, y agrega- Había una solidaridad tan grande, tan grande, al extremo de que por ejemplo, de repente flaqueábamos… ‘bueno, no saquemos la revista, saquémosla el próximo mes’, pero como había tanta llamada y qué se yo… seguíamos pa` delante”.
Parte de la variopinta fauna chamullenta.
La influencia de la sátira despiadada y el despliegue gráfico de la revista norteamericana Mad, creada por William Gaines y con el gran Harvey Kurtzman en sus filas, junto a la búsqueda incansable de Eduardo del Río, Rius, el gran autor mexicano que mezcla humor y política en Los Supermachos primero, y en Los Agachados más tarde, marcan a fuego la experiencia de los cuatro “chiveros” que hacen suyas esas influencias y las convierten en algo nuevo en las páginas de la mítica publicación chilena. Con el tiempo surgen los juegos sobre el formato, el color, la búsqueda de chistes que aluden al soporte mismo o a las posibilidades del propio lenguaje de la narrativa gráfica tal como lo indican las viñetas vacías de la huelga de personajes en el número 34, o ideas como la de la contraportada que emula la tapa de un cuaderno escolar en el número 25. “Como en el colegio a los niñitos les quitan El Pingüino y los profesores les roban las
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revistas…entonces alguien, no sé quién dice, pero hagamos una revista que tenga facha de cuaderno. Trajeron uno, lo pasamos a fotolito y lo hicimos”. Para Vivanco La Chiva no era una revista “particularmente política. Era de cuestiones sociales, de mucha talla contra el sistema, contra la oligarquía, de la gente rica que abusaba de la gente pobre, pero siempre con cierto humor, no como pasó después en las revistas de Quimantú que ya prácticamente tiraban la propaganda de frente, la ideología directa” Otro gran secreto de La Chiva era, según apunta con agudeza Vivanco, el hecho de que: “Yo tenía mucho cuidado de entregar algo al que fuera más apropiado. Por ejemplo, para hacer esos tipos malditos: Palomo. Si había que hacer una ciudad: Hervi, que hacía una perspectiva con micros, edificios… era para no recargar a nadie con algo que no fuera su especialidad y para que la cosa saliera rápido y saliera bien”.
DIBUJANDO MONITOS, TOMANDO TECITO Entre los lectores de la revista se afirmó el mito de que La Chiva se producía gracias a la indiscriminada ingesta de té, idea que se gestó a partir de una de las editoriales que consignaba una petición del equipo creativo para que los lectores los proveyeran de la sugestiva infusión. “Era cierto, era cierto –confirma Vivanco entre risotadas– todas las cosas que hacíamos las poníamos. Se tomaba bastante té. ‘Bueno, vamos a servirnos un tecito’ y uno iba a la cocina y ‘putas nos queda una pura bolsita no más’ y ahí empezaba ya el chiste. A mí me gustaba anotar todas esas cosas que se decían, porque todo funcionaba. Era la idea. Y de alguna forma al final se incluían”. Y en más de una ocasión, algún solidario lector, llevó efectivamente paquetes de té a la redacción de la revista como un regalo a los amigos de La Chiva, pero ése no fue el único regalo que recibieron: “Mira, habían unos dibujantes que yo no recuerdo quienes eran, que llegaban incluso con plata… eso sí que me emocionaba porque decían: ‘Mira te traje este dibujito para colaborar muchachos y sabís que más, como hice un negocio bueno… traje una plata para que paguen los clichés’. En esa época los clichés eran vitales, era un pedazo de metal, una cosa muy cara. A veces esperábamos una semana más para sacar la revista porque no teníamos plata para los clichés. Esto nos hacía seguir,
porque cada uno tenía su trabajo. Hernán siempre en publicidad, en muchas cosas; yo tenía la tira de Lolita; mi hermano, Pepe Huinca, tenía a Artemio, entonces no era una cuestión de que si no sacábamos la revista nos moríamos de hambre. La revista siempre dio para pagar el alquiler, los servicios, la próxima impresión… por lo menos siempre dio para eso, pero no para que nos repartiéramos una cuestión grande, no”. La notable serie de Lo Chamullo, que narra las venturas de un peculiar grupo de pobladores, es una de las cimas creativas de La Chiva. Su elaboración resulta un verdadero tour de force en que es difícil descubrir a veces quién dibuja qué. Sus personajes, perfectamente definidos, conviven alimentados por las obsesiones y estilos de los cuatro autores que se solapan respetuosamente unos a otros, haciendo de esta serie todo un ícono del trabajo colectivo desarrollado en la revista, símbolo a su vez del clima social que comienza a vivirse en el país y del que surge la figura del poblador, del trabajador como nuevo protagonista social. El dibujo de los cuatro se mimetiza hasta formar un todo perfectamente coherente. Unos toman prestados de los estilos de los otros, pero al mismo tiempo mantienen su independencia, pues si se los mira con detención se encontrará aquí el achurado de Palomo o las manos de Hervi y allá las voluptuosas mujeres de Vivanco o las hirsutas “mechas” de Pepe Huinca. Pocas veces la historieta chilena ha ofrecido un trabajo colectivo de esta forma y envergadura.
LA HERENCIA DE LA CHIVA Hoy, después de 43 años, la modesta revista de estos cuatro quijotescos mosqueteros se ha elevado a la categoría de mito fundacional. Sus escasos ejemplares, difíciles de encontrar, son disputados por ávidos coleccionistas e investigadores, al tiempo que la sombra de La Chiva gravita sobre más de una generación de humoristas gráficos y de autores de narrativa gráfica de los más diversos estilos. Cada número de la publicación es hoy una máquina del tiempo que nos ayuda a vislumbrar una forma de entender el mundo de fines de los 60, una forma de comprender en parte el ambiente político y social de un rico período y una mirada a lo mejor de la tradición de nuestra historia gráfica. Su influencia llega hasta nosotros y puede verse claramente en los trabajos de dibujantes como Leo Ríos, Christiano, Asterisko, Rodrigo Salinas, Don Liebre y hasta en autores cuya obra bien podría situarse en las antípodas
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de los creadores de La Chiva, como es el caso de los trabajos íntimos de Vicente Plaza. ¿Habrán entendido a cabalidad estos cuatro artistas y sus colaboradores lo importante de su obra? ¿Se habrán dado cuenta de la revuelta artística y generacional que tenían entre sus manos en aquellos tiempos? La respuesta de Vivanco es categórica: “No, en absoluto. De alguna forma encontrábamos que era una obligación nuestra hacer cosas que nos dieran placer. Recibíamos apoyo, tanto de los dibujantes, como de escritores que nos llevaban cosas y del público de lectores que era tan grande. Entonces era ya como una obligación. Había lectores fanáticos que llegaban a veces y decían: ‘pucha que bueno lo que hacen ustedes muchachos’. Es cierto que no llenábamos la Plaza Italia de lectores, pero los que iban y nos escribían cartas eran fanáticos”. El locuaz Alberto Vivanco se detiene por unos segundos y agrega rápidamente: “Fíjate que ahora, gente que está en el extranjero, chilenos que están allá, de alguna forma, cuando hablan de este tiempo, mencionan siempre La Chiva, como nosotros los viejos siempre mencionamos que leíamos El Peneca. A La Chiva la menciona gente que no tiene nada que ver con el dibujo. Cómo íbamos a defraudar a tanta gente… y además que nos gustaba, nos gustaba”.
