2 minute read

Crónica de los

Next Article
El barrio de Los

El barrio de Los

CRÓNICA

DE LOS

Advertisement

Santiago T

Detesto y condeno la vida junto con sus ínfulas de superioridad existencial

A lo largo de la reciente historia el modelo de ‘hombre’, incluso como concepto mismo, se ha visto moldeado y transformado en pro del ideal aplastante del progreso y de un sistema mezquino que mide el valor humano del ser en concordancia con qué tanto aporta a ese mismo sistema. En términos de instrumentalización de la vida y de la producción que haga la misma, entregada a los verdugos del capital y del patrón. Son pues estos verdugos los que haciendo uso de la herramienta demoledora de vida, el reloj, regulan e incluso legitiman que tan ‘hombre’ práctico y funcional es cualquiera. El debate aquí se centra en aquellos hombres no tan ‘hombres’, en aquellos hombres casi inexistentes. <<Pongo mis letras a disposición de las putas, los ancianos, los habitantes de la calle y de los que aun teniendo casa desatinan en el ‘sentido de la vida’ estructurado por la élite carroñera>>.

¿Cuánto vale a día de hoy la vida de las damas de la calle, que solo sirven como depósitos de semen de una sociedad consumida en el morbo sexual y en el sentimiento de superioridad que da hacerse con las carnes ajenas? ¿Qué valor ostenta para la retina del común un saco de huesos arrugado y disfuncional que como máquina humana se encuentra en la etapa de obsolescencia? No entran, ni siquiera en las cuentas de su propia descendencia maldita. Porque ya hay quien se haga cargo de tan desagradable peso ‘muerto’; en lugares de mala muerte, con camas duras, pulguientas y con un olor a orines secos de una que otra vida que allí mismo durmió y murió.

Menos que un trozo de carne corroído por los gusanos y la putrefacción vale la vida del alma nocturna de la calle, que tiene ‘carro’ pero anda a pie, quien a punta de cartones se hace un reino de mugre donde el hambre estomacal y del alma son cosa de todos los días. Aquel que caga las esquinas y deja el olor a ‘cristiano’ por todas partes. Qué ironía, ¿no? El hecho de que se le otorgue el impoluto nombre que los borregos de la llamada Iglesia de los Pobres otorgan a los que hacen hogar en cada andén. La crónica de los no-hombres hace un ejercicio de memoria resistente y disruptiva a lo que ya está establecido. Toma en cuenta a los descartables de la sociedad. Los ubica y les da lugar; al menos en una página escrita por alguien encerrado en cuatro paredes, cada una con 144 ladrillos, puestos con delicadeza por un hombre, este sí valeroso, ya que cada ladrillo colocado re�leja una moneda sucia que cambió por pan para sus hijos. El valor de la vida está cada vez más desvalorizado porque no se vive en lo absoluto. Se sueña con que se vive mientras papeles y metales hacen una escalera frágil y mal compuesta donde los valerosos se sienten seguros. Por los desterrados, olvidados, masacrados, invisibilizados y pisoteados decreto fin a la condición de ‘hombre’ valeroso, la desecho, la hago trizas y la dejo en el olvido de los tiempos. E invoco así una deconstrucción de la estructura del cuerpo que produce y aporta y la igualo con los cuerpos que no quieren o sencillamente no pueden hacerlo.

This article is from: