Lo que cuentan l@s marcian@s

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Este libro digital fue publicado el 23 de abril de 2020 como parte del concurso Lo que cuentan l@s marcian@s, convocado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la Secretaría de Cultura de Jalisco y Red Radio Universidad de Guadalajara, en el marco del Día Mundial del Libro y en homenaje a Ray Bradbury. El comité de selección estuvo integrado por Belén Martín, Jessica Cano y Josué Nando. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Mariño González y Dania Guzmán. Los derechos de los textos son propiedad única y exclusiva de sus autores.

El título está disponible para su descarga gratuita en las páginas de la FIL Guadalajara (www.fil.com.mx) y la Secretaría de Cultura de Jalisco (https://sc.jalisco.gob.mx). Los audios de las tres minificciones ganadoras se pueden escuchar en la web de Radio Universidad de Guadalajara (www.radio.udg.mx) y la página web de la FIL.


indice Presentacion Primeros lugares El regalo. Teresa Morales Palma

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La primavera del jazz. Jaime Garba

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El sueño de las moscas. Angélica Viridiana Gómez Guzmán

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Trabajos seleccionados Ahora odiamos bailar. Felipe de Jesús Saavedra Martínez

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Sobre la Tierra. Dulce María Becerra Díaz

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Cielo nocturno y el mar. Claudia Kareli Reyes Castruita

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Ironía entre nubes carmesí. Fernando Argueta Castillejos

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La llegada. Jorge Solís Avilés

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La expedición sonora (noviembre de 1979). Luis León

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Especie en extinción. Katalina Ramírez Aguilar

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Un habitante de Marte. Marti Lelis

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Un destello blanco. Alan Benjamín Flores Hernández

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La muerte en escarlata. Yoqsan Emmanuel Berumen Saucedo

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Más que extraños. Alfredo Barrios Hernández

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Mi crónica marciana. Mateo Cuvellier Macías

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De verde esmeralda. Pedro Díaz Castañeda

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Sueños. Marilyn Saraí Ávalos Huesca

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L@s extramartes no eran un mito. María Berenice González

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Barrunto. Christian Alejandro Anguiano Molina

26

Esperanza. Carlos Alberto Domenzain Rodríguez

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El confinamiento marciano. Iñigo González Menéndez

28

Sin esperanza. Yessenia Benítez Zenteno

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Primer contacto. Gabriela Ladrón de Guevara de León

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El legado. José Alberto Álvarez Moreno

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Lágrimas. Miguel Ángel Jiménez Alfaro

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Fantasmas de la arena roja. José Arturo Martínez Quintanilla

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Vienen. Mariana Jimena Oropeza García

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Los humanos son extraños. Jaime de Jesús Castro Gerardo

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El nuevo hogar. Diego Ramón Arreola Montalvo

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L@s martian@s. Josué Issael Ávila Merino

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Beduino. Andrés Núñez Rodríguez

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El día que calló la Luna. Dalia Bizet Alvarado Ruiz

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Uno de ellos. Sara Rophie Amkie

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Arandas, Marte. Raúl Serrano Martínez

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Ellos. María Vanessa Becerra Zepeda

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Encuentro de mundos. Luis Octavio Hernández Janacua

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La danza. Judith Fabiola Ibarra Fong

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Progreso planetario. Eileen Brito Riestra

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Instrucciones. Yael Dan

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Los “uno solo”. Óscar Rito Muñoz

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Amethyst. Laura Isabel Reyes Solórzano

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Marte, mi hogar. Ángel Gamaliel Figón Minor

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Valle de misericordia. Israel Urióstegui Figueroa

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Les saluda SUPREMO. Marcela Navarro

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El intercambio. Manuel Díaz Fernández

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Migrantes violetas. Luis Horacio Danel Moreno

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Rutina. Jesús Ramón Bobadilla Araujo

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Un gran cambio. Kevin Villarreal Heredia

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Parásitos. Manuel Bolaños Muñoz

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Dos objetos explosivos. Abraham Anaya Olvera

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Presentacion La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en colaboración con la Secretaría de Cultura de Jalisco y Red Radio Universidad de Guadalajara, convocó en marzo de 2020 al concurso nacional de minificciones Lo que cuentan l@s marcian@s, para integrar esta antología de 50 relatos en homenaje a Ray Bradbury, con motivo del centenario del autor de Crónicas marcianas y como un regalo de las instituciones convocantes para los lectores en el marco del Día Mundial del Libro. En total, se recibieron 167 trabajos provenientes de toda la república mexicana, de los cuales 50 fueron seleccionados por un comité de la FIL Guadalajara para formar parte de esta colección. Los tres mejores trabajos fueron, además, traducidos al lenguaje radiofónico gracias al talento de Red Radio Universidad de Guadalajara. Este es, lectora o lector, un libro atípico y polifónico, contado desde el punto de vista de marcianas y marcianos, gracias al entusiasmo de quienes se tomaron el tiempo para escribir e imaginar una vida más allá del planeta Tierra. Te deseamos un feliz Día Mundial del Libro. ¡Bienvenid@ a Marte! Marisol Schulz Manaut Directora General de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

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Primeros lugares

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El regalo

Teresa Morales Palma Después de que arrasaron con la ciudad, me dirigí al valle desierto. No podía volver, nada me quedaba. Caminé por horas hasta que avisté un contenedor entre las dunas rojas. Era pequeño y estaba dañado. Guiado por la curiosidad, lo abrí y descubrí un sinuoso objeto castaño con finas cuerdas. Emitían sonidos agradables cuando las tocaba. Los extraños caracteres que se encontraban en el estuche decían: “Mi regalo para los habitantes de Marte”.

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La primavera del jazz Jaime Garba

Todos creían que Parker enloqueció. Vaya nombre ridículo vino a adoptar uno de los genios de la ciencia marciana, pensaban los habitantes del planeta rojo. Después de la misión a la Tierra dejó de ser el mismo. Poñt hablaba un idioma extraño, realizaba movimientos como si padeciera la fiebre de las hormigas marrones y emitía sonidos dolorosos con un aparato dorado. Jazz, decía. Tiene el don de la alegría e hipnotiza el cuerpo. Trompeta. No puedo tocar como ellos. Y miraba todas las tardes desde el pórtico de su casa al cielo, hacia el tercer planeta, con melancolía. Aquella mañana de primavera las nubes se travistieron de púrpura. Una gran cápsula aterrizó sobre el frente de la casa de Parker. Los vecinos, sorprendidos, no daban crédito y llamaron a los demás con la inmediatez de la telepatía. Cuatro terrícolas descendieron. Sujetaban objetos dorados y plateados. ¿Armas? ¿Vendrán a declararnos la guerra? Imaginaron lo peor. Parker corrió hacia ellos. ¡Jazz! ¡Jazz!, gritó. Los terrícolas empuñaron los elementos y tras un breve silencio el sonido emanó. Poñt tenía razón. Sonrisas, felicidad, la fiebre de hormigas marrones sin el dolor y el delirio. ¡Jazz! ¡Jazz! ¡Jazz! En Marte.