El compañero va y me dice: “Mira, en realidad lo que hace falta aquí es gente que tenga ideas y que trabaje. Búscate una oficina e instálate”. “¿Y quién era el personaje?” - pregunto inquisitivamente a Vivanco. “Jorge Arrate” - Me responde, mientras reímos a carcajadas. “Me instalé e inmediatamente conseguí unos papeles y me puse a bocetear La Firme, claro porque era lo contrario a La Chiva. No sé cómo me conseguí un teléfono y lo enchufé… “Hernán, te tenís que venir altiro, yo ya estoy instalado y vamos a hacer La Firme, vente ¡ya!”. Después de esa llamada, y tras alcanzar la cincuentena de ediciones sin un gran éxito comercial, el equipo de La Chiva cerró definitivamente la oficina de Plaza Italia. Sin saberlo, ello simbolizaría el fin de toda una época que se sellaría definitivamente cuando todos ellos, lápices en ristre, cruzaron el río Mapocho para trasladarse en pleno a las oficinas de la nueva editorial estatal Quimantú para comenzar un nuevo proyecto: La Firme, pero esa, de verdad, es otra utopía.
Pero pese a todo, llegó el día que La Chiva cerraría sus puertas para convertirse en una nueva publicación, más adecuada a los vientos de revolución que soplaban tras la victoria democrática de Salvador Allende y el sueño de la Unidad Popular. “Cuando gana Allende nos volvimos locos. Todos, de alguna forma colaboramos (…) Fíjate que Allende lo reconoció en la campaña… y cuando ganó me mandó una carta agradeciendo la colaboración. Cuando empezó Quimantú, creo que seguía La Chiva, pero resulta que pronto Allende dice, acabamos de comprar Zig- Zag y yo me volví loco. ¡Imagínate, el sueño de toda la vida! Yo había trabajado en todas las revistas de Zig-Zag diagramando, yo hacía de todo y conocía a todo el mundo. Entonces, me volví loco y al día siguiente -fue un 12 de febrero- el 13 yo estaba ahí. Me metí y estaba vacío. Recorro todas las oficinas y en una oficina chiquita veo un cabrito delgadito escribiendo… yo no lo había visto nunca, y lo veo solo y me acerco. “¿Y tú quién eres?”. “Estoy haciendo el inventario porque me mandó el gobierno”. Y le dije: “Ah, bueno, mira, yo quiero hacer cosas aquí. Yo hacía La Chiva.
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La Chiva del año 1968 Una revista y una risa con espíritu libertario
Por JORGE MONTEALEGRE
La recordada revista La Chiva, fundada hace cuarenta años, es un signo de su época. No surgió de un día para otro. Se asoman los famosos años sesenta del siglo pasado. Los dibujantes novísimos de la época, los más curiosos, ya tienen noticias de las nuevas propuestas gráficas e irreverentes que vienen desde los sectores más liberales y progresistas de Estados Unidos y de Europa. Conocen la revista Mad, que diez años antes del Mundial del 62 ya estaba circulando. Will Eisner está entre los admirados. También, el periódico neoyorquino The Village Voice que publica los dibujos de Jules Feiffer. En otras revistas –Paris Match entre ellas– podían disfrutar de los monos de Bosc, Steinberg y Sempé. Desde México Rius propone Los supermachos y Los agachados con una perspectiva latinoamericana. Los ojos se agrandan. Los lápices se afilan. Las revistas extranjeras, difíciles de conseguir entonces, alimentan a la nueva hornada. Las otras revistas extranjeras, las mexicanas principalmente, nutren el imaginario colectivo infantil y el gusto por los monitos. Para promover la producción nacional el gobierno aplica –nos recuerda Palomo– la política económica de sustitución de importaciones, que elimina prácticamente la importación de historietas mexicanas o historietas norteamericanas impresas por editorial Novaro para el resto de América, lo que favorece especialmente a Zig-Zag. Hay trabajo para los dibujantes chilenos. Entre
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otras revistas, Zig-Zag publica Rakatán, Comicnauta y Mony, donde colaboran Hervi, Pepe Huinca y Palomo.
Dos ejemplos de los famosos grabados en linóleo de Jorge Varas, “Varilla”.
Los quinceañeros de aquellos días, conocen la revista Ritmo en 1965. La publicación es una idea de Alberto Vivanco, quien la diagrama e ilustra. Además es el subdirector en su primera etapa. Su personaje el Gato Yo-Yó, es el símbolo de la revista; dibujado en los cuadernos y bolsones de todas las calcetineras y fans. Entre sus dibujantes están, además de Vivanco, José Palomo, Hernán Vidal (Hervi), Pepe Huinca, Edmundo Pezoa, Luz María Vargas y otros. Los dibujantes son importantes para la revista. Alberto Vivanco publica un artículo “¿Cómo son los dibujantes de historietas?”, donde se destacan personajes de la vieja hornada (Condorito de Pepo, Macabeo de Leo, Toribio el náufrago de Nato, Cuchepo de Luis Cerna); con aquellos de los jóvenes profesionales (Lolita de Vivanco, Farzán de Hervi, Artemio de Pepe Huinca). El grupo nunca pierde contacto con sus antecesores. En la portada de ese número sonríe Patricio Manns, que lidera el ranking de entonces con su hit “Arriba en la cordillera”. Es la revista donde coexisten, junto a los cantantes pop internacionales, diversas manifestaciones locales que evolucionan y hacen historia: la nueva ola, el neofolklore y la nueva canción chilena. El personaje que mejor refleja este momento de protagonismo juvenil es Artemio, de Pepe Huinca. La tira es publicada por El Mercurio desde 1963. Con su chasquilla beatle y su inseparable radio a pilas, Artemio es puro ritmo de la juventud. En su moto es un espíritu libre, despreocupado, optimista. “No sólo ha habido cambio en el estilo gráfico –escribe Antonio Romera, dibujante y crítico de arte–, sino lo que es más importante, mutación radical de sensibilidad.” Artemio es junior, mensajero, en una oficina. Representa un tipo de pueblo y de pobreza urbana diferente a la que el humor gráfico representaba con Verdejo o Condorito que son campesinos allegados a la ciudad. La provincia, en este caso, está recordada en el seudónimo del autor relevando lo originario, también como parte de la sensibilidad de época: “el seudónimo –explica Alberto– debía ser étnico y ancestral, ya que en esa época recién comenzaba la revalorización de lo autóctono (que desembocó en el Neo Folclor). Como Jorge había nacido en Angol, Huinca era una buena opción.” No estaba lejos de llegar al disco. Es justamente
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crean las Juntas de Vecinos y los Centros de Madres. En el mundo popular, a los obreros, oficinistas y campesinos se les suma el poblador como un actor urbano relevante. En ese contexto la población, el barrio, pasa a ser un personaje colectivo. En el humor gráfico el cambio lo representa la revista La Chiva, cuya principal historieta la protagoniza Lo Chamullo, un barrio como el suyo. Quincenal y en formato nacional (o sea, largo y angosto), aparece el 31 de julio de 1968 bajo la dirección de Alberto Vivanco y publicada por la Editorial Papiro.
Los habitantes de Lo Chamullo: alegres, dignos, críticos y cómicos.
un exponente de lo que se llamó folklore urbano –Payo Grondona– quien lo incorpora al repertorio de la Nueva Canción Chilena con el tema “Entrevista a Artemio ante su eventual matrimonio”. Luego, el mismo Payo convertirá en canción una historieta de La Chiva. Así como en los sesenta surge el movimiento de la Nueva Canción Chilena, no es temerario pensar que también surgió un nuevo humor gráfico desde los jóvenes que crearon la imaginería juvenil de ese tiempo, donde el humor gráfico hace sistema con otras expresiones visuales (brigadas murales, carátulas de discos, afiches) que fueron convirtiéndose en la iconografía de la utopía, aceleradamente, ya como parte de un proceso de cambios que parecía imparable. El gobierno de entonces había sido elegido prometiendo una revolución en libertad y el motor de ésta era la patria joven. Había vencido a Salvador Allende que ofrecía una vía chilena al socialismo, con una certera suspicacia antiimperialista. Como parte de una política de promoción popular, en 1968 el gobierno de Frei Montalva promulga las leyes que
Los pobladores más representativos de Lo Chamullo son Pancho Moya, “cesante de profesión, mal que le pese. De vez en cuando es gásfiter, estucador, carpintero, electricista, pintor, hambriento y descontento.” Don Paello, el almacenero, es un español republicano que llegó a bordo del Winnipeg gracias a la intervención de Pablo Neruda. Las Tres Marías, trío de viejas peladoras; “son como la CIA: se meten en todo”. Los hermanos del Villar (así: con falta de ortografía) son el Fantomas y el Spectre. Para saber más de ellos es mejor buscar en los antecedentes policiales. El Mozambique es un garzón titulado que trabaja en el bar de don Pantruco. “En este lugar es donde mejor se come en Lo Chamullo. Mejor dicho, es el único lugar donde se come. Cuando se come.” Y muchos más, contando al junior Artemio a quien La Chiva le publica su primer libro recopilatorio. En Lo Chamullo viven los pobres de la ciudad. Alegres y dignos, críticos y cómicos. La Chiva marca un aporte generacional sesentero y una visión nueva de enfrentar los temas sociales, un aire fresco que, sin embargo, debió enfrentar los mismos problemas que tuvieron iniciativas autónomas anteriores. “Las únicas distribuidoras que existían eran Zig-Zag y Lord Cochrane –testimonia Alberto Vivanco–. Ambas sólo comercializaban sus propios productos y se negaban a distribuir a los editores independientes, por el egoísmo de no tener competencia que amenazara sus propios productos.” La empresa de papel era una revista atendida por sus propios dueños, autogestionada, para lo cual alguno debió vender su citroneta para financiarla. El primer número se pudo imprimir –agrega Alberto– gracias al dinero que le pasó la editorial Lord Cochrane a modo de indemnización por haberse quedado con su revista Ritmo, Gato Yo-Yó incluido. “Los problemas –agre-
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ga- empezaron cuando se acabó ese fondo y no encontramos el camino eficiente de la distribución”. En este plano, Hervi recuerda la contribución de Jorge Varas, el Varilla, quien “se descrestó ilustrando con grabados en linóleo para ahorrarnos plata de los costosos clichés. En cierta etapa –nos cuenta Hervi- hacíamos una tira de Lo Chamullo en el diario Ultima Hora, a bajo precio, cuando el director era José Toha, con el compromiso de que nos dieran el cliché para republicarlo en la revista. Y escribíamos mucho, ya que la tipografía era más barata que los clichés.” La buena presentación era una reivindicación de los mismos personajes, que llegan a hacer una huelga por una portada de mejor papel. Al siguiente número la tapa se imprimió en couché brillante. Por poco tiempo. Recordando a su hermano, Alberto Vivanco destaca que Pepe Huinca -además de dibujar- “se interesó por imprimir la revista, desarrollando el oficio de imprentero que lo acompañó para siempre”. Además de Alberto Vivanco y su hermano Jorge (Pepe Huinca), en la revista dibujan Hernán Vidal (Hervi) y José Palomo. Desde el primer momento colaboran también Eduardo de la Barra (quien firmaba Jecho en la revista Punto Final). Al nacer la publicación recibió el saludo de los mayores, entre ellos Pepo y Nato. Este último incluso les hizo especialmente la tira “Insolentito por Natito”. Esporádicamente publicaron en sus páginas Osvaldo Salas (Don Inocencio), Themo Lobos, Ponka, Néstor Espinoza, Ric (Ricardo González)… generalmente ad honorem. El espíritu de colaboración se expresa también en la creación de una historieta colectiva. Hay cuadros de Lo Chamullo realizados a ocho manos donde cada uno dibuja un detalle poniendo su impronta. Esta forma de trabajo ya la habían experimentado Alberto Vivanco, Palomo y Hervi en El Pingüino ilustrando historietas propias y guiones del notable Héctor Oesterheld (posteriormente asesinado por la dictadura argentina). Otra forma de colaboración es el reemplazo en la realización de las tiras cómicas cuando, por alguna razón, su autor no podía hacerlo. Es el caso de Lolita de Alberto Vivanco continuada por Ric, y de Artemio hecho por Hervi a raíz de un viaje de Pepe Huinca.
