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El volcán del hechicero

Las leyendas y maravillas que sugiere el Sumaco y el misterio que encarna desde la mirada indígena serán parte importante de las crónicas de los capitanes de la conquista y arma de los habitantes del lugar. En las crónicas, no se le da nombre, si bien enseguida tendrá varios: Cusmaco, Cumaco, Zumaque, Sumaco, volcán de la Coca, entre otros. Algunos también lo confundieron con el volcán Reventador.

Es muy probable que entre las historias orales supervivientes en los indígenas actuales de las cercanías del Sumaco, queden restos de muy antiguas creencias mezcladas con vivencias de tiempos posteriores.

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Existen muchas variantes de esta narración, sin duda muy antigua. En ellas los tigres, uno de los terrores selváticos, personifican a veces a invasores carniceros, devoradores de pueblos enteros. Ese peligro no existe ya, pero queda latente en la entraña de los volcanes.

Jiménez de la Espada que estudió y ascendió al Sumaco, deriva el nombre del quichua sumac (hermoso), que significa «el más bello». Probablemente le viene el nombre del antiguo castellano zumaque, palabra con la cual designaron los primeros visitantes a una planta desconocida que resultó ser la coca. Zumaque (Zumaco o Sumaco) pusieron el nombre de una región nombrada por su riqueza en coca.

La leyenda del tigre enorme

En ese tiempo los indios eran numerosos y vivían bien. Habitaban grandes pueblos, pero un tigre enorme, de talla fantástica, aniquilaba a veces poblaciones enteras. Los brujos acudieron a la estrella de la mañana —que en su tradición era el hombre más astuto—. Fueron a buscar una gran cueva al norte del Sumaco; juntos decidieron y consiguieron atraer a la fiera hasta la caverna donde se acostó. Entonces, provocaron un derrumbe que cerró la entrada para siempre. Los jaguares, pumas, tigrillos, están encargados de llevarle comida, pero si todavía percibiera el tufo de la carne, se despertarían sus instintos sanguinarios, forzaría la entrada y aniquilaría de nuevo a la gente. Por eso, le llevan solo vegetales y frutos mientras se aseguran de que ya no existen otros animales, ni hombres. Sin embargo, alguna vez ese tigre hambriento siente retortijones en el estómago y ruge en su caverna. Son los ruidos sordos, ampliados por las montañas, que de cuando en cuando escuchan los lugareños.

Otto Zambrano Mendoza. Consultor

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