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El sueño de las moscas

Angélica Viridiana Gómez Guzmán No tenían suficiente con haber destruido su propio mundo. Llegaban como moscas carroñeras ante un cadáver putrefacto y fétido, esperando a que sus larvas terminaran por dominar lo que antes era nuestro; pero lo que no sabían era que nosotros no estábamos muertos, no todavía. Comenzaron a llamarse marcianos a sí mismos sin ningún tipo de vergüenza, y pese al miedo que sentíamos decidimos que ya no nos ocultaríamos más; ya habíamos aguantado suficiente. Ellos trajeron la plaga a nuestro mundo, derrumbaron nuestra civilización y merecían sentir un poco del terror que nosotros vivíamos. Esos humanos ignorantes de nuestra existencia se asustarían cada noche; tendrían sueños terribles donde una figura humanoide se asomaba por su ventana y unos ojos amarillos brillarían en la oscuridad de su habitación; perturbaríamos su tranquilidad para siempre, como ellos lo hicieron con los nuestros, pero esta vez sin necesidad de matar a nadie.

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Trabajos seleccionados

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Ahora odiamos bailar

Felipe de Jesús Saavedra Martínez Era precioso su color tibio. Mezcla del azul de las flores y el amarillo de nuestra sangre. El color de otra vida saliendo del agua, ampliando su red hasta la punta de sus montañas. Ya no estábamos solos. Feliz, nuestra dorada sangre se entibiaba cada 10,305 compases al mirar más cerca a nuestro hermano en la danza solar. De repente, notamos manchas grises que brillaban entre las tinieblas al darle la espalda al sol. Uno de los brotes de vida por casualidad se había erguido y levantado la mirada. En pocas generaciones iniciaron su incendio. Esperábamos que se dieran cuenta de lo inútil que era acumular cenizas. Nos ocultamos cuando dividieron el átomo y lo usaron para matar. Lo último que supimos de esos bípedos suicidas fue que su metálico heraldo llegó desde el vacío. Acechó insaciable nuestras rojas dunas. Tal vez buscando qué devorar o tratando de invocar una tormenta atómica. Un día, en su dialecto electromagnético, dijo: Mi batería está baja y está oscureciendo. Quedó dormido y esperamos que nunca despierte. Ahora odiamos bailar tan cerca de nuestro hermano. Nos hiela la sangre ver su incendio.

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Sobre la Tierra

Dulce María Becerra Díaz El marciano llegó a la Tierra y todo le parecía extraño, difuso. Los edificios estaban derrumbados. Había pilas de basura por las calles, naves voladoras, y a lo lejos vio a un humano con una mascarilla antigás. Se acercó y trató de hablarle. —¿Me puede decir en dónde estoy? El humano seguía parado, como idiotizado. No respondía. —Este lugar es más extraño de lo que creí —habló para sí mismo el marciano. Una fila de ratas corrió cerca de ellos. Otro humano se acercaba y le habló: —¡Usted, el que no trae mascara, se va a enfermar! El marciano volteó confundido y dijo: —Sólo quiero saber en dónde estoy. Esto no es lo que leí en los libros sobre la Tierra.

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Cielo nocturno y el mar Claudia Kareli Reyes Castruita

Dijeron que venían en paz, pero nos intimidaron con armas raras, fulminantes, y saquearon nuestras tierras. Dijeron que nuestro color de piel era extraño, también nuestra estatura y costumbres, sobre todo la comida. Temían a nuestros líderes, dioses de pintura y piedra, vestidos con plumas y dientes de maíz. Decían venir de un mundo lejano cuando solamente estaba a un océano de distancia; olvidaron que el cielo nocturno y el mar están separados. Creyeron llegar a las estrellas, a otro planeta. Para los conquistadores fuimos cuerpos que merecían ser aplastados por el bien de la galaxia, y terminaron quedándose para gobernar el nuevo mundo que ya existía. Todo lo hicieron en nombre de unos reyes, una tierra y un dios omnisciente que ni siquiera los miraban. Ellos eran los verdaderos extraños: hombres de frío metal.

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Ironía entre nubes carmesís Fernando Argueta Castillejos

Con la turbia tormenta de arena rubí se asomaban tímidas luces en el cielo y sombras de naves que se aproximaban desde el planeta lapislázuli, llenas de rechonchos bípedos, disfrazados de terror y envueltos en láminas de inseguridad. No comprendimos cómo, si provenían de un planeta tan hermoso y se transportaban en gloriosas galeras espaciales, se esforzaban sobremanera por infundir pánico. Con ademanes raros, los rosados seres de ojos diminutos, que apenas podían mantenerse de pie en sus trajesfrascos, trataron de explicar su ambición, pero nos fue muy difícil seguirlos, porque no dábamos crédito a ser contactados por una raza que no sabe sintetizar agua ni diferenciar a un ciudadano de Marte de uno de Júpiter. Una sonrisa se dibuja en mis bocas con sólo pensar que no conocen siquiera los bichos que habitan en sus abismos y miran a las estrellas como si fuesen su propiedad.

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La llegada

Jorge Solís Avilés —Nos hemos escondido durante tanto tiempo… Miles de lapsos… Siempre fue así. El ser más joven preguntó, con su mente un poco agitada y mirando la nave que ya terminaba la maniobra de descenso: —¿Crees que será algo malo? ¿Vendrán pacíficamente? ¿Se quedarán? El ser más viejo no quería transmitir temores a su joven acompañante, pero no tenía las respuestas a esas preguntas. Le envió sus pensamientos tratando de mostrar calma, aunque no sabía si realmente la sentía: —No sabemos qué harán en nuestro mundo ni en cuánto tiempo nos encontrarán. Vivir bajo la superficie es nuestra única protección… Esperemos que el encuentro con esos seres, si se concreta, sea de mutuo beneficio. Vamos. Regresaron a las entrañas de su mundo llevando a los demás la noticia de la llegada… No sabían que, dentro de aquella extraña nave, ahora quieta en el valle, el líder de los tripulantes exclamaba eufórico: —¡Al fin conquistaremos el planeta rojo!

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La expedición sonora (noviembre de 1979) Luis León

Las mentes más brillantes del planeta se reunieron alrededor del objeto. No se parecía en lo absoluto a algo que se hubiera estudiado antes. El aparato desprendía tres antenas largas y metálicas, y entre sus restos hallaron un objeto circular que cabía entre sus manos. Tan brillante era que casi los dejó ciegos, y su color se aproximaba al orbe que los rodeaba cada día. Tras unas cuantas horas de descifrar las instrucciones, se escuchó la sentencia: I send greetings on behalf of the people of our planet. Nadie entendía los sonidos, y se quedaron atónitos, volteando a verse los ojos amarillos, intentando hacer sentido colectivo de la cacofonía. Se llevaron las manos a los oídos, pero el disco dorado seguía girando, llenando el aire de voces alienígenas, instrumentos infernales y aullidos que sugerían el fin de los tiempos. La incomprensión total de lo que escucharon concluyó en el derrame cerebral de los presentes.