Vivanco con Lolita, en Clarín; Pepe Huinca con Artemio, en El Mercurio; Palomo con Las tres Marías, en Puro Chile; Hervi con Mozambique, en La Última Hora. A fines de los sesenta, después que Alberto Vivanco dirigiera El Pingüino en Lord Cochrane, el grupo -como Editorial Papiro- saca El Pirigüín con mayores posibilidades de mercado ya que se declaraba “sólo para mayores, la revista del playboy chileno, la revista de humor pícaro sin veda de carne, la revista de los machos recios, humor para gente madura”. Etcétera: machismo leninismo para la risa. “Paradojalmente –escribe el novelista Luis Sepúlveda, en Le Monde Diplomatique–, La Chiva tenía cada vez más lectores, pero no llegó jamás a ser un éxito de ventas, porque su propio contenido socializante hacía que los lectores la socializaran. Pero es indudable que La Chiva nos acompañó en la formidable senda de activismo político y social que culminó el 4 de Septiembre de 1970, con la victoria electoral de Salvador Allende”. En efecto, en la medida que se acercaba la elección presidencial, el apoyo de La Chiva a la candidatura de Allende fue evidente, polemizando humorísticamente con personajes que representaban otra opción… como Perejil, de Lugoze, a quien en Lo Chamullo lo parodian como “Cilantro”. Los monitos tenían opinión. El actor político dejaba de estar solamente en los salones y el palacio, en “la casa donde tanto se sufre” como se llamaba a La Moneda. En este proceso la caricatura de personajes individuales es crecientemente reemplazada por estereotipos que reflejan representaciones sociales. La Chiva experimenta una nueva forma de hacer humor político, en un momento en que todos toman partido. En esa perspectiva, La Chiva derivará en La Firme cuando asuma el Presidente Allende. Pero ese es otro momento de esta misma historia que será constructiva y trágica. A cuarenta años de la aparición de su primer número, es justo agradecer la existencia de La Chiva, recordar con ella a Pepe Huinca y compartir la nostalgia por esa risa libre que nos sigue transmitiendo en la memoria.
Materialmente La Chiva, que alcanzó a publicar 50 números, no podía competir con las grandes editoriales y los muy anticapitalistas no tenían un capital suficiente para sostenerla. Sin embargo, individualmente cada uno de ellos tuvo presencia en diversos diarios junto a sus personajes. Por ejemplo: Alberto
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La historia de la autogestión Por ALBERTO VIVANCO
Concebir y comenzar a dibujar La Chiva no fue ningún problema. Las dificultades se presentaron por otro lado: la distribución. Casi medio siglo después, para los jóvenes dibujantes de hoy, creo este obstáculo sigue siendo el mismo. Por eso el siguiente relato no es solo historia vieja, sino además reflexión sobre la actualidad. El grupo formado por José Palomo, Jorge Vivanco (Pepe Huinca), Hernán Vidal (Hervi) y yo, habíamos tenido una experiencia conjunta previa, dibujando historietas, en la revista El Pingüino. Esto fue en la segunda mitad de los años 60s. Salimos de la Editorial Lord Cochrane cuando ellos decidieron apropiarse de mi revista Ritmo. El dinero entregado por semejante “expropiación” no compensaba ni en una mínima parte el bien enajenado a la fuerza, pero era más que suficiente para iniciar un proyecto propio. Y eso fue lo que hicimos. Después de todo, contábamos con el capital más valioso: juventud y deseos de hacer algo novedoso. Y alguna dosis de talento, según decían algunos por ahí. Rápidamente alquilamos una oficina en el único edificio de la atrofiada calle Reñaca, que sólo cuenta con 40 pasos de largo. Tercer piso, con amplia vista a la Plaza Italia. No había donde perderse. En el breve tiempo que demora hervir el agua para preparar cuatro tazas de té, ya teníamos configurado
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lo que sería La Chiva. Nos repartimos los personajes y las secciones en una subasta voluntaria, de acuerdo a los gustos y habilidades de cada uno. La historieta central sería llamada Lo Chamullo, un barrio como el suyo, señalando con eso que sería una publicación contestataria, algo más o menos inédito en el conventual ambiente editorial de la época. Como cada uno desarrollaba por su cuenta los diferentes personajes, habitantes permanentes del barrio, hacer una historieta de Lo Chamullo era obligatorio trabajarla a cuatro manos. Ese sistema ya había sido ensayado en El Pingüino, sobre todo entre Hervi y Palomo. Yo lo había admirado en Playboy en la historieta “Little Orfan Annie” con dibujos de Bill Elder en conjunto con varios artistas invitados. Dibujar en conjunto era posible gracias a la afinidad en los estilos, y en proporción de los dibujos. Pero además nos unía no sólo una oficina compartida, sino además una amistad y un punto de vista común sobre la problemática social de nuestro país. Ahora se presentaba por delante el problema de la distribución. En esa época había sólo dos distribuidoras eficientes a nivel nacional. Zig-Zag y Lord Cochrane, pero ambas, aunque enfrentadas en feroz lucha por la hegemonía comunicacional, atendían la distribución sólo de sus propias publicaciones y boicoteaban arteramente a los editores independientes, potenciales competidores, tal como lo señalan los manuales básicos de la cacareada “libre competencia”. Ambas tenían un largo prontuario rayando en lo delictivo en esa materia, con métodos violentos para desbancar a sus competidores. Construir una distribuidora propia era la única alternativa.
EL PAQUETE CHILENO
Arriba: Un joven Alberto Vivanco en un artículo de la revista Ritmo. Abajo: Vivanco junto a Don Francisco en el set de Sábados Gigantes enseñando a dibujar el Gato Yo-Yó, mascota de la revista Ritmo.
Como para eso se necesitaba dinero, se tomó una decisión desastrosa. Con la intención de incrementar el menudo capital disponible, optamos por iniciar los negocios editando un libro con la recopilación de las tiras de Artemio publicadas en El Mercurio, en un formato muy al estilo del libro de Mafalda, ya ampliamente conocido y aceptado por el público lector. En el papel, el proyecto se veía con grandes posibilidades de éxito. Artemio era bastante conocido a través de su tira diaria. Podría tener buena difusión en los medios y eso nos facilitaría ensayar una distribución independiente, para nuestras futuras publi-
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caciones. Invirtiendo parte del capital inicial se imprimieron 40.000 ejemplares. En esa época, sin televisión masiva y sin los artilugios modernos de entretención, los impresos era una de las pocas distracciones masivas del público. En la febril búsqueda de una distribución eficiente me topé con el secretario general del sindicato que agrupaba a los “canillitas” o “suplementeros”, como entonces se les llamaban a los vendedores de impresos en kioscos o ambulantes. No recuerdo ni el nombre. Pero el fulano, con gran ínfula, aseguró que él, como jefe de los sindicalizados, distribuiría nuestros 40.000 ejemplares en un santiamén, en vista de lo cual se le despachó una camionada de Artemios. Para hacerles el cuento corto, diré que el famoso director del sindicato fue todo un “paquete chileno”. A los tres meses, sólo había distribuido unos doscientos ejemplares en el centro de Santiago. El resto estaba intacto en un cuarto abarrotado. En vez de cobrar la fabulosa distribución, fue necesario retirar todos los libros y guardarlos en nuestras oficinas y mandar a la mierda al jefe de los suplementeros. Este peculiar tipo de personaje se da mucho en el país: Cree ver una oportunidad y sin saber leer y escribir se lanza con la pura boca y las patas a meterse donde no tiene ni idea ni capacidad ninguna para la labor encomendada. ¡Ojo con eso!
