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Claudia Hernández (El Salvador
Claudia Hernández
El Salvador
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He vivido toda la vida en la misma ciudad (San Salvador), incluso cuando he estado fuera de ella. Me parece que nos llevamos bien: mis defectos se x compensan con los suyos. Puedo, por ejemplo, cruzar las calles sin tener que ver a los lados porque ya conozco su ritmo o siempre llegar a tiempo porque ella nunca tiene prisas ni horarios. No me aburre ni me aburro, en parte porque yo soy muy lenta y en parte porque siempre está sucediendo en ella algo mucho más grave o vital que lo que sea que una sienta y siempre hay algo que te sorprende en la reacción de la gente: su infinita bondad o su resistencia, o su capacidad de olvidar lo terrible para poder seguir viviendo. Por eso escribo historias acerca del país al que pertenece, que le hagan justicia y sirvan para el consumo interno. En general, han sido cuentos.
Ahora trabajo en salones de clase y estoy colaborando con gente que se esfuerza por llevar historias de nuestro país a la pantalla. Estoy en la larga y emocionante parte esa en la que las cosas no salen como una quiere o se imaginaba que serían o podrían ser, pero sigue a pesar de eso porque piensa que debe haber solución y está cerca de encontrarla, aunque nunca se pueda estar del todo segura.
Credo
Una bondad del cuento es que hay múltiples maneras de entenderlo y de relacionarse con él. La que yo conozco me ha enseñado que:
1. Una y otra vez, los cuentos dan testimonio de la manera en que descubrimos, el mundo, y de la transformación que eso obra en nosotros.
2. Los cuentos los escriben las comunidades: no es necesario inventar, sino observarlas con atención y paciencia, y tan desde dentro de ellas como sea posible.
3. Hay que pasar de lo excepcional en virtud de lo regular: el cuento es algo que nos sucede a todos, y que sucede repetidas veces.
4. El tema siempre debe superar las capacidades del escritor: solo enfrentados a nuestras limitaciones es que llegamos a crearnos y a entendernos.
5. Quien escribe debe quedarse rezagado o llegar cuando todo ha terminado: los cuentos no son acción, así que se escriben mejor desde la retaguardia que desde la punta de la lanza.
6. Nadie -ni lector, ni personajes ni escritor- debería salir ileso del cuento: lo que se trata en él debe atravesarnos a todos, afectarnos a todos.
7. El final de los cuentos no importa tanto como el inicio: el énfasis no debe estar en la historia, sino en la fábula. El esfuerzo más importante es el de identificar, de entre los miles de movimientos de la sociedad en que vivimos, aquellos significativos para ella. 8. No hay que ser literal: se debe encontrar las formas capaces de trasladar lo entendido y lo sentido sin que haya diferencia entre ambas cosas.
9. Se debe ser imperfecto: la narración demasiado cerrada obstaculiza la apropiación de la historia por parte de los lectores. Como con las plantas, hay que dejar un poco suelta la tierra para que otros agentes intervengan en el proceso de hacerla crecer mejor y puedan servirse de ella. No queremos que la lean, sino que la asuman.