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Especie en extinción Katalina Ramírez Aguilar

Pensamos que serían unas cuantas semanas, unos pocos meses como máximo; que reconectaríamos su ADN, se tomarían un tiempo para adaptarse y volverían a su planeta, pero ya va a cumplirse un año desde que comenzó el proyecto y no dan señales de querer regresar. Evaden el tema y cuando se les pregunta por la Tierra su cara se vuelve un río y emiten sonidos extraños e ininteligibles. “Los árboles, las flores, los bosques, los mares”, es lo único que se entiende de su perorata. Aquí tampoco hay nada de eso, pero al menos tienen otros rostros que mirar.

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Un habitante de Marte Marti Lelis

En las dunas de arenas rojas del milenario Marte encuentro de vez en vez fragmentos de ópalo hialino, las delicadas lágrimas de las montañas de los tiempos remotos, vestigios de la actividad hidrotermal antes del hundimiento y del Mars Path Finder. Vigilo el cielo con el tercer ojo de mi testuz: hoy nos sobrevuelan grandes naves de la Tierra. No sea que el rayo o la serpiente anuncien un nuevo fin del mundo, no sea que ahora la muerte ya no sea por congelación y la sangre corra como antaño el fuego. Contemplo el ópalo contra el cielo gris de plomo y dejo que la brisa acaricie mis escamas. Nos recogeremos en las cuevas, miraremos las naves sin ser vistos; mimetizados en las rocas, aguardaremos a que ellos planten sus pies en los eriales.

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Un destello blanco

Alan Benjamín Flores Hernández El día se sentía un poco raro desde las primeras horas de la mañana. Todo transcurría como de costumbre: los miembros de la comunidad salían de sus casas y se saludaban como era lo habitual. Un destello blanco apareció en el cielo. Reflejaba la luz del sol al punto de deslumbrar a sus espectadores. Se empezó a sentir cada vez más calor, todos estaban desconcertados. Algunos se preguntaban: “¿Será que es un asteroide y es el fin de nuestra existencia?”. Mientras aquel objeto seguía avanzando, adentrándose en la atmosfera marciana y a punto de impactar con el suelo, se encendió la llama más feroz que muchos en su existencia habían podido sentir y vivir para contarlo. Devorando todo a su paso y creando ríos de fuego, aquellos pedazos de metal voladores disminuyeron su velocidad y se posaron sobre el suelo arenoso. Se abrió una puerta y bajaron los terrícolas. En ese momento comprendimos que no era un asteroide sino algo mucho peor: los humanos llegaron a Marte.

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La muerte en escarlata

Yoqsan Emmanuel Berumen Saucedo El error del Dr. no fue haberse matado pensando que se había contagiado de locura, sino pensar que todos los tripulantes habían muerto. Cuando fui a buscar al Dr. pude ver con horror la escena. Uno de los seres cojeaba dejando un rastro de sangre, mientras entraba en aquella extraña máquina, sosteniendo el arma del Dr. Pude percibir su estado mental, era igual al de un wook herido: asustado, peligroso. De pronto tuve una visión, de cómo mandaba un mensaje a sus iguales. Guerra, muerte. Teníamos que detenerlo. Corrí. El equipo de seguridad se me había adelantado. Cuando llegué ya era tarde. Los tres guardias, cubiertos de sangre, vieron cómo se voló la cabeza. Sin darnos cuenta, la muerte estaba en la atmósfera y nosotros la propagamos.

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Más que extraños

Alfredo Barrios Hernández “Dicen que los nuevos vecinos terrícolas son muy extraños”, comentó mi esposa al acercarnos a su casa. Eran los primeros que llegaban a nuestro cráter. Al abrir la puerta, un terrícola se nos abalanzó, tiró a mi esposa en el barro rojo, le lamió la cara y salió corriendo. “Serán sus costumbres”, dije mientras le ayudaba a levantarse. Me asomé con precaución y grité: “¿Hola?”. Apareció otro terrícola, pero éste resultó sumamente despectivo: salió, nos vio, nos dijo algo en una lengua extraña y se fue. Nos quedamos perplejos. “¿Qué dice el traductor?”. “Creo que se averió con la caída. Sólo registra rrrrrrrrrrrrrrr-rrrrrrrr”. Francamente molesto entré a la casa y no hallé más que cajas y cajas. Iba a llamar otra vez, cuando vi un documento muy extenso en una pequeña mesa. El traductor leyó: “El Conde Drácula. Ilustrado”, y vi una serie de imágenes espantosas. Escuché unos pasos y salí corriendo a toda velocidad llevándome a mi esposa. Un hombre entra a la sala y piensa: “Qué raro, ¿por qué estará tirada mi novela?”. La levanta y llama a su perro. Acaricia al gato, mientras piensa: “¿A qué hora llegarán los vecinos? Dicen que son muy extraños”. El gato ronronea.

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Mi crónica marciana Mateo Cuvellier Macías

Yo soy Nitsomkamph (Nitsomkamph) y esta es mi historia. Vivía en el norte (norte) de argacia mi país (Argacia, mi país), cerca del bosque. El día en que ocurrió estaba buscando Mananas de fuego (manzanas de fuego) cuando noté una explosión. Descubrí que Argacia (Argacia) explotó y vi un OVNI (OVNI). Me fui corriendo a decirle a mis hermanos (hermanos) y nos dispararon. Corrimos y encontramos un pueblo alien (pueblo alien). Nos atraparon y nos metieron en el pueblo alien (pueblo alien). Nos pusieron trajes (trajes) a mí y a mi hermano pequeño. Mi hermano maor (hermano mayor) no estaba. Hoy después de dos semanas (dos semanas) ya sabíamos el idioma humano (idioma humano), pero todo se arruinó. Mi hermano perdido (hermano perdido) nos quiso ayudar: se metió rompiendo el cristal, y cuando entró se cerraron los hoos (hoyos) y murió (murió). Mi mundo ya no será igual.

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De verde esmeralda Pedro Díaz Castañeda

Cuando cierro los ojos, aún puedo ver los destellos blancos resplandeciendo en el horizonte. Aquella noche, los preciosos cánticos nocturnos de las ayarthas violetas fueron invadidos por los estridentes chirridos de infinitos chorros de luz que trazaron sendas en el cielo. Las luces caían como estrellas fugaces, chisporroteando lenguas naranjas y rojas a su paso. Jamás había visto a uno de cerca. Los conocía, sí. Quién no. Pero ninguna imagen electrónica me preparó para el pavor que sentí cuando los vi de frente por primera vez. Mis órganos circulatorios bombearon como yuurk desbocado. Me quedé completamente inmóvil, recorriendo con mis globos oculares hasta el último pliegue de sus resplandecientes trajes, mientras de sus extremidades surgían ráfagas azules que desintegraban la noche. Todo terminó en menos de una luna. Mil millones de los nuestros nutrieron con su sangre el suelo de Marte. Los pocos que sobrevivimos al genocidio fuimos sometidos y, bueno, ya conocen el resto. He escuchado que los terrícolas nos llaman “el planeta rojo”. Pero ese día, el suelo se tintó de verde esmeralda.

