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Marcelo Luján (Argentina
©Isabel Wagemann
Marcelo Luján
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Argentina
Nací en la Ciudad de Buenos Aires, en junio de 1973. A principios de 2001 me trasladé a Madrid, donde vivo en la actualidad. La ficción me salvó de casi todo lo malo, y por eso escribo historias que a veces se transforman en novelas y la mayoría de las veces en cuentos, género que considero el más hermoso y el más complejo de ejecutar. También me gusta coordinar talleres de creación literaria, me gusta y disfruto muchísimo viendo las ganas de escribir que tiene la gente: es un trabajo precioso que me llena y también me salva.
Publiqué tres novelas: La mala espera, Moravia, Subsuelo. Publiqué dos libros de prosa poética: Arder en el invierno y Pequeños pies ingleses. Y publiqué cuatro libros de cuentos: Flores para Irene, En algún cielo, El desvío, La claridad. La mayoría de mis libros fueron premiados, algunos traducidos. Con Subsuelo gané el Hammett y con La claridad el Ribera del Duero. Algunos fragmentos de lo que escribo aparecieron en campañas de fomento a la lectura. Puede que lo más importante de todo esto sea eso que me hace mejor persona: la lectura.
Credo cuentístico
• Todo cuento es un universo indivisible, compacto, alucinante: debería leerse y por supuesto escribirse como tal. Siempre.
• Cuentistas del mundo: la digresión desbocada es al cuento lo que la soga es al ahorcado.
• Abusar de la metáfora de comparación, abusar la de adjetivación, abusar de las figuras enclenques o manidas, es abusar del lector y de su siempre buena predisposición ante un relato de la brevedad y fuerza del cuento.
• Prefiero escribir cuentos fijándome de modo constante en el destino de los personajes. Un destino único al que deben dirigirse sin ningún tipo de distracción.
• Cuentistas del mundo: no teman al olvido de vuestros personajes porque un cuento logrado, en sus escasas pero maravillosas páginas, sabrá fijarlos en la memoria colectiva. La enfermera Cora y Nena Daconte son prueba irrefutable de ello.
• La magia del cuento debe nacer en la primera oración. Una construcción inicial débil o fallida lo condiciona todo.
• En el cuento nunca hay tiempo suficiente para recuperar al lector que se sale de la historia. Cualquier composición errónea, cualquier traspié, será la piedra que obstruya el desagüe. Y nada podrá ya destaparlo.
• Prefiero planificar un cuento con la vista puesta en el golpe del desenlace.
Arrumbo las acciones al calor de esta premisa. Pero no es algo excluyente y
Chéjov lo sabía.
• Cuentistas del mundo: la única verdad del género, el único y más importante elemento, todo lo que se debe lograr es la tensión narrativa. Y en que no sea una tarea sencilla radica la grandeza del cuento logrado.