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De la pandemia y los cambios: Lucas

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Crónica de los

Crónica de los

Nancy. Ernie Bushmiller

De la pandemia y los cambios

Lucas Orozco Ramírez*

Diagnóstico

Al momento de escribir este ensayo han pasado siete meses desde que el presidente Iván Duque decretó la cuarentena, medida de aislamiento social que a la postre ha sacado a la luz una enfermedad aún más contagiosa que la COVID-19 y que de forma inadvertida se ha gestado durante décadas en todos los rincones del mundo: la fragilidad de las relaciones humanas. Las maneras en que los países han contenido el brote de coronavirus varían entre cuarentenas estrictas y unas un poco más �lexibles, con consecuencias más o menos similares en la forma de relacionarnos entre nosotros. Estar en casa dos o cinco meses deja ver con claridad la naturaleza de estas relaciones, en las cuales pareciera que las personas sustituimos inconscientemente a los demás como si fueran productos comerciales: por el simple hecho de que la óptica con la que el ser humano contempla el mundo está enlazada con el consumir. Desde una muy temprana edad se enseña a las personas a sustituir todo aquello que no es útil, con la terrible consecuencia de que la lógica del consumo también se hace la lógica con la que se vive. Eso sí, las mayorías desconocen que

la forma en la que cambian las bombillas de su casa es exactamente la misma en la que dejan de hablar con alguien. El no ser consciente del problema de las relaciones humanas hace imposible encontrar una solución; sin embargo, el coronavirus y las medidas de aislamiento obligatorio han logrado que cada vez más personas sean conscientes de la fragilidad de las relaciones sociales. Las transformaciones sociales vienen precedidas de grandes sacudidas en las costumbres de la época; no obstante, con el tiempo, los hábitos de las personas se modifican y todos se adaptan a los cambios, por más bruscos que sean. Ahora bien, las transformaciones sociales que los seres humanos necesitamos hoy requerían de una situación tan crítica como la pandemia del coronavirus -aunque los cambios que se están gestando en la actualidad puedan parecer contrarios a lo que cualquiera querría-.

Síntomas

La forma en que convivimos los seres humanos depende de muchos factores. Nuestro lugar de nacimiento, la religión del lugar en el que crecemos y por supuesto la condición socioeconómica de nuestra familia. No obstante, la perspectiva occidental ha jugado un papel protagónico en lo que está bien y lo que está mal, homogeneizando la idea de una buena vida a pesar de que ese modelo está profundamente enfermo. Para comprender que la idea de buena vida no es sana tan solo debemos apreciar nuestro alrededor, donde pareciera común dejarle de hablar a las personas sin razón alguna, donde es más sencillo alejarse por algo que molestó que intentar dialogar, donde es más importante impresionar y legitimar la idea tradicional de progreso que luchar por lo que verdaderamente se anhela. Con facilidad las relaciones se disuelven, y, creámoslo o no, la empatía ha destacado por su ausencia en las últimas generaciones de seres humanos. Nunca antes había sido tan sencillo ayudar a los demás. Desde la comodidad de nuestras casas podemos hacer donaciones para acabar el hambre o disminuir el número de personas sin agua potable, pero es probable que no sepamos de estas iniciativas y vivamos enfocados en nosotros mismos nada más. Es difícil creer que hay solución a la fragilidad de las relaciones. Al día de hoy absolutamente todas las personas estamos sumergidas en la dinámica en la que estas se desarrollan. Tenemos redes sociales donde parece que lo único que nos interesa es impresionar. Llevamos a cabo eventos continuamente para tomarnos fotos y subirlas a Instagram o Facebook y en el contexto de pandemia la situación no ha cambiado en lo absoluto. Aun estando las cosas mal para los ánimos de todos, aun sin poder hacer lo que nos gustaba, todos damos la impresión de tener una vida perfecta e inconscientemente nos comparamos con aquellos que seguimos en redes sociales.

Una cura

Hasta ahora puede parecer que todo este diagnóstico está repleto de pesimismo. Pero no es así. En realidad, el resultado de que un mundo híper conectado y alarmantemente apresurado como el nuestro esté pasando por una crisis de salud pública es devolver la ilusión a las personas -pese a que también podría arrancársela del todo-. Las predicciones de lo que le puede suceder a la humanidad posterior a la pandemia no son alentadoras. Se cree que la desigualdad crecerá, que los países con

menos recursos tardaran décadas en volver al punto de desarrollo donde estaban al comienzo del 2020. También se especula sobre cómo todos debemos adaptarnos a guardar la distancia y tener cubrebocas, dando por hecho que la vida jamás volverá a ser como antes. No obstante, soy partidario de creer que solo en los peores momentos se puede generar mejorías sustanciales en la estructura de la sociedad. Después del crack del 29 llegó el New Deal, después de la devastación generada por la Segunda Guerra Mundial se erigió el Plan Marshall. ¿Después de la pandemia que pasará? Un interrogante que puede responderse de muchas maneras, aunque a mi juicio todas irán a lo mismo: se fortalecerán las relaciones y habrá avances en la empatía. Luego de permanecer encerrados habremos entendido el valor de las personas. Seguramente ya no nos limitaremos a los mensajes por nuestros celulares ni a postear las cosas. Quizá detestemos permanecer delante de un computador por tiempos prolongados y salgamos a ver el mundo, dándonos cuenta que a nuestro alrededor hay mucho que podemos hacer. Creo que el motor de la vida, la ilusión, aquello que nos hace levantarnos de la cama todos los días y que nos hace creer en nuestro país, nuestro trabajo o nuestro partido volverá a tener relevancia. Anhelo que todos entiendan lo fácil de ayudar y lo egoísta de pasar de largo a los demás. FIN

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