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Sueños

Marilyn Saraí Ávalos Huesca En su lecho de muerte, mi padre me miró con gesto torvo y me pidió que me fuera. —La enfermedad que aquellos trajeron se ha esparcido por el planeta. Tus sueños tenían razón. Debes irte al desierto. Cuando despierte no quiero verte aquí —dijo. Tomé una maleta y salí de casa. Recordé las pesadillas que tenía cada noche. En ellas, los humanos esparcían un vaho putrefacto que envolvía las ciudades, mientras los marcianos se llenaban de puntos rojos y caían muertos, tal como sucedía ahora. Me senté frente a la puerta. No iba a dejar a mi padre, la única familia que siempre había tenido, a merced de ellos. Ellos, quienes hacían música con los huesos de los muertos. Acaricié mi brazo. Los últimos vestigios de luz mostraron los puntos carmesís, que ahora se dispersaban por mi piel. Suspiré resignada. Sólo debía esperar la parte del sueño que nunca le había contado a nadie.

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L@s extramartes no eran un mito María Berenice González Godínez

“¿Qué pasará si ya están aquí?”, preguntamos mi hermana y yo a mi papá, porque nos informaron que seres de la Tierra llegaron a Marte. Él no supo darnos una respuesta. Creí que el arribo de l@s human@s nunca sucedería y que sólo era un mito, pues mi abuelo nos contaba que cuando vinieran l@s extramartes iniciaría el fin de nuestro mundo. De hecho, desde pequeños nos han enseñado que debemos temer a l@s human@s, porque son crueles, tanto que han devastado su planeta sin compasión y no saben cómo solucionarlo. Otros dicen que en la Tierra son frágiles y no deberíamos preocuparnos, aunque si su maldad es tanta, quizá tengan la capacidad para destruirnos. Por el momento las autoridades capturaron la nave y a los visitantes para investigarlos, porque son una amenaza. No sé qué ocurrirá en los próximos días, pero si nuestra especie está en peligro quiero dejar constancia de nosotros en este escrito. 3UU-aibrl-00!

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Barrunto

Christian Alejandro Anguiano Molina Aquella noche soñé que nuestro planeta era invadido por una inteligencia superior, pero preferí callarme. A la mañana siguiente, mamá me dijo que pronto tendría una mascota. Me lo dijo porque ella lo había soñado y todo lo que soñamos se hace realidad. Por la tarde, el horizonte se llenó de pequeños discos que no tardaron en descender. Salieron de sus naves y nos parecieron seres extraños, pero adorables. Eran muy frágiles y tenían tubos negros y diminutos que salían de todo su cuerpo. No comprendimos su idioma suplicante, pero no creímos necesario comunicarnos con ellos. Mi mamá me dijo que tomara uno. Escogí al más pequeño y lo sostuve entre mis tenazas. Todos los presentes hicieron lo mismo. Al mío le costó mucho adaptarse. Al principio gritaba de dolor y después ya ni se pudo levantar. Murió poco después. Así pasó con todos los demás. Nadie intuyó que sus muertes traerían la peor enfermedad a nuestro planeta. Lo supimos porque todos tuvieron el mismo sueño que yo aquella noche, antes de su llegada. Una inteligencia superior se implantó en nuestros cuerpos con el propósito de matarnos, pero ya estábamos lejos de poder hacer algo.

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Esperanza

Carlos Alberto Domenzain Rodríguez No era la primera ocasión en que les visitaban. Ya antes, siglos atrás, habían intentado, como lo llaman ellos, establecer contacto. Ya antes, habiéndolo previsto, les engañaron. Fue sencillo, mucho. La ciencia que habían consolidado mientras los milenios, melancólicos, cubrían su planeta, se los permitía. La ilusión había funcionado, siempre. ¿Por qué temían? Las diferencias, comparados con ellos, eran imperceptibles. Sin embargo, continuaban siendo distintos: otros. Y ellos, los visitantes, demostraban un pavor arcano ante esa otredad. El día del arribo, los habitantes se ocultaron. Cuando los que llegaron se disponían a partir, uno de los niños salió del cerco que les mantenía resguardados. Corría hacia los visitantes, sonriendo, con los brazos extendidos. Emocionado por la novedad, pensaba que, quizás, no fueran los heraldos de la muerte imaginados por los mayores. Entonces, al estar las manos del pequeño a unos metros de ellos, los humanos dispararon.

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El confinamiento marciano Iñigo González Menéndez

—Estoy harto de este encierro. Los ahorros se me terminan, necesito volver a trabajar. Esto acabará con nuestra economía. —Dijo el Ministerio de Salud que esto terminará en media vuelta al sol. —Lo que diga el Ministerio a mí me tiene sin cuidado; este virus me tiene cansado y no veo que hagan mucho para contenerlo. —Debes relajarte, querido, es una mala racha, pronto se solucionará. Acabarán con esos bichos y harán algo para evitar la llegada de más. —Pues sueño con el día en que eso suceda. Date cuenta que esos virus acabaron con su planeta. ¿Te imaginas qué pasaría si se propagan en el nuestro? —Por eso no debemos salir. Hay que evitar el contacto, no vayan a contagiarnos sus hábitos —Tienes razón, hay que aguantar, y esperar a que el Ministerio acabe con esta plaga lo antes posible —Ya trabajan para ello, querido. Pronto no habrá humano alguno paseando por nuestro planeta. Todo volverá a la normalidad, ya lo verás. Ten fe.

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Sin esperanza

Yessenia Benítez Zenteno Escribo sin la esperanza de que alguien logre leerme. Llevamos meses en confinamiento, salir es peligroso, respirar fuera de nuestras casas es como ser atravesados en el pecho por miles de agujas; cada día somos menos. No quiero consumirme en mis huesos por la falta de comida, no quiero morir de sed y tampoco quiero que mi familia muera porque yo… yo no quiero morir sola. La llegada de los terrícolas fue arrasadora. De ser fuertes, inteligentes y ágiles, fuimos cediendo terreno a la raza menos favorecida por la evolución, pero fuerte en enfermedades y pestes, podridos en sus almas, con su olor a muerte, arrogantes, hábiles para apoderarse de lo que no es de ellos y destruir todo lo que tocan. Prometieron enmendar lo que habían traído y sólo descubrimos que tampoco tienen palabra. Empezamos a perder las caras más bonitas que nuestros ojos habían visto; y así, mi planeta rojo vivo, como la sangre, símbolo de vida, se tornó amarillo en señal de agonía. Mientras morimos en cada esquina, ellos se regocijan con lo que saquean y de nuestros muertos construyen su civilización. Mutilaron mi planeta, nos arrancaron el corazón con cada saqueo de minerales y lloramos en cada extracción de agua. Mataron su mundo y ahora aniquilan el nuestro. Somos esclavos en nuestra tierra, ya nadie canta, pues los cantos no son escuchados, los llantos a nadie le duelen y las muertes son la alegría de que quizás, sólo quizás, tendremos más comida.