Se había perdido el empuje de la publicidad conseguida para el lanzamiento y –lo que es peor– parte del capital necesario para iniciar La Chiva. Pero el número 1 de La Chiva salió de todas maneras el 31 de Julio de 1968 en la imprenta Tatrai, con una edición de 10.000 ejemplares. Con la experiencia adquirida en el fracaso de Artemio, visitamos personalmente los sub distribuidores de cada zona de la capital (habían unos 20) y varios de las principales ciudades del país. Estos distribuidores usualmente atendían a los canillitas de su barrio y eran empresarios independientes, no pertenecientes a Zig-Zag o Lord Cochrane, aunque atados a ellos por el enorme caudal de importantes publicaciones que recibían. De hecho, una gran empresa podía boicotear a un sub distribuidor no entregándole sus principales productos. Como quien dice, quitarles el lomito del negocio y dárselo a otro que se instalara a su lado. Esa práctica, usual en el pasado, ya casi no se hacía en esos momentos por la pelea a cuchillo existente entre El Mercurio y Zig-Zag por cuestiones políticas y comerciales. En ese resquicio podíamos meternos nosotros con una pequeña dotación de La Chiva, logrando así una circulación modesta, pero
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jamás y buscar otro distribuidor en otra zona. En el resto del mundo este negocio se basa en la confianza. Aquí la base es la desconfianza. Con este sistema, el kiosquero no se arriesga a llevar productos nuevos y desconocidos. Sólo aquellos cuya venta está garantizada, es decir, las producciones de las dos grandes editoriales. Ellas basan su penetración en campañas masivas de publicidad lo cual asegura a su vez una óptima circulación y el reintegro de la inversión realizada en dicha promoción.
honorable. Como se trataba de una publicación sospechosa de ser “política”, algunos distribuidores la recibían con recelo, en cambio otros la acogían con entusiasmo. Lo mismo ocurría en los kioscos. La mayoría no se molestaba en llevarla ni exhibirla, en cambio otros la pregonaban entusiastas. Es notable comprobar, medio siglo después que en Chile, país hondamente politizado, sigue comportándose igual. Algunos kioscos están tapizados de El Siglo, Punto Final, etc. y otros jamás lo exhibirían. Eso en chilito era así, es así y lo será eternamente. Había otro grave problema en la cadena de comercialización de las publicaciones. Los sub distribuidores locales recibían de los editores las publicaciones “en consignación”. Si no las colocaban todas podían devolver los excedentes y sólo se les facturaba lo vendido. Eso luce como lógico y correcto. Pero ellos le entregaban a los kiosqueros las revistas vendidas en fijo. Si el kiosquero se equivocaba en su elección, se quedaba con el cacho. En algunos casos especiales de amistad o largo trato comercial, el sub distribuidor podía aceptarle al suplementero una pequeña devolución a cambio de otro producto. Pero eran excepciones. En la mayoría de los países, esto no opera así. El sub distribuidor suele entregarle todas las publicaciones al detallista en consignación. En Chile no opera este sistema porque todos se tienen desconfianza entre sí. Un detallista puede llevarse una gran cantidad de productos, no pagarlos
Otra práctica usual era que el editor no cobraba el primer número, el cual era gratis para el detallista. El monopolio de Zig-Zag había impuesto y conservado esa práctica con la intención de cerrarle el paso a los modestos editores independientes. De esa forma estaban obligados a esperar hasta el quinto o sexto número para cobrar lo vendido en las ediciones iniciales y de paso enterarse recién si su propuesta había tenido éxito o no. Esa es la razón por la cual la historia de las ediciones independientes nacionales está plagada de revistas que sólo pudieron llegar hasta el número 3, porque se les acabó la plata antes de ver los resultados. Todo esto parecen historias de antaño, ya ampliamente superadas en el Chile actual, moderno y del primer mundo. Lamento decirles que estas antiguas prácticas subsisten y se les han agregado otras peores. Por ejemplo, las actuales distribuidoras nacionales exigen un pago fijo por cada número circulado, así se venda mucho o poco. Esto pone una lápida definitiva sobre los proyectos de los nuevos editores con más talento y entusiasmo que capital. Porque una nueva publicación, sin la millonaria inversión en publicidad y plagada sus páginas de avisos capaces de financiarla completamente, requiere por lo menos un tiempo para darse a conocer. Tiempo que el actual sistema no les concede en absoluto. Por eso los noveles editores están constreñidos a imprimir dos o tres mil ejemplares y venderlos en la periferia de la capital, en librerías y kioscos más o menos amigables.
COLECTIVO Con más entusiasmo que certeza en el futuro, los cuatro fundadores de La Chiva comenzamos a dibujar completamente la revista. Pero al poco tiempo, otros dibujantes se fueron sumando voluntariamente al colectivo, con la sana intención de apoyarnos
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graciosamente. Ahí estaban Themo Lobos, Nato, Néstor Espinosa, Edmundo Pezoa, Jecho, Osvaldo Salas (Don Inocencio), Jorge Varas (Varilla), etc. Pepo tampoco dejó de apoyarnos. Entre los actos de promoción inicial organizamos una exposición de caricaturas en el Círculo de Periodistas. Para esa ocasión, Pepo no sólo nos prestó algunos originales para exhibir, sino que concurrió personalmente a la inauguración del evento, lo cual atrajo la atención de los noticieros de la incipiente televisión capitalina. En esa ocasión no ahorró calificativos favorables sobre nuestro esfuerzo editorial y sobre la calidad profesional de cada uno de nosotros. Durante toda la vida de La Chiva contamos con grupos de lectores fanáticos. A menudo concurrían a nuestras oficinas de Reñaca a brindarnos su apoyo incondicional. Cosas como ésta nos empujaron a mantener la revista por mucho más tiempo del que un empresario sensato lo hubiera permitido. Como aprendiz de editor, fue un duro aprendizaje. Más adelante pude aprovechar las rudas lecciones recibidas en ésa época, cuando insistí en este oficio de editor tanto en Colombia como en Venezuela. Por ejemplo, si se quiere hacer un negocio sustentable económicamente, es necesario empezar por editar productos de fácil salida y aceptación popular. Eso se demostró muy tardíamente cuando se resolvió sacar la revista El Pirigüín, émulo de las pícaras y exitosas publicaciones de Guido Vallejos.
