Carmen Gil & Antonio Zurera
KOKORO
Colección
EL GATO Y LA LUNA Primera Edición - 2014 © del texto Carmen Gil © de las ilustraciones Antonio Zurera © de esta edición KOKORO Multimedia S.L. Reservados todos los derechos. KOKORO multimedia c/ Pan de Alcalá nº70 41500 Sevilla info@kokoroeditorial.com www.kokoroeditorial.com Editora: Isabel Caro Editora Adjunta: Adriana Zurera Diseño gráfico: M. Ángel Aisa DL: SE 413- 2014 ISBN: 978-84-940417-9-2
KOKORO
Carmen Gil & Antonio Zurera
El abuelo Roque era gris como una nube de tormenta. Gris era su pantalón, gris su camisa, grises sus zapatos. Hasta su rostro afilado era color ceniza. El abuelo Roque andaba siempre cabizbajo. Y mirándose los pies, no hacía más que tropezarse con todo: con la estatua del parque, con el buzón de correos, con el quiosco gris de la esquina... Además de dando trompicones, el abuelo Roque se pasaba la vida refunfuñando. Gruñir, mascullar y rezongar eran sus ocupaciones favoritas.
A la abuela Petra le encantaba cantar soltando gallos, reírse con las cinco vocales y bailar moviendo todo el cuerpo, desde la coronilla hasta la punta del dedo gordo del pie. Bailaba al ritmo del canto de las chicharras, del tictac del reloj del salón o del ulular del viento. La abuela Petra llevaba vestidos de vistosos colores y un bolso enorme lleno de cosas importantes. De su interior igual podía salir una esponja de baño en forma de corazón, que un puñado de huesos de albaricoque o la estrella dorada del árbol de Navidad.
Lo que al abuelo Roque le parecía una vulgar caca de vaca pestilente y repugnante, para la abuela era un excelente alimento con el que las rosas de su jardín crecerían...
... hermosas y fragantes.
Donde el abuelo Roque oĂa un ruido infernal que le levantaba dolor de cabeza, la abuela Petra escuchaba una festiva...
... algarabía en la que distinguía la cháchara alegre de la gente y las risas burbujeantes de los niños.
Cuando el abuelo Roque sentĂa que el sol le golpeaba con guantes de boxeo,
la abuela Petra notaba c贸mo sus rayos la acariciaban y la vest铆an de luz.
Y mientras los labios del abuelo Roque bajaban dibujando una teja de pizarra, los labios de la abuela Petra subían lo mismito que una tajada de sandía. Al abuelo Roque le molestaban las hojas que caían de los árboles, el ladrido de los perros bajo su ventana, el olor a aceite del bar de la esquina... Pero lo que más le fastidiaba de todo era la felicidad de la abuela Petra, que le provocaba berrinches como castillos.
Y lo que era peor, visitantes venidos de todas partes del mundo entraban en casa de su vecina y salĂan con una sonrisa de colores en sus labios.
Un día vio salir a doña Mona con una hermosa sonrisa verde. Sí, sí, verde como un pimiento, un manojo de perejil o la melena del hada del bosque.
En otra ocasión, se topó con don Elefante que lucía una resplandeciente sonrisa. ¿De qué color? Pues rosa, como las flores del parque, los merengues de fresa o las nubes del atardecer.
Un martes por la tarde, el abuelo Roque se dio de narices con doĂąa Jirafa y su sonrisa radiante. ÂĄY roja! Igual que el gorro de Caperucita, la cresta de un gallo o unos pendientes de cerezas.
Hasta que un día, el abuelo Roque no pudo más y decidió descubrir el secreto de la abuela Petra. Sin pensárselo dos veces, se coló en su casa, que siempre estaba abierta, y se escondió tras unos arbustos de lavanda del jardín. No tardó mucho en llegar la abuela Petra, con una estrafalaria pamela de flores, seguida por el señor Canguro. —Toma —le dijo la abuela cogiendo una fruta de un árbol luminoso y tendiéndosela a su invitado. Cuando don Canguro le dio el primer mordisco a la fruta, una chispeante sonrisa fue apareciendo en su cara. Era de color azul, como el cielo de la mañana, el mar en día de calma o la barba del pirata.
Lo mismo le ocurri贸 a don Oso Polar, y a don Camello, y a do帽a Tortuga... Todos comieron las frutas moradas. Y todos salieron con brillantes sonrisas de colores en la cara.