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Primer contacto

Gabriela Ladrón de Guevara de León Recuerdo ese día y tiemblo. Estaba en mi casa con mi familia cuando oímos ese ruido infernal. Salimos curiosos. La tierra roja se estremeció y ese objeto se estrelló contra la casa vecina. Una familia entera desapareció en un segundo. Todavía no salíamos de la sorpresa cuando dos seres horribles, resplandecientes, de cabeza gigante, movimientos torpes y jorobas cuadradas, salieron del objeto. Nos miraron fijamente mientras hablaban en esa lengua que ahora está en todas mis pesadillas. Se acercaban cada vez más. Abracé a mi familia y cerré los ojos. ¡Como deseo que hubiéramos terminado como nuestros vecinos! Así no viviríamos esta esclavitud perpetua ni la tiranía de esos seres deformes venidos de otro planeta. Ojalá hubiéramos muerto el día en que los humanos llegaron a Marte.

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El legado

José Alberto Álvarez Moreno Hace más de tres meses habían descendido del cielo con sus naves y sus armas de fuego. Los primeros en sucumbir fueron los guerreros Alikzin. Como un soplido catastrófico, los invasores destruyeron todo a su paso, incluyendo la pirámide cristalina de Kih, que tenía más de diez mil años de antigüedad. Quiénes eran, lo desconocíamos. Sólo sabíamos que eran enormes y de cabezas diminutas. La batalla fue épica. Nuestros sobrevivientes tomaron ventaja de su velocidad e inteligencia. Sin embargo, debido al desgaste de la guerra, los combatientes se fatigaron y no soportaron los vapuleos de las armas enemigas. Al final, los entes bípedos saquearon las minas de Alikh. No sin antes dejarnos el legado de su especie: el deseo de venganza.

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Lágrimas

Miguel Ángel Jiménez Alfaro Y al amanecer llegaron esos seres extraños y aparentemente indefensos en un pájaro metálico. Su aspecto emulaba a muñecos cubiertos de plástico blanco como bolsas de basura. Después de analizarlos un poco pensamos en abrir fuego y desintegrarlos sin piedad, pero no lo hicimos, ¿cómo podríamos aprovecharnos de esas criaturas de pinta vulnerable? Cuando los humanos terminaron de saquear nuestro planeta quisimos llorar un poco por lo sucedido, pero no lo conseguimos. Los marcianos no tenemos lágrimas.

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Fantasmas de la arena roja José Arturo Martínez Quintanilla

Nuestros pequeños y plateados cuerpos se volvieron inútiles cuando comenzaron a ser devorados por un sarpullido rojizo, molesto y abundante. A consecuencia de la muerte de nuestros líderes, el colapso de nuestras ciudades fue inevitable; los marcianos estamos al borde de la extinción. Nada me causa más aversión que los niños terrícolas, ya que usan las costillas y cráneos de esqueletos marcianos abandonados como objetos de percusión mientras sus padres les aplauden. Escrutando poniente, puedo ver surcando en el infinito negro repleto de estrellas lo que ellos llaman “cohetes” y el planeta de donde vienen, que a pesar de sus continuas explosiones logra mantenerse azul. Desde aquí, en mi lecho de muerte, puedo escuchar los gritos terrícolas de dolor y pánico que el fuego ocasiona. Lo único que me reconforta es morir con la certeza de que ellos, a causa de su voraz ambición, tarde o temprano perecerán, en medio de llantos y arrepentimientos, al ver a nuestros fantasmas surgir de la arena roja que nos vio nacer.

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Vienen

Mariana Jimena Oropeza García Vienen de lejos, un lejos que está cerca, tan cerca que nunca nos hemos visto. Todos se sienten sorprendidos y extrañados, pues es raro ver a vecinos de otro planeta, porque, al final, igual podrían ser el mal lado de la moneda. Hay opiniones de todos, hay marcianos que les tienen ya odio arraigado, que son bestias y harán de Marte un desastre; otros dicen que tal vez haya algo bueno, que son seres como nosotros y tal vez arriben con tecnología que nunca hemos visto, incluso conocimientos de lugares que no hemos llegado a encontrar. ¿Qué creo yo? Es difícil decirlo; no pienso como ellos, pienso como yo. Hay algo raro en sus hombres y mujeres, hay algo que no entiende nadie, ni yo, ni ellos. Quiero darles el beneficio de la duda, pero eso no me quita el miedo, el miedo de que, en realidad, sí sean como nosotros. Un poquito malos, un poquito buenos.

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Los humanos son extraños Jaime de Jesús Castro Gerardo

Los humanos son extraños. Hacen cosas para las que no están hechos. Los he visto meterse, hasta en grupos grandes, en mantos acuáticos construidos por ellos mismos, o incluso en el océano, cuando no tienen membranas para nadar. Los he visto sentarse por horas frente a pantallas de todo tipo; grandes, pequeñas, portátiles, fijas. A veces sus órganos visuales están enrojecidos porque se olvidan de parpadear. Los humanos son extraños. Algunos humanos coexisten en pares, y esos son los más extraños. Se sujetan entre sí con sus extremidades superiores, se presionan uno contra el otro con fuerza. A veces, esos humanos se unen del rostro en un acto desagradable que es íntimo para ellos. Aún no he logrado descifrar el significado de esa acción, pero estoy en ello. Los humanos son extraños.

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El nuevo hogar

Diego Ramón Arreola Montalvo El gran estruendo lo llevó fuera del bunker. No había posibilidad de sobrevivir allá afuera. Caminó lentamente a la explanada semi destruida y cuando vio aquella nave exploradora descender tuvo miedo, pero por fin salió de su escondite. El pasajero asomó cauteloso, comprobó algunas cosas en la muñeca y se quitó su casco. Lo miró largamente y comprendió todo: eran diferentes, sin duda; cambios originados por las condiciones de sus lugares de origen, pero en el fondo eran iguales: la misma mirada llena de curiosidad. Comprendió que aquella creatura no era sino un lejano pariente, uno de aquellos que emigraron hace milenios. —Saludos del Planeta Tierra —dijo—. Venimos en busca de un nuevo hogar, porque el nuestro agoniza. La mirada del marciano se llenó de asombro y terror al mismo tiempo. Al fin musitó: “Se suponía que la Tierra fuera el nuevo hogar”.

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L@s martian@s

Josué Issael Ávila Merino Cayeron del espacio grandes objetos brillantes. Vimos la crueldad de aquellos seres llamados terrícolas. Atacaron mi pueblo con artefactos luminosos, dejando a su paso únicamente polvo rojizo de los martianos. Aún no estábamos preparados para luchar. Los sobrevivientes fueron tomados como prisioneros. Los invasores se convirtieron en nuestros depredadores. No eran los primeros en llegar a nuestro planeta. El primer terrícola nos contó que buscaban otro lugar para habitar. Marte fue sometido. Los que escapamos estábamos heridos, un líquido violáceo brotaba de nuestros cuerpos por causa del enfrentamiento. Los ojos de los que no resistieron cambiaron de púrpura a negro y su piel rojiza se tornó grisácea. Me llamo S@NTi, soy un terriano, hijo de una martiana y el primer terrícola.