Esa publicación se vendió fácil y rápidamente. Habría sido la base ideal para después emprender tranquilamente proyectos como el de La Chiva, pero bueno…¿Cómo podían entender eso cuatro jóvenes recién salidos de Lord Cochrane con deseos de comerse el mundo… pensando soberbiamente que el mundo iba a dejarse engullir así no más?
LO QUE VA QUEDANDO Actualmente, Julio de 2011, sobrevivimos 3 de los cuatro fundadores de La Chiva. Pepe Huinca había regresado a Chile, después de una larga estadía en Venezuela. Murió, como la mayoría de los chilenos, atropellado por un salvaje del volante en plena vía pública. Este país, que tanto empeño pone en judicializar a los mapuches en su intento de recuperar las tierras que los hacendados les robaron, tiene las leyes muy laxas para castigar a los conductores asesinos. Las más suaves del continente. En casi todo el mundo, este acto es considerado un crimen y el autor debe pagar cárcel por ello sin más trámites burocráticos. Hervi simplemente ha llegado a ser un ícono nacional de la caricatura y la historieta. Mérito sobradamente merecido por su extraordinaria hoja de vida profesional labrada a base de una incomparable calidad artística, aguantando estoicamente los años más duros de nuestro país. Pepe Palomo, asiduo visitante
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Importantes dibujantes como Nato y el legendario Pepo, apoyaron decididamente a los muchachos de La Chiva.
de su país, residente en México, es un caricaturista absolutamente internacional y sus agudas e inteligentes caricaturas son requeridas y publicadas en todas partes, junto a los mejores de su especie. En verdad, me siento afortunado de haber transitado buena parte de mi vida codeándome con semejante par de genios. En lo personal, retirado del emprendimiento editorial, sigo dibujando mi exiliada tira Lolita, publicada simultáneamente en más de cincuenta periódicos regados por las Américas. Después de medio siglo de publicación ininterrumpida, los entusiastas lectores de este personaje no muestran señales de cansancio. Ni los dueños de los medios tampoco. Esto último es lo más importante, porque, como decía el amigo Rius, “el que paga manda”.
fueron eliminados los “ciudadanos” para transformarlos en “usuarios”. Es decir, vales lo que eres capaz de consumir. A muchos jóvenes les sorprenderá saber que en el siglo XX hubo un presidente, Pedro Aguirre Cerda, cuyo lema era “Gobernar es Educar”. Pero no debería ahondar en estas cuestiones. Es harto peligroso. Por un lado, a quien corresponde abordar estos temas es a los jóvenes comprometidos de la presente generación. Por otro, no quisiera tener que exiliarme de Chile por segunda vez... Y eso sería todo.
PARA TERMINAR Los editores de esta recopilación me pidieron una nota amable sobre La Chiva. Este texto probablemente no cumplirá con sus expectativas. Sin embargo, está en el mismo espíritu contestatario que exhibió esa antigua revista hace ya casi medio siglo. No podía ser de otra forma. Soy un habitante más de Lo Chamullo. Muchos de los problemas padecidos en los 60s subsisten actualmente. Y peores. Por ejemplo, los estudiantes están luchando denodadamente por obtener lo que ya teníamos hace medio siglo atrás: educación gratuita y de buena calidad. Eso se ve difícil de lograr en un país donde
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¿Un barrio como el nuestro? Lo Chamullo:
Por PEPE PALOMO
Es interesante lo sucedido con La Chiva. Cada tanto aparece, en los lugares menos imaginados, una mención, un estudio, una charla de algún sesudo investigador o el afecto de algún lector agradecido sobre este esfuerzo que tuvo éxito einsteniano, es decir relativo, entre estudiantes, clase media, y gente adicta al pitorreo que nunca falta, y el perraje que le busca el cuesco a la breva. Nuestro director, Alberto Vivanco, concluye que fue un éxito editorial y un fracaso económico.En el libremercachiflero lenguaje de hoy, un asesor financiero enfatizaría que: “ La Chiva impactó en el nicho editorial con su contenido díscolo y trasgresor, casi rayano en la irreverencia violentista, mientras que, en el plano económico, tuvo “lierazgo y competitiviah”, sin llegar a cotizar en bolsa…ganancias negativas.” Llegamos envalentonados porque habíamos dejado en buen pie, la revista de humor El Pingüino y, con una circulación sobre 350 mil ejemplares, a la revista Ritmo. Transformamos –reportando a la Nueva Ola chilena, trabajadores mediante– bosques enteros en ganancia neta para las alcancías de la Editorial Lord Cochrane, de la familia Edwards. Llegamos con nuestra propuesta humorística a un medio “de perros apaleados”, el inapelable metaforazo que nos endilgó nuestro vate Gonzalo Rojas. O aquella de “Un pueblo que
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Contraportada de “La Chiva” Nº 30, en que Pepe Palomo parodia a “Ritmo”, un año después del alejamiento de su creador Alberto Vivanco.
camina siempre mirando el suelo, quizás porque -traicionero él- se mueve en el momento menos pensado”. O esa que se escucha entre nuestros vecinos del barrio: “Chile es un laaargo desfile entre un cuartel y una capilla”. La verdad es que Chile es un sánguche entre dos protocolos: La solemnidad castrense y la solemnidad religiosa, donde no hay espacio para el humor. La obediencia debida y el dogma católico no permiten el menor divague satírico. A cada rato, los supuestos representantes de la divinidad nos recuerdan, blandiendo el báculo ético y valórico - maculado de condoros pedófilos- que vinimos a este “valle de lágrimas” a expiar pecados heredados, a pagar deudas contraídas por otros, y que por ello debemos condenar al que anda con la cara llena de risa. Eso no lo debemos tolerar, no está permitido reírse en la fila y si no obedecemos, corremos el riesgo de no conseguir el kit del juicio final (una nubecita, una aureola, un par de alitas) y, lo peor, no seremos salvos. No es casualidad que seamos el único país en América Latina que no tiene carnaval. El carnaval, es la salida a recreo de las sociedades, la pausa para el chacoteo y una pausa en la penitencia. La llamada “prensa chilena”, a dúo con “Paz ciudadana”, otro espantajo mercurial y algún capellán de esos que - haciendo una interpretación personal del dictum sacro del “No Matarás”- bendice tanques en tiempo de car-
naval, aplican puntualmente el masaje mediático y hablan del “peligro de los placeres desfogados” y del aumento de la criminalidad durante las fiestas, con la obvia intención de satanizarlo, pero lo cierto es que el carnaval, que bambolea a la sociedad entera en plan de joda haciendo honor a su patrono San Goloteo, muestra una clara disminución de los delitos durante el reinado del Rey Momo. Ni los pungas ni los criminales se salvan del embrujo transformador de las fiestas carnavalescas. Cuando nos metimos a hacer la revista, con la particularidad de crear cooperativamente la historieta Lo Chamullo, un barrio como el suyo, a ocho manos, con diferentes estilos y sensibilidades, nos planteamos primero hacer una historieta que fuera entretenida, que quien la leyera pasara un buen rato, hurgueteando en nuestros corcoveos para sobrevivir en nuestra circunstancia. La realidad en el país del “no pasa nada”, es que pasaban muchas cosas. Demasiadas quizás como para alcanzar a darles un toque. Repasábamos un tema de actualidad y sobre eso bordábamos nuestras ocurrencias. Desde la época de las cavernas no hay nada más sugerente que un dibujo, y si tiene humor, una gotita que sea, es posible sacudir prejuicios, romper el hielo, desarmar paradigmas y descorrer la apariencia que no nos deja ver la verdad de la milanesa.
