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La lectura, una experiencia ciudadana

El tema de la lectura es permanente porque está asociado a la calidad de vida y la cultura. Pero el Ecuador todavía está en deuda. No hay una política pública sobre el libro y la lectura consistente y “aterrizada”. Es tiempo de actuar para no seguir entontecidos…

Nadie discute la importancia de la lectura como opción personal, como requerimiento curricular y como estrategia ciudadana. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho, según el adagio. La razón estriba en que la lectura es mucho más que una campaña, una feria o un café-libro.

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La aventura de leer

El amor a la vida comienza con el amor a las palabras, desde que una persona nace. Las ilustraciones, los dibujos, los sonidos acercan la literatura a los niños. Leer, por eso, es una aventura fantástica, a través de mensajes simbólicos: el viaje —todos somos viajeros en el tiempo y en el espacio—; la felicidad —vocablo indescifrable que podría equivaler a sonreír con espontaneidad—; el mundo —los paisajes interiores, personales y únicos, y los exteriores, la naturaleza—; las imágenes y sonidos —que son textos maravillosos—; las historias —lo cercano y lo lejano que nos llevan a las raíces, mitos, leyendas y tradiciones—; los misterios —la lucha sempiterna entre el bien y el mal, lo sagrado y lo profano, los pasadizos secretos, sus vampiros y duendes—; los animales y sus sorprendentes enseñanzas —en primer lugar, el animal humano; los héroes y heroínas de siempre—; y mucho más, porque el libro es el poder de la seducción por su encanto incomparable. Por su olor a tinta, y a polvo y ceniza. Corresponde, sin lugar a dudas, al amor sin límites, en palabras de Fernando Pessoa: «Amo —al libro— como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?»

Leer equivale a comer el potaje más sabroso; bailar con la mujer más linda; viajar por los lugares fantásticos; y pintar el mural más visto del mundo. Con razón Jorge Luis Borges dijo que «si existe cielo, mi encuentro sería con los mejores libros leídos de mi historia».

¿Y el Ecuador?

Si bien la escuela enseña a leer, en ocasiones «mata» la lectura cuando se convierte en obligación. El placer de leer se encarna en las familias lectoras y en los espacios ciudadanos: las bibliotecas, los parques, los buses, los jardines y las montañas. No hay espacio que no sirva para deleitarse con un libro.

Existen experiencias valiosas que las compartí en algunos tramos de mi vida. En Uruguay, la gente leía en las paradas, en los buses y en los taxis, incluso en los ascensores. En España, estuvieron de moda los libros de bolsillo. Nunca olvido la famosa colección «Alianza Cien», con títulos representativos de la cuentística universal. Y, por supuesto, las ramblas, en Barcelona, donde los quioscos de libros, periódicos y revistas se alternan con músicos callejeros, mimos y juglares.

El programa «Libros a la calle» es emblemático en Madrid porque los libros han «inundado» el transporte público. En Londres, París y Nueva York, en cada coche, leen por lo menos diez personas… ¿Y en el Ecuador?

En Ecuador nos dimos el «lujo» de eliminar por decreto el Sistema Nacional de Bibliotecas (SINAB).

Y lo peor: no se reemplazó con nada. Miles de libros quedaron embodegados y hoy convertidos en basura. Esta tragedia ocurrió en la mal llamada «revolución ciudadana».

Liberar libros

El proyecto BookCrossing o BC, fue creado por el estadounidense Ron Hornbaker, en marzo de 2001. Es la práctica de dejar libros en lugares públicos para que los recojan otros lectores, que después harán lo mismo. La idea es liberar libros «en la jungla» para que sean encontrados por otras personas.

Otras estrategias son las librerías de libros usados, los incunables de los mejores escritores; los cuenta-juegos; los diálogos entre autores y lectores; las tertulias en los parques; los concursos del libro leído, hoy casi extinguidos; el teatro de la calle; los festivales de humor y las dramatizaciones de autores conocidos, intercaladas con música autóctona y danza; los desfiles de disfraces de niños y niñas con trajes de personajes de la literatura (El Quijote, Sancho Panza, el Chulla Quiteño, la Torera…); la recreación de los mitos, leyendas y tradiciones del Ecuador… Comparto dos experiencias ciudadanas recientes: la primera, en una playa de Manabí, cuando llegó no el clásico carro de helados o cervezas, sino una carretilla —que sirve para trasladar bombonas de gas— con libros. ¡Sí, amigos! Con libros hermosos, todos clonados, a precios irrisorios. La segunda, en un parqueadero de Quito, cuando un vendedor encaramado en una camioneta vieja ofreció libros «al costo» — también clonados—, «porque en el Ecuador no se lee, señor».

Francisco Delgado Santos. Escritor de Literatura Infantil

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