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Beduino

Andrés Núñez Rodríguez Otro día en el planeta rojo, otro horizonte despejado. La lata plateada en la que los humanos llegaron comienza a opacarse por el polvo, y apenas su campamento se comienza a fundir con las enormes dunas que llegan hasta donde alcanza la mirada. Debo admitir que hasta ahora lo han hecho de manera competente, pero también ellos terminarán enterrados por las tormentas de arena, y sus huesos descansarán con los de seres más capaces, que movidos por codicia o sueños de fuga creyeron que podrían hacer hogar aquí. Mi mundo no es hospitalario, ni siquiera con su único hijo, arrojado de entre la arena hace tanto tiempo, un capricho de vida en este planeta en el que todo muere. Ya me acercaré a ellos y me alimentaré agradecido, de su carne y su propia comida. Ellos tienen los días contados, y yo, todo el tiempo del mundo.

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El día que calló la Luna Dalia Bizet Alvarado Ruiz

Es curioso. Aún después de cuatro bleikers, sigo aturdida por lo que pasa. Todo comenzó cuando estos seres llegaron a nuestro planeta. Venían en unas naves muy extrañas, brillantes; estos seres tenían cuerpos muy extraños y hablaban en lenguas raras. Por suerte algunos de nuestros sabios lograron descifrarlas; así, ellos se presentaron como exploradores no hostiles que vinieron para estudiar nuestra comunidad. El Consejo, convencido de que los extranjeros podrían servir de aprendizaje para nuestra comunidad, les permitió el paso. Dentro de poco ya habían traído a más de su raza; sin embargo, sus verdaderos motivos no quedaron ocultos mucho tiempo, pues un día decidieron atacar. Los primeros ataques fueron un exterminio; después, logramos mantener la guerra por poco tiempo. Perdimos. Ellos mataron y destruyeron todo, y del polvo construyeron metal y humo. Nos esclavizaron. Les abrimos nuestras puertas y nos traicionaron. Ellos piensan que ganaron, pero lo cierto es que los que se llaman hombres no hacen nada más que maquilarse su propia destrucción.

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Uno de ellos

Sara Rophie Amkie Veía patas de insectos en las formas que creaban los cabellos recién cortados en el piso. Sus pequeños movimientos en las pinzas de la manicurista. Su desesperación en el parpadeo de unas pestañas llenas de rímel. Caparazones multicolores en la cajita de uñas postizas. Sentía que se le subían, que la tocaban, que la ahogaban. Veía antenas en los hilos de espuma que salía de los lavabos. Alas en las figuras de aluminio que cubrían las cabezas colmadas de tinte. Capullos en los tubos ansiosos por liberarse bajo el zumbido de la secadora. Por un momento se imaginó siendo uno de ellos. Y tuvo miedo del aroma insecticida de los sprays, los esmaltes y los fatales tratamientos de keratina.

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Arandas, Marte

Raúl Serrano Martínez Llevo varios días soñando con ellos. Aun en nuestra remota congregación, situada en donde hace miles de años un asteroide impactó la superficie de nuestro planeta, las noticias sobre la llegada de los seres del mundo azul han provocado un pánico generalizado. En mi sueño, sin embargo, uno de esos extraños seres se acerca a toda velocidad a bordo de un vehículo parecido a nuestras carretas. No parece tener intenciones hostiles. Va solo y cubierto por un espeso traje que me impide ver su aspecto o su rostro. Llega hasta mí y desciende de su vehículo. En una de sus extremidades porta un contenedor de líquido hecho de cristal. En su lengua, que en el sueño soy capaz de comprender perfectamente, me saluda efusivamente, me ofrece un trago del contenido que lleva consigo y me explica que ellos tienen un nombre para nuestro asentamiento y que él viene de un lugar que en su planeta es llamado igual: Arandas.

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Ellos

María Vanessa Becerra Zepeda La mirada parecía penetrarme el cerebro, cualquiera de los dos. A pesar de ser mi terapeuta desde hace dos años con sus veintidós días “sobrantes”, era la primera vez que me arrepentía de haberle contado algo. Mis visitas a este tipo de servicio se iniciaron a tres años de la llegada de ellos. Ellos, tan similares a nosotros. Su tecnología era mucho más avanzada que la nuestra, incluso nunca supimos nosotros que en el área árida de nuestro planeta desde tiempos inmemorables ya habían habitado una o dos mascotas, entes, seres inferiores creados por ellos. Pese a su inteligencia y avanzada ciencia no pudieron con lo inevitable… en un planeta tan duro de vivir, tan agreste, sólo puede sobrevivir y poblarlo el más fuerte, el más inteligente: nosotros. Ellos pensaban que invadían y conquistaban un nuevo planeta y sus “amables” y similares ocupantes; pero no… tan pronto aprendimos de ellos, los aprehendimos; los usamos y adoptamos sus costumbres, ciencia y tecnología. Ahora cohabitan con nosotros. Los esclavizamos, pero de una forma cuidadosa: son seres frágiles y útiles. Algo que adoptamos de ellos fue esa tendencia a hablar y analizar todo lo que pensamos y sentimos, por lo que heme aquí, contando a mi terapeuta y temiendo que, violando esas nuevas normas de confidencialidad, cuente al gran gobierno que tengo dos meses copulando con el alma, mis tres corazones y mis dos vaginas a un terrícola. A uno de ellos.

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Encuentro de mundos

Luis Octavio Hernández Janacua Llegaste en la nave YX-509. Y contigo llegaron otros cientos. Esos cientos sacaron sus armas e intentaron someternos. Tú en cambio me sonreíste. Y al final de la batalla —ya cuando los de tu tipo nos estaban ganando— te ordenaron que me mataras. Tú fingiste y le dijiste a tu capitán que sí, que me ibas a matar. Y entonces me llevaste hacia la nave y me guiñaste el ojo. Me dijiste en tu lenguaje que tú no querías conquistar ningún planeta y que sólo habías venido a Marte para escapar de tu tristeza. Yo te miré a los ojos y te dije que te entendía, pero como no hablamos la misma lengua decidí ser más directa y tomé tu mano. La apreté contra la mía. Me preguntaste entonces si quería ir contigo. Me dijiste que me invitabas a descubrir el universo. Que buscaríamos un planeta donde pudiéramos ser felices. Que mientras tanto, esa nave —la YX509— sería nuestro hogar. Y yo te dije que sí, que me iba contigo. Sólo que no te lo dije con palabras, en lugar de eso te besé. Y ahora vamos juntos en la nave y estás a mi lado. Veo las estrellas y pienso que un beso es el ejemplo perfecto de un encuentro entre dos mundos.