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Pero así como “las palabras sacan palabras” los dibujos, las imágenes sacan ocurrencias, comparaciones, hacen foco en lo invisible y así, “sin querer queriendo” - como dice Chespirito - creo que volamos algunos cachos de mampostería, simulacros mal pegoteados, chamullos impresentables, en fin, cosquillas al status quo. El humor busca la complicidad, o más bien la despierta frente a cualquier tema, con anhelo participativo y democrático. Con Mad, el semanario satírico gringo, aprendimos que no existe el humor “blanco”, el humor apolítico. Entendimos rápido que el humor es esencialmente ciego, anárquico y que no respeta ninguna estructura por más sanita y bien intencionada que parezca. Es, fundamentalmente como dice Wittgenstein, una instancia de reflexión. No aspirábamos a ser un país ganador. En justicia, buscábamos, más bien, ser un país empatador, austero, con un resorte solidario que surgía ante cualquier emergencia. Lo Chamullo venía en dos presentaciones: Lo Chamullo Alto- el de la gente linda, alegre, emprendedora y positiva que sabe
surfear en el sudor ajeno - y Lo Chamullo Bajo - el del perraje, el del pueblo barriobajero que, armado de estoicismo y honestidad, enfrenta la pobreza que le impuso “el orden natural de las cosas”, monitoreado por los dueños de todo. En los fondos de la historieta de Lo Chamullo Alto (llegó demasiado temprano para llamarse cómic) estaban las perspectivas del arquitecto Hervi, y en los fondos de los barrios y en las viles callampas de Lo Chamullo Bajo, con diseño autodidáctico, estaban los que yo hacía. Intentamos echar a andar la “publicidad justiciera” que promueve lo que necesita conocerse y que no tiene con que bancar su “imagen corporativa”. Empezamos con una agresiva campaña publicitaria para el té como bebida de agrado; el mote with wesiyos como el remate de una buena porotada, y el tilo como brebaje reflexivo. En corto, el consumo de “lo telúricamente nuestro”. Tanta publicidad le hicimos al té, y a las infusiones de hierbas aromáticas, que al poco tiempo golpearon la puerta de la redacción y nos dejaron una amable carta, felicitándonos por nuestro trabajo y agradeciendo nuestra campaña a nombre de una empacadora de té. El sobre venía acompañado de una caja con cientos de bolsitas de té, manzanilla, cedrón, bailahuén, menta, poleo,
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rosa mosqueta y otras yerbas. No nos quedó claro si esa caja, eran nuestros honorarios, un incentivo para seguir en esa línea, o un intento soterrado de soborno para no iniciar una campaña en favor del Nescafé que en aquel tiempo era el negocio que, con mucho cuestionamiento ético, metió en el senado, el emprendedor y senador Cachimoco Ibáñez. Ahora, en el Senado, sede del interés público, se hacen más negocios que leyes, y decretos a favor de la sociedad anónima, en perjuicio de la sociedad que todos conocemos. Decíamos que hacíamos la revista en Reñaca, pero la verdad es que la hacíamos desde la calle Reñaca. La primera calle corta –menos de una cuadra– que corre paralela a la Alameda de las Delicias (nombre empapado de ironía), y que desemboca en Vicuña Mackenna. En Lo Chamullo Alto, a bordo de su autazo, un padre partía al duro yugo emprendedor rodeado del coro de sus retoños: “tráenos chocolates, bombones, merengues, tiramisú, papáaaa!”. Simultáneamente, en el callamperío de Lo Chamullo Bajo, un presunto padre partía a buscar trabajo, sólo que los niños, con unos ojitos saltones sobre unos pómulos esculpidos por la desnutrición de diseño económico estructural, suplicaban: “proteínas, papá, tráenos proteíiiiiinas!” Los personajes fueron ganando, de alguna manera, espacio y presencia, y si bien en todo trabajo cooperativo las fronteras autorales son difusas –y que bueno que así sea– Hervi creó a Mozambique; Alberto Vivanco a Pancho Moya y a su media naranja; Pepe Huinca a Don Paello y a un enjambre de “personajes de reparto”, y por mi lado nacieron “Las tres Marías”, que junto al brasero, descueraban noticias y tribunos y “Los Hermanos del Billar”, léase “Villar” el “Fantomas y el Spectre” que robaban electrodomésticos en Lo Chamullo Alto para venderlos- sin el recargo, con erre de robo, de La Polar y otros retails- a precios accesibles, optimizando el reparto de la riqueza y familiarizando a las capas bajas con la revolución tecnológica que se venía implacable.
La redacción de la calle Reñaca era visitada por múltiples personajes y amigos. Cada cual llegaba cargado de sugerencias. Retroalimentación no nos faltaba, y cuando el concierto de tripas alcanzaba el allegro con tutti, bajábamos a la Fuente Alemana en busca del reparador “lomo palta” con su “garza”. A veces, para goce y ludibrio nuestro, veíamos en el mostrador opuesto, entre otros parroquianos a punto de flato, la familiar sanguchera terrorista del cura Hasbún, por la que desaparecía, en dos tiempos, un abultado “lomo con chucrut” como si fuera una hostia empujada en la sangucherita de un inocente monaguillo. Hay gente que pagaría por ver lo que entraba en ese orificio por donde salía tanta bazofia. Hoy, la lectura de la historieta de Lo Chamullo, creada en democracia, en un país austero, muestra nuestro candor e inocencia respecto de lo que se venía. La trama de los conflictos entre Lo Chamullo Bajo y Lo Chamullo Alto, eran a escala humana, problemas que pretendíamos solucionar conversados con vino tinto y empanadas. Hoy, cuando vemos que el país entero trabaja, con el modelo de capitalismo salvaje, para enriquecimiento exclusivo de Lo Chamullo Alto, la comparación con Lo Chamullo Bajo, no sólo es odiosa, sino que roza el sarcasmo. No podía ser de otra manera en un país donde “el camino de virtud” nos lo señalan algunos curas pedófilos, los problemas de “gente en situación de calle” nos los solucionan, con altura de miras, “gente en situación de penthouse”. Quien mejor sabe cómo distribuir la riqueza, es un maromero de las finanzas especializado en concentrarla. Lo Chamullo fue un trabajo que nos cautivó. Aprendimos mucho de nuestro paisito, dibujándolo al calor de algunos aplausos entusiastas, no pocos ceños fruncidos y una que otra risa a pata suelta, que suman en total, el mejor pago a modo de indemnización y del que, inexorablemente, no podemos escapar: el pago de Chile. ·····
Angel Parra me decía que se defecaba de la risa con las micros repletas que pasaban raudas con un par de montepiadas agarradas de la manija, como si fueran del Cirque du Soleil, y con los perros que yo metía, practicando un inusual ballet canino.
