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Mauricio Montiel (México

Mauricio Montiel

México

Es narrador, ensayista, traductor y editor. Textos suyos han aparecido en medios de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Estados Unidos, España, Inglaterra e Italia. Entre sus libros más recientes se encuentran La penumbra inconveniente (2001), La piel insomne (2002), Terra cognita (2007), La brújula hechizada. Algunas coordenadas de la narrativa contemporánea (2009), Paseos sin rumbo. Diálogos entre cine y literatura (2010), Señor Fritos (2011), La mujer de M. (2012), Ciudad tomada (2013) y Los que hablan. Fotorrelatos (2016).

Se ha desempeñado como editor de revistas y suplementos culturales, como responsable del área de literatura del Fondo de Cultura Económica, como coordinador editorial del Museo Nacional de Arte y como editor externo del Museo del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México, donde radica desde 1995. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino y el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, del Centro de Escritores Juan José Arreola, de la Fundación Rockefeller y de The Hawthornden Retreat for Writers en Escocia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Credo

En un mundo donde la lectura se ha atomizado o fragmentado al máximo debido a la proliferación de distractores creados por la tecnología, el hecho de que la mayoría de los editores prefieran publicar novelas antes que libros de cuentos, es una paradoja extraña. Enrique Serna tiene una idea que comparto y que ayuda a alumbrar esta paradoja: “Mientras la novela comercial es una alberca de agua tibia donde la mente del lector solo trabaja en la primera zambullida, y luego puede nadar de muertito, los libros de cuentos exigen renovar el esfuerzo imaginativo al inicio de cada historia”. Este “nadar de muertito”, por supuesto, es fomentado por la propia industria editorial, que ha contribuido a convertir al lector, y de paso al narrador, en bañistas que prefieren quedarse en la zona menos profunda, menos osada, de la piscina literaria. Hay excepciones honrosas, pero por desgracia son excepciones que confirman esta regla: el editor de hoy antepone el riesgo financiero al riesgo artístico.

El grueso de las editoriales piensa que publicar cuento es de antemano una apuesta perdida, lo cual resulta absurdo: ¿cómo saber si va a haber ganancia o pérdida sin apostar en primer lugar? Esta situación genera un círculo vicioso: el lector no va al cuento porque el editor publica primordialmente novela creyendo que al lector no le interesa el cuento, y así la serpiente se muerde la cola. El cuento es un género literario mayor, al igual que la novela, pero se ha vuelto minoritario por la presión que las editoriales ejercen sobre los narradores, condenados por contrato a entregar productos —y lo subrayo: productos— novelísticos. Jorge Luis Borges y Raymond Carver, dos cuentistas clásicos, no necesitaron escribir novela para mostrar su enorme destreza y potencia como narradores. Confío en que las editoriales recapaciten y vuelvan a dar al cuento el sitio que le corresponde, tanto en la formación de lectores como en la historia de la literatura.

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