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La danza

Judith Fabiola Ibarra Fong Del sol se veía ya la mitad superior cuando la cosa pasó zumbando rodeada de luz; al detenerse, fue como si empezara una especie de baile. Tras la polvareda los mayores salieron de las casas, no quedó un alma igual que como se encontraba un segundo antes, y Kij se sintió arrastrada por la corriente de un río invisible que desembocó frente a la cosa. Lentamente, el artefacto descubrió un hueco, del que poco a poco asomaron un par de cuerpos, como estudiando el ritmo para unirse a la danza imaginaria. Los rostros de sorpresa de los más viejos se quedarían con ella para siempre. Como era muy nueva en el mundo, muchas situaciones le resultaban asombrosas, pero cuando dijeron que venían de arriba entendió que esto era diferente, y ya no pudo despegar la vista de los bailarines recién llegados.

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Progreso planetario Eileen Brito Riestra

Un estruendo irrumpió en el reposo de la tarde. La roca tembló bajo mis pies y se presentó de inmediato un joven en mi pórtico. Su andar se adivinaba entusiasta. Explicó que llevaba tiempo esperando arribar a mi planeta. Le nombró Marte. Pregunté sin asomo de gloria qué buscaba en El Rojo. “Lo que sea que encuentre, de lo que pueda aprender y que me permita regresar a la Tierra y compartir conocimiento con mis compañeros científicos. Lo que sea que aporte progreso”. Mi silencio turbó su osadía. Me miró, se rascó la nuca y sonrió apenado. “No pareces sorprendida de ver a un terrícola aquí. ¿Acaso me han precedido otros?”. “Sí”, contesté impasible, “cada tanto vienen. Toman apuntes. Graban. Observan. Se van. Y cuando otro más emprende y llega, resulta que allá en su mundo todo sigue igual”.

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Instrucciones Yael Dan

No es que tengamos miedo, Señor Director, pero parece ser que han llegado para quedarse y no parecen tener buenas intenciones. Hay rumores de que destruyeron ya otras zonas y que vienen armados. ¿Sus nombres? No lo sé, Señor, parecen humanos nada más. No, no me lo tome a mal, la población no desea ahuyentarlos, pero son más de diez y hablan golpeado, como enojados entre ellos. Claro, Señor Director, no saldremos por ahora de casa, pero dígame por favor qué hacemos con las plantas, porque las pisan sin piedad. Mi teoría es que en su planeta seguramente no hay vegetación y es por ello que desconocen la delicadeza. Entendido, Señor, que se queden, ¿los varones y las hembras por igual, aunque se insulten entre ellos? Bien, entendido, los dejamos aquí hasta nuevo aviso. Señor, antes de que cuelgue quería advertirle que van hacia su casa en este momento. Entendido, inicia el plan B.

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Los “uno solo” Óscar Rito Muñoz

Mi labor era interceptar sus comunicaciones y oír qué era lo que ellos transmitían. No actuaban como seres atomistas que buscan la armonía con sus propios cuerpos, como los marcianos. Varios de ellos se organizaban como “uno solo” y había varios “uno solo” en su planeta, más de 300. Los “uno solo” imaginaban situaciones en las que extraterrestres llegaban a la Tierra e ingerían a sus habitantes con tentáculos gigantes o los hacían flotar mientras dormían. No entendí que todo eso era una construcción de posibles escenarios que esperaban encontrar aquí y nos adjudicaron el peor posible: no fue el de un “conejo” burlón perseguido por un enano de cabeza negra, nos imaginaron con naves que surcaban el cielo, con rayos de protones que separaban sus moléculas y envenenaban a sus crías. Así lo imaginaron y así actuaron. Ahora, mientras acabamos con las últimas raciones, aprendemos a ser como los “uno solo” para poder volar y traer la comida de vuelta.

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Amethyst

Laura Isabel Reyes Solórzano ¿Por dónde empezar? Tengo miedo y estoy preocupada. Soy Amethyst. Hoy estamos en guerra, ¡y es por mi culpa! Los terrícolas invaden Marte. Hace tres días, un ruido estruendoso sacudió mi cabaña. Al salir observé un baúl. No pensaba abrirlo, pero la curiosidad me invadió y, ¡cuál fue mi sorpresa! Dentro de aquella caja encontré una especie de pelotas cubiertas con un líquido café y semillas de colores. Su olor me envolvió y al comerlas se derretían lentamente en mi boca. Su sabor no se parecía en nada a esos horribles y raros insectos con los que me alimento. De repente escuché una voz, pero no lograba comprender lo que decía. Se apareció frente a mí un ser extraño y con señas me prometió más C-H-O-C-O-L-A-T-E, sí, así se llamaban esas deliciosas y coloridas bolitas, a cambio de revelarle donde escondíamos nuestras más poderosas armas. ¡Qué error tan grande cometí!

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Marte, mi hogar

Ángel Gamaliel Figón Minor La Tierra oriental nos abandonó, no intervendrán. Se lo notifiqué a los otros. Asintieron y hay un silencio seco en la colonia. Ahora recuerdo a mi padre. Su esfuerzo por inculcarme su amor al cuerpo azul que aparecía a veces en el cielo. Me contaba de la India, su tierra natal, de los mares, las cascadas, las lágrimas. Hasta entonces le hice caso: amé el cielo azul que nunca vi y la brisa marina que sólo podía imaginar. Suena la alarma: naves terrícolas penetraron la atmósfera. No tardarán en llegar. Un compañero calcula veinte minutos. No habrá compasión. Otro habla de suicidio. Pasa algo extraño: en lugar de pánico me entra odio hacia mi padre, por no dejarme amar Marte, el hogar de toda mi vida. Odio a la Tierra, pienso por primera vez, y siento que descubrí algo. Me quedan diecinueve minutos y cincuenta segundos para amar este paisaje de cielo naranja y brisa bulliciosa.

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Valle de misericordia Israel Urióstegui Figueroa

Cuando su barca encalló, Uux, entomóloga de oficio, entendió que le tomaría un par de días llegar al Iopr. Antes de echar a andar, tomó cuidadosamente el fardo con los frascos llenos de diminutos y mortales escorpiones transparentes. Uux alcanzó la primera colina cuando caía la noche. Abajo, al centro del valle, descubrió un campamento y se acercó sin ser vista. ¿Quiénes eran esos extraños entes de piel opaca y manos con cinco dedos? Le fue fácil descifrar las conversaciones alrededor de las fogatas, pero lo que escuchó le hizo sentir un vacío abismal. Temblorosa, Uux supo que ella y su raza estaban condenadas por el miedo y la misericordia que inspiraban aquellos seres. Ocultándose entre los arbustos, muy cerca de cada fuego, fue abriendo los frascos. Antes de vaciar el último sobre su cabeza, alcanzó a escuchar algunos gritos que se confundieron con el viento de la madrugada.

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Les saluda SUPREMO Marcela Navarro

Les saluda SUPREMO, su guía espiritual. Se llegó el día. Por fin nuestras criaturas favoritas, aquellas que provocan sus propias desgracias, que no son una amenaza ni una plaga, los “humanos”, por primera vez conociendo otra forma de vida en el espacio. A pesar de todas las señales que dejamos en nuestras visitas anteriores por fin lo lograrán. La duda es: ¿están listos para conocernos? ¿O creerán que son superiores? Se estará dando un informe vía cerebral de lo que pase aquí y en la Tierra. Se agradece a todas las personas que donaron conocimiento de humanos y recuerden que hoy es el último día para adoptar una vaca terrícola, pero las tendrán que poner en modo invisible para no causar duda en nuestros visitantes.