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Mi Verdad Por HERVI
¡Hice mierda el Corvette!, exclamó el dueño de la editorial, entrando a las oficinas de la calle Providencia. Un par de minutos antes, a unas dos cuadras, había estrellado el flamante descapotable rojo, del año. Una fortuna sobre ruedas, desparramada en el pavimento. Pero su cara lucía feliz, como la de un niño que acaba de hacer una travesura. Nosotros, banda de pobres diablos asalariados del dibujo, no podíamos verle el lado divertido a esa situación, acostumbrados como estábamos a cuidar –con preocupación de madres abnegadas– nuestras queridas citronetas. Teníamos concepciones diametralmente distintas de la realidad: para él sólo se trataba de uno de sus juguetes. Ese tipo de cosas nos hacían vívida la teoría de la lucha de clases, que estaba en boga por entonces. Palomo y yo proveníamos de modestos hogares del poniente de Santiago: barrios Yungay y Quinta Normal. Nuestras pichangas infantiles eran polvorientas, en las calles sin pavimentar y con escaso tránsito. Los Vivanco vivían con su madre viuda en un pequeño departamento en el barrio República. Al señor aquél le parecían poco gratos estos patanes que lo pasaban tan bien en su trabajo, inventando y dibujando payasadas para El Pingüino, una de sus revistas, comprada junto a otras en un paquete a Guido Vallejos, su creador. Le
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molestaba que no tuviéramos horario, escucháramos jazz y música clásica todo el día, en un viejo tocadiscos, y que en general no nos comportáramos como debe ser: empleados obsecuentes, cabizbajos y, sobre todo, sin opiniones políticas. A poco andar, a Alberto Vivanco le fue arrebatada Ritmo, revista musical juvenil de su invención, de enorme éxito, porque le dedicaba muchas páginas a cantantes “rascas”. Aún más: en corto tiempo fue despedido de la dirección de El Pingüino. Nos mudamos de ese lugar en masa, una pequeña masa de cuatro pelagatos. Esa fue la génesis de La Chiva. En El Pingüino –masacrada meticulosamente por quienes se hicieron cargo de ella luego de nuestra hégira– ya nos habíamos afiatado como equipo. Se había macerado nuestro gusto por un humor más maduro, con la influencia de los grandes dibujantes de aquí y de allá, y de revistas como Mad, Pasquim, Hermano Lobo, Los Supermachos, etc. Era nuestra oportunidad, y partimos con la autoedición de este pasquín, instalándonos a pocas cuadras de nuestro anterior trabajo, en una oficinita en la calle Reñaca, en la misma Plaza Italia. Fue una experiencia de socialismo en miniatura. Alberto hacía de jefe dentro de esa democracia absoluta, donde no había otra regla que trabajar mucho y con gran entusiasmo. Todo era compartido y repartido, desde la creación colectiva de guiones, dibujos a ocho manos, textos, diseño, distribución, cobros, ingestas de grandes cantidades de té de bolsitas, que pasaban de taza en taza hasta exprimirles la última pizca del pálido jugo. Y también, por supuesto, estaba el trabajo en otros asuntos que aportaran dinero fresco para el financiamiento de las ediciones, y para los austeros gastos personales.
postura izquierdista y favorable al candidato popular. Ese mismo día se le pidió amablemente la renuncia. Nueva deserción en masa de los que solidarizábamos con nuestro jefe, y vuelta al pluriempleo, o pluripituto. Todo esto que pasaba en nuestro largo y angosto rincón del mundo era un pálido reflejo de la “guerra fría”, que se iba calentando a ojos vista, con proliferación exponencial de ojivas nucleares por lado y lado. Era el borde mismo de la tercera guerra mundial, la última, la definitiva. No había medias tintas, se estaba a este lado o al otro. O justicia social, o capitalismo salvaje. O al lado de los ricos, o al de los pobres. De ahí venían los guiones de Lo Chamullo y las demás secciones de la revista, que tenían un gran público en las universidades. Pero esos jóvenes eran pobres también y La Chiva, se leía mucho y se compraba poco, corría de mano en mano. Abaratar costos, esa era la consigna. Con nuestro escuálido presupuesto, compramos una prensita “Multilith” doble oficio, una copiadora de planchas, una corchetera industrial, de esas con un pedal y un gran rollo de alambre, una guillotina y nos instalamos en mi galpón de carpintería en la casa de Quinta Normal. Experimentamos en vivo y en directo la experiencia del “obreraje”, imprimiendo, alzando, doblando, corcheteando, guillotinando, repartiendo, cobrando… Eso, duro y trabajoso, hasta el final de los sesenta. Vendrían tiempos mejores.
Yo trabajaba paralelamente, entre otras cosas, como director de arte de la Revista del Domingo de El Mercurio, dirigida por el legendario periodista Julio Lanzarotti, y editada, al igual que El Pingüino, por Lord Cochrane. Fue allí donde sufrí nuevamente el embate de aquel dueño de la mentada editorial. Un “déjà vu”.
Salió elegido el doctor Allende, y para nuestro oficio de hacedores de revistas, la Editora Nacional Quimantú nos dio la oportunidad de crear cosas memorables en la historia de la industria gráfica chilena. Y luego vendrían tiempos peores, como es sabido. Los peores.
Faltaba poco para las elecciones presidenciales de 1970, y a don Julio se le ocurrió expresar en un programa de televisión su
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Primera editorial de La Chiva. Julio, 1968
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MOZAMBIQUE
LAS TRES MARIAS
por Hervi
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DON PAELLO
LAS TRES MARIAS
por Pepe Huinca
por Palomo
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por Hervi
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LAS TRES MARIAS
por Pepe Huinca
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