En cuanto anocheció, el abuelo Roque se dirigió al árbol luminoso. En menos que croa una rana en la laguna, lo dejó tan pelado como su calva cabezota. Y cansado de tanto esfuerzo, se quedó profundamente dormido. Pero por la mañana, cuando se despertó, no podía creer lo que veían sus ojos.
—¡El árbol está lleno de fruta!—exclamó—. No puede ser. Si anoche lo dejé tan pelado como un huevo.
El abuelo Roque volvió a casa. Y desde su ventana vio atravesar la puerta violeta de la abuela Petra a los más variopintos visitantes: un pingüino friolero; una gallina que cacareaba en inglés, chino y francés; una vaca que daba leche merengada... Ni que decir tiene que todos salían con brillantes y coloridas sonrisas en los labios.
Lejos de darse por vencido, el abuelo Roque volvió a colarse esa noche en el jardín para dejar el árbol sin frutas. Y la siguiente. Y la otra. Y así hasta en treinta ocasiones. Pero en las treinta, el árbol luminoso amaneció cargado de frutas. —Esto lo arreglo yo en un pispás —refunfuñó.
Y en menos que aletea un pรกjaro en el cielo, fue a casa por una sierra y volviรณ. Ris-ras, ris-ras, ris-ras, serrรณ el รกrbol luminoso, que cayรณ al suelo con todas sus frutas.
Mas, a la mañana siguiente, en lugar del tocón que esperaba encontrar, halló el árbol más sano y cuajado de frutas que imaginarse pueda.
—No te sorprendas —le grajó al oído el señor Mirlo, que tenía insomnio y lo había visto todo— Es el árbol del amor. Y el amor es lo único que cuanto más se da, más se tiene. —Y si alguien intenta destruirlo —añadió—, crece y se hace fuerte.
Cuentan que el abuelo Roque se hizo con una semilla de aquel árbol para plantarlo en su jardín. Y desde entonces, en lugar de gruñir, mascullar o rezongar, canta soltando gallos, se ríe con las cinco vocales y baila moviendo todo el cuerpo, desde la coronilla hasta la punta del dedo gordo del pie. Baila al ritmo del canto de las chicharras, del tictac del reloj del salón o del ulular del viento.
ÂżY la abuela Petra? Pues ademĂĄs de en una gran amiga del abuelo Roque, se ha convertido en la mejor contadora de chistes de la comarca.
Chistes tan divertidos como este: “—¿Qué le dijo la luna al sol?. —Con lo grande que eres, y no te dejan salir de noche”.
La autora: Carmen Gil tiene más de noventa libros publicados con editoriales como Planeta, SM, Lumen, Hiperión, Kalandraka, Oqo. Ha sido traducida a una veintena de idiomas. Su obra, “La sonrisa de Daniela”, fue distinguida con un “White Raven”, concedido por Biblioteca Internacional Jugend de Munich (Alemania). Ha obtenido un premio en la Campaña Juul, otorgado por la Federación Navarra de Ikastolas. Ha recibido la Medalla de Oro al Mérito Educativo de la Junta de Andalucía. Realiza colaboraciones literarias para textos escolares (SM, Santillana, Casals…) y artículos para revistas especializadas. Es creadora del portal de poesía infantil Cosicosas. Da cursos de poesía infantil y charlas de animación a la lectura. Tres de sus libros han sido seleccionados por el Gobierno de México, y otros dos por el de Chile, para ser distribuidos por las bibliotecas públicas del país. Tiene una página web (www.poemitas.com) que acerca su obra a todos los niños del mundo. Colabora con varias instituciones (Instituto Cervantes, Centro Andaluz de las Letras, Gobiernos Autonómicos, Universidades) dando conferencias y realizando encuentros con lectores.
El ilustrador: Antonio Zurera ha trabajado durante 35 años en animación, en multitud de producciones nacionales e internacionales. Ha escrito, dirigido y producido varios largometrajes. Ha sido galardonado con un Goya a la mejor película de animación en 2003 por “Dragon Hill” y nominado en cuatro ocasiones más. Sus películas han recibido también diferentes premios internacionales. Durante nueve años fue director de Animacor, Festival Internacional de Animación de Córdoba. Además, es miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España y de la European Film Academy. En los últimos años escribe e ilustra cuentos infantiles, varios de los cuales ya han sido publicados.
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La Abuela Petra guarda un hermoso secreto. Desc煤brelo.
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EL GATO Y LA LUNA