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El intercambio

Manuel Díaz Fernández Llegaron de un lugar acabado al que llamaron Tierra. Ellos no supieron que desde antes de invadirnos ya teníamos acceso a su mente y su memoria; eran débiles y mentirosos. Se dijeron amigos, pero llegaron soberbios y arrogantes. Mintieron. Nos calificaron como salvajes y estúpidos; sí, esas fueron las palabras que pensaron mientras nos sonreían. En el fondo querían acabarnos, por eso nos adelantamos e hicimos lo propio. Su planeta nos detestó, pero jamás volvieron. Lo único bueno de aquella presurosa visita fue el lenguaje, mismo que desde entonces aprendimos y apropiamos.

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Migrantes violetas

Luis Horacio Danel Moreno Murió el terrícola a quien amaba. Lo llamábamos Unho. Se detuvo su respiración y afloró en mi mente la imagen de una jacaranda. Aquí en Marte no existen. Maquillé su rostro para atenuar su palidez y me senté con él a ver películas. Durante la cena le leí mis crónicas y le di una sorpresa: guardé entre las páginas de nuestros libros unas flores de jacaranda. Las llevé al Departamento de Ciencias Marcianas y me dijeron que podrán reproducirlas. Conservo la esperanza de que algún día Unho pueda verlas sobre este desierto de fino polvo y que el tratamiento que funcionó en las flores marchitas sirva para revivir al último de los terrícolas, quien sucumbió en mi regazo.

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Rutina

Jesús Ramón Bobadilla Araujo Una vez más escalas hasta la superficie para buscar alimentos, pero hoy notas un zumbido distinto en el ambiente. Te mueves a rastras entre los montículos rojizos para descubrir que la vibración proviene de un tecno-meteoro destruido casi por completo, menos en el centro, donde una caja de metal y tanques ruidosos guardan al único sobreviviente con un letrero digital que reza THE LAST HUMANS. La vibración que produce la caja se incrementa cuando el cachorro de humano comienza a berrear desconsolado, lo tomas en tus seis brazos, lo devoras y continúas la rutina.

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Un gran cambio

Kevin Villarreal Heredia El día había llegado. Los habitantes se alegraban y canturreaban al son de las antiguas tradiciones. Una nave dirigida desde el planeta vecino se acercaba. Marte se preparaba para un cambio. Desde la central planetaria habían dado la orden de desmantelar la proyección que por tantos milenios los mantuvo ocultos de los humanos. Los niños se escondían en sus casas, los adultos en la entrada. Los oficiales y científicos en la base aérea. La primera nave atravesó la primera capa de Marte. En el teleproyector se veía una nave destartalada y con problemas de eficiencia. La llegada de la nave terrestre a la primera base aérea tomó casi todo el día para los marcianos; ahí el tiempo era valioso. El marciano a cargo de las colonias en el sector 023-028 fue a darles la bienvenida. Las colonias enloquecidas con el sabor de la llegada de sus hermanos olvidados. Se concretaría la paz en el sistema solar y muy pronto podrían conquistar el universo. La compuerta de la nave terrestre se abrió, salieron hombres fornidos y asustados. El sonido se partió en dos, una bala había sido disparada. El marciano a cargo del sector cayó tendido en el suelo. La transmisión fue emitida por todo Marte. Así comenzó la guerra.

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Parásitos

Manuel Bolaños Muñoz Desde el primer momento en el que el hombre aterrizó en nuestro planeta, el gobierno marciano tomó la resolución de capturarlo e incomunicarlo. Personalmente, pienso que fue la decisión acertada. No podemos permitir que envíe una señal de auxilio, mucho menos que informe al resto de su especie sobre nuestra existencia. El humano, en su primitiva lengua, sostiene que se trata de una misión científica, y que al haber descubierto vida en Marte se revolucionan por completo los fundamentos de su cultura. Tal vez eso sea cierto, pero no tomaremos ese riesgo. Ellos tal vez no lo recuerdan, pero nosotros, que hemos observado por millones de años, sí: los humanos no fueron los primeros seres inteligentes en la Tierra. ¡Por Saturno, ni siquiera son originarios de ese planeta! Son una raza parasitaria, que asimila y consume recursos, civilizaciones, mundos. Después, con su conveniente memoria selectiva, olvidan el sufrimiento de sus víctimas. No. Nosotros no padeceremos ese mismo destino.

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Dos objetos explosivos Abraham Anaya Olvera

Hace meses el telescopio vio un pequeño cilindro que se aproximaba a nuestro planeta. Esta mañana nos informaron que está a punto de amartizar. En las noticias se ve que el sistema de defensa planetario lo rodea vigilante. Hay mucha expectativa: no todos están preparados para el inminente choque cultural interplanetario. Después de algunos minutos una puerta del cilindro se abre, se asoma un objeto sin facciones, se mueve como nosotros, está envuelto en una cápsula brillante, color estrella, avanza poco y se detiene. Enseguida sale otro objeto muy pequeño que se acerca al primero, pero se mueve diferente, parece de otra especie, aunque también viene envuelto. Con parsimonia, el primer objeto se desprende la parte de arriba y todos exclaman emocionados e incrédulos por lo que ven: ¡es igual a nosotros! La señal se interrumpe y se escucha un ruido atronador. Después nada.

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Raúl Padilla López Presidente

Dania Guzmán Torres Coordinadora de Diseño y Ambientación

Marisol Schulz Manaut Directora General

Adrián Lara Santoscoy Coordinador de Montaje

Tania Guerrero Villanueva Directora de Operaciones

Carolina Tapia Luna Coordinadora de Programación

Laura Niembro Díaz Directora de Contenidos

Yolanda Herrera Paredes Coordinadora de Viajes e Itinerarios

Ma. del Socorro González García Administradora general

Isabel Islas Cervantes Coordinadora de Difusión

Mariño González Mariscal Coordinador general de Prensa y Difusión

Mónica Rosete García Coordinadora de Alimentos y Bebidas

Armando Montes de Santiago Coordinador general de Expositores

Miriam Arias García Coordinadora de Recursos Humanos

Rubén Padilla Cortés Coordinador general de Profesionales

Leticia Cortés Navarro Coordinadora de Ventas Nacionales

Bertha Mejía Vázquez Coordinadora general de Patrocinios

Erika Jiménez Novela Coordinadora de Crédito y Cobranza

Ana Luelmo Álvarez Coordinadora general de FIL Niños

Elena Mondragón Villegas Contadora general

Ana Teresa Ramírez de Alba Productora Foro FIL

Lourdes Rodríguez de la Torre Coordinadora de Protocolo

Leonardo Ureña Bailón Coordinador de Tecnologías de la Información

Angélica Gabriela Villaseñor Rivera Coordinadora de Ventas Área Internacional

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